Capítulo IV. «Propuesta real»

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Lo que sólo serían dos semanas de visita de parte de los Furyion se extendió a un mes completo.

Y eso hablando de la familia completa. Tenigan decidió quedarse más tiempo argumentando que tenía varios asuntos que resolver en la capital.

Amaris, a diferencia de sus hermanas, estaba mucho más relajada respecto a esos asuntos.

Tenía varias razones, claro está. La primera, Tenigan tenía unos veintitrés años, ocho de diferencia comparándose con ella. La diferencia de edades era muy notoria, además, sus hermanas mostraban mayor madurez tanto física como mental.

La segunda, sus hermanas eran prospectos magníficos. Alannah era atractiva, tal vez demasiado, dulce, madura. Por su parte, Piperina tenía el favor de Adaliah, lo que le daba puntos a favor, y eso sin mencionar el hecho de que no haber sido llamada por la Luna le daba un gran toque exótico y diferente a todas las nobles del reino. Sus labios rojos, cabello brillante y buen cuerpo la hacían bastante atractiva.

Aparte de todo eso, el día en que recibiría sus habilidades estaba cada vez más cerca, a sólo dos semanas con exactitud. Después de la crudas y brutales palabras de Adaliah, el panorama de Amaris había cambiado bastante.

Tenía muchas preguntas que aun faltaban por resolver.

¿Habían sido ciertas sus palabras?

Si era así, entonces, ¿Qué le esperaba? ¿Cómo podía averiguarlo?

Tratando de responder sus dudas, buscó en la biblioteca real, aunque sin muchos resultados. Nadie en los Stormsword de quien antes se supiera había obtenido alguna vez la habilidad de la clarividencia, al menos hasta donde había registro. Muchas cosas se habían quemado y perdido a través del tiempo, por lo que no podía asegurar que faltara información sobre alguno de sus antepasados.

La incertidumbre no dejaba de agobiarla con el peligro de que, cuando el día llegara, sucedería todo tal cual como Adaliah había predecido.

Todos los pronósticos de Amaris fueron incorrectos. Al día siguiente de que sus padres se marcharan Tenigan se lo propuso. Le propuso ser su esposa, por todos los cielos.

Amaris estaba fuera de sí. Para ella era increíble, algo innecesario también. Tenigan explicó su decisión de muchas maneras, para él Amaris era la chica perfecta, dulce, pero no demasiado reservada, libre, pero no rebelde. Alabó todo de ella, desde su forma de vestirse, de actuar, de moverse, sus perfectos y bien formados modales.

Justo en el momento en que iba a rechazarlo, Tenigan lanzó su última arma y le rogó:

—Vamos, dulce princesa mía, al menos tenga el placer de asegurarme que me dará una oportunidad.  Tal vez usted no esté segura ahora, más... —suspiró, necesitado. Sus ojos reflejaban agonía y deseo—: La esperaré todo el tiempo que sea necesario. Solo déme una pequeña oportunidad, lo que sucede es que yo, en realidad, no puedo dejarla ir.

Amaris no conocía a Tenigan. Aún así, le ofreció una buena oportunidad, estando dispuesto a esperarla, incluso. Sus palabras fueron definitivas.

Tal vez, sino estaba loca para después de graduarse como hermana de la Luna, lo intentaría. Podría conocerlo, tratarlo, y, en caso de que le gustara, corresponderle.

Pero aun faltaba mucho tiempo para aquello, y nada era realmente seguro.

—Lo consideraré —fue lo único que logró contestar. ¿Por qué lo había hecho? No tenía idea. Tal vez la idea de un futuro lejano, tranquilo, y holgado, le pareció satisfactoria.

Suspiró.

Lo único que Amaris sabía es que esa noche era la definitiva. Ella misma llevaría a cabo su ceremonia, y se encargaría de que fuera bien a como diera lugar.

Buscó entre sus vestidos sin mucha emoción, mientras que en su mente trataba de convencerse de que su búsqueda no había dado resultados tan poco favorables.

Encontró datos de varios jóvenes de casas poderosas que también habían tenido ese don, y no todos habían terminado mal, tal como había dicho Adaliah.

Tal vez su destino no estaba perdido.

Sin más que hacer, y después de vestirse, fue hacia su balcón para observar como había oscurecido por última vez teniendo sólo quince años.

El castillo se encontraba justo en la costa de la gran isla real, su habitación tenía una bella vista hacia el mar, esa noche encrespado y fuerte, complementado con las nubes que, grises, cubrían el cielo. Ojalá pudiera quedarse en aquel momento para siempre, sin que el tiempo avanzara. Mirando a lo que conocía como su hogar, a la seguridad que crecer bajo los lujos de la corte le había proporcionado por tanto tiempo.

Pero era imposible, Amaris estaba segura de eso. Tomó su capa azul, oscura y caliente, así como también su corona azul de tiruita, (aquella que era indispensable para llevar a cabo el ritual), y se marchó. .

El castillo era un conjunto de pasillos interminables que parecía nunca acabar. La alcoba de Amaris estaba en el medio de él, justo en la torre real. Por su parte, la torre de ceremonias era la más alta del castillo y se encontraba cerca de la entrada de este. A pesar de que ambas estaban en lugares altos, había que bajar y pasar por todo el castillo para de nuevo volver a subir la torre y llegar a su destino.

Amaris pasó los jardines duramente, luchando contra la nieve que no dejaba de caer sobre ella, fuerte, fría y constante.

A ella la frialdad no le hacía daño. Su cuerpo era inmune a cualquier temperatura, incluso la caliente. De todas maneras se sentía incómoda, apenas si podía avanzar. Pasó el ala principal y fue directo a la torre.

Las escaleras fueron aun más difíciles de atravesar. La nieve había congelado los escalones, haciéndoles demasiado resbaladizos. Amaris se aferró al barandal, tratando de no caer. Para el colmo, sentía su cuerpo cambiar, por lo que supo que eran después de las doce.

Sintió algo parecido a un ardor, sus piernas dolieron y su cabeza comenzó a molestarle.

Después de una incesante y rápida caminata, llegó. Amaris se desprendió de su capa, del pequeño saco con velas y otras baratijas que traía agarrado a su cintura y se apresuró a preparar el ritual.

Tampoco es que tuviera muchas cosas que hacer. Las rosas blancas, (la flor de la casa Stormsword) ya estaban puestas por toda la pequeña sala de ceremonias como decoración de acuerdo al protocolo. La pequeña alfombra con bordados lunares ya estaba extendida en el piso, justo frente al pequeño pozo abastecido con agua de la isla Sezelhem, el lugar considerado más sagrado de todo el reino Luna, una cascada que se encontraba a unos cuantos kilómetros de la isla real, en su propia isla mágica y maravillosa. Sobre ella había una bandeja con tierra de Erydas, justo lo necesario.

Amaris sacó las velas de su saco, luego las plantó en los candelabros y las encendió. Acto seguido, comenzó el ritual. Se trataba de hacer una antigua danza que ella conocía muy bien, decir unas cuantas palabras, el juramento, y para terminar ofrecer un poco se sangre de su mano como sacrificio.

Lo hizo todo al pie de la letra y sin dudar. Tenía que mantenerse firme, porque, de lo contrario, ¿Cómo podría controlar el gran poder que tenía?

El momento de dar su juramento comenzó. Amaris se inclinó ante el pozo, empapó su mano con un poco de agua sagrada y luego se puso de rodillas frente a la bandeja con tierra. Tomó la daga en su mano derecha, la izquierda se mantenía a la espera de la intromisión de la daga. Entonces, habló:

—Querida Luna, hoy es el día en que cumplo dieciséis de tus ciclos. El día en que tú amor por mí se manifestará, en que todo cambiará. Hoy, ante las estrellas, quiero prometerte, solemne, fiel y amorosamente, que seré tú servidora, seré tú hermana, intentaré dar lo mejor de mí. No sólo eso. Vengo aquí también para pedirte tu auxilio, tú consuelo, tú ayuda. Manténme en tus brazos, no me dejes caer. Manifiesta mis habilidades, ayúdame a controlarlas. Dame un poco de ti. Yo, Amaris, amada por tí, de la casa Stormsword. Juro lealtad hasta el fin de mis días.

Dichas estas palabras, Amaris completó el ritual. Un pequeño chillido salió de su garganta al sentir la daga rozar la palma de su mano, para, después, todo volverse negro.

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Amaris despertó en la misma torre en la que se había dormido. La luz del sol llenaba el horizonte, toques de campanas se oían por todo el palacio. La gente generalmente se levantaba incluso antes de que el sol aclarara todo, más el verdadero movimiento iniciaba desde la primera campanada.

En vez de sentirse asustada con la posibilidad de ser atrapada, Amaris sintió que todo estaba demasiado raro. Se levantó esperando poder regresar a su habitación lo más rápidamente posible cuando, de improviso, notó que estaba levitando, tal como un fantasma.

Sus sentidos se nublaron ante aquella idea, sentía que estaba alucinando. Ella se tambaleó, avanzando lentamente hacia el pequeño pozo frente a ella, y buscando refrescar su rostro con la esperanza de mejorar, pero fue en vano. Ni siquiera pudo tocar el agua, la atravesó con sus manos tal como un fantasma atravesaba las paredes, sin reflejarse en ella.

Con los nervios de punta, un estrecho pensamiento de que se estaba volviendo loca y una ardua necesidad de sentirse humana, fue hasta el balcón buscando sentir algo de normalidad en su vida.

Lo que vió la dejó anonadada. Era el reino, su reino, pero las personas...

Se veían mucho más diferentes. Había personas con el don de la Luna por doquier, vistiendo como campesinos o como nobles, muchas personas con el cabello negro y ojos de su mismo color, personas parecidas a ella.

Y su vestimenta...

Era mucho menos pomposa y luminosa que la actual. Puros colores grises, azules, morados, sin trajes, corsés, o sombreros. Definitivamente se trataba de una visión.

Tener esto en consideración hizo que Amaris se sintiera sumamente nerviosa. Justo cuando estaba a punto de darle un ataque nervioso, (si eso era posible como fantasma), escuchó a un par de voces femeninas que venían subiendo las escaleras. Sus sentidos se habían aumentado mucho, ¿Sería porque era sólo un espíritu?

—¡Qué día tan maravilloso! —exclamó una de ellas—. Después de todos aquellos años de espera, de preparación, y esfuerzo, por fin has ascendido para convertirte en lo que siempre habías sabido que serías, nuestra gran Ailiah. Estoy muy feliz por tí, hermana.

—Muchas gracias. Creo que este día es significativo, pero no tanto como lo serán mis acciones a partir de ahora. De mí depende toda una nación, y su futuro.

Las voces se siguieron acercando hasta que Amaris pudo ver a sus portadoras. Se trataba de dos hermosas mujeres claramente mayores que ella. La mayor usaba la corona que le había visto usar a su madre toda la vida, la corona del máximo poder. Era bellísima. Tenía ojos azules oscuros, cabello incluso más blanco que el de su madre.

Era una Stormsword y tenía el poder de la clarividencia.

La otra hermana era muy parecida a Alannah. El mismo color de cabello, ojos un poco más claros pero la sonrisa idéntica a la de Adaliah. No le dió muy buena espina, había algo en su sonrisa, en su andar, que parecía lleno de rencor.

—Entonces, ¿Qué hacemos aquí? —preguntó la menor, con diversión mientras pasaba su mano por la misma fuente en la que Amaris había tratado de refrescarse—. ¿Querías recordar tú ceremonia de iniciación? Fue inolvidable.

—No —respondió la Ailiah, la forma en que hablaba era pausada, pero dulce, llena de sabiduría y muy elocuente—. Voy a hacer mi propia ceremonia. Decirle a la Luna como estoy consagrada a ella, pedirle iluminación en mi reinado.

—Siempre tomas tan buenas decisiones, envidio eso de tí —dijo la hermana, al momento que comenzaba a encender las velas—. Sin embargo, vamos a poner manos a la obra. Tenemos que comenzar.

Las jóvenes comenzaron con su ritual. La danza de iniciación era también usada para rendir tributo a la Luna, y, conforme más dominio tenías del poder de un llamado, más notoria era la habilidad para desenvolverse en la misma. Ellas se veían experimentadas, seguras, sabias.

Cuando vió a la Ailiah usar la misma daga que ella había usado para rasgar la palma de su mano, todo comenzó a ir demasiado rápidamente.

La sonrisa que surcaba el rostro de su hermana se volvió oscura, de ese tipo que envuelven un poco de personas con malas intenciones. Tomó la daga, esa misma daga que conocía ya bien y dijo:

—Una disculpa, mi Ailiah, pero de alguna manera tomaré lo que me pertenece, y no podré hacerlo a menos que ya no estés en mi camino.

— ¡No! —gritó Amaris, tratando de detenerla. En su estado espiritual lo único que pudo hacer es pasar sobre ella y aturdirla un poco. Justo cuando la chica alzó la daga de nuevo, la Ailiah despertó. Sus ojos estaban blanqueados, no parecía realmente ser ella. Extendió su mano hacia su hermana, usando su habilidad para detenerla con una gran capa de hielo. Acto seguido, huyó a una velocidad inhumana. Incluso más rápidamente que la que alguna vez hubiera visto usar a su madre.

El alivió la embargó por dos leves segundos hasta que, de nuevo, todo se ennegreció.

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—Me alegra que estés aquí, has demorado mucho.

—Pero yo... —Amaris contestó, indecisa. No veía nada. Una vez más sus sentidos mejorados se hicieron presentes. Amaris pudo enfocar su vista más allá de la oscuridad, lo que, aunque no era completamente perfecto, hizo que pudiera distinguir a la figura a su lado. Se trataba de la Ailiah que había visto hacer el ritual.

—Generalmente sueles venir conmigo a mis visiones enseguida —continuó aquella joven con una familiaridad tan poco familiar, parecía conocerla de años—. ¿Notaste algo raro?

—No sé de que hablas, no sé quien eres —contestó Amaris, deseando que aquella pesadilla se terminara de una vez por todas.

—Oh, eso lo explica todo —respondió la chica, divertida, mientras tomaba a Amaris de su mano y le examinaba la muñeca con detenida pero muy exigente atención—. La lentitud, esa cara de rata asustada...

—Yo no tengo una cara de...

—Abajo —mandó la chica, sus manos yéndose bruscamente hacia Amaris.

— ¿Pero qué... ? —fue lo único que pudo decir, antes que la derribara y la hiciera caer detrás de un basurero.

¿No se suponía que era un fantasma? Aun tenía mucho por aprender.

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