Capítulo 17 - Nessa
Capítulo 17 – Nessa, 1.831, Solaris, Nuevo Imperio
—¿Cansada? Vamos a ir a por un café, ¿te vienes, Natasha?
Ni tan siquiera la sempiterna sonrisa de Roger logró serenar su malestar. Nessa estaba agotada tras pasar toda la noche sin dormir, preocupada por no saber qué sería de su buena amiga Lira, pero aún más angustiada por no haber podido acabar con Orlasky. El medio volkoviano había desaparecido durante la huida de la prisión, y con él se había llevado el secreto de Nessa.
Un secreto que podría convertirse en su ruina en caso de salir a la luz.
Era terrible.
A pesar de ello, Nessa había estado pensando en distintas posibilidades en caso de que Orlasky la traicionase, y creía tener prácticamente todos los posibles escenarios controlados. Siempre podría quedar algún cabo suelto, por supuesto, pero podría actuar a tiempo. Sí, lo tendría todo controlado...
Pero incluso así no podía evitar que la cuestión la angustiase. Lira ocupaba prácticamente toda su mente, pero Gladio también tenía su parcelita.
Nessa se esforzó por sonreír. Llevaba varias horas trabajando sin parar, clasificando y puntuando los cientos de volúmenes que habían llegado aquella misma mañana, y sentía que ya no tenía apenas fuerzas para seguir. La lectura en sí era fantástica: Lucian Auren había elegido una magnífica selección de libros de historia en la que quedaba perfectamente reflejada la transición de la antigua Albia a la actual, pero Nessa no tenía fuerzas para poder profundizar en ella. Cada vez que se concentraba en la lectura el recuerdo de Lira volvía a su memoria y tenía que hacer auténticos esfuerzos por no salir a la carrera e intentar liberarla.
Así que, aunque le habría ido bien el café, lo rechazó. Ni tenía ganas de hablar con nadie, ni mucho menos dar la posibilidad de que alguien se interesara por sus ojeras.
—No, gracias —aseguró con educación—, tengo mucho trabajo.
—Ya, y nosotros —respondió Johnken, uno de los obreros que solía compartir las pausas con Roger—. Allá tú.
Aunque quizás en algún otro momento le habría molestado percibir tan abiertamente la antipatía de los que la rodeaban, en aquel entonces Nessa ni tan siquiera se inmutó. Ignoró por completo al obrero y volvió a centrar la mirada en el grueso libro que tenía ante sus ojos, en el mismo punto donde anteriormente el recuerdo de Lira había detenido la lectura.
Si al menos supiese qué había sido de ella...
La mañana pasó con insoportable lentitud. Nessa luchó consigo misma para intentar aprovechar el tiempo lo mejor posible, pero llegada la pausa de medio día salió a los jardines en busca de un poco de aire. No era lo habitual, durante el breve tiempo de comida los obreros solían ir a la cantina a comer y relajarse antes de regresar al trabajo, y ella solía acompañarlos. Aquel día, sin embargo, tal era la opresión que sufría que tenía el estómago cerrado.
Se apoyó en el alféizar de una de las ventanas y dejó caer la cabeza sobre las manos, en un claro gesto de desesperación. Horas atrás había contactado con Diana tal y como le había pedido Lira, pero la falta de noticias la estaba matando.
Sacó el teléfono y comprobó que no había recibido ningún tipo de comunicación. Lo había revisado en al menos veinte ocasiones en la última hora, y el resultado era siempre el mismo: silencio...
—No deberías estar aquí —dijo de repente una voz, arrancándola del alféizar de un brinco.
El corazón de Nessa dio un vuelco al ver la cabeza de Helena Dolora asomarse por una de las ventanas más cercanas. La limpiadora del moño entrecano le dedicó una sonrisa llena de aburrimiento y le indicó una puerta por la que regresar antes de ser vista.
—El jardín no es para el personal —le advirtió tras aguardar a que volviera al interior. La mujer movió con gracilidad el plumero por el yelmo de una de las armaduras decorativas y volvió junto al pesado carro donde llevaba el resto de los productos de limpieza. — Has tenido suerte, si te hubiese visto alguna de las doncellas al servicio de las princesitas o de los regentes habrías tenido un auténtico problema.
—Ha sido solo un momento.
—¿Y? —La mujer puso los ojos en blanco—. Te queda mucho por aprender, jovencita. Anda, ven.
Helena guio a Nessa hasta una de las salas reservadas para el personal de limpieza, un diminuto cubículo en el que apenas había espacio para la gran cantidad de material que había almacenado. A pesar de ello, la limpiadora se abrió paso entre los estantes con agilidad, acostumbrada a moverse por aquel pequeño espacio, hasta alcanzar el otro extremo del corredor, donde al girar el recodo había una sala de descanso con un par de sillones desvencijados y una mesa baja de cristal con un par de ceniceros llenos de colillas.
La limpiadora señaló uno de los asientos con el mentón para que Nessa se acomodase. Inmediatamente después, del interior de uno de los armarios, sacó un par de latas de bebida y se dejó caer a su lado, agotada.
—Bebe, te sentará bien —le ordenó. Plantó dos vasos sobre la mesa y se encendió un cigarrillo—. ¿Fumas?
Nessa cogió la pitillera y sacó de su interior uno de los cigarros. Al encenderlo, para su sorpresa, descubrió que no se trataba de tabaco normal. Desconocía su origen, pero podía notar el sabor exótico en su hierba. Un regusto metálico... un sabor procedente de las profundidades de la tierra.
Una nube blanca surgió de entre sus labios al expulsar el humo.
—Al final vas a lograr que te echen —dijo Helena con indiferencia, apoyando los zapatos de tacón sobre la mesa de cristal despreocupadamente—. Aunque no lo parezca, siempre hay ojos vigilando cada rincón del Palacio del Despertar. El Regente se está volviendo aún más paranoico de lo que ya es, y está poniendo cámaras de vigilancia en todas partes.
—Pero se supone que el Emperador es el que va a tomar las riendas ahora, ¿no?
—¿Ese crío? —Helena puso los ojos en blanco—. Van a tener que pasar unos cuantos añitos antes de que De Valefort y Hexet dejen a ese chico por libre... y lo entiendo. Yo, en su lugar, haría lo mismo. Ha costado demasiado conseguir todo esto para que ahora llegue ese crío y lo destruya.
Incómoda ante el comentario, Nessa apartó la mirada. Aunque nunca había sentido especial cariño por Lucian Auren, ahora que había conversado con él en varias ocasiones tenía una visión un tanto diferente. Tal y como ya había le había advertido Diana de antemano, aquel joven era encantador.
—Otra vez esa cara... en serio, chica, te van a echar. ¿Qué se supone que tienes en la cabeza?
—¿A qué viene eso?
—Pues a esa cara... esa mirada. ¿Sabes a cuantas chicas he visto con esa misma cara? Esos suspiros, esas sonrisas... esa estupidez. —Chasqueó la lengua con desdén—. Que sí, que Lucian Auren es un joven muy apuesto, muy amable y todo lo que tú quieras, pero que es el Emperador, muchacha, y tú no eres nadie. Bueno, sí, una sirvienta más, eso sí, un poco más exótica de lo habitual. Pero ni le importas, ni le vas a importar jamás, no te dejes engañar.
Nessa se sonrojó, pero rápidamente negó aquel sinsentido. Era cierto que Lucian era muy apuesto y educado, encantador incluso, pero jamás podría verle con ningún tipo de perspectiva que fuese más allá de la puramente laboral. Nessa estaba allí por una razón clara, y nada ni nadie iba a cambiarlo...
Incluido el propio Lucian.
Pero era cierto que era complicado negarlo cuando su mirada decía una cosa y sus labios otra.
—En serio... —Helena suspiró—. Llevas poco tiempo en Solaris, ¿verdad? Se nota. Mira, te voy a hacer un favor. Y lo voy a hacer porque me caes bien, la verdad. ¿Tienes planes para esta noche? Si tienes tiempo te llevaré a cenar a un lugar que te va a gustar... y en el que te van a abrir los ojos. ¿Te hace?
Tras la caída de la noche, Helena llevó a Nessa al barrio de las "Estrellas Rojas", una zona alejada del centro urbano donde en la segunda planta de un centro comercial aguardaba un local conocido como "el Cuerno de la Luna". Incluso teniendo la mayoría de las cafeterías y los bares abiertos, el centro era un lugar tranquilo, sin demasiada afluencia de gente, aunque con una clientela muy fiel. Los habitantes del barrio de las "Estrellas Rojas" no solían abandonar sus calles a no ser que tuviesen una buena razón, y los clientes del "Cuerno de la Luna" no eran distintos. Al contrario, según palabras textuales de Helena, diez años después de llegar a Solaris seguía viendo las mismas "puñeteras caras". Y Nessa se lo creía. Tan solo había que echar un rápido vistazo al curioso local para darse cuenta de que no era un lugar demasiado común.
"El Cuerno de la Luna" era un lugar elegante, de luz muy baja con mesas circulares separadas entre sí por altos biombos florales que otorgaban gran privacidad a sus clientes. La música sonaba suave, siempre instrumental, y las voces parecían susurrar con complicidad. Una combinación que otorgaban un aura muy especial al local.
Un aura que, sumada al agradable perfume de las flores y la exquisita decoración de sus paredes, trasportó a Nessa a su Hécate natal. En aquel lugar se respiraba paz y tranquilidad, pero también magia. Mucha magia.
—Te dije que te gustaría —aseguró Helena al ver la sonrisa de Nessa.
La limpiadora, que tras sustituir su uniforme por un vestido largo de color negro y soltarse el cabello parecía otra persona, hizo un ademán de cabeza para que la acompañase hasta la entrada del local, donde tras un atril blanco aguardaba uno de los camareros. El joven, que también vestía totalmente de oscuro con un traje de cuello alto, saludó educadamente a Helena por su apellido y les pidió que le acompañasen a su "mesa de siempre".
No tardaron más que unos minutos en atenderlas. El camarero les ofreció las cartas, pero Helena decidió la cena por las dos. Pidió lo que ella consideraba el mejor plato del restaurante, una especialidad hecatiana de pescado con frutos del bosque con miel, y eligió una botella de vino para acompañar. Seguidamente, logrando con ello arrancar una sonrisa inquieta a Nessa, pidió que les encendieran un par de velas en la mesa.
—Dicen que los rayos del Sol Invicto son especialmente cálidos en Solaris, pero supongo que a mí me evitan. Por muchos años que lleve aquí, la Luna no me ha abandonado.
—¿La Luna?
Helena sonrió con sinceridad, y cuando lo hizo algo cambió en su rostro. Quizás fuera por la luz de las velas, o quizás por el ambiente en general, pero Nessa creyó ver algo en ella. Algo en su mirada de ojos oscuros que, más que nunca, refulgían con el reflejo de la Luna.
—Eres de Hécate —comprendió al fin—. Vaya, nunca lo habría dicho por tu aspecto. Ni por tu nombre, la verdad.
—Ante eso poco puedo decir —respondió la mujer con cierta diversión—. Mi aspecto es el que es: no soy tan pura de sangre como tú. Y mi nombre... bueno, digamos que es más sencillo ser acogida en un lugar como el Nuevo Imperio llamándote Helena, que Vlaska, ¿no crees?
La compañía de Helena se volvió extrañamente agradable. Fuera de las paredes del Palacio del Amanecer, la hecatiana se transformaba. Atrás quedaba la frialdad y la ironía con la que se había dirigido hacia ella. Ahora, en aquel mágico lugar, Helena era pura amabilidad y dulzura. Incluso había algo de calidez en ella. No tanto como para que fuese evidente su interés en ella, pero sí lo suficiente como para que Nessa comprendiese que no se había equivocado al pedir a Orlasky que investigase a aquella mujer.
Cenaron tranquilamente, conversando sobre su estancia en Solaris, hasta que el postre trajo consigo a una tercera persona, el dueño del local. Su nombre era Arduok, y a diferencia de Helena él no podía disimular sus orígenes. Sus ojos violetas y ligeramente afilados sumados a su elegancia natural y su larga cabellera blanca trenzada le delataban como hecatiano de pura cepa.
—Arduok fue el primer compatriota que conocí cuando llegué a Solaris —confesó Helena—. Y doy gracias a la Luna porque se cruzase en mi camino cuando más perdida estaba. Después de la guerra civil de nuestro país me vi obligada a abandonar Hécate y empezar desde cero aquí no es fácil.
—Al menos no todo lo que debería —reflexionó Arduok—. Los albianos son mucho menos tolerantes de lo que fingen ser. Son una civilización de mente cuadriculada, sin demasiada capacidad para asimilar nuevos conceptos. A Helena no le gusta demasiado que lo diga, pero creo que el adjetivo que mejor les describe es el de limitados. Porque sí, son muy buenos en el arte de la guerra, no vamos a negar la evidencia, pero una vez los sacas de su zona de confort, la cosa cambia por completo. Se podría decir que no dan para más.
Totalmente de acuerdo con él, Helena alzó la copa.
—Tú lo has dicho, no dan para más, pero mi joven amiga no es consciente de ello aún. Natasha cree que hay esperanza para esta gente, que puede confiar en ellos... que la ven como a una igual. —La limpiadora negó con la cabeza—. ¡Pobre niña perdida! Aún no sabe que se ha metido en la boca del lobo. Pero pronto lo descubrirás, tranquila. Es cuestión de tiempo que todas esas sonrisas y atenciones que te dedica su Majestad se transformen en indiferencia y desprecios. Créeme, siempre es así...
—Tú lo sabes bien, ¿verdad, Helena? —Arduok negó suavemente con la cabeza, con una sonrisa amarga en los labios, y depositó un tierno beso en su mejilla—. Has hecho bien trayendo a Natasha, la comunidad hecatiana en Solaris es muy reducida: debemos estar unidos. Mi restaurante es un refugio en el que todos sois bienvenidos. Cada vez que necesites del calor de tu pueblo, aquí estaré para recibirte con los brazos abiertos, Natasha.
Nessa visitó "el Cuerno de la Luna" las tres siguientes noches. Sus sospechas sobre Helena y Arduok no hacían más que crecer cuanto más hablaba con ellos, pero por el momento no tenía ni pruebas en su contra, ni tampoco nada que evidenciase que estaban detrás de la trama contra Emrys Daeryn. A pesar de ello, el instinto le decía que ellos eran los culpables. Más allá de sus sonrisas y miradas cómplices aquel par de hecatianos ocultaban algo, y lo iba a descubrir. Pero para poder hacerlo primero necesitaba poder concentrarse totalmente en la causa, y mientras Lira y Gladio siguiesen desaparecidos, sería imposible.
Por suerte, la cuarta noche el misterio llegó a su fin. Nessa volvía de madrugada a su apartamento, con el sabor del vino aún en la garganta, cuando su teléfono empezó a sonar dentro del bolso. Sorprendida ante el tono, distinto al del resto de contactos, se detuvo bajo el amparo de uno de los toldos de una tienda y lo sacó. En la pantalla no aparecía ningún dígito ni código, algo que aunque llamó su atención, no la detuvo. Nessa respondió a la llamada y tras varios segundos de tenso silencio, una voz familiar habló.
Nessa sintió que el corazón le daba un vuelco al reconocerla.
—¡Lira! —exclamó con emoción—. ¡Lira, ¿estás bien?! ¿Dónde estás?
—En Meridian, ¿dónde sino? —Aunque cansada, la arpía parecía tan enérgica como de costumbre—. Llamaba solo para saludar. ¿Todo bien por ahí?
—Bien... —Nessa volvió la mirada hacia el escaparate y sonrió al ver en su propio reflejo una sonrisa en sus labios—. Ahora muchísimo mejor.
—¿Son coches eso que oigo de fondo? —Lira hizo un alto—. Es tarde, no deberías estar sola por la calle. Ve a casa.
Nessa consultó el crono y aceleró el paso. El portal de su edificio no se encontraba muy lejos de allí, pero incluso así decidió darse prisa. Aunque seguramente Lira se preocupase por su bienestar, no le cabía la menor duda de que su petición respondía a la necesidad de poder asegurarse de que hablaban con algo más de libertad.
Al menos toda la que permitía el Nuevo Imperio.
Unos minutos después, ya frente a su apartamento, Nessa abrió la puerta sin apartar el teléfono de la oreja y se adentró. Cerró con un golpe seco de cadera, dejó caer el bolso al suelo y con el entusiasmo renovado entró en el salón, donde una sombra aguardaba de pie junto a la ventana.
Una sombra cuya identidad revelaron las luces de la ciudad.
Nessa abrió mucho los ojos, perpleja ante su mera aparición, y se apresuró a desenfundar el cuchillo que siempre llevaba anudado en el tobillo. Lo alzó amenazante... pero para cuando quiso buscar a la sombra, ésta ya había desaparecido. Lira dijo algo al otro lado de la línea, Nessa sintió una suave brisa en la nuca y, surgida de la nada, la sombra volvió a aparecer tras ella.
Le arrebató el arma de un golpe seco. Trató también de inmovilizarla, pero la arpía no se lo permitió. Hundió con todas sus fuerzas el codo en su estómago, arrancándole un gemido de dolor, y giró sobre sí misma para cruzar su rostro de un puñetazo. Inmediatamente después, sin darle tiempo a reaccionar, encadenó tres golpes seguidos en su abdomen, vaciando por completo sus pulmones. La sombra cayó al suelo de rodillas, pero logró detener el siguiente golpe interponiendo los brazos entre su rostro y el zapato de Nessa. Cerró la mano alrededor de su tobillo y, tirando de él con fuerza, la lanzó de espaldas al suelo, donde rápidamente la inmovilizó.
O al menos lo intentó.
La sombra logró bloquear sus brazos, pero no sus piernas. Las rodillas de la arpía se colaron entre la estrecha distancia que había entre sus pechos y lo catapultaron contra la pared con violencia, logrando arrancarle un nuevo gemido de dolor. Nessa se incorporó, buscó entre la oscuridad de la habitación el cuchillo y, empuñándolo ya con firmeza, se dispuso a atacar.
Pero no pudo. Cuando alzó la mirada en busca de su objetivo, éste ya estaba frente a ella, apuntándola directamente a la cabeza con una pistola.
La misma pistola que ella misma comprobaba cada noche antes de guardarla en el cajón secreto de la mesilla de noche.
—Cálmate —advirtió Gladio Orlasky con la mirada fija en ella—. Cálmate, ¿quieres? Vamos, somos amigos, Hécate. Sé que debería haber llamado a la puerta y esas cosas pero...
—Baja ese arma —respondió ella con frialdad, sin retirar el cuchillo—. Bájala y puede que salgas con vida de aquí.
La incredulidad se dibujó en su rostro.
—¿Me amenazas? ¿En serio, Hécate? ¿Tú a mí? —El agente giró ligeramente el arma, sin apartar el cañón de ella—. Solo tengo que apretar el gatillo para matarte, eres consciente, ¿no?
Nessa no respondió. En lugar de ello le mantuvo la mirada, desafiante. Por dentro el corazón latía acelerado, pero tal era su determinación que no le importaba. Sabía lo que tenía que hacer y no iba a fallar. No por segunda vez.
—Venga, Hécate... o Natasha, o como sea que te llames. ¡No me jodas! ¡Esto no tiene por qué acabar así!
—Baja el arma.
—¡No! Lira me lo advirtió: me dijo que pasara lo que pasara no bajase el arma, que me matarías sin dudarlo, así que...
—¿Lira?
La duda encendió la mirada de Nessa por un instante. La arpía recordó a su buena amiga, a la cual había dejado con la palabra en la boca por teléfono, y desvió la mirada momentáneamente hacia el suelo. No muy lejos de allí, a los pies de Gladio, el auricular no dejaba de emitir lo que sin duda debían ser los gritos de Lira.
El agente la siguió con la mirada hasta detenerla en el dispositivo. Acercó la bota con lentitud, volviendo a establecer conexión visual con ella, y lo empujó con el empeine.
—Cógelo —le dijo, y alzó el tono de voz—. ¡Lira, dile a la maldita psicópata de tu amiga que baje el cuchillo!
—¡¡Cállate!! —exclamó Nessa con horror. Se agachó con rapidez para recuperar el teléfono y se lo llevó a la oreja—. ¿¡Estás loco o qué te pasa!? ¡Nos van a oír los vecinos!
—¿¡Y eso es lo que más te importa ahora!? —Gladio puso los ojos en blanco—. En serio, ¡ponte el puto auricular en la oreja y escucha!
Temerosa de que no fuera a dejar de gritar si no lo hacía, Nessa escuchó el nervioso parloteo de Lira. Al principio le costó entender lo que decía, pues ambas estaban muy alteradas, pero tras respirar profundamente varias veces, Nessa al fin logró serenarse.
—Nessa, en serio, ¡no hagas ninguna locura! ¡Es de los nuestros! ¡Orlasky es...!
—¿De los nuestros? —Confusa, la arpía parpadeó con incredulidad—. ¿Pero de qué demonios hablas?
—¡Trabaja para el voivoda! —aclaró Lira con rapidez—. El muy gilipollas no te lo ha contado porque... pues porque es gilipollas, ¡yo que sé! Pero trabaja para el voivoda, te lo aseguro, lo conozco de mi época en la corte de Arkengrad: es uno de sus agentes, te lo juro. Él mismo me ha llevado hasta Meridian.
—¿Estás segura?
Lira se lo confirmó, pero Nessa no la escuchó. No le hizo falta: lo sabía. Lo había sabido desde el principio, y aunque hasta entonces no había sido consciente de ello, tan solo necesitaba mirarle a los ojos para ver en ellos el reflejo dorado de los del voivoda.
Sí, aquel tipo era uno de los siervos del voivoda, y por el fulgor que emanaba de su ser, era uno de los cercanos. Quizás no tanto como un guardia de sangre, pero sí lo suficiente como para haberse ganado su confianza y haber bebido parte de su oscuridad.
Parte de su inmortalidad.
Nessa cortó la llamada y guardó el teléfono sin bajar el arma. Le mantuvo la mirada durante unos segundos, pensativa, tratando de ver más allá de su expresión ahora pétrea, hasta que finalmente apartó el cuchillo.
—¿Cómo no he podido darme cuenta antes? —dijo en apenas un susurro—. Era tan evidente...
—Tan evidente no sería si no lo has notado, ¿no te parece? —Gladio dejó escapar un suspiro—. ¿Puedo bajar ya el arma o vas a intentar matarme otra vez?
—Haz lo que te dé la gana.
Nessa se alejó unos pasos hasta la mesa, donde dejó su arma. Su corazón seguía muy acelerado, pero poco a poco la paz iba volviendo a reinar en su mente, debilitando su ya de por si agotado cuerpo. La arpía se dejó caer en el sillón, se apartó el cabello del rostro y cerró los ojos con agotamiento.
—Sabías quién era, ¿verdad? —preguntó al sentir su presencia cerca de ella.
—Sí —confesó él, acuclillándose frente a Nessa. Apoyó la mano sobre su antebrazo para que abriese los ojos y le dedicó una débil sonrisa cuando lo miró—. Debería habértelo dicho, lo sé, pero... no sé, me pareció divertido.
—¡Divertidísimo!
—Ya, bueno, lo que sea. ¡Venga, Hécate, no te pongas así! Hemos tenido un pequeño roce, sí, pero bueno, estas cosas pasan, ¿no? Somos amigos.
—¿Amigos?
Orlasky se encogió de hombros.
—En serio...
Su expresión logró hacerla sonreír. Había cierta ternura en él, cierta inocencia que, incluso tratándose probablemente de alguien peligroso, en aquel entonces le hizo parecer totalmente inofensivo. Poco más que un niño.
—Te habría matado. De no ser por Lira, ahora mismo estarías muerto.
—Bueno, bueno, eso dices tú, Hécate. La verdad es que, no es por ofenderte, pero me he dejado bastante. Si esto hubiese sido realmente un enfrentamiento, ni tan siquiera habrías logrado tocarme.
Nessa respondió con una risa sincera. Puso los ojos en blanco, incapaz de disimular la diversión, y se dejó caer de espaldas sobre el respaldo del sillón.
—¡Hablo en serio! —aseguró Gladio.
—Claro, claro... lo que tú digas.
—Lira me lo advirtió —reflexionó el agente, tomando asiento a su lado—. Eres una presuntuosa.
La acusación logró sorprenderla.
—¡Oh, vamos, no seas mentiroso! No me creo que te dijera eso.
—Entre otras cosas... —Gladio la miró de reojo—. Me habló bastante de ti. Te considera la persona más inteligente que conoce, pero también que eres muy complicada. Que es muy difícil llegar hasta ti... hasta tu auténtica yo, pero que si lo consigues, es imposible no caer rendido a tus pies.
Nessa reconoció a Lira en sus palabras. Su buena amiga era una de las pocas personas que realmente conocían su auténtica identidad, sus pensamientos más privados e inquietudes, y siempre decía lo mismo. Decía que era una lástima que no se mostrase como era, pues lograría enamorar a cualquiera con ello. Y Nessa siempre respondía del a misma forma: que era precisamente lo que pretendía evitar.
—El cuchillo está encima de la mesa: si no dejas de decir tonterías te lo clavaré en el corazón, te lo juro.
—De acuerdo, de acuerdo, tú ganas, cerraré el pico de una vez. En el fondo no sé ni para qué he venido. O bueno, sí, sí que lo sé. ¿Cómo va nuestra investigación? ¿Has avanzado algo con lo de Dolora?
—¿En serio has venido para eso?
Aunque estaba dispuesto a contestar, y probablemente se habría inventado una buena respuesta, Nessa decidió que no quería escucharla. Estaba siendo demasiado dura con él al fin y al cabo. Gladio había ayudado a Lira y era un aliado, un compañero dentro de la gran guerra de Volkovia contra Gea, así que no merecía que siguiese poniéndolo contra las cuerdas.
O quizás sí, pero decidió que por aquella noche ya había tenido suficiente.
Alzó la mano, silenciando con aquel simple gesto su voz, y a continuación le mostró el contenido de su teléfono móvil. En él, almacenada en una de las carpetas, había una decena de fotografías tomadas a escondidas en el restaurante, cuando Helena y Arduok estaban distraídos.
—Échale un vistazo.
—¿Quiénes son? —preguntó Gladio con interés, cogiendo el teléfono para poder ver las imágenes más de cerca—. ¿Y dónde se supone que estás?
—Se llama "el Cuerno de la Luna", y es una especie de refugio para hecatianos en Solaris —explicó Nessa—. Está en el barrio de las "Estrellas Rojas", en un centro comercial. Helena me llevó hace unos días y desde entonces he ido cada noche. El dueño es hecatiano también.
—Ya veo... no conozco a nadie —respondió el agente, que seguía pasando una imagen tras otra—. Tienen una pinta rara de narices... con perdón. Se nota a leguas que la mayoría son extranjeros... ¡eh! ¡Espera!
—¿Qué pasa?
Nessa se asomó para ver la fotografía que estaba mirando. En ella, apoyado en la barra mientras bebía una cerveza tranquilamente, un hombre de mediana edad contemplaba el vacío en silencio, perdido en sus propios pensamientos. Al igual que le sucedía a Helena, su aspecto no evidenciaba su origen, por lo que perfectamente podría haber sido confundido con un albiano.
Gladio amplió la imagen para poder ver su rostro de cerca.
—¡Hijo de puta! —exclamó—. ¡Pero si es Jérico!
—¿Jérico? —preguntó ella con confusión—. ¿Quién es Jérico? ¿Lo conoces?
—Lo conozco, sí... —El agente asintió—. Es uno de los legionarios que forman parte de la guardia en el perímetro del Palacio del Despertar. Un tipo peligroso, la verdad. Se ha metido en bastantes líos en los últimos años. Es muy agresivo.
—¿Crees que podría estar involucrado en todo esto?
Gladio se encogió de hombros.
—Podría ser, aunque para serte sincero, ni tan siquiera sabía que era de Hécate. De hecho, dudo mucho que nadie lo sepa... —Orlasky cerró la imagen y le devolvió el teléfono—. Huele mal.
—Fatal.
—Haz la prueba. Lanza un rumor falso y a ver cómo reaccionan. Puede que no funcione, pero puede que sí. —Se encogió de hombros—. No pierdes nada por intentarlo.
Nessa lanzó un último vistazo al teléfono antes de guardarlo y asintió con la cabeza. En el fondo tenía razón: era cuestión de ponerlos a prueba. Si todo salía bien, pronto tendría a sus sospechosos, pero si fallaba seguiría en el mismo punto. Así pues, la decisión parecía sencilla.
Miró de reojo a Gladio, que de momento seguía cómodamente sentado a su lado, y señaló la puerta con el mentón.
—¿Te vas? —le preguntó con brusquedad, con una sonrisa maliciosa en los labios.
—Podría irme, sí —admitió—, pero es pronto y había pensado que quizás...
—No.
—¡Pero Hécate! —exclamó con exageración—. ¡Es que ni me dejas hablar!
La arpía rio con auténtica diversión.
—De acuerdo, de acuerdo: ¿qué has pensado?
—Pues...
—¡No!
Las carcajadas de Nessa resonaron por todo el apartamento mientras se encaminaba a la puerta para invitarle a salir. Divertido ante su reacción, Gladio dejó escapar un largo suspiro, con una sonrisa grabada en los labios, y la siguió hasta el umbral, donde se detuvo para mirarla a la cara.
—Piénsalo, Hécate: hemos discutido, hemos peleado, hemos hecho las paces y estamos a punto de salvar a un rey... ¿no crees que esto se merece una celebración?
—Ni en tus mejores sueños.
—Oh, vamos, ¡si en el fondo lo estás deseando!
Incapaz de reprimir una mueca de escepticismo, Nessa se cruzó de brazos.
—Si tú supieras lo que realmente deseo... en fin, ¿te vas o qué?
La expresión del agente se tiñó de una luz lúgubre.
—¿Me dirías lo mismo si fuera Lucian Auren? ¿Me echarías?
Aquella última salida de tono dio por finalizada la conversación. Nessa cerró de un portazo, obligándole a retroceder para no golpearle en la cara, y cerró con llave. Al otro lado del umbral Gladio dijo algo en volkoviano, pero ella prefirió ignorar sus palabras. Por el bien de ambos, era lo mejor.
—Maldito imbécil —masculló entre dientes—. Mentiroso y celoso, ¡lo que me faltaba!
—¿Crees realmente que son ellos? —preguntó Octavia con preocupación.
Nessa negó con la cabeza.
—No puedo asegurarlo, pero tengo el presentimiento.
—Presentimiento, ¿eh...?
Las palabras del director Eryn Cabal resonaron por todo el despacho, tiñendo de dudas la determinación de Nessa. La agente le miró, perdiéndose por un instante en su gélida mirada. Hacía tan solo una hora que se había levantado en plena madrugada y había decidido llamar a sus superiores en la OII para actuar. Y lo había hecho porque había tenido un sueño premonitorio de lo que sucedería si no detenían a tiempo a los terroristas. Un sueño en el que el Emperador Lucian Auren se convertía en un daño colateral durante el intento de asesinato de Emrys Daeryn...
Había sido terrible. Sin entender exactamente el motivo, Nessa se había despertado sudorosa y con el corazón acelerado, como si realmente le hubiese importado su muerte. Obviamente, era producto del nerviosismo. En su sueño, ella misma se veía afectada por los acontecimientos, quedando empapada con la sangre del Emperador, algo que la había horrorizado tanto que había necesitado abrir la ventana para respirar aire.
Pero más allá del realismo del sueño, superados los primeros minutos de impacto Nessa había comprendido que debía actuar, y lo había hecho tal y como le habían enseñado en la OII. Había llamado a su superior, Octavia, y rápidamente la agente había organizado una reunión de emergencia con el director de la Oficina. Nessa quería atrapar a aquellos terroristas de inmediato, y creía saber cuáles eran sus auténticas identidades.
—Nunca he basado una operación en un presentimiento, soy demasiado práctico para ello, pero en este caso no perdemos nada por intentarlo —prosiguió Eryn Cabal—. Hay rumores de que el Rey Emrys Daeryn y su esposa van a instalarse definitivamente en Solaris, por lo que es importante que zanjemos esto cuanto antes. Pongámoslos a prueba: informa a Dolora de que va a celebrarse una reunión esta misma tarde entre el Regente y el Rey Emrys, Natasha. No le des margen de maniobra: fuerza a que reaccione. Desde la Oficina controlaremos las llamadas. Si realmente ella y el tal Arduok están detrás de todo esto, caerán con todo el peso de la ley imperial.
—A sus órdenes, director.
—Yo mismo informaré al Regente de la operación. Octavia, prepara a las agentes para el seguimiento telefónico. —Eryn Cabal se puso en pie—. En marcha.
Veinte horas después, la Unidad de Caza del agente Milanov, con Gladio Orlasky al frente de la operación, empezó con las detenciones en "el Cuerno de la Luna".
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