Capítulo 30 - Lira

En Cantos de Sirena hemos podido conocer un poco más en profundidad al temible Leif Kerensky, la antigua mano derecha de Harkon Vandalyen y actual voivoda. Ah, y el amigo amante de Diana... ¿Qué os parece? ¿Os gusta? ¿Os fiais de él? A pesar de su cara de malote y su naturaleza de Radiante, es innegable que ha demostrado en muchas ocasiones que Diana le importa... la gran pregunta sería, ¿realmente a ella le importa tanto? :)




Capítulo 30 – Lira, 1.831, Norraxis, Talos



Norraxis era la ciudad más aburrida que había visto jamás. Construida en el corazón de un volcán no extinto y habitada por una población tecnológicamente muy avanzada, aquel lugar reunía muchos ingredientes para ser un lugar apasionante. Una ciudad que vivía al límite siempre con la sombra de una posible erupción poniendo en jaque la supervivencia de los millones de personas que vivían en su interior. Un lugar siempre al límite donde había esperado encontrar emoción, parajes increíbles y gentes de lo más interesantes. Sin embargo, Norraxis respondía a lo que cabría esperar de Talos: una ciudad aburrida, cuadriculada y sin ningún tipo de encanto. Sus ciudadanos eran grises, sus edificios simples bloques de hormigón sin decoración alguna ni color, y su aura, en general, mucho peor de lo que cabría esperar. Demasiada disciplina, demasiados horarios... demasiada monotonía.

Si alguna vez aquel lugar había tenido algún tipo de encanto, la sociedad talosiana la había apagado.

Por suerte para Lira, no pretendía quedarse demasiado tiempo. De hecho, esperaba que la estancia se redujese al mínimo, aunque todo dependería de lo que encontrase. Su objetivo era localizar a Suri, la arpía que próximamente sustituiría a Vexya, y aunque confiaba en que respondería adecuadamente a la llamada, ya no sabía qué pensar. A lo largo de su corta vida había visto tantas cosas que ya nada le sorprendía.

O casi nada.

Según la dirección que Diana le había proporcionado, Suri vivía en uno de los suburbios de la ciudad, una zona alejada del núcleo urbano donde sus habitantes eran destacados miembros de la Sociedad Nacional de Ciencia y Desarrollo de Talos. Gente importante, en definitiva. Si bien en Albia los pretores eran la élite del país al igual que en Hécate lo habían sido las brujas, en Talos lo eran los científicos de la SNCD. Porque aquel país era pura ciencia y sabiduría: eran los abanderados del conocimiento y de la tecnología, los genios por excelencia, y los elegidos de la SNCD eran sus grandes líderes. Los cerebros más valorados...

El auténtico motor del país.

Y Suri era uno de ellos.

Mientras caminaba por la gran avenida de piedra y asfalto al final de la cual se encontraba la imponente vivienda donde Suri se había instalado, Lira no podía dejar de pensar en Vexya. Comprendía que tuviesen que sustituirla, necesitaban a alguien para gestionar las identidades de las arpías, pero incluso así le molestaba. No quería a nadie en su lugar, y mucho menos a Suri. Aquella arpía era tan complicada y tenía un talante tan frío que le costaba creer que pudiese llenar el gran vacío que había dejado Vexya. Cumpliría con su papel, por supuesto, y probablemente lo haría con maestría, pero dudaba que fuese a ponerle aquel toque mágico con el que Vexya dotaba de vida a sus identidades. Para ello se necesitaba a alguien más cálido, con más corazón, y Suri no era la mejor candidata para ello.

Lira tenía una imagen muy clara de la arpía. No la conocía demasiado, pues tan solo habían coincidido en un par de ocasiones, pero sabía que no le gustaba. No le gustaba en absoluto, y sabía que el sentimiento era mutuo. Entre ellas nunca había habido demasiado feeling, y en gran parte era porque Lira sospechaba que Suri aspiraba a más. Que consideraba que pertenecer a la SNCD era el paso previo para convertirse en la futura sustituta de Diana, y el que Lira hubiese aparecido en escena había estropeado sus planes. Por suerte para Suri, ahora que ella quedaba fuera del tablero de juego, quizás aumentasen sus posibilidades, aunque lo dudaba. Diana tenía muy claro al tipo de persona que quería a su lado y ella no cumplía con los requisitos.

Un fuerte silbido agudo resonó por toda la vivienda cuando Lira presionó el botón de llamada de la puerta de entrada. La casa de Suri era grande, un bloque de tres plantas rodeado por un pequeño terreno sin jardín en el que destacaban unos columpios. Aguardó unos segundos, y al ver que no había respuesta volvió a apretar el botón, incapaz de reprimir un bostezo. Era probable que aún no hubiese llegado a casa, pero no tardaría. Según sus horarios oficiales, Suri finalizaba la jornada laboral a las siete de la tarde, por lo que era cuestión de minutos que apareciese.

Dándose por vencida, Lira decidió esperarla en algún lugar, un bar preferiblemente donde poder tomarse una cerveza, pero justo cuando se alejaba la puerta de la vivienda se abrió y de su interior surgieron dos figuras: un hombre adulto y un niño de tan solo tres años cogidos de la mano.

—¿Pero qué...?

El hombre observó a la recién llegada desde el pórtico de entrada, un tanto sorprendido al no reconocerla, y le pidió al niño que regresara a casa antes de acercarse a la verja.

—Hola, ¿necesita algo?

—Eh, sí... —respondió Lira, algo confusa. Negó suavemente con la cabeza, reorganizando las ideas, y rápidamente preparó una excusa—. Estaba buscando a Lisa Vergrin. Hasta donde sé, esta era su dirección... ¿es posible que me haya confundido?

—No, no te has equivocado, vive aquí. ¿Eres una compañera de trabajo?

Lira le dedicó una sonrisa amable.

—No, Lisa y yo somos viejas amigas del colegio. Vivo fuera de la capital y he aprovechado que tenía un viaje de negocios para pasar y darle una sorpresa. ¿No está?

El rostro del hombre se dulcificó al escuchar su respuesta. Quitó el seguro de la puerta desde dentro y la abrió, invitándola a pasar.

—Aún no ha llegado, pero no tardará. Por favor, pasa, estoy convencido de que le encantará volver a verte. Yo soy Gerr, su marido, y el pequeñín que nos espía desde la puerta es Osara. ¿Tú eres...?

—Olga Uval. —Lira plantó dos sonoros besos en la mejilla del talosiano, logrando con ello sonrojarle, y se encaminó hacia la casa—. ¡Vaya, no tenía la menor idea de que Lisa se había casado! ¡Menuda sorpresa! Si es que siempre digo lo mismo, Gerr, nos vemos demasiado poco...




Gerr resultó ser un hombre muy educado y amable cuya devoción por su esposa lo convirtió en el mejor cómplice para una sorpresa que, como pronto descubriría Lira, no hizo la más mínima gracia a Suri. La arpía disimuló, por supuesto. La abrazó y estrechó con fuerza contra su pecho, pero tal fue la mirada que le dedicó en cuanto su marido se retiró junto a su hijo que Lira dio por sentado que no la habían puesto en preaviso.

Suri había cambiado desde su último encuentro años atrás. La arpía seguía siendo una mujer alta e imponente, con el cabello pelirrojo y largo ahora mucho más corto y de intenso color negro. Su mirada no había variado demasiado, aunque ahora denotaba mucho más desprecio y rabia de lo habitual. Por lo demás, ni tan siquiera el uniforme de la NSCD podía disimular que no solo no era talosiana, sino que además ni tan siquiera era de Aeron.

Aguardó a que su marido abandonase el salón para llevar a Lira a su despacho personal. Una vez en él, cerró con llave y plantó dos vasos llenos de vodka hasta el borde. Se bebió el suyo de un largo trago.

—Podrías haberme avisado —dijo, aunque no fue una acusación. Sencillamente fue un comentario mientras se quitaba la americana gris y dejaba a la vista un aburrido traje de camisa y corbata—. Supongo que te manda "ella".

—La misma.

—Ya.

Suri volvió a llenarse el vaso con una de tantas botellas de su minibar y le dio un largo sorbo. Estaba estresada, se notaba. Más allá de la gruesa capa de maquillaje blanco con el que disimulaba el auténtico tono de su piel, demasiado amarillento como para haber nacido en el continente del Sol Invicto, unas ojeras profundas y arrugas marcaban un rostro mucho más joven de lo que aparentaba.

—Siempre supe que tarde o temprano llegaría este momento. Supongo que no hace falta que te diga que preferiría que no aireases lo que has visto aquí.

—¿Marido e hijo? —Negó con la cabeza—. Mis labios estarán sellados, tranquila.

—En realidad no es mi hijo, es de Gerr, pero como si lo fuera.

—Me sorprendes —respondió Lira, tomando por primera vez un trago de su vaso. Sintió que la garganta le ardía al tragar—. No te creía de esas. Marido e hijos... —Lira negó suavemente con la cabeza—. No te pega.

Lejos de ofenderse, Suri asintió con la cabeza, de acuerdo con ella. Ciertamente, no le pegaba. Ella no era de las chicas que se enamoraban, ni mucho menos que fantaseaba con una familia o con tener descendencia. Aquello era para otras con menos ambición. Sin embargo, había un buen motivo.

—Es el hijo de un pez muy gordo —confesó—. ¿Te suena Mattias Vioks?

Le sonaba, sí. Muy levemente, pero lo relacionaba con la NSCD.

—Es uno de los mayores accionistas —aclaró—, y se ha convertido en mi puerta de entrada a los laboratorios. No es fácil acceder sin alguien que te respalde.

—Todo un logro.

—Sí, un gran logro. Aunque no seamos conscientes de ello, la NSCD es una de las organizaciones más poderosas de todo Aeron. El conocimiento que se almacena en su interior va mucho más allá de los límites sospechados. Además, se están desarrollando programas y proyectos que pueden cambiar el destino de toda Gea. —Hizo un alto—. Esta gente, Lira, tiene la llave del futuro. ¿Estamos seguros de querer abandonar esta oportunidad? Sin mí, nos quedaremos ciegas.

Lira se encogió de hombros.

—Me lo preguntas a mí como si yo tuviese poder de decisión, Suri —respondió ella con sencillez—, pero no lo tengo. Soy una mera mensajera.

—Ya, una mera mensajera. —La arpía rio sin ganas—. Estoy lejos de casa, pero no soy estúpida. Me entero de todo, Lira.

Lira tuvo la tentación de responder, pero no lo vio necesario. Sabía que aquella decisión no era fácil para ella, dejar a la familia atrás era complicado. Así pues, no era necesario seguir machacándola, bastante carga tenía ya por delante.

—Diana quiere que vuelvas a Kovenheim. Supongo que sabes lo de Vexy.

La arpía asintió con gravedad.

—Lo oí, sí.

—Te necesita para que la suplas. No sé exactamente qué te va a plantear, pero necesito que vuelvas conmigo a Volkovia.

—¿Cuándo?

—De inmediato.

Se ayudó del vaso de vodka para asimilar la noticia. Apretó los labios, visiblemente inquieta, sintiendo una fuerte opresión en el pecho, pero asintió con la cabeza. No iba a mostrar sus preocupaciones, si es que las tenía, frente a Lira.

—De acuerdo.

¿De acuerdo, sin más? Su fría respuesta le sorprendió, pero no le decepcionó. No esperaba menos de una arpía.

—Mañana a medio día partiremos —sentenció Lira—, me encargo de sacar los billetes.

—Hay un hotel cerca del aeropuerto que está bastante bien. Espérame allí, ¿de acuerdo? En la cafetería. A las doce estaré junto a la entrada. Ni un minuto antes, ni un minuto después.

Lira se tomó aquellas palabras como una despedida. Se acabó su bebida de un trago, creyendo ver en la mirada de Suri formarse una sombra, y abandonó el despacho con paso sereno. Al salir se cruzó con el marido de su compañera, pero apenas intercambiaron cuatro palabras. La arpía se despidió de él con brevedad, prefiriendo no alargar más de lo necesario el encuentro, y se encaminó hacia el hotel con mal sabor de boca.




—Partiremos en tan solo tres horas —informó Lira a Diana por teléfono mientras disfrutaba de un café en la terraza del hotel. Las vistas a las pistas de aterrizaje del aeropuerto eran impresionantes, aunque el ruido un tanto molesto. No era de sorprender que estuviese sola—. He quedado con Suri a las doce, no puso ningún impedimento.

—Claro que no lo ha puesto, ¿qué esperabas? —respondió la Reina de la Noche al otro lado de la línea—. Tiene la cabeza bien amueblada.

—Demasiado bien amueblada, diría yo.

Sin tan siquiera verle la cara, Diana supo que Lira sentía celos. El haber sido apartada de su selecto club era un trago que le estaba costando asimilar. Por desgracia para ella, las arpías debían reorganizarse y Suri cumplía con los requisitos necesarios para ocupar la plaza de Vexya.

—¿La vas a convertir en tu mano derecha? —prosiguió Lira ante su silencio, sujetando la taza con firmeza—. Creo que podría hacerlo bien, aunque tiene cargas.

—Todas tienen cargas.

—Menos yo.

—Sí, menos tú. —Diana soltó una risotada—. Te pareces demasiado a mí para no empezar a preguntarme si en cierto modo compartimos sangre, Lira. ¡Estás celosa!

La joven arpía sonrió.

—¡Por supuesto que estoy celosa! ¡No quiero que esa desalmada ocupe mi lugar!

—Si te sirve de consuelo, no lo va a hacer. Ni ella ni nadie. Tengo que reflexionar al respecto: he tenido una revelación. Quién sabe si cuando volvamos a vernos la comparto contigo. Por el momento, va a ser complicado: el voivoda quiere que me quede en Arkengrad.

Lira asintió. Sabía que por el momento no se iba a reencontrar con su señora. Le gustaría, pero no iba a ser posible. La comitiva de Solaris se encontraba en plena gira por Volkovia y el voivoda necesitaba a su lado a su recién ascendida general.

—Podría viajar hasta Arkengrad si es necesario. Dejaría a Suri en Kovenheim y...

—No —sentenció Diana—. Te necesito en Kovenheim, velando por la seguridad de las nuevas reclutas. Supongo que no hace falta que te diga que mi ascenso no ha sido bien recibido por todos mis compatriotas y cabe la posibilidad que intenten descargar su frustración con ellas.

—Tu diana es cada vez más grande, sí. —Lira rio sin humor—. Me lo creo.

—Necesito que las protejas hasta mi regreso. Con suerte, no tardaré más que unas semanas.

—¿Y qué harás el día que yo no esté?

Al otro lado de la línea, Diana dibujó una sonrisa amarga.

—No quieras saber más de la cuenta antes de tiempo, Lira. Simplemente asegúrate de que Kovenheim sigue siendo un lugar seguro durante mi ausencia.

El tono lúgubre de su respuesta logró intimidar a Lira.

—Por supuesto, Diana, puedes contar conmigo.

—Más te vale.

Hubo unos tensos segundos de silencio en los que Lira sintió cierto arrepentimiento por haber insistido. Se tomó el café de un sorbo y se acercó a la barandilla que daba a las pistas, alejándose el máximo posible de la cafetería.

—¿Cómo están yendo las cosas con Solaris? Los periódicos no dicen apenas nada. Simplemente han informado del desfile, pero poco más. ¿Va todo bien?

—Demasiado bien —admitió Diana—. Leif es inteligente, ya lo sabes, tan solo ha necesitado reorganizar sus ideas y sacar al ejército para conquistar a Lucian Auren. Ha dado en su punto débil. Y si a eso le sumamos que está de camino a conocer a sus futuros suegros de la mano de Iliana Fedorova... ¿qué más podemos pedir? —Hizo un alto—. Lástima que no haya podido ver a Nyxia De Valefort. Llevan dos días de negociaciones a puerta cerrada y ha pedido verme.

—¿Y por qué no la has visto?

Diana dejó escapar una risita desganada.

—Nos vimos a su llegada, pero poco más. Se supone que es lo mejor. Guardo un gran recuerdo de esa mujer, probablemente me decepcionaría si ahora nos reencontrásemos. Ella ha cambiado, y yo también. Todos cambiamos. Sea como sea, si conseguimos que la relación entre Lucian Auren e Iliana Fedorova llegue a más, esto no será más que el principio de una gran amistad entre nuestros países. Nyxia no es estúpida, sabe que somos los únicos que están dispuestos a posicionarse de su lado ante una posible reconquista de Albia, así que todo tiene que salir perfecto. Mejor que no provocar posibles enfrentamientos innecesarios, ya sabes.

—Me lo imagino. En fin, puedes estar tranquila, cuidaré de Kovenheim con mi vida, tienes mi palabra.

—¿Tranquila? No me hagas reír, anda. Bastante tengo con lo que está por venir y con Thurim. —Diana rio sin humor—. Thurim... Me encantaría poder tratar esa crisis como se merece, pero me temo que por el momento va a tener que esperar. No puedo estar en todas partes.

—Morgana cuidará bien de él hasta entonces. Tú lo has dicho, hay mucho en juego con el Nuevo Imperio, así que concéntrate, yo me ocupo de lo demás.

—Tendremos tiempo para hablar. Buen vuelo, Lira.

—Nos vemos pronto, mi Reina.




Suri acudió a su encuentro a la hora acordada cargada únicamente con una mochila de piel y vestida de negro. Aquella mañana estaba especialmente sombría, sin demasiadas ganas de hablar, lo que propició que las primeras horas de vuelo fuesen tremendamente aburridas para Lira. No había esperado encontrar a una amiga en aquella arpía, pero sus silencios le resultaban tan incómodos que no tardó en buscar conversación en otros tripulantes.

Por suerte para ella, Lira tenía una capacidad innata para hacer amigos.




Llegaron a Kovenheim tres días después, cuando el anochecer teñía ya de sombras el cielo plomizo de la ciudad. Las últimas noticias sobre la visita real indicaban que las relaciones entre Volkovia y el Nuevo Imperio estaban mejorando notablemente, con Lucian Auren visitando el país que le había acogido durante más de una década. Eran buenas noticias. Lira no tenía muy claro qué era lo mejor para Volkovia, pero sin duda retomar las relaciones con el Nuevo Imperio era una buena alternativa. En otros tiempos su unión había funcionado, así que, ¿por qué no volver a intentarlo? Además, Leif Kerensky no era Harkon Vandalyen. Había trabajado para él, sí, de hecho había sido el jefe de su Inteligencia Imperial, pero por suerte para todos, Leif era mucho más inteligente. Él sabía que no eran tiempos de guerra, sino de paz, y jugaba a la perfección sus cartas.

Pero aunque la política exterior de Volkovia era apasionante, Lira sabía que su papel en Kovenheim era mucho más sencillo que todo aquello. Las arpías tenían que volver a reorganizarse, tenían que rearmarse después de la gran pérdida que iba a suponer su pérdida, y Lira estaba allí para cuidar de las futuras integrantes hasta el regreso de la Reina.

—Señorita Lira, señorita Suri, sean bienvenidas —saludó el anciano Bogdan Kolwitz ante su llegada. Como era habitual en él, el senescal las había ido a recibir al pórtico de entrada vestido con su elegante uniforme negro. Hizo una ligera reverencia a modo de saludo—. La baronesa me informó de su inminente llegada.

—Gracias, Bogdan —respondió Lira amablemente, deteniéndose a estrecharle las manos—, me alegro mucho de volver a verte. ¿Todo bien?

Suri no se mostró tan cercana como Lira. De hecho, lejos de pararse a saludar al anciano, la arpía se adentró en el castillo, perdiéndose rápidamente en sus profundidades.

—¡Vaya, menuda sorpresa, la señorita Suri de mal humor! —exclamó el senescal con acidez—. Parece que hay cosas que nunca cambian, señorita Lira.

—Me temo que no. —Lira cogió a Bogdan del brazo, cercana, y le plantó un sonoro beso en la mejilla—. Y yo que me alegro de verte, amigo mío... ¿anda Hans por aquí?

El recién ascendido comandante Hans Seidel de los Cuervos de Hierro no había regresado a Kovenheim desde el desfile. Tanto él como sus hombres seguían en Arkengrad, noticia que sorprendió enormemente a Lira. Había confiado en poder reencontrarse con su viejo amigo.

—¿Y cuándo se supone que va a volver? —quiso saber Lira.

—Quién sabe, señorita —respondió Bogdan con amabilidad, mientras la acompañaba a la cómoda habitación que Diana había designado para ella, junto a la suya—. Lo que está claro es que el voivoda tiene planes para ellos. Confío en que se quedará hasta su regreso, esto está muy vacío últimamente.

—No sé hasta cuándo me voy a quedar —admitió ella—. Aunque veo que ya empezáis a tratarme como a una invitada. Mis habitaciones están en el subterráneo, ¿por qué no puedo ir?

Un sencillo encogimiento de hombros del senescal bastó para que Lira no insistiera. Fuese cual fuese la razón, Diana no la había compartido con Bogdan. De hecho, no la había compartido con nadie, pero Lira podía sospecharla. Ahora que iba a dejar de formar parte de las arpías, su lugar estaba junto a los invitados, no en el corazón de su fortaleza con el resto de reclutas.

Un auténtico fastidio.

Lira aceptó la llave de la habitación con fingido agradecimiento y se adentró en la que sería su alcoba durante las siguientes semanas. Las vistas eran espléndidas y la localización inmejorable, junto a la habitación de su señora, pero por alguna razón, no se sentía cómoda.

—Yo me lo tomaría como un ascenso —comentó Bogdan animadamente al ver su expresión sombría—. ¿Sabía que esta habitación fue la que utilizó el mismísimo ministro de guerra, Víktor Kerensky, durante su última visita?

—¡Menudo honor! —bromeó ella. Lira dejó caer su mochila sobre la cama y se encaminó hacia la terraza—. Al menos hay buenas vistas.

Salió y se apoyó en la barandilla para contemplar las hermosas vistas de la gran ciudad de Kovenheim. Los bosques, los caminos de piedra, los tejados de piedra... pocos paisajes había visto tan hermosos en su vida como aquel.

—Perfectas para poder controlar los accesos al castillo. —El senescal acudió a su encuentro al exterior y se situó a su lado—. Confieso que me gustaría verla aquí a diario, señorita Lira. Desde que usted se fue, se ha perdido parte de la alegría en el castillo.

—Confieso que a mí también me gustaría —admitió ella—. Quién sabe qué pasará en el futuro. Por el momento me conformo con poder volver aunque sea unos días...



Diana Valens, Arkengrad, Volkovia



La observaba desde la ventana de su habitación. De pie junto al ventanal y con la mirada fija en el patio donde ella charlaba por teléfono, seguramente con su marido, Diana era incapaz de apartar la mirada de la solemne figura de Nyxia De Valefort. Era plenamente consciente de que la elección de aquel patio no había sido casual, que la estaba provocando para ocasionar el encuentro que tanto había demandado desde su llegada a Arkengrad, pero la Reina se resistía. Leif le había asegurado que era lo mejor para todos, sobre todo para ella, y Diana estaba de acuerdo. Nyxia De Valefort era una de las pocas personas capaces de desequilibrarla.

¿O quizás fuese la situación?

Su visión de la vida había cambiado notablemente desde su visita a Albia. El reencontrarse con sus familiares le había dado el soplo de aire fresco que había necesitado en los últimos tiempos. Le había ido bien para ver la realidad desde otra perspectiva y empaparse de su calor. Incluso Diana a veces necesitaba sentir el calor humano de la familia. No obstante, más allá de saciar su sed de amor, la visita había despertado algo más en ella. Algo con lo que no había contado hasta entonces pero que había ido desarrollándose en su interior hasta llegar el momento de eclosionar.

Y había sido durante su regreso a Volkovia cuando aquel pensamiento había tomado forma y vida. Cuando sus ojos se habían topado con los de Nyxia De Valefort y después con los de Lucian Auren y había visto cómo lo miraba ella. Como lo protegía.

Él era su futuro, el receptor de todo su legado, tal y como Lira lo había sido para ella. Diana había creído encontrar en ella a una hija, a una heredera para todo lo que había creado, pero el voivoda le había dado un golpe de realidad con el que todo su castillo de fantasías e ilusiones se habían venido abajo. Lira iba a volar libre y pronto se olvidaría de ella. Serviría al voivoda y llegaría muy lejos, y ella se alegraría por ella. Por supuesto que sí, Lira era lo que era en gran parte gracias a ella. Y llegaría muy lejos. De hecho, estaba convencida de que llegaría el día en el que se tratarían como iguales. Como compañeras y amigas que velarían por el bien de Volkovia. Sin embargo, jamás podría mirarla como Nyxia miraba a Lucian, porque en el fondo de su alma, no existía esa conexión. Porque no la había criado... porque no había nacido de su seno.

Porque la sangre, le gustase o no, influía.

Porque la sangre no traicionaba.

Estaba confusa. Diana jamás había tenido la necesidad de contar con alguien a su lado, pero ver a Damiel con Alexia y a Jyn y a Marcus juntos, esperando el nacimiento de Mario, le había abierto los ojos. La forma en la que Aidan miraba a Lyenor... la complicidad entre Victoria y Damiel. Incluso la familiaridad con la que Lansel había bromeado con su hermana Noah. Diana necesitaba aquello, deseaba poder establecer las bases de su nuevo imperio sobre una estructura tan férrea como la que tenían los Sumer, y para ello no solo podía rodearse de arpías.

Diana necesitaba más, necesitaba tener a su lado a alguien en quien poder confiar plenamente, a quien dejarle Kovenheim y a sus arpías el día que ella ya no pudiese encargarse de ellas, y ese alguien debía ser un Valens.

Necesitaba que fuese totalmente leal a ella...

Necesitaba crear su propia familia.

Pero no era fácil en tiempos de guerra. El voivoda tenía otros planes para ella, la necesitaba enfrentándose a lo que estaba por venir a su lado, con la cabeza despejada y el ánimo alto, y para ello lo primero que tenía que hacer era serenarse. Diana necesitaba recuperar el control de cuanto le rodeaba, pero no era fácil. La pérdida de Vexya sumada a la partida de Lira y el secuestro de Thurim lo estaban complicando todo demasiado. Por suerte, al menos Suri había aceptado la oferta, que no era poca cosa, y Crassian Vermont iba a ayudarla. Y juntos podrían reconstruirlo todo antes de que se viniese abajo.

Pero sin Lira. Su querida Lira.

Se preguntó qué habría hecho Nyxia De Valefort en su lugar. Mientras la observaba hablar, toda majestuosidad y determinación, se preguntaba qué habría sido de ella de no haber abandonado el Nuevo Imperio. Loder Hexet no le había aquella opción, pero estaba convencida de que, de haberlo hecho, habría encontrado su lugar junto a ella. Verus Damere habría cuidado de Diana, o puede que lo hubiese hecho Héctor Fern.

Lástima que las cosas se hubiesen complicado tanto en el último momento. Si hubiese mantenido la boca cerrada, todo habría sido mucho más sencillo...

—Pero era mucho más fácil acabar con el Eclipse que con bocaza —reflexionó con diversión—. Además, en el fondo tenía razón...

—¿Con qué tenías razón?

Leif apareció a su lado como una sombra, recién llegado de la mismísima oscuridad de la habitación. No le había escuchado entrar, pero no era de sorprender. Últimamente estaba muy despistada. El voivoda depositó un cariñoso beso en su mejilla, de buen humor, y lanzó un fugaz vistazo a la ventana. Seguidamente, frunciendo el ceño, la cogió de la mano y tiró de ella, alejándola del cristal hasta el centro de la sala.

—Lo hace a propósito —sentenció Leif con desagrado—. Sabe que la ves.

—Por supuesto que lo hace a propósito —respondió Diana sin sorpresa alguna—. Ha aprendido muy bien de su marido el arte de la provocación.

Leif sonrió con amargura.

—Han pasado más de diez años y sigues con Loder Hexet en la cabeza... al final voy a acabar creyendo que estás obsesionada con él.

—Podría ser —admitió—. Con suerte, la obsesión desaparecerá en cuanto lo mate.

—¿Y dar al traste con todo lo que hemos avanzado? —Leif negó suavemente con la cabeza—. Diana, querida, qué cosas tienes. Quizás no lo sepas, pero mientras nosotros charlamos tranquilamente, Lucian Auren está a punto de llegar a la casa de los Fedorova. Los padres de Iliana han preparado una fiesta en su honor.

Aunque la presencia de Nyxia en el patio había ensombrecido su humor, era innegable que Leif estaba contento. Las cosas estaban saliendo tal y como había previsto, y eso era bueno. Después de tantos años de silencio, Volkovia empezaba a remontar y aquella visita era muestra de ello.

—Te encantaría estar en esa fiesta, ¿eh? —replicó Diana, contagiándose de su alegría—. Te encantaría estar allí y cotillear lo que hacen en la habitación cuando todo acabe.

—Me lo puedo imaginar, pero me gustaría, sí. —Leif le apretó suavemente la mano antes de soltársela—. No puedes culparme de querer asegurarme de que todo salga bien. Hay mucho en juego.

—Saldrá bien —aseguró Diana—. Te has encargado de ello.

Leif no negó lo evidente. Le había costado elegir a la candidata perfecta, pero no le cabía la menor duda de que Iliana era la mejor opción. Aquella joven tenía un encanto y una belleza tan sin igual que era prácticamente imposible que Lucian Auren que no cayese rendido a sus pies.

—La verdad, Lucian no me preocupaba. Aunque muchos crean que lo realmente importante está a punto de acontecer, lo cierto es que ya se ha dado, y ha sido en mi despacho. Nyxia y yo hemos cerrado un acuerdo.

—¿Un acuerdo? —inquirió Diana con cierta inquietud—. ¿A qué te refieres?

Los ojos del voivoda se iluminaron ante su interés.

—Imagino que recuerdas la pequeña crisis que ha habido entre Sedenia y Rodenia, los dos países isleños al sur de Solaris. Como bien sabes, Sedenia forma parte del Pacto de Hierro.

—Soy consciente de ello, sí.

—Pues bien, hace unas semanas el gobierno de Sedenia me pidió ayuda. Le inquietaba enormemente la situación. Las tensiones estaban creciendo demasiado en los últimos tiempos. No quiso preocuparte con este tema, pues era un tanto incómodo, pero como comprenderás no pude hacer oídos sordos. Ante las amenazas de Rodenia de invasión no me quedó más remedio que responder a su llamada y nos reunimos. Planteamos la posibilidad de abrir bases militares volkovianas en sus costas y enviar varios de nuestros buques a modo de advertencia.

—¿En las costas de Sedenia? —Diana abrió los ojos con perplejidad—. ¡Pero eso está tremendamente cerca del sur de Solaris!

Una sonrisa lobuna se dibujó en los labios de Leif.

—Efectivamente, mi querida Reina de la Noche. Tan cerca que, como era de esperar, a Solaris no le ha hecho demasiada gracia. Por suerte todos somos personas civilizadas y hemos llegado a un acuerdo en el que ganamos todos. Por el momento no enviaré a ninguno de nuestros navíos, puedes respirar tranquila. A cambio, la regente de Solaris no se sentirá tan "atacada" ante lo que ella considera "la repentina aparición de Iliana Fedora". —Leif dejó escapar una carcajada—. Nyxia De Valefort cree que estoy detrás de ese romance juvenil...

—Y así es. —Diana se cruzó de brazos—. Era una batalla ganada antes de empezar.

—Lo era.

—¿Y Nyxia De Valefort ha caído en la trampa?

Leif asintió con gravedad.

—No le quedaba más remedio. Por el momento nuestras negociaciones no han ido a más, pero es un buen inicio, querida Diana. Volkovia y Solaris se acercan. —Leif negó con la cabeza—. Nyxia es un hueso duro de roer, estoy convencido de que habría sido todo mucho más fácil con Loder, o al menos no tan incómodo. Esa mujer es tozuda y muy protectora, mientras siga tan cerca del joven Emperador no nos lo va a poner fácil. Por suerte, tengo el presentimiento de que Lucian Auren no tardará en desplegar sus alas.

Diana frunció levemente el ceño con incomodidad. Entendía que la partida de ajedrez que estaba jugando Volkovia contra el resto de países conllevaba aquel tipo de audacias y de trampas, pero no le gustaba ver a la familia Auren implicada. Incluso años después, seguía conservando un gran afecto por ellos.

Sorprendido al percibir su inquietud, Leif entrecerró los ojos, tratando de ver más allá de la aparente fachada de impasibilidad de Diana. La Reina de la Noche era una experta en la mentira, era capaz de ocultar prácticamente todas sus emociones, pero la conexión que había entre ellos iba mucho más allá de lo terrenal. Leif podía percibir sus emociones, podía leer en sus ojos sus movimientos y pensamientos, y en aquel entonces fue preocupación lo que percibió.

Preocupación y dudas.

Se alejó unos pasos, hasta el borde de la cama, donde tomó asiento para dejarle algo de espacio. Su cercanía parecía avivar el fuego de su inquietud.

—¿Estás bien? —preguntó con sincera preocupación—. Te noto extraña... apagada. ¿Tanto te afecta tener a Nyxia cerca?

Diana se hizo a sí misma aquella pregunta. ¿Realmente era Nyxia De Valefort la causante de sus dudas? Resultaba tremendamente fácil culparla.

—No, para nada —respondió, esforzándose por sonreír—. Sabes que en el fondo me da igual. Han pasado muchos años.

—Y sin embargo, pareces más pensativa de lo habitual... aunque siendo sinceros, no es cosa solo de hoy. Estás así desde que regresaste de ese viaje tuyo. —Leif borró la sonrisa—. A decir verdad, esperaba que tarde o temprano me explicases qué te llevó hasta Umbria. Creía que Vermont era una historia acabada para ti.

Un escalofrío recorrió la espalda de Diana al sentir los ojos de Leif clavarse en los suyos. Inocentemente, había creído que había podido ocultarle aquel viaje. Durante esos días Leif había estado tan ocupado con los preparativos de la visita que había dado por sentado que no lo sabría. Pero se había equivocado, por supuesto. Leif Kerensky lo sabía todo, y aunque en aquel entonces fuese Umbria el destino que mencionó, ambos sabían perfectamente que no era aquella visita la que más le inquietaba.

Respiró hondo, disimulando la tensión con una risita aguda. No quería problemas con Leif, y mucho menos por algo que realmente no tenía importancia.

—¿Estás celoso de Vermont? —preguntó en tono meloso—. Es impropio de ti, Leif.

La mera pregunta le hizo sonreír.

—No estoy celoso de él —respondió él con sencillez—. Si realmente lo considerase un problema, lo habría exterminado. Sin embargo, sí que me preocupa que no me hayas explicado tu plan de construir una fortaleza más allá de los límites de la ciudad de Nocta. Cualquiera diría que no consideras Kovenheim un lugar seguro.

Aunque quiso, esta vez no pudo disimular su malestar con una sonrisa. Diana le mantuvo la mirada, sintiendo aquel último golpe destruir toda su fortaleza, y se dejó caer sobre el borde de la cama. Dejó escapar un suspiro lleno de desánimo.

—¿De veras quieres hablar esto ahora? —preguntó en apenas un susurro.

—Te necesito concentrada y llevas días inquieta —explicó él—. Supuse que se te pasaría con el tiempo, pero veo que va a más. Y todo empezó con ese viaje a Umbria... ¿o no? En realidad viene de más atrás, ¿verdad? Desde que tomé la decisión sobre el destino de Lira.

Diana no pudo negar lo evidente.

—Quizás no fuese esa tu intención, pero lo sentí como un castigo.

—No era mi intención, no —admitió Leif—. Pero si te lo tomas como tal es que aún no has entendido el papel que juegas en todo esto, Diana. No te he arrebatado a tu hija favorita, la he convertido en una agente del Imperio por el que luchas. Una de nuestras elegidas para remodelar el mundo a nuestro gusto. ¡Le he dado las alas que le faltaban para poder volar de verdad!

—Lira era importante dentro de mi organización. Era un pilar fundamental para mí: ¡la arpía en la que más confiaba!

Leif negó con la cabeza.

—¿Ves? De nuevo te equivocas. ¿Tú organización? Nuestra organización, querida. ¿Por qué insistes en separar nuestros caminos cuando yo no hago otra cosa que juntarlos? Tu destino y el mío están entrelazados, Diana. Lo tuyo es mío.

—¿Y lo mío es tuyo? —Diana dejó escapar una carcajada falsa—. Me cuesta creerlo.

—Llevas toda la vida buscando excusas para separarte de aquellos que te aprecian. ¿Es ahora mi turno también?

Leif tiñó de un velo de amarga sinceridad sus palabras. Quizás tuviese razón. Diana tenía una óptica de la vida muy individualista y le costaba comprender lo que el voivoda intentaba transmitirle. Ella nunca se sentiría parte de aquel gran proyecto ya que nunca había formado parte de absolutamente nada. Como bien acababa de recordarle, ella misma se había encargado de dinamitarlo todo. Sin embargo, hasta entonces lo había hecho sin sentir demasiadas dudas ni remordimientos. Había abandonado a su familia en Albia para unirse al Nuevo Imperio de la mano de su padre. Una vez allí, tras convertirse en una de las más cercanas a la mismísima Nyxia, les había vuelto a dar la espalda... y lo había hecho de la mano de Loder Hexet, sí, pero también porque no había sentido aquel lugar como el suyo. Diana había empezado a trabajar para Rodrik Voronin, la mano derecha de Aleksandra Vandalyen, pero únicamente para volver a abandonarlo y unirse a la causa de Cassian Thanax temporalmente. A partir de ese punto, todo había sucedido muy rápido; tanto que, sin apenas darse cuenta, había acabado al lado de Leif Kerensky tras sesgar la vida de Aleksandra Vandalyen. Y de eso hacía ya diez años... diez largos años en los que había construido una realidad paralela en la que no había dejado entrar a nadie. Una realidad donde sus arpías habían intentado llenar el vacío que todas aquellas personas habían dejado...

Hasta entonces.

Una sonrisa amarga afloró en sus labios al comprender que aquella vez era diferente.

—Creo que sí —admitió al fin—. Llevo toda la vida alejándome de los que me quieren... la gran diferencia es que tú eres el único que te has dado cuenta de ello antes de que suceda.

—Será que quizás soy el único al que realmente le has importado. —Leif se puso en pie con una expresión sombría en el rostro—. Diana, eres una pieza clave en todo esto: el futuro cambiará si no estás en él. ¿Realmente te lo planteas? ¿Has buscado en Umbria un lugar donde empezar desde cero? ¿Un lugar lejos de mí?

¿Realmente era así? Supo la respuesta con tanta inmediatez que incluso logró sorprenderla. Podría intentar engañarse cuanto quisiera, pero la verdad era innegable.

—No. He buscado un lugar donde construir una nueva fortaleza para mis arpías, sí, pero no para alejarme de ti. —Apoyó la mano sobre la suya con una sonrisa sincera en los labios—. Precisamente porque no quiero alejarme de ti me pregunto quién ocupará mi lugar allí el día que no sea capaz de abandonar Arkengrad... y para eso tenía a Lira. La misma Lira que tú me has arrebatado.

La acusación logró crispar su rostro.

—¡Hay cientos de agentes como Lira o incluso mejor que ella! ¡Podemos buscar a alguien de tu plena confianza! ¡Alguien que llene ese vacío!

—¡El problema es que creo saber a quién quiero para ocupar ese lugar, Leif! —Diana se puso en pie también—. Y lo sabes.

Una sonrisa de auténtica amargura se dibujó en los labios del voivoda. Lo sabía, por supuesto. Aquel era el problema te tener aquella conexión, conocía a la perfección todas sus inquietudes y anhelos. Y aquel último no le había pasado desapercibido precisamente.

Muy a su pesar, Diana seguía siendo demasiado humana.

Acercó las manos a su rostro para acariciar el pómulo con los dedos.

—Mi querida Reina de la Noche... Yo no voy a prohibirte nada. Si eso es lo que deseas, adelante, puedo llegar a entenderte. No comparto tu necesidad, ninguno de los míos hemos tenido descendencia, pero te comprendo. Procedes de una familia singular. —Leif depositó un cariñoso beso en su frente—. Respetaré tu decisión, tienes mi palabra, pero ahora solo te pido que estés a mi lado durante las próximas semanas. Te necesito serena, centrada. —Apoyó el dedo sobre su mentón y tiró suavemente de ella hacia arriba, para poder mirarla a los ojos—. ¿Puedo contar contigo?

Diana pudo apartar la mirada del fulgor dorado de sus ojos y liberarse de su embrujo, de aquel encanto antinatural del que era prisionera desde hacía años, Leif no se lo impedía, pero no lo hizo. No quería hacerlo. Y ahora que al fin se habían sincerado, aquella decepción que le presionaba el corazón al saber el voivoda que ella no quería formar parte de su plan de futuro le hizo entender que por fin había encontrado su auténtico lugar.

Ni quería irse, ni lo iba a hacer.

—Puedes contar conmigo —aseguró. Se puso de puntillas para poder acercar su rostro al suyo y juntó sus labios—. Ya habrá tiempo para esto.

—Tú lo has dicho, ya habrá tiempo. —Leif le rodeó la cintura con los brazos y la estrechó con suavidad contra su pecho—. Ahora prepárate, dentro de poco llegará tu momento de volver a salir al escenario...


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