CAPITULO 2

CLARK

- ¿Que mi hermano, qué? - Sacha empujando la silla de ruedas, repite sin poder creer por el pasillo del piso que nos encontramos.

Por suerte el estudio que me hicieron, no acusaron quebradura ni lesión a ligamentos.

Solo unos bonitos puntos en su largo que me acompañarán el resto de mi vida por una significativa cicatriz.

Pregunta, porque todavía como yo, no puede creer la condenada casualidad de que él, fue el que me salvó.

Aunque a cierta manera, nada extraño por pertenecer al cuerpo de bomberos de la ciudad.

- ¿Y que mi hermano, qué? - Vuelve a a hacerlo, cuando le relato que se convirtió en mi tutor hasta mi recuperación por ser menor, no estar papá y mostrar que somos cercanos.

Y me río sin ganas.

La verdad, bastante agotada y un poco adolorida.

Porque mi amigo querido, no sabe decir otra cosa.

De golpe, su pelo azul se aparece por un lado.

Se inclinó curioso y deteniendo la silla de ruedas que me lleva al apretar el botón del ascensor y a la espera de este.

- ¿Y luego?

Lo miro con cara de nada.

- Nada... - Y por tal, digo eso.

- ¿Cómo que nada? - Ya que, cuando le avisó que viniera por mí, Sidharta desapareció como magia.

En realidad me dijo que él no podía quedarse más por razones de trabajo y ya Sacha se haría cargo.

- Supongo que se fue antes que llegues... - Le digo, mientras ingresamos y ambos agradecemos a una persona por dejarnos entrar primero. - ...por el trabajo...

- ¡Qué insensible! - Sacha exclama y tomo su mano a modo consuelo.

- No lo es... - Apaciguo. - ...tu hermano no es el mejor demostrando las cosas. - Continúo. - Si lo analizamos, me salvó y se hizo cargo de mí...

Pero, para el ceño de Sacha no hay tregua, aunque asiente sobre mis palabras.

El  bip de la puerta abriéndose, nos interrumpe al llegar a la planta baja y camino a la salida.

Allí, me ayuda con cuidado a subir a un taxi de espera, seguido de entregar la silla de ruedas a unos enfermeros que pasan y agradecer.

El sonido de un paquetito de caramelos ya en camino el móvil con la dirección de mi domicilio, interrumpe el silencio que cargamos ambos mientras el conductor solo maneja.

Sacha solo mastica sus dulces con su siempre ceño fruncido y muy pensativo, mirando por la ventanilla de su lado.

Lo miro de reojo y lo comprendo plenamente.

Con mi pierna lastimada, imposible que pueda entrenar para el próximo certamen que tanto queríamos participar.

Lo mío va a llevar su buen tiempo.

Y mención aparte y sé, que es lo que más le preocupa hasta dejando eso primero a segundo plano.

El hecho de que su hermano se desapareciera, luego que supuestamente se comprometiera conmigo tras mi accidente sin dejar rastro, más que su firma en la mesa de entrada del Hospital y paga mi asistencia médica.

¿Lo bueno?

Que no fue abducido por una es especie de híbrido extraterrestre de algún otro planeta, haciéndose humo y por arte de magia sin siquiera despedirse, ya que como bien mencioné, solo se marchó por continuar de guardia en su departamental.

Sidartha es el más serio de los tres, porque tanto Sacha como Simon son más extrovertidos llevando en su corriente sanguínea el sentido del humor característico de su familia.

En cambio el chico de mis sueños, es más hermético y con la herencia analítica se podría decir de su madre.

Pero muy lejos, bajo esa apariencia reservada y algo cerrada a lo afectivo, ya que fui espectadora por prácticamente crecer con ellos de esos momentos.

Pocos, aclaro.

Pero lindas e incomparables situaciones.

Como la que llevo vigente años atrás.

Muchos la verdad.

Y relacionado a lo que amo.

El baile.

Aún no pertenecía al instituto de Hope y Caleb.

Era una niña y pese a que solo mis prácticas dependían de lo que hacía en el pequeño ambiente de la sala de nuestra casa, patio de recreo de mi colegio y hasta en las calles en mi regreso.

A pedido e insistencia mía, papá me inscribió en un concurso primario de la ciudad.

Siempre creyó en mí y como tal, su aliento y hasta en sus ratos libres y ahorrando algo de dinero por extras, orgullosa.

Digo bien, mi papá muy orgullosa.

Y con ayuda de su vieja máquina de cocer casi toda una noche, sobre el sonido de ella como si fuera una bonita canción con su ir y venir del pie en el pedal drenando fuerza y amor, me dormí mientras confeccionaba un vestido para mí.

Uno, que estaba listo en la mañana para que debute en la tarde.

No era de seda, tampoco con el mejor género europeo.

Pero su corte como diseño en tono lavanda, el más lindo del mundo.

Y esas dotes de papá en la costura que tanto le gustaba, lo avaló con calce como caída perfecta cuando me lo puse y como siempre, de su mano y él vistiendo otro de su propia elaboración también en colores cálidos, tacones y labial, sonrientes nos dirigimos a la parada de autobús.

El lugar estaba atestado de padres y concursantes.

Mis nervios me carcomían.

Fue la primera vez sin conocernos que vi a un Sacha niño entre muchos con las ganas como todos de participar, junto a su familia.

Todos eran del ambiente y denotaban disciplina y estudio en la danza.

Creo que la única pese a amar el baile, yo no.

Y papá, notó mi miedo.

La gran duda si estaba en el lugar como momento correcto.

Y minutos antes de ser mi turno y ser testigos los dos tras bastidores de confirmándose mis sospechas, que todos eran estudiantes y pasos como coreografía lo garantizaban.

Removió mi pelo.

- Lo estás... - Me dijo, como respondiendo lo que mi pequeño cerebro palpitaba. - ¿Recuerdas tu baile? - Me preguntó y negué.

Eran simples, pero una laguna de pánico me colmaba y sacudí mi cabeza.

Lo hizo sonreír, mientras se inclinó y tomó mis hombros con cariño para nivelar mi bajita altura.

- No importa, Clark. - Se sonrió más. - No bailes con los pies, hazlo con el corazón... - Su consejo en el momento que una señora con carpeta en mano, decía mi nombre porque era la próxima.

Y así lo hice subiendo al escenario con pasos cortitos y algo asustada.

No podía ver bien a todo el público que asistía por un gran reflector que al llegar al centro, me inundó de ella con su luz blanca y poderosa.

Apenas un sector, bajo el bullicio de algunos junto a unos aplausos al verme sobre los tablones.

Procuré localizar a mi papá, pero era imposible.

Mis nervios y la luz era fuerte.

Sin embargo y con una bajita respiración de aliento como cerrando brevemente mis ojos en busca de concentración y escuchando el principio de mi canción, comencé a bailar.

La simple coreografía llegó a mí, y así, inicié mis pasos.

Cada uno con sus vueltas, más pasos y más giros.

Breves minutos de mi música fraccionada, pero llegando a un punto, fallé en mis pisadas.

Y con ello, mis rodillas al piso por la caída con unos segundos de dudas arriba del escenario y frente a todo el público.

Sudor y tristeza.

Porque, fue pie ante la impotencia de mi mal movimiento muy evidente para todos, que con ello, yo olvidara que seguía.

Lo que quedaba de mi canción, ya no escuchaba con sensatez y sinceramente con apabullamiento de mi mente, solo sentí ruido.

Ya no más, su dulce melodía dando su fin.

Pero con último impulso logré disfrazar ante el final, poniéndome de pie y en una pose muy lejos de como tantas veces practiqué.

Y aunque mis ojos ardían de vergüenza y dolor por fracasar arriba de ese escenario, ante un público callado sin saber como reaccionar.

Un aplauso comenzó hacerse sentir.

Y el reflector aminoró su luminosidad dejando al elevar mi vista, ver a quién pertenecía.

No era papá, porque con sus puños arriba desde su sector y muy emocionado con lágrimas en sus ojos maquillados a puro corazón, me decía con ellos que hice lo mejor de mí.

Quién me aplaudía era alguien ajeno y lo miré con más curiosidad.

Únicamente él de pie y sin dejar de aplaudir por mi baile.

Hasta para mi asombro, siendo un desconocido y con apenas unos años más grande que yo.

Un niño de ojos claros y pelo revuelto, junto a otro y sus padres sentados en la misma fila de butacas, que luego ellos mismos se unieron y contagiaron a todos al final.

Siendo un gran aplauso, sobre un enorme silbido y poco femenino de festejo de mi propio padre, causando que entre lágrimas sonría.

Y a ese chico, también al verlo.

Muchachito que y aunque no lo sabía, pero confirmé años después, ya se había convertido en mi primer amor y yo, sin que él lo supiera por ese aplauso único como aliento con una pequeña y austera sonrisa que me regaló de pie y sin dejar de aplaudir, le prometí mejorar y convertirme en la mejor bailarina.

A Sidharta Montero...




Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top