Capítulo 35 - Nessa
Bueno... y llegó el capítulo. El capítulo en mayúsculas que marca el final de la historia. Empieza la cuenta atrás...
Coged aire, que vienen curvas.
Besitos.
Capítulo 35 – Nessa, 1.831, Solaris, Nuevo Imperio de Solaris
Nessa no había vuelto a ser la misma desde la fiesta de Emrys Daeryn y su posterior conversación con Mineya Varelis. De ello hacía ya veinte días, y aunque durante los siguientes dos jornadas el accidente sufrido por la bruja hecatiense que le había arrebatado la vida a ella y a todos sus seguidores al prenderse fuego su edificio la había mantenido algo distraída, Nessa no podía dejar de pensar en lo que le había dicho. En que no había solución... en que tan solo su muerte podría evitar que el demonio decidiese cobrar su deuda.
Gladio había acabado con Varelis para no dejar pruebas. No se lo había dicho, pero Nessa lo sabía. Él era de esos, de los que no dejaban cabos sueltos, y se lo agradecía. Ella tampoco los dejaba, pero en aquel entonces se había sentido tan débil que ni tan siquiera se había planteado la posibilidad de eliminar a los testigos. Afortunadamente, Gladio lo había hecho por ella y, como era de esperar, con total y absoluta eficiencia. Ni lo habían descubierto, ni jamás lo harían.
—Estoy convencido de que hay más opciones —le había asegurado al siguiente amanecer, cuando tras varias horas de sueño profundo Nessa había despertado algo aturdida por los acontecimientos. Aquella noche él no había dormido allí, y aunque al principio se había preguntado el motivo, no había tardado demasiado en saber la verdad—. Esa mujer no tiene la verdad absoluta.
—No, pero lo que dice tiene sentido.
—Puede ser, pero ya sabes que yo prefiero los sinsentidos y las cosas absurdas, Hécate. —Gladio le había intentado dedicar una sonrisa tranquilizadora sin éxito—. Tranquila, ¿de acuerdo? Ya se me ocurrirá algo.
Pero no lo había conseguido. Ambos habían seguido investigando distintas vías con las que deshacerse del demonio, pero no habían encontrado nada. Y no lo habían encontrado porque, sencillamente, no existía.
Habían sido semanas extrañas. Semanas en las que Nessa se había volcado en el trabajo con la esperanza de que tarde o temprano Lucian la avisaría para inaugurar la biblioteca, pero en las que no había sabido prácticamente nada de él. Se decía que pasaba mucho tiempo con una chica a la que había conocido en la fiesta de Emrys: la preciosa joven de pelo caoba y ojos verdes con la que la propia Nessa le había visto conversar en la pista de baile. Valeria. Sorprendentemente, aquella chica parecía haberlo apartado de Iliana Fedorova, por lo que los ánimos volkovianos estaban algo caldeados en ese sentido. Eso sí, al menos había acabado la guerra. Volkovia se había alzado vencedora sobre Cydene, y tras casi un mes de conflicto, al fin se habían firmado los acuerdos de paz.
Algo era algo.
Pero aunque las cosas parecían estar algo mejor en Volkovia, el Nuevo Imperio era un auténtico hervidero de noticias. Todo Aeron parecía estar en tensión por los últimos acontecimientos, y más ahora que Cydene había decidido abandonar la Alianza de Hésperos tras no haber recibido su apoyo frente a Volkovia. Era un momento de cambio, era el principio de una nueva era, y todos mantenían los labios apretados, a la espera de que la sombra no fuera tan oscura como lo había sido la última vez.
Durante aquellas semanas Nessa había recibido la visita del regente en dos ocasiones en su despacho. La primera había sido al siguiente amanecer, tras la fiesta. Loder Hexet quería información sobre todo lo que había visto y ocurrido durante la recepción de Emrys, y ella se la había proporcionado sin problemas. No le había ocultado absolutamente nada, cosa que el regente había agradecido. Al parecer, la había puesto a prueba. Hexet tenía otros agentes infiltrados en la celebración con los que contrastar la información y valorar si Nessa era de confianza, y el resultado había sido favorable.
La siguiente vez que la había visitado dos semanas después había sido para pedirle que le tradujese unos documentos. Se trataba de unos compuestos médicos que le habían recetado a su hija Victoria y que, por alguna extraña razón, contenían algunos de los ingredientes, hierbas medicinales en su mayoría, en hecatiano.
—¿Esto se lo han dado en el hospital? —preguntó Nessa con curiosidad—. No es medicina demasiado común.
—No exactamente —había respondido él con brevedad.
Y no había dicho más. De hecho, ni él ni la propia Nessa. Loder Hexet parecía preocupado por algo, y como pronto descubriría Nessa, se debía a cierto ataque de ira de su hija que había acabado con medio jardín en llamas.
—¿De veras? ¡Yo vi el césped carbonizado! —exclamó Nessa con sorpresa cuando Gladio le rebeló lo sucedido—. Había un montón de gente fuera, en la calle. No los dejaban pasar.
—Y vas tú y te cuelas a cotillear. —Contento al ver que al fin lograba hacerla sonreír, el medio volkoviano negó con la cabeza—. Como te pillen se te va a caer el pelo.
—Bueno, siempre puedo arrasar su país con un simple chasquido de dedos...
Aunque no era una buena broma, aquel día se rieron. Y de hecho pasaron los siguientes algo más relajados, tratando de afrontar la nueva situación tal y como realmente era. Su problema no parecía tener solución así que, por el momento, intentarían convivir con ello.
Nessa decidió volver a su apartamento. Aquella decisión no gustó demasiado a Gladio, el cual parecía encantado con tenerla en casa a diario, pero lo comprendió. Tarde o temprano volvería, estaba convencido, por lo que no iba a forzar las cosas.
—Eso sí, al menos vendrás a desayunar conmigo, ¿no?
—Haré lo que pueda.
Nessa llevaba una semana viviendo de nuevo sola, y aunque los días se le hacían eternos, sobre todo las horas en las que estaba en su apartamento, agradecía tener un poco de tiempo para pensar. Porque necesitaba pensar. Últimamente tenía ideas y sensaciones extrañas, y temía que pudiese estar confundiéndose. El Nuevo Imperio estaba resultando ser un escenario mucho más atractivo de lo que había esperado. Demasiado incluso, y eso le hacía dudar. Le hacía sentirse culpable. No quería que nada destruyese aquel hermoso lugar, y mucho menos que hiciera daño a aquellos a los que, aunque no debía, empezaba a apreciar de verdad.
—Estoy confundida, Morgana —le confesó a su hermana por teléfono, sentada en la arena de la playa—. Me siento un poco perdida.
—¿Has hablado con la jefa? ¿Qué dice la Reina?
—No le he dicho nada. Está demasiado ocupada jugando a la guerra. Creo que aún ni tan siquiera ha vuelto a Arkengrad.
—Ya... la cosa en Cydene no ha sido tan fácil como al final parecía. —Morgana suspiró—. Pues no sé qué decirte, Nessita. Quizás te iría bien un cambio de aires. Llevas ya varios meses ahí metida, al filo de la navaja. Puede que volver a Kovenheim unos días te fuese bien... y sino a Umbria. Podrías venirte aquí. Hace un frío del carajo, pero se come bien. Además, podríamos salir a cabalgar a diario: no tengo demasiado que hacer, ya sabes.
La idea le seducía. Nessa sabía que lo que realmente debía hacer era compartir su inquietud con Diana, confesarle lo que le había pasado y las extrañas emociones que empezaban a embriagarla, pero no se atrevía a hacerlo. Sospechaba que la Reina de la Noche se tomaría aquellos pensamientos como una muestra de debilidad e inmadurez y no quería tener que enfrentarse a ella. No quería tener que aceptar que se estaba equivocando.
Así pues, por el momento no tendría más remedio que quedarse en el Nuevo Imperio tratando de reorganizar sus ideas. Le gustaba su trabajo, le gustaba la ciudad y, en general, le gustaba todo cuanto le rodeaba, así que, salvo el pequeño detalle de que de un momento a otro podría destruir cuanto le rodeaba, las cosas iban bien...
Y más en días como aquel en los que disfrutaba de unas cuantas horas de descanso en la playa, tumbada en la arena y con la hermosa vista del océano ante ella. Pocas veces había visto el agua tan azul.
Nessa pasó el día en la playa, disfrutando de las horas de paz. Había llamado a Gladio para que se uniese a ella, pero una operación en las afueras se lo había impedido. Decía que quizás, con suerte, podrían verse para cenar, pero Nessa lo dudaba. Por la premura con la que los habían llamado a él y al resto de miembros de caza de su grupo, debía haber pasado algo importante.
A pesar de ello Nessa disfrutó enormemente de la jornada al sol. En Kovenheim Morgana y Lira solían ponerse en bañador en los jardines para coger un poco de color, pero tanto ella como Vekta eran demasiado pudorosas para hacerlo. Sabían que los Cuervos de Hierro las miraban, que entre sus filas había chicos jóvenes que estaban interesadas en ellas, y Nessa siempre había evitado el contacto con ellos. No era adecuado. En el Nuevo Imperio, sin embargo, las circunstancias eran totalmente distintas. Allí también había mucha gente joven en la playa tomando el sol, pero no se sentía amenazada. Nessa era diferente, destacaba por sus rasgos, y eran muy pocos los que se querían acercar a ella. Aquello la beneficiaba, aunque también entristecía hasta cierto punto. Sabía que no podía plantearse seriamente el formar parte de ellos, pero en caso de que así lo quisiera, iba a ser complicado que la aceptasen. Lógico que Emrys tuviese tanto interés en juntar a su gente: era la única forma de sentirse mínimamente respaldado.
Por suerte, aquel día Nessa no necesitaba a nada ni a nadie para sentirse bien. Sencillamente tomó el sol durante horas, comió en uno de los restaurantes de la zona y después volvió a la playa para disfrutar de una tarde de lectura. Al caer el anochecer, dejó el libro en su mochila y, aprovechando que ya quedaba poca gente en los alrededores, decidió darse un baño. Dejó la toalla y la chaqueta junto al resto de sus pertenencias y, adentrándose por fin en las cálidas aguas del océano, disfrutó de un largo rato de relax.
El cielo ya estaba totalmente estrellado cuando Nessa empezó a sentir frío. Las aguas del océano eran especialmente cálidas allí, y más cuanto más al sur de Gea se estuviese, pero la brisa era algo fresca para su gusto. La arpía sumergió la cabeza una última vez entre las olas, se quitó el exceso de agua del cabello y se encaminó a la orilla en busca de su toalla.
Para su sorpresa, la playa estaba totalmente vacía. La playa y el paseo. De hecho, incluso los locales de primera línea parecían cerrados. Las luces de neón de sus carteles brillaban tenuemente, con menos fuerza de lo habitual. Era como si, de alguna forma, todo estuviese cubierto por una película de oscuridad...
Tuvo un mal presentimiento. Nessa se apresuró a ponerse los pantalones y la camiseta sobre el bañador mojado y recogió su mochila y toalla de la arena. Por hoy, la excursión había acabado. Se recogió el cabello en una coleta alta, se encaminó hacia la pasarela de tablas que conectaba con el camino de piedra que había bajo el paseo marítimo y empezó a recorrerlo, en dirección al aparcamiento donde había dejado el coche de Gladio. Podría haber accedido al paseo a través de una de las escaleras que conectaban con él y hacer el camino entre la gente, pero notaba algo raro.
Empezaba a temer lo peor.
Aceleró el paso hasta dejar atrás la zona más turística. Aquella parte de la playa era especialmente tranquila, sin apenas viandantes y mucho menos bañistas. Era un lugar perfecto para pensar, le había dicho Gladio, pero aún más para dejar el coche. Nessa avanzó unos cuantos metros más, hasta alcanzar la escalinata que conectaba con aquella zona del paseo y lo cruzó hasta la lengua de asfalto que daba al aparcamiento.
El viento trajo un silbido sordo que la detuvo en seco. Nessa juntó las manos a la altura del corazón y descubrió que este latía con demasiada fuerza como para no admitir que tenía miedo. Tanta oscuridad y tanto silencio resultaban estremecedores.
Además, la calle seguía totalmente vacía, y eso era extraño.
Muy extraño.
Un rayo iluminó la noche, arrancándole un grito de sorpresa con su escandaloso trueno. Nessa alzó la vista al cielo y descubrió que el abanico de estrellas había sido eclipsado por una densa nube de oscuridad. Una oscuridad que se deslizaba a su alrededor y trepaba por sus piernas, dibujando tentáculos negros. Nessa los observó por un instante, totalmente paralizada, sintiendo que el temor se aferraba a su pecho, hasta que al fin lo comprendió. Un nuevo rayo iluminó el cielo y al otro lado del aparcamiento descubrió una figura observándola. Una figura vestida de negro cuya mirada estaba fija en ella.
No necesitó más. Nessa abrió mucho los ojos, sintiendo el miedo convertirse en urgencia, y empezó a correr en dirección contraria. El pretor estaba a cierta distancia, pero incluso así había podido descubrir su naturaleza en base al brillo dorado de sus ojos y los rayos. Se trataba de un agente de la Casa de las Tormentas, y venía a por ella, estaba convencida.
Lo sentía en sus adentros.
Nessa volvió al paseo marítimo y descendió hasta volver a pisar la arena de la playa, guiándose por el instinto. Correr por aquel terreno era especialmente duro para alguien que no estaba preparado físicamente, pero para ella no fue un gran esfuerzo. La joven corrió a gran velocidad, levantando nubes de arena dorada a su paso, hasta localizar uno de los puentes que daban acceso directo a la ciudad. Con suerte, descartando el paseo, que era evidente que estaba tomado por el pretor, las calles de Solaris se convertían en la mejor opción para intentar desorientar a su persecutor.
—Vamos, Nessa...
Localizó al fin el puente, el cual se alzaba varios metros por encima del paseo, pero un fogonazo de oscuridad le impidió acceder a él. En lo alto, plantado en mitad del camino, una nueva figura surgió de entre las sombras, cortándole el paso. Nessa lo miró por un instante, perdiéndose en sus ojos negros, y retrocedió justo a tiempo para evitar que unos brazos negros surgidos del suelo le inmovilizaran las piernas. Nessa retrocedió una vez más, esquivando un segundo ataque, y siguió corriendo por la playa en un intento desesperado por probar suerte en el siguiente paso.
Por desgracia, el resultado fue el mismo.
Fuesen quienes fuesen sus perseguidores, no querían que saliese de la playa.
Pero no se iba a dar por vencida tan pronto. Nessa tiró la bolsa y la toalla al suelo y, sintiendo que el nerviosismo se convertía en adrenalina, corrió con mayor rapidez por la arena, con un objetivo claro. A medio kilómetro de allí había un pequeño túnel a través del cual podría adentrarse en la ciudad. Si lograba alcanzarlo, quizás lograría escapar.
Un nuevo relámpago resonó con gran fuerza en el cielo, aunque esta vez mucho más cerca de ella de lo esperado. La joven dedicó una fugaz mirada atrás, y a menos de cien metros descubrió al primer pretor siguiéndola a la carrera, con los ojos encendidos por un potente fulgor dorado y los dedos chisporroteando electricidad.
Me quieren viva, se dijo. Podrían acabar conmigo de inmediato, fulminarme con el poder de su magna lux, pero en cambio intentan detenerme... me necesitan.
Nessa creyó comprender el motivo. A su mente acudió el recuerdo de Ignatius Thurim y con él las palabras de Lira. Tranquila, Nessa, nunca sabrán lo que hicimos...
¿Nunca? ¡Ja! Tan solo había que verla corriendo por la playa con los albianos pisándole los talones. Porque eran albianos, no le cabía la menor duda: en el Nuevo Imperio no existían los agentes de las Tormentas...
Era innegable que estaban mostrando gran valentía al ir hasta allí en su búsqueda y actuar de una forma tan abierta. O al menos lo que a ella le parecía abierta, claro. A ojos del resto de la población probablemente la oscuridad reinante no les permitía ver absolutamente nada...
Empezó a llover. Un charco se dibujó a escasos metros ante ella, y a punto de pisarlo, un rápido estallido de electricidad la hizo retroceder. Nessa se paró en seco y lo bordeó, sintiendo que parte de la estática se le enredaba en el pelo. Siguió corriendo, pero un estallido en la pared que tenía a escasos metros hizo saltar varias esquirlas contra su cara. La joven gimió de dolor al sentir algunas clavarse en su pómulo y aceleró.
No muy lejos de allí, la entrada al túnel la aguardaba sumida en la oscuridad total. Nessa se adentró a la carrera, librándose por un instante de la persecución del pretor. Una vez al otro lado ascendió por una rampa de piedra que conectaba con la ciudad y salió a una calle secundaria bastante tranquila donde apenas había vecinos. Los altos edificios se alzaban a su alrededor con las terrazas encendidas y algún que otro curioso asomado a la ventana, pero nadie parecía verla. Todos parecían demasiado concentrados en la lluvia como para darse cuenta de que una joven corría por sus calles.
Nessa se adentró en el laberinto de calles que era Solaris, tratando de deshacerse de sus persecutores. Parecía haberlos dejado atrás, pero sabía que tarde o temprano volverían a aparecer. Que aquello no había acabado tan pronto. Pero por suerte para ella, era probable que no conocieran la ciudad o que no quisieran ser vistos, por lo que irían con especial cuidado en aquel barrio.
Pero no solo ellos. Verse involucrada en un intento de secuestro por parte de agentes albianos en territorio del Nuevo Imperio podría dar al traste con toda su carrera. Si Loder Hexet se enteraba de lo que estaba pasando empezaría a investigar y la descubriría. Destruiría su coartada y toda su vida en el Nuevo Imperio llegaría a su fin.
Todo por lo que había luchado desaparecería en un abrir y cerrar de ojos...
No podía permitirlo. A Nessa le gustaba demasiado aquel lugar como para permitir que saliese a la luz su verdad. Debía seguir manteniendo oculta su identidad y todo lo que la rodeaba, y para ello era vital elegir bien su escondite. Tenía que elegirlo con especial cuidado para poder escapar de Albia sin despertar al Nuevo Imperio, y creía conocer el lugar perfecto.
Lejos de buscar la compañía de otros ciudadanos que pudiesen llamar a las fuerzas de seguridad nacionales, si es que no lo habían hecho ya, Nessa siguió su camino hasta alcanzar las verjas de un antiguo polígono deportivo recientemente clausurado. Se trataba de un lugar espacioso y ahora abandonado donde a duras penas darían con ella. La buscarían entre la gente, no escondida. Además, en la planta baja había cabinas telefónicas con las que podría pedir ayuda a Gladio. O a Diana. O a quien fuera.
Cambió su rumbo hacia allí y en apenas diez minutos ya se encontraba en los aparcamientos traseros. Ante ella, al otro lado de una alta verja, el edificio se alzaba como un gran coloso de cemento y cristal sumido en la sombra de la noche. Nessa se ayudó de uno de los bancos cercanos para elevar su posición y saltó por encima de la cerca. Una vez ya sobre la hierba descuidada que rodeaba el recinto, corrió hasta los accesos traseros, allí donde una puerta de servicio había quedado entreabierta.
Se coló por la estrecha rendija sin hacer sonido alguno y avanzó por su interior, aminorando el paso. El corazón le seguía latiendo con mucha rapidez, demasiada como para que la sangre no le palpitase en la cabeza, pero sabía que podía controlarlo. Sabía que podía encontrar la tranquilidad necesaria para poder dominar la situación...
Porque podía vencer. Podía deshacerse de sus persecutores. Había tomado la decisión correcta, había hecho lo que sin duda su enemigo no esperaría que hiciera...
Pero por desgracia, se había equivocado.
Nessa abrió los ojos con horror al escuchar la valla metálica en el exterior. Lanzó una fugaz mirada atrás, deseando que el sonido hubiese sido causado únicamente por el viento, pero no esperó a descubrir la verdad. Retomó la carrera y recorrió el pasadizo trasero hasta alcanzar el vestíbulo. Allí saltó los tornos que daban accesos a las instalaciones. Ante ella se abría un largo pasadizo al final del cual se encontraban los vestuarios y, junto a éste, unas escaleras que descendían a las salas de entrenamiento y de máquinas. Barajó las dos opciones, sin saber exactamente qué hacer, hasta que el instinto le dijo que debía descender.
Bajó a gran velocidad las escaleras, adentrándose en un vestíbulo algo menor del que salían varios corredores, y eligió uno al azar. Al final de éste, tras dar varios giros donde puertas cerradas guardaban en su interior los recuerdos de lo que había sido aquel lugar, se encontraba la sala de máquinas sumida en las tinieblas. Nessa empujó la puerta y se adentró a la carrera, sintiendo que la oscuridad crecía a su alrededor.
Sintiendo que las sombras cobraban vida a su paso.
—Mala elección, Natasha. Mala elección.
Las palabras resonaron con fuerza por el pasadizo, impactando contra la puerta de cristal justo cuando la arpía la travesaba. Nessa saltó por encima de una larga fila de bicicletas aerostáticas cubiertas por una sábana blanca y se deslizó por debajo de unos bancos de pesas. Al otro lado, cubiertos con fundas, otras tantas máquinas de musculación aguardaban silenciosamente, acumulando polvo.
Nessa se deslizó entre ellas a ciegas, chocando con algunas al tratar de avanzar torpemente, hasta alcanzar la pared de cristal del fondo. No muy lejos de donde se encontraba había una puerta de emergencia que conectaba con uno de los corredores interiores.
Lo convirtió en su objetivo.
Empezó a avanzar hacia allí, sigilosa, pero en ese momento la puerta de cristal volvió a abrirse y una figura de estatura media y delgada se adentró en la estancia, oscureciendo aún más la negrura reinante con su mera presencia.
Logrando con su mera aparición que el corazón de Nessa volviera a acelerarse.
—Estás en plena forma, eso es innegable —dijo la figura oscura que era Lansel Jeavoux—. Diría que has errado en tu elección, pero eres inteligente. De haber ido a un lugar más poblado habrías llamado demasiado la atención, ¿verdad?
Lansel empezó a avanzar por la sala, barriendo todos los rincones con la mirada. A diferencia de Nessa, él si podía ver en la oscuridad. Por suerte para la arpía, el mobiliario la ocultaba... pero no lo haría eternamente.
Se le acababa el tiempo.
—Sea como sea, esto tiene que acabar —prosiguió Lansel—. Vendrás con nosotros, y lo harás tranquilamente y sin montar mucho más revuelo. Siempre y cuando quieras llegar consciente, claro. De lo contrario, si no colaboras, ten por seguro que también vendrás, pero de una forma mucho menos amable.
Nessa pegó el cuerpo al suelo y empezó a reptar, tratando de emitir el mínimo sonido posible. Ante ella, bajo las sábanas, varias estanterías sujetaban todo tipo de pesas de distintos tamaños y pesos. La joven se detuvo ante una de ellas, pensativa, y descolgó la de menor tamaño. Seguidamente, dirigiéndola hacia el lado opuesto a donde se encontraba, la empujó, haciéndola rodar hasta chocar con otra de las máquinas.
El golpe logró distraer a Lansel, que volvió la mirada hacia allí, pero rápidamente recondujo sus ojos hacia el punto desde donde había partido la pesa. El pretor saltó ágilmente sobre las máquinas, pisando sobre su superficie como si de un acróbata se tratase, y se interpuso entre Nessa y la puerta de emergencia justo cuando se disponía a atravesarla.
Un grito ahogado escapó de la garganta de Nessa al chocar con su pecho. La arpía trató de retroceder, pero él la cogió por las muñecas, inmovilizándola momentáneamente. La alzó a peso, para poder mirarla a los ojos...
Y entonces giró sobre sí mismo con violencia, apartándola del alcance del poderoso rayo que, surgido de las manos de Corvus Nexx, trató de arrebatar la vida a la arpía. Lansel gritó de dolor al sentir el poderoso impacto en la espalda, el cual le provocó una enorme quemadura en la piel, y cayó al suelo, arrastrando consigo el cuerpo de Nessa. Frenando el ataque. Nessa se zafó de él a rastras, con el trueno grabado en los tímpanos, y se apresuró a atravesar la puerta y salir de la sala.
Corvus tardó unos segundos en reaccionar. Lanzó una maldición al verla escapar, pero la visión de Lansel tendido en el suelo, herido por su propio poder le impidió salir tras ella. Corrió al encuentro de su compañero y se arrodilló a su lado.
—¿¡Pero por qué lo has hecho!? —le gritó con rabia. Trató de ayudarlo a incorporarse, pero el centurión tenía aún los músculos en demasiada tensión como para poder moverse—. ¡Sol Invicto, Lansel! ¿¡Estás bien!?
—¿A ti qué te parece... pedazo de cabrón? —replicó el centurión con los labios muy apretados. Tal era el dolor que le recorría todo el cuerpo que a duras penas lograba abrir los ojos—. ¿¡Pero qué demonios haces!? ¡Las órdenes son detenerla... llevarla a Albia... no matarla! Podrías... podrías...
—¡Es un peligro para todos! —respondió él con nerviosismo—. ¡No podemos dejarla vivir después de lo que le hizo a Thurim! ¡Es un monstruo!
—¡Eso no lo sabes! —insistió Lansel—. No sabes qué papel jugó... ni tú ni yo. Además, esa decisión no es tuya, Nexx. ¡El prefecto...!
Decepcionado, Corvus negó con la cabeza y se puso en pie. En su código de honor no entraba el dejar a un compañero atrás, y mucho menos herido, pero sabía que su vida no corría peligro. Tardaría en poder moverse y probablemente pasaría unas cuantas horas con un dolor intenso, pero Lansel era un pretor, se recuperaría.
Sin embargo, esa chica no iba a esperar.
—No te muevas de aquí —le ordenó Corvus, volviendo la mirada hacia la puerta—. Tengo que ir a por ella.
—¡Corvus, no! —Lansel cerró la mano alrededor de su tobillo, tratando de detenerlo—. ¡No puedes matarla! ¡Damiel ordenó que la trajésemos con vida!
El pretor se liberó de una suave patada.
—Lo siento, Lansel, pero Damiel no es mi prefecto.
Furioso, Lansel hizo un auténtico esfuerzo para incorporarse e intentar frenar su avance. Sabía lo que realmente pasaba por la mente de su joven compañero, y si bien en el fondo de su alma no era su guerra, no quería que cometiese un error que le pudiese costar la vida.
—¡Corvus, joder! ¡Piensa con claridad! Es una bruja, ¿recuerdas? ¡Una bruja! Si no vas con cuidado te matará.
—La mataré yo antes.
—¡No! ¡No puedes!
Una sonrisa amarga se dibujó en su rostro.
—Por supuesto que puedo.
—Es por esa chica, ¿verdad? Por Nyberos.
Lo era, por supuesto que lo era. Antes incluso de que respondiera, Lansel ya conocía la verdad. Desde su desaparición Corvus no había vuelto a mencionarla, pero era evidente que no se la quitaba de la cabeza.
—La chica del tren —replicó Corvus con melancolía—. Everett era la chica del tren de la que habló Thurim, Lansel. El tribuno la encontró en el bosque, en ese río... y esa bruja acabó con su vida. —Apretó los puños—. Y ahora yo voy a acabar con ella.
Y sin más, atravesó la puerta a la carrera.
Aún en el suelo, consciente de que la rabia de aquel novato podía dar al traste con la misión, Lansel sacó su teléfono y contactar con Marcus. Giordano se encontraba lejos de allí, a al menos diez minutos, pero confiaba en que pudiese llegar a tiempo. Él, por desgracia, no podía seguirlo. No por el momento.
La pared de cerámica estalló unos metros por delante de ella, haciendo saltar los pequeños fragmentos azules al suelo de goma. Nessa interpuso el brazo, tratando de proteger el rostro, y siguió avanzando hasta alcanzar la puerta que daba acceso a la piscina cubierta. Cerró tras de sí, dando las gracias de que se tratase de una puerta de seguridad, y echó el pestillo. Inmediatamente después, plenamente consciente de que el pretor no tardaría demasiado en derribarla, se adentró en la sala contigua. Ante ella, cubriendo prácticamente toda la nave, había una inmensa piscina ahora vacía donde meses atrás se habían impartido cursos de natación. Las escalerillas estaban algo sucias, incluso oxidadas en algunos puntos, y el suelo cubierto por unos dedos de polvo. Al fondo había unos bancos de piedra, donde los niños solían esperar su turno para meterse en el agua, y en la esquina derecha un pequeño cuarto para guardar el material.
Desesperada, Nessa barrió la piscina con la mirada, en busca del acceso a los vestuarios, y visualizó una puerta roja junto a los bancos. Empezó a correr hacia allí. No entendía qué acababa de suceder, pero era evidente que los dos pretores no compartían objetivo. Uno parecía querer secuestrarla, pero el otro...
El otro no cesaba de lanzar sus poderes contra ella, tratando de acabar con su vida, y a no ser que actuase con rapidez, no tardaría en hacerlo.
Se maldijo por no llevar su arma encima. Siempre la tenía a mano, pero había estado tan convencida de que en la playa no la iba a necesitar que la había dejado en el coche. ¿Y qué decir del teléfono? La muy estúpida lo llevaba en la bolsa.
La misma bolsa que había tirado para poder escapar a mayor velocidad.
No estaba preparada para aquello, era evidente. Nessa había sido adiestrada para ser la mejor en su campo, para ser una erudita, pero no una mujer de acción. Sabía luchar y no se le daba del todo mal, por supuesto, Gladio lo había podido comprobar, pero no podía enfrentarse a un pretor.
¡Un maldito pretor!
Nessa se abalanzó contra la puerta roja con desesperación al escuchar el primer golpe en el otro extremo de la sala. El pretor había alcanzado los accesos y no tardaría demasiado en abrirse paso a la fuerza. Con suerte, ella ya no estaría allí para cuando lo lograse. Nessa cerró la mano alrededor del pomo de la puerta y, empleando para ello toda su fuerza, lo intentó girar.
Y lo giró, sí, pero la puerta no se abrió.
Ni se iba a abrir: estaba cerrada con llave.
Horrorizada, Nessa abrió mucho los ojos, escuchando un nuevo golpe en la lejanía, y negó con la cabeza con nerviosismo. Retrocedió unos pasos y cargó contra la puerta. Costase lo que costase, tenía que atravesarla... tenía que salir de allí.
Pero no lo iba a conseguir. Tras la segunda carga sin éxito tuvo conciencia de ello. Nessa escuchó una vez más un nuevo intento del pretor por entrar y seguidamente un chisporroteo eléctrico.
Un rayo.
El estruendo del metal de la puerta al salir disparada y caer en el fondo de la piscina le arrancó un grito de terror. Nessa volvió la mirada hacia el otro extremo de la piscina, allí donde la figura sombría del pretor acababa de irrumpir, y sintió que se quedaba sin aire.
Sus ojos llenos de odio se clavaron en ella desde la distancia. Corvus musitó una palabra y un nuevo rayo surgió de sus manos, atravesando toda la sala con brutal rapidez. Nessa intentó interponer el brazo, pero no le dio tiempo. El destello eléctrico la alcanzó de pleno en el estómago y la joven arpía salió disparada contra la pared del fondo.
Su cabeza golpeó con violencia contra el muro antes de caer de rodillas al suelo. Se llevó la mano al vientre, allí donde la energía chisporroteaba con fuerza, entumeciendo sus músculos, y dejó escapar un gemido de dolor.
Un segundo rayo, esta vez más violento, la derribó de espaldas. Nessa quedó tendida boca arriba, con el cuerpo totalmente entumecido, incapaz de moverse. Separó los labios, con un grito de dolor en la garganta. Los ojos se le llenaron de lágrimas.
El sonido de los pasos de Corvus al acercarse resonó por toda la sala, arrancando ecos a las paredes de piedra. Sus manos brillaban con un fulgor amarillo.
Y aunque sabía que tenía que intentar defenderse o escapar, Nessa no podía. Cada paso se clavaba como una estaca en su corazón, envenenándola aún más de miedo. La iba a matar, estaba convencida. La iba a matar y no podía hacer nada para evitarlo.
Nada...
¿Nada? No, no era cierto. Nessa cerró los ojos, sintiendo el sabor de la sangre extenderse por su garganta, y poco a poco el tiempo entre un paso y otro empezó a alargarse. El transcurso de los segundos se estaba distorsionando, estaba cambiando... y sabía el motivo.
Al abrir los ojos, a su lado vio agachada una figura hecha de sangre. Una figura femenina totalmente desnuda cuyos dedos de terciopelo acariciaban su mejilla con pesar. El demonio acercó su rostro al de ella y depositó un cariñoso beso en su frente.
Y aunque Nessa no podía hablar, no necesitó hacerlo para que aquel ser escuchara su grito de auxilio.
—Huye, yo me encargo —le susurró—. Salta a la piscina, crearé un portal para ti, para que puedas escapar. Y sobre el precio no te preocupes, me importas demasiado como para dejarte morir.
Nessa sabía que mentía, que únicamente había acudido a su llamada porque su supervivencia dependía de la suya, pero no le importó. A aquellas alturas de la vida no tenía tiempo ni derecho a hacerlo. Ahora solo podía pensar en sobrevivir, en luchar por todo aquello que realmente amaba: por Diana, por Lira, por Vekta, por Morgana, por Gladio... por Lucian Auren. Por Volkovia y Hécate... por el Nuevo Imperio. Por sí misma.
Cerró los ojos, sintiendo el calor de los labios del demonio sobre su frente devolver la movilidad a su cuerpo, y se puso en pie. Corvus seguía avanzando hacia ella, pero lo hacía a muy poca velocidad. Lo hacía a cámara lenta, como si estuviese suspendido en el tiempo.
La arpía desvió la mirada hacia la piscina, la cual ahora estaba totalmente llena de sangre, y corrió hacia allí. Corrió con todas sus fuerzas, irradiando un aura de calor a su paso que logró incluso abrasar el brazo derecho del pretor al pasar a su lado. Nessa recorrió toda la sala hasta alcanzar el borde de la piscina, y una vez allí se propulsó, dibujando un salto perfecto. Sus manos se adentraron en la sangre, después sus brazos, sus hombros, y después toda ella.
Y desapareció.
Desapareció dejando tras de sí un escenario en el que cientos de figuras demoníacas surgieron de entre las aguas rojas de la piscina para acudir al encuentro de Corvus. Para saciar su sed de venganza. Él trató de detenerlas con sus poderes, logrando incluso destruir algunas con su electricidad y su gladius, pero le superaban en número.
Le superaban en poder.
Quince minutos después, cuando Marcus Giordano logró al fin entrar en el gimnasio y entró en la sala de las piscinas en busca de Corvus, lo único que encontró del joven pretor fue su fragmento de magna lux y un coletero dorado manchado de sangre.
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