Capítulo Siete

Bibury, Cotswold, Inglaterra.

Junio del año 1860.

Katsuki observó cómo la mujer acomodaba el vestido blanquecino que llegaba hasta sus talones, mientras que las telas que cubrían sus brazos eran movidas por el viento. Los mechones sueltos de su largo cabello verde se hallaban amarrados en un elegante moño en forma de rosa, y solo algunos mechones sueltos eran los que se balanceaban con la brisa.

La mujer se volteó hacia Katsuki, y el pensamiento repentino de la acción que le seguía a esa mirada calma le hizo querer dar un paso hacia atrás, pero se contuvo. Katsuki recibió el beso de ella en sus labios, hasta sentir que el aroma a acacias se adhería a su ropa, a su cuerpo y a todo él.

—Ya debo irme, amor mío —susurró la dama, tan calmada como siempre la veía estar—. Regresaré mañana por la tarde con el conocimiento necesario sobre la crianza de un niño. Cuando venga, iniciaremos por fin con la procreación de un nuevo cordero de Dios. Un hijo nuestro, Bakugō, ¿no acelera tu corazón?

«La idea de tener un hijo contigo me genera arcadas…». Pensó Katsuki, pero, contrario a sus pensamientos, asintió con una mueca imperceptible.

Ella le dio una suave sonrisa, y acarició el dorso de su mano. Katsuki contuvo la respiración por un segundo antes de permitirle que lo tocara.

—Señorita Shiozaki, el carruaje está listo para partir —dijo Tokoyami, quien había aparecido de repente, y acarició el lomo del caballo amarrado al frente del ostentoso carruaje. 

Shiozaki dio una última mirada a Katsuki antes de subir a la carroza. Ella le dirigió una última sonrisa antes de perderse en la espesura nocturna de aquella noche veraniega.

Katsuki observó el recorrido del carruaje desde su lugar hasta las inmensas puertas de la mansión.

Al perderlo de vista, cerró sus ojos y agudizó su oído en busca de algún rastro del galope de los caballos, o el arrastrar de las ruedas de la carroza, sin embargo, no logró escuchar nada. Un suspiro calló cualquier pena que pudo haber surgido en su cabeza.

Se había ido, su esposa se había ido.

Arrancó el listón negro que portaba su cuello en un movimiento agresivo. Revolvió su cabello hasta deshacer el peinado refinado que tenía, reemplazandolo por su natural cabello puntiagudo. Ya satisfecho, sus pies empezaron a moverse por sí solos, hasta emprender con algo de apuro el camino hacia su añorado destino.

Esa noche era especialmente brillante, la luna irradiaba un brillo espectacular que le permitía ver con claridad cada paso que daba y cada cosa que se hallaba a su alrededor. Mientras más se adentraba en ese frondoso bosque, más lograba apreciar cómo las flores aumentaban de cantidad, de belleza, pasando de simples margaritas a gardenias, lirios y rosas, todas entremezcladas con la yerba a medio cortar, de múltiples colores, de múltiples formas. Las ranas y grillos parecían haberse puesto de acuerdo para deleitar sus oídos con su clásica sinfonía nocturna. Sincronizaron su melodía para revelarle la más bella de las canciones. 

Era una noche que podría denominar como mágica, pero un pensamiento intrusivo lo hizo aligerar su marcha, a la vez que fruncía el ceño inconforme.

«Ibara Shiozaki».

Había elegido a aquella mujer como su cónyuge hace tan solo cuatro años, una semana después del baile que había realizado en su residencia. Lo recordaba bien, pues el colgante en forma de cruz en el cuello de la dama no había podido desaparecer de sus pensamientos desde esa noche. 

Una porción de él se criticaba por no haberlo supuesto antes, extenderle la mano a la hija de un padre no había sido muy listo de su parte dado su historial, pero solo de esa forma se desharía de la mirada de All Might sobre él. 

Lo ocurrido después de pedirle matrimonio a Shiozaki es un borrón en su memoria, con apenas áreas de lucidez en donde se podían apreciar ciertas escenas de él con Shiozaki, escenas que deseaba ocultar en el fondo de sus recuerdos.

Ibara Shiozaki era una mujer tranquila, religiosa, sumisa y servicial a su esposo, tal y como la iglesia quería que fuese. Esa iglesia que beneficiaba a los aristócratas como él, que aportan plata a los bolsillos de ese montón de aprovechados, para que hombres y mujeres como Shiozaki se rindieran a los pies de lo que profesaban, de lo que transmitían el habla de Dios y así, como buenos borregos, aceptaran ansiosos cualquier mandato o regla que éstos dictaran, hasta llegar al punto de minimizar y esclavizar a personas por nimiedades tan grandes como lo es el color de piel, la posición social o el sexo.

«Fanáticos». Escupió con desagrado una voz en su cabeza. «Más bien, esclavos sin voz ni voto». Pensó, con sus zapatos acariciados por la tierna yerba.

La vida con su esposa fue tal y como la imaginó cuando era un chiquillo: aburrida, muy aburrida; lo que ella veía hogareño él lo veía tedioso, lo que ella veía romántico él lo veía de lo más cliché y sin gusto. Se llevaban bien, hasta podría considerarla una compañera, pero no era feliz como su marido, porque a pesar de que Shiozaki era hermosa, una buena persona e inteligente, no era para nada su tipo, ni de cerca lo sería, pues algo le faltaba, algo bastante importante para Katsuki…

Tenía todo lo que Dios había planeado para él según el padre All Might: una esposa, un lindo hogar, estabilidad económica, e incluso planeaba tener un hijo.

Su destino era una vida feliz junto a una mujer, eso le había dicho el pupilo del Padre, eso ya había sido pautado por las exigencias de Dios. Una vida al lado de una mujer que lo llenaría de plenitud, alejándolo de ciertos pensamientos indecorosos que Deku había plantado en él. Katsuki sería feliz, pues cumplió con lo mandado por su señor. Cumplió con lo que decía la iglesia. Él ya no era aquella abominación que pecaba con cada paso que daba.

Aunque, eso sería lo que hubiera pensado antes.

Actualmente, para Katsuki era ridículo tener ideas como esas, creer que porque te obliguen a cumplir con ciertos pensamientos caprichosos hará que cambies de opinión y estés de acuerdo con ellos solo porque “era lo que algún ser tenía planeado para ti”. Un montón de patrañas, según él. 

La realidad era que si no estaba de acuerdo con que otros controlen su futuro, gustos, a quién amar y a quién no, qué ser y qué no ser, no tenía porqué dejar que lo hicieran, pues nadie además de él mismo podía controlar su vida. Cada persona es un ente diferente con la capacidad de pensar cosas diferentes, y si no estaban de acuerdo con lo que él creía correcto, de acuerdo, pero intentar manipularlo u obligarlo a que piense de la misma forma que ellos, no era para nada justo.

Observó a la distancia los vestigios del humo, un humo que le indicaba que estaba en el camino correcto. Que se dirigía al lugar indicado.

Su vista se perdió entre las nubes grises, y una sonrisa suave se deslizó por sus labios. Nada más importaba, nada más que aquel momento en el que en verdad sería feliz. 

Para Katsuki, estaba permitido dejar que los demás le aconsejaran si llegaban a creer que se estaba equivocando, ya que lo veía como un paso más para ser el mejor, pero si él decidía no tomar sus consejos al no considerarlos apropiados, era muy su problema. Él era dueño de sus acciones, por lo que también era dueño de las consecuencias. Si él consideraba que cometió un error, estaba dispuesto a cumplir su castigo por ello, pero si sabía que lo que hizo no estaba mal, que lo que él es no era malo, que no afecta a terceros de ninguna forma y que no contribuye con un daño masivo a un montón de seres buenos e inocentes, entonces, ¿quiénes se creían esos hijos de puta que decían amar al prójimo cuando no podían respetarlo a él y sus decisiones de vida? ¿Por qué él debería de detenerse de ser feliz para satisfacerlos a ellos?

El pastó se volvió denso bajo sus pies, y las flores disminuyeron su tamaño alrededor de las planicies para dar paso a la imagen de una pequeña casita. Entonces supo, y sí que supo, que todos los obstáculos que tuvo que enfrentar a lo largo de su vida habían valido la pena, maldición, todo había valido la maldita pena.

Frente a esa cabaña de madera con troncos desgastados por los años y moho creciendo en las esquinas, un hombre de complexión fuerte, con una cabellera revuelta, pecas en ambos lados de sus mejillas y los ojos verdes más radiantes que jamás había visto, ojos en los que Katsuki juraba que podría perderse hasta el fin de la humanidad, se encontraba sentado entre un centenar de flores diminutas. El hombre, que al parecer lo había escuchado llegar, le regaló una enorme sonrisa de bienvenida, con hoyuelos y todo.

—¡Kacchan!

Oh, Dios, esa voz tan dulce, inocente, tierna, pero también viril, fuerte y sensual. ¿Cómo podía Deku ser todo eso? Ser suave y potente a la vez, como el aroma de un narciso en primavera.

¿Cómo podría querer a alguien más a su lado teniéndolo a él? A su amigo de toda la vida, su compañero de aventuras, su amante, su novio, el amor de su vida, el que le otorgaba otra razón para seguir superándose y ser el mejor.

Era él, solo él, Izuku Midoriya, su prometido.

Deku se puso de pie con un salto, y corrió a tropezones hacia él. Si no fuese porque Katsuki estaba bien afincado con sus pies a la tierra, hubiera caído junto con el hombre cuando este se lanzó sobre él. Lo sintió aspirar el aroma de su cuello, acercándose más en él, haciéndole imposible no corresponder tan deleitante muestra de afecto.

—Vamos, come libros, no exageres, vine ayer por la tarde —murmuró sobre su hombro, no queriendo romper el ambiente que se había formado entre ambos.

—¿Y te parece poco? Las visitas del señor Aizawa y el señor Kirishima, aunque no me hacen sentir tan solo, no se comparan en nada con las tuyas —dijo, y rozó sus labios con la piel del cuello de Katsuki—. Las visitas de Kacchan siempre serán especiales para mí. —Acarició su cabello, en conjunto con una risita animosa.

Katsuki apretó aún más el cuerpo de Deku contra el suyo, también correspondiendo al pensamiento de que las visitas que le hacía a Deku eran especiales para él.

Poco a poco se separaron solo para mirarse un momento, absorbidos por los ojos del otro.

—También te extrañé, Deku —dijo Katsuki, y acarició la mejilla de Midoriya, que gustoso se apoyó sobre su mano.

Midoriya limpió con la manga de su camisa los labios de su prometido. Emergió una casi invisible bruma que oscureció sus inocentes ojos al notar los rastros de tinta rosa en la comisura de su boca. Katsuki rió bajito al saber que Deku procuraba borrar todo rastro de Shiozaki en él. 

Midoriya, ya al sentirse satisfecho, se aproximó a sus labios con ambrosía, con una necesidad que en determinadas ocasiones Katsuki había logrado ver en él.

El contacto entre sus labios fue todo menos suave. Sus dientes chocaron en ciertos momentos, pero eso no fue suficiente para que alguno se detuviera. La mano de Katsuki fue a parar con rapidez en la nuca de Deku, que se alimentaba de sus labios como si fuera una especie de manantial, bebiendo de él con una sed insaciable, en busca de más y más.

La falta de oxígeno fue inevitable, así que se obligaron a separarse entre jadeos, pero sin apartar por completo sus cuerpos. Deku dirigió una mirada a Katsuki, quien relamió sus labios sin vergüenza alguna. Las mejillas de Deku se asemejaron a fresas jugosas en cuestión de segundos, fresas que provocaron estragos en el interior de Katsuki.

—¡P-Perdóname por haber hecho eso tan bruscamente! —se disculpó abochornado, y sus ojos se dirigieron a lo profundo del bosque—, el perfume de esa mujer está en todo tu cuerpo y no puedo soportarlo, en serio se me es muy difícil no imaginarla con sus labios en los tuyos y, por mi Dios, me enloquece… Quiero borrarla de ti.

Katsuki giró la barbilla de Deku hasta lograr que lo mirase.

—Hazlo, borra con tus besos cada área de mi cuerpo en la que ella haya estado, impregna con tu aroma a flores cada parte de mí. Extínguela y hazme tuyo, de la misma forma en la que yo te haré mío. Hazme delirar de amor como solo tú sabes hacerlo, Deku.

Los ojos de Midoriya se abrieron impresionados, pues era raro que Kacchan soltara pensamientos tan sinceros en ese aspecto. Su corazón se saltó un latido al sentir la mano del duque sobre la suya, y besó sus labios de manera lenta, amorosa, todo para mostrarle a través de ese contacto lo mucho que lo amaba. Al separarse, Kacchan empezó a caminar hacia el interior de la cabaña, y él lo siguió con una sonrisa en su rostro, pues siempre le traían cosas buenas seguir a Kacchan a donde fuese.

Esa noche, la luna iluminó aquel campo de flores silvestres como un único farol en un mar de estrellas titilantes que secundaban su feroz luminiscencia. Sin embargo, había algo más, algo melancólico en todo ese paisaje que advertía peligro. Al oírse los gritos iracundos de lo que sería una lluvia torrencial, las sospechas se confirmaron. El ambiente nocturno, antes vivo y melódico por el cantar de los grillos y el pulular de las luciérnagas, fue envuelto en una bruma apesadumbrada de montones de gotas que caían como aves de rapiña hacia el suelo. La primera de aquella voraz tormenta, una lágrima del cielo, fue a parar sobre un blanco narciso solitario en medio de un claro, deslizándose sobre sus albos pétalos como un llanto silencioso, marcando el inicio de la desgracia.

_____

—... Espero poder recibirlos en unos días, ¡estamos muy emocionados de por fin conocerte, Bakugō-san! Neito ha dicho mil calamidades sobre ti, pero puedo ver que es solo una fachada. Izuku, no creerás lo feliz que estaba Lena cuando le dije que en muy poco conocería a su tío, se puso a saltar por toda la casa y casi tumba unos jarrones, en serio está entusiasmada. Les deseo suerte, chicos. Sean precavidos, recuerden no hacer ruido y cuídense entre ustedes. Bakugō-san, llega a casa a salvo con Deku-kun. Espero verlos pronto. Con cariño: Uraraka Ochako. —Por un momento, Izuku apreció los pequeños corazones y caritas felices en aquella carta. Dejó escapar una risilla por lo infantil que llegaba a ser su mejor amiga. 

Pasó al manuscrito a una mesita de noche, con un millón de pensamientos y emociones en su cabeza, hasta crear una aglomeración de inseguridades, de miedos, pero también de esperanzas.

Katsuki levantó un poco la cabeza, solo lo suficiente para despegarse de la curvatura del cuello de Deku y acunar su rostro entre una de sus manos. Izuku se volteó sobre la cama revuelta de sábanas sedosas, para prestarle toda su atención. 

Una mueca surcó por los rasgos marcados de Kacchan antes de hablar.

—Ese idiota de Monoma en serio puede ser un dolor de culo, ¿cómo Cara Redonda lo soporta? Y de paso tuvo una hija con él. ¿Sabes lo cansino que debe ser lidiar con alguien amargado, grosero, antipático y criticón? —refunfuñó, y pellizcó su mejilla pecosa hasta terminar por acariciar su cabello un poco más revuelto de lo normal. 

—Pues, puedo imaginarlo —dijo Izuku.

El golpecito en su cabeza ya lo esperaba, por lo que Izuku no hizo más que reír entretenido.

Kacchan parecía haberse dado cuenta de su minúsculo momento de miedo, lo veía en sus acciones, en cómo ese chiste fue lanzado con el propósito de borrar por un instante sus preocupaciones.

Kacchan tenía ese efecto en él, en el que la más mínima muestra de cariño de su parte lograba aplacar los malos pensamientos, las inseguridades. Su sola presencia en aquella cama mientras ambos se miraban como dos torpes enamorados, acariciando el rostro del otro y ansiosos por volver a comerse a besos, le traía la paz suficiente para olvidarse de todo, del mundo a su alrededor que los juzgaba por lo que llamaban una abominación a las reglas del señor, por amarse tan intensamente que la palabra "amar" quedaba obsoleta ante lo que sentían por el otro.

Las caricias en su cabeza le causaba estragos en el vientre, una maraña de sentimientos azucarados se instalaba en su ser cada vez que esos ojos lo observaban con tal deleite que podía hacerlo sentir como un mismísimo ángel, como el ser más perfecto sobre la tierra. Kacchan lo amaba, lo amaba tanto como Izuku lo amaba a él, y era algo tan maravilloso que a pesar de haber transcurrido casi cuatro años, su corazón aún no podía procesarlo por completo, y los latidos se aceleraban al sentir que esas grandes manos se posaban sobre su cuerpo desnudo, o el dedo índice de Kacchan pasaba por su espalda hasta marcar las pecas en esta.

Kacchan había cambiado tanto desde el día de su llegada, y no solo su punto de vista sobre la iglesia y lo que Dios creía o no creía correcto, sino también su actitud, pues de llevar una máscara de monotonía absoluta, pasó a revelar su verdadera actitud, aquella tosca y grosera, pero sin perder el encanto de alguien proveniente de Inglaterra. Se abrió más a sus allegados, se sinceró con su interior y dejó de prestar atención a lo que las personas ajenas a él opinaran de su vida.

En esos cuatro años, habían descubierto tanto del otro, se habían apoyado, escuchado, habían peleado y se habían amado hasta desbordarse, habían sucedido tantas cosas que era complicado explicar todo en un orden exacto. 

A pesar de los altibajos, se adoraban, por lo que tomar la decisión de escapar de todo aquello que los reprimía y les impedía alcanzar la cúspide de una felicidad juntos fue casi tan sencilla como respirar. 

Llevó tiempo, largas conversaciones en las que debatían sobre cómo sucedería su fuga, pues Kacchan, al ser un duque, tenía complicada la tarea de escapar sin ser visto, más aún cuando los líderes principales de la iglesia conocían el pasado tormentoso que poseía con él. Incluso, en un inicio, luego de que Kacchan tomase la decisión de quedarse juntos, pensó que si Izuku se quedaba en la mansión aún después de haber expirado su contrato como jardinero, el padre All Might sospecharía, por lo que la congregación de la Iglesia también haría preguntas, especulaciones que los llevarían a descubrir su relación. Es allí en donde la idea de que Katsuki "aceptara" su destino con una mujer pasó por la cabeza de Izuku. A ninguno de los dos les gustaba ese plan, para nada, a Katsuki casi lo hizo vomitar la idea de un cuerpo femenino junto al suyo compartiendo un encuentro íntimo, y en cuanto a él, pues, los escenarios románticos surcaron por su mente, escenas en donde los protagonistas eran una mujer cualquiera y Kacchan, pero de solo pensar en ello casi lo hicieron llorar desconsolado. Sin embargo, no había otra manera, era su única tapadera para aquella mentira que todos los de Bibury creerían.

Ocultar a Izuku fue complicado. El Padre All Might debía creer que había desaparecido de toda tierra perteneciente al pueblo, pero luego de un par de eventos en los que creyeron que serían descubiertos, a último minuto Izuku decidió esconderse en la cabaña, donde habitaban todos esos recuerdos infantiles que compartían, aquella casucha a la que solo ellos y sus allegados tenían acceso.

Pero el dolor de ocultarse no se comparaba a tener que aceptar el plan de librarse de Shiozaki.  

Las mujeres casadas no salían de sus casas, y si lo hacían, era por muy poco tiempo. Nunca se llegó a presentar una excusa para que Shiozaki, quien era la que tenía más oportunidad de descubrirlos, saliera el tiempo suficiente de la mansión para que pudieran huir, aunque eso fue hasta que a Izuku se le ocurrió la idea de que Katsuki le pidiera un heredero a Shiozaki.

Estuvo dos meses intentando convencer a Kacchan de pedirle un hijo a esa mujer. Era la única forma en la que Shiozaki podría salir de la mansión, pues había una tradición en Bibury de que las esposas, al planear tener niños, debían viajar solas a su pueblo natal para pedir consejos de crianza a las doncellas de su familia.

Luego de que Katsuki se agotara de sus insistencias, aceptó a regañadientes. Pudo ver en sus ojos lo herido que se sintió al exigirle aquel plan, pero tampoco era fácil para él, pues era quien debía de cargar con la idea de una mujer enamoradiza soñando con tener un hijo de su prometido.

Cuando Katsuki salió al día siguiente para llevar a cabo el plan, Izuku lloró dentro de la cabaña hasta que sus ojos se desgastaron.

Cuatro años de vivir oculto habían sido duros, demasiado duros. Nunca fue de socializar mucho, así que le bastaba con un grupo reducido de personas para juntarse, y al menos no estaba totalmente solo todo el tiempo, Aizawa, junto con Kirishima, se encargaban de pasarse por la casita casi a diario, pero no era para nada comparado con su vida en Lauterbrunnen. Extrañaba demasiado a su mejor amiga, al pasto con rocío mañanero que tocaba sus pies al salir de su casa sobre la colina, el aroma de sus hortensias, e incluso al herrero que siempre hacía adornitos de metal para sus jardínes. Lo extrañaba todo.

«Y me he perdido de tanto por estar aquí». ¡Uraraka, la mujer que decía que jamás se casaría y tendría hijos, ya era esposa y madre! ¡Esposa y madre! Curiosamente, un inglés era su esposo y padre de la niña, además, para sorpresa de Izuku, Monoma, esposo de Ochako, también era uno de los primos lejanos de Kacchan. Ochako y Monoma habían tenido una hija que nombraron Lena Izuru, una preciosa niña de cabello rubio y ojos chocolates que le hacía cartas con dibujos amorfos de múltiples colores, que él gustoso pegaba en su cuaderno de notas como el mayor tesoro.

Él y Kacchan pasaron por mucho y sacrificaron mucho más, todo para este momento, en donde por fin podrían amarse con libertad sin el miedo de ser reprendidos. Era tiempo de ejecutar su tan ansiada huida.

Izuku paseó su mirada por la cabaña, y vislumbró un objeto al lado de su closet, con rapidez se levantó de la cama, y no dudó en guardarlo debajo de su camiseta.

—¿Has preparado todo? —la pregunta de Kacchan salió más suave de lo normal, pero Izuku estaba tan concentrado en su tarea que no hizo más que sobresaltarse por la voz.

Katsuki abrochó los botones de su pantalón, y le dirigió una mirada curiosa.

—Desde hace tres días, tal vez más —respondió Izuku antes de acomoda su vestimenta, y mostró una bolsa de apariencia ligera—. Dijiste que no podríamos llevar mucho para poder movernos más rápido, así que solo metí lo esencial.

—¿La receta de la tarta de maracuyá de Satou es esencial? —Una sonrisa burlona se instaló en Katsuki, quien agitó el libro de un lado a otro, logrando que Izuku se moviera rápido para tomarlo.

—Claro que sí.

—Oh, vamos, ratita de biblioteca glotona y mentirosa, tienes como veinte recetas aquí.

—No es cierto…

—Entonces no te importará que tire este librito "vacío".

—¡No, no lo tires! —Izuku lloriqueó, quitándole el bolso a Katsuki y abrazándolo a su cuerpo—. Está bien, confieso, está lleno de recetas que Kirishima le pidió a Satou. Jamás volveré a comer una de sus comidas, al menos tenía que saber cómo hacer una copia de tarta barata con buen sabor. —El rostro antes burlón de Katsuki se ensombreció. Llevó por un momento su atención a la ventana de la cabaña.

—Sí, supongo que tienes razón.

«Rayos, toqué un punto sensible».

Al darse cuenta de su error, Izuku soltó el libro y lo lanzó a un lado. Sus manos rozaron las contrarias, llamando la atención de un par de ojos rubí que observaron la unión de los dedos entrelazados.

—También desearía que hubiera otra forma de poder ser libres, Kacchan, una forma en la que no tuviéramos que irnos, o pudiéramos ir y venir cuando quisiéramos, —Los ojos verdes de Izuku estaban fijos en ambas manos, con el pulgar de Katsuki paseando sobre sus cicatrices, esas que se hizo al trabajar con su madre en el jardín—, pero ambos sabemos que en este lugar es imposible debido a sus creencias. No podremos ser jamás nosotros mismos si seguimos dejándonos llevar por gente que demoniza nuestro amor.

—Mierda, lo sé, pero he vivido aquí toda mi vida, Deku, conozco a cada una de las personas pertenecientes a estas tierras, cada historia y cada arbusto de rosas. Cambiar tan abruptamente a un país en el que solo conozco el idioma es...

—¿Aterrador?

—No pienso decir esa estúpida palabra. 

La risa de Izuku no se hizo esperar. Sintió a su vez cómo Katsuki se inclinaba para alcanzar su hombro, acomodándose entre la curvatura de su cuello. Katsuki volvió a rozar el dorso de la mano de Izuku con su pulgar, y habló bajito cerca de su oído.

—Pero, podría ser que sí… Es aterrador.  

Con cariño, los dedos de Izuku se deslizaron entre los mechones rubios.

—Está bien tener miedo, incluso si estás muy seguro de tu decisión, es normal que te cueste alejarte de todo aquello que conoces —soltó en un suspiro, y llevó sus ojos al techo de la cabaña—, pero no estás solo en esto, estoy aquí para ti, seré tu soporte por todo el tiempo que necesites. Lo superaremos juntos. Piensa en esto, Kacchan, ¡en muy poco tiempo seremos libres! Podremos tomarnos de la mano en la calle sin temor a que nos linchen, por fin podré besarte en el momento que me venga en gana, o tú podrás abrazarme en cualquier lugar que quieras.

—Esa idea me gusta.

—Sé que te gusta —dijo—. En algún momento, si esto alguna vez llega a cambiar, podríamos permitirnos volver a Bibury, y así podrías volver a sentirte en tu hogar.

Las manos de Kacchan se arrastraron desde el agarre que compartían hacia su cintura, hasta rozar las zonas de su cuerpo con una lentitud tortuosa.

—¿Mi hogar? —dijo Katsuki, y volteó su cabeza aún en la curvatura del cuello de Izuku—. Deku, cada campo de este pueblo lo tengo plasmado en mi memoria; casas, lagunas y hasta personas, pero eso no es mi hogar. Acá en Bibury está mi mansión, mis terrenos, mis domicilios, pero ninguno de ellos es mi hogar. Un hogar es en el que puedes sentirte seguro, donde puedes sonreír y llorar con libertad, donde estás cómodo solo siendo tú. Un hogar es un espacio único.

—¿Y eso no es Bibury para ti?

—Ni de cerca. Carajo, sí, extrañaré la comodidad de un lugar que conozco como la palma de mi mano, donde crecí y conocí a todos los que aprecio hoy en día, pero Bibury jamás podría ocupar el puesto como un hogar para mí, porque ese lugar lo tienes tú.

Las mejillas de Izuku se tornaron de un suave carmín, mientras que sus ojos resplandecieron alegres al oír la confesión de Katsuki. Con vergüenza, le propinó un suave golpe en el hombro, y se alejó de su cuerpo.

—Te tomaste muy en serio el reto de expresar más tus emociones con palabras en vez de acciones, ¿no?

—¿Acaso dudaste de mí? ¡No iba a dejar que un cerebrito de las flores me ganara en esto! ¡Verás que seré el mejor expresando mi inconmensurable amor por ti, bastardo!

—¡Tú también eres un cerebrito de las flores, cerebrito de las flores! Pero, ey, eso pudo sonar muy romántico si no hubieras añadido el insulto —dijo Izuku en un tono juguetón. Jamás lo diría, pero una parte de él amaba ese lado grosero de Katsuki. Le parecía atractivo.

—Es mi toque, tonto, ¿qué esperabas? ¿Un poema describiendo lo perfecto que eres ante mis ojos y lo mucho que deseo comerte la boca para que te calles cuando te pones a murmurar como lunático? No tendrás eso de mi parte, cariño.

—¿Cariño? Ese es un apodo muy adorable, Kacchan. —Un leve sonrojo apareció en sus mejillas al oír un apodo tan tierno saliendo de la boca de su prometido—. Vuelve a decirme así, por favor, quiero volver a oírlo.

—Ay, ya cállate. —Kacchan unió sus labios con los de él en un sonoro chasquido, con el claro objetivo de fastidiarle. Se separó, pero no antes de dejar un piquito sobre su nariz. Tomó su bolsa correspondiente a la vez que empezaba a caminar hacia la puerta principal—. Ahora deja de provocarme y salgamos de aquí de una vez. El barco con destino a Suiza debe estar a horas de llegar, y si nos deja, tendremos que arreglarnosla para nadar de acá hasta tu jodido país.

—Pues, es una suerte que mi mamá me haya enseñado a nadar. 

Izuku lo miró con ojitos inocentes, pero eso no detuvo a Katsuki de lanzarle una de las bolsas a la cara.

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Publicado inicialmente el 14/05/2023

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