Capítulo Cinco
Las tonadas que generaban aquellos instrumentos dejaron embelesados a cada uno de los burgueses, logrando incluso sentir el retumbar de sus corazones complementarse con el temblor de las cuerdas del arpa.
Las mujeres movían sus vestidos al son de la música y los hombres se acercaban atraídos a ellas como abejas a la miel. Sin embargo, con un solo movimiento de manos ellas alejaban a la chusma. ¿Por qué conformarse con un marqués cualquiera cuando podrías tener al verdadero pez gordo?
Aunque aquel "pez gordo" no les prestaba la atención que buscaban.
La mente de Katsuki se encontraba sumergida en lo más profundo de su conciencia, y la causa de ello tenía nombre y apellido. La forma en la que esa hermosa vestimenta se ajustaba de manera perfecta a su cuerpo hacía que todos los demás a su alrededor desaparecieran, que solo él, Izuku Midoriya, fuese lo único que ocupara sus pensamientos; la manera en que tarareaba de forma disimulada las dulces melodías tocadas en el violín, cómo movía su cabeza al ritmo de la orquesta, esa sonrisa que formaban sus delgados labios al cambiar de tonada. Era, tal vez, lo más maravilloso que había presenciado en su vida.
«Maldición, ¿por qué tienes que ser tan perfecto?». El bochorno escaló por su cuello hasta dejarlo con la mejillas rojas.
Se giró un poco al ver que Midoriya se adentraba a la mansión.
Tanteó el bolsillo de su chaleco marrón, inseguro. A pesar del montón de pensamientos que le rogaban detener todo, sus manos lograron moverse solas hasta tomar su sombrero de mosquetero, bajándolo hasta cubrir su sombrío rostro.
Era hora de ejecutar su plan.
Se levantó de su asiento. El viento movió con suavidad la capa de tonalidades rojizas, junto con su pañoleta perlada y la pluma de su sombrero. Tomó con agilidad una de las copas de vino que sus sirvientas repartían e inspeccionó el contenido: el tono rojizo de las uvas se movió de un lado a otro al sacudir un poco su mano, y Katsuki deseó ahogarse en él. Morir entre el alcohol le parecía un mejor destino que hacer lo que planeaba.
Soltó un suspiro, e intentó convencerse de que la acción que estaba a punto de cometer sería su última noche de verdadera felicidad, y que no tenía que sentirse mal por ello.
Sigiloso, sacó un pequeño frasco de vidrio de su chaleco, lo abrió con rapidez y echó dos gotas del contenido en la copa de vino. Luego de eso, siguió los pasos de Midoriya hasta el interior de la mansión.
Las mujeres a su alrededor lo vieron confundidas al dirigirse a la mansión, y aún más al llevar consigo una copa de vino.
A todas en aquel lugar les picó el mosquito de la envidia. ¿Quién había sido la dama afortunada? ¿Quién había conquistado el corazón del gran duque Bakugō Katsuki?
_____
El cielo oscurecido contenía en él un montón de estrellas que iluminaban el centenar de árboles que se extendían hasta perderse en el horizonte de los terrenos. Las pequeñas luciérnagas bailaron en la pastura, y sobrevolaron los alrededores con su brillo verde neón, siguiendo el compás de la música que los grillos en el bosque tocaban para ellas.
Midoriya miró al magnífico paisaje con un aire nostálgico. Su mirada se fue hacia la luna, que se levantaba entre las planicies como un ente todopoderoso. Para él, todo se veía igual a la última vez que sus piececitos corretearon esos terrenos boscosos; saltando troncos, esquivando y venciendo villanos imaginarios, y claro, raspándose las rodillas al tropezar con el mismo aire. A pesar de las raspaduras y que vivió su niñez plagado de ungüentos en sus rodillas, brazos y piernas, nunca cambiaría algo de eso, porque todo era importante, cada una de sus experiencias lo hicieron quien es hoy, cada una de las personas que se cruzaron por su camino, por más "insignificantes" que fueran hoy en día, para él alguna vez fueron importantes, alguna vez esas personas compartieron valiosas anécdotas con él, consejos de vida, momentos preciados e historias de héroes que vencen con una gran sonrisa, héroes que nunca le dan la espalda a quienes aman solo por no encajar en su imagen de lo que está bien querer y no querer.
«Ya pasaste de página con ese tema, no abramos otra vez esas cicatrices». Le sugirieron sus adentros en un tono bajo.
Él ya lo había superado, no podía estar toda su vida sufriendo por alguien que en el momento donde más lo necesitó, hizo lo que los demás: darle la espalda y eliminar su existencia, como si nunca lo hubiera conocido. El Padre All Might fue su figura paterna desde los siete años, le había dado un amor incondicional a su persona, sí, pero eso no minimizaba el hecho de que lo despreció como una escoria nauseabunda, como si fuese el asesino serial más buscado en Inglaterra.
Su rechazo dolió como mil dagas clavadas en su corazón, todas siendo incrustadas con una lentitud tortuosa. Aún dolía, mucho más al recordar sus palabras la vez que llevó a Kacchan a ver el jardín. Fue un golpe bajo por parte del padre, un movimiento frívolo que terminó por quebrarlo.
Tal vez la herida que All Might dejó en él nunca sanaría, tal vez los recuerdos padre e hijo que formaron juntos perforarían sus entrañas hasta hacerlas trizas, puede ser, pero de una cosa sí estaba seguro, y esa era que no se dejaría volver a aplastar por alguien que se creía con el derecho de faltarle el respeto solo por no concordar con el molde de persona perfecta que había creado para él.
Si lo aceptan tal y como es, está bien, y si no, también. Así de fácil.
—Midoriya, ¿estás despierto? —La voz ronca de Katsuki interrumpió sus pensamientos.
Su corazón latió desbocado al verlo frente a él con un traje marrón que le llegaba a finales del muslo y se extendía en la parte trasera hasta un poco más arriba de los tobillos, junto con una capa que iniciaba desde la curvatura de su cuello en una seda carmesí que dejaba a sus ojos hipnotizados, un sombrero de mosquetero con una enorme pluma blanca, y un antifaz refinado que ocultaba a la perfección sus exquisitos ojos rojos. Izuku estaba en el paraíso con solo mirar al duque.
«Es... Tan hermoso».
El chasqueo de dedos frente a su rostro lo sacó de su divagación.
—Ah, ¡sí! ¿qué necesita, mi señor? —su voz salió más temblorosa de lo que le gustaría.
Rascó una de sus mejillas pecosas con su dedo índice. Kacchan lo codeó y soltó una risa burlona.
—No me estabas prestando ni un gramo de tu atención, jodido come libros mentiroso.
Midoriya rio divertido y le devolvió el codazo al duque.
—No le voy a negar lo de come libros; leo demasiados, lo sé, pero lo demás no se asemeja en nada a mí.
—Con que eso crees, pues déjame decirte que lo de mentiroso sí te queda bien, es más, te queda como anillo al dedo.
—Sí, claro —respondió con sarcasmo—. A ver, dígame una vez en la que haya mentido.
—Cuando Sato preparó esa tarta de maracuyá con frutos rojos, ¿recuerdas?
El sudor frío empezó a recorrer su espalda al ver la sínica sonrisa del duque. ¡Lo había descubierto!
Katsuki tapó su boca con una mano antes de agregar:
—Sato le preguntó a todo el mundo si se la habían llevado o si habían visto a uno de los sirvientes llevársela, todos respondieron que no, incluyéndote, pero cuando fui en la noche a buscar un libro en tus aposentos, allí estabas, con el libro en una mano y el pedazo de tarta en la otra. —La cara de Midoriya era un poema, su expresión era única en la vida. La risotada de Katsuki al ver la cara desubicada de Midoriya inundó el balcón.
—No puede ser. ¡Yo no lo vi entrar en mi cuarto!
—Estabas demasiado distraído con tu tarta robada como para prestarme atención, rata de biblioteca glotona y mentirosa.
Midoriya permaneció con una mueca luego de ese comentario, Katsuki imitó su acción, pero luego de unos segundos ambos estallaron en carcajadas que endulzaron el ambiente.
Luego de reír un rato, quedaron en un agradable silencio, solo ellos dos mirándose embelesados por los ojos del otro, sus mejillas bañadas en un rosa suave expresaban lo gustosos que se encontraban con el acto.
¿Cómo podía disfrutar tanto un momento tan simple? Se preguntó Katsuki mientras admiraba las esmeraldas que Deku portaba por ojos. Apreció ese brillo de inocencia que desde niños había visto en él: era cálido y acogedor, un brillo que le recordaba las cosas buenas de la vida, que no se trataba de aislarse y alejar a todos para cumplir las expectativas egoístas que portaba en su espalda, un brillo que le hacía pensar que podía ser feliz, que podría sonreír sin ataduras.
Midoriya desvió su mirada hasta la mano de Katsuki, sonriendo al ver lo que traía en esta.
—¿Vino? Si recuerdo bien, Kirishima dijo que era de una cosecha en los viñedos de Suiza. Extraño las bebidas de mi país, para usted puede sonar tonto pero cuando estás en el extranjero hasta la cosa más insignificante que provenga de tu país natal te hacen suspirar de añoranza.
Katsuki miró de reojo la copa en su mano, y después a Deku, preguntándose por última vez si estaba seguro de lo que iba a hacer, si no habrían arrepentimientos luego. Tragó saliva, su pecho fue apretado por la culpa, pero sus pensamientos se nublaron por la necesidad de sentir la textura de su piel una última vez.
Katsuki extendió la copa hacia Midoriya, que lo miró algo sorprendido por su acción.
—Deja de disimular tus ansias por tomar un poco. Gózalo, Midoriya.
Deku tomó con una de sus manos la copa de vino, y la movió bajo su nariz, mientras aspiraba con satisfacción el dulce olor a la cosecha de 1745. Bakugō bajó un poco su sombrero, y desvió la mirada de Midoriya para dirigirla al bosque frente a él.
—Dios, no tendría que haberse molestado. ¡Muchas gracias, mi señor! Siento haberle aceptado algo así, pero en serio deseaba un poco de este vino. Cuando lo acabe, iré por una copa para usted también —dijo Deku, pareciendo desprender una intensa luz de su persona. Katsuki se limitó a asentir, aún empeñado en no dirigirle la mirada.
«Maldición, ya no puedo dar marcha atrás. Ya no puedo arrepentirme. Jamás volveré a verlo después de esta noche. También merezco poder vivir lo que tanto he deseado». Las punzadas de dolor empezaron a martillar su cabeza.
Quería arrebatarle la copa de las manos, pero al mismo tiempo quería que bebiera el vino envenenado. Su piel quemaba, quemaba con la intensidad de un bosque en llamas, y no sabía si era a causa de su impotencia, o de su necesidad.
Los labios de Midoriya se posaron en la copa con delicadeza, hasta saborear el toque dulzón de la bebida alcohólica.
Katsuki volvió a sentir las cadenas enganchadas a su cuello, las frías y asquerosas cadenas que lo forzaban a seguir las reglas que la iglesia le había inculcado desde que tiene memoria. ¿Le habían enseñado cosas buenas? Sí, sí lo habían hecho, All Might siempre se esforzó por hacer de él un buen hombre, pero su madre, el pupilo del Padre, los otros duques, marqueses e incluso el mismo All Might le restringieron seguir sus sentimientos, ser feliz sin la necesidad de pensar: ¿estaré faltando a las reglas?
¿Qué les costaba dejarlo ser quien era? ¿Por qué no pudieron solo permitirle ser feliz junto a quien quiere? No hubiera lastimado a nadie con sus sentimientos.
¿Qué tenía de malo querer a ese hombre? Su personalidad no cambiaría por eso, su cariño hacia los que amaba tampoco, su fortaleza, inteligencia, costumbres y creencias no se verían afectadas por ello, entonces, ¿qué tenía de malo obedecer al llanto de su corazón que clama por amar a ese otro hombre?
¿Las cosas serían diferentes si él no lo hubiera besado cuando eran niños? Si las personas que lo destruyeron en esos días hubieran sido de otra manera, ¿qué habría cambiado? Si las cadenas de Katsuki ya no existieran, o si al menos alguien le hubiera explicado qué sucedía consigo mismo a esa edad, tal vez no habría terminado con Deku de esa manera tan atroz.
El tic tac del reloj penetró sus oídos, mientras los ojos de Deku se cerraron con lentitud. El reloj marcó las doce con un sonoro timbre y Midoriya cayó en los brazos del duque, que con cuidado sostuvo su cuerpo inmóvil. Katsuki echó un suspiro pesado al ver las tranquilas facciones de Deku. Sintió como una punzada de culpa atravesaba con desdén su corazón marchito. Cargó el cuerpo de Deku como si fuera de porcelana, procurando buscar la mayor comodidad para él.
—¡Duque Bakugō, el baile ya va a dar comien...! —Los súbditos que habían llegado miraron al duque saltar el barandal del balcón y caer unos metros hasta un tumulto pomposo de hojas. Corrieron hasta arremolinarse sobre la baranda, y agudizaron sus ojos sobre el matorral en busca del duque— ¡Duque Bakugō!
Bakugō se adentró en el gran bosque que hasta hace minutos atrás miraba con melancolía. La Luna sobre Midoriya y él observaba cada uno de sus movimientos; el balancear de su capa y la firmeza con la que sostenía el cuerpo de Deku.
El martillar de dolor que buscaba romperle el cráneo se hizo más fuerte cada vez, excavando en su cabeza hasta conseguir lo que buscaba: el recuerdo más valioso que Katsuki llevaba consigo, el inicio de todo esto, el inicio de su historia.
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—¡Vieja, no quiero ir! —Katsuki jaloneó con todas sus fuerzas el brazo de su madre, aunque con apenas siete años, no fue mucho el efecto que pudo conseguir.
Su madre lo sostuvo con fuerza de la mano, y evitó que Katsuki tirara de ella para arrastarla por el enorme jardín.
—¡Pues, no te estoy preguntando, Katsuki! —gritó la duquesa Mitsuki. Apretó el agarré con la mano de su hijo—. Tienes que hacer algo más que solo sentarte debajo del árbol de roble a leer tus libros, o perderte en ese bosque a "explorar".
—¡No exploro, investigo! Ayer encontré un arbusto de bayas silvestres muy raro, también hallé una madriguera de conejos. —Arrugó el entrecejo, y miró con molestia a su madre.
—Ese no es el punto, mocoso. —Mitsuki acarició los mechones rubios y descontrolados de Katsuki, y rio un poco al ver que su hijo refunfuñaba fastidiado—. Siempre te veo muy solo, sin ningún amigo que te acompañe en tus aventuras, ¿por qué no intentas juntarte con los hijos de las criadas?
—Esos idiotas no son lo suficiente para seguirme el paso. Solo saben sentarse a llorar —susurró. Recordó a los hijos de las sirvientas y cómo se rehusaban a interactuar con él por miedo a ser víctimas de su mal temperamento. Solo otras escorias que debía apartar de su camino.
Un manotazo llegó a su cabeza, y su enojo se convirtió en desconcierto.
—¡Ey! ¿Qué te pasa, vieja?
—Respeta a los demás, niño malcriado.
—¡Já! Te insultaste a ti misma con ese regaño.
—Mis señores… —Se oyó una suave voz, pero fue opacada por los gritos de madre e hijo.
—Cállate, enano. —Mitsuki hizo el amago de jalonear la oreja de Katsuki, pero este, al ver sus intenciones, dio tres pasos hacia atrás.
—¿Y en dónde quedó lo de "respeta a los demás"? ¡Anciana!
—¡Soy tu madre, no me faltes al respeto, enano mimado!
—¡Mis señores!
—¡¿Qué?!
Ambos giraron hacia quien los llamaba, dándose cuenta de la presencia de cierta mujer que los miraba con timidez. Mitsuki arregló su vestido y cabello que se encontraban desaliñados por la reciente pelea con su hijo, Katsuki se quedó inmóvil al ver a la mujer de cabello verde, y frunció el ceño en su totalidad.
Nunca la había visto antes, y a él no le gustaban ni un poco los extraños.
Mitsuki aclaró su garganta antes de hablar.
—Tú debes ser Midoriya Inko, ¿no? No te había visto allí. —Sonrió con inocencia—. Soy Mitsuki, la esposa del duque Masarū, aunque imagino que eso ya debes saberlo. Katsuki jaló el largo vestido lila de su madre, y Mitsuki contuvo las ganas de darle un manotazo—. Este pequeño niño con rabia es mi hijo, futuro heredero de estas tierras.
—Es un gusto, mi señores. —Inko hizo una pequeña reverencia y volvió a dirigirle la mirada a Mitsuki. Con una voz algo más segura, descubrió un poco su vestido hasta revelar a una pequeña mata de cabellos verdes—. Él es mi pequeño, Izuku Midoriya.
—E-Es un gusto —susurró un niño de no más de siete años, que se escondía tras las faldas de su madre.
Ambos parecían fabricados con la misma tela; hebras verdes y ojos semejantes a dos resplandecientes esmeraldas, con la única diferencia de que el niño parecía tener cuatro pecas en cada mejilla.
Katsuki sintió cómo el mocoso lo miraba con una intensidad escalofriante, a pesar de su comportamiento tímido.
«Tiene una cara muy común, igual a la de un tonto». Fue lo primero que cruzó por su cabeza.
—Mientras las criadas llevan sus pertenencias a la habitación, me gustaría conversar sobre su estadía aquí en la mansión, también sobre las reglas que deberán seguir. Podríamos acompañar nuestra charla con té y galletas, ¿te parece, Inko? ¿Sí? ¡Entonces, vamos! —Mitsuki tomó el brazo de Inko, antes de empezar a arrastrarla hasta el interior de la mansión.
«Este era tu sucio truco, dejarme solo para que conviva con este niño. ¡No te librarás de mí tan fácilmente!». Katsuki mantuvo sus ojos fijos en la figura saltarina de su madre.
—Pero —Inko intentó objetar al ver que su hijo enredó nervioso las manos en su pequeño morning coats negro—. Izuku, ten cuidado, no te alejes mucho de la mansión. Mami volverá en unas horas —dijo, antes de ser arrastrada por completo al interior de la mansión.
Katsuki volvió a fruncir el ceñor. “¿Mami?” ¿Quién carajos usaba esa palabra?
El mocoso que tenía un matorral por cabello observó el lugar vacío donde antes estaba su “mami”, y luego dirigió su mirada a él. Katsuki arrugó los labios al ver el intento de ese niño por decir algo. Midoriya tartamudeó un poco antes de volver a cerrar la boca.
Perfecto, lo dejaron a solas con un mudo.
Katsuki bufó y, sin importarle que Midoriya aún estuviera en busca de comunicarse, se dirigió hacia unos arbustos de camelias blancas amontonados entre sí. Se sentó de forma vaga, y sacó de su traje un libro con una portada forrada en colores cremas y dibujos de flores. Estaba a punto de terminarlo, pero su madre lo había interrumpido en el mejor momento. Midoriya lo miró desde lejos, pudo percibir el asombro en sus ojos, aunque no supo si era por haberlo dejado parado como un idiota o por cualquier otra razón.
Katsuki decidió ignorar el tema y leyó las últimas hojas del libro entre sus manos, bastante intrigado por los descubrimientos y especificaciones científicas sobre lo mortales que eran algunas flores. Se rio bajito por el montón de idiotas que fueron víctimas de ellas.
«¿A quién se le ocurre comer belladona?».
Llegó a la última hoja del libro, aunque eso solo logró sacarle un quejido, ¿ya había terminado? ¡Pero solo fueron cien páginas! Releyó las páginas medias del libro con enojo antes de fijar su atención en el chiquillo parado en medio del campo de flores; tenía su cabeza baja, y al mismo tiempo que una de sus manos se posaba en su boca la otra jugaba con la esquina del traje barato que portaba.
Lo vio detenerse y subir la cabeza con una sonrisa, Midoriya (según recuerda haber escuchado de la nueva jardinera) miró en su dirección antes de salir corriendo a tropezones a quién sabrá qué parte. Katsuki suspiró, otro tonto más que le tenía miedo, y en esta ocasión él mismo podía decir que sí era injusto ya que el mocoso ni siquiera lo conocía.
«Creo que tu plan para que me hiciera amigo de alguien salió mal, madre». Pensó, y comenzó a releer su libro.
No habían transcurrido ni quince minutos cuando empezó a oír unos pasitos acercándose.
—Oye...
Katsuki dio un pequeño salto y cerró el libro de golpe. Se felicitó a sí mismo por no soltar un chillido tan agudo como el de un ratón, miró enfurecido al causante del susto que se llevó, pero cambió su semblante a uno confundido al ver al maldito mocoso de greñas verdes en frente de él
—Oh, ¿estás bien? —dijo Midoriya, observándolo con esos enormes ojos de ciervo.
—Claro que estoy bien, ni que me hubieras asustado, eh… —Katsuki lo miró de arriba a abajo, fijándose en su cabello alborotado casi al instante—, cabeza de brócoli —respondió tajante. Chasqueó la lengua con disgusto al ver esa cara de preocupación que se cargaba el chico—. ¿Acaso crees que soy tan débil como para no soportar un estúpido sobresalto?
—¡No me refería a eso! —dijo Midoriya, tan nervioso que solo logró que el libro que llevaba entre sus manos cayera al suelo. Katsuki rio entre dientes al ver temblar las manos del niño.
—Inútil —dijo, y miró con superioridad al mocoso.
Midoriya se arrodilló en el piso y recogió el libro, pero al estar más cerca del suelo, pudo notar algo curioso, unas florecillas que crecían bajo el arbusto de camelias.
—Estas son... —susurró para sí, acercándose más al arbusto.
—Oye, inútil, ¿qué haces? ¿Me estás ignorando? —Katsuki se levantó del suelo con la intención de seguir la mirada de Midoriya hasta el arbusto de camelias detrás de él.
Midoriya levantó parte del arbusto, sin embargo, en un movimiento brusco, empujó a Katsuki hacia atrás hasta alejarlo de las flores.
—¡Bastardo! ¿¡Cuál es tu maldito problema!? —gritó Katsuki, mientras veía la espalda del niñato que se atrevió a empujarlo.
Lo golpearía en su estúpida cara común, de eso no había duda.
—¡Lo sabía! —El asombro en la voz de Midoriya dejó a Katsuki estático, logrando que dejara de lado sus planes de pelea—. Adelfas rojas.
Katsuki abrió sus ojos de una manera tal que parecía que iban a salir de sus cuencas. Se levantó del suelo y empujó a Midoriya para hacerlo a un lado.
Un pequeño ramo de adelfas rojas se encontraba escondido bajo las camelias del arbusto, varias de estas flores rojas sobresalían del pequeño ramito hasta mezclarse un poco con el arbusto. Su presencia era casi invisible y, por ende, peligrosa.
—Santa mierda…
—Son una de las plantas más venenosas en Europa —susurró Midoriya. Tomando con un puñito la manga de Katsuki.
—Esa cosa ocupa el primer puesto en la mayor cantidad de muertes producidas por una planta, ¿no? Incluso contiene uno de los alcaloides más tóxicos.
—Leí que luego del más pequeño contacto con esas flores, los siguientes síntomas podrían ser vértigo, náuseas, convulsión, paro cardíaco y…
—La muerte —murmulló Katsuki.
Un breve silencio se inmiscuyó entre ellos. Katsuki tomó a Midoriya por uno de sus brazos hasta alejarlo lo suficiente de esas malditas flores.
Midoriya pareció caer en cuenta de sus acciones, pues se soltó con rapidez del agarre de Katsuki. Hizo una reverencia de ciento ochenta grados, y Katsuki vio al sudor recorrer su cien.
—¡Siento mucho haberlo empujado, pero se encontraba demasiado cerca de esas flores! Estaba a punto de acostarse encima de ellas.
—La ropa me hubiera protegido —dijo, y limpió el área de su manga que anteriormente sostuvo Midoriya.
—Aun así, hay que ser precavido con estas cosas.
—¿Estás insinuando que no lo sé?
—¡No es eso!
La ventisca primaveral se impregnó en sus pieles, hasta acariciar la rojez de sus regordetes rostros.
Otro silencio prolongado se instaló en medio de ambos, un silencio en donde se admiraban el uno al otro con la intención de descifrar los pensamientos del contrario.
Katsuki inclinó su cabeza hacia un lado, y mostró una sonrisa altanera.
—¿Quién lo diría? El cabeza de brócoli tiene buen ojo para el peligro. —dijo.
Midoriya casi se atragantó por tal confesión.
—¡G-Gracias! Pero no tengo cabeza de brócoli.
—Claro que sí.
—Claro que no —Midoriya sacudió su cabeza de un lado a otro, y un puchero apareció e sus labios.
—¿Me estás retando, escoria?
—¡Solo dije que mi cabeza no es de brócoli, ni siquiera sabe cómo compararla!
—¡Eso es un reto para mí!
—¡¿Acaso todo es un reto para usted?! —dijo Midoriya, pero Katsuki desvió su mirada al libro entre sus manos, el cual tenía un narciso blanco dibujado en su portada—. ¡Ey, no me ignore, por favor!
—¿Ese no es el penúltimo libro de la saga que leía?
—¿Ah? —Midoriya miró sus manos hasta percatarse del libro que en estas descansaba. Al darse cuenta de lo que se refería Katsuki, levantó el penúltimo tomo, y mostró mejor la portada del hermoso narciso de blancas tonalidades, junto al perfecto estado del objeto—. “El lenguaje oculto de las flores”. Lo vi leer el libro anterior a este y pensé que le gustaría leer el siguiente lo más pronto posible, así que traje el mío…
—Espera, ¿sabes leer? —dijo Katsuki, pero el rostro de Midoriya se mantuvo en blanco, y fue señal suficiente para que cambiara su pregunta—. ¿Solo por eso me trajiste tu libro? —Fue el turno de Katsuki para enseriarse, sin dejar escapar ninguna de las emociones confusas que empezaban a surgir en él. ¿Alguien de su edad que compartiera sus gustos? ¿Es que eso era posible?
—¡No conozco a nadie que le gusten estas cosas! Así que, quería saber si podríamos leerlo juntos y si le gustaría o consideraría darme una oportunidad para ser… Para ser su amigo.
Las mejillas de Midoriya se tornaron rojas por la vergüenza que le causaba pedirle eso al futuro duque.
¡Qué ridículo tuvo que verse en ese momento! Tal vez no lo pensó bien, tuvo que ser más disimulado, ¿parecía desesperado? Bueno, lo estaba, pero tenía que aparentar no estarlo. Nunca tuvo muchos amigos, los únicos fueron los hijos de sus antiguos vecinos que se reunían a jugar, y ni siquiera recuerda sus nombres.
Sin darse cuenta, Midoriya había empezado a murmurar.
Katsuki tomó con su dedo índice y anular el puente de su nariz, e intentó con la paciencia interna que no sabía que poseía no golpear en su pecosa cara a ese niño.
—¡Cállate de una maldita vez! —Katsuki lo sostuvo por los hombros tan solo un segundo, pero fue suficiente para que Midoriya guardara silencio—. Está bien, leeré el libro contigo, pero no te hagas ideas, tampoco es que tenga muchas ganas de compartir mis extensos conocimientos sobre plantas con un inútil cabeza de brócoli.
«Falso». Le dijo una voz en su cabeza. Se moría por leer ese libro con una persona que entendiera sobre el tema. ¡Aún no podía creer que alguien más compartiera sus gustos! Sin embargo, no podía parecer desesperado y sediento de amistad, no era bueno para la imagen que quería mostrar.
Los ojitos verdes de Midoriya se iluminaron como luceros al oírlo.
Midoriya sonrió y abrió el libro, pero antes de empezar a leer, dirigió su mirada a Katsuki, con esos enormes ojos que ansiaban comenzar algo nuevo, que anhelaban conocer cada parte de lo que podría llegar a surgir con esta nueva amistad.
Eran los ojos más sinceros que Katsuki había visto en su vida.
—No soy cabeza de brócoli, y tampoco soy inútil, soy Izuku Midoriya, ¿y usted?
Katsuki desvió sus ojos al bosque, a los árboles que se asemejaban al cabello de Izuku, y a los narcisos que se escondían detrás de los matorrales, temerosos de ser descubiertos mientras los espiaban.
«Igual de inútiles que este bastardo».
Una idea llegó a su cabeza, y algo comenzó a quemar en sus entrañas. No sabía lo que era, pero estaba ansioso por descubrirlo.
Katsuki sonrió y regresó su vista a Midoriya.
—Katsuki Bakugō, el mejor amigo que conocerás en toda tu miserable vida, Deku.
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Este capítulo se publicó originalmente el 30/12/2021
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