Capítulo 39 - Lira
¡Hola! Hoy os traigo el último capítulo de Cantos de Sirena :) Viene en una época muy complicada de la que no hace falta que hable, ya que todos conocéis, pero que está siendo especialmente difícil en España. A pesar de ello, aquí seguimos aguantando hasta el final :)
Y aunque hace una semana mi empresa cerró y me fui temporalmente a la calle... este lunes regreso :) Cosas de que no puedan vivir sin una! Jajajaja :) Así que nada, dentro de lo que cabe estoy contenta, aunque creo que este cambio de última hora me hará disminuir el ritmo con el que estaba avanzando la historia con la que estoy ahora... porque esto no acaba aquí, claro :) Peeeero ya habrá tiempo para que os hable de ella... de momento, a disfrutar con el desenlace de la historia :)
Un beso a todos!
Capítulo 39 – Lira, 1.831, Solaris, Nuevo Imperio
Lira comprobaba el cargador de una de sus pistolas mientras el coche avanzaba a gran velocidad hacia el Palacio de Verano de los Auren. El Palacio donde Nyxia De Valefort se había enamorado de Lucian Auren padre.
Se decía que allí se había fundado el Nuevo Imperio, y en cierto modo el que en los próximos años fuese a convertirse en la residencia de Nyxia De Valefort y Loder Hexet así lo confirmaba. En aquel lugar había empezado todo años atrás, y el poder pisarlo resultaba de lo más excitante.
De hecho, todo aquel viaje era muy excitante. A lo largo de su corta vida Lira había llevado a cabo misiones de lo más interesantes, relacionándose con todo tipo de personalidades, pero aquello estaba a otro nivel.
—Lucian Auren y esa joven se encuentran en el Palacio, comiendo en uno de los salones. Lo hemos dispuesto todo para que, mientras que Hadrian Gelt saca a su Majestad del salón, tú...
—¿Hadrian Gelt? ¿Gelt como Florian Gelt?
Sentado en la butaca de copiloto y con su habitual mirada gélida clavándose en los ojos de Lira a través del retrovisor, Eryn Cabal alzó una de las cejas a modo de advertencia. Le había costado aceptar que fuese la joven volkoviana la que llevase a cabo la operación. Le había costado enormemente, pues en el fondo era la seguridad de su señor la que estaba en juego, pero entendía la motivación de Loder Hexet. En caso de que las cosas saliesen mal era mucho mejor que fuese un extranjero el que hubiese atentado contra la vida de la "novia" del emperador a que fuese alguien de su propio Imperio. La traición se pagaba cara en Solaris. Además, después de la muerte de Iliana Fedora era comprensible que Volkovia quisiera venganza. Si era cierto que aquella mujer estaba detrás de su vil asesinato, y todo apuntaba a que así era, era lo justo.
¿Pero realmente aquella joven estaba capacitada? Eryn Cabal, el líder de la Inteligencia Imperial del Nuevo Imperio de Solaris, tenía serias dudas. Había oído hablar de ella, por supuesto, el nombre de Lira resonaba cada vez con mayor fuerza por toda Gea, pero no tenía claro que fuese capaz de enfrentarse a un ser tan poderoso como decían que era la tal Valeria. Al fin y al cabo, ¿acaso no era una jovencita de poco menos de veinte años? Le sorprendía que el voivoda confiase tantísimo en alguien como ella...
Claro que, siendo la favorita de Diana, todo era posible. Porque Diana no era tonta, eso lo tenía claro. Eryn y ella habían coincidido durante poco tiempo, pero los meses que había estado bajo su cargo había demostrado que, además de una gran bocaza, aquella mujer era muy astuta.
—Es un Gelt, sí —aclaró—, pero eso no es algo que te deba importar.
—¿Pero hablamos de Florian Gelt, el caballero-piloto? ¿El antiguo decurión de la Aurora? El amigo de Nyxia De...
—¡He dicho que no es asunto tuyo! —interrumpió Cabal con brusquedad—. Concéntrate, ¿quieres?
—¡A sus órdenes, jefe! —se burló Lira.
La arpía guardó sus armas y desvió la mirada hacia la ventana. En la lejanía ya se veían los altos muros que rodeaban la imponente fortaleza que era el Palacio de Verano de Delfis.
—Entonces, cuando Gelt saque a Lucian del salón, será mi turno, ¿verdad? Entraré por la terraza y me encargaré de esa bruja.
—Es la idea, sí —confirmó Eryn—. Es probable que intente huir a través de la playa, así que he apostado a mis hombres para que no pueda hacerlo. Recuerdas tu cometido, ¿verdad? No vas a poder matarla, tienes que desterrarla. No es una mortal normal y corri...
—Sí, sí —interrumpió Lira, restándole importancia—. Lo sé, ha sido el voivoda quien lo ha descubierto, ¿recuerdas? —Le guiñó el ojo, provocadora—. Sé perfectamente a lo que me enfrento.
En realidad no tenía toda la información que hubiese querido, pero no iba a mostrar debilidad ante Eryn Cabal. Antes de partir de Arkengrad el voivoda la había hecho llamar para informarla sobre la auténtica identidad de la famosa Valeria, y aunque en ningún momento había sido del todo claro sobre cuál era su naturaleza, en la mente de Lira aquella mujer era algo parecido a una bruja del océano: una demente del otro lado del Velo que se había obsesionado con el joven Auren y que no había dudado en eliminar a Iliana con tal de allanarse el camino.
—Su nombre es Scyla y su poder va creciendo cuanto más tiempo pasa en nuestro plano —le había explicado el voivoda, mucho más serio de lo habitual—. Es un ser peligroso, con capacidades para dominar el océano y las mentes humanas. Probablemente no lo intente contigo, pues necesita cierto tiempo para conseguirlo, pero es innegable que tiene dominado a Lucian Auren. Es vital que lo separes de ella, de lo contrario intentará defenderla.
—Y no queremos hacerle daño, claro.
El voivoda no pudo evitar reír ante su comentario.
—No, Lira, no queremos hacerle daño... de momento. Atraerás a ese ser hasta la playa, donde previamente nuestros amigos del Nuevo Imperio habrán trazado un círculo de dominación. He informado a Loder Hexet sobre cómo debe hacerse, así que...
—¿Loder Hexet está metido en esto?
—¿A ti qué te parece? Es su hijo el que está en peligro.
—¿Y por qué no lo hacen ellos entonces? ¿Por qué tenemos que ir hasta allí nos...?
—Hay oportunidades que no se deben perder, querida Lira. Podríamos mostrarles cómo vencerla, pero pudiendo hacerlo nosotros, ¿por qué no ayudar a nuestros amigos?
Aquel favor les iba a salir caro, estaba convencida. El voivoda no daba punzadas sin hilo, y el que la hubiese elegido a ella para ejecutar aquella operación era un auténtico orgullo. Al fin y al cabo, ¿cuántas ocasiones tenía una agente como ella de salvar a un emperador?
—Deja a Scyla en mis manos, Cabal —dijo con seguridad—. Yo me encargo de ella. Tú mantén al emperador lejos, ¿podrás?
—¿A ti qué te parece? —El agente puso los ojos en blanco—. En fin, espero que además de una bocazas, seas buena, de lo contrario vas a acabar en el fondo del mar.
—¿Yo? —Lira rio, y sí, fue una risa nerviosa—. Más quisieras, Cabal, más quisieras... mira y aprende.
La agente dejó el coche a cierta distancia del muro, lo que le permitió trazar los últimos metros a pie. Recorrió el complejo con rapidez, descubriendo por el camino a un auténtico abanico de agentes apostados por los alrededores del edificio donde se estaba celebrando la romántica comida, y siguió hasta alcanzar la playa. Allí, tal y como había previsto, había unas escaleras que daban acceso a la terraza del salón. Y junto a estas, en el lateral derecho, inscrito con tinta negra sobre la arena, había un círculo mágico.
Lira se acercó para mirarlo algo más de cerca. A su modo de ver se trataba de un simple dibujo lleno de runas y de símbolos arcanos, pero no parecía tener poder alguno. A pesar de ello, no desconfió de la palabra de su voivoda. Si aquel círculo era la clave para vencer a Scyla, no dudaría en utilizarlo.
Una vez comprobado que el círculo estuviese completo y que los agentes del regente Loder Hexet estuviesen situados en sus posiciones, preparados para intervenir en caso de necesidad, Lira ascendió las escaleras con sigilo y se adentró en la terraza de piedra. Conectando con el salón había una puerta de madera a través de cuyo cristal central, una esfera tintada de dorado que simbolizaba un sol, pudo ver el interior de la sala.
Y allí estaban los dos enamorados. El uno frente al otro, sentados alrededor de una elegante mesa revestida con los colores azul y dorado, comiendo tranquilamente y conversando entre susurros. Ella era una auténtica belleza, alta, delgada, con un rostro de ensueño y una larga cabellera caoba que caía sobre sus hombros desnudos. Vestía con un precioso traje verde escamado que irradiaba destellos de luz con los rayos del sol, zapatos de tacón y un bonito colgante al cuello que reposaba sobre su pecho. Era, sin duda, impresionante. Tan impresionante que incluso a su lado el apuesto emperador Lucian Auren, todo majestuosidad y elegancia con su traje negro, quedaba eclipsado.
Era fascinante. Acuclillada junto a la puerta para que no pudieran verla, Lira permaneció unos segundos mirando a Scyla, embobada por su increíble encanto. Entendía que Lucian Auren se hubiese fijado en ella, aquella mujer estaba envuelta por un halo mágico tan potente que resultaba complicado apartar la vista de ella.
Era como un gran imán de cuya atracción nadie podía escapar...
Pero aquello tenía que acabar. Era antinatural, era evidente. Su magia era tan poderosa que más allá del impacto inicial, Lira se sintió intimidada. El voivoda tenía razón al decir que aquella mujer debía ser eliminada: mientras permaneciese a su lado, el emperador de Solaris estaría a su merced. Haría cuando ella le pidiese, y eso era peligroso.
Demasiado peligroso.
Mucho mejor que estuviese voivoda controlando los hilos desde la distancia.
Lira comprobó su crono y desenfundó sus dos pistolas. Respiró hondo. Inmediatamente después, el sonido de unos nudillos sobre la puerta captó la atención de los dos presentes. Lucian y Scyla volvieron la mirada hacia la entrada y bajo el umbral de la puerta vieron aparecer la cabeza de un joven de cabello castaño. Hadrian Gelt, supuso Lira. El hombre pidió a Lucian que le acompañara fuera, que tenían que hablar, y aunque este en un principio el monarca se resistió, finalmente lo convenció. Ambos salieron y, tal y como una puerta se cerraba, la otra se abrió.
Lira irrumpió en la sala con las dos pistolas por delante y una petulante sonrisa en los labios.
—Vaya, vaya, vaya, ¿quién tenemos aquí? —dijo, logrando con ello captar la atención de Scyla.
Y sin más, disparó. Disparó sus dos armas una y otra vez, pero las balas no lograron alcanzar a su objetivo. Ante ella, surgida de la nada, un muro de agua protegió a su señora. Lira disparó una vez más y, tal y como le había advertido el voivoda, sustituyó las pistolas por un puñal. Los ojos de Scyla refulgieron al ver el brillo del arma.
—Apestas a Volkovia —le espetó Scyla, poniéndose en pie. La mujer empujó la silla con las piernas, propulsándola hasta el fondo de la sala, y se volvió hacia ella—. Pero tu hedor es mayor que el de esa bastarda de Fedora... a pesar de ello, seguiréis el mismo destino, tranquila.
Aunque Lira no llegó a escucharlo, al otro lado de la puerta Lucian Auren, alertado por los disparos, intentó entrar en el salón. Le cegaba la desesperación de creer que alguien pudiese estar atacando a su amada. Por suerte, su buen amigo Hadrian Gelt logró detenerlo. Los dos jóvenes forcejearon en el pasadizo, y durante varios minutos pelearon entre ellos, consiguiendo, a pesar de todo, de que el emperador no fuese testigo de lo que ocurría en el salón. Y es que, aunque en un inicio había tratado de mantener su mascarada, el fervor de Lira provocó que Scyla no tardase en mostrar su auténtico rostro. La mujer dejó de lado su apariencia de mortal para mostrar abiertamente el poder que se hallaba en su interior. Un poder que, surgido de las profundidades del océano, la convertía en una de las brujas más poderosas que por aquel entonces caminaban sobre Gea.
Por desgracia para ella, Lira era una experta en la materia. Después de ver a Nessa en acción ya no había nada que la asustase, y mucho menos aquella mujer de cabellera roja.
Combatieron ferozmente, empleando en ello todo el poder que albergaban en su interior. Lira era pura astucia y agilidad, saltaba de un lado a otro, esquivando sus ataques y combinándolos con otros propios, sin llegar a alcanzarla en ningún momento. Scyla, sin embargo, era pura magia. Creía poder vencer con relativa facilidad a la arpía, pero al ver que esta esquivaba y resistía los primeros ataques, la rabia empezó a consumirla. La bruja concentró todos sus sentidos en ella, olvidando momentáneamente cuanto le rodeaba, quedando aislada de la realidad que las rodeaba. Una realidad en la que, surgido de las sombras y de las ventanas, uno a uno los hombres de Eryn Cabal fueron uniéndose al combate.
Rodearon a Scyla. La arrinconaron, y aunque ella trató de resistir al ataque combinado de las fuerzas de Volkovia con Solaris, ni tan siquiera su poderosa magia logró detenerlo. Lira cargó sobre ella una y otra vez, obligándola a retroceder, hasta provocar que iniciase su fuga.
La tan ansiada fuga.
Scyla atravesó la puerta que daba a la terraza, conducida indirectamente tanto por los agentes como por la arpía, y una vez en el exterior, bajo la luz del sol, dirigió su mirada hacia el mar: su única vía de escape. Intentó correr hacia allí... pero en plena huida, mientras descendía las escaleras, Lira volvió a caer sobre ella. La agente la embistió de lado y ambas cayeron por el lateral varios metros, hasta alcanzar la arena de la playa. La volkoviana rodó por el suelo, dolorida por el impacto, pero rápidamente se incorporó con el cuchillo en la mano. Scyla, sin embargo, no se movió. Aunque ella también cayó, su cuerpo quedó atrapado dentro de los límites del círculo, convirtiéndose en su prisionera.
Los puños de la bruja golpearon con fuerza el muro invisible que conformaba la línea del círculo a su alrededor en un intento desesperado por escapar. Lo golpeó una y otra vez, cada vez con mayor desesperación, hasta que al fin sus ojos volaron al suelo y bajo sus pies descubrió la inscripción.
La desesperación se dibujó en sus ojos.
—¡¡Suéltame!! —gritó con rabia— ¡¡Suéltame ahora mismo, arpía!! ¡¡Suéltame o lo lamentarás eternamente!!
—¿Soltarte? —replicó Lira no sin diversión. Le resbalaba la sangre por los labios, pero no le importaba. Tal era su nivel de satisfacción que, más que nunca, estaba exultante—. ¿Y por qué iba a hacer tal cosa? ¿Me tomas por estúpida acaso?
—¡¡Suéltame!! —volvió a gritar, y esta vez su voz sonó como un trueno en la playa—. ¡¡Suéltame, maldita mortal!! ¡¡No sabes lo que estás haciendo!! ¡¡No lo entiendes!! ¡¡El futuro de vuestra especie está en mis manos! ¡¡Habéis iniciado una senda que no vais a poder recorrer sin mi ayuda!! ¡¡Avanzáis hacia la oscuridad!! ¡¡Lo hacéis día tras día!! ¡¡Las fuerzas del mal...!!
—¡Mataste a Iliana! —interrumpió ella, alzando la voz—. ¡Tú la mataste! ¡Ella era inocente! ¡Jamás habría hecho daño a nadie!
—¡¡Tuve que hacerlo, no me dejó otra opción!! —admitió Scyla—. ¡¡Jamás debería haberse interpuesto!! ¡¡Jamás!! ¡¡Lucian Auren...!!
Antes de que sus gritos pudiesen ir a más, Lira alzó el arma y la dirigió hacia su garganta, dispuesta a silenciar para siempre su voz. Para acabar de una vez por todas con aquella cantinela. Sin embargo, algo la detuvo. Una mano se cerró tras su muñeca y, aunque ella forcejeó, no logró liberarse de la presa.
Al volver la vista atrás descubrió que, recortado contra el océano, la imponente figura de Lucian Auren se encontraba tras ella. Estaba a su lado, sujetándola, sosteniendo su mano con todas sus fuerzas... pero ya no había brillo alguno en su mirada. El combate había dado al traste con el hechizo de Scyla y tras semanas de control, el emperador de Solaris volvía a ser libre.
Y estaba muy furioso.
Apartó el brazo de Lira con brusquedad, haciéndola retroceder unos pasos, y le arrebató el cuchillo. Acto seguido, interponiéndose entre la arpía y la bruja, alzó el arma hacia su garganta, obligándola alzar la cabeza para evitar que el filo se clavase en su piel.
—¡¡Lucian, no!! ¡¡No lo hagas!!
—¿¡Es cierto lo que dice!? ¿¡Mataste a Iliana!? ¿¡La mataste, Valeria!?
Lira quiso intervenir, pero Lucian no se le dio opción. Apretó con fuerza el puñal del arma, cegado por la rabia, y lo hundió en el cuello de Scyla sin tan siquiera darle opción a que respondiese. En el fondo, conocía la respuesta. La conocía perfectamente. Clavó el arma hasta la empuñadura, dejando escapar un grito de rabia con ello, y permaneció rígido durante los escasos segundos en los que el aullido de dolor de Scyla asoló toda la playa. La arena se alzó, formando torbellinos dorados a su alrededor, y el mar se embraveció. Las olas aullaron, el viento ululó de pura furia... y tal y como había aparecido, la bruja desapareció convertida en polvo, desmoronándose a los pies del emperador.
Lucian aguardó unos segundos más, con el arma aún clavada en el aire, hasta que finalmente la rabia no pudo contener más la tristeza de conocer al fin la verdad. Había pasado semanas cegado, incapaz de comprender lo que sucedía a su alrededor, pero ahora que al fin había podido ver la verdad, era demasiado dolorosa como para poder soportarla.
—Iliana... —murmuró.
Y consiguiendo con ello que Lira descubriese que realmente había querido a la volkoviana, Lucian Auren se derrumbó de rodillas sobre la arena, con el rostro contraído en una mueca de dolor y el corazón roto.
—Lucian...
Impactada ante la escena, Lira quiso arrodillarse a su lado y consolarlo. Ahora que Scyla había desaparecido, el hechizo que envolvía a Lucian Auren era más poderoso que nunca. Tanto que entendía el motivo por el que Nessa estaba tan enamorada de aquel hombre. Había algo muy especial en él: una energía, una magia... un aura tan atrapante que era prácticamente imposible no caer rendida a sus pies.
Era único.
—Majestad... —dijo, acercando las manos a su brazo—. Yo...
Y aunque quiso dejarse llevar, Lira recordó que aquel no era su lugar, que su papel en aquella historia había finalizado, y se obligó a sí misma a retroceder. A lo largo de su vida salvaría a muchos monarcas y princesas, entre ellos a la propia Tyara Vespasian y al futuro rey de Throndall, pero jamás podría olvidar al primero de todos. Y es que, aunque durante meses lo había temido, ahora que al fin había cruzado la barrera y había dado un paso al frente, se sentía muy orgullosa. Porque aquella era su nueva vida: porque ella ya no era una agente solo de Volkovia, sino que era mucho más. Ella era una agente del orden, alguien que había sido elegida por el voivoda para que Gea dejase atrás la oscuridad y abrazase al fin la luz, y aquel era solo el principio.
El principio de su gran viaje.
Se alejó unos pasos, logrando así escapar del aura dorada que envolvía al emperador, y negó con la cabeza.
—Puede quedarse con mi cuchillo si quiere, Majestad: se lo regalo. Y si necesita que vuelvan a salvarlo, pues ya sabes a quién llamar. Para mí será un auténtico placer: Lira a su servicio, ahora y siempre —La agente hizo una reverencia—. Nos vemos pronto.
Diana, 1.831, Kovenheim, Volkovia
—¡Lo ha conseguido!
Diana acababa de entrar en su habitación del castillo de Kovenheim, recién llegada de la lejana Umbria, cuando unas manos tomaron las suyas y la hicieron girar sobre sí misma en un elegante paso de baile.
—¡Sabía que no fallaría!
Reconociendo entre las sombras al bailarín, Diana se dejó llevar, como si de una muñeca se tratase, y danzó por la sala en brazos de un Leif Kerensky cuya sonrisa iluminaba su rostro como hacía tiempo que no veía.
Giraron sobre sí mismos una y otra vez, al ritmo del canturreo del voivoda, hasta que este decidió dar por finalizado el baile juntando sus labios con los de Diana. Se besaron, primero con ternura y después con mayor ímpetu, hasta que el arrebato de pasión los arrastró hasta la puerta de la terraza y esta se abrió tras ellos por el peso. A punto de caer, Leif cogió a Diana en volandas y volvió a besarla, esta vez con el cielo estrellado como escenario.
Estaba exultante.
—No sé qué te habrá pasado, Leif... —dijo ella tras recuperar el aliento, logrando al fin volver a poner los pies en el suelo—, pero espero que se repita cada día.
—Complicado, pero haré lo que pueda, mi querida Reina de la Noche. Por cierto, ¿te he dicho ya lo especialmente preciosa que estás hoy?
Diana no pudo más que reír cuando el voivoda le guiñó el ojo. No había contado con volver a verlo hasta que regresara a Arkengrad, por lo que encontrarlo en su propia habitación había sido una gran sorpresa. Las últimas semanas habían sido tan intensas que apenas habían podido coincidir. Además, su último encuentro no había sido precisamente idílico. Por suerte, parecía que el mundo volvía a sonreír para el voivoda y su buen humor así lo evidenciaba.
—En serio, Leif, ¿qué te pasa? ¿Vanya Vespasian ha muerto y no me he enterado?
Diana cerró la puerta de la habitación, pues aquella noche la lluvia era algo más intensa de lo habitual, y se cruzó de brazos. Leif estaba lo suficientemente contento como para seguir llevándola de un lado para otro bailando y besándola durante horas, por lo que intentó informarse antes de seguir con la celebración. Aunque le encantaba perderse con él durante horas, el viaje había sido largo y necesitaba descansar un poco.
—He recibido buenas noticias, mi Reina —dijo al fin, tomando asiento en el borde de su cama—. Noticias magníficas procedentes del Nuevo Imperio, para ser más exactos.
—¿Lira?
El voivoda sonrió y Diana lo comprendió todo. Había actuado a sus espaldas aprovechando su ausencia para enviar a Lira a Solaris a acabar con el pequeño problema de Lucian Auren.
Bien jugado, Leif.
—Ha acabado con Scyla —prosiguió el voivoda—. En una operación combinada con la Inteligencia Imperial de Eryn Cabal, nuestra jovencísima guerrera ha irrumpido en el salón donde los dos enamorados comían y ha acabado con la amenaza. Al parecer ha demostrado un saber estar digno de una volkoviana... y una lengua tan afilada como la de su Reina. —Sonrió con orgullo—. No esperaba menos de nuestro tesoro, Diana.
Ella tampoco. Lira era una agente sin igual, alguien cuyo futuro se presentaba especialmente prometedor, y el que aquel día hubiese marcado el principio de su gran carrera con la muerte de Scyla era un orgullo para ella. Le hubiese gustado estar presente para poder disfrutar del espectáculo, desde luego, Lira en acción podía llegar a ser increíble, pero se conformaba con saber que había salido victoriosa. Teniendo en cuenta lo que podría haber llegado a suceder en caso de que Scyla hubiese seguido junto a Lucian, aquel era el mejor desenlace posible... sin contar que hubiese sido ella misma quien le hubiese liberado, claro. Poder volver a ver a Lucian Auren en persona y ayudarle habría sido un auténtico placer. No obstante, se daba por satisfecha.
—Lira es muy especial —dijo Diana con satisfacción—. A estas alturas todo sería muchísimo más fácil si la hubieses elegido en vez de a Iliana.
—¿Lira de la mano de Lucian Auren? —Leif negó con la cabeza—. Lo habría vuelto loco... o peor aún, ella se habría vuelto loca encerrada en esa jaula de oro. No, está donde debe estar: ahora podrá crecer. Podrá extender sus alas y volar muy alto.
—Veo que tienes grandes esperanzas en ella —reflexionó Diana. Atravesó la sala hasta el perchero para dejar la chaqueta y seguidamente se desprendió de las botas—. Me alegra que así sea, ya sabes que es mi favorita.
—Y tú la mía.
Diana rio al ver a Leif regresar a su encuentro para volver a besarla. Aquella noche estaba tan feliz que resultaba complicado no dejarse llevar por su entusiasmo.
—De veras, Leif, quién te ha visto y quién te ve.
Las risas de los dos amantes resonaron con fuerza por la habitación y el pasadizo mientras se besaban. Ansioso por su llegada, Leif se había visto obligado a aguardar a Diana durante casi una hora. Una larga hora en la que el tiempo se había ralentizado. Precisamente por ello, ahora que al fin la tenía en sus brazos, no estaba dispuesto a dejarla ir.
Diana no tardó demasiado en olvidarse del cansancio. La Reina de la Noche correspondió a los besos y a las caricias de su amante en cuanto éste decidió dar rienda a su pasión, y dándose por vencida, no dudó en desnudarlo prenda por prenda y arrastrarlo hasta su cama. Una vez en ella, sintiéndose especialmente poderosa al verlo a su merced, se desprendió de su propia ropa y acudió a su encuentro, dispuesta a recuperar el tiempo perdido. Pegó sus labios a los de él, entrelazando sus cuerpos en uno, y juntos danzaron al ritmo de la pasión, silenciando con amor los demonios que en su último encuentro habían ensombrecido su relación.
Los primeros rayos de luz del amanecer se colaron por las ventanas. Tumbada en la cama, cubierta por una suave sábana blanca ahora manchada por flores de sangre y los brazos de Leif, aquel fue un buen despertar para Diana. Uno de aquellos despertares con los que soñaba de vez en cuando, los días de mayor soledad, y gracias a los cuales lograba recuperarse de los momentos de mayor agotamiento.
Su compañía le bastaba para emborracharse de energía.
Pero por desgracia, aquellos despertares eran poco habituales. La distancia siempre marcaba su relación, y aunque en los últimos tiempos habían gozado de algo más de estabilidad gracias a la guerra, Diana tenía la sensación de que las cosas iban a cambiar. Volkovia empezaba una nueva etapa en la que iba a necesitar al voivoda más que nunca, y su lugar se encontraba en la capital, no perdido en la lejana Kovenheim. Y lo aceptaba, por supuesto. Diana no iba a exigirle algo que sabía que no podía cumplir, pero le entristecía tener que despedirse una vez más de él.
—Ojalá pudieses quedarte —murmuró por lo bajo.
Apoyó la cabeza sobre su pecho y siguió durmiendo abrazada a él unas cuantas horas más.
Aquella mañana desayunaron tarde en la terraza de su habitación, aprovechando que la lluvia había cesado. Bogdan se sorprendió enormemente ante la presencia del voivoda, pues en ningún momento le había visto llegar, pero se encargó de prepararlo todo para que pudiesen disfrutar de los mejores manjares de la región.
—Tu senescal es un santo —aseguró Leif tras comprobar la fecha de la botella de vino con la que aquella mañana iban a regar el desayuno—. ¿Sabías que tenías esta joya en la bodega?
—¿Tengo bodega?
Una vez más, el buen humor del voivoda se reflejó en la sinceridad de su carcajada. Leif sirvió la copa de Diana y después la suya.
—Me encargué de ello —aseguró—. Y de hecho te envié varias botellas bastante buenas, de mi colección personal. Supongo que no las has probado, claro.
—Podría ser —replicó ella—, aunque no lo sé, Bogdan decide por mí. Me cuida como si fuese mi padre a decir verdad.
—Siempre fue un gran hombre. Imagino que te echará de menos.
—Siempre que me voy, sí. —Diana sonrió—. Él y todos en realidad. Mis Cuervos...
—Creo que no me has entendido.
Desconcertada ante la sonrisa extraña que en aquel entonces decoraba sus labios, Diana no supo qué responder. Aguardó en silencio a que Leif probase el vino, el cual parecía ser de su gusto, y se encogió de hombros cuando él dejó la copa y volvió a centrar la atención en ella.
—¿A qué te refieres? —preguntó con cierta cautela.
—Me refiero a que te va a echar de menos a partir de ahora —respondió él con sencillez—. Quiero que vengas conmigo a Arkengrad.
—¿Me pides que me vaya a vivir contigo a la capital? —Diana parpadeó con perplejidad—. ¿De veras?
Divertido ante la expresión de Diana, Leif se tomó unos segundos para responder. Unos segundos en los que, mientras que él elegía una pieza de fruta con la que empezar el desayuno, ella sentía que los nervios la consumían por dentro.
Era tremendamente divertida.
—Cualquiera diría que te he pedido que me entregues tu alma, mi Reina —dijo al fin, sonriente—. Quiero que pases más tiempo en la capital, sí. Hace un tiempo me pedías una torre para ti, para poder montar una de tus tantas guaridas, pues bien, ahora te la ofrezco. Kovenheim está demasiado lejos para mi gusto. Te quiero más cerca.
—Te cuesta vivir sin mí, ¿eh? —Diana rio algo más relajada—. No te puedo culpar, suelo causar este efecto en los hombres: caen rendidos a mis pies.
Leif se encogió de hombros.
—Sé que es una de tus bromas, pero en caso de no serlo, dime quienes son esos hombres para poder borrarlos del mapa. —Le guiñó el ojo—. De veras, Diana, sé que es una decisión un tanto complicada, pero creo que es el momento. A partir de ahora las cosas van a cambiar y te necesito a mi lado. A ti y a mi hermano. Sois mi mano derecha e izquierda: sin vosotros me siento vacío. Confío en que lo entenderás.
—Lo entiendo, sí —respondió ella—. Y me gusta la capital, no voy a mentir. Visto así, podría pasar algo más de tiempo allí. No te diré que no.
—¿Eso es un sí?
Diana se encogió de hombros.
—Digamos que sí.
—Digamos entonces que me alegro.
Leif acercó su copa a la de ella y brindó con suavidad. Diana era complicada, y más en su territorio, donde se sentía más poderosa, pero Leif sabía qué teclas apretar para llevarla a su terreno.
—¿Y ahora qué, Leif? —preguntó ella con curiosidad—. ¿Qué va a ser de nosotros? Ahora que hemos perdido a Iliana y Valeria está fuera de juego, ¿vas a volver a enviar a una de tus chicas? Si es así, quizás deberías plantearte la posibilidad de elegir a una de mis arpías. Quizás no a Lira, pero tengo a otras candidatas que...
—No —sentenció Leif con sencillez, sin perder la sonrisa—. No vamos a volver a intentarlo. El plan de Iliana se truncó en el último momento, y aunque he lamentado enormemente su pérdida, quizás me equivoqué al intentarlo.
—¿A qué te refieres?
Leif volvió a llenar su copa de vino y le tendió la mano para que lo acompañase hasta la barandilla. Como de costumbre, las vistas desde la habitación de Diana eran espectaculares. La luz de la mañana arrancaba destellos de luz a los charcos del suelo, tiñendo de un halo mágico toda la visión. Aquel era un amanecer especial: un amanecer en el que, de alguna forma que ninguno de los dos sabría definir, Gea era diferente.
Leif dejó la copa sobre la barandilla y fijó la mirada en Diana. Al igual que su país y el mundo, la Reina de la Noche brillaba con una luz muy especial aquel día.
—En serio, estás preciosa —volvió a decirle. Acercó su mano a su rostro, en un gesto especialmente cariñoso, y le acarició la mejilla—. Te sienta bien estar de regreso.
—Empiezas a preocuparme, Leif... en serio, ¿qué te pasa? ¿Tanto te alegra haberle salvado la vida a ese chico? Ojalá fuese así, pero no creas que por esto Loder Hexet o Nyxia De Valefort van a olvidar lo que hizo Harkon.
—Me preocuparía que lo hicieran, no los considero estúpidos precisamente.
—¿Entonces?
—Oh, no me malinterpretes, mi Reina. Estoy profundamente satisfecho por haber liberado al joven Auren de la amenaza que comportaba Scyla, pero lo cierto es que mi buen humor tiene otro origen. La guerra con Cydene y su posterior partida de la Alianza de Hésperos sumado a lo acontecido en el Nuevo Imperio me ha hecho abrir los ojos. Mi plan de acercar Volkovia y Solaris a través de Iliana era una buena idea, pero no es lo que ahora necesitamos. Estamos al filo de la navaja, mi Reina, la guerra acecha por las esquinas. Tarde o temprano el conflicto va a volver a Albia y dividida no va a poder hacer frente a sus enemigos. Con su guerra, Nyxia De Valefort consiguió un país para su hijo, pero debilitó el Imperio. El mismo Imperio que decía querer liberar de los Vespasian. Es por ello por lo que mi visión sobre el futuro ha variado, mi querida Reina. Volkovia y Albia deben unir sus fuerzas para salvar a Gea, pero no tal y como está ahora. Albia debe volver a unificarse: Vespasian y Auren deben unir las fuerzas para hacerse fuertes y poder hacer frente a lo que les espera, y nosotros vamos a ayudar para que así sea. Tyara y Lucian son el futuro.
—Tyara y Lucian... —repitió Diana con cierta inquietud—. Que Albia vuelva a unificarse es peligroso, Leif, ya lo sabes. Los albianos somos tremendamente orgullosos, si el día de mañana se vuelve a unificar es posible que se crean lo suficientemente poderosos como para no necesitar de nadie más para hacer frente al futuro.
A pesar de la gran verdad de su respuesta, Leif no perdió la sonrisa.
—Incluso uniéndose Albia seguirá muy debilitada durante las siguientes décadas. Las dos guerras que han sufrido en los últimos años han acabado con prácticamente todo su ejército de pretores. Ahora no son más que la sombra de lo que fueron en el pasado, y nosotros vamos a aprovecharnos de ello. Nos van a necesitar, y cuando eso suceda nosotros estaremos preparados para sellar un acuerdo. Un gran acuerdo por el cual nuestras dos naciones se conviertan en una.
—¿Y cómo se supone que vas a hacer eso?
Los ojos de Leif adoptaron una tonalidad dorada que iluminó su rostro. Por un instante, Diana creyó verle rodeado de un halo de luz antinatural, como si de un ser celestial se tratase. Más que nunca, su poder de Radiante era evidente.
Volvió a acariciar su mejilla.
—Pues como siempre se han unido las naciones, querida Reina, a través de un matrimonio. Tarde o temprano Lucian Auren y Tyara Vespasian se casarán y tendrán un heredero. Un heredero que se convertirá en la llave de nuestro futuro... —Leif deslizó la mano por su rostro hasta su cuello. Seguidamente, dibujando una curva alrededor del pecho, siguió avanzando hasta apoyarla sobre su vientre— Somos eternos, Diana: esperaremos a que llegue el momento, y entonces nos prepararemos para unir nuestros países. Su heredero y el nuestro se unirán y cambiarán el mundo.
Perpleja ante sus palabras, Diana desvió la mirada hacia su mano, la cual se mantenía firme sobre su vientre, y situó las suyas encima. Le costaba creer lo que estaba escuchando, pero tal era la determinación de Leif que no parecía haber lugar a la duda. Sabía lo que tenían que hacer, y solo había una forma para ello.
—¿Nuestro heredero? —preguntó en apenas un susurro—. Pero dijiste que no querías tener hijos. Dijiste que...
—Dije muchas cosas, sí, lo admito. —Leif se encogió de hombros—. Pero me equivocaba. El futuro está a nuestro alcance, mi querida Diana, y en nuestras manos está decidir si queremos ser meros espectadores o protagonistas.
—Oh, vamos, Leif, la simple pregunta ofende. ¿Tú qué crees? —Diana acercó su rostro al suyo para depositar un suave beso en sus labios—. Me gusta tu plan... la eternidad es nuestra, tú lo has dicho, y yo lo quiero todo. Quiero Volkovia, quiero Albia, y te quiero a ti.
—Entonces hagamos que todo sea nuestro. Unamos esas dos naciones en una: logremos que Albia vuelva a ser la que era, y después conquistémosla. Hagamos que sea nuestra... hagamos que Gea gire a nuestro alrededor. Juntos lo conseguiremos.
—Juntos hasta el final.
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top