Capítulo 38 - Morgana
Capítulo 38 – Morgana, 1.831, ciudad de Nocta, Umbria
Morgana llevaba una hora en el patio del castillo, deambulando entre los árboles con la mirada fija en el cielo azul, cuando la primera estela de luz captó su atención. La arpía se detuvo en seco, emocionada ante su aparición, y aguardó unos segundos para ver aparecer la primera nave. Después, a cuentas gotas, fueron apareciendo el resto, convirtiendo aquella mañana cualquiera en Umbria en una de las más importantes desde su llegada.
—¡Ya están aquí! —gritó a sabiendas de que Crassian había dejado la ventana de su despacho abierta para poder escuchar el aviso—. ¡Vermont, han llegado!
Tal y como le había prometido, su marido no tardó más que unos segundos en sacar la cabeza por la ventana. Crassian volvió la mirada hacia el cielo, allí donde las naves formaban una V entre las nubes, y asintió.
—No les hagas esperar entonces.
—¿No vienes?
—Es tu momento. Cuando volváis estaré aquí para recibiros.
Aquella misma mañana Morgana había acudido a las caballerizas para informar al mozo de cuadras de que debía tener a los caballos preparados, por lo que no tuvo problema cuando algo más tarde de lo esperado fue en su búsqueda en la parte trasera del patio. El joven le tendió las riendas de la yegua negra con la que aquel día viajaría más allá de la puerta norte de Nocta y se puso en camino. Media hora después, tal y como habían acordado, el mozo viajaría también hacia los fiordos tirando de las riendas de media decena de caballos, todos ellos preparados para pasar al otro lado del muro.
Morgana cabalgó con rapidez por los caminos de hielo. Durante las últimas semanas había hecho aquel mismo trayecto en muchas ocasiones con la que ya consideraba su yegua, Hastío, por lo que montura ya conocía perfectamente el lugar. Sabía dónde debía aminorar la marcha y en qué puntos podía cabalgar a mayor velocidad. Las zonas donde las placas de hielo eran especialmente resbaladizas y dónde se podían quebrar bajo su peso. De hecho, tal era su conocimiento que, reduciendo el viaje a cuarenta y cinco minutos, montura y jinete no tardaron en alcanzar la enorme construcción de piedra.
La fortaleza había avanzado notablemente en las últimas semanas. Un mes después de la partida de Thurim y la desastrosa boda con Crassian, las cosas habían cambiado en Umbria. Morgana seguía sin encontrar su sitio en aquel lejano lugar, pero poder participar en la construcción de la fortaleza era algo que la apasionaba. La arpía pasaba la mayor parte de la jornada entre las obras, disfrutando de la impresionante visión de ver crecer el que próximamente sería su nuevo hogar. Y crecía sin parar, con cada vez más torres rasgando el cielo y su impresionante interior tomando forma. Los salones, las habitaciones, los jardines... Morgana había volcado todas sus emociones y su amor en convertir aquel gélido lugar de piedra en un auténtico hogar, y poco a poco lo estaba consiguiendo. Pero para poder completarlo le faltaban los habitantes, y tras mucho tiempo esperando, al fin habían llegado.
Morgana cabalgó hasta los límites de la muralla, allí donde el escudo de invisibilidad sumía en el destierro a la fortaleza, y lo atravesó con rapidez, logrando con ello entrar en el mágico perímetro que protegía el lugar. Atravesó el muro de piedra, cruzándose con uno de los dólmenes del círculo que canalizaba el hechizo, y desmontó a apenas unos metros del pórtico de entrada. Como de costumbre, la fortaleza estaba sumida en el silencio.
—¡He vuelto! —exclamó con entusiasmo.
Morgana apoyó la palma derecha sobre la puerta, allí donde en el metal había inscrita la silueta de una mano, y aguardó a que el mecanismo reconociese sus huellas dactilares. Inmediatamente después, la puerta se abrió hacia dentro, emitiendo un suave siseo agudo, y Morgana irrumpió en el amplio vestíbulo de entrada. Lo atravesó a la carrera, pasando bajo el hueco que dejaba la escalera doble que conectaba con el piso superior, y siguió corriendo hasta alcanzar el acceso al inmenso jardín interior, allí donde, rodeadas por un anillo de árboles, se encontraban las pistas de aterrizaje.
Y allí, recién aterrizadas tras pasar unos minutos volando alrededor de la pista, tratando de localizar el punto exacto donde descender en mitad de la nada, había varias naves con sus pilotos apeándose de las cabinas; siete hombres y mujeres que, uniformados totalmente de blanco, representaban uno de los mayores triunfos de los últimos años para las arpías. Los pilotos que en el futuro surcarían los cielos de Gea en su nombre.
Los jinetes de la Reina de la Noche.
Vekta, a la cabeza del grupo, se quitó el casco y acudió al encuentro de Morgana para fundirse en un intenso abrazo con ella. Su rostro había quedado por los arañazos que le habían infligido en el rostro un mes atrás, pero por suerte las heridas físicas habían logrado sanar. Las psíquicas, sin embargo, aún marcaban su día a día. El fantasma de Margot la perseguía a diario en el mundo de los sueños, tiñendo de oscuridad sus noches. Vekta se decía que con el tiempo pasaría, que tarde o temprano su conciencia quedaría limpia, pero por el momento era pronto.
Demasiado pronto como para olvidar todo lo que había pasado.
—¡No sabes cuánto me alegro de verte, Vekta! —exclamó la arpía con emoción—. ¡Te he echado muchísimo de menos!
—Y yo a ti, Morgana —aseguró ella—. O bueno, mejor dicho, princesa Morrigan Vermont.
Vekta volvió la vista atrás e hizo un ligero ademán de cabeza para que sus pilotos se quitasen los cascos. Los seis cadetes formaron una línea perfecta, posicionándose los unos junto a los otros con la misma postura, y al unísono mostraron el rostro para saludar a la princesa de Lorendall con una respetuosa reverencia. Eran cuatro hombres y dos mujeres de edades comprendidas entre los dieciocho y los veinte que, con la mirada llena de determinación y la expresión solemne, miraban al frente con esperanza, plenamente consciente de que, más allá de los muros negros de aquella imponente fortaleza se abría un universo de oportunidades de la mano de su nueva Reina.
La Reina de la Noche.
—Te presento a Jeronimus Bly, Milan Defois, Margaret Ricco, Alisha Verdy y Juilo y Samael Pedersen, los primeros pilotos de la flora de su Graciosa Reina de la Noche. —Orgullosa, Vekta se situó a su lado—. Los más audaces y astutos cadetes de la Academia de Vuelo de Lameliard... ¡las Joyas de la Corona!
—¡La Corona que le has robado a la Reina Isabella! —exclamó Morgana con entusiasmo—. ¡Genial! ¡Bienvenidos a la Fortaleza, pilotos! Ya se me han olvidado vuestros nombres, pero estoy convencida de que pronto se me grabarán a fuego en la memoria. Sois el futuro, amigos míos: un futuro muy prometedor.
—Gracias —respondió Jeronimus Bly, adelantándose un paso—. Es un placer poder formar de la Flota de la Reina de la Noche. Somos conscientes de que tenemos que finalizar nuestra formación, pero...
—Ahórrate todo el discurso para cuando venga la Reina —interrumpió Morgana, alzando la mano—. Tiene previsto llegar esta misma noche, así que te recomiendo que lo practiques en profundidad. Ella intimida bastante más que yo... y es capaz de ver mucho más allá de esos uniformes y de vuestras expresiones solemnes. Si lo que queréis es conquistarla, hoy es vuestro momento. Lo he preparado todo para que la velada sea única, una puesta en escena por todo lo alto, así que poneros guapos. Habéis traído algo más a parte de esos monos, supongo.
Los pilotos respondieron de nuevo al unísono. Vekta había trabajado con ellos en profundidad la importancia de mostrarse unidos, el que la Reina de la Noche los viese como a un mismo piloto con distintos rostros, y aquellos movimientos sincronizados ayudaban a ello. La Flota de la Reina era una propuesta nacida de la mente de Vekta, de su anhelo de poder darles una oportunidad a todos aquellos jóvenes cuyo destino se había visto truncado por su ambición, y confiaba en poder conquistarla con una buena puesta en escena.
Por suerte para ellos, Morgana había decidido ayudarlos. La organización necesitaba pilotos a su servicio, ¿y qué mejor que aquel grupo de desgraciados?
—Bien, seguidme, os he preparado unas cuantas habitaciones en la Torre del Aire. Con suerte, si esto sale bien, os las quedaréis definitivamente, así que cuidadlas. Venga, en marcha.
Diana llegó tarde aquella noche, con aspecto algo somnoliento tras el largo viaje pero vestida como cabría esperar para una velada de aquellas características, con elegancia pero sin perder su estilo característico. Lucía el cabello suelto, con el lateral rapado, y un precioso vestido largo de intenso color negro cuyas transparencias dejaban a la vista la delgada anatomía de la Reina de la Noche.
Tan seductora como de costumbre, costaba no perderse en el embrujo que siempre la envolvía.
—Mis queridas arpías —dijo a modo de saludo, besando las frentes de Vekta y Morgana—, se nota vuestra ausencia en Kovenheim. Desde que os fuiste, el castillo está más vacío que nunca.
Ambas respondieron con un asentimiento, pero no dijeron palabra. No querían interrumpir aquel mágico momento; el momento en el que los místicos ojos cambiantes de la Reina de la Noche se posaban por primera vez en los seis pilotos que formarían parte de su Escuadrón personal. Diana se acercó a ellos, con una expresión interesante en el rostro, y permaneció unos segundos estudiándolos, logrando con su simple mirada que sus corazones se acelerasen. Vista desde la distancia a la que se encontraban, recortada contra las llamas de la chimenea, Diana se asemejaba a una visión espectral de la diosa de las sombras. Majestuosa, poderosa y lúgubre: un pozo de tinieblas en mitad de los virginales fiordos umbrianos.
Los segundos se alargaron eternamente a ojos de los cadetes, pero también para Vekta. La arpía se mantuvo a su lado unos instantes, aguardando su reacción, pero al ver que no decía palabra decidió interponerse entre la línea de cadetes uniformados de rojo y ella.
—Diana, quería presentarte a...
—Los conozco —interrumpió ella—. Los conozco a todos y cada uno de ellos. Procedentes de buenas familias, con fortunas importantes en sus cuentas y un gran talento, o al menos eso dicen los círculos de pilotos, estos jóvenes forman parte del futuro escuadrón de la hija de la Reina Isabella. Al igual que a ti, querida Vekta, les aguarda un destino de oro si siguen el camino establecido... pero si han llegado hasta aquí es porque supongo que no es suficiente para ellos. Tienen sed de más, ¿estoy en lo cierto?
Vekta sonrió. No era totalmente cierto, pero era innegable que, tras conocer la gran verdad que se ocultaba tras la oferta de Vekta, su visión al respecto había cambiado. Ninguno de ellos se sentía como un prisionero de las circunstancias, sino como un afortunado al que los dioses habían decidido darles una segunda oportunidad.
—Hay miles de pilotos al servicio de Lameliard, mi señora, y otros tantos cientos que servirán directamente a su Majestad y a su hija —respondió Bly con sinceridad—. Y es todo un honor formar parte de la maquinaria de mi amado país, pero aún más el poder estar hoy aquí. El destino nos hace nacer en lugares a cuyos reyes nos obligan a servir. Sin embargo, nosotros somos diferentes, nosotros hemos elegido a quién queremos entregar nuestra vida, y ese alguien eres tú, Reina de la Noche.
—La Reina de las segundas oportunidades debería llamarme —replicó ella, dedicándole una larga mirada a Bly—. Aunque Vekta no me lo ha confiado, me he encargado de saber cómo habéis llegado hasta aquí. Por suerte para vosotros, si lo que queréis es empezar de nuevo, es el momento oportuno. Sin mirar atrás, borrando para siempre quienes habéis sido. Es un sacrificio importante, fingir ser quien ya no sois es un precio que no todos están dispuestos a pagar. Sin embargo, vosotros ya habéis dado el paso necesario y habéis decidido quiénes queréis ser, así que os doy la bienvenida, por supuesto. Todo aquel que quiera abrazar la noche conmigo es bien recibido. Por el momento seguiréis instruyéndoos en la Academia Real de Vuelo de Lameliard, pero en cuanto finalicéis vuestra formación os uniréis a mí definitivamente. Dejaréis vuestros hogares y vuestras familias y vendréis a vuestro nuevo hogar, en Umbria. Vekta se ha encargado de que no conozcáis la ubicación de este lugar, y así seguirá siendo hasta que os ganéis mi confianza. A partir de ese día os convertiréis en miembros de mi Escuadrón personal, pero hasta entonces estaréis a prueba, y os lo advierto, no permito los errores. No os culparé si alguno de vosotros no se ve capaz de entregar su vida a la causa. En ese caso, Vekta se limitará a mostrar al mundo quiénes sois realmente y tendréis que enfrentaros a lo que Lameliard decida hacer con vosotros. No obstante, para aquellos que quieran formar parte de este gran proyecto, no hay de qué temer. Si lo que queréis es gloria, la obtendréis. Reconocimiento, riqueza, poder... todo lo hallareis aquí, a mi lado. A cambio solo pido una cosa: lealtad. Lealtad ciega. Ahora plantearos realmente si sois capaces de entregármela... incluida tú, Alexia.
Las llamas de la chimenea chisporrotearon con fuerza cuando el nombre de la hija de Damiel Sumer resonó en el Salón de las Esferas, arrancando una expresión de sorpresa a todos los presentes. Diana volvió la mirada hacia uno de los laterales de la estancia, allí donde oculta entre las sombras se encontraba Alexia Sumer desde hacía unas horas, y sonrió. Acto seguido, vestida de oscuro y con una expresión astuta en el rostro, la joven cadete salió de su escondite. Nadie la había visto entrar, ni muchísimo menos aterrizar, pero allí estaba, como salida de la nada.
Acudió al encuentro de Diana no sin antes dedicarle una mirada traviesa a Vekta.
—¿¡Alexia!? —preguntó la arpía con perplejidad—. ¿¡Qué demonios haces tú aquí!? ¿¡Hace cuanto que has llegado!?
—Pues hace unas horas —confesó ella.
—Una hora menos que tú, para ser más exactos —aclaró Diana—. Al parecer la joven Alexia Sumer te ha seguido, Vekta. ¿Eras consciente de ello?
Vekta aseguró que no, pero lo cierto era que mentía. En todo momento había sabido que la piloto la seguía desde la distancia, pero no había querido rebelarlo a nadie. Ni tan siquiera a la propia Morgana. Vekta sabía que aquel era su lugar, que Alexia Sumer tenía que formar parte de todo aquel entramado, y para ello primero tenía que dar el paso. Tenía que quitarse los miedos de encima y enfrentarse a su auténtica naturaleza. Y es que, aunque por las venas de Alexia el apellido Sumer estuviese muy presente, también había mucho de Valens en ella. Muchísimo más de lo que creía la mayoría.
—Me alegro de volver a verte, Alexia, aunque me sorprenden las circunstancias —prosiguió Diana, centrando la atención en la niña. Acercó la mano a su rostro y en un gesto cargado de cariño le acarició la mejilla—. Creía que habías regresado a Albia.
—Y lo hice —admitió ella—, para acabar de recuperarme, pero hace una semana que regresé a Lameliard.
—¿Y tu madre te ha dejado? —Diana rio con malicia—. Me cuesta creer.
Alexia también sonrió. Luciendo el mismo peinado que la Reina de la Noche y vestida de oscuro, la hija de Damiel Sumer parecía una pequeña réplica juvenil de Diana. Físicamente había cierto parecido entre ellas, pero lo que realmente las hacía similares era la energía que desprendían. Tal era la determinación que envolvía a la joven que de todos los cadetes ella parecía la más decidida a demostrar que aquel era su lugar.
—Mi madre cree que estoy con Jyn —respondió—. Y mi padre también.
—¿Y Jyn? —insistió Diana, perdiendo la sonrisa al escuchar el nombre de su venerada prima—. ¿Ella sabe algo?
La joven asintió.
—Lo sabe.
—¿Qué sabe exactamente?
—Que estoy contigo.
La simplicidad de la respuesta logró arrancar una sonrisa a Diana. La Reina de la Noche asintió con la cabeza, satisfecha, e hizo un ademán a Morgana para que se encargase del resto de cadetes. Por el momento su papel allí había finalizado: Diana los quería a su lado siempre y cuando fuesen capaces de demostrar que estaban preparados para ser leales. Ahora era su momento de plantearse si realmente era aquello lo que querían para sus vidas.
—Bien, chicos, me vais siguiendo, vamos, vamos, vamos...
Diana esperó a que Morgana y los pilotos saliesen para encaminarse a la mesa donde pronto les servirían la cena y tomar asiento en la cabecera. Una vez allí, cogió la botella de vino y sirvió cuatro copas. El resto, preparadas para los otros invitados, quedarían sin usar en toda la noche.
Hizo un ademán de cabeza a las dos mujeres para que tomasen asiento a su lado.
—¿Qué haces aquí, Alexia? —preguntó Diana tras llenar su copa y tendérsela—. Mójate los labios, pero no bebas, eres aún demasiado joven.
—Mi padre me ha dado a probar el vino en otras ocasiones, Diana —respondió ella con sinceridad, pero obedeció—. No quisiera que pensaras que soy una niña.
—¿Y cómo se supone que no lo iba a pensar? —La Reina rio—. Eres una niña.
—Pero es una niña muy especial —intervino Vekta—. Única.
—Es única, sí, desde luego tienes que serlo para haber venido hasta aquí sola. Tienes agallas, doy por sentado que has robado una de las naves de la Academia, ¿estoy en lo cierto?
Alexia asintió con determinación. No había ni rastro de arrepentimiento o duda en ella.
—Así es. Diría que la he cogido prestada, pero no es cierto: no pienso devolverla. No se lo merecen.
—¿No vas a volver a la Academia?
Su respuesta afirmativa logró sorprender a Vekta. La arpía miró con sorpresa a la Reina de la Noche, la cual parecía especialmente pensativa desde la llegada de Alexia, y le dio un sorbo a su propia copa en busca de las palabras adecuadas. Le encantaba tener a la joven Sumer allí, era un hecho, pero empezaba a creer que había sido un error dejarla ir. Alexia parecía tener las ideas demasiado claras.
—Vas a volver a la Academia —aseguró Vekta.
—No, no voy a volver —replicó ella—. Ni a la Academia ni a Albia: este es mi lugar, Mina. Quizás os parezca una locura, pero...
—¿Por qué dices que es tu lugar? —le interrumpió Diana con interés—. Estás fuera de tu casa, lejos de tu familia y de tus amigos, junto a alguien que apenas conoces y a otra que, como has podido comprobar, no es quien decía ser. Siendo este el escenario, ¿cómo estás tan segura de que este es tu lugar, querida Alexia? Cualquiera diría que es todo lo contrario.
—Cualquiera quizás, pero no tú, ni tampoco yo, Diana —dijo con contundencia—. ¿De veras estoy lejos de casa? No estoy de acuerdo, mi casa está allí donde esté mi familia y mis amigos, y te recuerdo, Diana, que yo también soy una Valens. Y Mina, sea cual sea su nombre real, es mi amiga. No necesito conocer sus orígenes para saber lo que siente: me lo ha demostrado en demasiadas ocasiones, cada vez que me salvaba la vida. Somos amigas y siempre lo seremos.
La contundencia de sus palabras logró que Diana alzase la copa y le diese un sorbo en su honor. Alexia era una niña y estaba muy nerviosa, era evidente, el modo en el que hablaba, con rotundidad pero acelerada, así lo evidenciaba. No obstante, había un gran potencial en ella. De hecho, había tanto potencial como lo había habido en Lira años atrás, cuando siendo más joven que ella había roto con su vida para empezar con una nueva.
Sí, era muy parecida a ella... le recordaba tremendamente a Ekaterina, aunque con una gran diferencia: ella era una Valens. Aquella jovencita era la hija de su querido Damiel Sumer, y como tal debía cuidar de ella. Debía asegurar su bienestar y encargarse de que tuviese el mejor futuro posible... y estando a su lado no iba a poder garantizárselo. Al menos no del modo en el que probablemente quisieran sus padres...
Por desgracia para ellos, Diana no olvidaba lo que le habían hecho a Nessa. Su desaparición seguía muy presente en ella, y aunque seguramente con aquella decisión iba a provocar que entre primos se rompiese el lazo para siempre, nadie podría negar que había empezado él.
—¿Qué es lo que buscas, Alexia? —preguntó Diana—. No creo que esto sea una mera visita familia. Dices que no vas a volver a la Academia ni tampoco a Albia: ¿cuáles son tus planes entonces? ¿Has decidido mudarte?
—Algo así. —Cada vez más nerviosa, la niña buscó el apoyo de Vekta dedicándole una fugaz mirada de ojos vidriosos—. Verás, Diana, sé que soy joven e inexperta aún, pero creo que podría ayudarte. Si lo que buscas son pilotos, yo...
—Tú no tienes la formación suficiente como para poder ser considerada una piloto —dijo Diana, logrando sonrojarla—. Llevas demasiado poco en la Academia.
—Pero yo podría acabar de formarla —aseguró Vekta.
La Reina de la Noche sonrió por dentro. Manejar a aquellas dos niñas era tan terriblemente sencillo que era complicado no disfrutar a su costa.
—¿Tú? Tú tampoco has acabado tu formación, Vekta.
—No lo necesito —aseguró ella con determinación—. Todo cuanto puedan enseñarme más allá de lo que ya sé será una mera anécdota, mi Reina. A pesar de ello, finalizaré el curso para completar este ciclo. Tanto yo como el resto lo haremos. Y tú también deberías, Alexia. Coincido con la Reina, no sabes nada. Y sí, yo podría acabar de formarte, pero necesitas obtener la base.
—¡Pero tú podrías dármela! —insistió la niña—. Mina, ¡no quiero volver a la Academia! No después de todo lo que ha pasado. Ha habido tanta sangre y muerte que no podría volver a ese lugar. No me trae más que malos recuerdos.
—¿Y cuál es tu plan entonces? ¿Desaparecer sin más? —Vekta negó con la cabeza—. ¡No puedes, Alexia! ¡Las cosas no funcionan así!
Lejos de bajar la cabeza, la niña no dejó que ninguna de las dos mujeres la intimidasen. Se bajó de la silla de un salto y, ya de pie frente a ellas, alzó el dedo índice para señalarlas.
—¡Las cosas funcionarán como queramos que funcionen! —exclamó con vehemencia—. ¡Mi lugar está aquí, con vosotras, y las tres lo sabemos! Y no sé cuánto vais a tardaros en daros cuenta de ello, pero no me importa. ¡Ahora este es mi hogar y vosotras sois mi familia, así que aceptadlo! Yo ya lo he hecho.
El arrebato de fiereza de la joven Sumer logró arrancar una carcajada a la Reina de la Noche. Diana rio con ganas, casi tan divertida como impresionada por la valentía de la joven, y alzó al copa en su honor. Se había ganado mucho más que un sorbo. Se bebió el vino de un solo trago y, tal y como había hecho ella, se puso también en pie.
Vekta, por su parte, también lo hizo, aunque con un propósito totalmente diferente. A pesar de saber que Diana no iba a hacerla nada, se preparó para intervenir. Para mediar si fuese necesario. La niña estaba muy nerviosa y después de todo lo ocurrido en las últimas semanas desconocía qué podría llegar a hacer la Reina al respecto.
—Vas a volver a la Academia a acabar este curso —dijo Diana con sencillez—. Después, cuando finalices, vendrás aquí junto al resto de miembros del Escuadrón para unirte a mí. Para ello aún quedan unos meses: tiempo más que suficiente para que te replantees a quién quieres ofrecerle tu lealtad. A diferencia de tus compañeros, tú no tienes nada que ocultar, por lo que eres libre de decidir lo que quieras. Tomes el camino que tomes, yo te apoyaré, lo sabes, porque como bien dices, somos familia. Y lo somos ahora, y siempre lo seremos. No obstante, te diré algo, Alexia... —Diana le tendió la mano para que ella la tomase—. Me encantas: me enamoras más cada vez que te veo, y te quiero a mi lado. Tu padre me odiaría si supiese que te estoy diciendo esto, pero me da totalmente igual. Eres una Sumer, sí, pero también eres una Valens, y las mujeres Valens tenemos muchísimo en común... —Dando por finalizado su discurso, la Reina regresó a su silla y tomó asiento—. Y después de esto, ¿qué tal si os sentáis las dos y empezamos a comer? —Alzó el tono de voz—. Y tú, Morgana, sé que estás detrás de la puerta escuchándolo todo. Ordena a los tuyos que traigan la cena y pasa, después del numerito que me habéis preparado las tres tengo hambre.
—¿Qué crees que va a pasar con tu Escuadrón? ¿Volverán todos tus cadetes?
—No les queda otra opción: o se unen a nosotros o acabo con su vida en Lameliard. La cuestión es que se ganen la confianza de la Reina.
Asomadas a una de tantas ventanas de la Torre de Cristal, Vekta y Morgana contemplaban el firmamento la una junto a la otra. Hacía frío aquella noche, como siempre en aquella zona, pero el campo calorífico que protegía la fortaleza lograba que fuese soportable. En cuanto se uniesen el resto de brujas del coro, sería más que llevadero, pero hasta entonces tendrían que conformarse con ello. Aquellos eran los principios de la fortaleza de Umbria y tal y como solía decirse, los inicios nunca eran fáciles.
—Si juegan bien sus cartas, se la ganarán —sentenció Morgana—. No parecen idiotas... o al menos no del todo. Además, si esa tal Margot ha podido hacer con ellos lo que ha querido, ¿cómo no ibas a poder hacerlo tú? Eres más lista.
—Margot... —repitió Vekta, pensativa, y dejó escapar un suspiro—. Si de algo me ha servido esta experiencia, además de para lo obvio, es para darme cuenta de que el mundo de ahí fuera es mucho más peligroso de lo que creemos, Morgana. No puedes confiar en absolutamente nadie, ni tan siquiera de aquellos que actúan como tus amigos. En el fondo, estamos solas.
—Casi solas —corrigió Morgana—. Nos tienes a nosotras.
—Os tengo a vosotras, sí... aunque cada vez somos menos. Sin Lira y sin Nessa, ya solo quedamos tú y yo.
La arpía no respondió, no supo qué decir. En lugar de ello apoyó al cabeza sobre su hombro y dejó escapar un largo suspiro. Su aliento, ahora convertido en humo blanco, cubrió momentáneamente las estrellas.
—Nessa volverá, estoy convencida —sentenció—. Tardará más o menos, pero lo hará. Ya la conoces, es demasiado lista para dejarse matar por nadie, y mucho menos por Corvus.
—Corvus... ese era tu amigo, ¿no?
Morgana se encogió de hombros.
—Mi única amiga sois vosotras —sentenció—. Pero admito que me caía bien. Pero si realmente le ha puesto una mano encima a Nessa, bien muerto está.
Vekta tenía la sensación de que no era del todo sincera en sus palabras, que más allá de su fachada había cierta melancolía vinculada al recuerdo del pretor, pero no quiso indagar. Había cuestiones que, por muy hermanas que fueran, prefería no conocer. Eran demasiado íntimas.
—¿Y ahora qué? ¿Qué va a ser de ti, Vekta? ¿Vas a volver a la Academia?
—Completaré este año, qué remedio. De haber podido elegir me habría quedado aquí contigo, o habría vuelto a Kovenheim, pero Diana tiene claro que me quiere allí por el momento. Supongo que quiere asegurarse no solo de que me formo, sino de que Alexia vuelve.
—¿Crees que se quedará con nosotras?
Vekta se encogió de hombros.
—¿Sinceramente? No lo sé. Me gustaría, me encantaría en realidad: es una niña estupenda, inteligente y astuta como pocas, pero sacrificar su vida de esta forma quizás no sea la mejor de las decisiones. Alexia podría llegar muy lejos en Albia si así lo quisiera. Formar parte del escuadrón albiano le abriría todas las puertas.
—Ya, pero quizás no sea lo que ella quiere. Quizás, en el fondo, es una masoquista más, como lo era Lira en su momento o lo somos nosotras ahora. —Morgana le dedicó una sonrisa amarga—. Sea como sea, será bien recibida si finalmente se une a nosotras. Una más, ya sabes.
—Tú cualquier cosa con tal de llenar este sitio y dejar de aburrirte, ¿eh? —Vekta rio—. Estoy convencida de que Diana te va a dejar al mando: en cuanto empecemos a operar, no te va a dar tiempo ni a descansar.
Aunque quería pensar lo mismo, Morgana no lo tenía del todo claro. La idea de poder convertirse en la senescal de la fortaleza y gobernarla en su nombre le gustaba, pero tenía la sensación de que mientras Sayumi estuviese por la isla, siempre estaría por detrás de ella, y más después de lo ocurrido con Thurim, Corvus y Nessa. Aquello la iba a perseguir el resto de su vida.
—Por el momento ando liada con la construcción, que no es poca cosa. Diana me ha dado bastante libertad, y creo que no lo estoy haciendo del todo mal. Cuando acabemos... bueno, pues ya veremos. La verdad es que gobernar Lorendall no es lo más divertido del mundo precisamente, pero no está mal. Reconstruir un país desde cero tiene su encanto, y Crassian... Crassian no es el marido ejemplar, pero creo que empezamos a entendernos. Si seguimos así, calculo que en unas semanas lo tendré comiendo de mi mano. Y si no se deja, pues haré nuevos amigos, ¡qué remedio! —Morgana rio—. ¿El tal Bly tiene novia?
Vekta volvió a reír, y esta vez hubo mucha sinceridad en su carcajada. Tanta que incluso se sorprendió a sí misma. Después de tantos meses de tensión y oscuridad, su suerte empezaba a mejorar. Aún quedaba mucho por hacer, pero el poder construir algo desde cero con la ayuda de sus cadetes y de Alexia era un reto que estaba ansiosa por asumir.
Le daba sentido a su vida.
—Si Nessa estuviese aquí diría algo así como que la rueda sigue girando, que nunca se ha detenido, pero que ahora es nuestro momento —murmuró Vekta, pensativa—. Que esto es el principio de una nueva etapa... que hemos madurado.
—Sí, Nessa es de las que dicen todas esas tonterías aburridas y sin sentido que nadie entiende —admitió Morgana—. Pero a pesar de ello, la echo muchísimo de menos... pero va a volver, ya verás. Tiene que volver.
—¿Y si no lo hace?
Morgana le dedicó una sonrisa sincera.
—Entonces iremos a por ella, y esté donde esté, viva o muerta, la traeremos de regreso.
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