Capítulo 33. «Matrimonio arreglado»

Una semana había pasado. El torneo se había cancelado y la mayoría ya se hubiera ido de no ser porque Amaris estaba recuperándose y nadie quería irse a menos de que fuera con la caravana real.

Ese día Amaris por fin sería dada de alta, hecho por el cual estaban haciéndole pruebas para ver su estado físico.

—Me preocupo por tí Amaris, no sabes cuanto —dijo la gran Ailiah mientras preparaban a Amaris para salir a la ceremonia de despedida que el rey había organizado esa misma tarde—. Quiero que me cuentes todo, que me expliques que es lo que está sucediendo con exactitud. Tengo... tengo un mal presentimiento.

—Yo... —Amaris comenzó a explicarle a su madre como todo había comenzado con el ataque hacia Zedric, lo sospechosa que había sido Zara y la forma en que había escapado después de asesinar a Elmhir y Naín, la búsqueda y los problemas que esta había generado. Fue cuidadosa de no hablar de Zedric y lo que había surgido entre ambos, no era importante y era bastante vergonzoso hablarlo con ella.

Su madre escuchó atentamente. Estaba vistiéndose y peinándose, sí, pero también le puso atención a cada una de sus palabras, como si se tratara de un tratado que firmar, un asunto de estado sumamente importante. Claro que Amaris omitió varias cosas, como el hecho de lo que había pasado entre ella y Zedric, el robo del libro que casi la mata y la forma en que había escapado casi ilesa de todo porque Zedric había empezado a preocuparse por ella. Cuando terminó, su madre se mantuvo en silencio por unos segundos, como si el funeral de Amaris estuviera sucediendo en ese momento y todo estuviera perdido.

—Las cosas están peores de lo que imaginaba —dijo, al final—. El rey Amón nos está mandando lejos porque quiere protegerse y a su reino. La guerra es inminente en todos los sentidos y contra todos los reinos.

—¿Entonces? ¿Qué se supone que hagamos? —preguntó Amaris con voz queda—. Ese cetro es nuestra conexión directa con los dioses. Será muy importante en esta guerra.

—Tengo la impresión que ustedes no son los únicos que lo están buscando aparte de Zara. Adaliah también, al parecer.

—Pero lo está haciendo mal —respondió Amaris, su voz impregnada de tal sentimiento que era imposible no compadecerse por ella—. No verá por nadie más que por ella misma si lo consigue.

—Es por eso que he tomado medidas para controlarla. A menos que quiera perder el trono deberá contraer matrimonio antes de este otoño, además de acompañarlos en su búsqueda.

—¿Casarse? ¿Estás diciendo que autorizas nuestra unión?

—Sí —los ojos azules y claros de la reina centellearon con autoridad, seguro eran capaz de doblegar a cualquiera—. Quisiera poder mandarles refuerzos, ayudarlos más, pero no puedo. Estuviste en el consejo real, sabes que estoy poniendo todos mis refuerzos en fortalecer nuestra armada.

—¿Y con quién se casará? —preguntó. Como si ella misma estuviera respondiéndose vió imágenes en su cabeza, una visión que casi hace que pierda la respiración.

Vió a Adaliah caminando hacia el altar con un vestido finísimo y pomposo, blanco como la Luna, con piedras preciosas por doquier de miles de colores diferentes y un elegante tocado que hacía resaltar su rostro. Caminaba con la cabeza en alto, fingiéndose orgullosa cuando no lo estaba.

Al entrar a la capilla real su mirada se posó inmediatamente en su prometido. Enseguida vió a Ranik vestido con un elegante traje lleno de piedras preciosas blanco que lo hacía ver más elegante de lo que Amaris hubiera visto una vez.

Su mirada demostraba firmeza, pero no estaba buscando a su esposa. En cambio, estaba posada en el balcón real, desde donde la reina y dos de sus hijas observaban el evento. Miraba fijamente el puesto vacío ente Piperina y Alannah, donde, se suponía, debía estar Amaris.

—No —rogó—. No puedes estar hablando enserio.

—Ranik es el candidato perfecto. Es de la edad de tú hermana, es apuesto, atento, ha vivido y conoce el mundo más que cualquier otro. Tiene los pies en la tierra y sabrá transmitirle eso a tú hermana mejor que cualquier otro candidato al que pudiera elegir.

Amaris no pudo detenerse. A pesar de que estaba cansada de llorar y de ser una pequeña chica frágil y sentimental, al oír hablar a su madre de esa forma estaba haciéndolo de nuevo. Ranik no necesitaba eso, él era libre, se movía a través de los mares con agilidad y confianza, era lo que adoraba y lo hacía él mismo.

Casarse le quitaría toda la libertad que tenía, Amaris lo perdería para siempre.

—Sólo piensas en ella —dijo, sus dedos se sintieron rugosos al pasarlos por su mejilla en un intento de limpiar sus lágrimas—. ¿Qué pasa con él? ¿Está de acuerdo? ¿Te dijo sí, estoy ansioso de casarme y atarme de por vida a su hija mayor, la prepotente que casi mata a su hija menor, mi mejor amiga?

—Creí que por el que sentías afecto era por el príncipe Zedric, pero al oír esto casi creo que al que realmente deseas es a Ranik. ¿A pasado algo entre ustedes?

—¿Qué? ¡No! —Amaris se levantó y comenzó a dar vueltas como un perro enjaulado alrededor de la habitación—. Quiero a Ranik, lo aprecio demasiado como para saber que esta es la peor decisión que podrías tomar. Ambos serán infelices.

La reina entrecerró los ojos. No parecía creerle a Amaris, más bien parecía estar analizándolo todo, como siempre.

—Lo lamento, pero está hecho —respondió—. Adaliah irá con ustedes a esa misión, anunciaré el compromiso esta misma tarde en la ceremonia de despedida. Amaris... —la reina se detuvo, su voz tomó un tono más cálido y amable, el tono de madre que Amaris no había oído hacia años— Desearía poder hacer más, pero no puedo más que confiar en ustedes y en su grupo. Si alguien más supiera de esto el cetro podría caer en manos equivocadas, y aunque tú hermana está en mal camino no puedes culparme por tratar de enderezarla y tener un poco de fé en ella, ¿No lo crees?

—¿Tú crees que existan más dioses de los que se creen que existen? —le devolvió Amaris, su voz a punto de quebrarse.

—Sí —respondió la Ailiah—. Siempre lo he creído.

—Soberanos del Reino Sol, soberanos del Reino Luna, estamos aquí para decir adiós, aun cuando la situación de nuestra separación sea de lo más desafortunada —dijo el rey Amón en su discurso de despedida. La explanada del palacio real había sido abierta para todos los pueblerinos, nobles, y extranjeros que quisieran ver semejante ceremonia—. Le deseo salud y bienestar a nuestra amada princesa, Amaris, y espero que su camino de regreso sea tranquilo y cómodo.

Aquellas palabras sonaron demasiado forzadas. Piperina estuvo a punto de rodar los ojos, pero no podía hacerlo desde que los sucesos de la pelea habían subido su popularidad a niveles grandísimos.

Cualquier persona podría decirle, ¡Vamos Piperina, estás exagerando! Pero no, ella podía sentirlo. En los pueblerinos era mucho más visible, tenía más admiradores de los que nunca había tenido. Personas en la multitud vestían igual que ella, se peinaban igual que ella. Querían imitarla.

Entre los nobles era diferente. Ellos la miraban más, pero trataban de hacerse los dignos, como si siempre hubieran sabido que Piperina tenía algo especial y no fuera una cosa repentina.

—Ahora, antes de que este gran reino se marche, permítanme hacer algo que considero prioritario. Se trata de reconocer a la princesa Piperina como una bendecida de Erydas y darle mis respetos, porque ha revivido una cultura que creíamos muerta —un joven lacayo se adelantó entre las personas, subió hasta la plataforma real y le tendió a el rey una especie de caja con tallados bellísimos— Es su deber, como la única Erys de la que se tiene conocimiento, ser un rastro de esperanza, buscar a más como tú.

El rey Amón siempre había sido conocido como el rey de las palabras. Piperina había oído una vez que había ganado las elecciones reales con un discurso que había catapultado sus posibilidades ante muchos contrincantes importantes y poderosos.

Ese día, cuando habló de ella, realmente pareció convencerla de que tenía una gran responsabilidad sobre sus hombros. Supo decir las palabras exactas que necesitaba oír, lo cual ella adjudicó a su capacidad de leer mentes.

El rey abrió la pequeña caja que el joven había traído y sacó un exuberante collar de esmeraldas que hizo a toda la multitud contener la respiración.

—Esto es para usted, un regalo de amistad —dijo. Fue sólo entonces que Piperina entendió porque el rey estaba haciéndole tanto la barba, mostrándose amable de la nada sin una razón aparente.

Piperina se había convertido en alguien importante, en una amenaza. Representaba a todas esas personas que no tenían un origen aparente, que tenían características físicas relacionadas con Erydas.

Todas estas personas, sus admiradores, podían significar muchas personas revelándose si es que no la respetaban. Podían significar personas que podrían ver en ella a una nueva líder, la forma de revelarse contra su reino.

—Muchas gracias —respondió. Miró aquel hermoso collar, lo palpó con una de sus manos, luego le dijo a uno de los sirvientes—: Por favor, llévelo a mi baúl.

El joven tomó las joyas y hizo una reverencia tan elegante que a Piperina le dió envidia. Ojalá pudiera tener la misma confianza y no parecer un venado desviado. De repente habían demasiadas cosas sobre ella, demasiadas como para poder asimilarlas.

Piperina subió la mirada y sintió la atención tanto del rey Amón como la de su madre sobre ella. Parecía estarla leyendo, esos ojos idénticos a los de Zedric irradiaban un poder impresionante.

Por su parte, su madre la observaba con un rostro tranquilo e impasible, lo que era seriamente preocupante. Lo que menos querías ver de la gran Ailiah era ese rostro. Si lo que sentía era tan grande como para que tuviera que ocultarlo eso significaba serios problemas. Ambos esperaban algo de ella, pero Piperina no sabía si era lo suficientemente buena como para dar la talla.

—No soy la primera de nuestra especie —dijo, sus piernas parecían temblar, pero las personas no lo notaban, sino que se mantenían mirándola fijamente—, ni seré la última. Todos tenemos algo de Erydas, él nos bendice con un hogar, pero no sólo con eso. Me alegra mucho, —esto lo dijo con la mirada fija en el rey, mostrándole que no la intimidaba— que el Reino Sol lo reconozca y me ofrezca su apoyo. En eso esta la clave para la felicidad, en la unidad y en la paz.

El público aplaudió y gritó, complacido. Piperina hizo una reverencia, satisfecha consigo misma, y fue a sentarse de nuevo. El tiempo de irse había llegado.

Esa misma tarde el barco de Ranik salió con rumbo al viejo continente. En el muelle privado del rey se reunieron todos cuantos quisieron ir a la misión, incluso los reyes fueron a despedirlos.

Zedric observó todo atentamente, en especial porque había una nueva persona en el equipo.

Adaliah. Estaba seria y furiosa, tanto como para que tratar de leer sus pensamientos fuera un dolor de cabeza. De algo estaba seguro, y era de que no quería casarse con Ranik. Le parecía apuesto y todo, pero no quería estar con alguien que en realidad quería a su hermana pequeña, la dulce Amaris.

¿Ranik? ¿Querer a Amaris? Sabía que eran cercanos, que él la protegía mucho, —tal vez demasiado—, pero no que la quería de esa forma.

Zedric fijó su vista en ellos. Estaban hablando animadamente, él la miraba con adoración, se sentía cómodo junto a ella, tenía una necesidad de protegerla que, en cierto modo, a Zedric se le hizo familiar.

De todos modos, no importaba, trató de convencerse él. Amaris era sólo una aliada y, cuando todo terminara, regresaría a su vida. Ranik era como ella, que mejor que tener un compañero como él.

El rey dejó de hablar con Nathan y fue directamente hasta Zedric, dando fin a sus pensamientos. Sus ojos, los mismos que él había heredado, mostraron todo el poder y fuerza que él tenía aun cuando sus mejores años habían pasado.

«Trae ese cetro para nosotros —esto el rey no lo dijo con palabras, sino que lo mandó a la mente de Zedric—. Eso hará que automáticamente ganes las siguientes elecciones reales. De lo contrario, prepárate para luchar contra todos los que quieres»

Definitivamente él no esperaba eso. El rey ni siquiera lo había hablado con él en su reunión, ¿Y de repente parecía saberlo todo? ¿Era eso una amenaza?

Zedric ocultó sus pensamientos, los hizo dispersos y difíciles de leer. No quería que su padre supiera más de lo que debía de saber, al menos no de él.

«Haré todo lo que pueda —respondió—. No te preocupes por mí»

—¡Cuidado! —gritó uno de los marineros para advertir a Piperina antes de que una gran ola de agua cayera sobre ella.

Apenas le dió tiempo de inclinarse para aferrarse al borde del barco, enseguida el agua cayó y la jaló con una fuerza impresionante. Fue difícil, pero Piperina se mantuvo firme. El agua salada entró en sus ojos, en su boca y la empapó por completo, pero seguía bien, viva en el medio de la nada.

—¡Gracias! —gritó, esperando que aquel joven pudiera oírla, luego siguió avanzando presurosamente hasta la zona más alta del barco, donde Ranik discutía con Zedric y Adaliah. Los tres estaban empapados, pero eso era lo único que los hacía parecer débiles. Por lo demás, parecían perfectamente normales aun cuando estaban en el medio de una tormenta asesina.

—¡Deberías de intentar meterte a su mente! —gritó Adaliah, su voz resonó como si le estuviera hablando a todo un ejército, pero sólo estaba hablándole a Zedric, la única otra persona que tenía su mismo rango en ese barco.

—¡Es imposible! —gritó Zedric, que para nada entonaba en ese ambiente. El agua caía en su rostro, se tambaleaba como una vela apagada y empapada por el agua—. ¡Puedo ver en su mente, no entrar y modificarla!

—¡O simplemente no eres tan poderoso como todos creen! —le devolvió Adaliah. Zedric se adelantó hacia ella, furioso, pero Ranik se interpuso entre ellos antes de que algo más comenzara.

Estaba mirando específicamente a Adaliah, sus ojos helados estaban tan firmemente sobre ella que Piperina tragó saliva, sorprendida por lo firme que él parecía a pesar de estar tratando de controlar a la próxima Ailiah de su reino, a su próxima esposa.

Piperina sintió que su estómago dió un crujido al pensar en que Ranik y Adaliah estaban comprometidos. Adaliah, con él, era difícil de asimilar, en especial por el hecho de que, en un futuro próximo, tendría que tener herederos para el reino.

¿Hijos de Ranik y Adaliah? ¿Una familia feliz? ¿Ranik dejando su vida en el mar? Parecía una completa locura.

—¡¿Qué es lo que sucede?! —gritó Piperina para llamar su atención entre la aguda tensión que había entre ellos.

Adaliah fijó sus fríos ojos sobre ella, y como si hubiera sido iluminada o algo parecido, estos parecieron tomar cierto aire de reconocimiento, para luego decir:

—Sé lo que debemos hacer, y Piperina nos ayudará.

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