Capítulo 36 - Vekta

Capítulo 36 – Vekta, 1.831, Eolia, Lameliard



Era allí. Tras pasar el arco de piedra y adentrarse en el patio, Vekta localizó el pozo del que le había hablado Bly. Era pequeño y circular, un orificio en la tierra en el que apenas había espacio para un cubo de madera; el recuerdo de una época pasada en la que aquel lugar, una de las pocas posadas milenarias que quedaban en los bajos fondos de Eolia, había sido uno de los hospedajes más importantes de la capital. Ahora, sin embargo, a parte de un edificio abandonado labrado en la piedra de la montaña y hojarasca en el patio de piedra, no quedaba nada.

Vekta atravesó el patio interior, esquivando las acumulaciones de hojas para que no crujiesen bajo sus pies y la delataran, y avanzó hasta la fachada delantera de la posada, allí dónde, bajando tres peldaños, se encontraba una de las entradas. La arpía los descendió, empujó suavemente la puerta, la cual crujió al girar sobre los goznes ya oxidados, y entró en el edificio principal. Tal y como había supuesto, los saqueadores se habían encargado de vaciar todo su interior. Los pocos muebles que quedaban, unas cuantas mesas mugrientas y un par de sillas cojas, yacían entre la inmundicia.

Acostumbrada a vivir en lugares mucho peores que aquel, Vekta ni tan siquiera se inmutó cuando algo peludo le rozó el tobillo. La arpía sacó su linterna, paseó el haz de luz por el salón principal, consciente de que allí no encontraría nada, y se encaminó hacia la escalinata lateral que daba al piso superior.

En los escalones descubrió marcas de botas muy recientes.

Vekta los ascendió con deliberada lentitud, asegurándose de que la madera no crujiese bajo su peso, y empujó la puerta de entrada al siguiente tramo de escaleras. Estas eran de piedra, pero seguían teniendo las mismas huellas. Las ascendió con paso ligero, iluminando cada rincón con la linterna, hasta alcanzar el piso superior, allí donde un largo corredor atravesaba la estructura de todo el edificio. A ambos lados había decenas de dormitorios cerrados.

Dormitorios que, uno a uno, fue revisando sin encontrar nada salvo evidencias de que alguien había estado allí recientemente. Alguien que, por desgracia, no logró localizar.

Veinte minutos después Vekta volvió a salir al patio con la sensación de que algo no encajaba. Los dynnar habían estado allí, era evidente, pero ya no quedaba nada de su estancia. Era como si lo hubiesen abandonado recientemente...

—Mira, puedo imaginar para qué quieres saber dónde están, y sé que no debería darte la dirección, que si vas te matarán, pero sé que no vas a parar hasta conseguirla, así que...

Dos horas antes, Bly había aparecido en su habitación con cara de circunstancias y una nota entre manos. No le había costado demasiado obtener la información, pues como bien sabía Vekta, el joven cadete tenía muchos más contactos en la ciudad de lo que a simple vista parecía, pero era evidente que tenía reticencias a la hora de entregársela. Sabía lo que Vekta pretendía hacer y le preocupaban las consecuencias. Por desgracia, Vekta era de las que una vez tomaba una decisión iba hasta el final, por lo que no intentó detenerla.

No valía la pena.

—Eres el mejor, Bly —había respondido ella, aceptando la nota—. No vas a llamar a la policía, ¿no?

—Te daré cuatro horas. Si pasado ese tiempo no sé nada de ti, sí, llamaré a la policía y les diré todo lo que sé. Seguramente ya sea demasiado tarde y de ti no queden más que unas cuantas tiras de carne, pero al menos no me sentiré tan culpable. Mi contacto dice que esos dynnar tienen muy mala pinta, que no se han relacionado con nadie... y que parecen peligrosos.

—¿Seguro que son ellos?

—¿Pero tú me oyes? ¡Son peligrosos!

—Que sí, que sí... ¿pero me puedes confirmar que son ellos o no?

—Mina, de veras... en fin, tú ganas. Sí, son ellos. Le di la descripción que me había dado Alexia y coincide. —Bly había apoyado la mano sobre su hombro y, visiblemente preocupado, se lo había estrechado antes de abandonar la habitación—. Ten cuidado, ¿vale? Cuatro horas.

—Gracias, Jeronimus.

—Ya, bueno, no me las des, simplemente no te mueras.

No entraba en sus planes morir, aunque no tenía claro que fuese a salir con vida de aquel encuentro. Vekta sabía que era una buena luchadora, que su naturaleza salvaje de Throndall le daba ventaja ante la mayoría de sus adversarios, pero era innegable que los dynnar podían llegar a ser asesinos letales. Además, ¿realmente había ido hasta allí para matarlos? Quizás fuese la idea inicial, pero tras meditar por el camino Vekta se había dado cuenta de que los asesinos no eran el problema. El problema real era la persona que los había contratado.

Así pues, su objetivo era el de interrogarlos... pero por si acaso se había traído sus armas. Una nunca sabía lo que podía pasar, y más en un lugar tan apartado como era aquella posada.

Desafortunadamente los dynnar no estaban, así que todo se reducía a nada. Vekta salió al patio, tomó asiento en una de las rocas y sacó su teléfono, dispuesta a llamar a Bly para evitar que llamase a la policía.

Pero algo se lo impidió.

—Tú otra vez... lo imaginaba.

El sonido de una voz familiar retumbó en el recinto. Una voz que la había acompañado desde el inicio de su travesía en la Academia Real de Vuelo, pero que aquel día tenía una sonoridad diferente. Su tono había cambiado.

Ella había cambiado.

Ya no había calor alguno en su sonrisa, ni tampoco amabilidad de su mirada.

Ya no había nada.

En las últimas horas había tenido sentimientos encontrados hacia ella, sobre todo al verla aparecer en el hospital para visitar a Alexia. A partir de entonces, todo había jugado en su contra. La confesión de Bly sobre el chantaje, su comportamiento, su desconfianza...

Todo.

—Margot.

La cadete se detuvo a cierta distancia para poder observarla desde la distancia. Aquella noche vestía con un abrigo blanco y unos pantalones de color negro muy elegantes. Lucía el cabello corto peinado de lado, con un rizo en la frente, y los ojos castaños maquillados. Incluso llevaba los labios pintados, algo totalmente impropio de ella.

Pero la ocasión valía la pena.

—¿Te has puesto elegante para matarme? —preguntó Vekta—. Es todo un detalle.

—No lo entiendo —respondió Margot con sencillez—. Te he dado todo lo que alguien como tú podría necesitar para ser feliz. He conseguido que tú, una salvaje de throndall, haya llegado hasta lo más alto dentro de la Real Academia de Vuelo de Lameliard. Te he tratado como a una igual... ¡como a una hermana! ¿Y me lo pagas así?

Vekta ladeó ligeramente el rostro, incapaz de negar lo evidente. Margot se había portado bien con ella, era cierto, pero había cometido el error de cruzarse en el camino de Alexia, y eso era algo que no podía permitir. Los Sumer eran sagrados para la Reina de la Noche, y por lo tanto, para ella también.

—Siento no haber sido la amiga que esperabas —respondió Vekta—. Mentiría si dijese que no me has tratado bien.

—¿Y entonces? ¿Por qué me haces esto, Mina? ¿Por qué insistes en meterte en asuntos que no te corresponden?

—Porque es lo justo —dijo.

Pero no era verdad. La respuesta sincera era que lo había hecho por Alexia, nada más. El resto de muertes le daban totalmente igual.

—¿Justo? ¿Justo es que te hayamos acogido en la Academia como a un igual y nos des la espalda? ¡Le has arrebatado una plaza a un lameliard! ¡Alguien que habría sabido sacarle provecho! Y a pesar de ello, ¡jamás te lo hemos echado en cara! ¡Nunca!

—¿Quién más está detrás de esto, Margot? ¿Cuántos sois?

—Jamás lo sabrás —dijo con frialdad, logrando con aquellas palabras infundir cierta inquietud en Vekta—. Los lameliards nos protegemos los unos a los otros, Mina. Los mayores cuidamos de los pequeños, forma parte de nuestra tradición.

—Y esos críos albianos os estaban perjudicando, claro.

Margot dio un paso al frente.

—A nosotros y a ti: ¡a todos! ¿¡Es que acaso no veías lo que pasaba!? ¡Esos críos...! ¡Esos malditos niñatos son mucho más de lo que parecen! ¿De veras crees que lo que nos preocupa es que tengan un poco de atención? ¿Qué estén en boca de todos? —Margot negó con la cabeza—. ¡No seas tan corta de miras, Mina! Lo grave es lo que significa... lo que implica su existencia.

—Hablas de la Flota de la Alianza, ¿verdad?

Margot asintió, logrando con aquel sencillo gesto que Vekta sintiese un escalofrío. Tenía la sensación de que Margot y los suyos se habían quedado atrás en un mundo que no dejaba de evolucionar. Un mundo en el que las alianzas no cesaban de producirse y en el que cada país tenía que aportar sus mejores armas.

Y de Lameliard lo que se exigía era su conocimiento del aire. La Alianza de Hésperos quería que compartiesen su mayor tesoro, que compartiesen con el resto su infinito saber sobre la navegación área, y no todos estaban dispuestos a ello.

—Nosotros somos los auténticos señores del aire —sentenció Margot con rotundidad—. Los jinetes del viento. Entregar nuestro conocimiento a esos extranjeros para que luego formen a sus propios escuadrones es un error: ¡es mostrar nuestras cartas abiertamente! Ahora nos necesitan para que les demos aquello que necesitan, ¿pero qué será de la Real Academia cuando haya otras tantas instituciones de vuelo por toda Gea? ¿Qué será de nosotros cuando el resto de países dispongan de jinetes a los que nosotros mismos habremos preparado? ¿¡Qué será de nuestra tradición!? ¡Nuestro conocimiento es nuestro tesoro! ¡Es nuestra herencia! Si ahora lo regalamos a países como Albia no haremos otra cosa que enterrarnos en vida... y eso es algo que no voy a permitir. No voy a permitir que nos inmolemos.

—¿Y acaso crees poder detenerlo matando a unos cuantos niños? —replicó Vekta—. ¿Crees que asustarás a Albia con un poco de sangre?

—¿Asustarla? —Margot ensanchó la sonrisa—. No, no es lo que pretendo.

—¿Entonces?

Iba mucho más allá. Mientras Lameliard formase parte de la alianza de Hésperos, su reino se vería obligado a sacrificar sus secretos por el bien común. Tendrían que compartir su conocimiento, sus dones, sus flotas, y todo sin recibir a cambio nada salvo una protección que no necesitaban. Una protección que ellos mismos podían garantizarse...

Margot quería dinamitar aquella unión. Sabía que era no iba a ser fácil, un auténtico reto desde su posición, pero podía conseguirlo. Podía lograr que el conflicto estallase entre los dos países poniendo en peligro la seguridad de sus elegidos, y aunque para ello hubiese que sacrificar vidas de inocentes, o quizás no tan inocentes como la mayoría creía, lo iba a hacer. Era por el bien de todos... por el bien de su nación.

Pero también por el suyo.

—Las relaciones diplomáticas son mucho más frágiles de lo que seguramente crees, Mina, y más entre países cuya unión es artificial. Los albianos no son estúpidos, el problema no es que nuestras fuerzas de seguridad no estén capacitadas para detener los asesinatos...

—El problema es que no lo intentan —comprendió Vekta de inmediato—. Al menos no como si se tratase de lameliards.

—Albia arrastra sus problemas hasta nuestro país y pretende que se los arreglemos... —Margot ensanchó la sonrisa—. La tensión aumenta, ¿qué crees que van a hacer los hijos del Sol Invicto cuando sepan que la principal sospechosa de los asesinatos ha sido liberada?

—¿Es por ello por lo que te encargaste de que Bly pagase mi fianza? —preguntó con inquietud—. Creía...

—No te equivoques —interrumpió la lameliard—. Ha beneficiado a la causa, sí, pero no, no ha sido por eso. Me encargué de que te sacaran porque eras mi amiga y te apreciaba como a tal. Porque creía que podía confiar en ti; que no me ibas a traicionar. Pero veo que me he equivocado.

Se había equivocado, sí, Vekta no dijo lo contrario.

—Me hubiese gustado poder confiarte esto más adelante y que entraras en nuestro círculo, pero contigo es imposible —sentenció con amargura—. No sabes cuánto lo lamento, Mina. Te he querido mucho. En fin... —Desvió la mirada atrás e hizo un ligero ademán de cabeza—. Matadla.

Vekta desenfundó su pistola, dispuesta a finalizar aquella historia antes de enfrentarse a lo que fuese que le había preparado Margot, pero un disparo procedente de más allá del arco de piedra la alcanzó de pleno en el hombro y la derribó, dejándola sin opciones. Vekta cayó de espaldas al suelo y, escuchando ya los pasos de Margot alejarse a gran velocidad, intentó incorporarse justo cuando un segundo disparo le pasaba rozando la cabeza. Parpadeó con incredulidad, sorprendida al sentir el dedo de la muerte tan cerca de su rostro, y se apresuró a correr hacia la escalinata de acceso a la posada.

La tierra saltó tras ella, marcando un camino de plomo. Vekta cerró se abalanzó sobre la puerta y la cerró tras de sí. Acto seguido, tres balas se hundieron en ella.

—¡Mierda!

Paseó la mirada por el salón, barajando la posibilidad de arrastrar alguno de los pocos muebles que quedaban para impedirles el paso, pero rápidamente desechó la idea. Había demasiados accesos como para perder el tiempo. Vekta corrió hasta las escaleras que daban acceso al piso superior y atravesó la puerta, dejando un rastro de sangre a su paso.

Le costaba pensar con claridad. Tal era el silencio reinante en el edificio que, salvo su propia respiración agitada, resultaba tentador pensar que estaba sola. Desafortunadamente, la herida del hombro evidenciaba que no. Alguien iba a intentar acabar con ella y, teniendo en cuenta los antecedentes, probablemente fuesen los dynnar.

Necesitaba concentrarse. Vekta subió al piso superior a la carrera y se internó en uno de los pasadizos, eligiendo una habitación cualquiera en la que ocultarse. Cerró la puerta y buscó dónde esconderse bajo el marco de la ventana. La oscuridad era casi absoluta en la sala a excepción de la poca claridad que se colaba por el cristal cubierto de polvo.

—Calma...

Desenfundó su pistola, comprobó el cargador y cogió aire. Seguidamente, poniéndose de cuclillas, se asomó por la ventana para comprobar el patio.

Un nuevo disparo le rozó la cabeza. El cristal estalló frente a sus ojos y Vekta cayó de espaldas, con varios de los vidrios clavados en el pómulo. Su espalda chocó con el somier de la cama, lo único que quedaba en la habitación, y rápidamente se llevó la mano al rostro, a modo de protección...

Pero la amenaza esta vez no procedía de la ventana. La puerta se abrió con un fuerte golpe y uno de los dynnar irrumpió en la habitación, proyectando su sombra por todo el suelo. Buscó a Vekta con la mirada y disparó.

La arpía se lanzó al suelo justo antes de que el primer proyectil la alcanzase. Giró sobre sí misma, fijando la mirada en las botas de su enemigo, y disparó el arma dos veces. La dynnar gritó de dolor al sentir que las balas fulminaban sus tobillos. Se desplomó entre gritos, retorciéndose agónicamente, y durante un instante no fue capaz de reaccionar; un instante que Vekta aprovechó para subirse al somier y apuntar. Dirigió el arma hacia su rostro, apoyó el dedo en el gatillo...

Y entonces un nuevo proyectil la alcanzó de pleno en la espalda, derribándola. Vekta cayó sobre la dynnar, la cual había perdido su arma, y permanecieron unos segundos la una encima de la otra, recuperándose. Inmediatamente después, con un estallido de furia descontrolada, empezaron a forcejear. La dynnar le encajó un golpe en el pecho y le arañó la cara, pero rápidamente la rodilla de Vekta voló con rapidez a su estómago, dejándola sin aire. Acto seguido, aprovechando los segundos de ventaja, la arpía desenfundó su puñal con maestría y lo hundió en su corazón, acabando con todas sus posibilidades.

Se había acabado.

Vekta se dejó caer de espaldas, sintiendo un poderoso latigazo de dolor recorrerle todo el cuerpo al alcanzar el suelo. Le ardía la espalda; la notaba empapada de sangre y con los músculos en completa tensión, pero debía controlarse. El dolor no podía cegarla, ni mucho menos controlarla. Vekta necesitaba mantener a raya a su bestia interior; tenía que dominar su furia...

Pero el hedor a sangre era cada vez más intenso.

Demasiado intenso.

Plenamente consciente de que en cualquier momento podía volver a ser blanco de un disparo procedente de la ventana, Vekta hizo un auténtico esfuerzo para levantarse. A sus pies aún se encontraba la dynnar, debatiéndose entre la vida o la muerte, pero no estaba dispuesta a rematarla. Se merecía sufrir un poco. Además, no iba a sobrevivir, se había encargado de ello hundiendo el cuchillo en el punto exacto.

—Que el Dios Aullante devore tus huesos —le dijo a modo de despedida.

Y aunque ella musitó algo, ni tan siquiera la escuchó. Vekta salió de la habitación tambaleante, con la pistola en una mano y el cuchillo ensangrentado en la otra. Tenía el cuerpo en tanta tensión que mientras se mantuviese activa podría soportar el dolor provocado por las heridas, pero en cuanto bajase el ritmo tendría un problema. Un problema grave, además. Por suerte o desgracia, aquello aún no había acabado.

Se planteó varias opciones. Tenía la sensación de que el dynnar permanecería en el exterior, a la espera de que saliese para ejecutarla como un francotirador, por lo que no valoraba la posibilidad de salir del edificio. Cabía la posibilidad de que se equivocase, pero no quería arriesgar. La gran cuestión era, ¿cómo actuar entonces? De haber podido ver el ángulo de la herida de la espalda habría valorado su posición. Por desgracia, la posición se lo imposibilitaba, así que optó por enfrentar la situación de otra forma. Barrió el pasadizo con la mirada, pensativa, y se encaminó hacia el extremo opuesto, allí donde una escalinata de madera daba acceso al piso superior. Ascendió los peldaños uno a uno, sintiendo que tarde o temprano caerían bajo su peso, y entró en un espacioso altillo cuyo techo en forma de V estaba lleno de ventanas rotas.

Se acercó a una de ellas al azar y se asomó. Desde allí podía ver el patio y el arco, pero también los edificios colindantes sumidos en la oscuridad total. Todo parecía estar envuelto por un halo de paz y tranquilidad irreal. Vekta buscó con la mirada al dynnar por los alrededores sin éxito y volvió a adentrarse en la sala.

No parecía haber ni rastro de él.

Avanzó a través del altillo para asomarse a una de las ventanas del otro extremo del edificio. El tiempo pasaba muchísimo más rápido de lo normal, dejándola sin opciones.

—¿Y ahora...?

Algo cayó sobre el tejado, a unos metros sobre su cabeza. Vekta alzó la pistola y pegó la espalda a la pared en busca de protección. Fuera lo que fuese que había caído, estaba avanzando entre las tejas en dirección al muro opuesto.

¿Sería él?

Cogió aire y desvió el cañón hacia las ventanas que tenía en frente. Aguardó dos segundos, tres, cuatro... y de repente una sombra cayó sobre la ventana, arrancando un grito de puro nerviosismo a Vekta. La arpía disparó tres veces su arma, alcanzando de pleno al cuerpo que acababa de caer.

Pero no era el de dynnar.

Para cuando Vekta logró comprender que la habían engañado, el asesino ya había entrado en el altillo a través de otra de las ventanas y se encontraba tras ella, con el puñal curvo firmemente sujeto. Se acercó a ella sigilosamente, aguantando la respiración, y adelantó el metal hacia su piel, rodeando su cuello. Un corte horizontal en la garganta bastaría para acabar con ella de una vez por todas...

Vekta gritó al sentir el metal hundirse en su piel. Tiró la cabeza hacia atrás, logrando evitar que el golpe fuese letal, y empujó con su propio cuerpo el del dynnar. Inmediatamente después interpuso el brazo entre el suyo y lo desarmó con un golpe seco en la mano. Giró sobre sí misma, encontrándose cara a cara con el asesino, y disparó.

A partir de aquel punto, Vekta no fue capaz de dominar su yo interior. Se vio a sí misma hundiendo su propio puñal en el cuerpo del asesino una y otra vez, pero también cayendo de espaldas al suelo tras haber encajado un puñetazo en la mandíbula. Vio el rostro del asesino pegado al suyo, mientras presionaba su garganta con ambas manos, y sintió que el aire se le acababa...

Y de repente todo se llenó de sangre. Sangre que chorreaba por sus heridas, pero también por las del dynnar. Sangre que los envolvía formando grandes charcos a su alrededor y sangre que corría por el filo de sus cuchillos. Él decía algo, palabras inconexas que la mente de Vekta ya no era capaz de comprender. Gritaba y reía, lloraba y suplicaba... y todo mientras Vekta danzaba a su alrededor con maestría, dibujando un arco de muerte tras otro, aguijoneando su cuerpo como si de un escorpión se tratase...

Hasta que un último golpe arrancó la vida al asesino. Vekta hundió el puñal en su pecho y atravesó su corazón, rompiendo su defensa, y lo giró con violencia. El dynnar aulló de dolor se desmoronó a sus pies, prácticamente muerto. Sin embargo, no lo dejó. Vekta sacó el arma y volvió a hundirla de nuevo, esta vez en el pulmón derecho. Apoyó la bota sobre su pecho y sus labios murmuraron algo que ni tan siquiera ella logró a entender.

Algo que acompañaría al dynnar en sus últimos segundos de vida y probablemente le perseguiría durante el viaje hasta el infierno.

La arpía observó el cuerpo desde lo alto unos segundos, con la respiración acelerada, sintiendo el latido de su corazón marcando el ritmo del tiempo... hasta que todo a su alrededor se detuvo. Vekta sintió la llamada del Dios Aullante en lo más profundo de su mente y un viento frío acarició su rostro, helando su sangre, llevándose consigo las pocas fuerzas que habían logrado mantenerla en pie.

Arrastrándola hasta más allá del Velo.




El susurro del amanecer despertó a Vekta. Tendida sobre el frío suelo del ático de la posada, a apenas unos centímetros de donde yacía el cadáver del dynnar, la arpía abrió los ojos al nuevo día. Se incorporó con lentitud, sintiendo que el mundo giraba a su alrededor, y descubrió con horror que tenía toda la ropa empapada en su propia sangre. Los pantalones, las botas, la camisa, la chaqueta...

La puerta del ático se abrió, logrando con ello arrancar un grito de puro sobresalto a la arpía. Vekta buscó sobre el suelo encharcado su pistola y la alzó justo cuando una nueva figura entraba en la sala.

Apuntó y disparó.

—¡¡No!! —gritó el recién llegado con horror—. ¡Soy yo! ¡Soy yo, Mina! ¡Bly! ¡Soy...!

Jeronimus Bly tuvo suerte de que el arma no tuviese balas, pues de lo contrario a aquellas alturas su cuerpo ya yacería sobre el frío suelo con un agujero entre los ojos. Sin embargo, aquel no era el día de su muerte. Vekta le mantuvo la mirada durante unos segundos, demasiado agotada y debilitada como para poder librarse de la neblina que opacaba su vista, pero reconoció su voz.

—¿Bly...? ¿Dónde...? ¿Qué ha pasado...?

El cadete se apresuró a acudir en su ayuda. Se arrodilló a su lado y, prefiriendo no mirar el cadáver que había a su lado, la ayudó a incorporarse.

—¡Tenías que haberme llamado! Te dije que llamaría a la policía, pero... ¡joder, me imaginaba algo así!

—¿Has venido a ayudarme...?

—¿A ti qué te parece? —El cadete puso los ojos en blanco—. Vale, vale, no quiero que te asustes, pero estás hecha una mierda. En mi vida había visto tantísima sangre... aunque tengo la sensación de que no toda es tuya... te voy a llevar al hospital, ¿de acuerdo?

—No —murmuró ella—. Margot... es Margot, Jeronimus... ella...

Bly no respondió. En lugar de ello la levantó a peso y se la cargó a la espaldas para poder sacarla de la posada. Atravesó el patio todo lo rápido que pudo, sin tan siquiera molestarse en mirar si algún curioso los estaba espiando, y se apresuró a meterla en la parte trasera de su coche. Una vez allí, ayudó a Vekta a que se quitase la chaqueta y la camisa. Debajo, aprisionando su cuerpo y protegiéndolo con la mejor tecnología volkoviana, llevaba un chaleco acorazado gracias al cual no había muerto en el acto al recibir el disparo en la espalda. La bala había logrado alcanzar la carne, dibujando una herida de relativamente profunda, pero no mortal. Bly la observó con horror, sin suficientes conocimientos médicos como para valorar su gravedad, y negó con la cabeza.

—Tienes que ir a un hospital —le dijo con nerviosismo—. Estás llenas de herida, Mina. Tu cara, tu espaldas... ¿y qué decir del hombro? Yo creo que tienes la bala dentro...

—¿Tienes un botiquín en casa?

Bly palideció.

—Mina...

—No pienso ir a un hospital —murmuró. La brisa del amanecer había logrado espabilarla un poco—. ¿Sabes la cantidad de preguntas a las que voy a tener que responder? Me acabas de sacar de la cárcel, Bly...

—Ya, pero...

Vekta alzó el dedo, dando por finalizada la conversación, e hizo un ademán de cabeza para que ocupase el asiento de piloto. Confuso, Bly obedeció, pero lo hizo sin demasiado convencimiento. No sabía cómo actuar en situaciones de tanta gravedad como aquella.

Arrancó el motor y se pusieron en movimiento.

Permanecieron unos minutos en silencio, con Bly dedicándole alguna que otra mirada a través del retrovisor y Vekta mirando por la ventanilla. Se sentía muy mareada y débil después del enfrentamiento, pero poco a poco estaba recuperando el control de su mente. Después de la explosión de rabia, había sido complicado dominarse a sí misma. Por suerte, la calma estaba serenando su bestia interior, arrastrándola de regreso a un sueño profundo.

Un sueño reconfortante.

El pitido del teléfono móvil de Bly llamó su atención. Vekta miró al cadete, el cual había dedicado tan solo un fugaz vistazo a la pantalla antes de silenciar el dispositivo y seguir conduciendo, pero no dijo nada. Tuvo la tentación de preguntarle el motivo por el que no contestaba, pero teniendo en cuenta su estado, era comprensible.

Unos minutos después, volvió a sonar.

—Oh, vamos... —murmuró Bly por lo bajo.

Vekta aguardó pacientemente a que el teléfono sonase dos veces más antes de intervenir. Bly comprobó por cuarta el emisor e hizo ademán de guardar el teléfono en el bolsillo. Sin embargo, Vekta se adelantó. Se lo arrebató con rapidez y comprobó lo que ya sospechaba.

Era Margot.

Bly se apresuró a recuperarlo con las mejillas encendidas.

—Esto no es lo que parece —se excusó—. Yo no tengo nada que ver con lo que ha pasado ahí dentro, te lo aseguro. Jamás te haría daño.

—No lo dudo —admitió Vekta—. Pero, ¿y qué hay de lo demás? ¿De veras no sabías nada?

El cadete apretó los labios.

—No.

—¿Seguro?

Volvió a negar con la cabeza.

—Seguro.

—Ya... ¿por qué será que tengo la sensación de que me estás mintiendo?

—Pues no sé, tú sabrás, pero...

Vekta buscó su mirada a través del retrovisor, lo que le obligó a apartarla. Estaba mintiendo, era evidente. Mentía abiertamente, tratando de ocultar su vergüenza tras una fachada de dignidad. Bly se arrepentía de haberse involucrado en toda aquella historia. Quizás al principio hubiese estado más convencido. De hecho, la teoría era francamente atractiva para un patriota como Jeronimus Bly. Cerrar las puertas a aquellos que querían robar su tesoro nacional era lo lógico; era una forma de proteger a su país. Sin embargo, en el momento en el que había empezado a correr la sangre todo había cambiado. Sabía que para conseguir un bien mayor se tenían que hacer algunos sacrificios, pero habían sido demasiados.

Lástima que no hubiese intentado detener a Margot a tiempo; de haberlo hecho se habría ganado el respeto de Vekta. El suyo y el de todos, de hecho. Por desgracia, Bly era el mismo cadete mentiroso y cobarde de siempre.

Estaba marchito por dentro.

—¿Hasta dónde sabías? —insistió Vekta, ignorando sus mentiras—. ¿Habías visto alguna vez a los dynnar?

—¡Ya te he dicho que yo no sabía nada, Mina! —replicó él con fastidio—. Piénsalo, si realmente lo hubiese sabido, ¿te habría ayudado? ¿Habría ayudado a Alexia Sumer cuando apareció medio muerta? ¡No! ¡La habría rematado!

—¿Y por qué no lo hiciste?

El cadete puso los ojos en blanco.

—¡Mina...!

—¿Fue tu forma de intentar detener a Margot? Intentaste que todo saliese a la luz a través de Alexia, ¿verdad? Querías que lo destapara todo y, ya de paso, sacarme de esa celda. Pero no te salió bien... Es por ello por lo que me ayudaste a localizar a ese par, ¿verdad? Porque querías que todo esto acabase. Porque en el fondo no eres tan jodidamente cobarde como aparentas ser...

—¡Eh! ¡Que te he sacado de ese agujero! Como sigas así...

—¿Qué? ¿Me vas a tirar en marcha?

Desesperado, Bly golpeó el volante con fuerza. Estaba furioso por su insistencia, por su falta de empatía y, sobre todo, por ser tan desagradecida después de haberse jugado la vida para sacarla de aquella posada de mala muerte. Pero también estaba furioso consigo mismo. Se odiaba por no haber sabido decir un "no" a tiempo y por no saber afrontar la situación con la valentía que realmente debía.

Apretó los puños con fuerza.

—Mina...

Antes de que pudiese seguir hablando, su teléfono volvió a sonar. Jeronimus lo sacó del bolsillo y, comprendiendo que en realidad aquello era cosa del destino y que no podía seguir retrasando lo inevitable, contestó a la llamada.

La voz de Margot, bastante más alterada y tensa de lo habitual, resonó por todo el vehículo al ponerla en manos libres.

—Bly, ¿qué demonios haces? ¡¡Llevo una hora llamándote!!

—No tenía el teléfono a mano, lo siento —se disculpó él con sencillez, restándole importancia—. ¿Qué pasa? ¿Necesitas algo? Es muy pronto.

—O muy tarde, depende de cómo lo mires. Tenemos que hablar, es importante.

—Pues habla.

—¡No, imbécil! ¡Todos! ¡Tenemos que hablar todos! Voy a reunir a los chicos...

—¿Pero qué ha pasado?

Hubo un tenso silencio antes de que la voz de Margot resonase en forma de estallido por todo el coche.

—¡Bly! ¡Basta!

—De acuerdo, de acuerdo —intervino él. Dedicó una fugaz mirada a Vekta a través del retrovisor y, sin necesidad de mediar palabra, comprendió el significado de su expresión—. Quedamos en mi casa: hasta dentro de una semana seguirá vacía, así que podemos aprovechar. ¿Avisas tú a todos?

—Yo me encargo, nos vemos en dos horas.

Dos horas. Era muy poco tiempo, y más en el estado en el que se encontraba, pero Vekta sabía que tenía que jugar bien sus cartas. Ese encuentro marcaría el final de su historia con Margot, pero probablemente también con Lameliard. Habría un antes y un después, y Bly, aunque negase formar parte de ello, ya había elegido su bando.

—Te juro por mi alma que no lo sabía —dijo al fin—. Ni yo ni el resto. Ella... ella simplemente decidió que debían cambiar las cosas y buscó nuestro apoyo. Reunimos dinero, pero jamás supimos para qué era. Lo intuíamos, pero... en fin, ya sabes cómo es Margot. Pero si sirve de algo, ella jamás quiso hacerte daño. Ella quería que formases parte de todo esto.

—¿Y Agatta? ¿Ella sabía algo?

Negó con la cabeza.

—Hubo voces en contra de que vosotras lo supieseis. Margot os quería meter, pero...

—Pero somos extranjeras.

No negó lo evidente.

—Aunque me veas como un asesino, te aseguro que mi visión sobre todo esto era bastante más romántica. Quería salvar a mi país, pero no manchándome las manos de sangre. En cuanto salga a la luz, nos ejecutarán por esto.

Lo iban a hacer, era cierto. La Reina de Lameliard jamás permitiría que unos cuantos críos pusieran en peligro su alianza con Albia. Muchos los apoyarían en secreto, por supuesto, aquello no era más que la punta del iceberg, pero nadie se atrevería a decirlo en alto por temor a las represalias. Además, aquel tipo de acuerdos tenían fecha de caducidad. Por el momento la Alianza de Hésperos se mantenía en pie porque no había conflictos reales, pero en cuanto lo hubiese todo lo que habían construido se vendría abajo y Lameliard dejaría atrás el pacto.

Por desgracia para Margot, había elegido un mal momento para jugar sus cartas.

—¿Vas a delatarnos? —preguntó Bly en apenas un susurro—. Entendería que lo hicieras... de hecho creo que es lo mejor que nos podría pasar. Se nos ha ido de las manos... sí, se nos ha ido de las manos. Y sé lo que eso implica, probablemente nos cuelguen por esto, pero...

—Tú simplemente busca ese maldito botiquín, ¿de acuerdo? —le interrumpió—. Y ahora cállate un poco, necesito pensar.




Todos acudieron a la llamada de su líder. Hasta entonces no la había visto como tal, pero rodeada de los suyos, poco más que niños a los que lograba intimidar con una simple mirada, Vekta comprendió que Margot era todo lo que cabría esperar de un lameliard. Astuta, poderosa, adinerada y sin escrúpulos: una mezcla perfecta que, sumado a su talento natural, la había llevado a lo más alto de la pirámide.

El círculo de Margot estaba formado por ocho personas: Milan Defois, Tyler Blanch, Alisha Verdy, los hermanos Pedersen, Bly, Margaret Ricco y ella misma. Ocho magníficos pilotos cuyo gran potencial los había llevado hasta las primeras posiciones de la tabla de clasificación cuando la Academia de Vuelo había decidido brindarles la oportunidad de su vida. Todos ellos eran miembros del futuro escuadrón de la hija de la Reina: leales servidores a los que su obsesión por velar por su reputación y futuro había arrastrado hasta la oscuridad.

Era una auténtica lástima. Mientras los observaba desde las escaleras de la planta superior, oculta en la oscuridad, Vekta no podía evitar sentir lástima por ellos. Incluso Margot despertaba su ternura. De haber sido otra su posición, probablemente habría apoyado sus actos. Vekta no estaba a favor de la muerte de inocentes, pero a veces era necesario. El sacrificio era una de las piezas claves para conseguir un bien mayor. Por desgracia, Margot había elegido mal sus objetivos y habría transformado lo que podría haber sido una gran amistad en una guerra sin cuartel.

Una guerra que llegaba a su final aquel día y en aquel lugar.

Bly había intentado curarle las heridas, pero necesitaba recibir asistencia médica. Desafortunadamente, Vekta no tenía tiempo para ello, por lo que entre los dos habían llevado a cabo las curas de emergencia básicas. Al menos las que el escueto botiquín de los Bly le habían permitido. Estaba vendada de arriba abajo, atontada por la cantidad de pastillas que había tomado y un tanto achispada tras haberle dado un sorbo a una de las botellas de whisky del padre de Jeronimus. La mezcla era un auténtico cóctel molotov que pocos podrían haber soportado, pero que le daba el valor que necesitaba para enfrentarse a los acontecimientos.

—¿¡Mina está muerta!? —preguntó Alisha Verdy con perplejidad cuando Margot confesó lo ocurrido—. ¿¡Pero no decías que ella estaba de nuestro lado!? ¡Ay, Margot, que esto se te está yendo de las manos! ¡Mina no es albiana!

—¿Se me está yendo? —replicó ella con cierta petulancia—. Se nos está yendo, querrás decir. Y no, no se nos está yendo de las manos, que no cunda el pánico. La muerte de Mina ha sido una putada, no voy a mentir: no contaba con ella. Sabéis que la apreciaba, pero no nos ha dejado otra opción: estaba metiendo las narices donde no le tocaba.

—Y tú queriéndola meter... —intervino Tyler Blanch con desdén—. En fin, ¿y ahora qué? ¿Crees que pueden llegar hasta nosotros? ¿Crees que pueden descubrirnos?

—¿Acaso importa? —Alisha negó con la cabeza—. Oye, Margot, Juilo, Samael y yo hemos estado hablando últimamente de todo esto, y...

—¿Y qué? —Margot fulminó con la mirada a los Pedersen, logrando con ello silenciar su ya de por sí casi ausente voz—. ¿Qué quieres decirme?

Todos sabían lo que quería decir. El miedo reinaba en la reunión, y no solo ante la posible reacción de Margot, la cual mostraba abiertamente la pistola que llevaba en la cadera. Aquellos jóvenes tenían dudas, no sabían si querían seguir adelante con su compleja misión, y mucho menos después de que se hubiesen manchado las manos con la sangre de uno de sus hermanos.

Uno de los suyos.

—Quizás deberíamos replantearnos todo esto —intervino Bly, poniendo en palabras lo que algunos pensaban desde hacía semanas—. Es cierto que al principio todos aceptamos participar, y además nuestro objetivo sigue siendo el mismo, todo por Lameliard, pero quizás esta no sea la mejor forma. Quizás...

—¿Y cuál es tu idea, Bly? —quiso saber Tyler Blanch, receloso—. ¿Fingimos que no está pasando nada? ¿Fingimos que todo va bien? ¡Si quieres les entregamos nuestras posesiones además de nuestra alma a esos perros del Sol Invicto!

—¿Y qué debemos hacer, entonces? ¿Seguir matando inocentes? —Bly hizo un alto—. ¿Realmente esto va a servir de algo? ¿La sangre de unos críos puede dar al traste con una unión que la muerte de miles provocó?

—¡Yo no soy una asesina! —aseguró Alisha Verdy con determinación—. Nunca lo he sido, ni lo seré.

—¿Y acaso alguien dice que lo eres? —La voz de Margot sonó con rotundidad en la sala, arrancando ecos a las escaleras que ascendían al piso superior—. ¿Acaso ha sido tu mano la que ha empuñado un arma? ¡No! ¡No habéis sido vosotros! ¡He sido yo! ¡Yo he movido todas las piezas, pero lo he hecho por vosotros! ¡Por todos! ¿¡Es que no os dais cuenta de lo que va a pasar si no lo detenemos!? ¡Lo estáis viendo! ¡Estáis viendo lo que nos están haciendo! ¡Tratan de convertirnos en parte de su sucio Imperio! ¡Nos arrebatan nuestro mayor tesoro para aumentar su poder! ¡Para ampliar sus filas para el día de mañana, cuando vuelva la guerra, expandirse y recuperar todo lo que consideran suyo! —Apretó los puños con furia—. ¡Son albianos, joder! ¡Albianos! ¡Conquistadores! ¡Expansionistas, y no van a parar hasta dominarlo todo! ¡Todo!

Si el mensaje caló hondo en los suyos o no fue algo que a Vekta no le importó. Se sentía orgullosa de ella. Margot era puro nervio, todo energía y sentimiento, y creía en su causa. Creía tan ciegamente que su pasión la había arrastrado hasta su fin.

Era terrible, visto lo visto, era innegable que habría sido una magnífica arpía...

Pero ya no había esperanzas para ella. Vekta tenía que neutralizarla antes de que aquella mujer acabase con la vida de Alexia, y la única forma de hacerlo era acabando con la suya.

Se puso en pie y descendió la escalera con determinación. Paso a paso, todas las miradas se iban desviando hacia ella: un espectro del pasado que regresaba aún empapada en su propia sangre y con una pistola entre manos. Una pistola que, tan pronto Margot vio, provocó que desenfundase la suya. La cadete la alzó con rapidez, tratando de detener a la aparición antes de que pudiese acabar de minar la determinación de los suyos, pero Vekta no se lo permitió. Se adelantó y disparó primera, abriendo un único agujero en su corazón.

Una única herida suficiente para acabar con su vida.

—Me rompe el corazón... —dijo Vekta tras ver el cuerpo de la cadete desplomarse en el suelo— , pues en el fondo, tienes mucha razón.

Horrorizado, Tyler Blanch corrió a los pies de Margot para comprobar que había muerto. Hundió los dedos en su garganta y, furioso, le arrebató el arma, dispuesto a acabar con Vekta. Sin embargo, una vez más ella se adelantó. La arpía dirigió la pistola hacia su cabeza y disparó antes de que él pudiese alzar el arma.

El pánico se apoderó de los presentes cuando el cuerpo se desmoronó en el suelo. Los cadetes retrocedieron, con el terror congelando sus expresiones, y se apiñaron al fondo de la sala, en busca de protección tras uno de los sillones. Jeronimus, sin embargo, ni tan siquiera se movió. Boquiabierto tras ver caer a dos de los suyos en su propia casa, no pudo reaccionar. Simplemente desvió la mirada hacia Vekta, totalmente perplejo, y dejó escapar un débil suspiro.

—Mina...

—Vuestro futuro está en mis manos —empezó ella, dirigiendo la mirada hacia los asustados cadetes—. Vuestra causa es noble, no voy a mentir. Admiro a la gente capaz de arriesgar su propia vida por su país y por aquello que creen justo, pero vuestros métodos torpes y burdos son los que os han arrastrado hasta esta situación. Hay muchas formas de proteger vuestra tradición, y no os voy a engañar, en la mayoría de ellas hay sangre y muerte. La vida de los inocentes suele ser una moneda de cambio de demasiado poco valor como para no aprovecharla. Sin embargo, aunque puedo llegar a comprender vuestra causa, habéis errado en vuestra elección. En vuestra diana habéis puesto un nombre que ha despertado la ira de mi señora. Y mi señora ni perdona ni olvida.

—¿Tu señora...? —murmuró Bly con confusión—. Mina, de qué se supone que estás hablando...

Vekta le miró con fijeza, preguntándose por un momento si debería responder a su pregunta, pero rápidamente desvió la atención hacia el resto de cadetes. Tenía muy claro lo que iba a hacer con Bly, pero el destino de los demás aún estaba en jaque.

Miró el arma que aún tenía entre manos significativamente, logrando con aquel sencillo gesto arrancar algún que otro gemido de terror.

—Debería mataros. Debería y podría hacerlo: nadie tendría por qué salir con vida de esta casa. ¡Debería castigaros por lo que me habéis hecho! Sería lo lógico, ¿no? Siendo yo una salvaje de Throndall, ¿qué otra cosa debería hacer? ¿Entregaros a la justicia y que sean ellos quienes os ejecuten? —Vekta negó con la cabeza—. No. Debería arrancaros el alma uno a uno y bañarme en vuestra sangre. Así, al fin y al cabo, cumpliría con vuestras expectativas... pero aunque no lo creáis, hay algo más que rabia y rencor en mi mente. Mucho más. Y aunque no merecéis otra cosa que morir, hay demasiado talento en vosotros como para dejaros escapar. Yo puedo ofreceros un nuevo futuro: yo puedo evitar que la justicia acabe con vuestras vidas y el nombre de vuestras familias. —Vekta dio un paso al frente—. Yo puedo daros una oportunidad siempre y cuando no tengáis miedo a enfrentaros a todo cuanto conocéis. A sacrificar todo lo que sois... y es que, amigos míos, aunque os hayan hecho creer lo contrario, hay más reinas a las que servir a parte de la de Lameliard...

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