Prólogo

Una hermosa chica rubia camina por el parque, sus hermosos rizos dorados le caen por sus hombros y espalda.

La chica se dirige sonriente hacia una banca de cemento un poco alejada de las risas y gritos de los niños pequeños.

Sus ojos verdosos recorren todo el parque en busca de su amado; no está. Se sienta pacientemente a esperar en la incómoda banca.

El cielo se ve iluminado por un haz de luz y un trueno resuena por todo el parque, pronto comenzará a llover.

Un muchacho alto y de aspecto desgarbado recorre el camino de tierra con las manos metidas en los bolsillos de su abrigo. Se sienta al lado de la chica, la cual acaba de advertir su presencia. Ella se acerca con rapidez a besarlo, como siempre hace. El chico, un poco incómodo, se queda estático y no le devuelve el beso.

Se aparta de ella y la mira serio.

"Tenemos que hablar colibrí"

Colibrí. Un apodo que el chico, con tanto cariño, le había puesto.

Ella recuerda ese día a la perfección:

Estaban ambos sentados en el tejado de la hermosa casa del muchacho. El sostenía su cara entre sus manos tan delicadamente, como si de una muñeca de porcelana se tratara. Se dieron un beso apasionado, colmado de cariño y amor que sentían el uno por el otro. La chica, tan fascinada, parecía estar viendo fuegos artificiales. Al separarse, el chico observó a su novia pausadamente, tratando de memorizar cada detalle de su perfecto rostro.

En ese momento, la imagen de un colibrí cruzó por su mente, tan tierna y pequeña, con rasgos angelicales y una personalidad colorida. Un pajaro que va de flor en flor buscando su dulce néctar.

"Te amo tanto, mi pequeño colibrí." El chico por fin dejó salir lo que tantas veces se le había quedado atorado en la garganta.

La chica dudó, temerosa a que el chico cambie de opinión. "Yo también te amo." Resolvió por decir.

Ahora, esos momentos han quedado atrás. Todo cambió el día en que el chico la citó en el parque. Le dijo cosas demasiado dolorosas y su corazón no lo pudo soportar.

De camino a casa, la chica fue dejando caer todas esas amargas lágrimas que había luchado por contener.

Ella cayó en una inmensa depresión.

Seguía yendo a clases, pero no prestaba atención. Ya nada le importaba. Dejó de comer y de dormir. Pronto, se pudo notar lo mucho que había bajado de peso.

Sus padres se preocuparon, pero no pudieron hacer nada al respecto.

Es como si esa tarde, ella hubiese muerto por dentro.

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