Capítulo 10 - Morgana

Capítulo 10 – Morgana, 1.831, Hésperos, Albia




—Espero que no te importe comer aquí, sé que no es el restaurante más elegante de toda Hésperos, pero me temo que no hay nada mejor en el Castra Praetoria.

El comedor reservado para los pretores de alto rango del Castra Praetoria era un salón pequeño y poco acogedor en el que la luz de los focos teñía todo el recinto de una mortecina tonalidad amarillenta. Era un lugar selecto, por supuesto, no todos los pretores podían acceder a él, pero no tenía nada en particular más allá de su exclusividad. Ni había decoración alguna en las paredes salvo los símbolos propios de las Casas y de Albia, ni tampoco el ambiente era especialmente festivo. De las veinte mesas que había en la sala tan solo tres estaban ocupadas, y los pretores allí presentes no tenían demasiado que explicar. De hecho había algunos a los que ni conocía. Por suerte, Damiel Sumer los eclipsaba a todos con su amplia sonrisa.

Era imponente.

—No hay problema —respondió ella con cordialidad—. Este lugar es bastante mejor que la triste cocina de mi piso, se lo aseguro.

—Bueno, si te sirve de consuelo, por el momento no vas a tener que volver a ella.

—Me consolaría si el motivo fuera otro.

—Cierto.

Ni tan siquiera el vino dulce con el que acompañaban al pescado logró que el humor de Morgana mejorase. Le gustaba poder disfrutar de la compañía de Damiel Sumer pero le preocupaba que se hubiese interesado en ella. Iba a tener que ser muy cuidadosa con lo que decía si no quería que uno de los mejores agentes de la Noche la descubriese. Y para ser cuidadosa no podía beber demasiado.

Una lástima.

—Corvus te llevará más tarde al alojamiento que te han designado. Como verás, el Programa de Protección de Testigos es especialmente cuidadoso con sus protegidos. Sus miembros harán todo lo posible para que te sientas cómoda. Tu seguridad es básica para nosotros, pero también que estés cómoda hasta que la situación cambie.

—¿Y cuándo cree que eso sucederá?

La gran pregunta. Si hubo alguna duda en Damiel, no la mostró.

—Dentro de poco, te lo aseguro. Tan solo te pido un poco de paciencia, nada más. Ah, y confianza, claro. Estás en las manos de la mejor Unidad pretoriana de toda Albia.

—No dudo de ellos: al contrario. De no ser por Corvus, sabe Nebet-Saar donde estaría ahora. Le debo la vida.

—Y él a ti, y eso es algo que no voy a olvidar, créeme.

La sonrisa de Damiel Sumer era pura magia. Diana le había advertido al respecto, su primo era uno de los hombres más encantadores y apuestos que había conocido, y si además quería gustar, lo conseguía. Y aquella noche quería gustar, era evidente. Aquella cena no era simplemente un encuentro de amigos, cosa que no eran, sino parte de su trabajo. Quería conocer más en profundidad a la cada vez más famosa Everett Nyberos, y tras un breve intercambio de palabras había comprendido que de aquella forma podría llegar hasta ella.

Y no se equivocaba. Por mucho que intentaba liberarse de su hechizo, Morgana no podía evitar sentir mariposas en el estómago cada vez que el centurión le miraba a los ojos. Era una auténtica lástima que la Reina de la Noche le hubiese prohibido estrictamente que le pusiera una mano encima, de lo contrario su comportamiento habría sido bastante distinto.

Muy, muy distinto.

—Nebet-Saar... —reflexionó Damiel despreocupadamente. Se llevó la copa de vino a los labios y le dio un largo sorbo—. ¿Cómo la llamáis? La Arquitecta del Mundo, ¿verdad? He leído sobre ella. Se dice que tenéis una Oráculo que habla en su nombre.

—Eso dicen, sí. Personalmente no la he visto pero... —Morgana ensanchó la sonrisa—. ¿Conoce usted Nedershem, señor Sumer?

Los ojos del centurión se iluminaron.

—Por el momento solo he estado de paso, pero confío en que llegará el día en el que por fin podré visitarla. Siempre ha habido demasiada distancia entre nuestros países.

—Sin duda, vengo de un lugar muy lejano —admitió Morgana—. ¿Sabe usted que la leyenda cuenta que los nederianos con capacidades mágicas absorben sus poderes del portal que hay en el corazón de nuestras tierras? Dicen que es el resultado de un experimento fallido de los dioses... el lugar perfecto para que nuestra Oráculo esté en comunión con Nebet-Saar.

—Vaya, es fascinante —dijo, y no parecía mentir—. Creo que podría perderme una buena temporada en tu país.

Morgana respondió alzando la copa con un guiño de lo más sinuoso.

—Si decide hacerlo, no se olvide de avisarme.

Damiel alzó la suya y la chocó suavemente con la de Morgana, arrancándole una sonrisa a la arpía. Ambos bebieron vino y volvieron a sonreírse con complicidad al dejar los vasos sobre la mesa. Entre ellos fluía una gran conexión.

—Eres una joven de lo más singular, Everett. Empiezo a entender a Orace Kortes; lo tienes totalmente embelesado.

—¿Yo? —Morgana negó con la cabeza—. Simplemente hice lo que debía hacer. Cualquiera en mi lugar habría intentado ayudar a su hijo, estoy convencida.

—Por supuesto, por supuesto... e imagino que vuestra cena después de la entrevista se alargó precisamente por eso, por lo agradecido que estaba... —Damiel cortó un pedazo de pescado y lo degustó ante la perpleja mirada de Morgana—. Oh, disculpa, ¿he sido algo brusco? No era mi intención. Sencillamente me pregunto por qué alguien querría secuestrarte teniendo en cuenta que ya has declarado que no viste nada en el Jardín de las Almas.

La acusación velada la dejó sin palabras.

—Vaya —acertó a decir Morgana tras unos segundos de silencio. Rio para enmascarar su inquietud—. No sé muy bien qué le han dicho sobre mí, pero...

—No me han dicho nada —aseguró Damiel—. El ministro guarda muy bien su privacidad y no ha salido nada de esa cena. No obstante, mi mente retorcida cree que han intentado secuestrarte para hacer daño al ministro... independientemente de si os quedasteis solo hablando o no. Y eso me preocupa, la verdad. Me preocupa porque, en caso de ser así, va a ser complicado que encontremos una razón para sacarte del Programa de Protección de Testigos y permitirte que vuelvas a casa.

Morgana le dedicó una sonrisa nerviosa. Le sorprendía la claridad con la que le estaba hablando, pero comprendía el motivo. Tratándose de una jovencita extranjera, Sumer creía poder dominar la situación: creía poder intimidarla. Y en cierto modo lo hacía, pero no de la forma que él creía. Aquella noche habían hecho algo más que charlar y cenar, era cierto, pero no por gusto. Morgana se había visto en la obligación de sacrificarse por la causa.

—En realidad solo hablamos —respondió ella, bajando el tono—. Estaba muy interesado en saber más sobre mí, sobre mi país, mis intereses, mis sueños... un poco de todo. En el fondo eran simples excusas para poder pasar más rato conmigo, soy consciente, pero supongo que me divertía poder explicarle a alguien lo que se me pasa por la cabeza. Además, pensaba que quizás podría ayudarme, así que... bueno, me quedé hasta tarde, es cierto, pero nada más. —Volvió a coger la copa y la interpuso entre ambos, para poder mirarle a través del cristal—. Pero no esté celoso, centurión. Con usted no me importaría quedarme hasta más tarde aún.

Divertido ante el comentario, Damiel puso los ojos en blanco en una mueca burlona. Seguidamente, aprovechando que uno de los camareros pasaba cerca de la mesa, llamó su atención para pedirle otra botella de vino.

—¿Y puedo saber qué le explicaste sobre ti? Sobre tus intereses y anhelos, me refiero. No puedo evitar preguntarme qué hace una jovencita como tú en Albia.

—Mucha curiosidad tiene usted por mí, centurión —respondió Morgana, sonriente—. Le hablé sobre mi familia, la decisión de mudarme y de todos los trámites que tuve que realizar. También sobre mi pasión por su país, claro. La cultura albiana siempre ha llamado mi atención. Su historia, su evolución, su historia militar... es realmente fascinante. Y no solo eso, el uso que efectúan los magi de la magia me resulta de lo más curioso. En Nedershem es totalmente distinto.

—¿Es la curiosidad por nuestra cultura la que te ha traído aquí, entonces?

La arpía asintió. A pesar de no bajar la guardia, estaba disfrutando del juego.

—Así es, por su cultura en general, pero más en concreto por los pretores. Siento auténtica curiosidad por ustedes. Por ese fragmento de Magna Lux que tienen en el pecho, por sus hermandades, por su devoción a la corona... —Morgana dejó escapar un suspiro—. Una vez conocí a uno de los suyos, un pretor de la Casa de las Espadas, y desde entonces siempre me imaginé a mí misma formando parte de una de esas unidades en la guerra, dando apoyo a sus miembros.

Profundamente sorprendido ante el inesperado anhelo de la arpía, Damiel parpadeó con incredulidad.

—¿En serio? ¿Te gustaría unirte al ejército albiano como apoyo de una unidad pretoriana? Nosotros trabajamos con magi, ya lo sabes, pero hay médicos de soporte con legionarios. No es lo habitual, pero... —Dejó escapar un silbido—. Vaya, me sorprendes, la verdad.

—¿Y eso es bueno?

Damiel asintió.

—Lo es. ¿Puedo saber quién es ese pretor que te abrió los ojos? Creo que vamos a tener que enviarlo a más misiones al extranjero, la verdad.

—Se llamaba Tristan Reiner. Un hombre ancho de espaldas, con el pelo rubio, un poco mal hablado...

—¿El prefecto Tristan Reiner?

De nuevo logró hacerle reír, aunque esta vez su carcajada fue mucho más sincera y natural que las que había emitido hasta entonces. Damiel volvió a refrescarse la garganta con un sorbo de vino y asintió con la cabeza.

—Ya has salvado la vida a un pretor, ¿por qué no seguir haciéndolo? —reflexionó—. Te iría bien para ir cogiendo práctica. Aún eres joven y tienes toda la carrera por realizar, pero creo que podría conseguirte algo.

—¿Conseguirme algo? ¿A qué se refiere?

—Tú simplemente confía en mí.

Esta vez fue Damiel quien despertó la curiosidad de Morgana con su respuesta, pero la repentina aparición de un par de agentes de la Casa de la Noche en el comedor le impidió indagar más. Los dos pretores acudieron en busca del alto mando y tras intercambiar varios susurros con él, éste no tuvo más remedio que abandonar la velada a medias.

—Lamento tener que dejar la cena así, Everett, pero me temo que se trata de algo importante. Llamaré a Corvus para que venga a buscarte.

—No importa, gracias igualmente, señor Sumer. Ha sido un placer.

La interrupción molestó enormemente a Morgana, y más cuando a aquellas alturas de la velada había decidido ignorar la orden de Diana de no acercarse a su primo, pero le sirvió para disponer de algo de tiempo libre para poder deambular por los alrededores del Castra Praetoria. La continua vigilancia de sus instalaciones le impidió que pudiese internarse en los cuarteles, pero al menos pudo visitar los jardines y las zonas de recreo donde los pretores, desde los más jóvenes a los más veteranos, pasaban la mayor parte de su vida.




Veinte minutos después Corvus la recogió y juntos se adentraron en las siempre animadas calles de Hésperos. Aún era pronto, faltaba más de media hora para la media noche, por lo que las cafeterías, bares y restaurantes estaban llenos de ciudadanos ansiosos por disfrutar la noche.

—¿Y no podemos ir a tomarnos algo? —insistió Morgana en el asiento de copiloto, dedicándole al pretor una mirada de fingida tristeza—. ¡Por favor! No quiero encerrarme ya.

—Lo siento, Everett —se disculpó Corvus—. Te llevaría al nuevo Nexo, te lo aseguro: lo han restaurado y ahora es la bomba. O al Phaustos para que vieses una de las nuevas obras... incluso al Rey Nodens para que cenaras comida arkanya, pero mientras estés en el Programa no puedo hacerlo. Tienes que cumplir los horarios del toque de queda.

—¡Pero tú te encargarías de que no me pasase nada! —La arpía ladeó ligeramente el rostro, melosa, y acercó el rostro al suyo—. Va, Corvus, no seas así...

El agente la miró de reojo, luchando internamente consigo mismo. En el fondo de su alma él también quería disfrutar de la noche: quería tomarse algo a la luz de las estrellas y bailar hasta altas horas de la madrugada, como cualquier otro joven que hubiese vuelto escapado de las garras de la muerte tan solo cuarenta y ocho horas antes, pero las circunstancias se lo impedían.

—En serio, lo hago por ti. En cuanto todo esto se arregle saldremos por ahí, te lo prometo. Tenemos que celebrar que seguimos vivos.

—¿Y no puede ser hoy?

Corvus rio ante la insistencia.

—Me temo que no.

—Entonces llévame al menos a casa un momento. Ya sé que no puedes pero necesito coger mi ropa interior...

Corvus se sonrojó. Morgana podría haberle pedido ir a buscar cualquier otro objeto, pues en el fondo no tenía nada real que recoger, pero la respuesta habría sido negativa. Al tratar temas algo más íntimos, sin embargo, la juventud del pretor jugaba en su contra. Aún era demasiado humano como para negarse. Lansel, en cambio, no solo no le habría dejado, sino que probablemente le habría ofrecido su propia ropa interior con una amplia sonrisa socarrona en la cara. Por suerte aquel día era Corvus Nexx quien conducía, y Morgana se aprovechó de ello.

—Everett...

—Será solo un minuto, en serio. No hace falta ni que busques aparcamiento: con que le des una vuelta a la manzana tendré tiempo más que suficiente.

—Oh, vamos... —Corvus dejó escapar un suspiro—. No me hagas esto.

—Porfa...

El pretor acabó sucumbiendo a sus deseos cuando la arpía le plantó un beso en el pómulo, prácticamente rozando los labios. Las mejillas de Corvus volvieron a encenderse aún más si cabe y, rindiéndose a su encanto, cambió de dirección.

Unos minutos después, Morgana ya entraba en su apartamento mientras que el pretor aguardaba con impaciencia en la calle.

—Tranquilo, querido, no te haré esperar demasiado... —dijo para sí misma mientras cerraba la puerta.

Morgana giró la llave en la cerradura para bloquear la entrada y encendió las luces. El apartamento seguía tan ordenado y vacío como la noche anterior, cuando tras pasar dos días en el hospital había regresado para descansar unas horas. Poco después se había visto obligada a ir a la universidad para no saltarse más clase, pero había estado tan agotada que apenas había podido seguir las lecciones. Por la tarde había regresado, pero únicamente para recoger sus cosas y meterlas en el maletero del coche del agente Orense. Aquella misma noche la iban a trasladar.

Por suerte, la cena con Damiel le había ayudado a recuperar fuerzas.

Pero aunque había podido recoger la mayor parte de sus pertenencias, la presencia del policía en el apartamento le había impedido acceder al material más sensible. Un material que aquella noche iba a recuperar.

Morgana entró en su habitación y cerró la puerta. A continuación subió sobre el colchón y extendió los brazos hasta el techo, donde perfectamente disimulada había una pestaña. Tiró de ella y de su interior surgió una pequeña cadena dorada. Un suave tirón bastó para que una estrecha escalinata descendiese. Morgana trepó por ella con facilidad y se encaramó a la pequeña sala que había oculta entre el techo y el piso superior. Era un espacio muy pequeño, pero más que suficiente para guardar sus pertenencias privadas. Morgana avanzó hasta el fondo de la sala, allí donde disimulado tras una pared falsa había una segunda estancia de menor tamaño, y se plantó frente a la pizarra donde había ido anotando todos sus contactos desde que había llegado a la ciudad: los teléfonos de Brandon Glovs, el joven al que había contratado para intentar asesinar a Elian Kortes, y los hermanos Dasser, sus secuestradores.

—Hola, hola, compañeros.

Observó los dígitos con diversión, celebrando en silencio el éxito de las dos operaciones, y los borró. En el fondo, a pesar de todo, las cosas estaban saliendo tal y como había previsto. A los Dasser se les había ido la mano con Nexx, era innegable, pero habían actuado con profesionalidad. Entre todos la estaban convirtiendo en alguien importante, en alguien que se había ganado la oportunidad de acercarse a los núcleos de poder, y estaba satisfecha.

—Te has ganado un descanso por el momento, Kortes —murmuró tras acabar de limpiar la pizarra—. Pero volveré.

Finalizado el trabajo, la arpía descendió de nuevo a la habitación, metió en una bolsa un poco de ropa interior y volvió a descender a la calle, donde Corvus le esperaba con cara de circunstancias. Ella alzó la bolsa triunfal al entrar al coche.

—¿Lo tienes ya todo?

—Sí.

—¿Seguro? ¿No te dejas nada?

—Yo diría que no.

—Esperemos que no, porque no vamos a volver. —El pretor arrancó y se incorporó a la circulación—. Despídete: durante al menos una temporadita no vas a volver a pisar ese piso cochambroso. ¿Lo vas a echar de menos?

Morgana se encogió de hombros.

—Todo dependerá de a dónde me lleves.




Las dependencias reservadas para el Programa de Protección de Testigos se encontraban en el corazón de la ciudad, a tan solo quinientos metros de las oficinas centrales de la policía de Hésperos. Se trataba de tres grandes edificios de piedra de aspecto corriente en cuyo interior los testigos protegidos disfrutaban de unas cómodas instalaciones totalmente aislados del resto de ocupantes por cuestiones de seguridad. A simple vista era un lugar agradable, pero no acogedor. Tal era la frialdad de su interior que tan pronto Morgana atravesó la puerta del que sería su apartamento durante las siguientes semanas sintió un escalofrío.

—Oh, mierda... ¿me tengo que quedar aquí?

Corvus se adelantó, adentrándose en el espacioso vestíbulo de entrada. La iluminación era tenue y la decoración desprovista de calor humano. Cuadros paisajísticos con varias décadas de antigüedad, muebles blancos totalmente vacíos, espejos cubiertos por películas de polvo y demás piezas de mobiliario que jamás habían sido utilizadas. De hecho, Morgana dudaba que nadie hubiese ocupado aquel lugar nunca.

—No está tan mal —dijo él, asomándose a la cocina para comprobar que hubiese comida y bebida en el frigorífico—. Es un poco solitario, sí, pero tómatelo como un retiro espiritual. Los estudiantes lo soléis hacer cuando tenéis exámenes, ¿no?

—En época de exámenes sí, pero ahora mismo... —Morgana dejó su bolsa junto al sillón, donde el pretor había depositado la maleta, y puso los brazos en jarra—. Además, este sitio es enorme. ¿Para qué quiero yo cinco habitaciones?

—¿Qué tal si dejas de quejarte? —Corvus dejó escapar un suspiro—. Es por tu seguridad. Además, si quieres seguir llevando tu vida normal, puedes hacerlo. Los agentes Blüme y Orestes han sido designados para encargarse de tus traslados. No obstante, como ya te han informado previamente, sería mejor que pasaras al menos una semana aislada.

La simple idea de permanecer siete días encerrada en aquella prisión logró que Morgana se estremeciese. Avanzó hasta el sillón y se dejó caer pesadamente, arrancándole un desagradable crujido a la piel. La arpía sabía que nadie iba a volver a atentar contra ella, pues por el momento no se había planeado los siguientes pasos, pero comprendía que para poder mantener su papel iba a tener que hacer grandes sacrificios.

—Si creéis que es lo mejor...

—La decisión es tuya, pero sí, sería lo mejor. Al menos hasta que se calmen un poco las cosas. Por otro lado... —Corvus le entregó una nota doblada que hasta entonces había guardado en el bolsillo. En ella, junto a un nombre de origen nedershem, había un número de teléfono—. Hoy ha venido preguntando por ti a la comisaría. Se ha identificado como miembro del gobierno de tu país.

—¿Y lo habéis confirmado?

Para sorpresa de Morgana, que sujetaba el papel con auténtica sorpresa, el pretor asintió.

—Así es, forma parte del "Pontificado". Quería ponerse en contacto contigo, pero dadas las circunstancias mis compañeros se limitaron a tomar nota de su nombre y su número de contacto. Imagino que esa mujer es lo más parecido que tenéis a una embajadora en Albia, así que no me parece descabellado que la llames.

El nerviosismo tiñó de oscuridad sus ojos. Hasta entonces Morgana había dominado la situación, pero aquella noche estaba perdiendo el control de cuanto sucedía, y eso le preocupaba. Ni la cena había sido fácil, ni lo iba a ser aquella llamada. No obstante, no le quedaba más remedio que realizarla. Como nativa de Nedershem, era lo lógico, y más después del intento de secuestro...

Dejó escapar un suspiro con desagrado. Si habían elegido precisamente aquella identidad era por la total y absoluta desconexión del país con el resto del mundo. Nedershem siempre se había mantenido en un segundo plano, alejado de cuanto sucedía en Aeron. ¿Cómo esperar entonces aquel repentino interés en ella?

Era tan extraño que no podía evitar preguntarse si no estaría siendo víctima de un intento de engaño. Sea como fuera, no le quedaba más remedio que actuar en consecuencia.

Consultó el crono y sacó el teléfono del bolso.

—Bueno, yo me voy a ir yendo —dijo Corvus al verla teclear—. Tienes mi número para cualquier cosa, así que...

—Espera, espera —se apresuró a decir. Pulsó los últimos números y se puso en pie para acudir a su encuentro—. No me dejes sola con esto, por favor.

Antes de que pudiese escapar, Morgana cogió al pretor por la muñeca e interpuso el teléfono entre ambos, para que él también pudiese escuchar la conversación. Esperaron un tono, dos, tres, y por fin al cuarto respondió una voz femenina.

Y lo hizo en el idioma propio de su país, por supuesto.

—Agente Ki Nidama al habla.

—Hola —respondió ella en perfecto nedershano. Miró de reojo a Corvus, que no entendía nada, y sonrió—. Hola, agente Ki Nidama. Mi nombre es Everett Nyberos. El pretor Corvus Nexx me ha hecho llegar una nota con su teléfono y su nombre para que me pusiera en contacto con usted. Al parecer ha preguntado por mí.

—Así es —confirmó la mujer—. He sido informada de los últimos acontecimientos en los que se ha visto envuelta y como miembro de la representación Nedershem en Albia me gustaría poder hablar con usted. Por favor, nos gustaría poder verla en unas horas, durante el amanecer. Es importante.

—¿El amanecer? —Un tanto desconcertada por la prontitud de la cita, Morgana volvió a mirar de reojo a Corvus. Como era de suponer, el pretor no estaba entendiendo absolutamente nada de la conversación, por lo que no había sorpresa alguna en su semblante—. Sí, por supuesto. Pediré que me acerquen... si fuera tan amable de indicarme dónde.

Morgana tomó nota de la dirección en una servilleta de papel y se despidió de la agente con una amarga sensación de inquietud en lo más profundo de su ser. A continuación, sin poder borrar la expresión sombría, le explicó la conversación al pretor.

—¿Al amanecer? —preguntó con perplejidad—. ¿Por qué al amanecer? ¿Significa algo especial para vosotros, o qué?

—Bueno, es una hora mágica —admitió Morgana con desagrado—. Pero es en tan solo seis horas... y está algo lejos. Dice que es en las afueras... ¿tú podrías llevarme?

—¿Yo? —Corvus comprobó la servilleta—. Podrías avisar a Blüme, es su trabajo.

—Lo sé, lo sé, pero...

Morgana se dejó caer de nuevo en el sillón, dejando la frase en el aire. Aunque había una gran carga teatral en su actuación, lo cierto era que no tenía el más mínimo interés en conocer a los nedershem, y no solo por la hora. Después de todo lo ocurrido aquel inesperado giro estaba siendo difícil de gestionar.

—Bueno, da igual, hablaré con Blüme —dijo con dramatismo—. Gracias igualmente. Supongo que estarás demasiado ocupado para acompañar a una don nadie como yo...

—¿A una don nadie? —repitió él, alzando la ceja—. Oh, vamos, no intentes manipularme, anda. Una cosa es que me haga el tonto y otra cosa muy distinta es que lo sea. —Se acercó de nuevo al sillón y tomó asiento en el apoyabrazos—. ¿Qué te pasa? ¿Te preocupa algo? No creas que hay algo oscuro detrás de esta llamada, al contrario, sencillamente se están preocupando por ti. Aunque estés en la otra punta del mundo, sigues siendo una ciudadana de Nedershem.

Morgana se encogió de hombros.

—Lo sé, y supongo que es lógico, pero... —Cruzó los brazos sobre el pecho y se encogió—. ¿Y si fuera una trampa? ¿Y si...?

—No es una trampa —aseguró él—. Simplemente...

—¿Cómo lo sabes? ¿Acaso los conoces? —Morgana chasqueó la lengua—. Llámame cobarde si quieres, pero me da miedo. Y sí, Blüme y Orense son buenos policías, estoy convencida, pero no son comparables a un pretor. Tú... bueno, tú eres mucho más fuerte e inteligente. Si es una trampa, tú podrías salvarme. Ellos... —Se encogió de hombros—. No lo tengo tan claro.

Corvus la observó durante unos segundos en silencio, pensativo, luchando nuevamente consigo mismo para buscar una excusa por la cual no acompañarla, pero finalmente se dio por vencido. En el fondo de su alma, quería acompañarla. No debía, no entraba dentro de su pliego de funciones, pero dadas las circunstancias decidió claudicar.

La miró de reojo con un asomo de sonrisa en los labios.

—De acuerdo, tú ganas —dijo con un suspiro—. Pero esta es la última vez que te hago de chófer: no estoy para esto. Soy un pretor, no una niñera.

—¡Gracias! —exclamó ella con entusiasmo. Volvió a besarle la mejilla, logrando con ello arrancarle una risotada, y se puso en pie—. Quédate si quieres, hay habitaciones de sobras.

—Sí, me quedaré, pero como le digas algo al centurión de esto te mato, ¿queda claro?

Esta vez fue Morgana la que rio, y lo hizo con sinceridad.

—Tranquilo, no soy estúpida. Mis labios están sellados.




—¿Se puede?

Pasaban varios minutos de las cuatro de la madrugada cuando la puerta del despacho de Damiel Sumer se abrió. A aquellas horas el Castra Praetoria estaba prácticamente en silencio, lo que provocó que la voz de Lansel resonase con fuerza por toda la sala. Tanta fuerza que incluso él mismo se escandalizó. El centurión miró a su alrededor con cara de circunstancias y sonrió con inocencia cuando Damiel arqueó las cejas.

Entró en la sala sin esperar a su respuesta.

—Sol Invicto, los pretores de ahora se acuestan muy pronto. En nuestra época era bastante diferente, ¿recuerdas?

—Teníamos más sangre que ellos.

—Bastante más. Por cierto, no vengo solo. Pasa, anda.

Damiel creía que aquella noche no podría sentir una emoción más fuerte que la que le había provocado la reunión que hacía tan solo un par de horas que había tenido en las oficinas del Alto Mando Imperial, pero se equivocaba. Siempre podía ir a más, y Lansel lo logró. Su mejor amigo no venía solo, y la persona que la acompañaba era una de las pocas que lograba despertar sus sentimientos más sinceros.

El centurión se puso en pie y salió de detrás de la mesa con los brazos abiertos para fundirse en un fraternal abrazo con el recién llegado.

—¡¡Marcus!! —exclamó con entusiasmo.

—El mismo —respondió Marcus Giordano con una sonrisa en los labios—. Yo también me alegro de verte, Damiel.

Hacía mucho tiempo que Damiel y Marcus no se veían. Tanto que incluso había olvidado la expresión tan especial que caracterizaba al pretor. Aquella mezcla de inocencia y oscuridad que le habían otorgado los años habían hecho de él un hombre diferente al resto. Alguien cuya aura desprendía una frialdad capaz de intimidar hasta al más valiente. Por suerte, Damiel conocía perfectamente a aquel hombre, y aunque sabía que las heridas habían marcado para siempre su alma, para él siempre sería un hermano.

—Te veo estupendo —aseguró Damiel, palmeando su hombro con fuerza—. Te ha sentado bien los meses en la frontera.

—Alguien tiene que enseñarles la verdad a esos críos —sentenció él con sencillez.

—Y nadie mejor que tú. Creo que eres el lobo más solitario que conozco, Marcus.

—No tanto —intervino Lansel, uniéndose a ellos—. Conociendo a Jyn dudo mucho que no te haya ido a visitar cada dos por tres, ¿verdad, Giordano?

Una sonrisa despertó en los labios del pretor.

—Solo responderé ante un juez, y siempre y cuando me esté apuntando con un arma.

—Damiel, ¿tú cuentas también como juez? —bromeó Lansel—. ¡Venga, tío, a quien quieres engañar, que os conocemos... tórtolos!

—Calla, anda —replicó Marcus con diversión—. Siento haberte asaltado de esta forma, Damiel. Sé que eres un hombre ocupado y no son horas, pero es precisamente por tu hermana por quien he venido. Lleva días intentando contactar contigo sin éxito.

Damiel suspiró el nombre de su hermana con cierta tristeza. Era cierto lo que Marcus decía, hacía una semana que Jyn le llamaba cada noche, pero nunca encontraba el momento de responder ni de devolverle la llamada. Y no era porque no quisiera hablar con ella. Su hermana era una de las pocas personas que lograba apaciguar su alma cuando más inquieto se sentía. No obstante, la carga de trabajo y las preocupaciones de los últimos tiempos habían impedido que pudiese dedicarle el tiempo que necesitaba. Y no era demasiado, la verdad. Jyn prácticamente nunca llamaba, pero cuando lo hacía era por un buen motivo.

—No tengo excusa —admitió—. He estado con la cabeza en mil sitios. Entre lo que sucede aquí, en Albia, y lo que está pasando en Lameliard no paro apenas.

—Jyn me lo ha explicado —respondió Marcus—. Lo de esa piloto ha sido una auténtica desgracia, pero todo apunta a que ha sido un accidente, ¿no? Un fallo en los sistemas.

—Sí, ha sido un fallo —confirmó Damiel—, pero me preocupa, no voy a mentir. Fui yo el que empujó a Alexia a elegir formar parte de la Flota y después de lo que ha pasado ya podéis imaginar cómo está Victoria. Cabreada es poco.

Marcus y Lansel no pudieron disimular. Los dos viejos amigos intercambiaron una mirada llena de complicidad y rieron por lo bajo, logrando con ello que incluso el propio Damiel se contagiase de su humor negro.

—¡Que os den a los dos, cabrones! ¡Quiero a Victoria!

—Si eso no lo duda nadie, Damiel —rio Lansel—. Os queréis y todo eso, y de hecho nunca me cansaré de decirlo, esa mujer se merece una estatua, pero... —Dejó escapar un suspiro—. A veces se te olvida que eres un pretor, y no uno cualquiera, y ella no. Y no solo eso, es una talosiana. Es un auténtico milagro que aún no te haya dejado.

—Pues cuando sepa la última... —Damiel lanzó una fugaz mirada a la puerta para asegurarse de que estuviese cerrada y pidió a sus dos buenos amigos que se acercaran. Bajó el tono de voz—. Hace un par de horas el Alto Mando me ha convocado a una reunión de máxima urgencia.

—¿Ah, sí?

La hasta entonces expresión relajada de los dos pretores desapareció al ver el nerviosismo destellar en los ojos de Damiel.

—¿Qué pasa, Damiel? —quiso saber Lansel, apoyando la mano sobre su hombro—. Es ese tarado de Hexet, ¿no? Ha convencido al chico para que nos declare la guerra.

—¿Hexet? —Sumer negó con la cabeza—. ¡Qué va, para nada! Es... es algo muy diferente. Veréis... ¿cómo decirlo? —Soltó una risotada nerviosa—. Ya sabéis que desde que murió Katrina Aesling solo hay un prefecto en la Casa de la Noche, ¿no?

—¿Ah, sí? ¡No me jodas! —ironizó Lansel para diversión de Marcus—. ¡Damiel, joder! ¡Venga, suéltalo! ¡Por supuesto que lo sabemos! Se ha decido ya quien la va a sustituir, ¿verdad?

Damiel asintió, lo que logró que el nerviosismo de Lansel aumentara aún más si cabe. Hacía tiempo que se preguntaba si alguna vez lograría acabar con su periodo de apoyo a la policía local, y sabía que la fecha vendría de la mano del nuevo prefecto. La gran duda era, ¿cuándo? El Alto Mando había esperado mucho para tomar aquella decisión.

Marcus, en cambio, no mostró inquietud alguna. A diferencia de Lansel, al que sus propios intereses cegaban desde hacía tiempo, Giordano tan solo necesitaba mirar a los ojos a alguien para intuir lo que estaba pensando, y en aquella ocasión no fue diferente.

—Te lo han ofrecido —comprendió—. Vas a ser el nuevo prefecto, ¿verdad, Damiel?

—¿¡Cómo!? ¿¡Es eso cierto, Damiel!?

La sonrisa del nuevo prefecto de la Casa de la Noche bastó para que Lansel se abalanzase sobre él para abrazarlo. Era una noticia inesperada para él, aunque esperada para muchos. El que Damiel Sumer alcanzase la cima de su carrera profesional era algo que no solo se había ganado a base de esfuerzo y sacrificio, sino que muchos demandaban desde hacía tiempo. La Casa de la Noche necesitaba alguien fuerte como líder, alguien inteligente y capacitado para dirigir la Hermandad junto al otro prefecto, y no había nadie mejor que él.

—¡Sol Invicto, Damiel! —exclamó Lansel con emoción—. ¡Es increíble! ¡Lo has conseguido, tío! Después de tanto tiempo... ¡joder, me alegro de verdad! De todo corazón. Nadie lo hará mejor que tú.

—Han hecho una buena elección —sentenció Marcus. Y aunque no fue tan expresivo como había sido Lansel, abrazó con fuerza a Damiel, compartiendo con pura sinceridad su éxito—. Eres la mejor opción.

—No sé si lo seré, pero al menos lo intentaré —aseguró Damiel—. Aunque para seros sincero, no me han dejado elegir. En unos días se hará público, así que confío en que seréis discretos...

—¡Por supuesto! —dijo Lansel—. Lo seré... pero joder, se lo tienes que decir a tu padre, ¡le va a dar un puto infarto cuando se lo cuentes!

Damiel sonrió. En realidad Aidan Sumer ya era conocedor de la noticia. Tan pronto había abandonado la sala de reuniones, el nuevo prefecto había llamado a su padre para explicárselo. Y se había alegrado enormemente, por supuesto, pero no le había sorprendido. Aunque Damiel no lo supiera, antes de ser elegido Aidan había sido uno de los pretores a los que el Alto Mando había planteado su candidato. Además, había algo más en su mente que había impedido que pudiese disfrutar totalmente de la noticia. Algo que, como pronto descubrirían Lansel y Damiel, era el motivo por el cual Marcus había viajado hasta la capital.

—Le va a dar algo, sí... —admitió Marcus—. Joder, y yo que pensaba que la gran noticia de la noche era que Jyn y yo vamos a ser padres...

—¿¡Padres!?

La noticia logró conmocionar a los dos centuriones. Lansel y Damiel se miraron el uno al otro, olvidando por completo el ascenso, e inmovilizaron al pretor sujetándole por los brazos.

—¿Padres? —preguntó una vez más Damiel en apenas un susurro—. Dime que no estás de broma, Giordano. ¿Va en serio?

—¿Pero no se supone que vosotros no erais de esos? Sin bodas, sin ligaduras, sin hijos... —Lansel parpadeó con perplejidad—. ¿¡Pero qué coño está pasando!?

Marcus se encogió de hombros, sin saber qué responder. Ciertamente Jyn y él no se habían planteado casarse, ni tampoco oficializar su unión. Sencillamente vivían el día a día sin plantearse lo que sucedería al siguiente amanecer.

Hasta entonces.

—Ha sido algo inesperado. Ninguno de los dos lo esperábamos pero supongo que al final el tiempo acaba curando las heridas... —Marcus se encogió de hombros—. Deberías llamar a tu hermana, Damiel. Si ya era peligroso enfadarla antes, imagínate ahora...

—¡A la mierda, Damiel! ¡Ni se te ocurra, ya habrá tiempo para llamaditas lacrimógenas! —Lansel abrazó a sus dos amigos por el cuello y ensanchó la sonrisa—. Esto se merece una celebración como las de antes, ¿no os parece?




Ki Nidama era una mujer singular. Vestida con un estrecho vestido totalmente amarillo de cuello alto y el cabello negro recogido en una larga trenza que le llegaba hasta la cintura, la nedershem respondía al prototipo de mujer de su país. Ojos afilados, piel clara y labios delgados; expresión adusta y entrecejo fruncido. Sí, sin duda era una nedershem de pies a cabeza. De hecho, incluso el medallón dorado de Nebet-Saar que colgaba de su esbelto cuello respondía a lo que cabría esperar de ella.

—Bienvenida al Pabellón del Pontificado, Everett Nyberos —la saludó educadamente en nederiano tras aguardar a que las puertas del ascensor se abrieran y que la joven arpía saliera al vestíbulo—. Te estábamos esperando.

—Gracias —respondió ella con cierta inquietud.

El Pabellón del Pontificado se encontraba en las afueras de la ciudad, en la última planta de un edificio de oficinas cuya estructura respondía a un círculo perfecto. Era un lugar agradable, de techos altos y muy luminoso gracias a las paredes acristaladas, pero tal era la cantidad de estatuillas y de símbolos religiosos que cubrían sus suelos y techos que resultaba complicado creer que aquel lugar tuviese cabida en Albia. Dorados y rojos por doquier, esculturas de la Arquitecta del Mundo con los ojos vendados y holografías tridimensionales de sus guardias llenaban de un halo de misterio un lugar que ya de por sí exudaba secretismo.

Pero aunque la simbología religiosa la incomodase, Morgana no dio muestras de ello en ningún momento. Al contrario, se detuvo frente cada una de las estatuas para dedicar una rápida oración a su diosa, tal y como habría hecho cualquier otro nedershem, saludó a los pocos miembros del equipo de gobierno de Ki Nidama que se fue cruzando por su camino y, alcanzada la sala de reuniones, tomó asiento en los cojines del suelo de espaldas al amanecer, cediéndole a ella la posición de poder, tal y como mandaban las sagradas escrituras.

Permanecieron unos segundos en silencio, observándose la una a la otra. Morgana se sentía cada vez más incómoda. Aquella noche no había podido conciliar el sueño preguntándose qué sucedería durante aquel encuentro. Tenía un mal presentimiento, y la expresión ceñuda de Ki Nidama no la tranquilizaba precisamente. Lo único positivo era que Corvus la estaba esperando fuera, en una de las cafeterías de los alrededores y que cuando saliesen le convencería para dar un paseo. Por lo demás, aquella mañana estaba siendo desquiciante.

—Hemos sido informados de los inquietantes sucesos en los que te has visto envuelta a través de los comunicados de prensa —anunció Ki Nidama con frialdad. Parecía mirar a Morgana desde detrás de un cristal, como si de un insecto se tratase—. Hasta ahora, todos los miembros de nuestra comunidad han pasado desapercibidos, tal y como cabe esperar. Tú, sin embargo, estás en boca de todos. Te has entrevistado con el ministro Kortes, apareces en las portadas de los periódicos... y yo me pregunto, ¿por qué? ¿Por qué una joven extranjera se ha convertido en alguien tan popular en tan poco tiempo? —La mujer cruzó los brazos sobre el regazo—. Según tu registro de entrada, llevas tan solo un mes en el país.

—¿Qué puedo decir? —respondió Morgana con acidez—. Estaba en ese parque cuando intentaron asesinar al hijo del ministro, no podía dejarlo morir.

—En eso estamos de acuerdo, no podías dejarlo morir —admitió Ki—, pero el exceso de atención mediática es peligroso, Everett. Ser el foco de atención en un país como este en el que nuestra cultura no es comprendida ni respetada por muchos puede perjudicar enormemente la imagen de Nedershem. Necesitamos que seas cautelosa en tus declaraciones... necesitamos que actúes en consecuencia con quién eres.

—Con quién soy o con quien pretende que sea.

Una sonrisa peligrosa se dibujó en los labios de la agente gubernamental.

—No permitas que la mentalidad albiana te ciegue, Everett: eres solo una pieza del gran engranaje de la Arquitecta del Mundo. Una sirviente... una ola en mitad del océano, y como tal debes cumplir con el papel que se te ha asignado. —La mujer acercó su rostro al de la arpía—. Y tú no eres nadie, Everett Nyberos. Absolutamente nadie.

Morgana tuvo que hacer un auténtico esfuerzo para controlarse y no sacar el cuchillo que llevaba oculto bajo la falda y hundírselo en la garganta. Aquella mujer se lo estaba pidiendo a gritos, era evidente. Quería que la matase: que sacase su lado más salvaje, pero no iba a cometer aquel error. No. Diana la había entrenado para ello, para dominar la fiera que habitaba en su interior, y no iba a fallar.

Al menos de momento y mientras Corvus pudiese delatarla.

—No olvido quien soy —dijo con ansiedad, tragándose el orgullo.

—Me alegra que así sea. Por suerte para ti, yo voy a ayudarte a que no se te olvide. —Le dedicó una sonrisa falsa—. Verás, Everett Nyberos, como imagino que ya sabes, a día de hoy Nedershem no tiene una embajada en Albia. Llevo tres años viviendo en el país, y he realizado la solicitud internamente para que se haga la petición oficial, pero el Rey la está estudiando. Hasta entonces, el Pabellón del Pontificado es lo más parecido que tenemos a una embajada, y todos los nedershem acuden cuando necesitan nuestra colaboración. —Le mostró las palmas de las manos—. Estoy aquí para ayudaros, para facilitaros la vida en este extraño país, y tú no eres un caso diferente. Si me lo permites, cuidaré de ti.

Morgana sintió un escalofrío al escuchar aquellas palabras. En cualquier otra circunstancia le habrían hecho gracia, o incluso las habría agradecido, pero en aquel entonces logró hacerla sentir miedo. Morgana solo tenía una madre y era Diana Valens. El resto podían meterse sus intentos de protección donde les cupiesen, que no las necesitaba.

Una vez más se obligó a sonreír. Estaba haciendo un auténtico esfuerzo por controlarse.

—Se lo agradezco, aunque sé cuidarme sola.

—Todos necesitamos que cuiden de nosotros, y más cuando estamos fuera de nuestros hogares —insistió Ki Nidama—. Aún eres joven para entenderlo, pero con el tiempo te darás cuenta de que la comunidad y la familia lo es todo y que debemos ayudarnos mutuamente. Nosotros a ti, y tú a nosotros.

La expresión de la agente se volvió peligrosa. Ki Nidama borró la sonrisa en su lugar mostró una mueca de severidad cargada de advertencia. En el fondo, todo aquel paripé respondía a aquella última frase: a que la necesitaban. Aquella mujer quería algo de Morgana, y ahora que al fin había logrado atraerla hasta su terreno, no iba a dejarla escapar fácilmente.

—Creo que no lo estoy entendiendo bien —mintió Morgana—. ¿En qué puede ayudar alguien como yo? Soy solo una estudiante de medicina.

—Y alguien que está muy cerca de la hermandad pretoriana... al menos de algunos de ellos. —Ensanchó la sonrisa—. La magia albiana es el gran misterio por el cual nos encontramos hoy aquí, querida. Este país no tiene nada que ofrecernos: Albia es poderosa, sí, pero ahora mismo está debilitada, y Nedershem no necesita a un país débil a su lado. Somos más que autosuficientes. Sin embargo, ese poder que reside en sus pretores es algo que ha llamado la atención de nuestro rey. Esa Magna Lux, como la llaman, es algo que desconocemos en nuestra patria. Y es precisamente por tu cercanía con pretores por lo que sé que podrás ayudarnos. Queremos saber más sobre ese cristal, y tú te vas a encargar de ello.

La noticia logró hacerla palidecer.

—¿Yo? —Morgana parpadeó con incredulidad—. ¿Y qué le hace creer que voy a hacerlo? Tengo cierta relación con algún pretor, sí, pero de ahí a investigar más sobre la Magna Lux hay un mundo. Además, mis estudios requieren mi total y absoluta dedicación. Si empiezo a perder el tiempo en otras cosas...

—Lo sacarás todo adelante —sentenció Ki Nidama—. Eres inteligente y capaz: lo conseguirás. Además, no es opcional: es una orden.

—¿Una orden? —Morgana dejó escapar una carcajada nerviosa y se puso en pie. La miró desde lo alto—. Siento decirle que usted no es nadie para darme órdenes, señora. Soy una pieza del engranaje, sí, pero no su espía. ¡Si lo que quiere es que alguien investigue para usted, busque a alguien!

La expresión de la mujer quedó congelada es una mueca de indiferencia que la acompañó mientras se puso en pie. Ki Nidama le mantuvo la mirada durante unos segundos, con un brillo divertido en los ojos, hasta que finalmente se cruzó de brazos, adquiriendo una posición relajada. En contra de lo que cabría esperar, parecía tener la situación totalmente controlada.

—No voy a buscar a nadie más, porque te tengo a ti. Y vas a cumplir con lo que te ordeno, Everett Nyberos, tenlo por seguro.

—¡De eso nada!

—Lo vas a hacer, sí... porque de lo contrario, si no lo haces, tendré que informar que tu identidad es falsa, que en realidad no eres una nedershem, y entonces tendrás que dar muchas explicaciones. Muchísimas. —Le dedicó una sonrisa de dientes blancos—. ¿Cómo lo ves? ¿Cuento con tu colaboración o no?

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