Capítulo 26. «Falsedad»
—Romina es una bruja muy poderosa. Es la protegida del gobernador y una muy buena amiga mía.
—Uy sí, amiga —susurró Connor en broma. Hiden, Piperina y él rieron mientras que Nathan rodó los ojos.
—Como sea, ella puede ayudarnos a encontrar a Sir Lanchman o un libro que pueda ayudarnos.
—Sir Lanchman... —Romina habló de forma lenta y pausada, tratando de hacerse la interesante—. Aquí no se le conoce por ese nombre.
—¿Pero sabes quién es él? —preguntó Zedric. La chica sonrió, divertida.
—Sé todo de ustedes. He estado observándolos con magia del espacio. Es básicamente lo que Amaris hace cuando viaja en el tiempo, se proyecta astralmente.
—Entonces podrás saber donde se encuentra Zara, ¿Verdad? —preguntó Connor. Como siempre estaba demasiado metido en la situación, ser un cambiaformas le daba impulsos animales, lo hacía monocromático, cambiante.
—Ojalá pudiera ver tanto como para verla —dijo Romina, sus enormes ojos demostrando la decepción que sentía por sí misma—. Pero no, ella es muy poderosa y tiene un hechizo muy fuerte de protección. Por más que intente verla, ¡Se esfuma! Pero a Sir Lanchman si que lo he visto. Sé que es un brujo muy poderoso, un Alba, no tienen porque preocuparse.
—¿Hay mucha diferencia entre un Alba y un Tenebris? —preguntó Piperina, en extremo intrigada sobre el mundo de las brujas. Si había algún nuevo horizonte que descubrir, ella lo hacía.
Pero la forma en que Romina respondió a su pregunta no fue del todo amigable. La vivacidad en sus ojos se perdió, dando a ver una nueva expresión en su rostro. Una no muy amigable.
—Los Albas reciben su poder de nuestro planeta. Los Tenebris la reciben del universo en sí, de una dimensión que sólo le da su poder a unos pocos. Es así como los Tenebris se vuelven perversos, porque deciden adquirirlo de una fuente de energía peor, de la mismísima dimensión oscura.
—Y Zara es una Tenebris —adivinó Elena.
—Ahora entiendo porque sus ojos y cabello cambiaban de color —meditó Ranik.
—Como sea —Romina volvió a su energía original, feliz y rebosante de energía— Hay un libro mágico que me puede decir las ubicaciones permanentes de alguien en la isla. ¡Dejen que vaya a buscarlo y entonces tendré lista su ubicación! Por lo mientras, esperen aquí.
Amaris se había mantenido un tanto dispersa debido a que ese lugar estaba lleno de peculiaridades que no dejaban de llamar su atención, pero, antes de que Romina se fuera, pudo arreglárselas para preguntar:
—¿Podemos observar algunos libros?
—Sí —dijo Romina—. Pueden incluso comprar algunos si lo desean, pero recuerden que los que están en estantes amarillos no están a la venta.
Amaris asintió. Su pulso estaba acelerado, una gran expectación cerniéndose sobre ella.
Necesitaba encontrar algo, aunque no sabía que. Recientemente había tenido una conexión más grande con la Luna, como si le diera algunas impresiones sobre lo que debía hacer.
Y, en aquel momento, estaba casi segura de que se trataba de un libro. Amaris cerró los ojos, concentrándose en escuchar algo más allá de lo que sus sentidos le transimitían. Al no conseguir nada prefirió, por el contrario, mirar lo que tenía frente a ella.
Aquella planta era la más nueva entre las de aquel extraño edificio, pero sus armarios y estantes contrastaban por lo antiguos que se veían. Amaris los miró fijamente, tratando de invocar una visión que le dijera algo, cuando vió una pequeña imagen en su mente de ella misma acercándose a uno de los estantes dorados para tomar un libro con una luna en su portada.
Inmediatamente supo que se trataba del armario más lejano, el de la esquina detrás de las escaleras, así que fue hasta él y revisó todos los libros que pudo.
Unos segundos después, lo tenía. Era un libro antiguo, había sido escrito por uno de los clarividentes más poderosos en la historia del Reino Luna. James Augusto Mildrad.
Había un montón de poemas, cuentos y crónicas en ese mismo libro que seguro tenían muchísima importancia. Amaris podía sentir la magia saliendo de aquel libro, incluso su corazón comenzó a latir por la incertidumbre.
Aun con todo eso, el libro estaba en uno de los estantes amarillos. No podría terminar de verlo antes de irse.
—¡Lo tengo! —dijo Romina varios minutos después. Con el tiempo sobre ella sacó una gran cantidad de monedas de su bolsillo y las dejó en el estante, no sin antes tomar el libro y guardarlo entre su ropa, donde nadie lo vería.
Romina le dijo a Nathan donde encontrar a Sir Lanchman, le dió un pequeño beso en la mejilla y luego lo dejó ir.
Piperina estaba bastante intrigada respecto a esa chica. ¿El bebé que llevaba en su vientre era de Nathan? ¿Por qué demonios él la había besado a pesar de tener una chica esperando por él? A pesar de ser una broma era algo serio, también. Tal vez por eso la había mirado de una forma tan severa y enojada. Si lo vigilaba en sus visiones seguro había visto lo que Nathan había hecho.
No, debía de concentrarse en otra cosa.
Al ver a su hermana llegar de hacer su búsqueda con un rostro perdido y un tanto distante, fue hasta ella y preguntó:
—¿Estás bien?
—Sí —respondió Amaris sin ponerle mucha atención. Tenía puesta su vista en Zedric, por si acaso había estado vigilándola.
Al sentir los pensamientos de Amaris viniendo hacia él la miró por unos segundos, antes de que Nathan y Ailum le dijeran que ya era hora de irse.
Todos notaban que había algo raro en Amaris, pero estaban demasiado ocupados en su misión como para ocuparse de eso. Después de todo, no estaba tan rara ni cabizbaja como lo había estado antes, se veía bastante normal.
La zona por la que nuestro grupo de heróes había llegado era la comercial. Era por eso que había tantas personas en un mismo lugar, buscando entre los puestos ambulantes a la bruja que pudiera satisfacer sus necesidades. Alba o Tenebris, seguía siendo lo mismo. Usar magia oscura, también.
En la zona sur todo se resolvía de forma diferente. En el sureste estaban los Albas mientras que en el suroeste estaban los Tenebris. También habían divisiones y mayores casas dependiendo del poder de su jefe.
En el camino a la plaza se Sir Lanchman se toparon con una villa bastante elegante y con una muy bonita fuente que adornaba el lugar. Tenía forma de sirena, parecía tener luces saliendo de ella.
—Es impresionante la maestría con que fue tallada —le dijo Alannah a sus hermanas mientras, lentamente, se acercaba para observarla. Un poco incómoda por el rostro que Piperina le había dedicado, la miró fijo y agregó—: Mira, acércate a ver.
A Piperina le pareció bastante raro que Alannah se fijara en ella así que, escéptica, se acercó a la fuente.
Dentro había pequeñas y brillantes sirenas, su tamaño era tan minúsculo que apenas si eran un poco más grandes que sus manos.
«Salvános, por favor»
¿Qué había sido eso? Por alguna razón sintió como una de esas sirenas, que la miraba fijamente, lo había mandado a su mente.
Se acercó al agua, lentamente, en su mente oyendo los cantos de aquellas hermosas y luminiscentes criaturas.
—¿Qué haces? —preguntó Nathan, rápidamente yendo hasta ella y deteniéndola de la muñeca.
Piperina frunció el ceño, para contestar:
—Ellas están atrapadas, quieren salir —Nathan apretó firmemente su muñeca, no mostrando nada de compasión.
—Suéltalas, nos puedes meter en muchos problemas. ¡Ya!
—Yo también puedo oírlas —dijo Connor.
Ambos miraron a las sirenas con parsimonia, incrédulos ante la belleza de sus cantos.
Antes de que los demás pudieran notarlo, Connor se convirtió en un gran pelícano y tomó varias de las sirenas en su pico.
Connor casi nunca usaba sus habilidades como cambiaformas, no fuera de sus entrenamientos o de los combates.
Y, incluso en el combate, se había mantenido como lobo todo el tiempo.
Un doloroso chillido, como gritos estridentes, llenos de gemidos y un toque de dolor, llenó el ambiente. Los oídos de los llamados eran sensibles, tanto como para hacerlos doblarse en su lugar tratando de acallar esas voces en su cabeza.
—¡Maldita sea! —gritó Nathan—. ¡Les dije que no tomaran nada!
Por más que los chicos intentaron levantarse, sus esfuerzos fueron en vano. Varios Albas comenzaron a salir de sus casas, todos con rostros contraídos en algo que Piperina identificó como enojo puro. Ninguno era Sir Lanchman.
—¡Traidores! —comenzaron a gritar, la magia blanca saliendo de sus manos e inmovilizándolos al instante.
Zedric no podía creer el embrollo en el que se habían metido. Necesitaban regresar cuanto antes a la isla Urkus antes de que fuera imposible para sus padres ocultar su desaparición.
Trataba de verle algo bueno al asunto, pero lo único que lograba vislumbrar era el hecho de que Connor no había sido atrapado, al menos por el momento. Se encontrara donde se encontrara tenía que intentar liberarlos, hacerle ver a aquellos Albas que no habían cometido aquella infracción a propósito.
Llegó el anochecer. Escapar parecía cada vez más imposible.
Fue entonces cuando los pasos se oyeron acercarse a su celda. Un hombre alto y fornido apareció en su campo de visión, se detuvo frente a él y le tendió a Zedric un raro collar. El hombre tenía la piel negra.
Zedric recordó como entre la mayoría de los reinos las personas con ese tono de piel eran bastante degradadas. Había hablado con su padre varias veces para detener aquellos abusos pero él lo había ignorado por completo.
Las ideas arcaicas estaban muy firmemente arraigadas. En un mundo en el que se alababa con fuerza a dos brillantes entes, el Sol, la Luna, y la luminosidad de estos, un color de piel que mostrara oscuridad absoluta era difícil de olvidar.
—Póntelo o no te dejaré salir —dijo el hombre.
—¿Y yo? —preguntó Nathan desde su celda, a quien nunca Zedric había visto tan indefenso.
—Yo sólo sigo órdenes.
Zedric se puso el collar, al instante sintiendo un raro tirón en su energía. Había algo en aquel collar que lo hacía sentir distinto.
Antes de encarcelarlo le habían dicho que aquella cárcel estaba hechizada para no permitir el uso de sus habilidades a sus carceleros, lo que quería decir que si lo estaban haciendo debilitarse era porque lo iban a llevar fuera.
El chico lo esposó antes de salir y lo llevó por los pasillos de la cárcel, acto seguido salieron y fueron hasta llegar a una de las casas más grandes y bellas de la plaza.
Después de llegar a la sala principal, Zedric fue dejado ahí por el chico sin delicadeza alguna. Básicamente lo empujó contra la afelpada y elegante alfombra que no hizo nada para apagar la dureza del suelo debajo de ella.
Zedric estaba apunto de quejarse con todas las ganas del mundo, pero antes de que siquiera pudiera hacerlo unos quejidos llamaron su atención.
Era Amaris, la cual no dejaba de llorar desconsoladamente. Era raro no poder entrar a su mente, reconocer esa familiar esencia que la caracterizaba.
—¡Ranik! —gritó ella, eufórica mientras, aun con las fuerzas debilitadas por el collar, se removía de un lado al otro—. ¡Necesito saber que está bien! ¡Quiero ver a Ranik!
Una no muy familiar punzada hizo el corazón de Zedric estrujarse. Nunca nadie se había preocupado tanto por él, incluso poniéndolo antes que a su misma familia.
Fue entonces cuando Ranik entró en la habitación. Zedric sintió envidia de lo compuesto que se veía. A diferencia de él, que prácticamente había tenido que ser arrastrado, Ranik caminaba por su cuenta y no tenía en su rostro nada de palidez.
—Vaya, estás bien. —Amaris se tambaleó en su lugar y a rastras llegó a sus brazos. Ambos se abrazaron por varios minutos hasta que pasos resonaron anunciando la entrada de sus captores a la habitación.
Eran los líderes, entendió Zedric inmediatamente. Podía pensar con mejor claridad, lo que quería decir que ya se estaba recomponiendo. Aquel collar frenaba todas sus habilidades, y que le quitaran la habilidad de leer mentes frenaba también su forma de pensar.
—Bienvenidos a la Isla de la Hechicería, Elev Ranik, cuarta princesa Amaris y príncipe Zedric, mi nombre es Malena Gryrmar.
—No me siento especialmente bienvenido —gruñó Zedric, frustrado.
Una mujer alta, de rasgos felinos y ropa ostentosa de un estilo que nunca había visto en el reino, dijo:
—Si usted no se siente cómodo es por sus propias acciones. Ha profanando el santuario del clan Glyrmar.
Zedric apretó los labios, molesto. Con todo el valor que le había dado su rango como príncipe heredero nunca nadie le había hablado así.
—Se equivoca —respondió con tono punzante—. Yo no lo hice, lo hicieron mis compañeros de viaje.
—Y tanto usted como Ranik son sus líderes. De ustedes depende el futuro de ellos, de ustedes depende controlarlos.
Zedric apretó los labios, harto de todas esas ofensas y faltas de respeto. Lo habían educado de tal forma en que nunca nadie lo debía hacer menos.
—Lamentamos nuestra intromisión en su santuario. —se disculpó Ranik antes de que Zedric pudiera gritarle a los demás— Tenemos entre nosotros a varios jóvenes que se conmovieron al ver a esas pequeñas sirenas encarceladas en la fuente y deseando libertad.
—Las sirenas de tamaño minúsculo son mucho más manipuladoras que las de tamaño real. Para nosotros son un bien muy preciado y las protegemos de las peligrosas criaturas que hay en el mundo fuera de la fuente.
La forma en que aquella mujer dijo eso fue tan fingida que Zedric no pudo más que bufar. Era demasiado falsa.
—Debe de haber alguna forma de conseguir arreglar esto. Un trato.
El rostro de la mujer, aunque casi imperceptible, mostró un rastro de una sonrisa confiada que Zedric recordó haber visto muchas veces en varios rostros diferentes. Había una confianza en ella que demostraba que a eso quería llegar la mujer desde el principio. A un trato.
—En la Isla de la Hechicería tenemos muchas cosas, demasiadas para contarlas, pero vivimos aislados y es por eso que hay algo que nos sería en extremo valioso viniendo de ustedes. Información.
—¿Qué tipo de información?
—Les haremos una entrevista y tendrán que ser totalmente honestos sobre cualquier cosa que queramos saber, eso asegurará la libertad de la mayoría de los que están aquí.
—La mayoría —dijo Amaris, mirando con fiereza a la mujer—. No soy la líder de mi grupo, estoy aquí por algo más.
—Efectivamente. Sabemos que usted, princesa, entre todos sus compañeros, nos ha ofendido de una forma impensable. Nos ha robado y eso aquí, en nuestra isla, se castiga con pena de muerte.
Amaris estaba sumamente avergonzada por haber tomado aquel libro. Zedric enseguida negó con la cabeza, furioso porque tantos contratiempos estaban interviniendo en su viaje.
—Entrégalo ahora —dijo la mujer. Amaris entrecerró los ojos, mostrando firmeza en su rostro. Se compuso el vestido y, desfajándose, logró sacar el libro.
—Es aun peor que haya sido un libro de la colección dorada. Usted tendrá que pagarlo aun más duro.
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