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Te vi entrar a nuestra cafetería con una chica.

Al entrar se estaban riendo. Se acercaron a una mesa y le corriste la silla para que se sentara, como todo un caballero.

Le sonreías y le tomabas la mano. La mirabas como alguna vez me miraste a mí.

Tuve que tragarme el inmenso nudo que se formó en mi garganta y caminar hacia su mesa. Todos los demás meseros estaban ocupados.

Al estar frente a ustedes lo único que pude hacer fue taparme la cara lo más posible con la libreta y pedir su orden.

Por suerte, no me reconociste ó sólo no te importó.

Después del trabajo lo único que hice fue encerrarme en mi cuarto y llorar.

No por tí, ni por lo que solíamos ser.

Sino por mi misma.

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