Capítulo V. «Sé fuerte»
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- ¿Qué suce... ?
Antes de que Amaris pudiera terminar aquella frase, sintió como aquella chica que la acompañaba, (o a la que ella acompañaba, aun no lo tenía claro), tapó su boca, silenciándola. Amaris notó que podían tocarse a pesar de su estado fantasmal, algo alucinante y terrorífico al mismo tiempo.
Segundos después la dejó libre y Amaris, usando su cordura, se mantuvo en silencio tal como la chica, que lentamente se asomó por uno de los bordes de aquel conjunto de cajas delante de ellas. Una vez hubo notado que no había moros en la costa, volvió a girarse hacia Amaris, para decir:
-Tienes muchas cosas por aprender. La primera, hay muchas formas de tener visiones. La segunda, hay peligros en todas. La tercera, por el amor a la Luna, piensa antes de actuar.
-Pero...
-Mira, esto es lo básico -comenzó la chica-. Mi nombre es Sephira, y te he visto muchas veces antes de esta. Te conozco. Ahora, confía en mí, hazlo de corazón.
-Lo haré -prometió Amaris, llevándose la mano al pecho en gesto de confianza y dedicándole una de sus famosas sonrisas auténticas. Sephira continuó:
-El primer tipo de visión es en el que tú espíritu viaja al pasado debido a un viaje astral. Puedes hacerlo en sueños o como yo, que literalmente acabo de desmayarme. Se viaja al pasado mismo, por lo que lo que hagas puede influir, a veces muy poco, pero puede influir. Es por eso que algunos seres pueden vernos, distinguirnos y, con su magia, tratar de dañarnos.
-Eso es espantoso -observó Amaris, que, si bien hubiera preferido gritar, ahora sabía mucho más y tenía que mantenerse al acecho, bajando su voz y acercándose más a Sephira para que la escuchara mejor-. ¿Y cómo son estos seres? ¿Por qué pueden vernos?
-Se trata de elfos, una antigua especie denominada los Crouss. Como sabes, ellos fueron derrotados en la guerra de la Luz. Quinientos años antes según mi tiempo, en el tuyo muchos más. El punto es que ellos le atribuyen su derrota a los llamados, nos tienen un odio puro y cada vez más creciente, en especial a los que tenemos la habilidad de la clarividencia. Por lo tanto, cada que nos notan usan su oscura magia para tratar de debilitar a nuestra alma, un daño tan profundo que es capaz de matarnos en el viaje del regreso a nuestro presente.
-En mi tiempo -siguió Amaris, su ceño fruncido-, en mi tiempo la guerra de la Luz es vista como una simple leyenda. Nunca imaginé que...
-La guerra del luz fue una realidad. El reino Sol y el reino Luna luchamos juntos en ella. Créeme, Amaris, -al decir lo siguiente el tono de Sephira se volvió más tranquilo, apagado- he visto mucho de aquella guerra. Los Crouss fueron guiados a este planeta por dos antiguas esferas. Se trataba de dos grandes casas de elfos con habilidades que nunca podré comprender. Los Hainair y los Dawnax. Esas esferas eran inteligencias con poder puro, una con luz y otra con oscuridad. Los Dawnax creían en la oscuridad. Su poder era incomparable, viniendo desde las profundidades del inframundo. Y la luz ganó, a duras penas, exhiliándolos. Ellos son los que tratarán de hacerte daño, tienes que cuidarte, no des paso a la confianza.
-Lo prometo. Prometo que me cuidaré y te cuidaré con todo mi corazón -juró Amaris. Las dos chicas se dedicaron una mirada cómplice, se formó una amistad que trascendería incluso el tiempo.
Segundos después, una oscura voz llenó el callejón. Sephira volvió a tomar a Amaris de la mano, buscando que ambas se ocultaran.
-¡Maldita sea Enrem, te lo he dicho muchas veces! -fue lo que oyeron. Venía de una oscura y penetrante voz que, (según pudo notar Amaris viendo en uno de los orificios de las cajas frente a ella), se trataba de un elfo acompañado por tres pequeños cleras, una raza de la que Amaris había leído y que se suponía vivía en el medio del bosque encantado, una enorme cantidad de territorio inexplorado que dividía el reino de la Luna y el del Sol. Eran tres seres parecidos a los humanos, aunque mucho más pequeños, con más o menos un metro de altura a lo mucho, enormes narices y ojos naranjas que los caracterizaban.
Enrem, el más grande entre ellos, bajó la cabeza con miedo al momento que movía las manos con nerviosismo en círculos, como si quisiera hacer algún tipo de magia.
-¡Eres un inútil! -gritó el elfo, furioso.
A ojos de Amaris se veía terrorífico. Sus ojos eran negros, parecían tener toda la oscuridad del multiverso guardada en su centro. Su rostro era grisáceo, al igual que todo su cuerpo. Su cabello, negro, largo, suelto y lacio.
Amaris se imaginó que un elfo sería pequeño, delgado, esbelto y perfecto, pero este elfo se veía totalmente diferente. Era grande, musculoso aunque bien proporcionado y tenía dientes grandes y afilados.
-Gran amo, lo siento, he estado esforzándome por...
-Sabes el castigo que hay para inútiles como tú -sentenció. Alzó sus manos sintiendo todo ese poder oscuro que había cultivado por años surgir de él, una gran capa de magia oscura saliendo de sus manos, magia que inmediatamente se dirigió a Enrem y que lo envolvió alzándolo por los aires.
-¡Piedad! ¡Piedad! -gritó, pero no hubo respuesta alguna. Amaris se sintió inútil, su corazón se partió en mil pedazos al ver semejante tortura. La magia, igual que una capa densa de aire, envolvió a Enrem, apretándole cada vez más y haciendo que no pudiera respirar. Comenzó a toser, dolorido, deseando ser salvado aunque sabía que su amo no tendría compasión. Entonces, su vida se esfumó.
Amaris hizo todo lo que pudo para no llorar, pero la tristeza la invadió de tal forma que no pudo evitar soltar un corto y bajo sollozo.
El elfo, al tener los sentidos súper desarrollados, giró su cabeza, buscando aquel sonido.
Al no ver nada, hizo un gesto con la mano indicándole a los dos cleras restantes que revisaran. Afortunadamente ella y Sephira fueron lo suficientemente rápidas como para rodear aquellas cajas y llegar a un pequeño callejón adyacente, por lo que no las notaron.
-No hay nada, amo -dijo el más pequeño. Estaba tan asustado que ni siquiera subía la mirada, temblando y respirando entrecortadamente.
-Bueno, demuestra tú potencial Karis, demuestra que eres mejor que tú inútil hermano -le mandó. El pequeño cleras, de más o menos unos noventa centímetros de altura, comenzó a hacer los mismos movimientos con las manos. En respuesta, chispas salieron de ellas y formaron una especie de círculo que pronto se convirtió en un portal.
-Así me gusta que trabajen, inútiles -dijo el amo, segundos después entró en aquel portal y se esfumó tan rápido como apareció.
-Vaya que eso fue cardíaco -dijo Sephira, aliviada. Centró su mirada en Amaris y continuó-: Verás muchas muertes teniendo este don. Tienes que ser fuerte, aprender que no hay nada del pasado que puedas cambiar. Es como es.
-¿Qué importancia tiene viajar al pasado si no puedo mejorar las cosas? -respondió Amaris, con tristeza. Sus labios rosados hicieron un puchero que Sephira ya bien conocía. Aun así, era la vez que la veía más joven comparándose con todas sus anteriores visiones, lo que la hacía ver mucho más tierna que nunca. Era divertido poder ser la que le enseñara cuando, en el pasado, Amaris le había enseñado a Sephira todo lo que sabía.
-Cambiar el pasado puede tener repercusiones catastróficas, como si el mismo futuro se quisiera burlar de nosotros -respondió Sephira, su tono de voz había tomado tal tono tétrico que Amaris comenzó a imaginarse un montón se destinos posibles que nunca querría que sucedieran. Aun así, a pesar de que la explicación de Sephira parecía ser cierta, ella no pudo evitar dudar.
- ¿Qué tal si este es ya un futuro tétrico? -preguntó, curiosa-. ¿No vale la pena experimentar?
-No. No lo vale. El pasado está hecho, es así. Puedes intentar detener cosas del futuro, pero sólo aquellas que la Luna crea que debes detener.
-¿Y cómo se supone que sabré los deseos de la Luna? -preguntó Amaris, emocionada. La idea de hablar con esa gran diosa le pareció atractiva y fenomenal.
-Lo sabrás a su tiempo -contestó Sephira. Por primera vez desde que supo de sus habilidades estas comenzaron a entusiasmarle.
-Pero...
Estas últimas palabras fueron silenciadas debido a que la misma sensación de mareo que Amaris sintió al arrebatarle su visión por primera vez se manifestó de nuevo. Todo se volvió negro.
La brillante luz del sol fue lo que la trajo a la conciencia de nuevo. Debajo de ella había una enorme cantidad de nieve, podía sentirla con sus manos, así que imaginó que había vuelto al mundo real.
Pero no fue así. Al levantarse notó que se encontraba en la parte más alta de la isla Sezelhem. Esta isla se encontraba a una hora en bote de la isla real por lo que Amaris se preguntó como demonios había llegado ahí.
A duras penas se levantó, entrando en levitación de nuevo. A esa altura pudo ver debajo de la colina en que se encontraba a Sephira que, al igual que ella, estaba apenas levántandose. Alzó la vista encontrándose con Amaris, acto seguido, hizo un gesto con la mano, saludándola.
Amaris también la saludó, una sonrisa en sus labios, al momento que comenzó a caminar hacia Sephira.
Ella parecía bastante tranquila, como si ya desde antes hubiera sabido que llegaría a aquella isla de alguna forma indeterminada. Detrás de ella comenzaba el bosque, grandes árboles rodeándole.
Los oídos de Amaris, mucho más desarrollados, distinguieron un montón de sonidos provenientes de este. Los árboles moviéndose, animales de distintas denominaciones, grandes, pequeños, las flores, la cascada que desembocaba en el final de este. Y...
Amaris giró la vista al distinguir un raro sonido provenir de la costa. Eran pasos, extremadamente rápidos y, a juzgar por lo pesados que sonaban, era obvio que venían de un humano muy rápido. Ladeó la cabeza, buscando reconocerlo, pero los árboles nublaron su vista.
-No te preocupes -dijo Sephira, los pasos venían cada vez más rápidamente detrás de ella, que se veía bastante debilitada-. Todo estará bien.
Los pasos al fin llegaron. Se trataba de la hermana menor de Sephira, a la cual, si era posible, sus ojos le llameaban, su rostro se veía duro y oscuro, mientras que su rostro permanecía calmado e impacible.
-Ya estoy aquí, hermanita -dijo. Sephira se giró lentamente para verla. Las dos se miraron fijamente, retándose.
-Sé lo que planeas -respondió Sephira, cabizbaja-. Si quieres asesinarme tendrás que hacerlo limpiamente.
-No... -susurró Amaris, incrédula.
-Lo haré limpiamente. Ganaré el trono por el bien del reino.
-Sí es así -respondió Sephira entrecortadamente-, organizaré un torneo para mañana a primera hora y disputaremos el poder.
-No -sentenció su hermana. Sephira suspiró, cansada. Alzó sus manos con fuerza e hizo una capa de hielo a su alrededor, buscando defenderse.
-Kerem, sabes que esta no es la forma de conseguirlo. Estoy débil, por lo menos déjame descansar.
Kerem alzó las manos, furiosa. Hielo comenzó a juntarse en el aire formando afiladas lanzas del tamaño de un brazo.
-Tú no mereces gobernar. Eres débil, frágil, olvidadiza. Estás más enfocada en el pasado y en el futuro que en tú presente.
-Kerem...
- ¡No! -gritó ella, testaruda. Movió sus manos en dirección a Sephira, las lanzas comenzaron a llegar a su capa protectora.
Amaris, furiosa, comenzó a correr hacia Kerem buscando detenerla como lo había hecho antes de entrar a la visión pero Sephira la detuvo, diciendo:
-No. Es el tiempo. Déjame ir.
- ¡Qué locuras dices hermana! -exclamó Kerem, que no podía ver a Amaris.
-Aun no es tú tiempo -dijo Amaris, sin creerlo-. ¡Aun no es tú tiempo!
-Lo es. Si no muero hoy no podrías nacer y el futuro de Erydas estaría perdido. Es necesario.
Dicho esto, Sephira detuvo su barrera y extendió las manos, dando a entender que se rendiría. Las lanzas, ya no teniendo algún impedimento para llegar a su destino, hirieron a Sephira haciendo que cayera al suelo. La atravesaron por completo, la roja sangre cayó a borbotones en la blanca nieve.
-Sé fuerte -dijo Sephira mientras se deslizaba en el suelo. Sus últimas palabras antes de que su vida se esfumara.
Amaris comenzó a llorar, conmovida, mientras que, al mismo tiempo, la oscuridad se volvía a instalar en su vista dando a entender que su visión había terminado.
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