Capítulo III. «Licántropos»
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Lejos de la Isla Real de la Luna, en una gran ciudad costera con grandes valles y bosques, se encontraba Zedric Mazeelven, el príncipe heredero de la casa del mismo nombre, tomando un gran tarro de cerveza que casi alcanzaba el tamaño de su brazo. La cerveza dentro de él burbujeaba, y Zedric se divertía viendo el reflejo de su rostro en el fino vidrio. Su hermano, Calum, estaba junto a él.
La caravana real, (de la que Zedric era parte, ya que su padre era el rey honorario), había hecho el largo viaje anual por un mes y medio a lo largo de todo el reino, entregando invitaciones a la gran celebración que se aproximaba al acercarse la primavera, haciendo alarde de su poder, y haciendo campaña para Zedric, que en unos cuantos años también se postularía para rey. Todo en la agenda de Zedric contaba, todo se encontraba meticulosamente planeado.
Habían sido días cansados y llenos de molestias de parte de todos los nobles que no dejaban de hostigar al príncipe con sus pedidos y adulamientos tontos, pero estaban apunto de acabarse, así que Zedric decidió festejar por ello.
Ese día, templado y a la vez caluroso, había decidido, junto con su hermano, que era el momento de darse un descanso, se lo merecían después de tantas molestias.
—¡Alé! —llamó al camarero al momento que azotaba su tarro, lleno de diversión y altanería, y limpiándose de la espuma con las finas mangas de su traje—. ¿Dónde está mi trago? ¡Maldita sea!
El pequeño joven que lo atendía apareció frente a él, su rostro lleno de miedo, sus movimientos torpes y pesados. No era muy débil, de hecho tenía músculos y parecía ser llamado por el sol, pero el fantástico hecho de tener frente a él a ese gran y sorprendente príncipe era muy atemorizante. Tenía una postura imponente, cuerpo fornido y ojos levemente anaranjados que harían temblar a cualquier persona, un cabello luminoso que de repente parecía quemarse, y una fuerza tan descomunal que incluso había roto varias sillas en un juego que había hecho con su hermano para probarse entre ellos.
Deseando que todo acabara pronto, dejó el tarro del príncipe en la mesa, hizo una pequeña reverencia y se marchó rápidamente a la barra, dónde todos los demás mozos esperaban y observaban sus movimientos con miedo y diversión conjuntos. Habían hechado suertes, decidiendo que el más joven y enclenque de ellos atendería al príncipe, y les divertía observar lo miedoso que era ante la imponente altanería y poder del príncipe.
Segundos después sucedió algo que para todos aquellos observaban, —la mayoría con poco o casi nulo conocimiento del príncipe o las deatribas reales, más allá de saber reconocerlo por su apariencia—, resultaría llamativo, impresionante, e incluso escandaloso. Otro joven alto, fornido, de cejas tupidas y con los cabellos alborotados igual de dorados que sus ojos, entró a la taberna rebosante de confianza y altanería.
Caminó directamente hasta Zedric sin inmutarse. Este, por su parte, se levantó con mirada de pocos amigos, una ceja alzada y los brazos cruzados hacia su rival.
—¡Tú! ¡Idiota! —gritó el joven, llamando la atención de todos.
—¡¿Quién te crees que eres tú para llamarme así?! —le devolvió Zedric. Una pequeña sonrisa, apenas una elevación, se formó en su rostro. Acto seguido, extendió sus manos hacia el chico, dejando salir una gran columna de fuego. El chico se inclinó hacia atrás, evadiéndola.
—¡Soy Nahtán Swordship! —gritó, al momento que le devolvió al príncipe otra enorme columna de fuego. Este, maravillando a todos los presentes y sin siquiera mover un músculo, detuvo el fuego mentalmente, al instante encapsulándolo frente a él y apagándolo.
—¡Tal cómo lo recordaba! —exclamó Zedric, divertido. Ambos rieron con fuerza, disfrutando hacer espectáculos, como siempre.
Calum, el hermano menor del príncipe, rodó los ojos con molestia, mientras que los otros chicos se abrazaron, palmearon, y se sentaron, listos para hablar.
Calum no era como ellos. Aunque era un llamado por el Sol, parecía mucho más apagado, había algo oscuro en él, tenía ojeras, su cabello estaba corto, era rubio oscuro, y había una mueca permanente en su cara, que acentuada por sus grandes ojos, daba un poco de terror. Su cuerpo seguía siendo fornido, más estaba bastante menos musculoso, más largo, esbelto.
—¡Por los Soles! —exclamó Nahtán, alzando las mano para pedir su propio tarro de cerveza, luego saludando a las chicas que bailaban en el centro de la fonda, para, ya después de formalidades, continuar su discurso—: Hace mucho que no hablamos. ¿Desde la gran fiesta del Reino Luna en el invierno pasado?
—Vaya que sí —contestó Zedric, mientras se desparramaba también en su asiento, lleno confianza y alivio. Calum, irritado, rodando los ojos y también pidiendo al mismo tiempo más bebida, los interrumpió:
—Ni siquiera estuvieron juntos todo ese tiempo —dijo, tan apagado como siempre, sus labios de por sí alargados juntos en una especie de mueca, mientras, que en su mano izquierda, sostenía una vela con la que jugueteaba—. Estuvieron muy entretenidos con aquellas nobles Birdwind de cabello azul.
—¿Cómo no? Ellas eran hermosas y bastante experimentadas —dijo Nahtán, recordando aquel invierno, que venía a su mente de forma —. Todas las chicas Luna son dignas fuentes de satisfacción. Zedric también lo comprobó.
—Lo comprobé con todas —se burló Zedric, él y Natán se echaron a carcajadas.
—Con todas menos con las princesas, recuerda bien —dijo Calum. Su permanente mueca seguía presente, más sus ojos, antes expresivos, ya estaban mostrando bastante indiferencia.
—Ellas no cuentan —dijo Zedric, que se llevó la mano al estómago, no pudiendo contener la risa—. Son vírgenes y «puras», reservándose para el matrimonio. Simplemente son sumisas y se creen por ello.
—¡Por favor, Zedric! Es una vil mentira, sólo con ver Piperina puedes notar que es una fiera. No creo que sea virgen —observó Nahtán, con desición, como si aquello realmente fuera un misterio increíble e indescifrable—. Dicen que caza todas las mañanas, que tiene una colección de zorros salvajes que crió desde su nacimiento y que lucha mejor que el mismo Tenigan Furyion.
—Una furia impenetrable, literalmente —dijo Zedric, su mirada perdida y llena de pensamientos lejanos—. El día del baile traté de seducirla, pero me dejó colgado como un perro. Hablando de Tenigan, ¿Oyeron hablar de que quiere proponerle matrimonio a la princesa Amaris?
—¿Cómo no hacerlo? —respondió Nathán, tanta fue su risa que comenzó a escupir cerveza—. Esa noticia ha recorrido incluso los mares. Me encontraba en uno de los burdeles de las Islas de la Muerte cuando oí a una de las camareras hablar del tema. El chico está muy intimidado por ella. Hablan de que Amaris es tan difícil de atrapar como un pez en el agua.
—Tiene muchos entre los que elegir, incluso su belleza es exquisita —observó Calum, mirando hacia el horizonte como si pudiera saborear la belleza de la princesa—. Ha de haberse crecido bastante estos meses, además, me parece la más bella entre sus hermanas.
—Lo es, lo es —observó Zedric, cansado de aquella conversación, aunque también no queriendo recordar la belleza de esa princesa, que cortaba la respiración—. Ahora, ¿Podemos dejar de hablar de esas frías mujeres y enfocarnos en lo importante? ¡Festejar!
—¡Eh! ¡Eh! ¡Ah! ¡Eh! ¡Eh! ¡Ah! —exclamaron todos en la fonda, el grito de festejo típico en el Reino Sol. Los tres chicos chocaron sus tarros, divertidos, aun sabiendo que sería muy difícil realmente emborracharse debido a la tolerancia que ser llamados por el Sol les daba. En la caravana real seguro habría alcohol mucho más fuerte, pero odiaban pasar el tiempo con aquellos nobles creídos y vejetes.
Después de haber tomado un montón, tanto que perdieron la cuenta, la cerveza hizo un poco de repercusión en su cuerpo.
Los tres salieron de la fonda dando zancadas largas mientras que al mismo tiempo se sostenían en un gran abrazo compartido. Las calles estaban frescas debido a que se encontraban en la costa, muy en el Sur, justo en la frontera con la Luna. La brisa llenaba el ambiente, sus pies chacoteaba en el suelo empedrado.
Fue entonces cuando Zedric alcanzó a distinguir que alguien los seguía. Los pasos se oyeron pesados, fuertes, lo que indicó que quien sea que los estaba siguiendo era grande y poderoso.
Zedric gruñó, descartando al instante la posibilidad de que Nathán y su hermano lo ayudaran debido a lo aturdidos que estaban. Distraído, dió un mal giro, dando a un oscuro y delgado callejón. Los pasos se acercaron rápidamente, así que, sin más, se giró y gritó:
—¡Quién sea que seas deja de ser cobarde y muéstrate ante Zedric, el príncipe del Sol!
Por un momento largo y molesto Zedric no recibió ninguna respuesta más que el silencio. Agudizó sus sentidos, tratando de oír a su próximo atacante, pero todo estaba en silencio. El espacio del callejón era pequeño y no hacía mucho que había entrado en él, así que mantuvo su vista en la calle principal buscando a su acosador. Otra cosa que notó y lo intrigó al instante es que, aunque sentía su mente, no podía leer sus pensamientos. Nunca había sentido algo como eso. Un ser salvaje, tanto que entrar a su mente fue sumergirse en lo profundo de un nubarrón borroso, oscuro y que no tenía consistencia alguna.
Sus dudas fueron respondidas al verlo. En la pequeña luz que había en el callejón un ser enorme, peludo y con colmillos se detuvo. Su cabello era espesisímo, negro por completo. Su pose estaba erguida, su pecho al aire y su respiración rápida e intimidante. Las largas garras hacían una larga sombra oscura en el suelo, y sus patas, arqueadas, parecían estar moviéndose lentamente, listas para atacar.
—Licántropo —gruñó Zedric, molesto, con puños apretados—. Estás muy lejos de casa.
Seguido de esto, echó a sus prácticamente inconscientes amigos al suelo, alzó sus manos y lanzó una gran columna de fuego hacia su atacante. Vió todo su cuerpo iluminarse, el olor de cabello quemado llenó sus fosas nasales, y poco a poco comenzó a retrasar sus avance, tratando de cubrirse.
El lobo chilló, pero no dejó de avanzar hacia él. Ningún ser que Zedric hubiera visto antes tenía ese aguante, era sorprendente.
Por más fuego que lanzó, el lobo siguió avanzando, constante, sus largas garras lanzaban fuertes estocadas difíciles de evadir, y el lobo era rápido, lo suficiente como para responder a los ataques que Zedric intentaba propinar. Cuando estuvo frente a él de una forma casi inevitable, Zedric lanzó su última columna de fuego, distrayéndolo, luego se inclinó y le dió un gancho al hígado tan fuerte que lo propulsó por los aires.
Aun con todos sus esfuerzos y golpes, los que daba con toda la velocidad que tenía, sus esfuerzos no fueron suficientes. La criatura seguía fuerte y poderosa, regresándole cada ataque mientras sus ojos negros se mantenían fijos en él.
¿Ojos negros? Eso era imposible. Los cambiaformas, cualquiera que fuera su especie, tenían los ojos azules al ser hijos de la Luna. Esa bestia no era un Ramgaze, no venía de ellos, y lo estaba masacrando.
Sin más que hacer, Zedric encendió fuego alrededor de la bestia para distraerlo de nuevo y llevó sus manos a su cabeza para después matarlo a fuerza bruta.
Se levantó, exhausto, pero aun así se dio el tiempo de observar si había alguna otra cosa rara en él.
Sorprendido, observó que su cuerpo seguía funcionando a pesar de que Zedric lo había matado. Su estómago, sus pulmones, su corazón, todos parecían estar...
Recomponiéndose.
Sin más que hacer, Zedric tomó a sus amigos, los despertó de su letargo y lo tres corrieron de regreso a la caravana real.
☀️☀️☀️
—Malditos Lunares —se expresó el rey Amón después de oír el relato de su hijo. Chasqueó los dedos, en respuesta uno de sus vasallos le pasó una copa de vino al instante. Se la tomó de un trago, luego continuó—: ¿Asesinar a mis dos únicos herederos? Es una buena estrategia, aunque bastante rebuscada. ¿No tienen suficiente con tener más territorio que nosotros? Cada invierno tengo que soportar esa ostentosa fiesta, esa muestra de su creciente poder, y ahora...
—Padre, hay que considerar las demás opciones —dijo Zedric, no entendiendo el porque de repente su padre se mostraba tan reacio y testarudo, siendo que el tiempo que llevaba gobernando los indicios de guerra se habían esfumado, en parte porque aquel hombre se entregaba más al libertinaje y la comida que a otra cosa, pero también porque su política siempre había sido una de paz—. Los ojos de ese licántropo eran negros. Había algo raro en ellos, tal vez no eran de la casa Ramgaze. Debemos investigar más, puede que se trate de algún don de las tierras lejanas que desconocemos.
—Es bien sabido que no existen más licántropos que los Ramgaze —respondió el rey—. Las leyendas dicen que sus tierras fueron bendecidas, yo digo que son los feos de la familia Lunar. Pagarán por haber...
—Padre, por favor... —rogó Zedric, deseando más la paz que cualquier otra cosa en el mundo— Lo maté. Corté su garganta y aun así siguió recomponiéndose, volvió a la vida. Ningún Ramgaze ha hecho eso, y ha habido muchas guerras como para que alguien lo notara. Tenemos que considerar todas las posibilidades, y créeme, no descansaré hasta que haya resuelto este problema.
Rogar era lo menos que Zedric debía de hacer, eso lo sabía. Pero desde que había comenzado a leer mentes sabía más que nadie que los hombres, fuera cual fuera su origen, eran impredecibles, crueles y viles cuando era necesario. En especial con una rivalidad sobre ellos.
—Un rey no debe mostrarse doblegable, cualquier muestra de docilidad favorece que los buitres puedan llegar a aprovecharse de tí, hijo mío —lo regañó el rey, inflexible. Tenía una expresión firme y aterradora a pesar de haber dejado sus mejores años atrás. Si algo se sabía en Erydas, era que aquel rey no tenía ya la mejor figura debido a sus excesos y descuidos—. Si ven que eres débil desde ahora se aprovecharán de eso y morirás tan pronto como tomes el trono. Tienes muchas responsabilidades, y aunque me gusta tú entusiasmo no...
—Seguiré cumpliendo mis responsabilidades. Además, ¿No mostraré mi fortaleza deteniendo a aquellos que hayan intentado asesinarme? Esta es la mejor forma, atacar a la Luna sería demasiado apresurado.
Zedric se sentía bastante bien con sus habilidades de comunicación. Había mejorado mucho, encontrando la forma de conseguir influir las cosas a su favor a pesar de la opinión de su padre. También ayudaba mucho el hecho de que el rey estuviera tan entregado a su vida de placeres, delegando a todos los demás el trabajo duro, pero no le gustaba mucho pensar en eso.
—¡Oh, pequeño niño! —exclamó este, sonriendo irónicamente ante lo mucho que le faltaba a su hijo aprender—. El que gobierna aquí soy yo. Sé que una guerra más no es la mejor opción, se nos ha enseñado por generaciones, pero si ellos atacan tengo que poder defenderme. La paz es muy frágil, muy, muy, frágil.
☀️☀️☀️
N/A. Hola, aquí les dejo un nuevo capítulo. Voten y comenten si les gustó, hagamos esta novela más conocida para que más personas conozcan a el reino Sol y el reino Luna. Espero que lo hayan disfrutado.
Los quiere...
ANGIE. <3
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