Capítulo VII. «Últimos en llegar»

☀️☀️☀️

—¡Ash! ¡Tenga cuidado! —exclamó el príncipe Zedric al sentir un alfiler clavarse en su antebrazo izquierdo. No pudo evitar dar un pequeño salto debido al dolor, lo que provocó que unos tres más se clavaran en su cuerpo, algo aún más doloroso.

Zedric se encontraba en el medio de la prueba de vestuario para el baile del día siguiente, apenas si podía moverse y se sentía muy alto desde el banquillo en el que se encontraba. Eso sí, lo único bueno es que, al retrasarse los preparativos para aquel día, las pruebas habían permitido que no asistiera a la ceremonia de bienvenida de los carromatos lunares, y que solo tuviera que verlo desde una posición lo suficientemente cómoda.

Distraído, el príncipe fijó su vista en la ventana, que lo dejó ver a todos los nobles de la Luna llegar en sus elegantes y pálidos carruajes. Ese día comenzaba el festival de celebración de los mil años del reino Sol, por lo que los del reino Luna habían sido invitados a ese gran despliegue de poder.

Lo primero que llamó su atención fueron los colores tanto de los carruajes como de la vestimenta de todos ahí. Todo era demasiado claro, los colores que usaban eran casi siempre azul, blanco, negro, plateado o lila. En el reino Sol siempre rondaba el rojo, naranja, o amarillo, así que enseguida se notaba la diferencia entre los reinos. No solo era eso, sino también sus joyas y metales, en el Reino Sol el oro lo era casi todo, (solo opacado a veces por la magnificencia de un buen rubí), mientras que en el Reino Luna se variaba entre la tiruita, las esmeraldas, zafiros, diamantes, y la plata. Había mucha más variedad.

—Príncipe Zedric, estoy teniendo el mayor cuidado que se puede tener, pero aún después de veinte años de vida usted sigue siendo tan impaciente como cuando era niño —le devolvió Sir Lanchman, el vestuarista real, sin subir la mirada de su trabajo, como todo profesional—. ¿Tanto lo distraen sus visitas Lunares?

—No, no es eso —contestó Zedric, aún sin dejar de mirar hacia la caravana—. Me distrae mi padre, en realidad. Lo que hará cuando ellos lleguen aquí.

—Oh, ya entiendo —dijo Sir Lanchman, Zedric notó cierto aire conocedor en su rostro, que, a diferencia de muchos de sus sirvientes, se veía confiado y nada intimidado con el príncipe, algo que hacía a Zedric sentirse cómodo con él—. ¿Problemas relacionados con los Ramgaze?

—Espere... ¿Qué? —preguntó Zedric, incrédulo. La sorpresa hizo que se moviera bruscamente haciendo que otros dos alfileres se clavaran en su antebrazo—. ¡Ah! —exclamó—. ¿Cómo lo sabe?

—La realeza no es la única que sabe cosas —sespondió Sir Lanchman, usando ese tono tan sabio que siempre usaba, su voz clara sin ser demasiado gruesa, su porte elegante y mucho más confiado que el de muchos nobles en el reino—, en las Islas Malditas no sólo hay puros vagabundos y ladrones. También hay adivinos, maestros de la magia, personas de todo tipo y rumores que suelen ser verdades. Allá se consiguen las mejores prendas y materiales, pero a veces el costo es escuchar cosas, cosas que no debería de saber, pero de las que me termino enterando sin remedio alguno.

—Dice usted que no quiere saber nada, y conozco de buena fé su humildad, Sir Lanchman, sin embargo, no me miente usted, conozco su sabiduría. Siendo así, ¿Qué cree que debería de hacer? —preguntó Zedric, divertido. Él era el tipo de persona que, cuando estaba en confianza, se inclinaba—, ya sabe, para conseguir que mi padre se tranquilice un poco.

—No debe hacer nada. Las cosas pasarán intervenga o no, mi recomendación es que se aleje de todo de una vez, que se proteja y que haga una vida tranquila lejos de los problemas.

Zedric frunció el ceño. Esperaba todo menos una respuesta como aquella. La mayoría de los lacayos, quisieran o no, tenían que tomar bandos. Había señores detrás de cada uno, sabían más de lo que decían, y, —o al menos la mayoría—, eran tan patrióticos que no temerían en tomar el mismo bando que Natán sin remordimientos, diciéndole al príncipe que fuera a la guerra si tenía la oportunidad, que se hiciera más rico si era posible, y así gastara el dinero adquirido en nuevas e interesantes adquisiones.

—Hable con precisión —insistió Zedric, el hombre comenzaba a intrigarlo demasiado— necesito detalles, no redundancia.

—Habrá una gran guerra en el futuro. Sol contra Luna, luz contra oscuridad. Es inevitable y, como sabe, parte de eso siempre empieza gracias a los gobernantes que hay en el planeta. Puede quedarse a tratar de impedir el final de su reino o puede irse y vivir con tranquilidad con familia, felicidad, todo.

Zedric entendió todo entonces. Los sabios más viejos, —y los más sabios, también—, llegaban a dedicarse al delicado escrutinio de los antiguos y complicados escritos de sabios del Reino Sol de tiempos anteriores. Muy en el principio de todo, —e incluso desde antes de que existiera una rivalidad entre el Reino Sol y el Reino Luna—, se decía que habría una guerra entre la luz y la oscuridad. Más tarde, y con una división más notoria entre reinos, los sabios, decidieron que esa guerra eterna que determinaría el final de todo se daría entre los dos reinos ya antes mencionados, una guerra tan inevitable como impredecible.

La mayoría de gente vieja se volvía tan fanática que ya era difícil entender si sus miedos realmente tenían consistencia. Porque sí, los reinos siempre habían luchado entre sí, y también, la guerra siempre parecía cercana y abrasadora. Muchos le temían tanto como a la misma pobreza.

—Pero...

Antes de que Zedric pudiera conseguir más información, Calum entró en la habitación con ese aire juguetón que Zedric bien conocía. Él era bastante cambiante. Habían días en los que estaba feliz, rebosante de confianza, juguetón, y cruel. Otros, simplemente tenía un mal humor, no aguantaba a nadie que se le acercara.

—Más vale que te apresures —fue la forma en que lo saludó—, la cena comenzará cuando todos los Lunares terminen de hacer su desfile de ostentosidad, y no falta mucho. Oh, sólo mira... —Calum suspiró, fingiendo emoción—, está pasando la caravana real. Primero la princesa Piperina, porque aunque es mayor que Amaris bajó de estatus ahora que Amaris está estrenando sus habilidades.

—Calum... —lo regañó Zedric, este rodó los ojos, al instante deteniendo su caminata confiada.

—¿Desde cuándo te comportas como un príncipe decente? Siempre has sido el primero en criticar y divertirse —se burló, sonriendo ladeadamente.

Zedric había cambiado, lo sabía. Hacía mucho tiempo era burlón porque, al comenzar a leer el pensamiento de los demás, empezó a mirar de forma irónica y despectiva la forma en que todos eran hipócritas e insensibles. Con el tiempo comenzó a notar que no todo era tan malo como pensaba, comenzó a ver el valor de los demás y a entenderlos con más fuerza. Sabía, muy dentro de él, que había tanto buenas como malas personas, pero mientras hubieran buenas valía la pena luchar por ellas.

—Desde ahora —respondió Zedric usando un tono seco y enojado. Calum volvió a rodar los ojos, odiando todas aquellas veces que su hermano se comportaba tan seriamente—. ¿Podrías dejarme solo? No me siento particularmente amigable hoy.

—Por los Soles, odio cuando te viene ese lado enojón —fue lo que dijo Calum antes de marcharse. Zedric siguió en la misma posición mientras que Sir Lanchman seguía trabajando con él, así que volvió su mirada al desfile. La Reina Luna estaba llegando, el público estalló en un júbilo vivo y renovado, tanto así que rosas blancas y puras comenzaron a caer desde todas partes, y la Ailiah, satisfecha, se inclinó para recoger una de su carromato, la alzó y le lanzó un beso a su público. Tenía un carisma natural, y Zedric esperaba que sirviera para, aunque sea, también lograr el favor de su padre al menos por aquella vez.

💮💮💮

—¿Hermana, estás bien? —preguntó Piperina a Amaris una vez sus carromatos se hubieron detenido. Una consejera del Reino Sol las esperaba al otro lado del salón, pero ambas la ignoraron.

Amaris se sentía fatal. Las visiones comenzaron a invadirle mientras estaba dando el desfile, un montón de imágenes sobre otros desfiles del pasado. Incluso había visto a Sephira en otro de los festejos del Reino Sol, su porte y belleza estaban tan excepcionales como siempre, Amaris nunca la alcanzaría.

Al menos no había visto guerras aún, por lo que se sentía aliviada. Ver sangre haría que se sintiera aun peor. Ya la había visto muchas veces antes en casa, y la mayoría de las veces terminaba vomitando.

—Me siento —se detuvo, tragando hondo— bien —logró decir, llevándose las manos a las cienes. Suspiró, tratando de relajarse para detener el dolor de cabeza, pero fue inútil.

Estas visiones no eran iguales a la primera que tuvo. Eran más fugaces, como si pudiera ver proyecciones, al estilo fantasmal, formarse frente a sus ojos. Otra visión la embargó. Vió a una versión mucho menos clara de Sephira entrando al palacio, una enorme sonrisa en su rostro, su hermana detrás de ella.

Quería decirle tantas cosas, advertirle sobre lo que iba a suceder...

Pero no podía. A diferencia de la otra visión, en esta sólo se le mostraba el pasado, no viajaba a él. Igualmente, aunque viajara en el tiempo, Sephira sabía. Sabía su destino, y estaba dispuesta a sacrificarse, sacrificarse por un futuro en el que, confiada, esperaba lo mejor de parte de Amaris.

—Dioses, Amaris, no estás bien. ¿Por qué te empeñas en seguir mintiendo? —dijo una voz conocida, Adaliah, que se acercaba a ellas más y más rápidamente—. Deberías cenar en tú habitación, como lo has hecho estos últimos dos meses.

—Adaliah... —le devolvió Piperina, furiosa. Frunció sus tupidas cejas hacia Adaliah, que mantuvo su rostro confiado y esa sonrisa de princesa que tenía practicada desde siempre.

Su madre las había sermoneado ya varias veces, de manera que las palabras de Adaliah habían pasado de ser crueles y públicas a simplemente pasivas y malvadas. Podías leer en sus grandes ojos lo que verdaderamente quería decir, esa mirada alocada no escondía nada.

—Sus aposentos están listos —la consejera, que por fin se había armado de valor para ir a saludar a esas imponentes princesas, les interrumpió—, tal como lo pidieron, sus altezas —esto iba para Piperina y Amaris—, se ha reservado para ustedes unos aposentos dobles. Yo seré quien las acompañe.

—Le informaré a la Ailiah que no asistirás a la cena, pequeña Amaris —dijo Adaliah, fingiéndose amable, como siempre que estaba frente a personas desconocidas—, preferiría eso a hacer el ridículo frente a todos.

Antes de que Amaris pudiera responderle Piperina la detuvo poniendo una mano en su espalda, tanto como consuelo como para impedirle el paso. Amaris gruñó, molesta.

Sabía que pelear no serviría de nada. Adaliah seguiría siendo la misma de siempre hiciera lo que hiciera.

—No sabes como deseo que cambie —dijo, los brazos de Piperina aun la rodeaban.

—Todos lo deseamos —concordó Piperina.

🌙🌙🌙

A Amaris le gustaba peinarse por sí misma. No le gustaba que le ayudaran a vestirse, a bañarse, o algo parecido. Quería ser autosuficiente, y su motivación  aumentó aun más cuando recibió sus habilidades. Aún así, siempre tenía a alguien observándola. Una chica que la acompañaba a todas partes. Se trataba de su dama, Natasha Birdwind, una dulce chica de cabellos azules.

No podía concentrarse. Horribles visiones de guerras comenzaron a invadirla. Personas peleando de un lado, lanzándose fuego por el otro.

Sus manos comenzaron a fallar. Temblaban debido a que sus nervios apenas podían controlarse.

—Princesa, ¿Se encuentra bien? —preguntó Natasha, preocupada. Su rostro alargado, como de elfo, se contrajo, sus labios fruncidos indicaban su incomodidad.

Natasha era el tipo de chica linda y dulce que uno siempre quiere tener como amiga. Tenía ojos grandes, azules, brillantes, cabello azulado casi negro lacio y con puntas mucho más claras. Había sido amable con Amaris desde el momento en que se habían conocido.

-Yo... —se detuvo, su garganta seca. Acababa de ver como le cortaban la cabeza a un campesino frente a sus ojos. Seguro esa habitación había sido una cámara de tortura hace muchos años, pensó al principio, luego recordó que a dónde quiera que había ido se encontraba mirando ese tipo de escenas tan maquiavélicas—. Estoy bien.

—¿Le ayudo a vestirse? —preguntó. Amaris negó con la cabeza, estaba comenzando a respirar con dificultad. Tenía que lograrlo a como diera lugar. Si no podía nisiquiera peinarse no podría hacer nada.

—No, yo puedo sola —contestó Amaris, recompuesta.

☀️☀️☀️

—Buenas tardes, padre, ¿Querías hablar conmigo? —preguntó Zedric. Se inclinó para hacer la reverencia real, su padre lo saludó.

—Sí, hay muchas cosas que debemos tratar —dijo el rey Amón Mazeelven. Zedric comenzó a tratar de de imaginar en su mente lo que su padre quería decirle—. Vas a casarte —anunció.

En el Reino del Sol el matrimonio era importante, pero, más que nada, el con quién se casaban. Zedric se fijó en su padre, que aunque a pesar de los años seguía siendo grande y fuerte. Tenía mucho más peso que antes, lo que no lo favorecía mucho, aún así, a pesar de no tener su figura de antes, la envidiable, iba a la guerra, mataba a quien se aparecía frente a él, y la gente seguía y seguía temiéndole. Trató de recordar a su madre, una de las más hermosas aun a pesar del tiempo, era la que iluminaba la presencia de su padre, sin duda alguna.

—¿Con quién? —fue lo único que Zedric pudo contestar.

—Con Elina Houndlight. Ella y su familia ya están enterados, todo se anunciará hoy.

—Lo tendré que aceptar —respondió Zedric. Elina no era un mal partido. Era hermosa, tenía un buen cuerpo, su familia era, sin dudas, una de las más poderosas del Reino del Sol. De hecho, o era ella o alguna otra chica parecida, no tenía sentido reprochar—. ¿No pudo usted haberme dicho antes? Digo, para que me preparara.

—Claro que no —respondió el rey, divertido— Capaz y te ibas a desquitar con una de tus putas y me dejabas un bastardo para mantener. Pero me gusta como estás reaccionando. Tienes que ganar el favor de las casas nobles y una boda es el primer paso para eso. No subestimes el tiempo que falta para las elecciones.

—Lo tengo claro —dijo Zedric, consciente del peso que tenía sobre sus hombros—. No te defraudaré.

Antes de que pudiera contestar, las trompetas reales soñaron anunciando la cena. El rey y Zedric intercambiaron miradas, sabiendo que aún se aproximaba otra gran jornada. La trompeta real anunciaba la última oportunidad para llegar, y el rey, siempre, era el último en llegar.

O al menos lo había sido así hasta esa noche.

Salieron de la sala del trono yendo directamente al gran salón. Una vez llegaron a la cima de las escaleras que llevaban a este, se detuvieron para que los lacayos anunciaran su llegada.

Primero pasó Zedric.

—¡Casas del reino Sol y del reino Luna! —anunció el lacayo—, con ustedes, ¡El príncipe Zedric, heredero de la casa Mazeelven!

Todos los rostros se giraron hacia él, en respuesta al anuncio. Zedric bajó, tan confiado como siempre.

Pensamientos cientos. Todos sobre él. Zedric se sintió abrumado por un segundo. Un segundo era lo único que podía permitirse.

—¡Casas del reino Sol y el reino Luna! ¡Presten sus respetos al gran y honorable rey Amón Maseelven, protector y máximo gobernante del reino Sol!

Esta vez, a diferencia de la anterior, todos hicieron una reverencia en honor al rey, incluyendo la Gran Ailiah, a pesar de que sus puestos fueran parecidos.

Sus amigos se acercaron a Zedric rápidamente, como siempre.

—Son unos malditos —gruñó, su vista aun seguía fija en su padre y en como saludaba a todos con elegancia—. Estoy seguro de que ya sabían de mi compromiso y no me hablaron de ello. Debí haberlo leído en sus mentes.

—Sabemos como esconder cosas de tí —respondió Nathan, dándole un empujón divertido—, en especial Calum. De todos modos, será una buena esposa. Tú padre eligió a la más bella, a la más talentosa, la que se destaca más y tiene más conexiones. Hizo muy bien, en realidad.

—Claro que lo será, también será mi reina, mi padre no podía tomárselo a la ligera.

—Hablando de esposas —interrumpió Calum, sin fingir para nada que tenía la vista puesta en las princesas, que serias, rodeaban a su madre—.  He oído que la princesa Amaris acaba de detener su compromiso debido a que sus habilidades son muy... —esto lo exageró— poderosas.

—No me hables de los lunares, he tenido suficiente de ellos —se quejó Zedric—, de su guerra, de sus peleas, de sus...

—Pero Amaris es especial —observó Natán, si ceja arqueada mientras miraba a Zedric—, tiene poderes de clarividencia. Puede ver cosas en el pasado, en el futuro, cosas del presente. Dicen que incluso puede servir para investigaciones y cosas por el estilo.

—¿Investigaciones? —preguntó Zedric, interesado, justo lo que Natán buscaba—, quiero saber más de ella.

—Ahora si te interesa, ¿No así? —se burló Natán, divertido. Antes de que Zedric pudiera contestar, una voz llamó su atención:

—Príncipe Zedric, me alegra verlo de nuevo —interrumpió Elina, llamando su atención. Ella acababa de plantarse detrás él, llamándolo por el hombro.

Zedric se giró hacia ella, notando que lucía tan imponente como la recordaba.

No era un mal partido, de hecho, era bellísima. Sus ojos eran mieles, su cabello rubio, rizado, y brillaba a la luz de las velas, bastante largo, su mejor atributo. Mientras, su mentón era cuadrado, sus labios carnosos y rojos. Tenía un cuerpo maravilloso, bastante bien proporcionado, con una cintura pequeñísima y un corpiño bastante lleno también.

De sus pensamientos, Zedric oyó:

«Zedric es tan buen partido... él me hará una reina. Seremos la pareja más perfecta del reino, él es guapo, seguro tendremos muchos hijos»

—Sí, a mí también me alegra, prometida —bromeó, tratando de notarse amable, aunque no se sentía así—, ¿Desde cuándo sabes sobre esto? Quiero creer que te enteraste como yo, hoy.

—Lo sabía desde hace un mes. Me he estado preparando específicamente para esto. Para conocerlo.

—Bueno, eso es halagador —respondió Zedric, no tenía mucho que decir. Ante la vaga respuesta de su prometido, Elina entrecerró los ojos.

—Sé que puede leer mi mente, príncipe, y me alegra que haya podido ver todo lo que deseo de nuestro matrimonio. Desde ahora le dejo en claro que no seré una esposa despechada, dejada de lado, con muchos hijos y con muchos bastardos detrás de ella. Seré su reina y usted me respetará, me respetará por lo que soy.

—Alto ahí, detén toda esa llamarada —dijo Zedric, divertido. Tenía que admitirlo, esa actitud tan confiada le gustó. Elina no se iba con rodeos—.  Entiendo eso del honor de una dama de casa noble, pero aun no nos hemos casado y deberías andar con cuidado, ¿Entendido?

—Bien. Andaré con cuidado, príncipe.

Dicho esto, Elina hizo una reverencia y se despidió de Zedric, sus pasos eran confiados y seductores. Zedric suspiró, tenía una vida muy cansada por delante. Aunque, si se lo pensaba bien, Elina era diferente a como la imaginaba. Tal vez no sería tan malo.

🌙🌙🌙

—Tal vez debería de seguir los consejos de su hermana y faltar a la cena —le aconsejó Natasha a Amaris, con la mirada llena de preocupación—. Yo le haré compañía, no tiene porque preocuparse.

—Estoy bien —respondió Amaris, sintiéndose mejor de lo que se había sentido en mucho tiempo—, me siento radiante.

No se sentía radiante. Apenas si podía mantener sus pensamientos tranquilos. Aún así, su cuerpo ya no sucumbía a sus pensamientos, no se sentía débil, o inservible. Al menos podía mantenerse en sí.

—Me alegra, princesa, pero...

—No —sentenció. Habían llegado a la entrada del salón, las mismas escaleras por las que hace unos segundos habían pasado Zedric y el rey—. Más vale que te prepares para pasar, porque seremos las últimas en llegar y eso es un poco descortés considerando que nadie puede pasar a la cena hasta que todos hayan llegado al gran salón...

—Pero, ¿Cómo lo sabe? -preguntó Natasha, Amaris sonrió ladeadamente.

—Mis habilidades no son tan malas. Lo he visto.

Natasha entrecerró los ojos al oír la respuesta de la princesa. No le había visto en tan buen estado en todo el tiempo que llevaba acompañándole. Alzó sus faldas, las acomodó y fue la primera en pasar debido a que tenía un menor rango que el de la princesa.

Entonces fue el turno de Amaris.

—Reino de la Luna, Reino del Sol, con ustedes, ¡La princesa Amaris Stormsword, la amada por la Luna!

En este punto de su vida ella estaba tan acostumbrada a tener las miradas de los demás sobre ella que no le fue muy difícil pasar frente a todos sin perder la confianza.

Una antigua tradición en el reino del Sol es que nadie podría pasar a la cena hasta que todos los invitados hubieran llegado. Generalmente el rey era el último en llegar a la reunión, por lo mismo Amaris causó tanto escándalo. Había confirmado su asistencia, y aún cuando varios lacayos habían ido a reconfirmarla, —como si supieran que no iba a asistir—, ella insistió en que debían de esperarla, a cómo diera lugar.

Le daba lo mismo. Hablarían de ella llegara temprano o no.

Las puertas se abrieron, el rey fue el primero en pasar, seguido de un montón de personas de las casas del Sol, la Luna, y casas independientes. Todos ellos subieron las escaleras detrás de ellas que llevaban al gran comedor.

Zedric, que se quedó intrigado al oír de las habilidades de Amaris, fue hasta ella.

—Santa Luna, ayúdame por favor —maldijo ella con labios apretados. Sabía lo que venía, que Zedric intentaría hablarle. Era conocido por ser impredecible, y ella no sabía que esperar. Aún cuando viera el futuro, existían muchos de ellos, a veces cambiaban, y Amaris terminaba viendo todas y cada una de las ramificaciones que podían suceder. En general no eran tantas, pero, tratándose de Zedric, tuvo más de diez visiones distintas sobre una misma conversación.

—Que raro es que alguien me reciba de esa manera —se presentó Zedric, su sonrisa ladeada fue seguida de una elegante reverencia—, tratándose de mí, el príncipe heredero, la mayoría tiene la mejor de las actitudes cuando tiene que conocerme.

—Se olvida que soy una princesa también. Tengo el mismo rango que usted e incluso más privilegios porque soy una invitada —suspiró, dando a entender que se estaba aburriendo—. ¿Puede apresurarse y decirme que necesita de mí? Tengo mucha hambre.

—¿Necesitar? ¿Yo? —se excusó Zedric, divertido—. Sólo quería conocerla, es usted una joven con la que no he tenido el gusto de...

—Seamos honestos, príncipe —interrumpió ella—. Usted nunca se ha interesado en mí. He venido a un sin fin de las fiestas que se orquestan en este palacio, pero usted ni una vez se había interesado en hablarme. Algo quiere, y, si mis sospechas son ciertas, tiene que ver con el nuevo poder que poseo. No es el primero que se acerca a mi con esas motivaciones.

—Lo admito —dijo Zedric— Me gustaría hacer un intercambio con usted —mientras hablaba, él acariciaba sus rulos, la bella caída y el largo que tenían. Estaban bien peinados, múltiples trenzas que se entremezclaban y hacían espléndidas figuras. Fue demasiado tiempo teniendo contacto con ella, porque, de pronto, una conexión firme con sus pensamientos permitió que viera una de las visiones que ella estaba teniendo. Parecía un antiguo baile, había gente con vestimenta de todos colores, mucho más llamativa, a la manera de unas seis o siete generaciones más antiguas que la de él. Saliendo de su letargo, Zedric consiguió decir—: Usted me da un poco de información acerca de sus visiones y yo te doy un poco de información sobre los pensamientos de alguien, quien sea.

—Lamento defraudarlo, príncipe Zedric, pero tendré que declinar su oferta. No necesito nada de lo que usted me ofrece —contestó Amaris, al momento que se disponía a ir a la cena. Zedric la detuvo tomándole de la muñeca.

—Tiene que...

Cuando él tocó a Amaris algo muy extraño sucedió. Podría describirlo como un choque de dos puntos distintos, un choque eléctrico. Las visiones de Amaris se intensificaron, Zedric entró a la mente de todos en el castillo. Al parecer, sus poderes parecían nutrirse entre sí de una forma que ninguno de los dos parecía entender.

Lo que vieron fue catastrófico. Nunca en la historia del reino sol la casa Mazeelven y la casa Stormsword habían estado en guerra. Pero en esa visión, quien sabe donde en el futuro, había guerreros de ambas luchando ahí mismo, en el palacio.

—Suéltame! —gritó Amaris, empujando a Zedric lejos. Este salió volando y cayó en la pared adyacente a ellos—. Nunca vuelva a tocarme -le advirtió antes de marcharse.

Zedric no podía creer lo grande que era el poder de aquella chica. Sólo tenía dieciséis años, apenas estaba aprendiendo a usarlo, y se notaba. Aún así, nunca había visto nada semejante.

☀️☀️☀️

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top