Capítulo Nueve

La luz del sol se desplazó sobre la tierra, y fue entonces que los corceles detuvieron su galope, y los gendarmes los llevaron custodiados hasta las profundidades olvidadas de las mazmorras. En aquel momento, Katsuki pudo sentir el peso real de la culpa que la iglesia intentaba colocar sobre sus hombros.

Estaban a las afueras de Bibury, lejos de los niños y sus madres, y de cualquier pueblerino que fuera lo suficientemente sensible como para verse afectado por el dolor ajeno.

Los gritos de prisioneros acusados por brujería u otros actos los acompañaron en su estrecho camino por los pasillos humedecidos y mohosos. Habían manos que sobresalían de adentro de los calabozos, manos abusivas que se dejaban ver con intenciones nefastas, pues hasta los mismos oficiales los alinearon en una fila para que aquellas extremidades no los tomaran y los golpearan contra los barrotes hasta asesinarlos. Seguro no querían eso, tal vez, porque tenían preparado para ellos un destino peor.

Mientras avanzaban, las ventanas desaparecían, los gritos aumentaron su sinfonía agónica y la iluminación se hizo casi inexistente. Un olor fétido se propagó por su nariz, pero Katsuki intentó ignorarlo lo más que pudo.

Uno de los guardias se vio obligado a encender una lámpara de aceite, y al hallarse el pasillo iluminado, las entrañas de Katsuki se revolvieron. De una de las celdas junto a él el olor putrefacto de un cuerpo en descomposición se coló por su nariz. Las larvas de moscas sobresalían de los restos, y alimentaban sus cuerpos con la carne podrida y amarillenta.

Katsuki casi sintió el vómito subir por su garganta, pero la bulla gutural que produjo Deku al regurgitar hasta sus intestinos lo hizo intentar correr hasta él.

—¡Deku!

Un brazo ajeno detuvo su paso, y fue empujado hasta su puesto en la fila.

—No tiene permitido acercarse al prisionero. Retroceda. —Bakugō gruñó. Estuvo a punto de golpear al guardia, pero una vocecita apenas audible entre el mar de gritos lo hizo detenerse.

—Estoy bien, Kacchan. Todo está bien. Vuelve a la fila, por favor —susurró Deku.

Katsuki no creyó nada de lo que dijo, pero no pensaba presionarlo más. Regresó a su puesto en la fila, y siguieron su camino.

__________

Izuku oyó que dos calabozos fueron abiertos por los custodios, y segundos después lanzaron a ambos dentro. Los guardias reemplazaron los nudos que apresaban sus muñecas por grilletes oxidados que presionaban sin misericordia sus heridas.

La visión de Izuku era limitada, pero sus ojos parecieron aclararse al notar que su reja era la única de las dos que había sido cerrada.

Los guardias se pasearon frente a él, y lo miraron como si fuera una criatura exótica en exhibición. Un nuevo juguete con el que podrían entretenerse.

—Estarán aquí hasta que la corte y el padre tomen un veredicto justo, pero descuiden, no estarán solos, tienen a un montón más como ustedes clamando por sus almas.

El guardia sostuvo a Kacchan por la solapa de su camisa, ejerciendo la fuerza suficiente para que lo mirara a los ojos. Katsuki se retorció, pero no apartó la mirada, e intentó liberarse de su agarre, aunque lo único que hizo el gendarme fue sonreír.

Solo hasta que Katsuki le propinó un certero cabezazo, consiguiendo que lo soltara.

Uno de los guardias que los acompañaba levantó su bastón con rapidez, y arremetió contra Kacchan mientras éste luchaba por esquivar el garrote. Un golpe certero en el costado de su cabeza fue suficiente para hacerlo caer sobre el maloliente piso.

—Te estás pasando de listo, honorable duque. Tienes que aprender a someterte.

—Y tú tienes que aprender a golpear, bastardo. Esa jodida fuerza que tienes no sería capaz de matar ni a una simple cucaracha. —Katsuki rio, pero el segundo golpe fue lo necesario para hacerlo sangrar.

—¡Kacchan! —Las cadenas de Deku resonaron desesperadas, y chocaron entre sí por los inútiles intentos del hombre para acercarse a su amante—. Maldito, ¡aléjate de él! ¡No le hagas nada más!

—¿Que no le haga nada más? ¿Con qué derecho te atreves a ordenarme eso a mí? Aliado del diablo.

El guardia apretó el mango del bastón, dándole vueltas con una de sus manos para volver a arremeter contra Katsuki, que se hallaba en el piso en forma de ovillo. Una y otra vez el palo de madera impactó contra el cuerpo del presidiario. Hasta que se oyó el crujido de los huesos al ser destrozados.

Los ojos de Izuku se llenaron de lágrimas, y sintió que su garganta era desgarrada con cada grito que daba. La cadena no era tan larga como para hacerlo siquiera tocar los inicios de la cárcel frente a él, y solo le quedaba forzar el metal oxidado en espera de que este llegara a ceder en algún momento.

Kacchan se rehusó a soltar cualquier sonido que pudiera darles aún más satisfacción a esos engendros, o hacer que él se preocupara más de lo que estaba, pero Izuku lo veía, veía el dolor al que lo estaba sometiendo.

Era una especie de tortura tan infernal en la que solo podía limitarse a ver como masacraban al hombre que más amaba como si fuese tan solo una muñeca de trapo.

La sonrisa que ese tipo poseía cuando el garrote hacía contacto con el cuerpo de Kacchan le producía una ira descomunal, una furia incontrolable que exigía ver esa sonrisilla desaparecer en un gesto de dolor.

Izuku jamás había sentido algo como lo que amenazaba con consumirlo ahora mismo, jamás había querido matar tanto a alguien, jamás había deseado tanto cortar el cuello de una persona, acabarlo y hacerlo sufrir hasta el último suspiro.

Tal vez sus ideas eran retorcidas, pero lo que esos guardias le hacían al hombre más admirable que había conocido ni siquiera tenía nombre. ¿Cómo podían decir que ellos eran los malos cuando hacían luego cosas como ésta?

La impotencia lo inundó, incluso cuando los custodios se retiraron de las cavernas y su amado ya no sufría la injustificada agresión, aquel pesar en sus adentros por no haber sido capaz de ayudarlo devoraba su alma con un hambre insana, trozo por trozo sin dejar ni migajas.

En el suelo, a tan solo un metro de distancia, yacía el aclamado duque capaz de llevar seguridad, alimento, trabajo y plenitud a los habitantes de las regiones que dirigía, sin importar su color, género o posición social. Aquel que había dado hasta lo último de sí por el bienestar y felicidad de su gente ahora se hallaba con huesos rotos, sangre que corría por sus sienes, nariz y boca. Izuku tensó aún más sus cadenas al ver a Kacchan levantar su cabeza desorientado, y extendió su mano hacia él en medio de todo el bullicio de los demás reclusos.

Con lágrimas en sus ojos, Izuku hizo esfuerzos incomparables para llegar a él, para tomarlo entre sus brazos y llenarlo de dulces besos desolados.

—Kacchan, no te duermas, mantente conmigo y sigue despierto. Dime, recuérdame otra vez las flores que plantaremos en nuestro patio, en nuestra casita en la colina.

Kacchan sonrió, y apoyó su antebrazo en el suelo antes de levantarse de la mugre. Logró gatear hasta tensar su propia cadena, y le extendió su mano.

Izuku no dudó en tomarla con sus palmas ensangrentadas. Su cabeza reposó en los barrotes y agradeció por primera vez lo estrecho del pasillo en el fondo intocable del palacio de los gritos, pues debido a eso podía tomar sin mucho esfuerzo la mano de Kacchan. Esa extremidad tan hermosa que había recorrido su cuerpo miles de veces, y que acarició su rostro en tantas ocasiones.

—Tu mano —Los ojos de Katsuki se perdieron en el agarre que los unía, y su rostro se deformó en una clara mueca de mortificación—. Carajo, Deku, estás sangrando.

Izuku limpió sus mejillas llenas de tierra y lágrimas, e hizo lo más parecido a una sonrisa.

—¿Acaban de darte la paliza de tu vida y te preocupas más por unos rasguños en mi mano?

Kacchan se limitó a reír un poco, pero su risa fue reemplazada por un quejido. Izuku apretó los labios, y se estiró más hacia él.

Necesitaba tocarlo, necesitaba cuidarlo. No podía ver a Kacchan sufriendo por más tiempo.

—Me han apaleado de peores manera que esta, así que puedes quitar esa cara de preocupación tan fea, tonto —dijo Katsuki a duras penas.

—¡No puedo evitar preocuparme cuando veo cómo te destrozan frente a mí! Estás ensangrentado, lleno de moretones, ¿cómo quieres que me calme?

Izuku sintió que su respiración se entrecortaba, pero no podía dejar que la impotencia lo consumiera. Kacchan apretó su mano con más fuerza y con cuidado de no lastimarlo, solo para recordarle que estaba allí, que estaba vivo. Izuku respiró en un intento por tranquilizarse. No ganaría nada si entraba en pánico. Eso no los sacaría de allí.

El roce del pulgar de Kacchan era lo único que Izuku podía percibir, solo su tacto lo hacía ignorar el bullicio del exterior. La calidez de Kacchan siempre había sido capaz de hacer que Izuku pudiera olvidarse de cualquier cosa.

Kacchan soltó un suspiro, y se apegó más a las barras de metal.

—Yo sé que no lo merezco, Deku, y que nada de lo que diga o haga te hará cambiar tu pensar, pero deseo que al menos veas como posibilidad perdonarme. Lo sé, es muy pronto, seguro necesitas tiempo para comprender el hecho de que sí, asesiné a una persona, pero...

—¿Cómo lo supiste? —Lo interrumpió Izuku—, ¿cómo supiste que ella quería matarme?

Izuku recordaba con claridad esa mañana en aquel pasillo iluminado por los rayos del sol. Él había rechazado a Himiko, y dos días después, le informaron sobre la muerte de la sirvienta.

Mentiría si dijera que no pensó lo extraño que era que eso pasara justo después de que ella hiciera tales declaraciones a su persona, pero hasta el último minuto, Izuku prefirió creer que en verdad había fallecido por causas naturales.

Sin embargo, al acercarse a entregar las flores al difunto, notó que el cadáver se encontraba extrañamente tenso, tanto así que se podía ver el claro bulto de las venas atravesando por los músculos del cuerpo. Izuku no era muy bueno en medicina, pero sabía que no había forma en la que un cuerpo fuera capaz de hacer eso, al menos no de forma natural.

Fue entonces que se centró en el color de las venas. Eran casi invisibles, pero el color morado resaltaba por sobre todo lo demás.

La única forma en la que las venas podrían tornarse de ese color era con el uso de sustancias, pero no de cualquier sustancia, de una que él mismo se había encargado de crear y modificar.

La Cantarella fue un veneno que creó para usarse más específicamente en plagas, y solo tres personas tenían acceso a ella: Uraraka, él, y su cuñado, Monoma Neito.

Pero entonces, ¿cómo llegó su veneno hasta Inglaterra? ¿Y quién pudo haberlo usado en Himiko?

Y desde que supo la verdad de la muerte de Toga, muchas cosas cobraron sentido.

Luego de la confesión de Kacchan, la idea de él asesinando a una persona cruzó por su cabeza, y a Izuku le produjo arcadas, pero quería saberlo, quería saber cómo se había enterado, porque Izuku temía que todo ese asunto fuera a causa de una terrible equivocación.

—La oí decirlo en el pasillo luego de que se te declaró. Ella planeaba torturarte hasta la muerte, y no me quedó más remedio que evitarlo. Yo no podía dejar que ella te hiciera daño, Deku, ¿puedes entenderlo?

Izuku permaneció callado, aún sintiendo como su mano era sobada por el pulgar de Kacchan.

Soltó un suspiro.

—Voy... Voy a decidir creer en ti —dijo, en un intento por no titubear con su decisión—. Te perdono, porque sé que jamás le habrías hecho ese tipo de mal a alguien sin ninguna razón. Además, creo que ahora sé lo que seguro sentiste cuando la escuchaste decir eso. Ese asqueroso oficial que se atrevió a dañarte merece que le claven un cuchillo en el cuello.

Kacchan rio, pues seguro le pareció "malditamente adorable" que él dijera ese tipo de cosas. Izuku aclaró su garganta y volvió a hablar, ahora en un tono más serio.

—Los oficiales no te creerían o se tardarían mucho tiempo investigando mi desaparición, tiempo que Toga hubiera usado para asesinarme. No podías despedirla porque esa mujer era muy lista, se las hubiera arreglado para llevarme apenas me distrajese. Ya veo porqué lo hiciste, tiene sentido, estabas desesperado. —Izuku mordió su labio inferior, en un intento por reordenar sus pensamientos—. Asesinar está mal, está terriblemente mal, pero..., supongo que si te arrepientes puedes expiarte ante Dios. Casi siempre es así.

—Eso es una tontería. ¿Entonces esa lógica va de que si te arrepientes, no importa lo que hayas hecho, irás igual al cielo? No puedo creerlo. ¿Significa que si alguien viola a una madre y sus niñas por días, las asesina, las descuartiza y tortura a su familia con su desaparición pero al final resulta que se arrepiente, irá al cielo de todos modos?

—Tienes razón, las almas no obtienen justicia. Debe de haber un límite en el que el arrepentimiento ya no será efectivo, supongo —murmuró—. ¿Crees que lo que hiciste pueda ser expiado con arrepentimiento? Fue en un gesto heroico, la mataste para salvarme.

—Pero yo no me arrepiento de haberla matado, Deku. Lo volvería a hacer sin dudarlo. Así que, si la única manera de ser perdonado por el cielo es arrepintiéndome, entonces estoy jodido, ¿no crees?

Izuku volvió a suspirar, pero decidió dejar el tema de lado. Tenían cosas más importantes en las que ocuparse.

—¿Cómo haremos para salir de aquí? —respondió Izuku en su lugar, y analizó cada rincón en busca de un punto débil.

Katsuki se mantuvo en silencio por un rato, antes de chasquear la lengua.

—Te diría que podríamos extorsionar a quien se encarga de alimentarnos pero la verdad no sé si alguien hará eso acá. En algún momento un policía vendrá por nosotros, tal vez, para cambiarnos a un lugar peor.

—Alguno de nosotros podría noquearlo cuando se distraiga.

—Tendrán armas, no creo que eso funcione. El malnacido de Mirio es muy cuidadoso, seguro tiene todo cubierto de guardias a sabiendas de nuestras intenciones de huir. Aunque tengamos memorizada cada parte de las mazmorras, no podríamos salir sin encontrarnos un custodio en el camino —confesó, procurando callar en su cabeza los aullidos de los demás prisioneros.

—Sin posibilidad de noquear a los guardias, romper los barrotes o cadenas, rodeados de policías armados... —El sudor frío recorrió la espalda de Izuku—. Podemos con esto, encontraremos la forma, solo hay que ser pacientes y dejar que una hendidura se abra.

—Sí, solo debemos esperar. —Kacchan apretó el agarre que tenía con él, y conectaron sus miradas en busca de confort.

A pesar de sus palabras, Izuku sabía que las probabilidades de salir de allí eran mínimas, que las expectativas de una huida juntos se reducían cada vez más. Pero conservaría las esperanzas, pues era lo último que les quedaba.

—Saldremos de esta mierda, juntos —susurró Katsuki.

Izuku decidió creerle.

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