Hijos del Sueño - Primera Parte
En el último capítulo de Cantos de Sirena vimos que Jyn había regresado al mundo de los vivos. Como muchos ya sabéis, en Hijos de la Noche la dejamos en el Velo, atrapada en el mundo que había creado el Fénix...
Pues bien, detrás de ese regreso hay una bonita historia, y ha llegado el momento de conocerla.
Espero que la disfrutéis :)
Jyn Corven y Marcus Giordano
Hijos del Sueño - Primera Parte
Algún lugar del Velo
—Empieza la cuenta atrás para la llegada del voivoda.
—¿El voivoda de Volkovia?
—El mismo. Después de años encerrado en su Imperio de Hierro, Harkon Vandalyen va a salir de su cripta para hacer un tour por todo Aeron... Vespasian y él se reunirán en el Palacio Imperial.
—¡Guao!
—Sí, guao... dicen que va a ser el evento del año. Del siglo incluso. Tu hermano quiere que Lansel y yo formemos parte de la guardia de honor del Emperador. Pretende que nos pasemos toda la reunión de pie frente a los muros, custodiando el Palacio junto a una selección de pretores de cada una de las Casas... como monos de feria, vaya.
—¿Monos de feria? —La carcajada de Jyn resonó por toda la playa—. ¡Marcus!
Era música para sus oídos: la más dulce melodía que jamás había escuchado. Jyn Corven... su amada Jyn Corven. Lansel decía no entender cómo era capaz de pasar tanto tiempo atrapado en aquel fragmento de irrealidad en la que estaba atrapada, que vivían una mentira que tarde o temprano acabaría haciéndoles enloquecer, pero Marcus se resistía a escucharle. Él no podía entenderlo. Ni él ni nadie. De hecho, Giordano estaba convencido de que tan solo los auténticos protagonistas de aquella trágica historia podían comprender la importancia de aquellos momentos. Ya fuesen cortos o largos, dependiendo del humor de ambos, aquellos momentos que compartían eran los únicos que lograban darles sentido a sus vidas. Unas vidas teñidas por la tristeza y la melancolía de las que ambos se sentían casi tan culpables como prisioneros.
—Debe ser todo un honor formar parte de esa guardia, estoy convencida —aseguró Jyn, con los ojos negros fijos en las llamas doradas de la hoguera. Ante ellos, más allá del fuego, el océano infinito se mantenía en completa paz, tranquilo y sereno, conforme al humor de su creadora—. ¿Crees que el Emperador habrá participado en la selección?
—¿Kare Vespasian? —Marcus se encogió de hombros. Irónicamente, ni tan siquiera se lo había planteado. La noticia le había resultado tan indiferente que no se había molestado en indagar más—. A saber.
—¡No me puedo creer que no tengas curiosidad! —Jyn apoyó las manos sobre la arena y dejó caer la cabeza hacia atrás. Le miró de reojo—. ¿Tan poco te importa?
—Nunca me ha gustado ser el protagonista, ya lo sabes.
—Ya, pero te lo has ganado... ¿Sabes? Me encantaría verte por un agujerito.
Marcus se dejó caer de espaldas en la arena con una débil sonrisa en los labios y alzó la vista. Aquella noche el cielo estaba tan estrellado que apenas había espacio para la oscuridad. Al parecer, desde su encierro Jyn había desarrollado cierta aversión a la noche cerrada y la había desterrado de aquella realidad. De hecho, Marcus no recordaba haber estado rodeado de sombras durante aquel largo año de visitas que habían compartido. Durante los primeros días habían buscado intimidad en la oscuridad, pero en el momento en el que la bailarina había comprendido el poder que tenía sobre aquel lugar, había desterrado para siempre a las tinieblas.
Había sido un año largo. Aunque Marcus había deseado visitarla como mínimo una vez al mes, las circunstancias no se lo habían permitido. Albia le necesitaba, y como miembro de las Casas Pretorianas no había tenido más remedio que acudir a la llamada. Además, aunque no era del todo consciente de ello, Damiel había tratado de alejarle del desierto. La obsesión de Marcus por aquel lugar le preocupaba, y aunque lamentaba enormemente el calvario que estaba sufriendo su hermana, no quería que Marcus la acompañase en aquella condena. Para él aún había esperanza. Para Jyn, sin embargo, no. Al menos no de momento. Así pues, Damiel había intentado mantenerle lo más alejado posible de la Fortaleza de Jade, ocupado en decenas de misiones gracias a las cuales se estaba labrando una gran reputación en la capital, pero cada cierto tiempo el Pretor de la Noche desaparecía y regresaba al desierto.
Pero aunque era tentador pensar que tan solo Marcus estaba siendo víctima de la compleja situación que le había tocado vivir, no era cierto. Mientras que con cada día que pasaba Giordano se obsesionaba más, la estancia en el otro lado del Velo de Jyn tampoco estaba siendo sencilla. Tenía buenos amigos que intentaban ayudarla y aconsejarla a su lado, sobre todo Davin y Olivia, que nunca se alejaban de ella, pero incluso así aquel lugar estaba cambiando su personalidad. Jyn estaba perdiendo su personalidad; los pétalos que componían su ser se estaban marchitando, y aunque el yo del pasado aún se mantenía intacto, el del futuro se estaba desdibujando a pasos agigantados. Jyn deseaba volver a ser la niña que durante tanto tiempo había creído ser feliz, la que no había tenido motivo para temer, y ansiaba encontrarla para poder ocultarse en su interior.
Quería olvidar quien había sido, y la actitud de Marcus la ayudaba a ello.
—Te aburrirías, te lo aseguro. Las guardias son tremendamente tediosas —aseguró el pretor. Cruzó los brazos tras la nuca y dejó escapar un suspiro—. Es más, estoy convencido de que incluso yo me aburriría... y es por ello por lo que no lo voy a aceptar.
Jyn arrugó la nariz en un gesto infantil lleno de inocencia.
—Ah, ¿pero te dejan elegir?
—Mientras siga siendo leal a las Casas, no, pero en cuanto abandone la hermandad...
—¿Abandonar la hermandad?
Aquella idea despertó la inquietud en Jyn. La bailarina parpadeó con incredulidad, desconcertada, y se tumbó a su lado, para poder mirarle más de cerca.
Su preocupación apagó la hoguera.
—¿Por qué dices eso, Marcus? No vas a abandonar a Albia.
—No lo sé —respondió él en apenas un suspiro—. Sé que parece una locura, pero si lo hiciese no tendría por qué volver jamás. Podría quedarme aquí, y...
Horrorizada ante lo que oía, Jyn le interrumpió.
—¡Pero eso ya lo hemos hablado muchas veces! —Sacudió la cabeza con desagrado—. Te lo dije: no puedes quedarte aquí. ¡No quiero que te quedes aquí! Tu lugar está ahí fuera, con Lansel, con Damiel, con mi padre... ¡con todos! Esto... esto es el hogar de los muertos, Marcus, no de los vivos.
—¡No digas eso! Tú no estás muerta.
—Como si lo estuviese... —Jyn dejó escapar un largo suspiro cargado de tristeza y acercó su rostro al suyo para besar su frente con cariño—. Creo que nos vemos demasiado últimamente. ¿Sabes cuánto tiempo llevas aquí dentro, conmigo? Más de diez años, Marcus. Mientras que ahí fuera tan solo ha pasado uno, tus estancias aquí han sido tremendamente largas... y aunque me encantan, creo que te están confundiendo. Quizás... quizás te vaya bien pasar una temporada separados.
Marcus se incorporó como un resorte, aterrado ante su reflexión. Ante él, la niña de quince años que era la Jyn Corven de aquella realidad le miraba con los ojos teñidos de tristeza. Y aunque hasta entonces él también había sido un adolescente, en el reflejo de su mirada vio al hombre adulto que realmente era.
Un hombre que poco a poco estaba perdiendo la cabeza.
—Jyn...
—Tú siempre has cuidado de mí: deja que ahora cuide yo de ti, Marcus. —Volvió a acercar su rostro al de él y depositó un cálido beso en sus labios—. Lo necesitas... creo que los dos lo necesitamos.
—¡Pero Jyn!
—Vuelve más adelante, ¿de acuerdo? En unos meses... cuando el voivoda haya visitado al Emperador Vespasian. Forma parte de su guardia de honor y vuelve para contármelo todo. ¡Estaré encantada de escucharte! Pero ahora...
El pretor tomó sus manos entre las suyas y las juntó en señal de súplica.
—No me eches, Jyn: te lo pido por favor... te lo ruego. Déjame quedarme. Ahí fuera... ¡ahí fuera no tengo nada! Pero aquí lo tengo todo... ¡aquí estás tú!
—Aquí todo es mentira, cariño. Todo. —Jyn le acarició la mejilla con el dorso de la mano—. Confía en mí, será lo mejor para los dos. Me rompe el corazón verte así, Marcus, pero es lo mejor. Vete tranquilo, yo siempre te estaré esperando. Siempre, te lo prometo.
Marcus quiso discutir, quiso hacerle entender que la única forma que tenían de ser realmente felices era aquella, abandonar el mundo real para instalarse con ella en aquella realidad, pero la bailarina se aseguró de que sus labios siguiesen sellados hasta abandonar su reino. Y aunque le dolió profundamente tener que separarse de él, no tuvo más remedio que hacerlo. Jyn le dedicó una última sonrisa, y con aquella dulce imagen, la de la niña que años atrás había conocido en Ballaster, Marcus Giordano fue expulsado del Velo y enviado de regreso al desierto. Un desierto en el que, de rodillas en la cima de la montaña, Marcus al fin pudo hablar. Pudo gritar, pudo maldecir... pudo discutir.
Por desgracia, ya no había nadie que le escuchase.
Giordano permaneció tres días y tres noches en la Cima de Cristal, esperando a que las puertas al otro lado del Velo se abriesen y Jyn acudiese a su encuentro. Para ello, tal y como dictaban las leyes de los dioses del desierto, la lluvia era necesaria. Una lluvia que, aunque no era muy común en aquella región, vio caer hasta en tres ocasiones. Fueron chubascos breves pero intensos, más que suficiente para que, de haber querido, la bailarina hubiese acudido a su encuentro.
Pero por desgracia, no era regresar lo que ella deseaba. Después de escuchar las dudas de Giordano sobre su futuro, Jyn tenía claras muy pocas cosas, pero una de ellas era el destino que quería para su amante. Y aunque en un principio había creído que su expulsión así se lo haría entender y recapacitaría, la falta de respuesta del pretor empezó a preocuparla. Marcus parecía decidido a esperar que regresara costase lo que costase, así que Jyn decidió enviar a uno de sus mensajes para instarle a que abandonase la cima antes de que la debilidad le consumiera.
Alguien que había cuidado de ella en vida durante muchos años, y que seguía haciéndolo después de la muerte, como su hermano mayor que era.
—Giordano...
Marcus yacía en la arena, adormilado, cuando la voz del antiguo pretor le despertó. Giordano se incorporó con rapidez, descubriendo una vez más la lluvia a su alrededor, y acudió a su encuentro junto a los restos de una de tantas columnas.
—¡¡Davin!!
El espectro de Davin le recibió con la expresión severa y el uniforme de la Casa de la Noche más reluciente que nunca. Irónicamente, el pretor caído era el que tenía mejor aspecto de los dos después de las últimas tres noches a la intemperie.
—¿Qué haces aquí, Giordano? ¿Acaso no lo has entendido?
—Esperar —respondió él con sencillez—. Conozco a tu hermana: es cabezota como pocas y se le calienta rápido la boca, pero no es estúpida. Sabe que esto no tiene sentido.
—No lo tiene, desde luego, en eso estamos todos de acuerdo: tienes que volver.
—¡Precisamente por eso estoy aquí, Davin! Si tú me dejases pasar...
La expresión del espectro se ensombreció. Apoyó las manos sobre los hombros de su antiguo compañero, ahora mucho más delgados de lo que los recordaba, y fijó la mirada en la suya. Aunque Marcus sabía perfectamente lo que Davin había querido decir con aquellas palabras, se resistía a aceptarlas.
—Me refiero a volver a Albia, Marcus, a Albia —le aclaró, logrando con ello destruir las pocas esperanzas que había albergado el pretor—. Tienes que volver a casa con Lansel y con Damiel. Eres un hermano de la Casa de la Noche: no puedes seguir aquí indefinidamente. Tú lugar está en el Imperio, luchando por el Emperador, no aquí, en mitad de la nada.
—Mi Imperio no me necesita —se resistió Marcus—. Cuenta con agentes mucho mejores que yo preparados para proteger sus muros. Además, vivimos tiempos de paz: Albia puede permitirse prescindir de mí.
—Quizás pueda, es cierto, no hay nadie imprescindible, ¿pero acaso no estás incumpliendo con tu palabra? —Apartó las manos de sus hombros para señalar su pecho—. Cuando aceptaste llevar esa esquirla del Sol Invicto en tu corazón juraste servirle hasta el último suspiro. Entregaste tu vida a Albia: ¡no puedes darle la espalda!
Las palabras de Davin se clavaron como dardos envenenados en su conciencia, dañando su orgullo. Recordaba perfectamente aquel fatídico día en el que había dejado de ser un simple adolescente para convertirse en un pretor. Aquel día había tenido las ideas muy claras: había querido seguir los pasos de aquellos que le habían salvado la vida, entre ellos el propio Davin, y no había dudado en enfrentarse a la muerte con tal de conseguirlo...
Pero habían sucedido muchas cosas desde aquel entonces. Tantas que incluso le costaba reconocerse en la persona que una vez había sido. Marcus había luchado en tantas ocasiones por Albia, anteponiendo el deber al querer, que le costaba pensar que tendría que seguir sacrificándose el resto de su existencia. Al fin y al cabo, había luchado una guerra y renunciado a Jyn en innumerables ocasiones por el Imperio...
¿Acaso no se había ganado un merecido descanso?
—Oye, que nos conocemos, aunque no lo digas, sé lo que significa esa mirada. Sé la lucha interna que tienes, porque no eres el primero ni serás el último que se plantea dejarlo todo por alguien... pero Marcus, amigo mío, en esta ocasión no hay nadie que te esté esperando. No hay nadie por quien luchar: Jyn ya no está. Ni ella, ni yo, ni ninguno de nosotros. Al menos no hasta que logres sacarla de aquí. —Davin negó suavemente con la cabeza—. Sé que es complicado, que ahora mismo debes estar odiándome por lo que te estoy diciendo, pero éste no es tu lugar. Eres un pretor: deberías estar en Albia, protegiendo tu país, y no aquí, en mitad del desierto, viviendo una mentira. Sé que sois felices mientras compartís esa fantasía, pero también sé que sufrís enormemente cada vez que os despedís. Esta situación os está destruyendo, y cuanto más la alarguéis, más duro va a ser aceptar que tarde o temprano os tendréis que separar definitivamente, por lo que creo que la decisión de Jyn es la adecuada. Por el bien de los dos debéis estar separados, debéis vivir vuestras propias vidas... y sobre todo tú, Marcus. Tú al menos aún estás vivo.
La verdad le golpeó con tanta violencia que Marcus apenas pudo reaccionar. Estaba siendo sincero con él, mucho más sincero de lo que Damiel y Lansel jamás habían sido, y aunque hasta entonces había querido cerrar los ojos y negar la evidencia, no podía seguir haciéndolo eternamente. No ahora que Davin se la había mostrado con tanta crudeza.
—Davin...
—Marcus, hazme caso, es lo mejor para ambos. Vuelve a Albia, vuelve a tu vida y protege tu país. Forma parte de esa guardia de honor, compórtate como todos esperan que hagas, y una vez vuelvas a ser el pretor que debes ser, busca la forma de sacar a Jyn de aquí. Sé que Damiel y mi padre lo están intentando, pero cuanto más arriba estás en la cadena de mando, más complicado es acceder a cierta información sin ser detectado. Tú, en cambio, eres el fantasma idóneo para colarte en todas las bibliotecas. Eres... —Davin sonrió con amargura—. Eres el hombre perfecto para acabar con esta pesadilla... pero para ello primero tienes que entender cuál es tu papel en todo esto.
Pero para entenderlo tendría que renunciar a estar con ella.
Tendría que volver a Albia y recordar cuál era su objetivo en la vida.
Tendría que viajar en el tiempo y recuperar al hombre que había sido.
Tendría que volver a ser el Marcus Giordano que todos necesitaba que fuera.
Y entonces, solo entonces, podría salvar a Jyn.
—Hacía mucho tiempo que no te veíamos, Marcus: me alegro mucho de que hayas venido de visita. Empezaba a creer que te habías olvidado de nosotros.
Ni una palabra más, ni una palabra menos. Lyenor no necesitó más que añadir una sonrisa sincera a la bienvenida para que Marcus se sintiese como en casa. Aquella era parte de su magia: podían pasar meses, años o décadas, que aquella mujer no necesitaba más que sonreírle para hacerle sentir querido.
—Eso jamás, ya lo sabes —dijo con timidez, dedicando una mirada significativa al reloj de cuerda de la pared—. Siento no haber avisado con algo más de antelación, Lyenor. Si os va mal, puedo buscar algún sitio donde dormir.
—¿Buscar algún sitio donde dormir? —replicó ella con sorpresa—. ¡Por el Sol Invicto, Marcus, no digas tonterías! Da igual que sea medianoche, mediodía o bien entrada la madrugada, esta es tu casa. Una casa muy soleada; demasiado diría yo, Solaris es mucho más calurosa de lo que recordaba, pero al fin y al cabo es tu casa. ¿Te queda claro?
Marcus llegó de madrugada a Solaris sin saber qué hacer. Al iniciar el viaje de regreso a Albia había fijado Hésperos como objetivo, pero tras las primeras jornadas de carretera sus pensamientos se habían empezado a teñir de dudas. Volvería a la capital, sí, era su deber, pero antes de hacerlo necesitaba escuchar las palabras de alguien que le conociera de verdad. Alguien que pudiese entender cómo se sentía sin necesidad de medias verdades ni mentiras.
Alguien que pudiese ser totalmente sincero con él, y estaba claro que aparte de Damiel y Lansel, tan solo había dos personas que cumpliesen con aquellos requisitos: Aidan y Lyenor.
Hacía tiempo que no les visitaba. Marcus había planeado ir a verlos en varias ocasiones, pero nunca había encontrado tiempo para ello. Cada vez que abandonaba la capital era por una misión o por ir a visitar a Jyn, por lo que sus excursiones a Solaris se habían visto reducidas al mínimo. No obstante, ellos no se habían ofendido en ningún momento: comprendían perfectamente que tanto él como el resto tenían obligaciones.
Pero aunque lo comprendiesen, les echaban de menos.
Y era precisamente por ello por lo que, aunque había llegado casi de madrugada y sin avisar, Marcus fue recibido con los brazos abiertos. Porque le querían, porque le echaban de menos y, sobre todo, porque eran conscientes de que si se había visto obligado a tomar aquella decisión era porque realmente necesitaba su consejo.
—Clarísimo —aseguró, inmóvil en el sillón—. Te lo agradezco.
—Así me gusta... ahora relájate, ¿vale? Aidan no tardará en volver.
Aquella noche no se acostaron hasta bien entrada la madrugada. Tal y como le había advertido Lyenor, Aidan se encontraba fuera cuando Marcus había llegado. Por suerte, un simple aviso había bastado para que dejase sus quehaceres en la ciudad y regresara a su hogar, ansioso por volver a ver a su querido aprendiz.
Una vez más Marcus se sintió abrumado al sentir el cálido abrazo de Aidan. Cerró los ojos, dejando que su cercanía apaciguarse su mente agitada durante unas décimas de segundo, y se estrecharon la mano.
Después se lo explicó todo.
—Jyn... —suspiró Aidan tras el relato, cómodamente sentado en el sillón junto a Lyenor—. Jyn es complicada, Marcus, ya lo sabes. Tiene el genio de su madre...
—Pero también la nobleza de su padre —puntualizó Lyenor—. Es una chica estupenda, pero sus circunstancias la están cambiando. ¿Es posible que ese mundo que está creando la esté consumiendo?
A ella y a todos, en realidad. Aquel encierro antinatural estaba destruyendo la mente de la bailarina, pero también de aquellos que la rodeaban. Sus personalidades se estaban desfigurando, desmoronándose, y cuanto más tiempo pasaban allí, era peor.
—La única forma de salvarla es sacándola —reflexionó Aidan con amargura—. El problema es que lo único que sabemos sobre cómo hacerlo es esa profecía, ¿recuerdas? La que descubrió Davin.
—Cómo no. —La mirada de Marcus se ensombreció al rememorar sus palabras—. "El día en el que las estrellas y el sol se apaguen, volveremos". Lo ha dicho en varias ocasiones, aunque no es capaz de decirme de dónde ha sacado esa información. Es como si hubiese tenido una revelación.
—Y quizás haya sido así —exclamó Lyenor—. "El día que el sol y las estrellas se apaguen...". ¿Qué puede significar? ¿Podrías estar relacionado con el eclipse?
—¿Eclipse? —preguntó Marcus con intriga—. ¿De qué eclipse hablas?
Aquella noche Marcus descubrió que el día elegido para celebrar el encuentro del voivoda Harkon Vandalyen con el emperador de Albia, Marcus Vespasian, el cielo se teñiría de oscuridad durante tres horas debido al eclipse solar que iba a acontecer. Un suceso único en las últimas décadas que imbuiría de magia aún más si cabe un encuentro alrededor del cual se estaba generando una gran expectación.
El encuentro en mayúsculas, como decía Lansel.
—¿Qué significa eso? —insistió Marcus—. ¿Qué durante tres horas será libre? ¿Y después? ¿Qué pasará después?
Aunque le hubiese gustado poder hacerlo, Aidan no pudo responder a sus preguntas. No tenía información suficiente. Además, en el fondo de su alma no creía que aquella profecía fuese real. Probablemente hubiese sido producto de una especie de revelación vivida por Davin, pero tras traspasar la barrera de la vida y caer en brazos de la muerte, aquel tipo de misterios adquirían otras dimensiones. Existía la forma de liberar a Jyn, estaba convencido, pero no iba a ser producto de la casualidad. Su hija volvería, y lo haría gracias a la magia: a un hechizo como el que la había encerrado.
Un hechizo como los que estudiaba a diario en las bibliotecas de Solaris, desesperado por traerla de regreso.
—Lo más probable es que solo sea una casualidad, Marcus —le tranquilizó Lyenor, con su habitual tono de voz conciliador. Tomó su mano entre las suyas y la apretó con cariño—. Sea como fuera, creo que Jyn tiene razón en que necesitas volver a tu vida real. Un poco de tiempo por separado os irá bien para reflexionar. Te veo cansado... te veo dolido. Tienes que recomponerte.
—Coincido con Lyenor, Marcus —la secundó Aidan—. Sabe el Sol Invicto cuanto agradezco que cuides de mi pequeña, pero para poder hacerlo primero debes volver a ser tú. Debes reconstruir tu vida, cerrar las heridas, y una vez estés recuperado, tratar de salvarla. Y cuando hablo de salvarla me refiero a sacarla de esa cárcel de ensueño en la que está atrapada, no convertirte en un prisionero más. —Hizo un alto—. Te propongo algo, Marcus. Vuelve a Hésperos, vuelve a tu vida y cumple con tu deber, sé el pretor que todos sabemos que eres, y cuando el Sol Invicto vuelva a iluminar tu camino, ven a Solaris. Ven a mi lado: juntos daremos con la clave para traer de regreso a Jyn.
Lansel y Damiel recibieron a Marcus con los brazos abiertos cuando decidió regresar a la capital. Lo hizo con dudas, sintiendo que traicionaba a Jyn al no volver a su lado, y también con ganas de volver a ser el hombre que había sido y que Aidan necesitaba a su lado, pero sobre todo con el corazón roto. Regresar a la gran capital sin ella era sinónimo de fracaso, de rendición, y por mucho que sus buenos amigos intentasen levantarle el ánimo, no había día que no lamentase su ausencia.
Pero las jornadas pasaban a gran velocidad en Hésperos. El trabajo como pretor no le dejaba apenas tiempo libre, y para cuando Marcus quiso ser consciente de su nueva realidad ya se encontraba en uno de los pórticos de entrada del Palacio Imperial, formando parte de la Guardia de Honor seleccionada por Damiel para cubrir el esperado encuentro entre el emperador y Harkon Vandalyen.
—¡Y llegó el gran día...! —bromeó Lansel con orgullo al ver que los flashes de las cámaras se iluminaban, captando el momento para siempre.
Lansel y él permanecieron en sus posiciones durante largas horas, desde antes de la mediática llegada del voivoda junto a toda su corte de guerreros, hasta después de que cruzase las puertas del Palacio Imperial y se perdiese en su interior. Durante su reunión...
Y durante su desaparición.
Marcus y Lansel ocuparon sus posiciones en todo momento, velando por la seguridad del Palacio sin saber lo que sucedía en su interior, embelesados por la belleza del Eclipse y su oscuridad hasta que los gritos llenaron de miedo y muerte las calles de la ciudad.
Hasta que la oscuridad decidió que el Sol Invicto no volvería a brillar nunca más.
—Sol Invicto, ¿dónde te metes? ¡Llevo horas buscándote!
—Pues aquí, ya sabes... pasando el rato.
—Ya veo, ya.
Jyn se encontraba en la última fila de una sala cinematográfica cualquiera, con los pies apoyados en el asiento delantero, cuando Nat la encontró. No recordaba cuánto tiempo llevaba en su interior, oculta de cuantos la acompañaban en su destierro, pero habían pasado bastantes días desde la última vez que había decidido crear aquel lugar. Días en los que había estado viendo una y otra vez los mismos vídeos de juventud en los que, a la cabeza del cuerpo de baile de "Las Elegidas", había hecho vibrar a miles de espectadores con su talento.
Tiempos mejores.
—¿Es esa Lisa Lainard, no? —preguntó Nat tras tomar asiento a su lado. En pantalla la antigua directora del cuerpo de baile aplaudía con emoción junto al resto del público, profundamente emocionada por la magnífica exhibición que acababa de dar sus chicas—. Hacía muchísimo tiempo que no pensaba en ella.
—Yo no logro quitármela de la cabeza —confesó Jyn—. En su época fue una auténtica revelación: un genio que logró llevarnos a lo más alto... pero a costa de nuestra salud y juventud. ¿Sabes que salió a la luz que durante bastante tiempo nos estuvo dopando? Y ese no es el peor escándalo en el que se ha visto envuelta precisamente.
Nat asintió con lentitud, revolviendo en el pasado para recuperar los recuerdos de aquella época. Lo sabía, sí. De hecho, no era la primera vez que mantenían aquella charla. Durante los años que había compartido junto a Jyn habían sido muchas las ocasiones en las que la conversación había derivado al nombre de Lisa Lainard y su etapa como bailarina profesional. Jyn siempre la había tenido muy presente.
—Me pregunto qué le diría a día de hoy si volviese a cruzarme con ella... creo que seguiría sintiéndome un poco intimidada. Era una mujer increíble.
—Y una maltratadora —apuntó Nat—. Y una explotadora: está bastante bien muerta. No es que me alegre, desde luego, pero... en fin, prefiero seguir sin cruzármela. A diferencia de ti, yo sí sé qué le diría.
—Pues estoy pensando en buscarla: sé que tiene que estar en algún rincón de esta realidad, como el resto de los hombres y mujeres que murieron en manos del Fénix.
—¿Y envenenarte más? No, gracias, me gustas más así.
Jyn sonrió ante el comentario, pero no respondió. Tras finalizar el aplauso, la imagen de la gran pantalla cambió para iniciar un nuevo recuerdo en otro escenario. ¿Ostara, quizás? ¿Ballaster? Nat no era capaz de reconocer el lugar, pero por el brillo en los ojos de las jóvenes bailarinas debía tratarse de un evento muy especial para ellas.
—Ese día actuábamos para Elyana Auren, la Gran Duquesa de Ballaster. Recuerdo que le encantamos. Cuando acabó el espectáculo vino a felicitarme personalmente. Me dijo que tenía muchísimo talento... que era única. Aquella mujer siempre era muy agradable conmigo. Al menos las tres veces en las que la vi, claro.
—Era encantadora, sí —admitió Nat—. Doric le tenía muchísimo cariño... su pérdida ha sido una auténtica desgracia.
—¿Ha muerto?
La pantalla se puso en negro ante la noticia. Jyn desvió la mirada, profundamente sorprendida ante la inesperada noticia, y contempló a Nat con los ojos muy abiertos. Él, por su parte, se limitó a encogerse de hombros, con cierta diversión ante su expresión. En el fondo, la muerte no era tan terrible.
—No sé de por qué te sorprende tanto, Jyn, estaba muy mayor —dijo con rotunda sinceridad—. Era cuestión de tiempo que nos dejase. Por muy Auren que sea, esa mujer no es inmortal.
—Ya lo sé, ya, pero... ¡vaya! —Jyn negó con tristeza—. La última Auren ha caído... este es el final de una estirpe. Es una lástima escucharlo.
—Bueno, bueno, eso de que era la última... —Nat dejó escapar un profundo suspiro—. Están pasando muchas cosas ahí fuera, Jyn. Cosas extrañas que es importante que sepas... pero creo que no soy yo el más adecuado para explicártelas. ¿Sabes? Tu hermano, Olivia y yo llevamos una temporada trabajando en algo... algo que te va a encantar. —Le dedicó una amplia sonrisa llena de picardía—. ¿Qué te parece si vienes conmigo? Ya tendrás tiempo para acabar de recordar tus viejos tiempos: ahora te toca ver algo mejor. ¡Algo muchísimo mejor!
—¿Algo como qué?
Nat le hizo creer que iba a responder separando los labios, pero únicamente una carcajada escapó de su garganta. Su viejo amigo y antiguo marido la cogió de la mano y tiró de ella con suavidad, logrando al fin que después de días de encierro saliera del edificio.
—Nat, más vale que valga la pena, si no...
—Valdrá la pena, confía en mí.
El paraíso creado por Jyn se asemejaba enormemente a Hésperos, su ciudad favorita, pero a la vez tenía mucho de los lugares que su mente había querido traer del recuerdo. Lugares únicos donde no solo había sido feliz, sino que había vivido grandes momentos. Debido a ello, la Hésperos de Jyn estaba llena de teatros, de salas cinematográficas y pistas de baile. También había cabida para los grandes salones de vals, las playas y los jardines, pero lo que más destacaba era la presencia de zonas destinadas a la música y a la danza. Era, como solía decir Davin, el paraíso de las bailarinas: un lugar en el que era fácil vivir, pero no tanto ser feliz.
La ciudad se nutría de las emociones y los pensamientos de Jyn. Si un día la bailarina se levantaba con el ánimo alto, el sol refulgía y los árboles florecían. Los días más oscuros, sin embargo, todo se cubría de una neblina negra que impedía que la ciudad brillase. Consciente de ello, Jyn intentaba controlar su estado de ánimo. Trataba a toda costa de ser feliz y poder así transmitir su alegría al resto de almas, pero no era fácil. Por mucho que lo intentaba, la bailarina se sentía cada vez más atraída por la melancolía y la amargura, y la partida de Marcus no lo estaba mejorando precisamente. Cuantos más días pasaban desde la separación, peor era su humor. Irónicamente, pedirle que se fuera no había sido tan buena idea como había creído inicialmente. Para él sí, seguro, estaba convencida de que Marcus estaría bien en el mundo real, pero ella era víctima de la soledad, y en consecuencia, lo eran todos.
Por suerte, Nat y Davin habían ideado un plan con el que devolverle la sonrisa. Un plan descabellado que, aunque en un inicio les había parecido imposible, Olivia les había ayudado a llevar a cabo con la inesperada ayuda de la propia Jyn Valens, la madre de Jyn. Alguien que, aunque desde el inicio del encierro había permanecido desaparecida, había aceptado colaborar por el bien de todos, pero sobre todo del de su hija.
Y había sido con el objetivo de salvar su realidad y a Jyn de su tristeza con lo que habían cimentado su sorpresa. Una sorpresa que, tras muchas jornadas de trabajo, logró que por primera vez en mucho tiempo Jyn sonriese con sinceridad sin necesidad de que estuviese Giordano delante.
—¿Pero qué...? —balbuceó tras bajar del coche rojo con el que habían viajado hasta las afueras de la ciudad y descubrir que, alzándose en lo alto de unos impresionantes acantilados como una gran fortaleza de roca y plata, la aguardaba una réplica del Palacio Imperial—. Sol Invicto, ¿¡cómo!? ¿¡Cómo lo habéis logrado!?
—¿De veras pensabas que eras la única capaz de crear algo en esta realidad? —respondió Nat con orgullo—. Quizás no podamos hacerlo con tanta facilidad como tú, pero nos han enseñado ciertos truquillos para conseguirlo.
—¿Quién? —quiso saber con curiosidad, sin apartar la mirada del frente—. ¿Quién os ha enseñado?
Nat se encogió de hombros a modo de respuesta, respetando así al única condición que había impuesto Jyn Valens para colaborar con la causa. Por su propia salud mental, la madre de Jyn había preferido mantener las distancias, plenamente consciente de que llegaría el momento en el que tendría que volver a separarse de su hija. Su condición de viva, aunque le alegrase enormemente, creaba entre ellas una barrera que prefería no cruzar.
—¿Qué más da? ¡Vamos, la sorpresa está dentro!
—¿Hay más?
Atravesaron el muro exterior y los jardines de la mano y a la carrera, como habían hecho en tantas ocasiones en el pasado. A diferencia de Jyn, Nat solía lucir su apariencia más adulta, la que había tenido hasta su muerte. Aquel día, sin embargo, tal era su alegría al ver a Jyn feliz de nuevo que los años se iban esfumando con cada paso que daba. Cuanto más se adentraba en el palacio más joven era, y tal era su regresión física que, al atravesar las puertas y pisar al fin el suelo acristalado del vestíbulo, ya era un adolescente el que sostenía la mano de Jyn. El mismo adolescente que durante muchos años había suspirado por ella y que, una vez más, no pudo evitar que el profundo amor que le profesaba le nublase un poco la razón.
—¡Es idéntico a cómo lo recuerdo! —exclamó Jyn, paseando la mirada por absolutamente todo cuanto le rodeaba—. ¡Es increíble!
—Lógico, estamos utilizando tu memoria, Jyn —explicó Nat—. Nos hemos colado en tu mente para crear esto... y algo más. ¡Venga, vamos!
Los dos adolescentes corrieron por el acogedor interior del palacio, llenando de risas y alegría sus largos pasadizos y de vida sus estancias, hasta alcanzar la escalinata que daba acceso a la Sala del Trono. Allí, situados en cada uno de los peldaños, una decena de pretores uniformados les aguardaban con sus uniformes ceremoniales. Había dos por cada una de las Casas Pretorianas, y aunque cubrían sus rostros con los cascos reflectantes, Jyn creyó reconocerlos a todos.
Subieron la escalinata con paso lento, recreándose en el momento.
—Me siento como la emperatriz —susurró Jyn por lo bajo, incapaz de borrar la sonrisa del rostro—. Me pregunto cuántas veces subió Doric estas escaleras en su momento...
—Pues... no sé, ¿qué tal si se lo preguntas?
Los ojos de Jyn se iluminaron. La bailarina miró a Nat con perplejidad, sintiendo que el corazón se le aceleraba en el pecho, y empezó a correr. Subió las escaleras que le quedaban, tan solo una decena, a la carrera y una vez frente a las puertas de la gran Sala del Trono se detuvo para coger aire.
En su mente solo había un nombre: un nombre que se repetía una y otra vez. Doric, Doric, Doric...
Y al abrir las puertas, allí estaba: sentado en el trono de su padre, con una sonrisa en el rostro y vestido con el uniforme de gala que jamás llegó a lucir. Sobre los cabellos negros reposaba una corona, la del Emperador de Albia, y en la cara una expresión de determinación propia del señor del Imperio.
Un escalofrío recorrió el cuerpo de Jyn ante las titánicas dimensiones de la ilusión que estaba viviendo. No sabía cómo lo había hecho, pero Nat había conseguido algo increíble: algo imposible. Volver a ver a Doric, a su amado y venerado Doric, era uno de los mejores regalos que jamás podrían haberle hecho.
Se llevó las manos al pecho y apretó los labios con fuerza. Nat, a su lado, se adelantó hasta el trono. Saludó a su buen amigo con un guiño y se situó tras él, como el gran amigo protector que había sido.
—¿Qué te pasa, Jyn? ¿No vas a saludarme? —preguntó Doric al ver que la bailarina no se movía. No era capaz—. Creía que tenías ganas de verme, ¿acaso no es cierto?
—Sí, Jyn —exclamó de repente Davin a su lado, surgido de la nada—. ¡Joder, con lo que ha costado! Ve a saludarle al menos, ¿no?
Jyn asintió con rapidez, con la respiración acelerada de puro nerviosismo, y fijó la mirada en Doric. Le contempló embelesada, le sonrió... y empezó a correr hacia él. Ansiaba poder abrazarlo con todas sus fuerzas: volver a oler su perfume, escuchar su voz y sentir su calidez. Quería volver a revivirlo aunque solo fuera durante unas horas, unos minutos, unos segundos...
Pero no se lo permitieron.
En el mundo real, los astros cubrieron el brillo del Sol Invicto, tiñendo de sombras toda Gea, y la noche se hizo con el poder. La oscuridad se coronó como señora del mundo y la realidad paralela donde vivía Jyn se rompió a sus pies.
Se rompió en mil pedazos, iniciando su proceso de autodestrucción con la repentina aparición de una gran brecha en mitad de la Sala del Trono. Una brecha a la que Jyn estuvo a punto de precipitarse, pero que la rápida intervención de Olivia impidió. La pretor la cogió a tiempo, apartándola de la caída infinita que aguardaba en su interior, y la llevó hasta el pórtico de entrada, donde Davin les esperaba con el rostro desencajado. Al otro lado de la abertura, aún en el trono, Nat y Doric apenas tuvieron tiempo para ser conscientes de cómo miles de pequeñas manos blancas surgidas de la oscuridad los intentaban arrastras hacia su interior, ansiosas por lanzarlos a la destrucción total.
Al olvido.
—¡Sol Invicto! —chilló Jyn al ver cómo las manos se cerraban alrededor de las piernas de Doric y tiraban de él hacia el vacío—. ¡¡Doric, Doric!!
Lejos de ayudarle, pues en realidad aquella versión de Doric era tan irreal como cuanto les rodeaba, Nat se apresuró a correr hasta el fondo de la sala y encaramarse a una de las ventanas. Lanzó un fugaz vistazo atrás, hacia Jyn, le dedicó una fugaz sonrisa llena de nerviosismo y saltó al otro lado del cristal, perdiéndose de su alcance visual.
Perdiéndose para siempre.
—¡¡Jyn!!
Olivia y Davin se vieron obligados a sacar prácticamente a rastras a la bailarina del Palacio Imperial. Ninguno de los dos entendía qué estaba sucediendo, ni tampoco por qué a su alrededor se generaba una rotura tras otra, pero era evidente que no era producto de la mente de Jyn. La realidad se desquebrajaba, se estaba destruyendo, y la única forma de sobrevivirla era escapar.
Era abandonarla para siempre.
—¿¡Qué está pasando!? —chilló Jyn tras ser arrastrada hasta el interior del coche rojo. Olivia la lanzó sin cuidado alguno al asiento trasero mientras que Davin se ponía al volante—. ¿¡Quién lo está devorando todo!?
Había cortes de oscuridad en el cielo de cuyo interior surgían enormes manos blancas que arañaban el cielo azulado con sus uñas. Las olas caían cual cascadas en los agujeros negros que iban surgiendo en el agua mientras que los árboles de los bosques colindantes eran engullidos. El paisaje a su alrededor moría: se rompía en mil pedazos.
Era el final de todo.
Pero no se iban a rendir tan fácilmente. Consciente de que tenía que sacar viva a su hermana de aquel lugar costase lo que costase, Davin se concentró en la carretera e inició un demencial viaje a través de la realidad, esquivando los agujeros de vacío que poco a poco se iban abriendo a su alrededor. Era complicado evitarlos, pues surgían sin previo aviso, pero aún quedaba mucho de pretor en él. O al menos lo suficiente como para no perder la calma cada vez que parecían estar a punto de caer.
Vivieron con gran intensidad los que creían que iban a ser los últimos minutos de su vida. Durante el viaje Jyn gritó con todas sus fuerzas de puro terror, Olivia maldijo y Davin suspiró una y otra vez, pero por alguna extraña razón que ninguno de los tres pudo entender, lograron sobrevivir. Davin condujo durante el tiempo suficiente como para que Olivia le hiciera entender a Jyn que ella era la clave para sacarlos de allí, y tras varios minutos de concentración total y absoluta a base de pura fuerza de voluntad, la mente de la bailarina logró trazar un último camino con las piezas vivas que aún quedaban. Las unió, formando con ellas un camino de baldosas, y los tres lo atravesaron hasta alcanzar el otro extremo de la realidad.
La lluvia caía con fuerza sobre el desierto de las Estepas Dynnar cuando el coche rojo surgió de la nada. Sobrevoló la arena durante unos metros, apenas unos segundos, y se precipitó contra el suelo con violencia, sacudiendo de un lado a otro a los ocupantes en su interior. Rodó durante unos cuantos segundos más, avanzando peligrosamente hasta los límites de la montaña, hasta que al fin Davin enterró el pie en el pedal del freno. Los tres pasajeros chocaron con el cristal y los asientos traseros, quedando momentáneamente aturdidos, pero lograron salir y respirar aire puro.
Aire real.
Tan real que ninguno de los tres pudo evitar que las lágrimas brotasen de sus ojos de pura desesperación. No entendían cómo ni por qué, pero habían vuelto a la realidad. Habían sido expulsados de su encierro, y aunque así quisieran, no podían regresar.
No había dónde regresar.
—¿Estoy muerto? —preguntó Davin a Olivia, incapaz de encontrarse el pulso por más que hundía los dedos en la muñeca—. Oli, en serio, ¿estoy muerto o no? ¡No tiene sentido!
—Pues claro que estás muerto, idiota —replicó ella con sencillez, casi tan decepcionada como enfadada al comprobar que ni le latía el corazón ni tenía la necesidad de respirar. Sencillamente estaba allí, sin más, como una aparición—. ¿Qué esperabas? ¿Resucitar?
—¿Pero entonces? —insistió él, aún sentado en el suelo junto a su hermana, demasiado impactado como para comprender lo que estaba sucediendo—. ¿Qué demonios hacemos aquí si estamos muertos? ¡No tiene sentido!
—¿Y a mí que me cuentas, Davin? —respondió Olivia, alzando el tono de voz—. ¡¡Y yo que sé!! ¡¡Solo sé lo mismo que tú!! ¡El mundo ahí dentro se ha roto y ahora estamos aquí fuera, nada más!
—¡Ya, pero...!
—No discutáis —intervino Jyn, dedicándole una sonrisa nerviosa a los dos pretores—. Yo tampoco sé qué está pasando, pero creo que sé quién puede ayudarnos. —La bailarina se puso en pie y se sacudió la arena de las piernas—. A todo esto... ¿qué aspecto tengo?
Los dos pretores la miraron, y aunque hasta entonces no se habían percatado de ello, notaron algo diferente en ella. Jyn volvía a tener la edad adulta con la que había sido encerrada, la cabellera negra como el azabache y la mirada triste, pero sin embargo no eran aquellos físicos los que llamaban su atención. A diferencia de cuanto les rodeaba, que estaba teñido de colores ocres y naranjas propios del desierto, ellos tres habían perdido sus tonalidades. Ahora sencillamente eran sombras grises cuyo aspecto fantasmal evidenciaba que eran intrusos en aquella realidad.
Recuerdos que no deberían existir.
Inquieta ante la expresión de preocupación de sus compañeros, Jyn se miró las manos. Tenía los dedos de una gama de grises claros que no dejaba lugar a la duda.
—¿Qué demonios está pasando? —preguntó con nerviosismo—. ¿¡Qué es esto!?
Un crujido procedente de las ruinas captó la atención de los tres. Una nueva brecha se abrió entre dos columnas, como si de un corte en el tejido de la realidad se tratase, y de su interior empezaron a surgir pequeñas manos blancas cuyos dedos trataban de alcanzarles.
Se apresuraron a retroceder.
—¿¡Pero...!? ¿¡Pero...!? —balbuceó Jyn con nerviosismo—. ¡¡Yo creía que se iban a quedar ahí dentro!! ¡¡En el Velo!!
Poco a poco, la brecha empezó a abrirse paso entre la nada, hacia ellos.
—Pues ya ves —replicó Olivia con frialdad—. Parece que nos persiguen.
—Vale, ¡se acabó! —gritó Davin—. ¡Vámonos ya!
Se apresuraron a iniciar el descenso de la cima.
Jyn, Olivia y Davin corrieron noche y día por el desierto, escapando de las continuas fisuras de oscuridad que surgían entre las dunas. Ninguno de los tres sabía qué eran, pero sí lo que implicaba caer en sus garras. La muerte, la destrucción: el olvido. Los Dioses del Sueño habían enviado a sus secuaces para traer de regreso a los tres fugitivos, para hundirlos en el pozo de la muerte definitiva, y hasta que no lo consiguiesen, no iban a cesar en sus intentos.
Pero ellos no estaban dispuestos a aceptar aquel desenlace sin luchar.
Creyendo saber dónde encontrarían ayuda, viajaron por el oscuro desierto durante horas, sin ver en ningún momento aparecer el sol, hasta divisar en la lejanía la Fortaleza de Jade. Los humanos comunes no podían verla, pues estaba oculta a la vista por hechizos, pero su condición iba más allá de las limitaciones de los vivos. Ellos eran espectros, eran almas errantes, y aunque en el caso de Jyn aún no había cruzado la línea que separaba la vida de la muerte definitivamente, con cada minuto que pasaba mayores eran sus dudas al respecto. Y es que, teniendo en cuenta su aspecto y la pesadilla que la perseguía, ¿cómo creer que seguía con vida?
Irrumpieron en la fortaleza a la carrera, creyendo que sus puertas lograrían frenar el avance de la muerte; creyendo que aquél era un lugar seguro, y por alguna extraña razón que jamás comprenderían, lo consiguieron. Tan pronto cerraron las puertas tras de sí, sellando el edificio, la oscuridad que les perseguía quedó fuera, atrapada en el desierto.
—¿¡Hola!?
Se adentraron en el patio principal, buscando con la mirada vida en alguna de las torres. Sin el halo de luz que habitualmente iluminaba aquel lugar, la Fortaleza de Jade parecía un lugar lúgubre totalmente abandonado. Un enclave solitario en mitad de la nada que, como pronto descubrirían, llevaba meses vacío.
El Eclipse y la repentina aparición del Nuevo Imperio en el tablero de juego había obligado a sus habitantes a volver a Albia.
—¿¡Hola!? —repitió Jyn una vez más.
Pero nadie respondió.
Buscaron durante largo rato, adentrándose en cada una de las estancias, gritando una y otra vez y rezando al Sol Invicto porque alguien les esperase, pero no encontraron nada. Absolutamente nada. Desesperada, la bailarina recorrió las distintas torres, planta a planta y habitación por habitación, hasta acabar eligiendo la de Marcus como su refugio. Tomó asiento en el borde de la cama, sintiendo que la decepción y la tristeza le nublaban la mente, y se dejó caer de espaldas sobre el colchón.
Se sentía derrotada.
Olivia y Davin, por su parte, se acomodaron en el suelo, con la espalda apoyada en la pared de piedra. El viaje había sido agotador para Jyn, pero ellos no sentían ningún tipo de cansancio. Al contrario, las emociones que habían logrado sentir durante todos aquellos años en su encierro, poco a poco se estaban disipando, vaciando de calidez sus corazones.
—¿Dónde está Marcus? —murmuró Jyn con tristeza—. Creía que estaría aquí. Creía que...
—Debe estar en Albia —respondió Davin—. El Eclipse debería haber durado horas, y llevamos ya días de oscuridad. Tiene que estar pasando algo grave.
—Apesta a brujería —reflexionó Olivia. La pretor arrugó la nariz—. Brujería oscura, para ser más exactos, y los pretores existen para combatirla entre otras cosas, Jyn. Por lógica, el Emperador los habría hecho llamar a todos, incluido a Giordano. Supongo que, cuando todo pase, volverá.
—¡Pero él conocía la profecía! —insistió Jyn—. ¡Sabía que cuando se hiciera la oscuridad, nos liberaríamos!
—Ya, y después de echarle de tu lado como hiciste, ¿creías que te estaría esperando? —Davin puso los ojos en blanco—. Venga ya, Jyn: esto no funciona así.
—Además, independientemente de vuestras tonterías sentimentales, Giordano es un pretor, tiene que cumplir con su deber —sentenció Olivia—. Y pobre de él que no lo haga... pero no pongas esa cara, mujer. Calma, ¿de acuerdo? Aquí parece que estamos seguros: parece que esos seres, sean lo que sean, no pueden entrar. Intentemos aguantar el máximo posible... al menos hasta que tengamos otro plan. Quién sabe, puede que un día de estos aparezca Giordano por aquí. O Damiel o Lansel... o quien sea, da igual. Alguien.
—¿Y si nadie viene a por nosotros? —preguntó Jyn con tristeza—. ¿Y si Marcus no vuelve?
Y aunque todos sabían que era improbable, que tarde o temprano aquel hombre regresaría a por ella costase lo que costase, Olivia dijo lo que en aquel entonces la bailarina necesitaba escuchar.
—Pues iremos a por él —decidió—. Al fin y al cabo, no tenemos nada mejor que hacer, ¿no?
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