Capítulo VIII. «Compromiso»

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El rey Amón había sido un buen hombre a lo largo de su vida. Un fuerte Mazeelven que había mantenido la paz y prosperidad durante su reinado, un gran varón que, en su juventud, había ganado y mantenido su firmeza en suficientes batallas como para mantener su nombre firmemente en alto.

Aún así, no se destacaba mucho en algunas cosas. Era libertino, tozudo, de mente bastante cerrada. No tenía un don especialmente bueno para expresarse, y no había sido por eso que había ganado las elecciones. Se necesitaba mucha labia para ganarlas, más Amón tenía la ventaja de ser el gran heredero de una casa fuerte, de haber hecho campaña desde los primeros inicios de su juventud, y que los contendientes en su campaña habían Sido todos partidos débiles con las mismas habilidades que él. Lo que no tenía de labia lo tenía de carisma y audacia, un buen discernimiento en lo que mantener y establecer buenas conexiones se trataba.

Siendo así, tiene mucho sentido que, en el brindis de aquella noche, sus palabras no fueran las más certeras.

—Honorables gobernantes de Erydas... —comenzó su discurso el rey una vez que llamó la atención de todos para un brindis— No saben lo feliz que estoy de que mi país celebre dos años más de vida. Creo en la paz —esto lo recalcó, como si quisiera hacer cierta advertencia a su audiencia—. Me alegra vivir en tiempos como estos y haré cualquier cosa para conservarlos. ¡Este día es maravilloso! ¿Saben por qué? Porque tengo un anuncio maravilloso para todos ustedes. Un anuncio que, honestamente, me satisface muchísimo. Se trata de mi hijo, Zedric, mi príncipe. Él cumplirá con el más grande deber de un hombre, aun más que el ser rey. Él contraerá matrimonio con la bella e inteligente Elina Houndlight. ¡Bravo! Confío en que ambos hacen una pareja maravillosa, en que cumplirán plenamente con el legado que venir de dos tan grandes casas les da, ¡Por la casa Mazeelven!—aplaudió. Todos se pusieron de pie, aplaudiendo también. Cada uno de los nobles del reino Sol se quitó una de sus joyas, dándoselas al rey como felicitación y tributo. Amón tenía una sonrisa auténtica para cada uno, una sonrisa que Zedric envidiaba en demasía.

Sabía que Amón odiaba todo eso. Que ninguno de los nobles le agradaba, y que era rey porque tenía que serlo. Había nacido para eso.

Elina era, obviamente, la más feliz con el anuncio. Los ojos de Zedric y los de ella se encontraron, así que ella alzó su copa, brindando por el compromiso. Zedric brindó con ella, pero con sentimientos completamente diferentes.

Se sentía vacío. Su vida no tenía sentido alguno más que para sus responsabilidades, entre ellas mantener la paz y casarse.

Era su deber antes que cualquier cosa, y, al igual que su padre, daría lo mejor de él para conseguirlo.

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—No ha muerto, desaparecido, o sido herido ningún Ramgaze —dijo el pequeño y desgarbado campesino que Zedric había contratado. No era llamado por el Sol, tenía ojos verdes y cabello castaño claro. Zedric lo había mandado a investigar, tratando de conseguir pruebas para su padre. Era perfecto para camuflarse entre el gentío, su mejor cualidad—. Investigué tanto como pude. Fui a las islas de la muerte, visité el Reino Luna con los pasaportes que me dió. No hay nada. Todos están vivos y sin heridas. Los seguí, incluso, pero nadie hizo nada sospechoso. Ellos ya casi ni entrenan, viven su vida salvaje en sus tierras, eso es todo.

—Eso sigue sin decirme nada —fue su forma de reaccionar, con molestia. Se notaba a leguas su falta de entusiasmo consecuencia de no haber conseguido nada útil—. Su cuerpo ese regeneraba tan rápidamente... era un macho, sano, obviamente joven. Pero aun así...

—Estás perdiendo demasiado tiempo con esto. —le aconsejó Natán. Calum era su hermano, pero no le tenía tanta confianza como a él, así que las veces que se juntaban estaban visiblemente reducidas— Es cierto que tenemos menos tierras que el Reino Luna, que ellos se hacen cada vez más ricos y que nosotros cada vez tenemos más problemas. Incluso sus colonias son mejores, entonces, ¿Por qué no tomar lo que nos merecemos?

Zedric bufó. Miró a Natán, aquel hombre típicamente leal a su patria, sabiendo que él, entre todos, era un firme ejemplo de todo lo que su pueblo creía. Eran fieros, buscando la guerra con la menor provocación.

—¿No tenemos suficiente? —preguntó Zedric, no creyendo las palabras de su amigo. Nahtán era bastante testarudo y un poco arrogante, pero no codicioso, o al menos eso creía—. Si les quitáramos sus tierras a ellos sería sólo para ensalzar el orgullo de las casas nobles. Porque sé, y estoy seguro, que para ellos serían todas aquellas riquezas que adquiriéramos. No para los guerreros, (y eso creyendo que tengamos la victoria) sino para los ricos.

Las palabras de Zedric, más que apaciguar a Natán, lo pusieron aún mucho más eufórico. Era realmente insistente cuando de defender sus ideas se trataba.

—Tú podrías cambiar las cosas, ser un rey diferente. Podrías instalar un nuevo régimen, una nueva forma de...

—No lo haré —sentenció, el chico aun esperaba una respuesta. Zedric sacó una bolsa de oro de uno de los muchos estantes de su habitación y se la entregó—. Muchas gracias —fue lo que le dijo al joven antes de que saliera huyendo. Nathán siguió intentando convencer a su amigo. Nos e sentía ofendido ni molesto cuando Zedric le daba negativas, pero aún así defendía su punto de vista.

—Esos monstruos parecen ser invencibles. Si nosotros no comenzamos la guerra ahora, que tenemos posibilidades, ellos vendrán por nosotros cuando menos lo esperemos.

—Ya he dicho que no —dijo Zedric, de nuevo—. No, no, y no. No habrá una guerra. Nuestro deber es mantener las mejores condiciones para nuestro reino. Hay problemas por todas partes dentro, ¿Por qué buscarlos fuera?

—Y dime, gran príncipe Zedric, el gran sabio, —bromeó Nathan en tono despectivo. Nathán tal vez no era alguien que buscara pelea la mayoría del tiempo, pero si lo haría si estaba en riesgo la vida de uno de sus amigos— ¿Qué harás respecto a esos lobos inútiles? Seguirán tratando de matarte, pase lo que pase.

—Eso no lo sabemos —respondió Zedric, maquinando en su mente un montón de posibilidades diferentes—. Todos están aquí, debemos de intentar probar su inocencia. Tengo una idea.

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—El príncipe Zedric ha convocado  para un torneo real —le dijo la Ailiah Bryanna a sus hijas, a las cuales había convocado a una reunión en su alcoba—. Es una tradición que cada uno de los hijos de los nobles participe, pero no es necesario que tú, Amaris, lo hagas.

Amaris no sabía que responder. Le emocionaba participar en un torneo, había sido educada en tácticas de lucha y de uso de habilidades, (aunque aun no las tenía) desde que tenía memoria, por lo que desde que tuvo estas no pudo dejar de entrenar y ya sabía unas cuantas cosas.

Aun así, tampoco estaba en las mejores condiciones. Desde que había tocado al príncipe y había tenido aquella visión todo en cuanto sus habilidades empeoró. Veía más cosas del futuro, incluso justo antes de que sucedieran, lo que tampoco era muy útil en realidad. 

Una visión le embargó en aquel instante. Vió a Adaliah diciéndole que no debía participar en el torneo, dando un gran discurso frente a su madre. Antes de que lo hiciera, la detuvo diciendo:

—No, Adaliah, no me perjudicará participar en este torneo. Lo haré, le demostraré a todos, incluyéndote, que estoy bien.

Los seres cercanos a Amaris estaban comenzando a acostumbrarse a ver sus despliegues constantes de poder. Adaliah rodó los ojos, más no se vió sorprendida. Por su parte, Piperina estaba conteniendo una sonrisa, y su madre, orgullosa, dijo:

—Amaris, no tienes que hacer esto para probarle a los demás tus capacidades —ya se había acercado a su hija y la había tomado por las mejillas para mirarla fijamente—. Tú sabes lo buena que eres. Sabes que eres una Stormsword, y no tienes que probárselo a nadie.

—Madre, no tienes nada de que preocuparte —contestó Amaris, demostrando una falsa confianza aunque por dentro estaba muerta de nervios—. Estoy perfectamente bien.

—Si tal es el caso... —la Ailiah no estaba segura de que Amaris dijera la verdad, pero tenía que creerle, que dejarla cometer errores y aprender de ellos— Anunciaré al rey Amón que mis cuatro princesas participarán.

Adaliah empezó a reír a carcajadas en respuesta a esta afirmación.

—No estarás hablando en serio —dijo, una vez se hubo recompuesto—. ¿Piperina? ¿Competir?

—Soy muy fuerte. —fue como Piperina se defendió— Todos en el reino saben que tengo capacidades sobrehumanas tanto como para luchar como para defenderme en un torneo.

—Sí, claro, porque en el torneo no habrán personas con fuego, hielo, colmillos y...

—Silencio, ambas. —regañó la Ailiah, ambas chicas lo hicieron, a regañadientes— Es cierto, Piperina es lo suficientemente buena como para defenderse. No se extiendan en el baile de esta noche, porque mañana se hará el itinerario por suertes y puede que les toque luchar. Por cierto, no les haría mal intentar hacer que los del Reino Sol se emborrachen. Es casi imposible, pero vale la pena intentarlo.

Las cuatro princesas rieron ante la observación de su madre. Lo había dicho de forma burlona, ellas nunca harían nada como eso. Las campanas reales sonaron llamando su atención y anunciando el comienzo del baile.

Amaris suspiró. Estaba segura de que esa noche vería de nuevo al príncipe y trataría de sacarle información sobre la visión que ambos habían presenciado. No quería hablar de eso. No con él, ese manipulador, deshonroso, doble cara, falso y creído príncipe.

Pero tenía que suceder, lo sabía, así que de todas maneras se encaminó al gran salón donde todos los nobles iban llegando uno tras otro.

Amaris tuvo que fingirse amable frente a ellos, pero en realidad no se sentía para nada de esa forma. Odiaba lo presuntuosos que eran todos.

—Amaris, es un placer verla de nuevo —la saludó Tenigan, que se había colado entre todas aquellas personas. Aquel día vestía un glamuroso traje planteado con los bordes de las mangas azules oscuros, mientras que su largo cabello blanco estaba agarrado en una media cola formal, como siempre.

—Ya te he dicho que me hables de tú —respondió Amaris sin mucha gracia, casi crujiendo los dientes. Odiaba la formalidad entre personas de la misma edad, le parecía ridícula.

—Es un poco incómodo. Ya sabe, desde que usted me rechazó completamente... —Tenigan hizo una pausa, fingiéndose afligido y derrotado— siento que nuestra amistad se ha debilitado bastante.

Que irritable. Amaris fingió una sonrisa tratando de enmascarar las ganas que tenía de rodar los ojos y contestó:

—No he podido disculparme en persona por haberte rechazado, lo siento. —posó una de sus manos en su hombro derecho, fingiendo que lo consolaba— Tengo que admitirlo, lo hice por puro impulso. Estoy demasiado agobiada por mis obligaciones, no puedo darme el tiempo de pensar en cosas como el matrimonio.

—Aun así, creo que si usted se lo piensa bien... —insistió Tenigan, antes de que fuera interrumpido por una voz masculina que Amaris no reconoció enseguida.

—Lamento interrumpir esta... —la persona hizo una pausa burlona, buscando un adjetivo— tierna conversación, pero Amaris y yo tenemos un baile pendiente que cumplir y, bueno, creo que eso lo explica todo, ¿No?

Amaris no supo enseguida de quien eran aquellas palabras. El susodicho se había posado detrás de ella, poniendo una de sus manos en su espalda con gesto confiado y haciéndola respingar. Por un momento pensó que era Zedric hasta que cayó en cuenta de que no había tenido una de aquellas visiones poderosas e incontrolables. No importaba quien fuera con tal de que la liberara de Tenigan.

—Si me disculpa... —se despidió, aliviada. Se giró hacia su nuevo acompañante para encontrarse con que era Ranik Sandwave. Estaba elegante, a diferencia de la primera vez que lo había visto. Había cenado y pasado muchos días con él después de eso, pero nunca alcanzó a verlo con la ropa formal de las ceremonias y bailes. Ese día vestía un traje azul oscuro, las costuras eran blancas, así como también su pantalón y hombreras. Su cabello estaba impecable y sus ojos resaltaban como nunca. Tal vez el estar en su modo noble no le gustaba, pero sí que le sentaba bien.

— ¡Vaya! ¡Eres tú! —exclamó, lanzándose a sus brazos. Una vez se separaron, él estiró su mano e hizo una pequeña reverencia, invitándole a bailar oficialmente.

— ¿Quiere bailar, mi princesa? —preguntó Ranik, ignorando todas las miradas que se habían posado en ellos.

—Claro que sí —contestó ella, sonriendo de oreja a oreja. Ranik Sandwave se había vuelto un gran amigo. Se veían cada que era posible y eran confidentes, aun cuando fuera increíble para todos aquellos que se enteraran de esa amistad.

Ranik nunca había hecho muchos amigos. Era más del tipo serio y enfocado en sus asuntos. Tan extraño había sido que se amistara con la princesa que ya muchos estaban hablando de matrimonio.

—Muchas gracias, me has salvado de una grande —dijo Amaris una vez estuvieron en la pista de baile. La música que  bailaban era más del estilo medieval, con violines, gaitas, la corneta lunar y muchos otros instrumentos. Solía ser generalmente movida y con ritmo, pero también solían bailar vals en los momentos más importantes de la noche, como cuando el rey sacaba a la reina a bailar o se hacía el baile de la «amada» en el que los solteros sacaban a las chicas dignas de su afecto a bailar.

—¿Es cierto? No me percaté de que lo había hecho —contestó Ranik, fingiendo inocencia. Ambos intercambiaron sonrisas cómplices—. ¿Ha sido satisfactoria su estadía en el reino Sol?

—Claro que lo sabías, Ranik —dijo Amaris. No podía evitar reír cerca de él, se sentía tranquila, cómoda, y confiada—, y sí, ha sido buena mí estadía, dentro de lo que cabe.

—No parece que la estés pasando bien. A mí me encanta sentir estos climas cálidos y ver la hermosa vegetación.

—¿Debo recordarte que también tenemos climas cálidos en nuestro reino? —respondió Amaris, fingiéndose divertida, no quería que Ranik notara que las visiones no la dejaban tranquila, sino es que ya se notaba por sus ojeras porque no quería soñar y ver muchas cosas sin sentido—. La verdad es que mi estadía sería mucho más tranquila si el príncipe Zedric no se hubiera acercado a mí de esa manera en que lo hizo. Está buscando que use mis habilidades para sus artimañas como si mi cabeza tuviera algún artefacto que me hace viajar en el tiempo sólo con pulsar un botón y decir, ¡Badabum!

—Tal vez tiene sus propios motivos, mi princesa, no debes adelantarte.

Amaris rodó los ojos, no creyendo que Zedric pudiera tener motivos que valieran la pena su esfuerzo. Le pareció demasiado divertido el hecho de que Ranik tuviera más confianza en el príncipe que ella misma.

—No lo creo —respondió justo en el momento en que la música se detuvo antes de dar pie a otro baile. Ranik tomó a Amaris de la muñeca y, acto seguido, la llevó a una zona más alejada de la multitud, el pasillo adyacente al gran salón—. ¿Qué sucede? —preguntó Amaris, no entendiendo el porque Ranik se mostraba tan cuidadoso. Generalmente era honesto y desprendido. El que fuera pescador y viajara constantemente por el mundo lo hacía libre, honesto, y con conocimientos que le hacían tener un aire confiado y entendido frente a todos, motivos por los que ella le tenía confianza.

—Aquí no nos oirán —contestó él, susurrando—, tienes que tener mucho cuidado cuando hables del Reino Sol.

—¿Pero por qué? ¿Qué no hablan mal de mí ellos también? No me molesta, así que no debería molestarles.

—Para ser una princesa tienes mucho que aprender —respondió Ranik, una sonrisa ladeada en su rostro—. En el Reino del Sol siempre están buscando excusas para la guerra. Esta vez se dice que un Ramgaze intentó atacar al príncipe, incluso.

—Si realmente siempre buscan motivos para la guerra, hace tiempo que ya hubiera comenzado. ¿Por qué el príncipe querría unir fuerzas con alguien del otro bando? No tiene sentido.

—Que la mayoría del Reino Sol busque la guerra no quiere decir que se trate de todos. Tal vez Zedric quiere detenerla. Hay algo que no estamos viendo aquí.

—¿Qué? ¿Qué Zedric quiere evitar la guerra para poder seguir estando tranquilo acostándose con todo el que le ponga enfrente? Tengo problemas más grandes que enfrentar que lo que sea que tenga en mente —fue lo que Amaris dedujo. Estaba a punto de volver a el gran salón cuando Ranik la detuvo tomándole por la muñeca y, antes de que se marchara, dijo:

—La guerra es inminente. Creí que tú, la que ve el futuro, lo sabría.

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N/A. No olviden votar y comentar como les pareció el capítulo. :)

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