{no tan} bienvenidos
–Les gustará el pueblo. –Paul aclaraba con una sonrisa, el problema es que no importa cuantas veces lo dijera, Percy no terminaba de creerlo.
El adolescente no podía dejar el sentimiento de culpa que lo acompañaba. Mientras miraba por la ventana de su Clio como el paisaje campestre le daba paso a unas pocas casas no dejaba de rememorar lo sucedido en su última escuela, en los ojos de su director al decirle que no volvería nunca más; que lo habían expulsado.
Había sido la sexta en ese año y lo que más le molestaba a Percy, es que no había sido nunca su culpa, era el sistema educativo el que estaba mal, nunca habían sabido explotar sus virtudes y trabajar con sus limitaciones.
Percy tenía dislexia, y eso lo había dejado fuera de muchos lugares, le había causado estragos en su vida cotidiana y el año pasado había sido el peor de su vida. Entre la cadena de noticias horribles había llegado una carta del colegio: repetiría de año. Nunca olvidaría la tristeza en los ojos de su madre, la cual, lo abrazó mientras se secaba unas pocas lágrimas que fracasó en ocultar.
"No eres tú, Percy, ¿lo sabes, no? Te amo, y estoy muy orgullosa de ti, mi cielo". Le había dicho Sally pero el chico nunca lo creyó, siempre supo que era una tragedia, ni siquiera su padre lo había querido conocer, nunca se había acercado a él, nunca lo conoció.
–Las clases empiezan en tres días, tendrás tiempo para conocer a alguien para entonces. –le aseguró su madre, se había girado del asiento de copiloto para guiñarle un ojo de manera amistosa.
Percy le sonrió tranquilizadoramente, intentando que no se notara su tristeza y remordimiento.
–Estoy feliz de estar aquí, –comenzó a hablar Paul– es un lugar muy pintoresco, nada que ver con Manhattan. Les encantará. Percy, prometo que esto te alegrará.
El chico le sonrió en respuesta, pero de nuevo no dijo nada. Comenzó a mirar por la ventana, ya habían alcanzado el centro del pueblo y este no llegaba ni a los talones de los barrios más desiertos de su antigua ciudad, además de que esas casas eran colosales, más que lugares para vivir eran templos. Todas rodeadas de grandes jardines que ocupaban una cuadra entera.
La calle principal tenía un par de locales, almacenes y demás cosas necesarias para la subsistencia diaria. Pasaron por delante de un colegio, el más pequeño por el que Percy había pasado nunca, pero por lo menos parecía un lugar acogedor: eran las siete y el Sol se estaba escondiendo por lo que todo estaba bañado en un color dorado, habían personas caminando relajadamente y uno hasta podía ver las puertas de las casas abiertas.
El auto se detuvo en una señal de alto -las cuales reemplazaban los inútiles semáforos- y vieron pasar a un grupo de chicas. Entre ellas, una rubia que hablaba con otra pelinegra, se detuvo a observarlo. Percy le sonrió y movió la mano en un saludo, la chica dudó un momento pero hizo una sonrisa amistosa luego.
El auto volvió a arrancar y la chica ya estaba fuera de su vista.
Al fin llegaron a su nueva casa, verla en fotos era algo, pero tenerla en frente...
–¡wow! –Percy se sacó el cinturón y atropelladamente bajó del vehículo– Es gigante.
–Lo se, ¿hermosa, no?
–Paul, yo... no tengo palabras. –Sally tenía una enorme sonrisa pegada en su cara.
De la puerta salió una mujer muy hermosa, era alta y con un cuerpo curvilíneo, usaba una falda tubo negra y una camisa blanca pero con esas simples prendas lograba verse como para desfilar en una campaña de Victoria's Secret. Debía tener como unos cuarenta pero no se le notaban, menos cuando sonreía con sus blancos dientes.
–¡Bienvenidos, familia Jackson! –ella logró caminar más grácil que cualquier bailarina incluso con sus tacones puestos– Me llamo Afrodita, espero que les guste la casa por fuera, aunque recuerden que lo mejor viene dentro. Por favor, síganme.
–Gracias por la bienvenida, soy Sally, él es Paul y mi hijo Percy.
–Que lindo jovencito, seguro con una foto tuya convencería a mi hija de darte un recorrido.
Los tres mayores rieron a lo que Percy se sonrojó, inmediatamente pensó en la chica rubia que vio camino aquí aunque lo más probable era que no fuese ella. No porque no fuese igual de hermosa (que, aunque a Percy le molestara incluso admitirlo consigo mismo) lo era, sino que no tenían mucho en común.
Afrodita se encargó de mostrarles toda la casa, explicó que la enorme fuente delantera representaba a Poseidón, el dios griego soberano de los mares y demás cosas importantes que deberían saber sobre el lugar.
Luego de un rato de mucha cháchara, el joven se había aburrido y decidió salir a la vereda. Como estaba dos calles por fuera del núcleo del pueblo era razonable que nadie pasase por allí, excepto que para sorpresa de Percy, alguien si lo hizo.
Delante suyo, mirándolo con una sonrisa divertida, estaba un chico que parecía algo más grande que él, bastante desaliñado y con un gorro típico de los cantantes de reggae.
–Hola, extraño. –lo saludó el chico, con una confianza que resultó letal para Percy, quien acostumbrado a que de antemano supiesen el desastre que era, se puso muy nervioso.
–Hola, ¿como te llamas?
–Soy Grover, Grover Underwood. No sabía que vendría alguien nuevo aquí.
–No creo que nadie lo sepa, no conocemos a nadie.
–Créeme, –tenía una sonrisa pícara, y sus ojos parecían burlarse constantemente de él– estoy seguro que debería haberlo sabido.
–¡Percy! –se escuchó a Sally llamarlo desde adentro.
–Será mejor que vuelva, ¿no quieres pasar?
–No, gracias. Nos vemos pronto...
–Percy.
Grover sonrió un poco más como despedida y volvió a perderse entre los árboles, cerca de allí la carretera se convertía en un frondoso bosque.
El chico volvió adentro, Afrodita estaba tomando sus cosas decidida a irse, prometiendo que su hija Piper pasaría por aquí tarde o temprano.
Los tres miembros de la familia se miraron risueños, no hacía falta decir nada: Afrodita había sido algo... intensa.
–¿desempacamos? –preguntó Paul.
En Delicius, la única casa de comidas del pueblo, el grupo de adolescentes esperaban para pedirse alguna bebida helada.
–¡ah no! Te juro que no quiero saber. –le decía riendo Thalía a Reyna– Ya te he dicho varias veces que me importa poco lo que sea que hagas con mi hermanito.
–Fue una fiesta horrible... –se medio quejaba y medio reía Annabeth– las odio, ninguna me detuvo cuando me vio irme junto con Lee Fletcher a una esquina de la mano.
–Solo fueron un par de besos, no seas dramática. –la reprendía Thalia– Si veía que pasaba a mayores iba a detenerte.
–Si... claro.
Las tres volvieron a reír.
–¿y tú, Thals? ¿Con quien estuviste mientras nos fuimos? –le preguntó Reyna levantando las cejas, Thalia se rascó la nuca y miró hacia cualquier otro lado, incluso la pata de la mesa estaba más interesante que sus amigas.
–Ya saben, alguien de por ahí, ni siquiera le vi el rostro.
–Detesto tu secretismo.
Al terminar sus licuados decidieron dar por finalizado el día y Annabeth se fue por su lado, ya que Thalia y Reyna eran vecinas. Ambas debían pasarse todo el pueblo, ir por detrás de la casa abandonada, y por fin llegar a sus casas.
Por fin dentro, Thalia buscó a su padre. Él, como siempre, estaba en su oficina, ser el intendente requería mucho de si. Aunque hoy parecía más alterado que de costumbre. La adolescente lo dejó solo en su despacho, sabía que cuando estaba así no debía estarle mucho encima.
–Atenea sigue aquí, y está furiosa. –le informaba la sheriff Bellona– Aún no aparecen sus archivos y está entrando en pánico.
–¿Apareció Tyche?
–No, estamos haciendo lo posible para encontrarla.
Zeus se sonó sus nudillos y movió circularmente su cuello, de repente, en su tranquilo pueblito estaban volviendo a pasar cosas extrañas. Esa mañana había desaparecido Tyche y información sobre diferentes casos que habían pasado en el pueblo que estaban en casa de la jueza Atenea. Lo sospechoso es que no fue cualquier caja la que había desaparecido, no, no podía ser otra que no contenga los juicios del año 1990.
El intendente mordió su labio intentando encajar todo cuando una llamada entró:
–Hola Zeus, –no hacía falta que la mujer aclarara quien era, el hombre ya la tenía agendada y ella lo sabía – llegó una nueva familia; un chico de diecinueve y sus dos padres, ambos parecen rondar los cuarenta y algo. Creo que es necesario que sepas...
–Se están hospedando en la casa con la fuente de Poseidón, ¿o me equivoco? –su tono podía sonar relajado pero era solo una pantalla, por dentro hervía de odio. Nadie debería ocupar esa casa y estaba completamente enojado de que Afrodita le haya mentido, ella le había asegurado que no la vendería, que por eso dejaba crecer el pasto delantero. Que iba a dejarla como a la casa abandonada.
–Tienes toda la razón.
–¿y puede saberse por qué la has vendido?
Afrodita rió con gracia.
–No la publicité, ellos llegaron a eso por arte del destino o la suerte. Créeme, todo pasa por algo.
Zeus cortó la llamada, no podía entender como la mujer lograba que nunca le gritara o se enojara con ella. Tenía algo además de su ilimitada belleza, quizás sea el tono de su voz, o su risa suave pero nadie podía decirle que no a Afrodita McLean.
Esa tarde, un poco después de que bajara el Sol, Sally Jackson decidió salir a hacer algunas compras.
Las primeras dos cuadras habían sido como un sueño: árboles por todos lados, casas lujosas, jardines sin rejas, calles de tierra, faroles que te mandaban al pasado donde no todo era LED, el viento suave acariciando su piel, sin contaminación. En conclusión, la felicidad la inundó. Aunque su sueño feliz terminó una vez que llegó a la calle principal; habían unas viejitas caminando, las cuales, sin nada de disimulo comenzaron a cuchichear sobre ella, en frente unas chicas rubias que parecían mellizas estaban llorando, al verla primero exclamaron y luego clavaron su mirada cual navajas en su cuello. Para este punto, Sally estaba muy incómoda.
Por fin llegó a la verdulería, donde una mujer entrada en edad con rulos muy locos sobre su cabeza la atendió.
–Así que... ¿ustedes son los nuevos? –su tono era algo monótono, no demostraba si estaba feliz de que llegue alguien más o por el contrario le desagradaba– Hace años nadie viene, este pueblo a veces parece detenerse en el tiempo.
–Si, somos los Jackson, me llamo Sally.
–Soy Demeter, pero aquí muchos me conocen como Tía Demi.
–está bien...
–¿esto es todo lo que llevarás?
Luego de pagar, Sally agarró las bolsas y decidió despedirse.
–Muchas gracias, tía Demi.
–Soy Demeter. Tú no puedes llamarme Tía aún. –Sally frunció el ceño algo confundida– Aún no formas parte del pueblo y como se presentaron los hechos... ¡Ja! Les deseo suerte, Sally Jackson.
Afuera, Sally se tropezó con su propio pie. Algo muy impropio de ella. Estaba levantando las naranjas que se habían esparcido por toda la vereda cuando una mano le ofrece ayuda.
Siguiendo con ese brazo algo velludo pudo observar a un adolescente. Lo más llamativo era su gorra con los colores de la bandera de Jamaica.
–¿necesita ayuda? –Sally entornó los ojos, era el único que se había comportado bien con ella aparte de Afrodita pero sus ojos... no confiaba en ese brillo extraño– Mi brazo se está acalambrando, señora. ¿No confía en mí?
No. Sally Jackson no confiaba en ese chico pero no era personal, ella comenzó a ver el pueblo con otros ojos, unos más analíticos, intentando descubrir que era lo que estaba mal allí. ¿Que hechos se habían presentado?
Por el rabillo del ojo distinguió unos cabellos rubios en la esquina detrás de ellos.
–Lo siento, –se disculpó, tomando la mano del chico y poniéndose de pie– somos nuevos y no encajamos muy bien con el pueblo aún.
–No se preocupe, me llamo Grover, yo voy a ayudarlos. – el chico miraba a algo detrás de la mujer constantemente– Mejor vámonos, no es muy seguro hablar fuera de la casa a esta hora.
–Pero, parece tan tranquilo.
Los pelos se le pusieron de punta al escuchar pasos alejarse.
–Vámonos. –fue lo único que agregó Grover.
Annabeth seguía corriendo. Debía llegar a su casa lo antes posible ya que... Oh, no, no, no, todo estaba muy mal. Las lágrimas amenazaban con salir de sus ojos pero ella sabía que debía correr. Annabeth encontró que su aliento comenzaba a ser errático y sus zancadas largas más parecidas a un felino que a una persona. El pánico explotó en su interior con una inyección de adrenalina lo que la llevó a terminar su carrera en la puerta de su casa y manteniéndola alerta al mismo tiempo.
Era imposible, después de tanto tiempo... Grover Underwood estaba allí, había hablado con una mujer, había hecho contacto visual con ella. ¡Debía contarle a Thalia!... ¿Debía contarle a Thalia? ¿No la tomaría por loca?
No, un secreto así no podía ser contado. Pero debería escribirlo.
Llegó a su casa, apenas pudo sacar las llaves de su bolsillo, las manos le temblaban y no embocaba en la cerradura. Sentía una presencia detrás suyo aunque no se daría vuelta para comprobarla. Por fin pudo abrirla y cerró la puerta de un portazo, estaba tranquila en su casa, podría llorar mientras deslizaba su espalda contra la puerta sin que nadie le preguntara qué pasó ya que su padre siempre se encerraba en su despacho que quedaba en el piso de arriba para planear las reformas en el colegio y su madre claramente no estaría en casa.
La esencia a limón característica de su casa entró por su nariz logrando que sus músculos tensos se relajaran. Annabeth abrazó sus rodillas y calmó su respiración.
Ese era Grover, su amigo imaginario había vuelto y ahora podía hablar con otra persona que no fuese Thalia.
Ahora iban a creerle.
Esa mujer con la que hablaba había sido la misma que estaba en ese Clio que vio por primera vez esa tarde, por lo tanto, era parte de la nueva familia. Debería presentarse y hacerle un par de preguntas a la mujer.
Un hermoso y pintoresco pueblo de día, un punto oscuro de noche. Cuando las luces se apagan, cada uno se debe defender por sí mismo, es la ley de la selva: sobrevive el más apto. Pero, ¿desde cuando esa regla aplicaba para una sociedad civilizada?
El primer paso ya había sido dado y nada podía haberle venido mejor a esa amenaza que el desconcierto: una nueva familia significa restablecer la balanza, volver a pensar un poco cuáles eran los bandos. ¿Que era lo que estaba en juego?
Para Zeus, su gobierno era lo primordial y lo único que sabía era que los errores del pasado podrían jugarle una mala pasada.
Las luces se apagan en muchas viviendas, pero la de los Jackson queda encendida y un nuevo invitado se sienta en la mesa para contarles de que hablaba la extraña Tía Demi. Pasando el jardín con el cesped tan alto, la fuente en representación de Poseidón, la puerta de vidrio, el pasillo que llevaba a la cocina se encontraban los cuatro reunidos a la mesa.
Grover, con su voz grave y baja relataba los hechos de ese día:
–Hoy se declaró desaparecida Tyche Adams, ella era la profesora de educación física del colegio. También, Atenea, la jueza del pueblo, declaró robada una caja con archivos del año 1990.
–¿habría algo importante en esa caja? –preguntó Paul.
–1990 fue un año complicado y turbulento para el pueblo pero yo no puedo explicarles por qué.
–¿ah no? ¿Y por qué? –Percy lo había dicho en un tono más alto del que a Grover le hubiese gustado. El chico no estaba seguro en qué se estaba metiendo pero un escalofrío le pasaba por la espalda al pensar en que una mujer estaba desaparecida. Solo sabía una cosa con claridad: nada le pasará a su familia por su culpa, si él había sido echado de tantos colegios que sus padres creyeron que necesitaban empezar de cero, entonces él tomaría las riendas del asunto y convertiría a este lugar perdido y lleno de secretos en un campamento seguro en el cual vacacionar.
–Por qué no lo sé. Aún debo investigar eso. Solo voy a darles un consejo: por ahora, no confíen en nadie, hasta sus mejores amigos podrían hacerles daño.
Grover lo dijo en un tono ronco y más bajo que el resto, con un sentimiento de amargura el cual Percy no fue el único en notar.
–¿por qué está todo así? –preguntaba consternada Sally– se supone que los pueblos son tranquilos
–¿no lo sienten? –Grover le estaba poniendo a su relato algo de dramatismo– Hay muchos misterios que resolver en este pequeño punto del mapa. Y yo, debo irme.
–Espera, –Percy lo alcanzó en su camino a la puerta– ¿donde vives? Quisiera visitarte para hablar más sobre esto.
Grover cerró los ojos y negó con diversión.
–Otro día lo descubrirás.
La noche le dio paso al día, y Bellona volvía cansada de su "paseo por el bosque". La mujer había corrido una silueta por varios kilómetros junto con su equipo y sus dos perros hasta que de alguna manera desapareció sin dejar rastros. Estaba sudada, cansada y con más interrogantes de las que había salido de su casa.
La mujer, siempre caminaba erguida y con un aire guerrero, ella parecía aplastar el suelo bajo sus pies. En cambio hoy, sentía que estaba caminando en círculos, en un callejón que pronto se cerraría y la atraparía por siempre en él. No lograba entender que estaba pasando ni donde estaría Tyche.
Entonces, justo a las seis de la mañana, cuando levantó la cabeza para consultar la hora en el enorme reloj de la calle central del pueblo, vio una figura. Sus brazos y piernas flacas, su cara pecosa y su pelo lacio, su vestimenta blanca ahora manchada con rojo y sus ojos azules cerrados.
Colgando en forma de Cristo estaba Tyche, con un cartel colgando de su cuello: "se les acabó la suerte".
Uno de los compañeros de Bellona se hizo a un lado y vomitó, ella saco su teléfono y llamó a Zeus:
–La encontramos.
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