Capítulo 33 - Morgana
Capítulo 33 – Morgana, 1.831, ciudad de Nocta, Umbria
Hacía tiempo que no se veía tan guapa. Sentada frente al espejo de su cómoda, Morgana se pintaba los labios de rojo, con la mirada fija en su propio reflejo. Sombra oscura en los párpados, líneas en los ojos, base de maquillaje adecuada a su tono pálido, corrector e iluminador. Incluso se había puesto colorete y un poco de perfilador en las cejas, algo que no había utilizado jamás. Máscara para las pestañas, perfume tras las orejas y el escote y una amplia sonrisa en la cara. Pendientes en las orejas, un precioso vestido escotado de color rojo y zapatos de tacón. Medias finas, casi transparentes, ropa interior de encaje y una larga capa a las espaldas completaban un atuendo con el que se sentía tan extraña como hermosa.
Se sentía como la princesa que realmente era.
Las ayudantes de cámara le habían insinuado que debería recogerse el cabello, pero ella se había negado. Morgana siempre lo llevaba suelto, y más para una ocasión tan especial como aquella. Al menos, eso sí, cambió el estilo. Llenó de ondas y brillantes su corta melena negra.
Una vez arreglada, se acercó al espejo de pie y se puso un bonito colgante en forma de media luna. Le quedaba a la altura del pecho, cubriendo las pocas curvas que su delgadez le ofrecía. Era una lástima, pues el escote cuadrado del vestido realzaba sus encantos, pero quería llevar aquel collar. Diana se lo había regalado años atrás para una ocasión especial, y aquella lo era. Al fin y al cabo, ¿cuántas veces iba a casarse? ¿Cinco? ¿Seis? Calculaba que al menos siete, pero la primera siempre era importante.
Precisamente por ello, Morgana había ido al mercado de la ciudad para comprarse el vestido. La tradición umbria permitía que las novias pudiesen elegir el color para la ceremonia, por lo que ella había elegido el rojo en honor a sus arpías. Un color que no tenía demasiado significado para ella, pero que Diana siempre utilizaba a modo de provocación cuando quería incomodar a la gente al hacerles recordar los viejos tiempos de Harkon Vandalyen. Para Morgana nada de aquello tenía sentido, pues ni había vivido aquella época ni era volkoviana, pero sentía especial predilección por todo aquello que pudiese escandalizar. Además, el rojo era un buen color. Le gustaba: la hacía sentir atractiva.
Y aquella noche tenía que estar atractiva.
Tenía grandes esperanzas para aquella velada. La ceremonia en sí era un auténtico suplicio, con muchísimo parloteo por parte de la sacerdotisa y de los familiares de los contrayentes, en este caso únicamente de Crassian, pero la celebración valía la pena. Desconocía qué planes tenía su futuro marido para aquella ocasión, pero sabía que su hermano Darius había preparado una buena. Y después... después vendría la mejor parte de la boda. La comida y la bebida quedarían atrás, al igual que los bailes y las canciones, y al fin podría compartir alcoba con su nuevo marido...
Y la cama. Sobre todo la cama.
Durante aquellas tres semanas Morgana había intentado acercarse a Crassian sin demasiado éxito. Habían pasado muchas horas charlando, intercambiando opiniones sobre grandes temas como la política exterior e interior de Umbria o de Volkovia, pero también sobre cuestiones tan cuotidianas como la comida de Ostara o los vinos de Ballaster. Morgana quería llevarse bien con él, sabía que la vida podía llegar a ser muy larga hasta que su relación acabase, si es que realmente acababa, y que fluyese entre ellos la magia era vital.
Pero con Crassian nada era fácil. Aunque era un hombre educado y amable, nunca participaba activamente en las conversaciones. Era Morgana quien tenía que tirar de él para involucrarlo en todo, y eso era algo que a la larga no podía salir bien. Además, evitaba el contacto físico. Morgana intentaba acercarse a él, pero no se lo ponía fácil. Ni le apretaba la mano cuando ella se la cogía, ni le correspondía a los pocos abrazos que le había dado. ¿Y qué decir de ir más allá? Una de las noches en las que habían tenido mayor complicidad gracias a unas cuantas copas de vino y una conversación algo subida de tono en la que Morgana le había estado narrando sus últimas aventuras había intentado que durmiesen juntos, pero él se había negado. No era lo adecuado hasta que no estuviesen casados, decía, pero ella sabía que mentía. Al fin y al cabo, ¿acaso había estado casado con Diana?
La sombra de la Reina de la Noche era especialmente larga en Umbria, y mucho más en Crassian. Su futuro marido tenía muy presente en todo momento a su antigua amante, y a no ser que las cosas cambiasen radicalmente, Morgana tenía la sensación de que se iba a convertir en la tercera en discordia.
Un auténtico fastidio.
Pero incluso así no perdía la esperanza. Morgana quería pensar que aquella noche las cosas iban a cambiar, que de una vez por todas Crassian iba a empezar a tratarla como a su futura esposa, y se había preparado para ello.
—No puedes envenenarlo —le había advertido Lira por teléfono tras escuchar su loco plan—. Se te va la cabeza, Morgana.
—¡No es envenenarlo! Esas hierbas no lo van a matar, ni muchísimo menos, simplemente le van a poner un poco de picante al asunto. Ya sabes... estará contento.
—¡Morgana, por tu alma! —Lira parecía realmente perpleja—. ¡Que es tu futuro marido! ¡Déjate de hierbas y de pociones! Tendrás que ganártelo por ti misma o convertiros en compañeros de piso. Que os caséis no implica que tengáis que quereros.
—Ya, bueno, eso es bastante triste, la verdad —le había respondido Morgana, con un pequeño frasco entre manos—. Ya que me toca casarme, qué menos que divertirme un poco, ¿no?
La carcajada de Lira había resonado por todo Kovenheim.
—Vaya, que está bien el muchacho, ¿no?
—Bastante bien.
—Bueno, pues guárdate tus trucos de alquimista loco y presta atención, te voy a mandar un conjunto con el que va a caer rendido a tus pies... a mí siempre me ha funcionado. Lo buscaré de tu talla.
—Significa eso que no vas a venir, ¿no?
No, no iba a asistir. Ni ella ni ninguna de sus hermanas. Para Morgana no era especialmente dramático, pues en ningún momento se había planteado aquella celebración como un encuentro familiar, pero le hubiese gustado poder contar con el apoyo de sus amigas. Por desgracia, tendría que conformarse con la ropa interior de Lira, el colgante de Diana, el perfume de Nessa y la tobillera de Vekta. Un conjunto de regalos que, aunque no tenían gran valor económico, habían logrado hacer su estancia allí algo más llevadera.
Pero si realmente había alguien que había conseguido que mantuviese su buen humor en todo momento con sus inesperadas contestaciones y sus continuos desafíos había sido Ignatius Thurim. Tras comprender que no iba a poder escapar de la fortaleza tras varios intentos de fuga frustrados, el tribuno había aceptado su papel dentro de aquella historia y se había transformado en un invitado no del todo incómodo. Vermont no lo soportaba, sobre todo por la forma en la que lo trataba, como si de un mero salvaje se tratase, pero a Morgana le encantaba aquel tono petulante con el que le hablaba a su futuro marido. A veces le daba la sensación de que competían, aunque la verdad era mucho más sencilla. Thurim era un albiano de pura cepa, orgulloso y aguerrido, y ya fuese en su patria o en la otra punta del mundo, necesitaba demostrarlo en todo momento.
Irónicamente, Morgana había querido que participase en la boda, y de hecho había logrado convencer a Crassian para que lo aceptase, pero había sido el propio Thurim quien se había negado.
—No, gracias, prefiero que me arranques las uñas —había dicho como respuesta a su propuesta, todo sonrisas—. Si me sacas de aquí que sea para liberarme, no para participar en esa pantomima.
—Oh, vamos, no es una pantomima. Hasta hace relativamente poco aún se celebraban matrimonios de conveniencia en tu amada Albia.
—Podría ser —admitió él—. Pero vaya, que no me interesa. Prefiero quedarme aquí.
—Pero podrías comer lo que quisieras, y beber. ¡Podríamos bebernos una botella de vino juntos!
—¿Y dejar que me emborraches? —Thurim rio—. Prefiero no saber para qué.
Morgana le guiñó el ojo con diversión.
—Si no te convence lo de la bebida, podríamos bailar. Tengo entendido que los tribunos en tu país sois bastante buenos bailarines.
—Sinceramente, no sé de dónde sacas eso, pero no es verdad. Sabemos luchar bien, pero eso de bailar...
—¡Venga, Thurim, no seas así! Me haría mucha ilusión que vinieras...
—Lo siento, Morgana, pero no.
Respetó su decisión. No la compartía, pues tenía otro concepto de la dignidad y el orgullo, pero no lo forzó. Sencillamente aceptó que asistiría sola a su boda, y así hizo.
Morgana se sintió mucho más acompañada de lo que había creído durante la celebración. Crassian intentaba mostrarse más cariñoso de lo habitual, algo que era de agradecer, pero no lo suficiente como para marcar la diferencia. Por suerte para Morgana, Darius, su esposa Laine y Wilma, su hija, llenaron ese vacío. Ellos parecían encantados de que la arpía se uniese a la familia, y en todo momento mostraron su simpatía por ella no dejándola sola en ningún momento. Las dos mujeres bailaron y rieron juntas, Darius le presentó al resto de familiares y, en general, lograron que el evento, aunque bastante menos divertido que una boda por amor, resultase agradable. Extraño y poco emotivo, pero suficiente para que al fin los destinos de Crassian y Morgana se uniesen al menos temporalmente.
La celebración no se alargó demasiado. Tras la ceremonia Darius había preparado una agradable cena en los jardines del castillo donde una de las bandas locales amenizó la velada. Cenaron juntos, con los cincuenta invitados repartidos en cinco mesas, y después bailaron y bebieron hasta las tres de la madrugada. Cuando la música acabó Morgana ya estaba suficientemente animada como para pasar al menos cinco horas más bailando, pero ya prácticamente todos los invitados se habían retirado, por lo que se dio por vencida. Tomó la mano de Crassian cuando él se la ofreció y, con fuerzas renovadas al ver que se encaminaban juntos a la habitación que a partir de entonces compartirían, se dispuso a pasar a la parte más interesante de la noche.
Pero aunque tenía grandes esperanzas en ello, pues aquella noche Crassian estaba especialmente guapo con su traje negro y el cabello recién cortado, su falta de interés en Morgana no tardó demasiado en salir a la luz. El ya marido de la arpía se desvistió, se metió en la cama e ignorando por completo a Morgana y su provocador conjunto de ropa interior, se dispuso a dormir.
¡A dormir!
Así que, visto lo visto, Morgana ni tan siquiera hizo el intento de desnudarse. Sencillamente lo observó desde la puerta con cara de circunstancias, transmitiéndole con la mirada la decepción, se volvió a subir el vestido y abandonó la habitación de un portado.
En el fondo, no le sorprendía. Si realmente no había logrado gustarle al principio, había sido estúpido creer que un poco de maquillaje y ropa provocativa cambiaría las cosas.
Morgana regresó al jardín, donde parte del equipo de mantenimiento del castillo estaba ya recogiendo los restos de la fiesta, y cogió una de las botellas de vino que habían quedado sin abrir. Seguidamente, tras apropiarse de dos copas, se encaminó a la torre donde Thurim seguía encerrado. Subió la escalinata con paso tranquilo, entonando una de tantas canciones umbrianas que recordaba de su etapa de niña, y una vez alcanzada la última planta, donde los vigilantes custodiaban la habitación de Thurim, les ordenó que se retirasen.
—Pero señorita, ya sabe que...
—De señorita nada —le cortó, plenamente consciente de lo que vendría a continuación. El prisionero tenía un horario de visita que no podía ser alterado sin la autorización del príncipe. Hasta entonces, claro—. Puedes llamarme señora de Lorendall o princesa directamente, como prefieras, pero nada de señorita. Y antes de que me vengas con excusas absurdas, el príncipe no ha dado la orden, pero la doy yo, así que quita de ahí o te arrepentirás.
Sin tan siquiera darle opción a la réplica, Morgana se abrió paso entre los dos guardias e irrumpió en la alcoba donde Thurim llevaba tres semanas encerrado. Una amplia y lujosa habitación cuyas preciosas vistas hacia los bosques del sur eran un auténtico regalo. Cerró la puerta con un golpe seco de cadera y se adentró, convencida de que no iba a encontrar a su dueño dormido.
Y no se equivocaba.
Thurim estaba de pie, sentado en el alféizar de la ventana que daba a los jardines. Había permanecido todo el rato con la luz apagada para no levantar sospechas, pero no se había perdido ningún detalle de la celebración. Ni la ceremonia ni los bailes.
Absolutamente nada.
Morgana alzó la botella y las copas cuando él la miró.
—No te ha hecho ni caso, ¿verdad? —preguntó Thurim con diversión, bajándose de la ventana para aceptar una de las copas—. Sol Invicto, ese tipo debe estar ciego. Para lo que eres tú, hoy estás francamente bien.
—¿Para lo que soy yo? —replicó Morgana con diversión—. ¡Que amable! Te podrías comer la botella con tapón incluido, eres consciente, ¿verdad?
Lo era. Thurim no había visto a Morgana en acción, pero sabía que las arpías al servicio de Diana Valens eran capaces de prácticamente todo. Por suerte, no le preocupaba lo que aquella joven pudiese hacerle. Teniendo en cuenta las circunstancias, su aspecto y el hedor a vino de su aliento, era de suponer que más que una guerrera, en aquel entonces fuese una dama con el orgullo dañado y el corazón algo roto.
No era una amenaza real.
—Anda, trae. —Cogió la botella de vino y sacó el tapón con facilidad. Sirvió las dos copas—. Por lo que he podido ver no te lo has pasado del todo mal. Ese Darius parece muy atento, quizás deberías haberte plantado en su habitación. Apuesto a que con él habrías tenido más éxito.
—Es un buen hombre —admitió Morgana, que no dudó en dejarse caer en la cama—. Pero está casado y es el hermano de mi marido. En serio, ¿qué clase de mente enferma tienes?
—Oh, claro, mucho mejor venir a la celda de tu prisionero con una botella de vino y el vestido medio desatado... —Thurim tomó asiento en el otro extremo de la habitación, en el alféizar de otra de las ventanas, y alzó su copa—. Antes de que se te pase por la cabeza, ni en tus mejores sueños, arpía.
—¿Ni en mis mejores sueños? —preguntó Morgana con fingida confusión—. ¿De qué hablas, albiano?
Thurim sonrió.
—No soy el hombro en el que llorar de nadie. Podemos beber juntos si quieres, pero nada más. Soy un hombre casto.
Morgana ni tan siquiera se molestó en responder. Sencillamente le dedicó una mirada llena de amenaza, de aquellas que ponían en evidencia que aunque le hacía gracia su comentario no tenía ganas de hablar sobre el tema, y siguió bebiendo.
—No he venido para eso —aclaró—. Aunque bueno, siempre podría hacer una excepción, pero no. En realidad quería enseñarte algo.
—¿A mí?
—Sí, claro, a ti. Venga, acábate la copa: vamos a salir y hace frío. Cuanto antes entres en calor, mejor.
—¿¡Que vamos a salir!?
—Deja de preguntar y bebe. Ah, y ni intentes escapar: llevo una pistola debajo de la falda.
Montados en dos caballos blancos y equipados con gruesas ropas de viaje, Morgana y Thurim atravesaron la puerta norte de Nocta y salieron al otro lado del muro, dejando atrás la civilización. A aquellas horas de la noche la temperatura era tremendamente baja y la luz muy tenue, únicamente procedente de las estrellas, pero tal era la determinación de Morgana en mostrarle lo que aguardaba en los fiordos que ni tan siquiera le dio la opción a quejarse. Tiró de las riendas de su caballo y empezó a galopar.
Dos horas después, tras haberse perdido por los caminos helados en un par de ocasiones debido a la falta de luz, los caballos descendieron por una empinada y resbaladiza pendiente al final de la cual, recortado contra la oscuridad de la noche, se encontraba el auténtico motivo por el cual Morgana estaba allí. Un motivo que, día tras día, la convencía más de que el esfuerzo y el sacrificio valía la pena.
Thurim no pudo evitar que una exclamación de auténtica perplejidad escapase de sus labios al ver la monstruosa edificación que se alzaba en mitad del hielo. Aún quedaba mucho por hacer antes de completarla, pero las obras iban a gran velocidad. Con suerte, si todo seguía como hasta entonces y el tiempo se lo permitía, en menos de dos meses tendrían ya el edificio principal completo. Un altísimo edificio de piedra negra y ventanales en forma de medio arco de cristal tintado de rojo que, aunque por el momento disponía únicamente de dos torres a su alrededor, cuando finalizase la obra estaría rodeado de un total de ocho. Ocho grandes columnas azabaches acabadas en forma de aguja en cuyo interior las arpías encontrarían su nuevo hogar.
Su simple visión lograba emocionar a Morgana.
—Solo por esto, vale la pena.
—Es impresionante.
—Lo es. Aún quedan pendientes muchas partes por edificar, entre ellas el muro y la cúpula central, pero por el momento va a muy buen ritmo.
—¿Y no pasaréis frío?
Morgana sonrió. Aquella misma pregunta se había formulado ella durante los primeros días, cuando la temperatura había ido cayendo dramáticamente con la llegada del anochecer. Probablemente aquel fuese uno de los puntos más fríos de toda Gea, pero también uno de sus centros de poder.
Toda Umbria bullía de poder.
—Un círculo de brujas habitarán la fortaleza junto a su senescal y alimentarán su escudo protector. Ese escudo sumado a los sistemas de termo-control que están desarrollando nuestros ingenieros nos permitirán no solo mantener la temperatura, sino también ocultarnos tras un velo de invisibilidad. Desapareceremos.
—¿Nadie podrá veros?
—Nadie.
—Vaya... interesante. Lo tenéis bien pensado.
Morgana asintió con orgullo.
—Esto es el futuro. —Le miró de reojo— Un futuro del que yo soy su guardián. Dime, Thurim, ¿en qué torre prefieres que te encierre? Yo había pensado en dejarte cerca de mis aposentos, por si la noche se vuelve más fría de lo normal.
Aunque era una broma, la arpía aprovechó para dedicarle un guiño morboso frente al que Ignatius Thurim no pudo evitar sonrojarse. Aquella joven tenía una asombrosa facilidad para ponerlo nervioso.
—Ni lo sueñes.
—Hay muchas leyendas que hablan de princesas encerradas en torres. Quién sabe, puede que tu querida Tyara Vespasian venga a salvarte.
—Morgana, no toques ese tema, no me gusta, ya lo sabes.
—Lo sé, lo sé. —Sonrió—. Era una broma. En realidad, tengo otros planes para ti.
El rostro de Thurim se iluminó.
—¿Liberarme?
—Y llevarte de regreso a Herrengarde a lomos de un caballo con alas, claro. —Morgana puso los ojos en blanco—. En serio.
—¿Por qué será que lo imaginaba? —Negó suavemente con la cabeza—. ¿Y bien?
Morgana tiró suavemente de las riendas del caballo para girar sobre sí misma y poder quedar cara a cara con él.
—Ahora soy oficialmente la princesa de Lorendall: Morrigan Vermont.
—Lo sé, ¿y?
—Toda princesa necesita una escolta. He pensado que, si estuvieras de acuerdo, podrías formar parte de ella. Podrías ser mi caballero.
—¿Tu cabaqué? —Perplejo ante la propuesta, Thurim tardó unos segundos en asimilar que iba en serio y, en consecuencia, soltar una sonora carcajada—. ¡Estás loca, Morgana, o Morrigan, o como sea que te llames! ¡Tarde o temprano tendrás que liberarme y volveré a Albia!
—O no. En fin, piénsatelo, Thurim. Entre permanecer encerrado en una torre el resto de la eternidad o poder velar por mi seguridad, creo que la decisión es fácil. Ya sabes que soy buena compañera, y Umbria puede llegar a ser muy aburrida. —Le dedicó una sonrisa mordaz—. ¿Volvemos?
Al volver, ya con el sol tiñendo de luz el amanecer, una sorpresa estaba esperando a Morgana en el salón de recepciones. La arpía dejó en manos de los guardias a Thurim y acudió al encuentro de un grupo de mujeres que, en compañía de su recién estrenado marido, llevaban una hora esperando su regreso.
Todos se volvieron hacia la puerta con su llegada. Morgana se detuvo en seco al reconocer a la mujer que iba al frente, su compañera Sayumi, y por un instante no supo qué decir.
Sintió un nudo en la garganta al creer entender lo que estaba pasando.
—Sayumi... —murmuró.
Visiblemente incómodo, Crassian se acercó unos pasos a su esposa, quedando entre las dos mujeres. Miró a una, miró después a la otra, y dejó escapar un suspiro. A pesar de haber preguntado, Sayumi no le había dicho palabra del motivo de su presencia, únicamente que necesitaba hablar con Morgana. Que se trataba de un tema importante. Y él no había insistido, por supuesto. En el fondo, no le importaba lo suficiente como para hacerlo. No obstante, la expresión de preocupación que en aquel entonces teñía de sombras el rostro de Morgana llamó su atención.
Le inquietó.
—Morrigan, venían preguntando por ti.
—¿Morrigan? —preguntó Sayumi con sorpresa—. ¿Os habéis casado ya?
—Anoche —confirmó ella, adentrándose en la sala. Le dedicó una sonrisa tranquilizadora a su marido y acudió al encuentro de Sayumi. No pudo evitar que sus ojos se fijasen momentáneamente en su abultado vientre—Vaya, vaya, el día está cargado de sorpresas. No lo sabía.
—Tú lo has dicho, está cargado de sorpresas. —La arpía le dedicó una sonrisa gélida—. Necesitaría hablar contigo, Morrigan. En privado.
Crassian no necesitó más para entender que su lugar no estaba allí. Lanzó una fugaz mirada a Morgana, la cual no fue consciente de ello, y salió de la sala con mal sabor de boca. No desconfiaba de Sayumi, pues sabía que contaba con la confianza de Diana y, por lo tanto, también de la suya, pero sí de las cinco mujeres que la acompañaban. Mujeres que, vestidas con largos abrigos negros y el cabello trenzado hasta la cintura, traían consigo una extraña aura de lo más inquietante.
Un aura que prefería que no se quedase demasiado tiempo en su castillo.
Con Vermont ya fuera de la sala, Sayumi hizo un ligero ademán de cabeza a Morgana para que la acompañase hasta el otro extremo, allí donde se encontraban sus compañeras. La arpía sabía perfectamente quiénes eran, pues las había visto en una ocasión en acción, pero incluso así su mera presencia le incomodaba. Aquellas mujeres no servían a Diana, sino a Sayumi, y eso no le daba seguridad. La red de contacto de sus hermanas no tenía por qué ser la suya.
—Imagino que sabes qué hacemos aquí —empezó Sayumi.
—Te envía Diana, claro.
—Así es, la Reina de la Noche quiere acabar con esta situación antes de que se desborde, y para ello me ha pedido ayuda. Thurim va a ser trasladado de regreso a Albia.
—¿Lo vamos a soltar? —Morgana se cruzó de brazos a la defensiva—. Es peligroso, sabe demasiado.
—Precisamente por ello yo estoy yo aquí. —Sayumi le lanzó una mirada significativa a sus acompañantes—. Ya lo hicimos previamente con el príncipe Claudio Valpaso y volveremos a hacerlo ahora. Borraremos todos sus recuerdos para que no sea una amenaza.
Podían hacerlo, Morgana era consciente de ello. Aquellas mujeres se adentrarían en la mente de Thurim y le arrebatarían todos los recuerdos en los que tanto ella como sus hermanas pudiesen verse implicadas. Eliminarían el enfrentamiento con la Portadora de Estrellas, el arrebato de locura de Nessa y, en general, todo lo que habían pasado juntos.
Morgana desaparecería para siempre de su vida...
Y en el fondo, sería lo mejor para ambos. Le entristecía despedirse del que irónicamente se había convertido en su único amigo en Umbria, pero era innegable que era lo mejor para él. Thurim regresaría a Albia y podría retomar su vida donde la había dejado, con la princesa Tyara a punto de caramelo.
Todos saldrían ganando...
—Imagino que Diana se ha encargado de todo. De aclarar las cosas con Albia, me refiero.
—Lo desconozco —respondió Sayumi—, pero supongo que sí. Sea como sea, Thurim ya no va a ser más tu problema. Hoy mismo nos lo llevaremos.
—¿Y qué haréis con él?
La arpía sonrió sin humor.
—Yo me ocupo. —Sayumi apoyó suavemente la mano sobre su antebrazo y lo presionó con suavidad—. Nos vemos pronto, hermana.
Una sensación de vacío se apoderó de Morgana cuando Sayumi y sus acompañantes abandonaron la sala, dejándola a solas con sus propios pensamientos. Ni tan siquiera le habían planteado la posibilidad de despedirse de él, cosa que agradecía. Probablemente habría cometido el error de hacerlo y Morgana no quería complicarse la existencia más de lo necesario. Además, tenía que ver la parte positiva. Thurim había logrado aligerar la carga que había sido viajar hasta Umbria y sus primeras semanas. Había sido comprensivo y no demasiado conflictivo, así que era justo que se hubiese ganado su liberad.
Por otro lado, empezaba una nueva etapa para ella. Una etapa en la que la soledad le iba a permitir concentrarse en lo que realmente tenía que hacer. Morgana tenía entre manos el futuro de las arpías y no podía fallar. La construcción de la nueva fortaleza debía salir a la perfección...
Pero lo iba a echar de menos. Crassian no estaba siendo el compañero que había esperado, y aunque por el momento era pronto para tirar la toalla, Morgana empezaba a temer que la habían condenado a una vida llena de aburrimiento...
—¿Va todo bien?
Morgana se encontraba en su habitación privada jugueteando con uno de sus cuchillos a pasárselo de una mano a otra, cuando la voz de Crassian interrumpió el hilo de sus pensamientos. La arpía le miró desde su cómoda butaca, como a una niña a la que hubiesen descubierto haciendo algo malo, y rápidamente ocultó el arma, logrando con aquel simple gesto que su marido sonriese.
Vermont cerró la puerta tras de sí. Morgana tan solo llevaba una semana instalada en aquella sala, pero tal era la cantidad de objetos con los que había llenado las estanterías y los armarios que parecía llevar toda la vida. Se notaba que le gustaba pasear por el mercado. Entre el ansia de los comerciantes de contentar a la que ya era su nueva princesa y su capacidad innata que para gastar dinero, Morgana era una auténtica bomba de relojería.
—Hola, Crassian —saludó la arpía, poniéndose en pie—. ¿Necesitas algo?
—Simplemente quería saber si estabas bien —respondió él con su habitual cordialidad. Apoyó las manos sobre el respaldo de una de las sillas e hizo un ligero ademán de cabeza—. ¿Puedo sentarme?
—Por supuesto, el castillo es tuyo.
—Ahora de ambos.
Aunque la respuesta no llegó a convencerla, la agradeció. Morgana señaló la silla con el mentón, insistiendo en que tomase asiento, y se acomodó en su butaca. La luz de la mañana era especialmente tenue, con el cielo lleno de nubes, lo que otorgaba una luminiscencia débil a la sala. El día parecía haberse quedado triste tras la partida de Thurim.
—Parece que nuestro invitado nos ha abandonado. Supongo que lamentarás su pérdida, os entendíais bien.
—Bueno, no me ha puesto las cosas especialmente complicadas —admitió ella—. Supongo que, en el fondo, sabía que tarde o temprano lo íbamos a soltar.
—Seguramente. Incluso la política internacional tiene normas no escritas que todos los reinos deben cumplir por el bien de la estabilidad global. Mantenerlo mucho más tiempo encerrado no tenía sentido. De hecho, doy por sentado que ha sido la guerra con Cydene lo que ha retrasado su liberación.
—No diré que no.
Crassian esperó a que dijese algo más, pero Morgana no tenía ganas de hablar. No estaba enfadada con él, ni muchísimo menos, pero la falta de conexión entre ellos era cada vez más evidente. Y no solo por su parte. Después de tantos intentos por acercarse, Morgana había perdido las ganas de seguir insistiendo. Si entre ellos tenía que fluir algo, lo haría con el tiempo.
Además, no olvidaba lo de la noche anterior. Morgana estaba algo ofendida por su evidente rechazo, y él parecía haberse dado cuenta. O al menos había notado algo. Morgana no sabía el qué, pero el mero hecho de que hubiese decidido acudir a visitarla era todo un detalle por su parte. Más de lo que había esperado.
El silencio no tardó en incomodar a Vermont. El príncipe desvió la mirada hacia la ventana, repentinamente inquieto, y se puso en pie.
—Todo esto es un tanto extraño para mí. Supongo que para ti también, pero... —Se encogió de hombros—. Anoche esperabas otra cosa, imagino.
—Yo ya no espero nada —respondió ella con sinceridad—. El que estemos casados no implica que tengamos que querernos.
—No, pero sería más fácil si así fuera. —Crassian le tendió la mano a Morgana, invitándola a que se la cogiese, y tiró suavemente de ella hasta la ventana. Una vez frente a frente, le dedicó una sonrisa tímida—. Aún hay tiempo para reencauzar esto. Tenemos el resto de nuestras vidas para conocernos, y...
—¿El resto de nuestras vidas? —Morgana no pudo evitar que una risita aguda escapase de su garganta—. Bueno, bueno, sin presiones, Crassian. Estoy de acuerdo contigo, hay tiempo para reencauzarlo, pero tampoco es necesario forzar nada. Lo que necesito aquí es un aliado, no un amante, así que no te preocupes tanto. Te ha echado bronca Darius por lo de anoche, ¿no?
Crassian se sonrojó incluso sin ser cierto. Volvió la mirada hacia la ventana, avergonzado, y dejó escapar una carcajada ligera. Parecía más tenso que nunca, detalle que logró cautivar a Morgana. En el fondo, el que no le hiciese el más mínimo caso le gustaba. Los hombres complicados sacaban lo mejor de ella.
—No lo sabe, lógicamente. Soy discreto en esas cosas, pero el que no te quedases a dormir para irte con Thurim me dio que pensar. Te vieron con una botella de vino y dos copas.
No negó lo evidente.
—Es cierto, le llevé un poco de beber, pero no hicimos nada extraño. ¿Te preocupa lo que puedan pensar los tuyos?
—Oh, no, que piensen lo que quieran, en el fondo nunca me ha importado demasiado.
—¿Entonces?
—Supongo que no es agradable saber que tu esposa ha pasado la noche con otro el día de su boda. —Crassian se encogió de hombros—. Aunque hasta donde sé, estabais de expedición.
Morgana asintió con diversión. La situación le parecía tan surrealista que por primera vez en mucho tiempo ni tan siquiera sabía qué decir.
—Ya te lo he dicho, no hicimos nada extraño. Simplemente bebimos un poco y nos fuimos de paseo. Le mostré la fortaleza. —Se encogió de hombros—. No soy estúpida, Crassian: no voy a ponerte en evidencia. Si llega el día en el que tengo que buscarme un amante, seré discreta. De todos modos... —Apoyó el dedo en su mentón—. Aún estamos a tiempo de arreglar lo de anoche, ¿no crees?
Crassian tomó su mano y la alzó para besar el dorso. Estaban a tiempo, sí, pero no iban a solventar aquel problema aquel día, ni tampoco aquella semana. Si realmente tenía que surgir algo entre ellos, surgiría, pero no iba a forzarlo.
—Tienes en mí a un aliado, eso sí que te lo puedo asegurar.
—Precisamente es lo que necesito. —Morgana acercó su rostro al suyo y le plantó un suave beso en la mejilla. Seguidamente, recuperando su cuchillo de la mesa, volvió a acomodarse en la butaca—. ¿Qué se sabe de Volkovia y Cydene? ¿Aún no ha acabado la guerra?
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