Capítulo 20 - Vekta

Capítulo 20 – Vekta, 1.831, cielos de Aeron



—Esto es solo el principio. Hoy sois solo aprendices, pero cuando finalicéis el programa seréis pilotos dignos de formar parte de la Guardia de Honor de su graciosa Majestad, la princesa Lenore. Será un camino largo al que os enfrentaréis, lleno de retos, de lucha y de sacrificio, pero no debéis claudicar. Habéis sido elegidos por la reina Isabella y el rey Merliot para velar por la seguridad de su heredera: el destino de nuestra venerada nación está en vuestras manos, así que debéis mantener la cabeza bien alta. ¡Sois el orgullo de Lameliard! ¡Los hombres y mujeres elegidos para...!

Todos estaban encantados con los discursos del capitán Gilead. Desde que había sido asignado como líder de la Guardia de Honor de la princesa y, por lo tanto, el instructor de los trece elegidos, el piloto se estaba encargando de su formación. Y lo hacía con mucha dedicación, con largos discursos y aún más horas de entrenamiento, pero sobre todo con sinceridad. Sus palabras denotaban que creía ciegamente en el programa, y tal era su entusiasmo que había logrado contagiar al resto de los cadetes. Atrás quedaban los tiempos en los que se sentían eclipsados por el escuadrón albiano; ahora se sentían especiales, se sentían únicos, y aquellos fuertes sentimientos les hacían ser especialmente efectivos.

Y eran excepcionalmente buenos, era innegable. Aquellos jóvenes tenían un talento especial: eran capaces de surcar el cielo como si hubiesen sido dotados de alas, y con cada día que pasaba, sus miedos y limitaciones iban quedando atrás.

Claro que, ¿cómo no conseguirlo a bordo de aquellas impresionantes naves? Incluso Vekta, a la que las palabras del capitán importaban bien poco, estaba motivada. Volar a bordo de aquellos transportes ultraligeros era una experiencia increíble. Tal era la velocidad que alcanzaban que el piloto tenía que estar totalmente concentrado para lograr dominarlos. Por suerte, el sistema de navegación semiautomático les permitía cierta libertad. No era recomendable dejar a la máquina pilotar en automático en situaciones complicadas o temperaturas extremas, pero el resto de tiempo era una opción cómoda para poder viajar con cierta despreocupación, y más cuando los destinos se encontraban a tanta distancia como Umbria.

Umbria, la lejana isla de la que nadie hablaba ni a la que nadie viajaba jamás. Un destino tan apartado del mundo civilizado que aún le costaba creer que hubiese aceptado realizar aquella travesía. No obstante, el capitán Gilead lo había propuesto como una opción para superar la prueba de resistencia, y ella había asumido el reto. Al fin y al cabo, alguien tenía que hacerlo y dado que el resto de sus compañeros se habían negado, ella había decidido arriesgar. Sería un auténtico reto soportar las casi treinta y ocho horas que duraba el vuelo sin realizar apenas ninguna pausa...

—¡Estás loca, Mina! —había exclamado Margot a su lado al verla levantar la mano para ofrecerse candidata—. ¡Vas a viajar al otro extremo de Gea! ¿Qué pasará si tienes algún problema durante el vuelo? ¡Estás a miles de kilómetros de distancia de nosotros!

Margot tenía razón, aquel era un viaje en el que en caso de tener algún problema se vería totalmente sola, pero eso no era un problema para Vekta. La arpía estaba tan acostumbrada a la soledad y a arreglar por sí misma sus propios problemas que el hacerlo en la otra punta del planeta no era algo que le preocupase. Al contrario, después de tantos meses en la Academia agradecía poder disfrutar de un poco de intimidad. Compartir el día a día con los cadetes estaba siendo una experiencia diferente, y aunque por el momento no había llegado a sentirse del todo cómoda en su compañía, mentiría si dijese que no apreciaba a algunos. Margot, Jeronimus y Agatta habían logrado despertar sentimientos parecidos a la amistad en ella, pero la que realmente marcaba la diferencia era la joven Sumer. Alexia Sumer era una de las pocas personas por las que estaba dispuesta a regresar a la Academia y no darse a la fuga con aquella magnífica nave. Y era precisamente por aquel sentimiento que había despertado en ella por lo que había lamentado enormemente no haber podido despedirse de ella antes de partir. Al parecer había regresado a Albia la noche anterior, aunque nadie conocía el motivo. ¿Quizás algún problema familiar, quizás? Vekta no quería entrometerse, pero sentía curiosidad. Tanta curiosidad que incluso había tenido la tentación de llamar a Morgana y preguntar. Pero finalmente no lo había hecho, Vekta sabía dónde estaba su lugar y no quería sobrepasarse. Además, ahora necesitaba concentración para poder completar el reto que le habían propuesto con éxito.

Pero siendo sinceros, Umbria no era un destino atractivo. En la isla norteña hacía más frío incluso que en su Throndall natal, y eso era algo que no le entusiasmaba. Además, las costumbres locales demasiado salvajes para su gusto. El que los gobernantes fuesen elegidos en combate o que prácticamente toda su población hubiese sido ejecutada décadas atrás, durante la liberación del país del yugo de Nedershem, convertía la lejana nación en un hervidero de guerreros y asesinos que prefería no conocer. Con haber nacido y sufrido Throndall durante sus primeros años de vida había tenido suficiente. Por desgracia, la Corona de Lameliard quería mandar sus saludos a los lejanos príncipes isleños incluso siendo parte del pacto de Hierro, y Vekta había sido la elegida para ello.

Irónicamente ni tan siquiera la lejana Umbria se salvaba de las intrigas políticas que azotaban Gea. Quedaban ya pocos países que no se hubiesen posicionado del lado del Pacto de Hierro o la Alianza de Hésperos, los únicos valientes que querían ignorar la gran verdad: que pronto la guerra volvería a asolar Gea.

Y Umbria no era uno de ellos.




Caía ya el anochecer cuando la nave ultraligera de Vekta alcanzó la pista de aterrizaje de la ciudad de Calas, en el extremo occidental de Umbria. Era de tamaño muy reducido, apenas una lengua de cemento que se extendía a lo largo de tres kilómetros, pero más que suficiente para que la elegante nave dorada de la arpía aterrizaje con suavidad, como si de una mera pluma se tratase. La piloto rodó por la pista, sorprendida de no ver ningún otro transporte en las limitadas instalaciones, hasta alcanzar la base, donde tan solo un par de operarios uniformados de azul la estaban esperando al bajar.

—Bienvenida al principado de Tarsys, piloto —saludó uno de los operarios en perfecto lameliard—. Me alegro de ver a un compatriota. ¿De la Gran Academia de Vuelo?

—Así es —respondió Vekta, saliendo ya de la cabina y bajando a la pista de un salto—. Gracias por la bienvenida.

Vekta fue acompañada hasta el interior de la base, donde tan solo había media docena de personas más, todos trabajadores. Las instalaciones eran ya muy antiguas, con media decena de secciones cerradas y el mobiliario desfasado y desvencijado, lo que llamó enormemente la atención de la arpía. Por su aspecto, aquel lugar debía haber permanecido cerrado varias décadas.

—Creía que este era el aeropuerto principal de la capital, de Calas —comentó mientras paseaba la mirada por las paredes pintadas de color ocre. La moqueta estaba tan polvorienta que incluso crujía bajo sus botas—. Me debieron informal mal.

—Oh, no, no le han informado mal —aseguró el operario. La guio hasta uno de los pocos mostradores donde había un recepcionista y le dedicó una sonrisa amable a modo de despedida—. Está usted en el aeropuerto internacional de Calas, piloto. ¡Disfrute de su estancia!

Mientras el joven recepcionista, otro lameliard de larga coleta negra, tramitaba su registro con una máquina que bien podría tener más de cincuenta años, Vekta miró más allá de los gruesos ventanales. La noche caía con rapidez en la isla norteña, tiñendo de una fría tonalidad plomiza el cielo. Los pocos minutos que había estado en la pista le habían servido para notar el frío gélido de la primavera umbriana, pero lo mejor estaba por llegar. Durante las noches la temperatura se desplomaba por debajo de los cero grados incluso en verano, por lo que confiaba llegar a tiempo al castillo del príncipe Claudio Valpaso. No venía equipada para deambular por las ciudades isleñas de noche precisamente.

—¿Viene usted a la celebración de mañana? —preguntó el recepcionista con fingido interés mientras introducía los datos en la máquina.

—¿Qué celebración?

—Mañana, en el Círculo de las Sirenas. Una joven thelessiana quiere retar al príncipe Lacey Tribar y ocupar su trono en la isla. Es la octava candidata que lo intenta este año: creen que porque el príncipe haya envejecido van a poder vencerle en combate. Una auténtica lástima.

—¿Y qué ha pasado con las siete restantes?

Una sonrisa maliciosa se dibujó en el rostro del recepcionista. Habían muerto, por supuesto. En los combates del Círculo de las Sirenas tan solo podía haber dos resultados: o eras coronado o morías en el intento.

—Ya veo... pues no, en principio no vengo al combate —respondió Vekta con cierta incomodidad.

—Pues le recomiendo que vaya a verlo si puede, cada vez que hay uno se organiza una feria fantástica alrededor del Círculo. Viene gente de los siete principados, así que imagínese la que se monta. —Acabó de introducir los últimos datos y le devolvió la documentación—. Le está esperando un transporte en la entrada.

El viento azotaba con fuerza cuando salió de la base. Vekta buscó su coche entre los pocos vehículos que había aparcados frente a la entrada, pero al no ver a ningún conductor, descendió la escalinata de acceso hasta las cocheras cubiertas, donde una mujer de larga cabellera trenzada de color castaño la aguardaba junto a una motocicleta de aspecto tan desvencijado como el aeropuerto o incluso más. La mujer vestía con un llamativo traje de color azul, con un grueso jersey de cuello alto y una camisa llena de remaches dorados por encima. Su aspecto era llamativo, sobre todo por las botas de montar y por el peculiar estampado de su abrigo. Ya fuesen peces, o anclas, no lo tenía claro, era evidente que se trataba de un motivo marinero.

La mujer alzó la mano enguantada para llamar su atención.

—Mina Faede, ¿verdad? —preguntó en lameliard cuando Vekta acudió a su encuentro. Le tendió un casco protector antes de responder y se colocó el suyo—. Venga, en marcha, te llevaré a la ciudad. Aquí hace un frío de cojones.

La arpía aceptó el casco y rápidamente se lo ajustó.

—Ni que lo digas... por cierto, sí, soy Mina.

—Genial, venga, sube y cógete, no seas remilgada. Voy a ir rápido, así que si no quieres partirte la crisma por la carretera, sujétate bien.

Vekta agradeció el aviso, pues tan pronto la mujer arrancó la motocicleta se lanzaron a una carretera que si bien en otros tiempos había estado en buenas condiciones, en aquel entonces estaba repleta de cráteres y brechas. Por suerte, al igual que Vekta en el aire, la mujer de la trenza parecía conocer el terreno a la perfección.

—¡Te vas a enterar de lo que es volar! —exclamó con alegría.

Y aceleró. Aceleró tanto que Vekta creía que iba a salir volando.

Pero no lo hizo. A pesar de la vertiginosa velocidad, la motocicleta se movía con gracilidad bajo sus piernas, trazando el rumbo a través de los cientos de obstáculos y accidentes que aguardaban por el camino con maestría.

—Vienes de Lameliard, ¿no? —le preguntó la motorista mientras avanzaban por la carretera. Mientras que en el norte los bosques se extendían durante kilómetros, en el sur, más allá de la espesura aguardaba la costa y sus pequeñas villas marítimas—. Debes estar molida del viaje.

—La verdad es que sí, me duele todo —admitió Vekta.

—¿Has hecho el viaje del tirón?

—Casi. Paré en cuatro ocasiones, pero tan solo unos minutos. Lo estrictamente necesario.

La piloto dio un giro brusco al manillar y salió por un instante de la carretera para adentrarse entre los árboles y esquivar una gran brecha en el asfalto. Bordeó varios troncos caídos y raíces con maestría, logrando arrancarle un grito de terror a Vekta al hacerla creer que se estrellarían, y regresó a la carretera con una estruendosa carcajada en la garganta, incapaz de disimular su diversión.

—¡Ni se te ocurra mearte encima!

Vekta prefirió no responder. Permaneció totalmente quieta, aferrada al vientre de la mujer, rezando a todos los dios conocidos y desconocidos de Throndall, hasta que tras casi quince minutos de puro pánico alcanzaron las afueras de la ciudad portuaria de Calas, la capital de Tarsys y redujeron la velocidad.

—Casi te da un infarto, ¿eh?

Un suspiro de alivio escapó de los labios de Vekta al ver que se detenían frente a un paso de peatones. Apenas había personas por las estrechas calles de la ciudad marinera, ni tampoco demasiadas luces encendidas en los edificios. Tal y como indicaban todos los informes, Umbria era un país prácticamente despoblado, y muestra de ello era el vacío de la capital. Mirases donde mirases, apenas había nadie. Los negocios estaban cerrados, en su mayoría desde hacía mucho tiempo, y las plazas y los jardines abandonados. La zona portuaria estaba algo más activa, con más de un centenar de grandes buques apostados en los muelles, pero el resto de la ciudad, incluyendo el bonito paseo lleno de estatuas de sirenas que daban al castillo del príncipe, estaba vacío.

A pesar de ello, Calas era un lugar bonito. Estaba muy dañado por la guerra, pero incluso así resultaba un lugar acogedor. El olor salado del océano y el tipo de edificaciones, achaparradas y de distintos colores con decoración marítima en sus fachadas, otorgaban un aura de singular belleza y sencillez a una humilde Calas que rara vez se veía en Aeron.

—La ciudad ha crecido mucho desde que acabó la guerra —explicó la motorista al percibir la curiosidad de Vekta—. El príncipe logró cerrar varios acuerdos comerciales gracias a los cuales recibimos medio millón de inmigrantes procedentes de Lameliard, las Estepas Dynnar y Volkovia. Además, nuestras factorías cárnicas fueron prácticamente destruidas, pero gracias a las inversiones hemos logrado reabrirlas todas. Y no solo eso: hemos ampliado notablemente nuestra flota. A simple vista parece que tengamos pocos navíos, pero el número supera los mil trescientos.

—¿¡Mil trescientos barcos!?

Bajo el casco, la mujer sonrió.

—¡Como lo oyes! Umbria resiste, amiga lameliard. Umbria resiste.

No tardaron más que unos minutos en recorrer la avenida y atravesar las altísimas verjas de cobre oxidado que rodeaban el castillo del príncipe Claudio Valpaso, una enorme edificación de piedra negra rodeada de un espeso jardín que apenas dejaba ver su fachada. Visto desde la lejanía, el castillo se alzaba como una mole de oscuridad cuyas altísimas torres rasgaban el cielo con sus techos de aguja. Visto desde la cercanía, la visión no era menos estremecedora, con cientos de gárgolas en forma de sirena y de bestias subacuáticas cubriendo las fachadas.

—Impresionante.

Detuvieron la moto junto al pórtico de entrada, donde dos hombres de avanzada edad custodiaban la entrada con armas automáticas entre manos. La piloto se quitó el casco, hizo un ligero ademán de cabeza a Vekta para que la siguiese y rápidamente se encaminaron hacia la entrada, donde los soldados no las detuvieron. Quietos como estatuas, ni tan siquiera las miraron cuando atravesaron el umbral de la puerta.

—¿No deberíamos...?

—¿Qué? ¿Decirles algo? —Ya en el interior de un cavernoso recibidor cuyas paredes estaban totalmente cubiertas por redes de pescar y reproducciones de peces, la mujer se quitó el abrigo y se encaminó hacia el fondo de la sala, donde aguardaba una puerta en cada lateral—. No serviría de nada, les cortaron la lengua durante la guerra.

—¿En serio?

—Nuestras guerras no son como las vuestras. Los occidentales sois muy civilizados, muy dignos. Aquí es diferente: los dioses hunden los barcos donde los cobardes tratan de huir de la batalla, los nedershem cortan la lengua a los soldados antes de estrangularlos y robarles el alma y los umbrianos nos matamos entre nosotros para ponernos una corona... —La mujer giró el pomo de la puerta y abrió hacia dentro—. ¿Será por eso por lo que la gente no nos viene a visitar?

La siguió hasta un largo corredor lateral a través de cuyas ventanas se podían ver los frondosos jardines llenos de estatuas. Por dentro, la residencia de Valpaso estaba muy poco iluminada, con algún que otro candelabro colgado de la pared. Por suerte, la luz del anochecer aún les permitía ver en la penumbra. Recorrieron el pasillo con paso rápido, y una vez en el otro extremo volvieron a adentrarse en las profundidades de la vivienda a través de un corredor lleno de retratos hasta dar con una pesada puerta de madera. Al otro lado del umbral, un salón de piedra les aguardaba con una gran mesa central preparada para al menos veinte comensales.

Y junto a ella, tan solo había un hombre.

—¡Mi príncipe! —exclamó la mujer.

La motorista acudió al encuentro de Claudio Valpaso para besarle la mejilla con cariño, a lo que él respondió con una sonrisa bajo la espesa barba blanca. Seguidamente, se acercó a Vekta.

—Debes ser la enviada de Lameliard.

—La misma. Mina Faede para servirle, Majestad —respondió la arpía, haciendo una inclinación de cabeza—. Vengo en nombre de la Corona Lameliard para mostrar nuestros respetos. Nuestras tierras...

—Tú no eres lameliard —interrumpió Valpaso, alzando la mano—. ¿De dónde eres, Mina Faede?

—¿De veras no eres lameliard? —preguntó la otra mujer con sorpresa, situándose junto al príncipe.

Y tan solo entonces, estando el uno junto al otro, Vekta se dio cuenta del tremendo parecido que había entre padre e hija: el mapa facial, los ojos azules, el cabello claro, la estatura baja, la anchura de los hombros... La arpía ni tan siquiera se lo había planteado, pero no cabía la menor duda de que aquella mujer era una de las seis hijas de Valpaso.

No pudo evitar que una sonrisa nerviosa se dibujase en su rostro, y no precisamente por la pregunta.

—No lo soy, no —admitió—. Soy de Throndall, Majestad, pero formo parte de la Real Academia de Vuelo de Lameliard.

—¡Throndall! —exclamó la mujer—. ¡Pues claro! ¡Ya decía yo que parecía que masticabas piedras al hablar! Cada vez envían a gente más rara, padre. ¿Se les estarán acabando los pelirrojos de pelo largo que mandaban antes?

—Será que al final los has asustado —respondió Valpaso con diversión—. En fin, Viler, llama a tus hermanas, hoy cenaremos con nuestra invitada.

La mujer le guiñó el ojo, seductora, y abandonó la sala por otra puerta, dejándolos a solas momentáneamente. Inquieta ante la situación, Vekta miró a su alrededor, encontrando decenas de retratos e imágenes de temática marinera en las paredes, y volvió a centrar la mirada en Valpaso, que no le quitaba el ojo de encima.

—Me han encomendado que le entregase algo, majestad.

—Gracias —respondió él, aceptando el paquete que llevaba en la mochila. Lo depositó sobre la mesa despreocupadamente, sin interesarse en su contenido, e invitó a Vekta a que tomase asiento junto a la cabecera, a su lado—. Es la primera vez que visitas Umbria, ¿verdad? Noto sorpresa en ti.

—Es mi primera vez, sí. Y sí, admito que es algo distinto a lo que había imaginado. He estudiado la historia de su país y la formación de los principados, pero no en toda la profundidad que me hubiese gustado. En la Academia apenas nos dejan tiempo para descansar.

—Lógico, sois el futuro de vuestro país. —Valpaso sonrió—. Si me lo permites, te daré una pincelada. Pero tranquila, seré breve, no quisiera espantarte y que no volvieras jamás como hacen muchos de los tuyos. De eso ya se encargan mis hijas.

Rieron con complicidad.

—Será un placer escucharle, Majestad.

—Me alegra oírlo. Verás, Mina, cada principado tiene sus características propias, pero es innegable que, en general, Umbria ha cambiado mucho desde la guerra. Nedershem aniquiló a más del ochenta por ciento de la población: una auténtica tragedia de la que incluso ahora, décadas después, seguimos recuperándonos. Umbria quedó prácticamente vacía, y los pocos que sobrevivimos fuimos los guerreros que hicimos frente al enemigo. Lo combatimos con todas nuestras fuerzas y logramos salir victoriosos. Pero no fue fácil. Perdí a prácticamente todos los míos en la guerra. Por suerte, gané a muchos amigos, y son precisamente sus hijos y nietos los que hoy gobiernan los principados.

La sorpresa iluminó los ojos de Vekta.

—Sabía que la guerra había diezmado a su pueblo, pero no de esta forma tan brutal. Estuvieron a punto de ser exterminados.

—Tú lo has dicho, intentaron exterminarnos, pero no lo consiguieron. Resurgimos de nuestras cenizas, y ahora, con la ayuda de pueblos hermanos como el vuestro, seguimos creciendo día a día, recuperándonos. Pero aunque vamos a buen ritmo, aún necesitaremos más tiempo para volver a ser los que fuimos, si es que alguna vez lo logramos. Incluso con el apoyo de grandes naciones como Volkovia seguimos estando muy debilitados. Además, Bael-Naan está furioso con nosotros. A pesar de todos los sacrificios que hemos hecho en su honor durante estos años sigue llenando de sirenas nuestros mares, impidiendo que comerciemos con libertad. Pero no nos rendimos, te lo aseguro: no va a lograr detenernos. Sabemos lo que queremos y lo vamos a conseguir cueste lo que cueste.

Una sonrisa esperanzada iluminó el rostro del ya anciano príncipe. Después de todo lo que había sufrido durante todos aquellos años, el ver renacer a su país era todo un orgullo. El esfuerzo había valido la pena. Pero no se engañaba, quedaba mucho por hacer y probablemente él no lograría ver a Umbria brillar como había hecho en el pasado. Por fortuna, con mucho esfuerzo y dedicación, quizás alguna de sus hijas lo consiguiese.

Pero aunque Valpaso podría haber pasado horas hablando sobre la extraña historia que rodeaba al país isleño, la repentina llegada de sus seis hijas le interrumpió. Las mujeres entraron en la estancia alborotando con sus ruidosas carcajadas y voces la paz reinante, y una a una fueron ocupando la mesa, dejando las últimas sillas vacías. Era un total de seis mujeres de edades comprendidas entre los cuarenta y los dieciocho cuyo parecido físico era evidente en la mayoría de casos. De estatura media tirando a baja y piel pálida, el cabello oscuro y los ojos claros: un claro ejemplo de cómo la genética evidenciaba los lazos de sangre. Pero más allá de sus similitudes físicas, que no eran pocas, lo que más llamaba la atención a Vekta eran sus rostros aniñados. Aquel rasgo no era especialmente habitual en su país, por lo que cada vez que se cruzaba con alguien con aquel tipo de semblante captaba su atención.

Como Morgana, por ejemplo.

Una a una, Vekta las observó con curiosidad, perdiéndose momentáneamente en sus rostros al creer ver algo familiar en ellos. ¿Sería la mirada? ¿O quizás la sonrisa? Le recordaban a alguien, pero no era capaz de saber a quién.

Al menos al principio. Cuando sus ojos chocaron con los de la más joven de las hermanas su mente quedó totalmente conmocionada. Parpadeó con incredulidad, sintiendo por un instante la sorpresa apoderarse de ella, y alzó mucho las cejas. Morgana estaba al final de la mesa. Estaba acomodada entre dos de las princesas, con el cabello recogido en un elegante moño alto y vestida con un vaporoso vestido rojo que realzaba el color gris de sus ojos. Y había algo extraño en ella. Estaba diferente, pero ella era, no le cabía la más mínima duda.




Tras la sorpresa inicial, Vekta disfrutó de una velada muy amena en compañía de los Valpaso. Tal y como había supuesto nada más verlas, las hijas del príncipe eran mujeres de fuerte personalidad cuyo papel dentro de Tarsys era clave para su recuperación. Ellas eran la ley y el orden del principado: lideraban la flota y controlaban las factorías. Impulsaban los acuerdos con el resto de las naciones y gestionaban las olas migratorias. Custodiaban las fronteras, negociaban con el resto de principados y, en definitiva, luchaban a diario por el bien de sus ciudadanos, dejándose la piel en ello. Y todo bajo el férreo control de su padre, cuyo sabio consejo todas escuchaban y seguían.

Era una familia singular en un lugar extraño. Un país que poco a poco estaba resurgiendo de sus cenizas y por el que curiosamente muchos otros empezaban a sentir interés. Lógico: aquella gente tenía potencial. Eran guerreros natos, hombres y mujeres que se habían enfrentado a la muerte con tal de mantener su libertad. Gente que no tenían miedo... gente dispuesta a hacer lo que fuese necesario por su ciudadanía.

Gente digna de admiración cuya cercanía llamaba enormemente la atención a Vekta. Desconocía cómo sería el resto de príncipes de Umbria, pero si realmente todos eran como Valpaso, el voivoda había hecho una buena elección al buscar su amistad.




La cena se alargó hasta bien entrada la madrugada, cuando tras retirar los platos las hijas del príncipe decidieron continuar la celebración en una de las terrazas con varias botellas de licor. Aquellas mujeres eran pura energía: escandalosas y risueñas, ocurrentes y muy intensas. Algunas como Viler y Torpia eran tremendamente mal habladas, aunque nunca faltaba una sonrisa en sus labios. Morgana, aunque allí se hacía llamar Morix, y Miller, en cambio, eran pura elegancia y sofisticación. Tatine era la más callada, y Sofi, la mayor, la más comedida. A pesar de ello, las seis se compenetraban tan bien que la diversión y las bromas no cesaban, convirtiendo el encuentro en lo más parecido a un aquelarre de brujas que había visto Vekta desde que abandonase la madriguera.

Y aunque en muchas ocasiones se sintió confusa al no recibir respuesta a sus miradas a Morgana, su sonrisa al despedirse evidenció que, aunque se había visto obligada a fingir que no la conocía durante toda la cena, la había tenido muy presente.




—¿Te gusta? —preguntó Viler tras mostrarle su habitación—. Aquí es donde funciona mejor la calefacción. En el resto hace un poco de frío, sobre todo en la mía, pero estoy acostumbrada.

Demasiado agotada como para decir nada sobre la estancia salvo que la cama parecía muy cómoda, Vekta se dejó caer en el colchón pesadamente. Le daba vueltas la cabeza de la enorme cantidad de licor que había tomado, pero tal era su agotamiento que el sueño vencía al mareo. Sencillamente quería cerrar los ojos y dormir, y Viler se dio cuenta de ello.

La mujer señaló el interruptor, el cual estaba disimulado tras un tapiz, y se despidió de ella con un beso en la mejilla. Una vez a solas, sin prestar atención alguna a la cálida decoración de la habitación, Vekta se metió bajo las gruesas mantas y cerró los ojos.

El telón de oscuridad la catapultó al Velo. La arpía se sumió en el mundo de los sueños, sumergiéndose en un océano onírico en el que durante largos minutos buceó, empapándose de extrañas imágenes e inquietantes sonidos, todos ellos desconocidos para ella hasta entonces. Nadó entre sirenas, danzó con tritones y viajó por laberintos de coral, seguida de miles de sombras humanas que, atrapadas en la espiral de sueños de Vekta, la perseguían...

Hasta que algo la despertó. Alguien estaba golpeando su puerta.

Vekta abrió los ojos totalmente desorientada. Miró a su alrededor con confusión, olvidando momentáneamente dónde estaba, y volvió a cerrarlos. Tenía muchísimo sueño. Antes de quedarse dormirse, sin embargo, volvieron a llamar. La arpía se bajó entonces de la cama, sintiendo la gelidez del suelo de piedra congelar las palmas de sus pies, y se apresuró a abrir la puerta. Al otro lado del umbral, con los ojos teñidos de un brillo muy especial, se encontraba Morgana.

Las dos mujeres se miraron con fijeza durante un instante, con intensidad, hasta que Vekta la cogió del brazo, tiró de ella hacia dentro y cerró la puerta tras de sí.

—Morga...

Sin tan siquiera dejarla hablar, Morgana pegó sus labios a los de Vekta, iniciando un pasional beso que rápidamente acompañó con las manos. Rodeó el cuello de la arpía con los brazos y pegó su pecho al de ella, compartiendo su respiración acelerada. Era puro fuego. Totalmente desconcertada, Vekta tardó unos segundos en reaccionar. La observó con perplejidad, perpleja ante todo lo que estaba ocurriendo, y tras la sorpresa inicial separó su rostro del de ella.

Podía sentir el carmín de sus labios en los suyos, sus pechos sobre los suyos... su olor mezclándose con el suyo.

—¿Morgana? —preguntó con perplejidad—. ¿Pero qué estás haciendo, Morgana?

—Morix, no Morgana —le corrigió ella. La joven deslizó las manos hasta su cintura y la atrajo, volviendo a unir sus labios—. Oh, vamos, he visto cómo me mirabas...

—Te miraba, sí, pero...

Vekta sintió un escalofrío recorrerle el cuerpo cuando la mano de Morix se deslizó por su cintura hasta alcanzar sus muslos. Presionó con suavidad su cadera y después el glúteo, pegando de nuevo sus cuerpos.

Le robó un beso en el cuello.

—¿Pero qué? —Morix le dedicó una sonrisa maliciosa y volvió a besarla—. ¿Qué pasa? ¿Acaso no...?

Morix se llevó las manos al escote y empezó a desabrocharse el vestido, dejando a la vista un bonito cuerpo en el que decenas de marcas de color negro evidenciaban que no era Morgana. Eran muy parecidas, sí, pero no iguales.

Vekta la observó desnudarse en silencio, sintiendo que se le cortaba la respiración al ver caer el vestido a sus pies, y apretó los labios. Morgana jamás había despertado en ella aquel tipo de sensación, mientras que Morix tan solo necesitó apoyar de nuevo la mano sobre su cuello para que el deseo despertara en Vekta. La arpía dejó escapar un suspiro, deshaciéndose con él de todas las dudas y ataduras que la habían mantenido prisionera hasta entonces, y unió sus labios con los suyos en un beso lleno de pasión.

Morgana o no, poco importaba. Morix le había ofrecido su calor y Vekta tenía demasiado frío como para rechazarla.




El amanecer despertó a Vekta tumbada en su cama, envuelta por las mantas y los brazos de Morix. Le dolía la cabeza después de la celebración de la noche anterior, pero los labios le sabían a miel, por lo que fue un dulce despertar. El primer despertar en compañía de alguien que ella había elegido de su vida, de hecho.

Con el olor de Morix clavado en su piel como un dulce néctar, Vekta descubrió que la joven ya estaba despierta cuando ella abrió los ojos. Su rostro estaba muy cerca del suyo, y la miraba con fijeza. Con interés.

Con curiosidad.

La saludó con un beso en los labios.

—Buenos días, Mina.

—Buenos días, Morix —respondió con una mezcla de sensaciones. Acercó los dedos al rostro de la joven y le acarició la mejilla para comprobar que fuese real—. Buenos días...

—Siempre me gustó esta habitación, es la más calentita de todas —exclamó Morix con una sonrisa en los labios—. Me encanta casi tanto como tú.

La hija menor del príncipe se deslizó entre las mantas con gracilidad y se puso en pie, dejando a la vista la colección de marcas rúnicas que marcaban su cuerpo. Atravesó la sala con paso tranquilo y recogió su vestido del suelo. Seguidamente, dedicándole una mirada llena de intensidad a Vekta, se recogió el cabello.

—¿Te vas a quedar a la celebración de esta noche? —Se calzó los zapatos de tacón—. Los combates del Círculo de Sirenas son dignos de ver. Si no pudieses, podría pedirle a mi padre que llamase a esa Academia de Vuelo tuya para que te den permiso. Vale la pena, créeme.

Vekta respondió con una sonrisa algo bobalicona, demasiado atontada aún por el dulce néctar del amor como para poder pensar con claridad. Ya vestida, Morix acudió a su encuentro en la cama y se agachó para depositar un tierno beso en sus labios a modo de despedida.

—Piénsatelo, ¿de acuerdo? Nos vemos luego.

Vekta permaneció tumbada unos cuantos minutos más, tratando de comprender qué había sucedido. Tenía recuerdos muy vívidos de lo acontecido la noche anterior, y su sonrisa era muestra de ello, pero le sorprendía enormemente que las cosas hubiesen transcurrido de aquella forma. Morix, al igual que la propia Morgana, tenía un encanto contra el que era complicado resistirse...

Pero debería haberlo hecho. Vekta no se reconocía. Suponía que la mezcla de cansancio y bebida la habían confundido... o quizás fuese aquella extraña tierra. Umbria era un lugar tan místico que resultaba complicado no embriagarse de su encanto sombrío. Sea como fuera, más allá de sus actos, había una gran verdad oculta en todo aquello, y es que, aunque no lo podía asegurar, Vekta estaba casi convencida de haber descubierto los orígenes de Morgana.

¡Y menudos orígenes!

La vibración de su teléfono dentro del bolsillo del pantalón llamó su atención. Vekta se deslizó entre las sábanas hasta la silla donde había dejado su vestimenta y sacó el dispositivo. Seguidamente, sin apenas mirar la pantalla, se dejó caer de nuevo en el colchón y contestó.

—Lira...

—¡Vekta, por fin! Parece imposible contactar con vosotras. ¿Dónde demonios se supone que te metes?

La arpía paseó la mirada por la habitación, deteniendo los ojos únicamente en uno de los cuadros de la pared. En él, rodeado por ocho mujeres, Claudio Valpaso sonreía a la cámara.

Se acercó a la imagen para verla de cerca. Podía reconocer en las jóvenes que acompañaban a Valpaso a sus hijas con menor edad, y junto al príncipe, a la que sin duda debía ser su esposa. No obstante, había alguien más. Una niña situada junto a Morix que miraba al frente con una expresión familiar en el rostro.

Sintió un escalofrío al reconocer a Morgana en la imagen. Vekta paseó la mirada hasta el marco dorado, allí donde los nombres de todos los componentes de la familia estaban grabados, y junto al nombre de Morix encontró el de Morrigan Valpaso.

El auténtico nombre de Morgana.

—¿Vekta? —preguntó Lira al otro lado de la línea, intrigada—. ¿Qué te pasa? ¿No me oyes o qué? ¡Digo que dónde estás!

—En Umbria... —respondió al fin, con el corazón encogido—. Me han enviado a Umbria en una prueba de resistencia, Lira... yo...

—¿A Umbria? —La voz de Lira sonó sinceramente sorprendida—. ¿En serio te han mandado a Umbria? ¿No había un sitio más lejos o qué?

—Yo que sé, nadie se ofreció, así que... bueno, total que estoy en Umbria. Volveré hoy mismo a Lameliard, pero... pero...

—¿Qué pasa?

Vekta cogió aire antes de responder, tratando de reordenar las ideas. Podría haberle ocultado la verdad, pero se veía incapaz de guardar aquel gran secreto.

—Pues... estoy en la ciudad de Calas. Me han enviado para entregarle un mensaje al príncipe Claudio Valpaso.

—¿Claudio Valpaso? —El silencio de Lira fue significativo—. Ya, y has visto algo raro.

—Morgana.

—Ya, Morgana. —Lira dejó escapar un suspiro—. Es complicado ocultarlo. De hecho, era cuestión de tiempo que os enteraseis. ¿Se parecen mucho Morix y ella?

Vekta cogió aire.

—Son idénticas.

—Ya... ¿y la has conocido personalmente? ¿Has podido hablar con ella? ¿Qué tipo de persona es? Intentó asesinar a Morgana, ten cuidado con ella.

—¿¡En serio!? Cielos...

Lira percibió algo en su voz, un sentimiento de culpabilidad que ni tan siquiera la distancia podía disimular. Vekta era todo corazón, alguien tan transparente para ella que incluso sin verle la cara supo que algo había pasado.

—¿Vekta? —preguntó con sorpresa—. ¿Qué pasa, Vekta?

—No, nada, nada... simplemente... bueno, no lo sabía.

—Está claro que no lo sabías. Simplemente ten cuidado con ella, ¿de acuerdo? Y no le digas nada a Morgana de que lo sabes, ella es plenamente consciente de que tarde o temprano tendrá que volver y le horroriza la idea.

—No diré nada, no, pero... —Vekta resopló—. Creo que la he liado, Lira. Bueno, no yo, ha sido ella, pero... pero...

—¡Pero qué! ¡Suéltalo!

Lira cerró los ojos con una mezcla de lástima y diversión al escuchar la confesión de su buena amiga. De haber estado con ella, probablemente la habría felicitado por haber dado el paso, pero después la habría zarandeado por los hombros y abroncado por su mala elección. De todas las mujeres de Gea, había elegido a la peor de todas. Pero no podía culparla. Sabía perfectamente qué tipo de persona era Morix, Morgana le había advertido al respecto, y no le sorprendía en absoluto que hubiese logrado conquistar a Vekta. Los Valpaso derrochaban encanto.

—Pasó todo muy rápido, Lira. Había bebido mucho, y...

—No tienes que darme explicaciones —aseguró la arpía—. Tú puedes hacer lo que te dé la gana... pero Vekta, en serio, ¿con Morix? – Dejó escapar un suspiro—. Más te vale que no le digas nada a Morgana, de lo contrario ella misma te matará.

—Ya, ya...

—Oye, escarceos amorosos aparte, te llamaba porque necesito hablar con vosotras. Tengo que explicaros algo importante. Algo grave en realidad. Tenemos que vernos, pero estoy intentando localizar a Morgana y no me responde. ¿Sabes algo de ella?

—¿De Morgana? Lo último que supe es que se iba a Throndall con la partida de caza de Ignatius Thurim. No debería haber problema para contactar con ella. Déjame que lo intente yo también, ¿vale? Creo que nos irá bien vernos a las cuatro...


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