El pretor de la media luna
El pretor de la media luna
—Así que este es tu despacho, ¿eh? Me cuesta creer que Lyenor te haya dejado volver.
—¿Qué te crees que está haciendo ella ahora mismo? ¿Regar las plantas? ¡Tiene un despacho incluso mejor que el mío, Jyn!
Una carcajada sincera escapó de la garganta de la bailarina cuando su padre le guiñó el ojo. El despacho de Aidan Sumer era de mayor tamaño que el de Damiel, lo que tenía sentido teniendo en cuenta que el edificio donde se encontraba era muy nuevo. Tanto que incluso aún había salas vacías. La oficina del Programa de Protección de Testigos estaba creciendo a pasos agigantados y el gobierno había decidido trasladarlo a la sede policial de Hésperos para darle mayor visibilidad. Querían que el departamento se convirtiese en una pieza clave de las fuerzas del orden, y por el momento estaban consiguiéndolo.
—¿Y ella dónde está?
—En las oficinas que han construido junto a las ruinas del Jardín de los Susurros. Parece mentira, pero ahora que al fin tenía la oportunidad de tener un despacho en la superficie ha decidido instalarse en los sótanos. ¿Te lo puedes creer?
Jyn miró significativamente a su alrededor. Al igual que su esposa, Aidan también había acabado en el subsuelo, aunque en su caso no había sido por decisión propia.
—Eres de lo que no hay, papá.
—Bueno, ya me conoces. —Aidan ensanchó la sonrisa—. Pero siéntate, por favor, no creo que sea bueno que estés de pie tanto rato.
La ropa ya no podía disimular el vientre cada vez más abultado de la bailarina. Aunque hasta entonces había sido totalmente plano, hacía ya un mes que la curvatura era evidente. Y lo que le quedaba. El tiempo pasaba tremendamente rápido, pero por suerte para Jyn, el embarazo no le dificultaba el día a día. La bailarina seguía moviéndose con la misma libertad que de costumbre, yendo y viniendo de Lameliard a Albia sin ningún tipo de limitación, pero con cada día que pasaba, el cansancio era más evidente.
Pero por muy cansada que estuviese, sentía demasiada curiosidad por los enseres personales del despacho de su padre como para quedarse quieta. Jyn deambuló tranquilamente por la sala, revisando todos los estantes y toqueteando cuanto encontraba a su paso. Aidan tenía tantas reliquias familiares y recuerdos almacenados en aquella sala que resultaba complicado no estremecerse.
—Davin —dijo Jyn en un susurro, con la mirada fija en una fotografía en la que su hermano mayor aparecía recostado en la cama del Castra Praetoria, con el pecho totalmente vendado tras haber sido bendecido con un fragmento de Magna Lux—. ¿Cuántos años han pasado? ¿Cuarenta? ¿Cincuenta?
—Cuarenta y cinco para ser más exactos —rememoró Aidan con cariño—. Y catorce desde que nos dejó. Es increíble cómo pasa el tiempo, ¿no crees?
Jyn asintió, pero no dejó que la tristeza amargase su visita. Le dedicó una cálida sonrisa a su hermano mayor, besó el cristal y cogió otro fotografía en la que Damiel aparecía mostrando su insignia de centurión con orgullo. También habían pasado muchos años desde aquel entonces, pero el aspecto de su hermano no había variado apenas. Resultaba inquietante pensar que llevaba décadas estancado a nivel físico. Acarició la foto con la yema de los dedos, incapaz de disimular el amor que le profesaba, se volvió hacia la última.
La suya.
Jyn cogió su propia fotografía, una bonita imagen en la que aparecía danzando sobre un escenario, y negó con la cabeza. Tristemente no recordaba aquella representación, ni dónde se había celebrado ni en qué año, pero añoraba los tiempos en los que su rostro había sonreído con tanta inocencia como en la instantánea.
—¡Eres un sensiblón! —exclamó tras devolver la fotografía al estante y tomar asiento en la silla que su padre le había preparado frente a su escritorio: la mesa más grande y desordenada que había visto en años—. ¡Y un desordenado! ¡Sol Invicto, no vas a cambiar nunca!
El antiguo centurión le dedicó una sonrisa cargada de cariño.
—Es una batalla perdida, cariño: si no lo han conseguido en ochenta y cuatro años, no lo van a conseguir ahora.
—Ochenta y cuatro años... cielos, papá, ¿tanto tiempo ha pasado ya? Me cuesta creerlo.
Los ojos de la bailarina se perdieron más allá del rostro de su padre, hasta el mural negro y dorado que había colgado en la pared. En él, estrechando las manos a Albia, la Primera Emperatriz, el Sol Invicto daba su bendición a los futuros albianos. Pensativa, Jyn lo contempló durante unos segundos. En otros tiempos su mera visión habría bastado para despertar sentimientos en ella. En aquel entonces, sin embargo, sentía indiferencia. Una indiferencia que arrastraba desde la llegada del Eclipse y su liberación de la celda onírica del Fénix.
Jyn no había vuelto a ser la misma desde entonces. Ni lo era por dentro, ni tampoco por fuera. Para ella todo había cambiado en el momento en el que había quedado atrapada al otro lado del Velo. Era como si, de alguna forma, su cuerpo se hubiese quedado estancado en aquel entonces, atrapado en una realidad que no le correspondía. Ni envejecía ni rejuvenecía: simplemente estaba estática, encerrada en una especie de limbo continuo del que ni quería ni podía escapar.
—Bueno, no han sido años fáciles, es innegable, y mucho menos los últimos, pero deberías estar contenta —la animó Aidan—. Las cosas van a mejorar, te lo aseguro. El pequeño Aidan lo va a cambiar todo.
—¿El pequeño Aidan?
Una nueva carcajada sincera escapó de la garganta de la bailarina cuando su padre asintió. Varios días atrás los médicos les habían informado a ella y a Marcus del sexo del hijo que esperaban, pero no de su nombre. Por el momento, salvo Marcus y ella, no lo sabía nadie.
Y ese nadie incluía a su padre.
—Sí, claro —respondió él con rotundidad—. Me dijiste que era un niño.
—Sí, pero no su nombre, papá.
—Ya, ¿pero y qué otro nombre puede ser? —Aidan puso los ojos en blanco—. Se podría decir que, en cierto modo, soy el padre de ambos, así que...
—¡Por el Sol Invicto, no digas eso! —exclamó Jyn horrorizada—. ¡Suena fatal!
Aidan rio, encantado de conseguir provocar a su hija, pero no lo negó. En el fondo, tenía razón. Si bien Jyn se había criado con la familia Corven hasta la adolescencia, Aidan era su padre biológico. Y con Marcus parecía algo parecido. Aunque en su caso no compartían sangre, el centurión y él habían pasado tantísimo tiempo juntos que prácticamente se podía decir que lo había criado.
Pero no, no eran hermanos.
—Sabes a lo que me refiero, cariño. Te guste o no, no puede tener otro nombre.
—Y sin embargo, lo tiene.
Una mueca de incredulidad se dibujó en el rostro del pretor. Aidan se cruzó de brazos, adoptando una expresión de desconfianza, y dejó alzó las cejas.
—No me digas que le vais a llamar Luther, Jyn. Me tiro por la ventana, lo juro.
—Por el bien de tu salud mental, no, no lo vamos a llamar Luther. Ni Luther, ni Jarek, ni Damiel, ni Davin. Hemos decidido dejar de lado los nombres de la familia. Para mí solo puede haber un Damiel o un Davin, papá. O un Aidan. Todos vosotros sois demasiado especiales como para usurpar vuestros nombres.
Aunque la explicación no acababa de convencerlo, el pretor decidió no discutir la decisión de su hija. En el fondo, fuese cuál fuese su nombre, él llamaría al pequeño como quisiera, por lo que aquél no era un problema grave para él.
—¿Y entonces?
Jyn sonrió. No se había planteado confesarlo tan pronto a nadie, pero dadas las circunstancias no encontró motivo alguno para no hacerlo. Compartir con él el gran secreto sería un magnífico regalo con el que alegrarle la velada.
—Mario.
—¿Mario?
—Mario, sí.
—¿Mario Giordano Corven?
—Mario Giordano Sumer.
—¡Oh!
Aidan no pudo disimular la sonrisa de orgullo. Le tendió la mano a su hija y ella se la chocó en un gesto lleno de complicidad.
—Gracias, cariño.
—Gracias a ti por no enfadarte por ponerle el nombre del padre de Marcus en vez del tuyo. —La bailarina ensanchó la sonrisa—. Ni te acordabas, ¿verdad?
—¿Del nombre del cabrón que abandonó a su hijo después de que su hermana asesinase a toda su familia? Oh, no, cariño, no se me había olvidado, te lo aseguro, pero la decisión es vuestra.
La sonrisa de Aidan se volvió maliciosa.
—En realidad no fue del todo así, pero...
—Pero va a ser un Sumer, que es lo importante. Y como cualquier otro Sumer, os va a traer felicidad, te lo aseguro. Esa felicidad que tanto necesitáis ahora.
Jyn no negó lo evidente. No estaban siendo años sencillos para ellos. Desde que Marcus había sido destinado a la frontera con el Nuevo Imperio, las cosas se habían complicado. Los nervios de acero de Giordano eran capaces de soportar prácticamente todo, pero la tensión continua a la que se veía sometido estaba complicándolo todo. Marcus estaba llegando a su límite. Además, la distancia tampoco estaba facilitándoles que la relación mejorase. Intentaban verse siempre que era posible, pero los cambios políticos de los últimos tiempos no jugaban a su favor. Marcus rara vez tenía permiso para viajar a la capital.
—Lo que necesitamos es que le destinen a otro lugar, papá —confesó Jyn con sencillez—. Lo necesitamos de verdad.
—Cariño, ahora va a depender de otro prefecto. Teniendo en cuenta el tiempo que lleva desplazado, estoy convencido de que le concederá la posibilidad de regresar a Hésperos si así lo desea. Pero tampoco quiero que te engañes: ya sabes cómo es Marcus. No puedes encerrarlo en el mismo sitio durante demasiado tiempo, no lo soporta. Él necesita perderse.
—Los dos lo necesitamos en realidad —confesó Jyn—. Aunque cueste de creer, éramos felices cuando venía a visitarme al otro lado del Velo. Allí nada nos molestaba, nada nos preocupaba. Sencillamente estábamos el uno con el otro y lo demás daba igual.
Las noches juntos tumbados en la orilla de la playa, escuchando el rugir de las olas y disfrutando de la compañía del otro. Las confesiones frente a la hoguera, los besos bajo el cielo estrellado, las manos entrelazadas, las caricias a medianoche, las confesiones al oído...
Habían sido muy felices en aquella burbuja. Tan felices que Jyn no había tenido más remedio que expulsar a Giordano antes de que se hiciese adicto. Él seguía estando vivo mientras que ella rozaba la muerte con la punta de los dedos, por lo que no podía permitir que lo perdiera todo por un sueño inalcanzable. Le quería demasiado como para dejar que se destruyese de aquella forma.
Por suerte, con la llegada del Eclipse todo había cambiado. Jyn había logrado escapar y al fin habían vuelto a reencontrarse. La vida les había dado una segunda oportunidad, pero el conflicto entre Albia y Solaris amenazaba con destruirla.
—Quizás tuvieseis esa sensación, Jyn, pero nada de aquello era real. Todo lo que vivisteis allí era poco más que un sueño. Pero lo de ahora sí es real, y ese pequeño Mario que traes lo va a cambiar todo, te lo aseguro. Las cosas volverán a ir bien, te lo prometo, recuperaréis el tiempo perdido... pero apuesto a que no estás aquí para pedirme que mueva los hilos con Giordano. Obviamente, para eso habrías ido a ver a tu hermano, no a mí.
Jyn sonrió.
—Qué listo eres, papá.
—Un auténtico genio. Venga, explícamelo: ¿qué pasa?
Aunque conocer su oficina era uno de los grandes motivos por los que había decidido ir a visitarle, sin contar las ganas que tenía de pasar un rato con su padre a solas y poder disfrutar de su ingenio y calidez, lo cierto era que había un tercer motivo. Algo que, aunque la perturbaba desde hacía mucho tiempo, en los últimos días se había agravado hasta el punto de decidir pedir consejo.
Cruzó los brazos sobre el pecho, adoptando la misma postura defensiva que su padre anteriormente, y apoyó la espalda en el respaldo para tomar más distancia. Respiró hondo.
—Lo que te voy a decir no puede salir de aquí, ¿queda claro? —dijo en tono severo.
—¡A sus órdenes, señorita!
—Ni a Damiel, ni mucho menos a Lyenor.
—Que sí, a nadie.
—Júralo.
Aidan se llevó la mano al pecho.
—Lo juro por el Sol Invicto.
—¡Anda ya! Ese juramento a mí no me vale. Por Davin, júralo por él.
A pesar de saber que su padre jamás la traicionaría, Jyn no se quedó tranquila hasta que no le escuchó pronunciar el nombre de su hermano. Y como siempre, lo hizo con tal mezcla de cariño y tristeza que logró estremecerla.
—¿Te vale así?
—Me vale así, sí... —Jyn respiró hondo—. Cabe la posibilidad de que te enfades conmigo por no habértelo contado antes... o quizás te dé totalmente igual y creas que soy medio idiota, pero debes comprender las circunstancias. Tú lo has dicho, no han sido años fáciles, así que...
—No me asustes, Jyn.
La bailarina negó con la cabeza, tratando de quitarle importancia. Se levantó hasta la puerta y la cerró no sin antes echar un rápido vistazo al silencioso pasadizo. En el fondo a nadie le iba importaba lo que tenía que contar, pero no quería compartir su secreto. Era demasiado íntimo.
Regresó a la silla y tomó asiento bajo la atenta mirada de Aidan.
—No te hemos ocultado ningún asesinato ni nada por el estilo, tranquilo. Ni tampoco hemos cometido traición. Estamos limpios, palabra. Es solo que... bueno, ¿cómo decirlo? —Jyn se encogió de hombros—. Desde que volví las cosas no han sido del todo... normales.
La expresión de Aidan se endureció.
—¿A qué te refieres con normales?
—Imagino que es la consecuencia de haber estado tanto tiempo al otro lado del Velo, pero a veces tengo extrañas sensaciones... sensaciones de más allá del Velo. Al principio pensé que era normal, que era cuestión de tiempo de que desapareciesen, había pasado mucho tiempo encerrada, pero me equivocaba. Nunca desaparecieron, nunca aminoraron. Siempre están a mi alrededor, muy presentes, como ventanas al otro mundo que de vez en cuando se abren para que me asome. Y es extraño... escalofriante a veces incluso. Tengo la sensación de que siempre hay cientos de manos intentando atraparme, pero he acostumbrado a vivir con ello. —Jyn se encogió de hombros—. Me he informado y parece ser que hay más gente a la que le sucede. Gente con una sensibilidad "diferente".
Aidan asintió. Aunque no había conocido a nadie que hubiese pasado por las mismas circunstancias que su hija, sí que era sabía de la existencia de personas con aquella capacidad. De hecho, la mayoría de ellos acababan formando parte de la Academia o de la Casa del Sol Invicto, pero también había civiles con cierto potencial.
—Teniendo en cuenta lo que te pasó, no me sorprende.
—Ya, a mí tampoco. La cuestión es que desde que he vuelto, a Marcus le han empezado a pasar cosas extrañas. Cuando está a punto de quedarse dormido dice escuchar y sentir cosas... ver personas a su alrededor. —Jyn hizo un alto—. Siempre le digo que en realidad ya está dormido y está soñando, pero él insiste en que no, en que cuando baja la guardia algo le intenta acechar. —Bajó el tono de voz—. Manos blancas, papá. Las mismas manos blancas que me perseguían... las mismas que me acosan a diario. —Recuperó el tono—. Intento no darle demasiada importancia para que no se preocupe. Bastante tiene ya, pero siempre lo tengo muy presente. Es como si mi compañía le estuviese dañando... como si le estuviese contaminando.
Aidan se movió con inquietud en la silla.
—Es escalofriante, la verdad. Te diría que exageras, pero sé que no eres de esas. ¿Habéis hablado con algún magus?
—Deberíamos, pero a Marcus no le hace mucha gracia. Además, dice que si en el fondo son solo sueños, ¿para qué necesitamos su consejo? —Jyn dejó escapar un suspiro—. Sabes cómo es, es listo como un zorro. Sabe que intento protegerlo y se deja. No obstante, aunque esto no es poco, estoy aquí por otro motivo. O al menos no solo por este.
—Ah, pero que hay más.
Jyn dejó escapar una carcajada nerviosa.
—Me temo que sí. Verás, papá, hace unas semanas que Marcus tiene un sueño recurrente. Un sueño en el que ve una versión de sí mismo más joven, de veinte años más o menos, uniformado totalmente de negro y con una marca en la frente. Tiene una especie de luna plateada. La cuestión es que en el sueño, Marus se encuentra en lo alto de un claro, combatiendo con un gladio ceremonial de pretor... contra Lucian Auren. Y no hablo de Lucian Auren padre: hablo del hijo.
—¿El Emperador de Solaris?
Jyn asintió con gravedad, logrando que un escalofrío recorriese la espalda de su padre.
—Sí. Auren aparece mayor, con unos cuarenta o cuenta y pico años, y están luchando. Personalmente creo que combaten entre ellos, pero no lo tengo muy claro. Marcus dice que cabe la posibilidad de que lo hagan juntos contra algo. —Jyn se encogió de hombros—. Sea como sea, lleva semanas soñando con lo mismo, y aunque suene extraño, yo también he tenido el mismo sueño. Puede que sea porque me lo ha contado en varias ocasiones y me estoy obsesionando, pero... —Hizo un nuevo alto—. No sé. Tengo un mal presentimiento.
Impactado ante la historia, Aidan no supo qué responder. A su modo de ver, los sueños eran sueños, nada más. Producto de las obsesiones y las preocupaciones. Marcus vivía obsesionado con el Nuevo Imperio, por lo que no era de sorprender que Lucian Auren fuera el protagonista de sus sueños. No obstante, en el momento en el que Jyn entraba en la ecuación, todo cambiaba.
No podía ser casual que ambos hubiesen soñado lo mismo.
—¿Qué crees? —quiso saber el pretor, tratando de mantener su mente en blanco antes de empezar a hacer cábalas—. Con la mano en el corazón, Jyn, ¿crees que es una casualidad?
—Pues... —La bailarina se puso en pie, pensativa, y deambuló por la sala en silencio. Sus manos, hasta entonces unidas, se deslizaron hasta rodear su vientre—. Creo que probablemente es la consecuencia de nuestros miedos. Vamos a ser padres, pero no dejamos de ser las mismas personas que fuimos en el pasado, y lo que Marcus más teme en esta vida es que Mario siga sus pasos. No quiere que sea un pretor: no quiere que esté cerca del campo de batalla, y Lucian Auren es el motivo. La guerra y lo sucedido con Doric nos marcó a todos demasiado.
—Y lo peor que os podría pasar es que, además de ser un pretor, se uniera a Lucian Auren —sentenció Aidan—. Porque Jyn, cariño, ambos sabemos que el chico al que ve Marcus en su sueño no es él.
La mujer asintió con gravedad. No podía negar lo evidente. Marcus estaba convencido de que se trataba de una versión distorsionada de sí mismo, y en cierto modo podía ser cierto. En su sueño, el muchacho de la luna en la frente era prácticamente un calco al pretor. Sin embargo, Jyn sabía que no era él. El joven al que habían visto era su futuro hijo, no Marcus.
—Estoy casi convencida de que es Mario —admitió en apenas un susurro.
—Y probablemente lo sea. —Aidan negó suavemente con la cabeza. Acudió a su encuentro para tomar sus manos—. Jyn, cariño, estáis asustados, solo es eso. La magia que te ha otorgado tu encierro más allá del Velo está descontrolada. Os hace ver cosas que no entendéis y os asustan, lo que ha provocado que al final estéis canalizando vuestras preocupaciones a través de los sueños. Pero por terribles que parezcan, no dejan de ser eso: miedos convertidos en imágenes.
—¿Tú crees?
Los ojos negros de Jyn refulgieron con un halo de inocencia, desesperada por recibir el calor y la protección de su padre. Aidan se agachó para poder quedar a su altura y besó con ternura su frente.
—Confía en mí.
—Es lo que quiero pensar, pero no puedo evitar tener miedo. Marcus está desquiciado.
—Lo que Marcus necesita es estar con su esposa y su futur...
—¿Esposa?
La palabra logró cortar los temores de Jyn de raíz. La bailarina arqueó las cejas con sorpresa y se apresuró a negar con la cabeza.
—No soy su esposa, papá, ya lo sabes.
—De momento —aseguró él—. Teniendo en cuenta lo que me has hecho con lo del nombre de mi nieto, dudo mucho que vayas a negarme ese caprichito, cariño.
Jyn alzó aún más las cejas, adoptando una expresión peligrosa.
—A lo que iba... —Se apresuró a continuar Aidan antes de que los ojos de su hija se encendiesen con esa furia tan propia de los Valens que tanto la caracterizaba—. Marcus necesita estar contigo y alejarse de la frontera para poder serenarse. Esa zona es un nido de víboras y de espías, Jyn; ya lleva demasiado tiempo allí. Volver a Hésperos una temporada le vendrá bien. A los dos, de hecho, se lo ha ganado.
Las palabras de Aidan lograron serenarla. Jyn asintió con suavidad, de acuerdo con él, y le abrazó. Apoyó la cabeza sobre su hombro.
—Lo sé, papá, pero por desgracia alguien tiene que hacer esa labor. No creas que no ha pedido volver. Habló en varias ocasiones con Katrina Aesling, pero la respuesta siempre fue la misma: necesitamos a agentes ya experimentados y de confianza en la frontera. Y lo entiendo, por supuesto, soy la primera que le pegaría un tiro a ese Lucian Auren y acabaría de una vez por todas con todo esto, pero...
Aidan no pudo evitar que un suspiro disconforme cortara el discurso de su hija. Jyn se apartó con sorpresa para mirarle a la cara, creyendo leer en los ojos de su padre el significado de aquel gesto. Perpleja, negó bruscamente con la cabeza.
Se apartó de su alcance.
—Puede que haya sido un poco brusca, es cierto, pero entre tú y yo, papá, se acabarían nuestros problemas de raíz.
—Acabar con Lucian Auren no implica borrar a Volkovia del mapa, Jyn.
—¡A la mierda con Volkovia! Hay un océano de por medio: no son un problema. Además, en el momento en el que Albia vuelva a reunificarse, estaremos preparados para hacerles frente. Pero Lucian Auren... él es otra historia, papá.
De nuevo la expresión de Aidan delató su disconformidad. El discurso de su hija no era descabellado, ni tampoco era la primera vez que lo escuchaba, pero con el paso del tiempo y la experiencia adquirida Aidan había logrado ver más allá del rencor y del odio. Había logrado dejar de lado los sentimientos para poder analizar con frialdad la situación política, y no cabía la menor duda de que, les gustase o no, la solución a sus problemas no era acabar con Lucian Auren. Albia no necesitaba abrir más frentes de los que ya tenía.
—Lucian no tiene secuestrado a su pueblo, Jyn —explicó con cautela—. El Nuevo Imperio lo apoya libremente. Y si lo hacen a día de hoy, imagina cuál sería su reacción si su joven emperador fuese asesinado. —Aidan negó con la cabeza—. Coincido contigo en que la mejor forma de hacer frente a Volkovia es reunificando el país, pero quizás no tenga que hacerse por la fuerza.
Su respuesta logró ensombrecer la expresión de la bailarina. Siempre había sospechado que en el fondo de su alma a su padre le atormentaba el haber traicionado a Lucian Auren para posicionarse del lado de Doric Auren. Durante los años como legatus, Lucian había ayudado enormemente a Aidan en su carrera como pretor. De hecho, tanto a él como a Luther Valens los había considerado hombres de confianza. Sin embargo, su posicionamiento en la guerra había sido más un deber que una decisión personal después de ver cómo en el tirano en el que se había comportado, por lo que a Jyn le costaba entender aquel sentimiento.
Matarlo había sido lo mejor que había hecho Albia en las últimas décadas.
—¿Es necesario que te recuerde de quién es hijo ese chico?
—Para nada, lo tengo muy presente. —El centurión dejó escapar un largo suspiro—. No olvido lo que sucedió, Jyn, ni todo el daño que nos hizo. Jamás podré perdonarle lo que le hizo a tu hermano, ni tampoco lo que provocó a nuestra patria y a nuestra familia. Sin embargo, no podemos culpar a su hijo de los errores que cometió su padre. No es justo. Ese joven tiene derecho a tener su propia oportunidad de demostrar qué clase de hombre es.
Jyn separó los labios, dispuesta a responder un auténtico torrente de palabras cargadas de odio y rencor, pero un suave movimiento en su vientre la interrumpió. La bailarina desvió la mirada hacia su vestido y, olvidándose por completo de la conversación, apoyó la mano sobre la pequeña curvatura donde Mario se movía nerviosamente. No era la primera vez que lo sentía, pero en aquel entonces su intervención le pareció de lo más acertada. Su pequeño iba a ser un hombre de paz, estaba convencida, e incluso antes de nacer ya lo estaba demostrando al impedir que discutiese con su padre.
—Estás loco —dijo con sencillez—, pero te aseguro que Lucian Auren no va a ocupar ni un minuto más de mi tiempo. No se lo merece. Marcus, en cambio, lo merece todo. Sé que no debería pedírtelo, ¿pero hablarás con Damiel para que lo trasladen? Podría hacerlo yo, pero...
—Dalo por hecho. Es más, estoy casi convencido de que ya ha tomado esa decisión por sí solo, pero si no lo ha hecho, le ayudaré a ello.
—Gracias, papá, sabía que podía contar contigo. —Jyn volvió a acercarse a él para besarle la mejilla—. Y lo de los sueños... ¿me prometes que no significa nada? ¿Qué simplemente nos estamos obsesionando?
Aunque podría haber mentido, Aidan prefirió no hacerlo. En lugar de ello se acercó a una de las estanterías y cogió uno de tantos cuadernos que había almacenados. Para sorpresa de Jyn, se trataba de una agenda telefónica. Aidan revisó los números que tenía apuntados y tras varios minutos de búsqueda por las páginas ya amarillentas, dio con el que buscaba.
Señaló el nombre que había junto a los dígitos con el dedo índice.
—Es amiga mía —explicó—, y una maga con gran potencial. Le consultaré lo que me has contado, a ver qué me puede decir. De todos modos, no le des demasiada importancia, estoy convencido de que no es grave.
Jyn asintió agradecida.
—¿Sabes lo que más me llama la atención del sueño, papá? La marca de su frente. ¿Por qué es una luna? No significa nada para mí.
Aidan rodeó sus hombros con el brazo y la abrazó.
—Eso crees, cariño, eso crees. Seguro que tiene algún significado, tenlo por seguro. La simbología es clave para poder entender el auténtico significado oculto de los mensajes. Pero lo dicho, déjalo en mis manos, ¿vale? Yo me ocupo de todo...
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top