Capítulo 25 - Nessa
Capítulo 25 – Nessa, 1.831, Throndall
—Mi auténtico nombre es Aairis Norwen y soy de Hécate, cosa que ya sabéis todas —empezó Nessa, con la mirada fija en las llamas doradas de la hoguera alrededor de la cual se habían sentado las cuatro arpías—. Aunque hubiese querido disimularlo, mis ojos me delatan.
No muy lejos de allí, maniatado y encerrado en el interior del pequeño cobertizo que habían localizado en las orillas del río, Thurim permanecía en completo silencio, escuchando lo poco que alcanzaba a oír de la conversación. Las arpías habían sido agradables con él, no le habían matado ni maltratado, pero lo habían convertido en su prisionero.
—Vivía en la ciudad de Ultra con mis padres, mi hermana mayor, Deeiris, y mi tío Deima. Éramos una familia normal dentro de lo que cabe, al menos en la sociedad hecatiense. Mis padres estaban bien posicionados dentro del gobierno de los Daeryn. De hecho, eran fieles seguidores del rey Emrys Daeryn, una lealtad que los condenó. Murieron durante la guerra civil, en el Eclipse. Quisieron enfrentarse al golpe de estado y los militares se los llevaron por delante. En aquel entonces yo tenía siete años y Deeiris diez: éramos aún muy pequeñas, por lo que mi tío se hizo cargo de nosotras. Deima era el hermano pequeño de mi madre, un hombre extraño y solitario por el que sentía un gran respeto, aunque no demasiado aprecio. Era de trato realmente complicado. Cuando llegó la noticia de la muerte de mis padres y mi hermana y yo supimos que tendríamos que quedarnos con él tuvimos la tentación de escapar, de ir hasta la capital en busca de nuestras tías paternas, pero nos dio miedo.
—Erais niñas, es lógico —exclamó Lira, comprensiva.
—Sí, éramos niñas, pero deberíamos haberlo hecho. —Nessa dejó escapar un profundo suspiro cargado de pesar—. Dejamos Ultra para viajar hasta Luzgo, el pueblo natal de mi familia materna. En aquel entonces ya no quedaban más miembros con vida, por lo que cuando llegamos a la casa familiar, un caserón antiguo situado en las afueras del pueblo, en mitad del bosque, nos vimos solas. Solas en un edificio frío y enorme, abandonado, y con nuestro tío. —Negó con la cabeza—. No podía salir bien.
Las llamas de la hoguera refulgieron en mitad de la noche, iluminando momentáneamente el rostro de Nessa. La hecatiana había recuperado su tono de piel habitual, pero aún tenía las sombras de las marcas rúnicas que horas atrás habían cubierto toda su anatomía. Marcas llenas de poder que incluso entonces, en mitad de la fría noche de Throndall, mantenían su cuerpo a una alta temperatura, muy superior a la que podría soportar cualquier mortal.
—Deima siempre había vivido a la sombra de mi madre. Imagino que ya lo sabéis, pero la de Hécate es una sociedad totalmente matriarcal en la que los círculos de brujas tienen un gran poder. Son su motor... o al menos lo eran en tiempos de los Daeryn. Ahora han cambiado mucho las cosas, y más con la independencia de la región de Angherad. —Nessa se encogió de hombros—. Sea como sea, lo importante es que en ese entonces Deima vivía totalmente a la sombra de mi madre. Yarin, mi madre, era una bruja con grandes capacidades, una auténtica erudita con un círculo muy numeroso de acólitas. Mi tío, sin embargo, no tenía nada. Vivía de mi familia, y aunque en aquel entonces no lo sabía, nos odiaba. Odiaba a mi madre por haberle arrebatado la posibilidad de brillar por sí mismo, como siempre decía, y nos odiaba a mi hermana y a mí por haber heredado su talento.
—¿Tu hermana también era una bruja? —quiso saber Morgana.
Algo más recuperada de los efectos narcóticos con los que había permanecido aturdida durante las últimas horas, Morgana escuchaba con fascinación a Nessa. Estaba tan profundamente agradecida por el rescate que ni tan siquiera se planteaba la forma en la que lo habían conseguido. Sencillamente la habían sacado con vida y eso era lo que importaba.
—Deeiris era muy poderosa. De hecho, tal era su capacidad que todos estaban convencidos de que llegaría a ser una de las mejores brujas de todo Hécate. La magia de sangre fluía con fuerza en sus venas desde su nacimiento. —Nessa sonrió con tristeza al recordarla—. Yo, sin embargo, apenas tenía poder. Tenía la chispa, sí, pero poco más.
Lira y Vekta intercambiaron una fugaz mirada ante el último comentario. Visto lo visto, decir que tan solo tenía una chispa de magia en su interior era poco menos que una broma sin gracia.
—Mi tío creía que los poderes mágicos podían ser transmitidos. Que las brujas podían realizar rituales con los que robaban los poderes a otras, y él quería el nuestro. Bueno, en realidad quería el de Deeiris, pero a mí me metía en el saco. Quería apoderarse de nuestro don, y para conseguirlo se rodeó de un círculo de gente tan desesperada o incluso más que él. Hombres y mujeres que ansiaban poder a toda costa y que no tenían ningún tipo de escrúpulo para conseguirlo. Para ellos éramos simples objetos de deseo: dos herramientas para conseguir su objetivo. Y durante años lo intentaron.
—No hablas en serio... —murmuró Morgana.
Pero sí, lo hacía.
—El poder de las brujas está intrínsicamente ligado a sus emociones. Con el paso de los años el control es mayor y pueden beneficiarse de él cuando lo desean, pero las más jóvenes se mueven por emociones. Cuanto mayor es la emoción o más compleja la situación, mejor canalizan su poder. Y Deima lo sabía. Sabía que una de las mejores formas de sacar a relucir nuestro potencial era ponernos al límite. —Nessa bajó la mirada—. Nos mantuvo encerradas durante años en uno de los sótanos, sin apenas alimentarnos y en condiciones infrahumanas. Nos maltrataba... nos humillaba. Quería que nuestros poderes surgiesen durante los rituales que hacía con sus amigos para poder absorberlos, pero tal era nuestra debilidad que nuestros cuerpos respondían. Y no solo eso, ellos no tenían la capacidad suficiente como para que sus hechizos funcionasen, así que no lograban nada. Pero no se rendían, insistían cada semana. Por desgracia, cuanto más tiempo pasaba, peor estábamos mi hermana y yo, y por lo tanto menos magia podían absorber. Y teniendo en cuenta que aquellos bastardos no tenían ni la base para poder llevar a cabo un ritual sencillo, imaginaros para absorber nuestra capacidad... siempre fracasaban.
—Y cuanto más fracasaban, más furiosos se ponían, ¿verdad? —murmuró Vekta.
Nessa asintió con pesar. Su amiga tenía razón. Si bien al principio habían marcado ciertos límites, la desesperación había ido convirtiendo en monstruos a los miembros del círculo de su tío. Las semanas iban pasando, los meses y los años, y con ellos habían ido desapareciendo sus dudas. Al principio habían creído que ellos eran los culpables, que no sabían ejecutar bien los rituales: con el paso del tiempo, sin embargo, la culpabilidad acabó recayendo en Nessa y su hermana. Las culpaban de no querer entregarles su poder, de negarse a colaborar... con lo que ello comportaba.
—No os voy a detallar lo que sucedía en ese sótano y durante esos rituales, pero no exagero al decir que en varias ocasiones estuve al borde de la muerte. Por suerte, Deeiris cuidaba de mí. Mi hermana se llevaba la peor parte: los castigos físicos, los abusos, las humillaciones... todo. Llegó un punto que, después de cinco años, solo queríamos morir. Esperábamos el día en el que, con un poco de suerte, no despertaríamos. Deeiris se había pasado los primeros años creyendo que podría salvarme, que encontraría la forma de que escapásemos, pero no lo consiguió. Al menos llevándome a mí también. De haberlo intentado en soledad, probablemente lo hubiese conseguido, pero no me iba a abandonar. Ella no era así, era una persona increíble.
—¿Hasta cuándo estuviste en ese sótano? —quiso saber Morgana—. Al final lograsteis escapar, ¿no?
Nessa asintió con pesar.
—Cuando cumplí los doce años, tal era la desesperación del círculo de mi tío que decidieron jugarlo todo a una sola carta: a vida o muerte, y dejaron de alimentarnos. Deima dejó de darnos la poca comida que nos había dado durante aquellos años, y durante cinco días permanecimos encerradas a oscuras, bebiendo tan solo unos pocos sorbos de agua. Y lo consiguieron: lograron llevarnos al límite. Deima reunió a su círculo de amistades, prepararon el ritual... y entonces Deeiris se descontroló. Rozó la muerte con los dedos, y antes de que ésta se la llevase, alguien acudió a su encuentro. Desconozco exactamente qué sucedió, pero para cuando quise ser consciente de lo que estaba pasando, todo el salón se había convertido en un baño de sangre. Deeiris había sido poseída por un demonio y sus engendros estaban masacrando a los aspirantes a brujos. Les arrancaban los miembros, mordían su carne, bebían su sangre... y todo mientras que mi hermana flotaba en mitad de la sala, con la piel totalmente roja y los ojos en blanco. Fue una imagen atroz.
Lira entrecerró los ojos, incapaz de evitar que la imagen de Nessa acudiese a su mente. La descripción que daba de Deeiris era tan exacta a la que había vivido hacía tan solo unas horas que podía comprender lo que había sentido.
—Aterrorizado, mi tío me sacó de la sala. Estaba fuera de sí; me gritaba que hiciera algo, que la detuviese... decía que mi hermana había enloquecido... pero yo no podía hacer nada. ¡No sabía cómo hacerlo! Entonces, seguramente llevado por el pánico, me tiró al suelo de un golpe. Se abalanzó sobre mí y cerró sus manos alrededor de mi garganta. Podía ver su rostro enloquecido frente al mío, a tan solo unos centímetros, mirándome con odio... se le salían los ojos de las órbitas. Y apretaba. Apretaba muchísimo... iba a morir, lo sabía. Y sinceramente, había sufrido ya tanto que no me importaba. Me molestaba que fuese en sus manos, pero sobre todo, me asustaba el dejar sola mi hermana. Me aterrorizaba tanto que, cuando uno de los demonios menores que ella había convocado acudió a mi encuentro, acepté su propuesta. Acepté su ayuda sin plantearme que pudiese pedirme nada a cambio... y entonces la locura se desató en la mansión. Aquel monstruo se apoderó de mí cuerpo y de mi mente y lo utilizó para convocar a seres aún más crueles y malvados que los que había atraído Deeiris. Y aquellos seres lo destruyeron absolutamente todo. Todo, incluido a mi tío... todo, incluido a mi hermana. —Nessa dejó caer la cabeza hacia atrás—. Cuando el demonio me liberó y vi lo que había provocado comprendí que me había engañado, que me había utilizado para destruir absolutamente todo. Comprendí lo que realmente significaba el uso de la magia de sangre, y juré no volver a utilizarla jamás. Cogí el cuerpo de mi hermana, al menos lo poco que quedaba de ella, y escapé. Me adentré en los bosques cargando con ella hasta que dos días después, atraída por la masacre acontecida, Diana se dejó caer por la zona. Traté de esconderme de ella, aterrorizada por lo que pudiese sucederme, pero ella fue considerada conmigo. Fue... —Una sonrisa triste afloró en sus labios—. Fue comprensiva. Fue buena conmigo. En fin, fue Diana, ¿qué puedo decir? Sabéis perfectamente cómo es. Me dio una segunda oportunidad y la acepté, pero con una condición.
—No volver a usar la magia de sangre —comprendió Lira con amargura—. Hasta ahora.
—Hasta ahora, sí.
Nessa se levantó, incapaz de permanecer más tiempo sentada sobre el suelo. El calor que emanaba de su cuerpo era tal que la nieve se deshacía a su alrededor, convirtiéndola en el agua que ahora empapaba su ropa. Por suerte, su calor corporal también secaba sus prendas, pero no las de sus hermanas. Por su propio bien, se alejó unos pasos de la hoguera.
—Ya perdí a una hermana, no voy a perder a ninguna más —sentenció con frialdad—. Y sí, sé que he cruzado la línea y que probablemente esto traiga más consecuencias, pero... pero... —Nessa se encogió de hombros—. Lo siento.
—¿Qué lo sientes? —preguntó Morgana desde el suelo, arqueando las cejas—. ¿Y por qué se supone que lo sientes, Nessa? ¿Por salvarnos la vida? ¡A la mierda, tía! ¡Te lo agradezco enormemente! Sin ti, ahora mismo estaríamos las tres muertas, así que bien hecho. ¡Joder! ¡Lo has hecho genial! Si te sirve de consuelo, yo habría hecho lo mismo...
—¿Te preocupan los legionarios? —intervino Lira, creyendo comprender su auténtica inquietud—. ¿O haber roto tu propia promesa?
Nessa se encogió de hombros.
—Ambas cosas. Esos albianos no merecían esa muerte, aunque siendo ciertos, iban a morir igualmente en manos de la Portadora de Estrellas, así que tampoco me siento demasiado culpable. Y lo de la promesa... —Nessa dejó escapar un suspiro—. Supongo que es un tema personal. Sea como sea, lo importante es que estáis vivas, así que, dentro de lo malo, ha valido la pena.
Todas asintieron con la cabeza, a coro.
—Estamos vivas y tenemos al mismísimo Ignatius Thurim como rehén... ¡dioses, ¿se puede pedir algo más!? —Morgana alzó los puños, triunfal—. ¡Ha salido a pedir de boca!
—Lástima que casi te mueres por el camino, ¿no? —comentó Vekta con acidez a su lado.
Divertida, Morgana respondió con una sonora carcajada. Para ella el peligro o el haber estado al borde de la muerte no era algo que le preocupase. Lo había pasado mal, desde luego, sobre todo al verse navegando río abajo sin freno, con el cuerpo totalmente paralizado. Las primeras veces que se había sumergido había estado casi convencida de que iba a morir, pero después la suerte le había sonreído y su cuerpo había quedado atrapado en unas piedras con la cabeza fuera del agua, dónde había permanecido paralizada unas cuantas horas más. Morgana había aguardado pacientemente a recuperar el control de su cuerpo y, tras salir del río al borde de la hipotermia, había vagado por los bosques durante horas...
Hasta que él la había encontrado.
—Cuando viajábamos hacia aquí, Thurim me prometió que no me iba a pasar nada —explicó con orgullo—. Estuvimos charlando por la noche y me hizo esa promesa, y la ha cumplido. —Ensanchó la sonrisa—. ¡El muy cabrón la ha cumplido al fin y al cabo! Así que, ¿qué puedo decir? Es justo que esté vivo, aunque supongo que no lo has sacado del campamento por eso, Lira. Ni tan siquiera sabías lo que había hecho por mí.
La arpía puso los ojos en blanco.
—Oh, vamos, es Ignatius Thurim, el futuro prometido de la princesa de Albia. ¿Alguien en su sano juicio le habría dejado morir ahí? —Lira negó con la cabeza—. La gran duda ahora es qué demonios vamos a hacer con él. Sabe quiénes somos, que por cierto, ya podrías haber mantenido la boquita cerrada, Morgana. Eres una maldita bocazas.
—Espero que no te des cuenta ahora —intervino Nessa con una somo de sonrisa en los labios.
—¡Me lo sacaron a la fuerza! —se defendió Morgana—. No, en serio, al parecer lo decía en sueños... o que me lo sacó uno de los magi cuando me atendió, ¡yo que sé! La cuestión es que de un momento a otro se abalanzaron sobre mí y me inmovilizaron. —Se encogió de hombros—. Y sí, lo sabe... lo sabe todo, pero... —Desvió la mirada hacia la puerta del cobertizo—. Vaya, me va a dar pena matarlo, es muy mono. En fin, ¿lo hago ya?
Sus tres hermanas respondieron a la vez.
—¡No! ¡Ni se te ocurra!
—¡Era broma! —exclamó Morgana con diversión, incapaz de reprimir una carcajada—. Ya habrá tiempo para ello. ¡Oh, vamos! No os habéis visto las caras, ¡menudo cuadro! —Negó con la cabeza—. Vaya, chicas, os he echado tanto de menos... en serio, gracias por venir a por mí. No sabía muy bien cómo iba a salir de esta, pero al final es evidente que los dioses me necesitan viva.
—Morgana, en serio... —farfulló Vekta con cara de circunstancias—. Cualquiera que te oiga...
—¿Qué pasa? Te molesta que una se quiera, ¿o qué? —Morgana le guiñó el ojo—. Y volviendo a lo tuyo, Nessita. A ver, que siempre hemos sabido que eras un poco rara, rarita de cojones en realidad, pero incluso así te queremos mucho. Y ten por seguro que no vamos a decir nada, tu secreto no va a salir de aquí. —Morgana se puso en pie y extendió los brazos hacia ella—. Anda, dame un abrazo.
El buen humor de Morgana logró que Nessa se relajase. Las dos arpías se fundieron en un abrazo fraternal, uno de aquellos que eran capaces de curar muchas de las heridas, y permanecieron unidas hasta que el calor corporal de la hecatiana hizo retroceder a Morgana.
—Eres como un radiador ahora mismo —se burló—. Tendrás que contarme ese truco, cuando vuelva a Umbria lo voy a necesitar... aunque tú eso ya lo sabes, Lira. —Morgana volvió a la hoguera y se dejó caer en el suelo—. Nessa ha sido sincera con nosotras, así que yo también lo seré. Tu nombre real es bonito, Nessa, Aairis Norwen... pero el mío tampoco está nada mal. Yo me llamo Morrigan Valpaso, y a no ser que Vekta o Lira se guarden un as bajo la manga, soy la única con sangre real de las cuatro.
Morgana confesó su pasado con una mezcla de sentimientos. Aunque los primeros años de su vida habían sido amargos, sobre todo por la insistencia de su hermana Morix de intentar acabar con su vida, lo cierto era que no había sido del todo infeliz. Por sus venas corría sangre guerrera, por lo que enfrentarse a la muerte continuamente no había sido un gran problema para ella. Al contrario, convencida de que los dioses tenían un gran plan para ella, Morgana había disfrutado su desgracia como si de un gran tesoro se tratase. A partir de su unión con Diana, sin embargo, su visión de la vida había cambiado ligeramente. Seguía disfrutando de absolutamente todo, tanto los buenos días como los malos, pero la idea de tener que volver a Umbria no acababa de convencerla. De hecho, ser víctima de una matrimonio de conveniencia la había convertido en alguien sin demasiados escrúpulos a la hora de relacionarse con los hombres. Morgana sabía que no podía enamorarse de nadie, pero por suerte no tenía el más mínimo interés en ello, por lo que no le había resultado complicado. Así pues, con el paso del tiempo había ido convirtiéndose en la arpía que era en aquel entonces, sin apenas ningún tipo de interés por nada ni nadie, pero con un claro objetivo en la vida: ya fuese en Umbria o en cualquier otro rincón de Albia, iba a ser la dueña de su propia vida. Y lo que era aún más importante, se iba a vengar de Morix.
Ni había olvidado lo que le había hecho, ni lo iba a hacer jamás.
—¿Cuándo se supone que tendrás que volver a Umbria entonces? —preguntó Nessa con curiosidad—. ¿Dentro de diez años?
—Cuando cumpla los veinticinco —respondió con sencillez—, así que me quedan aún siete años de paz. Después... en fin, ¿qué voy a decir? Me moriré de asco en Umbria. O al menos eso intentarán, ya encontraré la forma de divertirme. Además, Crassian Vermont es un tipo bastante apuesto. Si no fuese por el lío que tuvo con la jefa, hasta me habría fijado en él.
—¿Tu futuro marido y la Reina estuvieron juntos? —Nessa abrió los ojos de par en par—. ¡Madre mía! ¿Y el voivoda lo sabe? Me da a mí que te vas a quedar viuda pronto, Morgana.
—Bueno, mientras lo mate después de firmar los papeles, me da igual. Lo que nos interesa de él son las factorías al nombre de su familia y sus tierras, lo demás... —Morgana le guiñó el ojo—. En fin, que mi historia con vosotras tiene fecha de caducidad, pero incluso así no me arrepiento de haberme unido a Diana. Al contrario, al paso que iba, Morix iba a acabar matándome.
—Me lo creo... —murmuró Vekta por lo bajo.
Morgana pasó por alto el comentario de su compañera, pero Nessa no. Ni su comentario ni mucho menos la expresión taciturna que en aquel entornes ensombrecía su rostro. La hecatiana le mantuvo la mirada durante unos segundos, tratando de ver más allá de sus ojos huidizos, y buscó respuesta en Lira.
Ella simplemente se encogió de hombros.
—¿Por qué dices eso, Vekta? ¿Acaso soy la única que no conocía sus orígenes?
—¿Vekta? ¡Qué va! —exclamó Morgana con seguridad—. Solo lo sabía Lira... al menos que yo sepa, claro. Vek, ¿tú sabías algo?
Vekta buscó el apoyo de Lira con la mirada, pero una vez más ella no intervino. Se cruzó de brazos, adoptando una expresión severa, y señaló a Morgana con el mentón.
—Es tu momento —la animó.
—¿Tu momento de qué? —preguntó Morgana, borrándose de su rostro la expresión de seguridad. Frunció el ceño—. ¿Qué pasa? ¿Qué me he perdido?
—Eso, ¿qué pasa? —la secundó Nessa con curiosidad—. ¿De qué va esto?
La throndall fijó la mirada en el fuego y permaneció unos segundos en silencio, tratando de buscar las palabras adecuadas con las que confesar lo que probablemente marcaría un antes y un después entre Morgana y ella. Cogió aire.
—¡Eh, Vekta! —insistió la umbria—. ¡Suéltalo ya, mujer! ¡Sea lo que sea, seguro que no es peor que lo de Nessa! O lo mío.
—Bueno... —murmuró, y sacando la valentía que tanto la caracterizaba, aunque no precisamente en aquel tipo de situaciones, se puso en pie también—. Esta semana conocí a tu familia, Morgana. Los lameliards me mandaron a Umbria a hacer una prueba de resistencia y entregar un mensaje a Valpaso.
—¿En serio?
Una sombra temerosa se dibujó en el rostro de Morgana. Rápidamente la disimuló con una buena dosis de socarronería, pero aquel lapso bastó para que tanto Nessa como Lira percibieran su inquietud. El pasado de las arpías era el secreto mejor guardado y compartirlo no era sencillo para ellas. De hecho, al hacerlo estaban quebrantando la primera regla de Diana. Sin embargo, el que una de sus hermanas no solo conociera la historia, sino que hubiese conocido a sus componentes era mucho más complicado. Morgana sentía que Vekta se había entrometido en su privacidad sin permiso, y eso era peligroso.
—Sí... lo siento, Morgana, quise decírtelo pero... bueno, estabas aquí. —Vekta se encogió de hombros—. Tu hermana Viler me vino a recoger al aeródromo. Me llevó en moto hasta Calas, y allí me presentó a tu padre. —Le dedicó una sonrisa cautelosa—. Tu hermana es todo un personaje, ¿eh? Bueno, y tu padre...
Morgana soltó una carcajada forzada, visiblemente tensa. Miró a cada una de sus compañeras, sintiéndose extremadamente aprisionada, y retrocedió unos pasos.
—Viler es una cabrona, pero no es mala persona. Supongo que te intentaría tomar el pelo... sí, Viler es así. ¿Y hablaste entonces con mi padre? ¿Qué tal está? ¿Cómo le van las cosas?
—Pues está bien... mayor, pero bien. Es un hombre muy agradable, muy hablador. Me estuvo hablando de la situación en Umbria, y después llegaron tus hermanas. Son... son muy escandalosas.
Lo eran. Incluso sin necesidad de decir nada, todas pudieron leer en la expresión de Morgana el anhelo que aquellas palabras despertaban en ella. Sí, las Valpaso eran muy escandalosas e intensas, como ella: un auténtico aquelarre de brujas y asesinas a las que, incluso después de todo lo sucedido, echaba de menos.
—Mis hermanas son geniales —recordó Morgana con amargura—. Morix no, mi gemela está como una auténtica cabra, pero el resto son estupendas. Pura energía, pura determinación... pura esencia Valpaso. Una lástima que no moviesen un puñetero dedo cuando Morix enloqueció.
—No se lo tengas en cuenta, Morgana, no vale la pena —reflexionó Nessa—. A estas alturas, esa gente ya no es nada más que un recuerdo.
—El problema de Morgana es que tarde o temprano regresará a Umbria y tendrá que enfrentarse a ese pasado que dejó atrás —intervino Lira—. Pero no nos engañemos, tus hermanas no hicieron nada por ayudarte, al igual que tampoco lo habrías hecho tú por ellas. Los umbrianos tenéis una forma de ser diferente.
Morgana no pudo disimular la sonrisa de puro orgullo.
—Pues sí, la verdad es que yo tampoco habría hecho nada. Al contrario, creo que incluso habría aplaudido a Morix en caso de haberlo conseguido. Pero como bien dice Nessa, es agua pasada. Solo por curiosidad, Vekta. ¿Hablaste con Morix? ¿Nos parecemos?
La arpía tragó saliva.
—Hablé con ella, sí... y de hecho tal es vuestro parecido que al principio creí que eras tú... la miraba y la miraba, esperando que reaccionara. Que me dijera algo... que me hiciera alguna señal. Pensaba que te habías infiltrado, ya sabes... —Incluso con el gélido ambiente arrastrando la temperatura mucho más allá de los cero grados, la arpía empezó a sudar—. Total que ella no me respondió... pero se dio cuenta de que la miraba, y...
—¿Y?
Vekta hizo ademán de no seguir explicando la historia. Sentía tanta vergüenza que ni tan siquiera las miradas de sus hermanas, la de Nessa con curiosidad morbosa y la de Morgana con amenaza, lograron que encontrase la valentía suficiente como para seguir adelante. Por desgracia para ella, Lira no le dio opción a mantener oculto el secreto. Aquella noche todas debían ser sinceras las unas con las otras, y Vekta no iba a ser la excepción.
—¡Que se ha acostado con tu hermana, Morgana! —estalló Lira—. Madre mía, ¡cuánta tensión!
—¿¡Que qué!?
El grito de Morgana resonó con tanta fuerza en el frío Throndall que por un instante todas creyeron que hasta el mismísimo rey Freyvarg la había escuchado. Él, Vanya Vespasian desde el trono de Albia y Lucian Auren en Solaris. Puede que incluso el voivoda...
Pero no fue el volumen de su voz lo que preocupó a las tres arpías. Morgana giró sobre sí misma, ocultando su rostro tras las manos, y durante los pocos segundos que se mantuvo en silencio, tal fue la sensación de peligro que las tres sintieron que no supieron cómo reaccionar. Morgana parecía un volcán a punto de estallar.
Y lo hizo. Por supuesto que lo hizo. Morgana era una Valpaso y en sus venas no había sangre, sino lava. Sin embargo, lo hizo como ninguna de ellas esperaba: con una mueca burlona en la cara y una felicitación en la garganta.
—¡Pues ya tocaba que te estrenaras, Vekta! —exclamó a voz en grito, palmeando con fuerza la espalda de su amiga—. Tu elección ha sido una mierda, pero me alegro por ti.
—Ya, bueno... —Vekta miró a Nessa y Lira, las cuales estaban prácticamente aguantando la respiración de la tensión reinante, y se esforzó por sonreír—. Pasó todo muy rápido, Morgana. Había bebido y ella apareció en plena noche... creía que la miraba porque estaba interesada en ella, y...
—Tampoco te pases —le advirtió, dándole una última y fuerte palmada en la espalda con la que estuvo a punto de derribarla—. No me interesan los detalles más escabrosos, ¿sabes? Ambas sois mis hermanas en cierto modo, así que, por el bien de mi salud mental, ahórratelo. Eso sí, espero que no te hayas enamorado de ella: en cuanto vuelva a Umbria la mataré.
Profundamente agradecida al ver que la calma volvía a apoderarse del pequeño campamento, Lira respiró aliviada. Dio una suave palmada a Morgana en la mejilla cuando tomó asiento a su lado, orgullosa por su valentía y autocontrol, y señaló a Vekta con el mentón.
—Ahora que te has lanzado, no nos dejes a medias —la animó—. Nessa y Morgana han contado su historia, ¿tú te animas, Vekta?
—Después de confesar esto explicar mi historia va a ser como un paseo por la playa —bromeó mucho más relajada—. Bueno, yo no tengo orígenes nobles, ni tampoco soy de la realeza. Yo vengo de la nada. Como ya sabéis, Throndall es un lugar un tanto diferente a vuestros países. Nos conocen como los salvajes del norte, y en cierto modo es cierto. En mi tierra se lucha para sobrevivir... y eso es lo que he hecho durante toda mi vida.
—Seguro que es una historia apasionante. ¿Podemos saber cuál es tu auténtico nombre? —preguntó Nessa con interés.
Una sonrisa sincera afloró en los labios de la throndall.
—Me llamo Mina Faede, ese es mi nombre real. No existen registros de mi vida anterior, así que decidí mantener mi nombre. Suena un poco idiota, ¿no? Pero es que me gusta.
La historia de los orígenes de Vekta mantuvo a las arpías en completo silencio, totalmente concentradas en su narración. Tal y como les había advertido, la vida de Mina Faede no estaba llena de lujos ni de sorpresas fuera de lo habitual. Mina era una persona normal y corriente cuyas circunstancias, por desgracia, eran relativamente habituales en Throndall.
Por suerte para Mina, Diana había estado ahí cuando más la había necesitado, y aunque desde entonces habían pasado ya muchos años, jamás podría olvidar el preciso momento en el que la Reina de la Noche surgió de la nada para salvarla de la muerte.
—Diana hizo bien en ayudarte, no te merecías esa sentencia —sentenció Morgana con determinación—. Matar a un asesino o un violador no debería ser condenable. Al contrario: le hiciste un favor a la sociedad.
—Una sociedad que no se merecía que hubieses arriesgado la vida por ella —reflexionó Lira con amargura—. Escucho vuestras historias y no puedo evitar pensar en lo enormemente afortunada que fui yo al poder abandonar mi hogar por decisión propia. Mi vida... mi vida era totalmente diferente. De hecho, tenía una muy buena vida. Por desgracia para mi padre y mis hermanos, yo era una niñata consentida que no quería vivir como una princesita. Quería vivir aventuras, y en parte es por culpa de Diana que decidí dejarlo todo atrás. Escucharla hablar en la corte de Arkengrad fue inspirador... —Lira hizo un alto—. Pero antes de poner la última pieza de nuestro puzle, quisiera explicaros otra cosa. Algo que va a cambiar para siempre mi futuro.
—Es lo que querías contarnos, ¿no? —comprendió Nessa de inmediato—. Es por eso por lo que nos estuviste llamando; por lo que querías que nos reuniésemos.
—Exacto —admitió Lira—. Sé que no debería haberlo hecho, que no tendría que meteros en esto, pero... necesito compartirlo con vosotras. Sois lo más parecido que tengo a una familia y no quería desaparecer sin daros una explicación.
—¿Desaparecer? —intervino Morgana con perplejidad—. ¿De qué estás hablando? ¿¡Vas a desertar!?
La noticia de la partida de Lira de la organización impactó mucho a sus hermanas arpías. Todas eran conscientes de que algún día se podría dar aquella posibilidad, pero jamás habrían imaginado que realmente podría suceder. Por desgracia, Lira cumplía con todos los requisitos para ser reclamada por alguien como el voivoda. Cumplía con todo lo necesario para ser una agente perfecta, y Leif no iba a desperdiciar la oportunidad.
Y si ya de paso le daba una lección de humildad a la Reina de la Noche con ello, mejor.
Pero aunque era tentador centrarse en los posibles motivos por los que Leif Kerensky las estaba castigando, las arpías decidieron tomarse aquella triste noticia como una gran oportunidad para Lira. A partir de entonces la volkoviana iba a tener la posibilidad de vivir nuevas experiencias y conocer a todo tipo de personalidades, por lo que, dentro de lo malo, era un futuro prometedor. El mejor de todos en realidad. Servir a Diana Valens era una gran aventura, pero tenía sus limitaciones. Estar bajo las órdenes del voivoda, sin embargo, abría todas las puertas.
—¿Y cuándo se va a hacer efectivo el cambio? —preguntó Nessa, que a pesar de lamentar enormemente la pérdida de Lira se había esforzado por instalar una sonrisa en sus labios—. Es una grandísima oportunidad.
—Lo es —la secundó Morgana—. Aunque yo de ti me iría con cuidado con el voivoda, Lira. No intentes convertirlo en uno de tus "amigos" o la Reina te cortará en rodajas.
—No es mi objetivo —rio Lira—. Soy consciente de dónde me meto. En principio se hará efectivo dentro de un año, pero no tengo muy claro de que no vayan a reclamarme antes. Algo me dice que esto va a ser mucho más breve de lo que me gustaría, de ahí a que haya querido reuniros, chicas. Es muy posible que esta sea la última vez que nos veamos.
—Eso seguro: en cuanto Diana se entere de que tenemos a Thurim secuestrado nos va a matar —intervino Vekta con diversión.
Las cuatro mujeres volvieron la mirada hacia el cobertizo donde permanecía el tribuno Ignatius Thurim encerrado. Su presencia allí era un problema, era innegable. De hecho, tal era la gravedad de la situación que las cuatro se preguntaban si no habría sido mejor dejarle morir en la batalla. Habría sido mucho más práctico. No obstante, no habían sido adiestradas para dejar escapar grandes oportunidades como aquella. Su secuestro era un tema delicado, pero si sabían gestionar correctamente la situación podrían llegar a salir muy beneficiadas. La gran duda era, ¿cómo? Perdidas en Throndall, resultaba complicado saber cómo actuar sin empeorar las cosas.
—Creo que ha llegado el momento de llamar a Diana —advirtió Nessa para disgusto de las suyas—. Todas sabemos que se va a enfadar, pero tiene que saberlo. Tiene que saber que tenemos a este hombre encerrado. Con un poco de suerte, ella sabrá cómo reaccionar.
—Sabrá qué hacer, no tengo la más mínima duda —replicó Morgana—. ¿Pero a qué precio? Se va a cabrear, me lo veo venir...
—Probablemente —admitió Vekta—. Pero no tenemos otra opción: tiene que decidir... a no ser que queráis que lo eliminemos y nos olvidemos del problema. Si me lo pedís, puedo hacerlo sin dejar ningún tipo de rastro.
—¡No! —intervino Lira con determinación—. El reunirnos y secuestrar a Thurim ha sido idea mía, así que yo me encargo de hablar con Diana. Si alguien se las va a cargar voy a ser yo... pero bueno, ¿qué me va a hacer? ¿Echarme? —Lira rio con amargura—. Tarde. En fin, compañeras, ha sido un placer.
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