Capítulo VI. «Pescador»

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Amaris regresó al mundo sintiéndose extraordinariamente mal. Sólo abrir sus ojos resultó doloroso y difícil. Intentar sentarse lo fue todavía más, su espalda se sentía pesada y fría, además de que sus articulaciones ardían cada que intentaba moverse. Ni hablar de sus músculos, todos adoloridos, o su cabeza, que parecía punzar de mil maneras distintas. Todo en ella se sentía mal.

Los recuerdos comenzaron a regresar a su mente. Lo linda que Sephira había sido con ella, la extraña aventura de la que habían sido partícipes, los riesgos que habían estado llenos de trabajo en equipo, de complicidad, todo para después verla morir.

Triste, llena de resentimiento con ella misma, el corazón doliéndole como nunca debido al  conocimiento de su sacrificio, no pudo evitar echarse a llorar.

No le importaba nada, ni siquiera donde se encontraba. Sólo lloraba y lloraba, sollozos siguiéndole cuando las lágrimas parecieron haberse acabado. Le dolía el pecho, su mente iba rápidamente y sin remedio, no podía detener el sufrimiento de ir y venir, de hacerla sentir impotente e inútil.

Sin más que hacer, observó el cuarto en el que se encontraba. Estaba hecho todo de madera clara y relajante, pequeño y con una larga puerta que seguramente llevaba al baño al extremo de otra que parecía ser la entrada principal. Aún cuando parecía sencillo, había pequeños detalles que hacían que Amaris se sintiera en casa. Desde los grabados en la madera hasta los pequeños muebles, que parecían estar tallados con el más mínimo detalle, o las pinturas que estaban en el techo, dibujos pintados con una especie de granito brillante. También habían cosas que hablaban del dueño que vivía ahí, como los mapas, apuntes, y tinturas que rondaban por todas partes. La ropa estaba finamente doblada, mientras que varios artefactos de lucha yacían bien ordenados en una especie de caja que estaba también bien escondida al fondo de la habitación, cerca del baño.

No le fue difícil reconocer que se encontraba en un barco al momento que se estiró y vio a través de la pequeña ventanilla a su lado el mar, ondulado y tempestuoso. Debían de estar cerca de la costa real, porque habían muchos buques y navíos grandes alrededor.

Suspiró, trató de verle el lado bueno a las cosas aun cuando  seguía sin dejar de sollozar.

La primera, estaba viva.

La segunda, había sobrevivido a su primera visión.

La tercera, alguien bueno la había encontrado. Si  no fuera así, probablemente ya estaría en algún sótano o alcantarilla junto a los peores traficantes en camino a las islas de la muerte. (Siete horribles islas en las que todo era posible). Estaba tranquila, cómoda, y bastante bien.

—Me imagino que tendrá hambre —interrumpió sus pensamientos una voz masculina. Amaris subió la mirada, encontrándose con una cara conocida. Un joven de la edad de su hermana Adaliah, llamado por la Luna, con ojos azules claros y un porte majestuoso combinado con un fuerte cuerpo bien constituido. Se trataba de Ranik Sandwave, miembro de la mayor casa pesquera del planeta. Sus rasgos eran fuertes, en su nariz había una pequeña protuberancia, dándole un aire levemente tosco, además de que tenía una barbilla pronunciada y cabello rizado que lo hacían ver aún más salvaje—. He traído un poco de sopa de camarón, es lo único que los pescadores tenemos siempre para comer, pero espero que sea bueno para usted, princesa.

—Pero si usted no es un pescador —respondió ella con un tono cantarín y divertido. Ranik, impresionado por la confianza de aquella pequeña princesa, trató de no mirar sus oscuros ojos azules, que cuando se centraban en él sentía que lo absorberían de por vida—. Usted es Ranik Sandwave, el heredero de los Sandwave, una casa de mucho renombre.

—Puedes llamarme de tú —la corrigió Ranik, la mandíbula apretada y su posición firme sin ser prepotente. Amaris notó que se encontraba incómodo, aún cuando él intentaba ocultarlo a como diera lugar. Era un hombre experimentado, y firme, pero el no saber nada de la princesa y tener mil protocolos en su cabeza no era de mucha ayuda, llenándolo, aparte de un cuidado nerviosismo, de incertidumbre—. Pero no, ser un Sandwave no impide que sea un marinero. Lo soy, por más difícil que sea de creer.

—No es tanto porque sea difícil de creer, sino porque tienes responsabilidades como el heredero de tú casa y por ser un llamado por la Luna, así que me es difícil creer que puedas dedicarte a ser un marinero.

—Todos dicen lo que usted dice, princesa —contestó Ranik, divertido. La confianza con que Amaris hablaba junto con su tono enfermo y su mirada llena de energía era una rara combinación que, poco a poco, iban ganándose la confianza de Ranik, un carisma bastante nato, proveniente de aquella jovencita—. Pero no. No recibiré el poder de gobernante hasta que mi padre no haya cumplido los sesenta años, y para eso faltan doce años con exactitud. Así pues, mi padre ha decidido darme un poco de libertad.

—Háblame de tú, no quiero que sólo yo pueda hablarte de esa forma —al ver que Ranik estaba por reprocharle, Amaris se explicó—. Es muy incómodo, siendo tú mayor que yo. Y entiendo que quieras tener libertad, yo misma quisiera tenerla, pero es imposible.

—Así que es por eso que decidiste escapar en el pleno día de tú ceremonia —observó Ranik. Al ver la reacción de Amaris, que apretó los labios, el siguió—: ¿O no?

Antes de hablar, Amaris suspiró y bajó la mirada. Solo tratar de componer sus pensamientos le daba una jaqueca tremenda. Sentía nublados todos y cada uno de sus sentidos, pero, temía que si se forzaba mucho, todo vendría a ella de nuevo, su poder tan incontrolable que terminaría al otro lado del mundo, en una visión que no podría controlar.

—No recuerdo nada. Sólo sé que desperté en el medio de la nada después de haber tenido mi primera visión y luego... —carraspeó, los recuerdos acumulándose en su mente—, me desmayé.

Para Ranik también había sido una experiencia fuera de lo normal encontrar a Amaris en el estado en el que la había encontrado. Sola, en el medio de la nada, tan fría y pálida que casi la creyó muerta. No la conocía, solo de vista, apenas si habían cruzado palabra una que otra vez, pero seguro que se sintió asustado al verla tan mal. Como siempre que estaba nervioso, comenzó a hablar de lo que había sucedido según lo que sus experiencias anteriores le decían, siendo así, dijo:

—Es difícil de creer, pero me llevé un buen susto gracias a tí —Amaris se sonrojó, él siguió—: Esta isla es peligrosa en invierno, nadie viene porque el hielo es incontrolable, fuerte, bravo. Sólo un llamado puede pasar sin ser aplastado. No esperaba encontrar a nadie, ni siquiera ví botes, nada con lo que hubieras podido llegar.

—Entonces, ¿Cómo es qué sucedió? ¿Cómo...? —suspiró—. ¿Cómo llegué aquí? ¿Dónde me encontraste? Ni siquiera lo recuerdo...

—Los poderes que la Luna dan son increíbles. Ella lo puede todo —contestó Ranik, tratando de entender lo que sucedía—: He hecho cosas inimaginables con mis habilidades desde que las adquirí, y no dudo que tú hayas llegado aquí con el manejo del agua y el hielo que la Luna proporciona. Hacer eso no es fácil, y usar tanto poder en bruto debió de haber causado tú debilitamiento. Cuando te encontré estabas casi al borde de la muerte. 

—Pero... —Amaris seguía tratando de asimilarlo— Si es... imposible. ¡No soy tan poderosa, ni siquiera tenía poder hasta ayer, y...!

—Puedo sentir la gran conexión que tienes con la Luna y su magia —insistió Ranik—. Y admítelo, no puedes saber cuánto poder tienes, porque nunca lo habías usado. Es cierto, pocos tienen el poder de manejar el agua con tanta presteza, la mayoría solo podemos hacer hielo, manipularlo con mucha facilidad. Aún así, se puede. Las Birdwind pueden hacerlo, ellas...

—Las conozco —interrumpió Amaris. No quería saber nada de su poder, estaba comenzando a temerle.

—El punto es... —Ranik continuó— Esta isla es el punto espiritual más fuerte de todo el planeta. Ella te trajó aquí, así que sea lo que sea que hayas visto en tú primera visión, es mejor que lo aprecies.

—Apreciar —dijo Amaris, saboreando la palabra—. No creo que pueda hacerlo. De todos modos yo... —carraspeó—, lo intentaré.

—Una decisión sabia, princesa —dijo Ranik, dedicándole una pequeña sonrisa. Le tendió la sopa, ella comenzó a comer con ganas, saboreando cada bocado—. Me alegra que le guste. Saldremos a la isla real en cuanto la nieve se detenga, le avisaré entonces.

—Me avisarás —corrigió ella, justo cuando terminó de comer la sopa. Vaya que había estado hambrienta. De hecho, aun lo estaba—. ¿Podrías traerme un poco más? —pidió—. Sería genial.

—¿Genial? —preguntó Ranik, esa palabra sonaba bastante diferente a su vocabulario normal.

—Maravilloso, aunque más corto. Es una nueva palabra del reino del Sol que oí en la reunión pasada. Ellos no me agradan pero sus inventos sí. Oí que... —al ver el rostro de Ranik, que si bien no era taciturno se veía bastante confundido, ella se interrumpió, luego dijo—: Lo siento, me he extendido. Me gustaría no regresar nunca, pero ambos sabemos que no sobreviviría a un día en el mundo real —trató de levantarse, pero estaba demasiado débil. Antes de que se tropezara, Ranik la detuvo, ayudándole a volver a acostarse.

Ranik sintiéndose idiota, terminó viendo aquel par de ojos que había evitado ver en toda su conversación. Se miraron por tres segundos, entonces se soltaron y él la ayudó a volver a su cama.

—Descanse, por favor —la incitó. Amaris suspiró, triste, molesta, demasiado cansada. Ranik siguió insistiendo—: Le hará bien. Cuando lleguemos a la isla estará fuerte, créame.

—Háblame de tú —contestó Amaris, divertida. Le gustaba retarlo—. Eres mayor que yo. Veinticuatro años, ¿No es así?

—Estás en lo correcto. Sabes mucho sobre las casas, tal como una princesa debe de hacer. Sólo descansa, todo estará bien.

—Bien, lo haré, sólo porque me has salvado. Muchas gracias.

—Siempre hay que servir a nuestro pueblo —se justificó él, antes de dejar a Amaris sola en aquella habitación. Ella volvió a mirar hacia la ventanilla, no teniendo nada más interesante que hacer. Todas esas olas comenzaron a marearla, haciéndola volver al mundo de los sueños.

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El sueño de Amaris no duró mucho. Unos cuantos minutos después de que el barco hubo avanzado ella despertó, mareada.

Caminó directo al pequeño baño a un lado de ella y regresó toda aquella sopa de camarón que había ingerido. Su cabeza dolió amargamente, sus cienes palpitaron como nunca y su garganta ardió a consecuencia de aquello. Soportó todo dolorosamente, con la esperanza de que todo volviera a la realidad al volver al castillo.

Una vez llegaron, Amaris trató de parecer lo más compuesta posible, porque, aunque había mejorado considerablemente de cuando se levantó, aun sentía dolor en todo su cuerpo. Se levantó, alisó su vestido, y salió hacia la cubierta.

El puerto estaba precioso, como siempre. El palacio estaba al fondo, pero, frente a ella estaban todas esos pequeños y pintorescos puestecillos de pescadores. Los caminos eran adoquinados, con piedras blancas brillantes que de vez en cuando brillaban con el sol, y la ciudad, al fondo, tenía puros edificios igual blancos, azules, o morados.

La diferencia entre ese día y el anterior era que, al verlo, raras siluetas, como fantasmas, estaban en su campo de visión. Seguro se trataba de una visión del pasado, pero no era tan mala como habría imaginado. Estaba viendo a sus antepasados, todos frente a ella.

Centró su vista en el cielo, viendo a las gaviotas, que revoloteaban de un lado al otro y en ocasiones se acercaban a pescar en el mar a pesar del frío clima.

El palacio era grande y espacioso. Estaba al final de la isla, alejado de la ciudad. Aún así Amaris tenía muy buena vista, pudiendo apreciar las torres más altas, ubicadas en las esquinas, así como también los amplios balcones, que tenían su vista hacia el mar. Todo el palacio estaba hecho de mármol, y brillaba, pero eso no fue lo que más llamó su atención, sino su madre, que estaba ahí, mirándola con severidad.  No sabía como interpretar esa mirada. Tenía un poco de enojo, alivio, y estrés. Amaris sintió como su corazón comenzó a latir con rapidez, reaccionando a su nerviosismo.

—Todo estará bien princesa, deja de preocuparte —trató de animarla Ranik. Al no oír contestación de ella, él siguió—: He pagado por un carruaje que te lleve a salvo al castillo. Sólo son unos cuantos metros, pero me preocupo por tí. Llegarás a salvo y desde ahí te cuidará la servidumbre.

—Oh no, de eso ni hablar —contestó Amaris, divertida y nerviosa al mismo tiempo. Dejó de mirar a la amplia torre real, y regresó a fulminar a su nuevo amigo—. Tú vendrás conmigo, te has ganado mi amistad por salvarme y hablarme de tú a pesar de tus modales, así que ahora me darás apoyo moral, lo necesito mucho.

—Pero... —Ranik parecía inseguro, cambió del pie en que estaba sosteniendo, y se llevó una mano a la cabeza, hasta desviando la mirada.

Ranik era un noble bastante notable. Su casa era de las más ricas del reino, sabía manejarse perfectamente en la corte, más no le gustaba demasiado llamar la atención. Siendo así, y con su amor por el mar y las olas, prefería mantenerse ocupado en sus negocios que en las intrincadas tramas reales. 

—Tienes que hacerlo —interrumpió ella—. O literalmente estaré muerta —al ver la reacción de Ranik y viendo un poco de confusión en sus ojos, ella insistió—: Es una orden real.

Amaris sabía que necesitaba compañía. De ir sola todo el poder de su familia estaría sobre ella, y su madre no podría controlarse, eso sin mencionar que Adaliah estaría todo lo insolente que se podía estar o que Piperina la regañaría por ser tan imprudente.

El camino hacia el castillo fue corto y callado. Ranik y Amaris miraron el paisaje desde sus ventanillas, inmersos en sus propios pensamientos.

Cuando hubieron pasado el gran lago, (porque el puente por el que se podía acceder al castillo, pasando las murallas, estaba al otro lado del puerto) Amaris sintió embargarle una familiaridad increíble. Estaba en casa y, aunque posiblemente su madre no la dejaría salir a los jardines hasta que hubieran pasado por lo menos diez inviernos, se sintió tranquila.

Una vez hubieron aparcado, Ranik ayudó a Amaris a bajar del carruaje. Todos fijaron la mirada en ella, la despeinada y sucia princesa que había desaparecido de la nada. Ella se aferró va su brazo, llena de nerviosismo, y ambos fueron directamente al gran salón de la Ailiah.

En ese salón, adyacente a la gran entrada, las Ailiahs tomaban las decisiones más importantes del reino y se daban los decretos reales reunidos con los miembros de la corte. No era el lugar más indicado para un reencuentro familiar. Las altas paredes eran elegantes, blancas, brillantes y limpias, hechas de puro azulejo, pero también frías.

El trono de la Ailiah, grande, hecho completamente de tiruita, con piedras preciosas rodeándole de todas las denominaciones, se encontraba en una posición alzada, demostrando autoridad. Si era posible, todo en conjunto hacía a su madre la persona más terrorífica que hubiera visto alguna vez. Claro, el que sus hermanas estuvieran detrás de ella sentadas en sus propios tronos, una versión más pequeña y sencilla que el de su madre, no ayudaba para nada.

—Mis más honorables saludos —se presentó Ranik, haciendo una reverencia tal como el protocolo lo demandaba. Era un poco gracioso, porque él no tenía exactamente la apariencia de un noble. Usaba una holgada y sucia remera blanca que, aunque no le hacía mal mostrando su trabajado cuerpo, era todo menos lo que se usaba entre nobles. Sus desgastados pantalones pesqueros de pana no eran mejores—. Soy...

—Ranik Sandwave —interrumpió Bryanna, tan fuerte y poderosa como siempre—. Heredero de la casa Sandwave, gran cazador, pescador, astrónomo y, ahora, el salvador de mi hija. ¿Se puede saber dónde la encontró?

—En la isla Sezelhem —respondió él. Tanto las princesas como Bryanna se miraron entre sí, confundidas—. La encontré desmayada justo debajo de la cascada. He de deducir que fue debido a que la Luna la llamó hasta ahí. Cuando los llamados hacemos la ceremonia de iniciación...

—Amaris escapó antes de hacerla, eso es imposible —interrumpió la Ailiah Bryanna, incrédula. Al ver el rostro avergonzado de su hija, cayó en cuenta de lo que había sucedido—. ¿Es eso posible? ¿La hiciste sola?

—Lo siento. No era mi intención preocuparlas —se disculpó Amaris, avergonzada. Tenía miedo, y se notaba. No las miraba directamente, mucho menos soltaba a Ranik, de quién no había dejado de aferrarse—. Sólo es que quería hacerlo sola, por mi cuenta.

Tanto sus tres hermanas como su madre la miraron tan duramente que las piernas de Amaris parecieron debilitarse. Aun así, su madre se mostró generosa. Un poco decepcionada, aunque también impresionada por las habilidades de su hija, no tuvo más opción que decir:

—Estuvimos preocupadas, claro, pero nos alegra saber que estás bien y que no desafiaste al reino —centró su mirada en Ranik, para luego continuar—. Afortunadamente Ranik estuvo ahí para encontrarte, de otro modo seguramente todo habría acabado diferente. Consejero real, manden quinientos mil dranios de oro para la familia Sandwave esta misma tarde...

El consejero comenzó a anotar las órdenes de la reina, su mirada, como siempre, era indescifrable. Aún así, cuando miró a Amaris, una pequeña mota de luz en ellos pareció demostrar lo divertido que se sentía. Seguro todos hablarían de ella al día siguiente.

—No tiene porque remunerarnos de esa forma... —interrumpió Ranik, dando muestra de su sencillez. La Ailiah Bryanna hizo un leve movimiento de manos, restándole importancia. Luego sonrió. Pocas veces se le veía sonreír de esa manera, una sonrisa complacida por encontrar a alguien que no quería estar ahí, que no rogaba por su atención.

—Ha salvado a mi hija, merece eso y mucho más. Sino fuera porque el festejo de celebración del milenio del Reino del Sol está a la vuelta de la esquina celebraría una gran fiesta a su nombre. Ya que no es así, deje que lo cuidemos en el palacio por un par de semanas.

—Pero... —trató de justificarse él, no era muy de su agrado la idea de quedarse en el palacio invadiendo con su presencia, soportando a la tediosa corte y sus protocolos. La Ailiah Bryanna lo interrumpió de nuevo, diciendo:

—Es una orden real —exactamente de la misma forma en su hija lo había dicho hace unos instantes.

—Siendo así, tengo muchas cosas que arreglar en el puerto. Estaré aquí para la cena. Si me disculpan... —Ranik hizo una reverencia, despidiéndose, luego dió media vuelta y se marchó con ese porte tan característico de los Sandwave.

—Tuviste mucha suerte, querida —dijo Bryanna, una vez estuvo fuera—. ¡¿Cómo te atreves a hacer semejante atrevimiento?! Una princesa debe mantenerse sujeta a las tradiciones lunares tal y como de lugar. Esto que acabas de hacer...

—Madre, lo siento —se disculpó Amaris, no dudando en centrar la mirada en su madre y hermanas a pesar de la severa forma en que la miraban—. Lo siento, en verdad. No debí hacerlo. Aun así, yo sé mis motivos, y espero que puedas aceptarlo.

— ¿Aceptarlo? —preguntó Bryanna, incrédula—. ¿Qué crees que hubiera pasado si morías? Yo hubiera tenido que... ¿Aceptarlo? —una risa insípida salió de sus labios, haciendo a Amaris sentirse aun más miserable. Nunca se había sentido tan débil espiritualmente—, ¿Cómo se supone que supiste de la ceremonia de iniciación?

—Yo... —Amaris carraspeó, la agria mirada de Adaliah le hizo pensar dos veces el sí hablar o no, así que tragó hondo antes de responder—, es complicado.

—Fue Adaliah —dijo Piperina, a la que no le importaba lo que su hermana dijera—, ella nos lo dijo hace varios meses, justo el día en el que los Furyion llegaron.

— ¡Tú! — gritó Adaliah, furiosa, al momento que iba hacia su hermana. Alannah la detuvo poniéndose entre las dos muy rápidamente con el uso de sus habilidades—, ¡Alannah! ¡Suéltame!

— ¡Alto! —gritó su madre, deteniendo su discusión—. Es obvio que necesitas mucha más paz espiritual—se dirigió a Amaris—, por eso mismo traeré a los mejores tutores para ayudarte. En cuanto a sus disputas entre hermanas... —suspiró—, creí que serían lo suficientemente maduras como para resolverlo solas, pero está claro que estuve equivocada. Esperaba más de ustedes, en especial de tí —Adaliah sonrió abiertamente al oír esto, la idea de que reprendieran a Piperina le satisfajo por varios instantes—, Adaliah.

—¿Qué? —preguntó, incrédula, su madre la miró fijamente, aparentemente cansada de discutir esos temas.

—Tengo todo un reino que gobernar, no tengo tiempo de tratar con tus caprichos. ¿Crees que no he notado cómo tratas a tus hermanas? Es decepcionante. ¿Qué tan alto llegará ese ego una vez que tomes el poder?

—Yo... —Adaliah estaba tan avergonzada que sus blancas mejillas se colorearon de rojo, Piperina sonreía como una pequeña niña con un dulce.

—No está a discusión. Considéralo, hija mía, porque no quiero tener que ceder el trono a Alannah en vez de a ti.

Esas simples palabras hicieron que todo el mundo de Adaliah se quebrara en dos segundos. Alannah frunció el ceño, no creyendo que ella pudiera recibir el poder, aunque la idea cerniéndose firmemente en su mente, el poder estaba a la vuelta de la esquina.

Por su parte, Amaris se sentía tranquila de que todo hubiera pasado. Todo parecía sencillo. Sus alucinaciones no se estaban haciendo presentes y al parecer ahora tenía a un nuevo e interesante amigo.

Tal vez las cosas no estaban tan mal.

Excepto por...

Excepto por Sephira.


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