Capítulo 25. «Susurro mortal»

En el medio de la nada, con la niebla deteniendo la vista de todos los que iban en el barco de Ranik, fue el momento de detenerse.

—¡Hasta aquí llegaremos! —gritó Nathan anunciando toda la tripulación que era el momento de hechar anclas. Estaban en el medio de la nada, la niebla apenas si permitía ver más allá de allá de un metro.

La mayoría de las personas salieron de sus camarotes para apreciar el lugar al que habían llegado.

—No puedo ver nada —le dijo Alannah a Amaris en un intento de entablar conversación—. Aun sigo sin entender mucho de esta extraña alianza y misión. ¿Sabes?

Amaris había bajado del mástil para pararse en la esquina más alejada de todos en el barco. Para su mala suerte, Alannah la había seguido. No se sentía con ánimos de hablar, fuera quien fuera.

De todos modos, respondió:

—Eso es porque la Isla de la Hechicería está a varios kilómetros de aquí —explicó, recordando la visión que había tenido en la noche, como un sueño—. Nathan sabe que si vamos más cerca estaremos en peligro de ladrones o de brujas embusteras. Nadie se arriesgaría a luchar en la niebla a menos que fuera un miembro de Reino Luna y tuviera suficiente dominio del elemento para mover la niebla a su antojo.

—¡Exactamente eso! —dijo Nathan con obvio entusiasmo. Le gustaba tomar el mando de las cosas de vez en cuando—. Para todos los que no hayan escuchado a Amaris con sus oídos sobrenaturales, no podemos desembarcar en otro lugar o estaríamos hechos papilla. Ahora, para todos los presentes, hay que tener extremo cuidado con las criaturas fantásticas que hay en estos mares. Si se acercan lo suficientemente al mar podrán encontrar desde serpientes marinas gigantes, hipocampos, calamares gigantes, e incluso un gran y enorme Craken, según tengo entendido. La mayoría son bestias feroces y que no temerán en hacerles daño a menos que sean sus amos o se dignen a ofrecer más estabilidad y comida de la que ya tienen.

Las hermanas Birdwind no parecían muy contentas con aquella afirmación, en especial Triya, que frunció el ceño y farfulló por lo bajo:

—Esto es inhumano.

—Las bestias marinas deciden quien es su amo, no lo hacemos nosotros —le devolvió Nathan—. Como sea, los que vayamos a bajar tenemos que ir en una canoa hasta el muelle de la isla, así que les recomiendo que vayan preparándose.

Las Birdwind decidieron que sería Triya la que bajaría por ser la que mejor sabía defenderse. No dejaban de hablar, reír, y comportarse como hermanas normales lo harían. Piperina sintió envidia de lo bien que les había ido en la vida por no tener un reino interviniendo en sus relaciones.

Su relación con Alannah no era del todo amable. Se toleraban, pero era como si Alannah simplemente pensara que amistarse con Piperina no la beneficiaría lo suficiente.

Sin ganas de acercarse para escuchar lo que sea que sus propias hermanas estaban hablando, fue directamente hasta su camarote para buscar una capa para Amaris, que obviamente no podría salir dejando sus ojos a la vista o todos la reconocerían.

Pasó por las escalerillas y giró en el pasillo de la izquierda, el que daba hacia los camarotes. Era un lugar pequeño, angosto, pero era mucho más fácil caminar por él después de que el barco se había detenido.

—Tú y yo tenemos algo de que hablar.

—¿Qué? —preguntó Piperina, incredulidad brillando en su rostro. Sintió que Nathan llegó hasta ella desde atrás, tomándola de la muñeca y haciéndola girar hasta quedar acorralada por sus brazos.

—Quiero que me digas como fue que le ganaste a Adaliah. ¿Crees que no noté la forma en que ella se dejó vencer demasiado rápido cuando le dijiste, "No te levantarás"? No fue una coincidencia. Tal vez fue el susurro mortal que aquel Erys mencionó.

Piperina entrecerró los ojos, furiosa. Empujó a Nathan, para luego responderle:

—Ganado como sea que haya ganado, eso no te importa.

Nathan, en respuesta, entrecerró los ojos también, e insistió:

—Claro que me importa, porque si ganaste de esa forma, usando tus habilidades en un combate en el que se suponía no debías hacerlo, eso sería trampa. Además, —insistió— necesito conocer con quien me junto, ¿Sabes? Tal vez podrías estar usando tú aguda persuasión para hacer que Zedric siga metido en esta absurda misión.

—Yo no sabía lo que hacía ahí. De hecho... —dudó, aun ni ella podía creer que realmente hubiera usado una de las habilidades de Erys—. Creo que lo he hecho varias veces a lo largo de mi vida, pero ni siquiera lo había notado. Deja de ser escéptico, me causas dolor de cabeza.

—Tú y tú hermana me causan dolor de cabeza. Son impredecibles y demasiado poderosas para mi gusto.

—¿Crees que no lo he notado? —preguntó ella, que, aunque se sentía mucho más tranquila, aun seguía irritada—. Si fuera por tí harías esto solo con tus amigos pero tienes que seguir las órdenes de Zedric, ¿No es así? — Nathan se mantuvo en silencio, impresionado por la confianza y fiereza de Piperina. Quería decirse a sí mismo que no tenía razón, pero eso era una mentira— Yo creo en los motivos por los que estoy aquí y no estoy siendo un grano en el trasero para los demás. ¡Despabílate!

—Sea lo que sea que hayas hecho, si nos toca luchar más te vale que no uses este extraño susurro —respondió Nathan antes de marcharse.

Piperina no pudo moverse por varios segundos después de que Nathan entró a su camarote. Por una parte no podía creer que Nathan fuera tan idiota y, por la otra, no podía creer que por fin había usado sus habilidades.

Seguiría intentando usarla, debería de servir para algo, debería de darle la posibilidad de defender a su familia.

Mientras el bote avanzaba rumbo a la Isla de la Hechicería, Nathan no dejaba de hablar y hablar, advirtiendo a sus acompañantes.

—Ya puedes callarte, has dicho todo como tres veces —dijo Piperina, irritada.

Nathan trató de ignorarla, pero cada una de las palabras que la chica decía eran más molestas que las anteriores.

Piperina se inclinó hacia atrás, tratando de estirarse con el poco espacio que había.

Nathan, siendo el que estaba dirigiendo a todos y su forma de remar en el bote por toda la experiencia que tenía, supo de inmediato lo que estaba por suceder.

—¡Cuidado! —exclamó, llamando la atención de Piperina, a la que apenas le dió tiempo de reaccionar antes de que una enorme anguila marina saltara por encima de su cabeza.

Nathan estiró su mano y de un movimiento incineró al animal con su control del fuego. Triya, por su parte, encapsuló al chamuscado animal y lo hizo caer de nuevo al mar.

—Vaya, eso no lo vi venir —dijo Connor, que trataba de ocultar su nerviosismo pareciendo divertido por la escena—. Hay tantas especies aquí que mi estómago no deja de pensar en el delicioso manjar que podría estar teniendo en estos momentos.

—No te recomiendo pescar en estas aguas, lobito —respondió Nathan—. Puedes imaginar que convirtiéndote en un Craken vencerías a cualquier animal debajo de nosotros, pero nunca sabes con lo que puedes encontrarte.

—Sigo teniendo hambre —dijo, al instante tomando su forma mitad lobo y estirando su mano para tomar un pez del agua y meterlo de inmediato en su boca
—. Delicioso.

—Triya y Alannah, necesito que se deshagan de la niebla por unos segundos. Así podré ver en que parte de la isla estamos. Cuando lleguemos inmediatamente tenemos que separarnos, si vamos juntos llamaremos la atención. Recuerden, mi capa es verde y tiene bordes cafés, hay pocas de esas.

Triya y Alannah separaron la niebla enseguida, dejando que la costa de la isla de hechicería se viera al instante frente a los ojos de todos los que estaban ahí.

Aquella isla era todo menos sencilla. Había casuchas pequeñas y extrañamente sencillas, pero también había extrañas edificaciones con distintos niveles, como si hubieran decidido poner una variedad de casas una sobre la otra sin un orden aparente.

Otra cosa que llamaba la atención al instante era la gran cantidad de personas amontonadas en los distintos callejones, todas con capas de distintos y coloridos diseños.

Nathan bajó del bote primero que los demás. Acto seguido, todos se separaron con la única motivación de seguirlo.

Amaris estaba dispuesta a seguirlo, pero el miedo de que alguien la reconociera no hizo más que hacerla sentir insegura sobre subir su mirada para que alguien más la mirara.

Las personas eran muy atemorizantes en aquel lugar. Sentía su mala vibra venir, el miedo, las ganas de hacer daño y conseguir algo con demasiadas ganas.

Recordó la forma en que había visto cada uno de los movimientos de Tenigan y, rápidamente, trató de invocar esas mismas visiones.

Con la vista puesta en el suelo, Amaris vió cada uno de los giros de Nathan, buscando en el suelo la señal de que tenía que girar o cambiar de lugar.

La isla tenía pasajes extremadamente pequeños. Había personas haciendo magia por doquier y más de dos veces Amaris estuvo a punto de tropezarse con otra persona.

Aun con todo eso atravesó la isla incluso más rápidamente que Nathan, llegando a un paraje un tanto espeluznante en el que no pudo más que caminar con cuidado y un poco de miedo.

Se trataba de una plaza bastante pequeña con sangre y mucha maleza por todas partes. Había todo tipo de herramientas de ejecución esparcidos en el lugar, cada una más tétrica que la otra.

Las visiones se hicieron presentes al instante. Amaris vió morir a tres personas de formas distintas pero sufriendo igual antes de irse. Agobiada se llevó las manos a la cabeza, tratando de detenerlas. No había personas ahí, pero de todos modos se cuidó de no dejar caer su capa cuando se inclinó en el suelo.

—Este lugar es en donde todos los tramposos mueren —escuchó, aquella voz venía de un hombre apostado en el suelo y con un rostro decaído y una apariencia bastante descuidada, como de pordiosero—. Yo estoy aquí porque conseguí una medicina para mi esposa y no tuve como pagarla. Pronto mi vida verá su fin. ¡Pero no se detenga! ¡No se detenga, déjeme morir, no pasará nada, porque ya lo estoy!

Amaris sintió mucha compasión por aquel pobre hombre. El tono de su voz sonaba realmente dolorido, su rostro también.

Posó su mano sobre el cinturón que colgaba en su cadera, sacando unas cuantas monedas para dárselas y que este pagara cada una de sus deudas.

Al acercarse al hombre, este extendió su mano para tomarlas. Amaris sintió una pequeña sonrisa salir en su rostro, pero cuando sintió la energía que provenía de aquel hombre no pudo más que sentir escalofríos.

Energía oscura venía de él, fuerte.

—Aléjate —dijo al instante. Sus movimientos se volvieron bruscos y descuidados mientras intentaba distanciarse lo más posible de ese hombre y haciendo que perdiera el control de sus movimientos.

Como en una cadena de desastres su capa cayó al sueloy reveló su identidad.

—Esos ojos... —soltó con sorpresa, dejando caer su rostro hacia atrás, respirando con suma rapidez—. Usted es...

Amaris estuvo a punto de huir, pero el hombre fue más rápido y tomó su muñeca antes de que sucediera.

—Ella tiene que saberlo, si se lo digo tal vez me perdone. Lo necesito.

—No puede decirle a nadie —dijo Amaris, completamente a la defensiva—. ¡Suélteme!

—Tengo que... yo... lo siento.

—No —dijo Amaris, furiosa. Lo que menos quería era ser expuesta por ese necesitado y perdido hombre. Sacó la daga que Nathan le había dado para defenderse en cualquier emergencia y, sin una pizca de remordimiento, la insertó en él.

No sería hasta minutos después cuando notaría lo grande que había sido su error.

Por lo mientras, sus amigos iban llegando a aquel lugar con Nathan a la cabeza. Este, al ver que Amaris se le había adelantado, preguntó:

—¿Cómo llegaste...?

—Ve el futuro, ¿Lo recuerdas? —respondió Zedric, que seguro lo había visto en la mente de Amaris. Esta simplemente trató de mantenerse tranquila pensando en un montón de cosas menos en lo que acababa de hacer.

—Este lugar es muy peligroso —dijo Nathan, irritado—. Nos hubieras esperado en cualquier otro lugar.

—Como sea —Piperina y los demás habían llegado, así que ella estaba tratando de desviar la conversación para no afectar a su hermana— Sigue llevándonos a nuestro destino, por favor.

Nathan suavizó la mirada, automáticamente pasando aquel raro y melancólico cuarto y yendo girando hacia un callejón más pequeño y con construcciones muy bonitas. Aquel pasillo era larguísimo, las edificaciones estaban todas decoradas con azulejos de colores llamativos y bonitos.

Después de unas cuantas casas, (la mayoría eran pequeñas, de un solo nivel), Nathan paró frente a la que parecía la más sencilla. Los azulejos eran blancos y estaban adornados con flores azules que hacían ver el lugar limpio y puro.

Su puerta, en contraste, era morada.

Nathan se detuvo frente a aquella puerta, advirtiéndole a su compañía antes de entrar:

—No hablen con nadie, no miren a nadie, no toquen nada.

Amaris y Piperina se miraron entre ellas, la incertidumbre cerniéndose sobre ambas. Nathan simplemente abrió la puerta, la que no parecía tener seguro siquiera.

Zedric y Ailum entraron primero, mientras que Ranik y los demás dejaron que las princesas avanzaran antes que ellos en un gesto al que ellas ya estaban bien acostumbradas.

Se trataba de el protocolo, que aun en aquella isla seguía vigente.

—Vaya, este lugar es... —Amaris se detuvo, tratando de asimilarlo.

—Enorme —completó Alannah, que rápidamente se posicionó al lado de su hermana y entrelazó su brazo con el de ella.

Lo que por fuera parecía una pequeña casucha sencilla y bonita, dentro era una enorme edificación con paredes y techos altísimos. Había bastantes armarios y estantes por doquier que tenían desde libros, ropa y otras chucherías que, por su número, eran difíciles de distinguir.

Nathan pasó de largo la primera planta, yendo hasta las largas escaleras de caracol en el centro de la edificación.

Cuando hubo llegado al último nivel, el ocho, se detuvo y giró hacia la derecha. Allí solo había libros, como en los últimos tres niveles. La diferencia era que en el fondo había una especie de salita en la que una joven de ojos grandes y rizos despamanantes castaños leía con suma concentración.

—Romina —la llamó Nathan. La chica subió la mirada, sus ojos castaños iluminándose al mirarlo. Se levantó rápidamente, corrió hasta él y lo besó con una pasión palpable.

Piperina notó, con diversión, que Nathan estaba bastante incomodo. Al separarse de ella sus ojos fueron directamente a su parte baja. Lo que Piperina al principio pensaría un gesto pervertido sería mucho más que eso.

Romina tenía una enorme panza.

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