Hasta los huesos

No hay agujas ni corazón que acierten el pulso de mi reloj,
pero hoy descansa muerto en el buró de mis lamentos
y las notas negras reinan dentro,
abonan este cráneo hueco.

La desdicha, inquieta,
la respiro,
me asquea
y las pecas de humedad caen desprendidas de las hojas amarillas,
bailarinas desarticuladas,
damas nerviosas con andar desesperado
por hallar refugio del frío abrazo,
de los ojos perdidos y tus gestos incisivos...
¡De tu boca abierta
y a cuánta farsa reza!

¡Ah!

Lo intento.
Disiento.
Te repudio.
Me contengo, a mi pesar.

Tiembla tu quijada de vergüenza
al roce de mi histeria,
que en algo le acierta...

No olvidé

y en los últimos suspiros que regalé a los restos perpetuos de tu amor,
la pungida bronca, que me arrebató el día,
me arrojó por el embudo suicida del tiempo.

Has vuelto.
Te siento...
en las tinieblas que siempre abrigaron nuestros besos.

Ya no ruego,
me acostumbro a esa mirada de inframundo,
al aroma de tu fosa,
al chillido agudo de tu queja.

Me culpas, calavera.
Me insultas,
te disculpas
con esa típica sonrisa tuya
tan amplia, tan cínica
y, ahora, sin encías.

Tu voz quebrada empaña el aire de mi habitación,
el relente nocturno nos abraza a los dos,
¡Esto es culpa mía!
¡Las segundas oportunidades son una mentira!

No hay agujas ni corazón que acierten el pulso de mi reloj,
pero hoy
reina su eco dentro de tu cráneo hueco,
descanso de mil notas interfectas
que sofocan toda luz,
toda calma
y toda espera.

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