Capítulo 5

Los acuerdos estaban desperdigados por todo lo largo de la mesa, el sonido de las succiones hacía un diminuto eco, mientras una doncella gemía de placer el efecto provocaba que los demás integrantes se abalanzarán contra las mujeres que estaban ahí presente riéndose entre ellas siendo cómplices de su jugueteo.

El rey en su gran silla tenía las piernas abiertas y aun con los pantalones puestos, su doncella favorita le hacía el favor, le forzó la garganta y se corrió llenó de gloria dentro de ella, la doncella se trepó encima de su rey y con gran audacia lo besó sin importarle que sus fluidos estuvieran mezclados con su saliva.

El gabinete presente sólo podía pensar con la entrepierna y cuando hubo terminado la depravada sección, estos embelesados y con el calor en la piel le autorizaron permisos a su rey, porque según a palabras suyas, él sabía lo que ellos de verdad necesitaban.

Si lo que necesitaban era un agujero dónde meter sus miembros, entonces era claro que ningún integrante del gabinete era digno del puesto que llevaba y eso el rey Gregory lo sabía bien, era un precio vulgar que tenía que pagar si quería mantener su estatus; ya era suficiente tener a su hija escabulléndose por los territorios de Salamyel y que de ser por el fuera ya la hubiese mandado lejos, pero tenía miedo de sus pesadillas.

—Mi rey —llamó su doncella para sacarlo de su ensimismamiento.

—Ve a mi habitación, en un momento voy —respondió, mientras ella le daba un pequeño beso y se iba saltando a reunirse con las demás doncellas que reían a carcajada suelta.

—Fue... formidable —dijo el jefe del gabinete extasiado—. Más tarde le haré llegar las propuestas y el modo en el que trabajaremos, Su Majestad.

—Me parece perfecto, tenga un buen viaje de regreso —Se despidió el rey indicándole a Sam que trajera un par de carruajes.

El rey, pese a su inexistente castillo había procurado en mantener lo que lo hacía ser un rey, tenía su caballeriza, tenía todo lo que necesitaba gracias a Sam, su mano derecha, aunque fuese un mayordomo, era impecable en su trabajo, agradecía un montón que el llegase en el momento oportuno a las puertas de la Mansión.

Aún recuerda cuando él y Nadín llegaron a su puerta rogándole que les diera una oportunidad, y después de tantos años no se había equivocado.

El rey Gregory suspiró y miró el paisaje de su reino, era tan diferente antes de la maldición, por años creyó que había sido atacado, pero fueron los sobrevivientes quienes le dijeron que todo comenzó desde el castillo, tuvo miedo, porque cuando todo cambió fue justo cuando perdió a su mujer.

El recuerdo le resulta aplastante, siempre que un pensamiento lo lleva a su recuerdo no tiene más remedio que sacudir la cabeza y ser el rey tirano sin corona que debe ser. A hurtadillas después de entrar a la mansión fue al lugar dónde su difunta esposa permanece guardada bajo manteles blancos ocultando su pasado.

Cuando ve su cuadro no puede imaginar como su gran sonrisa resplandeciente se convirtió en puro dolor. El añoraba a su criatura y la tuvo, pero la felicidad les fue efímera a los dos y lo que sucedió después lo mantiene enterrado en su memoria y se obligó a distraer la mente de su hija, la obligó a olvidar y el resultado es su insaciable curiosidad, quisiera encerrarla, pero sabe que aquello sólo le provocará más daño, pero dentro de sí sabe que no tiene otra opción si quiere alejarla del peligro de Salamyel.

Suspira y sale de aquel lugar para dirigirse a su habitación y lo que ocurre ahí es una pesadilla, su dulce miseria, todo su sacrificio para conservar la poca dignidad que le queda ya y sabe que, aunque nadie le haya dicho, toda venta puede ser cara.

Habían pasado varios días ya desde lo ocurrido en el viejo castillo, pero Yael siempre se despertaba cubierta de polillas, parecía que se pegaban a su piel evitando irse, tenía que sacudírselas con fuerza y obligó a Nadín a que le pusieran una malla, odiaba los insectos, pero ahí estaban, siendo los únicos acompañándola.

Tras tantas cartas recibidas, Yael había establecido de nuevo su lazo afectivo con sus amigas, el recordar aquel gesto tan amargo la hacía decaer, pero sabía que después de tantos años, ellas ya eran auténticas con ella, y como le dijo Kyahel en su momento, ellas eran libres de decir sí o no.

Yael soñaba con poder conocer el pueblo, estos se mudaron mucho más cerca de la costa para subsistir después de lo ocurrido y a palabras de Dimanthea, les iba bastante bien, incluso le hablaba de los grandes barcos que arribaban con cereales y otras cosas.

—¡Sam! —gritó desde la escalera mientras bajaba corriendo con prisa.

—No corra princesa, se caerá con ese vestido —indicó Sam acercándose a la escalera—. ¿En qué puedo ayudarle?

—No pasa nada —respondió ella recogiendo un poco el faldón hasta finalmente bajar—. Hoy por pura suerte no hace tanto frío, así que estaba pensando ir al río que baja por el lado este de la mansión hacia el bosque, está relativamente cerca...

Sam palideció al momento y Yael supo que tendría un no por respuesta así que dejó de hablar.

—Entiendo —respondió Yael mientras pasaba a su lado—. ¿Mi padre ya bajó? —Quiso saber.

—Su Majestad está un poco indispuesto en este momento, ha estado trabajando arduamente con relación a las minas —respondió Sam mirándola con su único ojo.

Yael asintió y se fue al comedor, sabía que encontraría sus alimentos listos sobre la mesa como todos los días y como siempre, tendría que devorarlos sola, pero un bullicio la hizo detenerse cuando vio a las doncellas riéndose una con la otra.

—Disculpen —dijo Yael llamando la atención de las cinco mujeres.

Todas hicieron una reverencia y se dieron media vuelta sin dirigirle palabra alguna.

—¿Por qué las doncellas no me hablan? —preguntó y fue Nadín quien le respondió.

—Tienen órdenes de solo seguir indicaciones del rey, incluso yo no tengo inherencia en eso, lo cual está muy mal porque yo soy la que está a cargo de la servidumbre.

—Haces magia ¿verdad? Siempre sales de la nada.

Nadín se rio.

—¿Cómo cree eso? a verdad es que en esta gran mansión sólo somos usted, Sam y yo, los demás son espectros de las sombras, justo como esas doncellas —dijo Nadín divertida mientras le servía galletitas a Yaerlyk—. Un día las ves en las escaleras y al siguiente ya no están en ningún lado.

—Mi padre últimamente ha estado contratando más doncellas, pero yo sigo sin ver mozos aquí.

—Ni me diga, se lo pregunté a Su Majestad y sólo me respondió que no podía meter hombres aquí por usted.

—¿¡Por mí?! —gritó Yael un poco sonrojada—. Ya, creo que entiendo el porqué.

—Exacto —Nadín empezó a reírse.

El rey Gregory no era ningún tonto, él se aseguraría de que su hija tendría que casarse con alguien de su estatus, no podía pensar en darle su título a un pobre mozo que no tenía idea de nada.

—Aunque sigo pensando que debería contratar mozos, es demasiado trabajo el que tiene Sam en sus manos, el ir y venir por todos lados, el estar dando mantenimiento a los caballos, el procurar el bienestar de su rey, el mantener informados a los guardias de sus movimientos.

—Guardias que aparecen únicamente cuando el rey lo solicita, no crea que la mansión está protegida todo el tiempo, el día de hoy no hay nadie —dijo Nadín alzándose de hombros y volviendo a la cocina.

Yaerlyk bebió su té y su mente maquilaba malas ideas, hoy no era un buen día para seguir encerrada, no quería ir al jardín tampoco, quería ver personas y hablar con personas, reírse y contarse historias, extrañaba a sus amigas y su padre no parecía querer quitarle el supuesto castigo.

Comió rápidamente su pan y salió de ahí, tropezó con una doncella quien chistó y aquello sólo provocó a Yael.

—Deberías tener cuidado —dijo Yaerlyk mirándola fijamente.

La doncella sonrió con autosuficiencia y sin decirle palabra alguna hizo su reverencia y se fue dejando a la princesa sin palabras.

Cuando se decidió subir a ver su padre, un gran muro humano la detuvo.

—Padre —susurró tan bajito que tuvo que aclararse la garganta—. Buen día —saludó.

—¿Ya desayunaste? —preguntó el rey, su aspecto no era el mejor, tenía unas grandes ojeras debajo de sus ojos cafés y su cabello parecía ponerse más canoso, era como si le hubieran puesto más años.

—Te ves mal, padre, deberías descansar —rogó Yael tomándolo del brazo.

—Estoy bien, de hecho, quería hablar contigo desde ayer, pero me ocupé —dijo el Rey tomando la mano de su hija—. Vamos al jardín.

Una doncella trajo su abrigo y se lo colocó por encima de los hombros, pero no sin antes sonreírle de manera coqueta.

Ambos salieron al jardín, su padre le preguntó si tenía frío a lo que ella negó, después de una breve caminata ambos se sentaron en una banca forjada en hierro.

—He pensado mucho esto —dijo el rey empezando la conversación—, mandé una carta a los padres de tus amigas y las invité a pasar unos días contigo.

Aquello provocó que Yael se pusiera de pie en un salto, emocionada se cubrió la boca para evitar gritar porque era una princesa y debía comportarse.

—Fui muy severo contigo y me disculpo por ello, creo que han pasado suficientes días para que aprendas que debes cuidar mejor de ti y también para que ellas aprendan a cuidarte —se detuvo y continuó—, no pueden ser tus doncellas y asistirte porque este lugar —Extendió su brazo apuntando hacia la mansión—, no es un castillo como tal y la gente no dura mucho aquí, y lo entiendo, temen de este lugar porque prefieren ver el mar que ver un montón de árboles.

Yael tomó asiento de nuevo y escuchaba atenta a su padre.

No solo la gente común huía de ahí, quizá su padre también y por eso siempre estaba encerrado en su habitación donde trabajaba día y noche, o como ella, que se la pasaba viendo el techo mientras los insectos la seguían.

—Gracias, padre —expresó Yael después de que este le dijera que tenía que preparase en la noche para su visita y también le indicó que él tenía que viajar al pueblo por unos asuntos con el gabinete, y que tendría a un par de doncellas asistiéndola.

—Estoy bien, no te preocupes por las doncellas, Nadín siempre prepara el baño para mi justo a la hora y vestirme puedo hacerlo sola, por cierto...

—Su Majestad —Interrumpió Sam llegando al jardín—, he recibido un comunicado de que la reunión del gabinete se efectuará en Seis Torres.

—Eso está lejos de aquí —expresó el rey poniéndose de pie—, más vale prepararnos para llegar hoy mismo.

Sam hizo su respectiva reverencia y se marchó.

—Diviértete —dijo el Rey dándole un beso en la frente a su hija mientras la dejaba sola en compañía de la estatua.

Yael sonreía feliz, finalmente su padre había cedido al castigo y aquella noche sería la más memorable para ella y sus amigas.

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