Capítulo 7
Cuando el rey abandonó la mansión supo que dejaría a su hija a merced de Salamyel, decidió que lo mejor era que sus amigas la visitaran y se quedaran con ella unos días porque eso la haría feliz en su ausencia, él tenía asuntos importantes que atender en el reino Seis Torres y no podía seguir aplazándolos a causa de ella, vivía en un constante estrés que sólo se veía aplacado por períodos cortos gracias a sus amantes.
Cuando le llegó la invitación, o mejor dicho, una orden expresa de que se requería su presencia en el reino Seis Torres, no pudo evitar sentir terror, pero dentro de él bullía su ego y también su soberbia, después de todo, su amabilidad se había muerto con su difunda esposa y no habría manera alguna de volver a ser el rey glorioso que fue en su momento.
Seis Torres era el segundo reino más grande y más oscura de la región Magryll, era el único más rico en oro; oro que llegaba al reino de Salamyel, de ahí su motivo por el cual no quería que Yael se viese inmiscuida en ese negocio porque el reino de Salamyel en sí no poseía riquezas.
El rey Gregory lo había perdido todo cuando la maldición cayó en su reino, después de tantos años su pueblo no lo respetaba por su título, pero si por el syth que poseía en sus bolsillos; el syth eran monedas elaboradas en oro puro, teniendo como relieve el mapa de la región de Magryll con una estrella de seis puntas representando la posición de los reinos.
Ahora se encontraba en suelos oscuros y fríos, dónde quieras que voltearas a ver, verías el color negro distintivo de la madera que formaba las casas de un pueblo con poca gente, el rey Gregory ignoraba el porqué de la situación ya que era una tierra rica en comida y oro, por supuesto.
Quien gobernaba esas oscuras tierras volcánicas era nada más y menos que su reina Silver Crow junto con su primogénito, el príncipe Darianth Crow, también dentro de su reinado se encontraban conviviendo cinco familias de ducados cercanas a ella, familiares quienes le servían de gabinete.
—¡Bienvenido, rey Gregory! —saludó la reina Silver extendiendo su mano nívea.
Silver Crow pese a su edad, se veía demasiado bien conservada, cosa que nunca le pasó desapercibida al rey Gregory, era una mujer muy guapa y bien educada, pero sus vestidos siempre dejaban demasiado a la imaginación, era una mujer de curvas y su alto cuello y el color de su piel le profería una belleza mortífera.
—Mi reina —dijo finalmente tras depositar un beso en el dorso de su mano.
—Me alegra verte después de tantas cartas —dijo riéndose mientras lo acompañaba al interior de un enorme castillo.
—Me disculpo de antemano, las cosas en mi reino no han ido del todo bien.
—¿Se refiere a su tan preciada hija? Es joven, supongo que le causa demasiados problemas.
El rey Gregory rio apenado, su hija siempre era el tema principal cuando quería evadir las visitas y le incomodaba, sabía que no era correcto, pero era la única manera de que el pudiera aplazar sus obligaciones.
—Espero que las doncellas que le envié hayan sido de ayuda —musitó la reina mientras le traían una copa de vino—. ¿Gustas?
—Sí, muchas gracias —respondió el rey—. Y también gracias por las doncellas, pero ha enviado muchas de ellas.
—Se hace lo que se puede, muy pocas jóvenes están dispuestas a atender reyes solitarios, espero que no te haya ocasionado algún problema —Un mozo se les acercó con una bandeja de oro y dos copas de cristal llenas de un vino rojizo.
La reina le extendió la copa al rey quien no tuvo tiempo de agarrar por su cuenta.
—Solo desearía que también le hicieran caso a mi hija, no solamente estoy yo en la mansión —Se quejó mientras le daba un sorbo a su copa.
—¡Por supuesto! Me disculpo de antemano, cuando les dije que debían atender al rey en todo momento, también incluía a su princesa, no volverá a ocurrir.
Caminaron a toda prisa al interior de una habitación dónde se encontraba una gran mesa de pesada madera y seis sillas con detalles hechos de oro.
—Sé que tu visita es breve, Gregory, pero debemos hablar de negocios.
—Lo sé —susurró el rey Gregory tragando en seco.
—Te he dado cuando has pedido, pero sigo sin recibir nada a cambio —señaló la reina Silver con su larga melena oscura—, sé que llegará en algún momento, pero necesito algo que se haga de manera efectiva y pronto.
El rey asentó su copa en la mesa y la miró confundido. Sabía que prácticamente había vendido su alma para que a su gente no le faltara nada, pero qué más podría entregarle a cambio, no tenía nada, apenas poseía un título que se había esforzado en mantener.
—Toma asiento, me he tomado la molestia de convocar a mi gabinete y espero que cuando termine esta sesión, sea con resultados —El tono serio en la voz de la reina Silver lo hizo estremecer.
Sam se había quedado afuera por sus órdenes y justo cuando necesitaba de guardias los había despedido, el oro que le estaba dando se estaba agotando, por eso había decidido ir nuevamente, ese era el único motivo de sus visitas.
Los ojos negros de la reina parecían brillar en aquel lugar, las luces de las linternas disminuyeron provocando un efecto tenue en el lugar, ojalá los nervios le hicieran entrar en calor, pero tenía las manos demasiado frías.
—Quiero que sepas algo, Gregory, yo no manejo tu reino por obvias razones, después de lo sucedido fuiste el único que decidió quedarse y cumplir su deber, tu sabías que mantener a tu pueblo iba a ser difícil y te arriesgaste, pero también te llevó a depender de nosotros.
—Estoy consciente de eso, pero ya no es suficiente, el pueblo necesita más semillas, animales y el syth es la única moneda que tengo de ida, de regreso no tengo nada —El rey Gregory estaba desesperado, las finanzas de su reino se estaban yendo por una cloaca.
El syth salía de Salamyel y lo que entraba era una moneda desconocida para él, una moneda que no tenía valor en su reino y Seis Torres.
—Te advertí sobre los negocios con Eterno Redentor, se te advirtió desde un inicio que él no usaría nuestra moneda para comercializar, no hay excusas para eso, Gregory.
—Silver, si no lo hacía, no entraban alimentos a Salamyel, no es mi culpa que ellos acepten oro por pago y devuelvan con plata.
Ambos líderes guardaron silencio, si Seis Torres comía era gracias a Salamyel y su tratado de comercialización, asunto que no se modificó pese a las condiciones del ahora Salamyel, el rey tenía que continuar con sus alianzas así el no probara bocado alguno.
—Su Majestad —anunció un mozo dejando pasar a un grupo de personas, cinco en total quienes vestían con ropas oscuras y oro adornando sus manos, cuello y dónde sea que se pudiera vestir oro.
—Gracias por su presencia, el rey Gregory se ha unido a esta sesión para que hablemos sobre la situación de Salamyel, sé que hemos hablado infinidad de veces sobre este asunto, pero ahora es turno del rey de poner las cartas sobre la mesa.
El rey se sentía pequeño en aquel lugar, ni siquiera podía explicar la sensación que lo invadió cuando aquellas personas entraron al lugar, sus presencias pesaban y hacían que el aire fuera difícil de respirar. Los tres hombres y las tres mujeres lo miraron fijamente intentando leer sus pensamientos.
Finalmente se puso de pie y soltó un gran suspiro.
—Salamyel necesita más oro, el triple en realidad, la otra semana debo reunirme con el rey de Eterno Redentor para establecer el tipo de moneda con el cual trabajamos...
—Dean nunca aceptará nuestro oro —dijo un hombre de cabello largo y ojos verdes interrumpiendo el discurso del rey—. Nos odia por poseerlo y hará lo imposible para evitarnos.
—Hay un detalle con ellos —señaló la reina Silver—, ellos toman nuestro oro, pero a la hora de devolver el cambio, ellos no dan de vuelta oro, así que el pueblo de Salamyel tiene una plata inservible en el bolsillo.
—Y esa plata no circula en el pueblo, ellos mismos han hablado con los comerciantes y estos dicen que si no les pagan no hay mercancía.
—Es claramente que están violando un estatuto en cuando a la moneda de intercambio porque esto no había pasado anteriormente —se quejo un hombre de cabello rubio.
—Es claro que Eterno Redentor quiere cambiar forzosamente la moneda en nuestros reinos, se le entrega la de oro, se deshace de ella y da otra para que esta circule, que inteligente —musitó la reina mirando fijamente a Gregory—. Bien, te encargaras de eso de Gregory, tienes que investigar por qué están efectuando transacciones de esa manera.
El rey Gregory miró fijamente a Silver y esta sonrió con malicia. Era como si él fuese su perro y ella su dueña, odiaba eso, lo odiaba con cada fibra de su ser.
—Hay otro asunto más delicado sobre la mesa, Gregory —añadió mirándolo fijamente—. ¿Sabes? el darnos hombres de más para la extracción del oro no es suficiente.
—¿Qué quiere decir? —preguntó sintiendo el corazón latiendo desbocado en su pecho.
—Tú sabes que hay algo más en tu vida que se iguala al oro —indicó la reina mostrándole los dientes en una gran sonrisa.
El rey Gregory lo sabía, sabía que no bastaba su palabra para pagar sus favores. Miró a Silver furioso y negó con la cabeza y esta le devolvió la mirada inocentemente.
—Sabía que no era un precio justo y lo dejé pasar por el gran cariño que te tengo, después de todo Maritza era una gran amiga mía, pero sólo piénsalo, dos reinos unidos, todo el oro que quieras sin tener que hacer promesas vacías, duques a tu disposición, mozos, doncellas, todo lo que perdiste en Salamyel.
—Sabes que no puedo hacer eso —respondió el rey—, será mejor que me vaya, ya que mis asuntos aquí parece que han terminado.
—¿Estás seguro? —preguntó Silver cuando una gran caja fue depositada junto a ella, una caja llena de monedas de oro.
Silver sonrió y el ducado se puso de pie, tomando la palabra el hombre de cabello largo.
—La reina ha decidido que el pago por la entrega de tres cajas de syth, sea un permiso de cortejo con la princesa Yaerlyk Svent del reino de Salamyel, con el propósito final de contraer matrimonio con el príncipe —Se acomodó sus ropas—, o alguno de nuestros hijos.
El rey Gregory miró a Silver rogando que desistiera de aquella decisión, él no entregaría a su hija a cambio de unas monedas, pero su pueblo las necesitaba para subsistir en tanto pudiera llegar a un arreglo con Eterno Redentor.
—Silver... —musitó temblando de miedo y coraje.
—Lo sé, Gregory —dijo la reina acercándose a él y acariciándole el brazo para aplacar sus emociones—, pero quiero que sepas que si lo hago no es con el afán de hacerte sufrir, sé que Yaerlyk ya tiene la edad necesaria para tomar decisiones y por supuesto contraer matrimonio, nunca le has dado la oportunidad de darla a conocer en sociedad, muchos de tus duques, marqueses, barones viven en el pueblo, es una oportunidad para recuperar tu verdadero reinado.
Las palabras de Silver parecían un dulce néctar, la visión que tuvo en ese momento mientras le decía todo eso le hacía sentir bien, ya no le tendrían miedo a la mansión, habría fiestas, bebidas, posición social, lujos, oro, y finalmente, él tendría la corona que había perdido años atrás.
—Hablaré con mi hija —musitó después de unos minutos.
—Perfecto, estaremos deseosos de recibir la invitación a Vaho Negro.
El rey asintió y varios mozos llevaron detrás de él las tres grandes cajas de oro.
—Sam —llamó el rey Gregory—. Regresemos a casa.
—Sí, Su Majestad —respondió mientras subía al frente junto con el cochero.
El rey tenía finalmente sus monedas, ahora sólo faltaba hablar con su hija, pero él no era tonto, no le mencionaría el asunto de matrimonio, Yael ya había experimentado la traición por parte de él con sus amigas, una más en la lista y estaba seguro que Yael no lo perdonaría y no estaba preparado para dejarla ir.
Sin ganas de seguir pensando en sus problemas, cerró los ojos y se abandonó al sueño.
—Madre —dijo el hombre de cabello negro desaliñado mientras entraba a la habitación de su madre.
—¿Cómo te fue? —preguntó a tiempo que se quitaba los adornos de su cabello.
—Bien, Salamyel está lleno de cosas...
—Lo sé, hay fantasmas, demonios y un sinfín de cosas detrás de cada árbol y su rey es tan ciego para no verlas.
Ambos habían pasado noches enteras hablando sobre Salamyel, conocían su historia, conocían a su gente, sabían cosas que propiamente solamente el rey Gregory debía saber.
—La vi —dijo mientras se paraba detrás de ella mirando como era la viva imagen de su difundo esposo—. Es hermosa y exquisita —añadió mientras sonreía y se sentaba a los pies de la cama.
—Muy pronto la conocerás formalmente —señaló poniéndose de pie—, y tienes que hacer que se enamore de ti.
—Madre, eso es...
—Nada de peros Darianth, nuestro reino tiene que unirse con Salamyel y eso solamente será si tu te casas con su princesa.
Darianth estaba en contra de jugar con los sentimientos de las personas, no es que él fuera un santo, pero era algo que mancillaba el alma de las personas. Cuando uno ama fielmente esto se puede ver y sentir, él podía verlo, sus auras, sus almas, el amor era lo que los mantenía puros y una vez que estos se sentían traicionados o eran heridos, todo cambiaba y era desagradable.
—¿Te has puesto a pensar en qué dirá ella?
—No sé, no es mi problema —dijo la reina subiéndose a la cama—. Sé que estás en contra del método, pero prefiero que seas tú a que sean los demás.
—¿Los demás también harán lo mismo? —preguntó Darianth poniéndose rápidamente de pie para darle cara a su madre.
—Sí, ellos también entraron al juego y sabes que no puedo decirles que no —respondió poniendo los ojos en blanco—. Si gustas mañana salimos a caminar y hablamos sobre esto, me estoy muriendo de sueño.
—Tan mortal —Se quejó Darianth saliendo del cuarto de su madre.
—Cállate —dijo su madre riéndose.
Darianth se dirigió a la sala común dónde solía reunirse con los demás y los pudo ver sentados como lo harían los dioses si es que existieron.
—¿Te lo dijo? —Preguntó Xerxes mientras tiraba una almohada al aire.
—Sí —respondió Darianth tirándose en el sofá de cuero rojo mirándolos a todos.
—Sólo les diré algo —señaló Takeshi—, ella será mía.
Y sólo se escuchó un fuerte siseo al fondo mientras las velas se apagaban.
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