3: "Lucha"
Todos miraron de manera expectante como el dictador se marchaba mientras que el silencio acompañaba su huida en total confidencia. Más de uno quiso gritar, exclamar sus verdades al viento y nombrar en qué círculo del infierno se quemaría aquel hombre, pero nadie tuvo la decencia de hacerlo, el instinto de supervivencia era fuerte y no había necesidad de hacer peligrar la vida a causa de un idiota intento de rebeldía.
Mauro solo escuchó las pisadas de su padre alejándose mientras que todos imitaban su accionar, aún parecía consternado a causa de su súbita intromisión y el pelotón completo compartía su sentimiento
Cuando por fin no hubo rastro de la presencia del dictador Cacciatore y su séquito, Mauro solamente suspiró. —Me hubiera encantado que tuviera la amabilidad de decirme que vendría a visitarlos.
—Créame, señor... A todos nos hubiera encantado. —Uno de sus hombres contestó, para luego proseguir. —Aunque su visita resultó bastante bien.
—No, no resultó del todo bien, pero me hiciste acordar algo... — Acercándose a su soldado, Mauro comenzó a hurgar en sus bolsillos hasta encontrar el objeto de su búsqueda.
Cuando lo tomó, el aire pareció congelarse por una milésima de segundo mientras que Mauro comenzaba su marcha mortuoria. Con aquel gran cuchillo de caza en mano caminó de manera apresurada hacia Martín y, sin mediar una palabra antes, lo enterró en su vientre mientras que envolvía sus hombros con su brazo libre. Cualquiera que hubiese visto aquella estampa creería que el cabecilla de aquella banda estaba consolando al pobre infortunado, pero no. Lo tomaba con fuerza mientras que el cuchillo penetraba su carne y empezaba a deslizarse de izquierda a derecha, abriendo un enorme tajo en el bajo abdomen de Martín que no tardó en desbordar en sangre que comenzó a deslizarse rumbo al suelo de piedra.
—Por favor, no vuelvas a apenarme delante de mi padre. —Sujeto a él como si aquello fuera un abrazo, Mauro lo susurró en su oído mientras que Martín hacía ruidos mudos de ahogo y falta de aire.
Lentamente comenzó a soltarlo, casi como si realizara aquel acto con cariño, permitiéndole al pobre Martín derrumbarse al suelo mientras que sus fluidos tapizaban el piso. Todos lo vieron, contuvieron el aliento y los gritos de espanto que aquella estampa les causaba, más Valentino fue el único que tuvo el coraje de actuar.
Arrodillándose a su lado, tomó la mano que rápidamente se helaba. La herida en su vientre, similar a una asesina cesaria, hacía brotar su sangre a montones tiñendo las rodillas del maestro al estar en contacto con el piso. Martín intentaba tapar su herida, pero era inútil, todos, inclusive él, sabían que su fin había llegado.
Quizás por el impacto que realizó su cuerpo al caer o por el profundo corte casi quirúrgico que Mauro había realizado, una pequeña porción de sus vísceras se arrimó por aquella herida. Espantando a todos con su sola visión y causando que Darío comenzara a tener arcadas, más Valentino continuó allí sosteniendo su mano.
—Descansa... Ya es hora de descansar. —Conteniéndose las lágrimas, Valentino pronunciaba aquella oración con un tono paternalista que a todos pareció conmover.
—Valió la pena cada segundo... —Casi susurrándolo, Martín se desvanecía en sus manos, esforzándose en hablar con cada palabra. En una última broma del destino, altivo, como siempre lo había sido, Martín miró a Mauro por un instante para luego devolverle la vista a su maestro. —Cuando tu mates a este maldito yo lo esperaré en el más allá y me lo cogeré, quizás así se le borra la sonrisa de homosexual reprimido.
Valentino iba a responder, más un fuerte empujón lo tiró al suelo empapado en rojo sin el menor cuidado. —Esto está tardando mucho.
Con el cuchillo aún tomado con fuerza en su mano, Mauro lo deslizó sobre el cuello de Martín haciendo que una nueva catarata carmesí brotara. Parte de ese fuerte color salpicó en la cara de Valentino cuando salió disparado de la garganta de su alumno, entrando en su boca abierta y dejándolo estupefacto.
La vida de Martín se esfumó a los pocos segundos, dejó este mundo entre sonidos de ahogo y viendo la sonrisa de su captor mientras que este disfrutaba del espectáculo. Cuando su cuerpo dejó de moverse y yació inerte en el suelo, Mauro limpió su cuchillo con el pantalón manchado de su reciente víctima y se lo devolvió a su dueño. —Muchas gracias, Agustín.
Ignorando por completo el cadáver que yacía a sus pies, Mauro comenzó a hablar. —Les explicaré esto una sola vez, por política propia los detenidos solo pasan tres días aquí... Este será su primera noche, el tiempo corre encima de sus cabezas, tic toc. —Mirando un instante a Valentino que aún permanecía en el suelo con su boca abierta observando con pánico el cuerpo de su alumno, Mauro ordenó. — ¡Levántate, es una gran falta de respeto no prestarme atención!
Saliendo de su estupor, Valentino se levantó como pudo, su vida corría peligro y no quería acabar como su alumno. Mauro esperó paciente a que este se recompusiera en su lugar, para luego, acompañado por una afirmación de cabeza que el docente tuvo que contestar, prosiguió. —Su boleto de salida es la información, necesito datos. Cualquier cosa, por más mínima que sea, me vendrá bien... Caso contrario —mirando de manera rápida el cuerpo de Martín, Mauro prosiguió. —, bueno, ya se imaginarán. Están en mi casa, por ello les pediré el respeto que se merece mi hogar al ser ustedes mis invitados. En su celda hay un pequeño desagüe, hagan que sus heces y su orina se vaya por allí sino los haré que coman todo lo que encuentre en su suelo. Hoy no cenarán, su comportamiento fue pésimo, y tienen el agua de lluvia que se cuela por la ventana para beber, así que no creo que me vuelvan a ver hasta mañana. ¿Alguien tiene algo que decir?
Teniendo el silencio como única respuesta, Mauro cuestionó. — ¿No? Bueno, entonces mañana volveré a preguntárselos.
En un rápido movimiento, Mauro se quitó su entallado saco negro manchado en sangre y lo colocó encima de los hombros de Darío quien aún temblaba contemplando el cuerpo de su amigo. Ahora solamente revestido con una camisa aferrada a su pecho con tirantes marrones, Mauro sonrió mientras que el pobre niño continuaba quieto en su lugar con su mirada perdida en los tonos rojos. —Ahora vuelvan a su celda, por favor.
En fila cada uno de ellos retornó a la jaula, Abigaíl con una marcada dificultad para caminar y algunos sollozando, más el silencio era el único acompañamiento para su marcha. Cuando Nancy quiso entrar a su prisión el rápido agarre de uno de los guardias se lo impidió. — ¿Qué hacemos con ella, señor?
—Ya escucharon a mi padre, chicos... A ver—Observando a sus subalternos, Mauro continuó. —Benicio, Agustín... Ustedes tienen hermosos ojos, veamos si el destino ahora nos permite tener algún lindo niño con su mirada. Llénenla y luego trasládenla a la granja.
Ambos hombres afirmaron con la cabeza para luego separar con su fuerte agarre a Nancy del resto. Se mantuvieron en silencio, pero uno de ellos miró a Abigaíl y se animó a preguntar. — ¿Con ella hacemos lo mismo?
Mauro se acercó a las rejas y, pegando el rostro a los barrotes helados miró a la desdichada joven que con su ropa rasgada no se animó a corresponderle la acción. — ¿A la pajarita? No, claro que no... Mañana vendré a buscarla, lávenla y denle un poco de ropa limpia.
—Entendido... ¿Y qué hacemos con él? —Refiriéndose al cadáver de Martín de manera despectiva, uno de los uniformados preguntó.
—Ya saben qué hacer con él... Bueno, si no hay más dudas nos vemos mañana, espero que todos disfruten su estancia.
Tamizando el aire con su sarcasmo, Mauro se marchó haciendo rechinar sus lustrosos zapatos sobre el piso en completo silencio. Una vez que se supieron sin la supervisión de su superior ambos militares se vieron entre ellos, para luego desviar su atención a la temblante chica aún presa de su agarre. — ¿Cuál te gusta más? ¿El verde o el azul?
Nancy no supo contestar y solo hizo un gesto mudo de estupefacción, causando que uno de esos hombres desfundara su arma y le apuntara directo a la cabeza. — Vamos, responde, es una pregunta fácil.
Una vez más las lágrimas brotaron de ella, presa de su desesperación, solo pudo tartamudear mientras que el resto contemplaba el macabro espectáculo que se desarrollaba delante suyo. —El... El verde.
El militar sonrió para luego comenzar a limpiar la lágrima que rodaba por sobre la mejilla de la chica con el cañón de su pistola. — ¿Escuchaste eso, Benicio? Estás de suerte, le gustan más el color de tus ojos que los míos.
—Parece que es mi día de suerte.
—Entonces empecemos, aún no he almorzado.
Acto seguido, el mismo hombre que aún seguía apuntándola con su arma, empezó a tocar sus pechos con fuerza haciendo que Nancy instintivamente quisiera retroceder, más este la detuvo. —Tranquila, podemos pasarla bien si tú nos lo permites. Solo te diré algo, no puedo matarte, pero si llegas a morder o a lastimar a alguno de nosotros me pedirás de rodillas que acabe con tu vida luego de lo que te haré.
Nancy no respondió, solo pudo continuar llorando mientras que el otro guardia la empujaba sobre la mesa regalándoles a todos los presentes su espalda, dejando sus caderas levantadas para su disfrute. Sus manos lentamente levantaron su vestido, revelando su ropa interior blanca la cual fue arrancada con un solo jalón de sus manos haciendo que Nancy gritara.
El otro uniformado caminó hasta extremo de la mesa donde la cabeza de Nancy reposaba y, poniendo el arma entre sus labios, casi lo susurró. —Chupa.
Darío, que siempre había sido en secreto el enamorado de su compañera, no pudo aguantar la impresión y comenzó a llorar con desesperación mientras que observaba como un hombre corría el cierre de su pantalón y con su asqueroso miembro comenzaba a masturbarse entre las nalgas de su novia, esperando a estar lo suficientemente duro para tomarla a la fuerza. —No, por favor...
— ¿Por favor, qué? Si solo estoy siguiendo las órdenes de mi superior... —Sonriendo con completo cinismo, el hombre empujó más a dentro de la boca de aquella chica su arma reglamentaria, haciendo que diversas arcadas sonaran desde su garganta. — ¿Tienes para mucho, Benicio?
—No, no, ahora mismo comienzo... —El tipo había aumentado el ritmo de su mano, subiendo y bajando por su miembro a gran velocidad, para luego detenerse a escupir en su palma y pasar los restos de saliva en los genitales de Nancy.
No lo dudó un instante, luego de haberla mojado lo suficiente, se enterró en ella con gran fuerza haciendo que la desdichada mujer gritase de dolor. — ¿Me creerías si te digo que es virgen?
—No puede ser. —Riéndose, Agustín solo miro rumbo a la dirección donde se hallaba la celda, dirigiendo sus palabras a Darío. — ¿No hiciste la tarea aún, niño?
Acto seguido, al no escuchar respuesta más allá de un sollozo, sacó el arma de la boca de Nancy quien se sacudía en cada embestida que propinaban en su frágil cuerpo, para luego abrir su propio cierre y revelar delante de su rostro su miembro erecto. Apuntándola con su revolver directamente en la nuca, mencionó. —Me llegas a morder y juro que no te dejo ni un solo diente.
Darío comenzó a gritar a causa de la desesperación, su novia, a quien mismo llamaba el amor de su vida, estaba siendo cruelmente violada por dos hombres a la vez. Agustín hundía con fuerza su pene en medio de la garganta ahogada de su rehén, mientras que marcaba su ritmo con su mano fuertemente agarrada a su cabello; por otro lado Benecio aumentaba la fuerza de su penetración haciendo que la mesa se sacudiese cada vez que se enterraba en ella.
Permanecieron así por media hora hasta que los sollozos de Nancy dejaron de escucharse, estaba resignada en cuanto a su destino y por un momento el dolor dejó de existir, permitiéndole a su alma escapar de su carne.
Valentino abrazaba a Darío intentando que dejase de ver tan fatal espectáculo, consolándolo dentro de su miseria mientras que Abigaíl solo temblaba en el extremo más alejado de la celda quizás recordando sus propias vivencias.
Con una última embestida, Benicio eyaculó dentro de Nancy con un placentero gemido, para luego permitirle a Agustín tomar su lugar y penetrarla a gusto, arañando su espalda y varias veces inclinándose a morder su piel. Pronto el también acabó su aberrante labor con bruteza, ya no había que preocuparse por Nancy, la pobre chica yacía desmayada sobre la mesa con sus piernas manchadas en sangre.
Como si aquello que hicieron fuera un acto cotidiano, ambos hombres se limpiaron sus sucias vergüenzas con lo que alguna vez había sido el vestido de la alumna y se recompusieron con velocidad. Agustín cargó a la joven inconsciente sobre su hombro y salió del reciento.
Lo sabían, quizás esa era la última vez que veían a Nancy, ahora todos comprendían el significado de "Llenar". Aquello era atroz, Valentino solo podía llorar en silencio ante lo que había contemplado y horrorizarse en secreto por el destino que la vida de aquella pobre chica tenía. Estaba seguro que fruto de esa violación se había concebido un producto. El objetivo de los militares había sido embarazarla y seguramente luego trasladarla a otro centro clandestino donde recibiría de manera precaria atención médica. Aquella "Granja" que antes el dictador había mencionado sin duda era un reservorio de mujeres en cinta... Los bebés se venderían y sus madres repetirían su trauma hasta que sus cuerpos desfallecieran.
Conocía los rumores de tráfico de personas que los militares hacían, pero siempre pensó que se trataban de raptos de niños o quizás, en el peor de los casos, el robo de bebés de los brazos de sus madres, pero jamás se imaginó lo que acababa de observar. Aquello era inhumano, un cruel atentado contra la naturaleza y una fuerte ofensa a Dios mismo.
En un sepulcral silencio, los rehenes vieron como levantaron en una carretilla el cuerpo de su amigo y también lo sentenciaban al olvido. Luego los militares volvieron, encendieron la radio y entre risas comenzaron a limpiar la cantidad de fluido humano que había sido desperdigado por el suelo.
La noche se hizo presente, del grupo de nueve personas que habían sido solo restaban con vida cinco de ellos. Algunos habían quedado dormidos a causa del súbito cansancio, pero otros solo contemplaban la pequeña ventana abarrotada donde un poco de agua de lluvia se colaba y las nubes se podían vislumbrar.
Valentino miraba por los barrotes la noche fresca, tan cerca y tan lejos estaba su libertad que pensaba que aquella diminuta abertura estaba hecha así a propósito solo para desalentar a los infortunados que permanecieran cerca de ella. Se sentía un cadáver más con los restos de su alma solo degradados a simples emociones de cruel espanto, por momentos se quedaba sin aliento, sin brújula al viento que guiase su destino y le dijera como actuar. Rogaba al cielo gris que lo consolara, que cuidase de su sueño y que pudiera despertar, era un corazón lastimado que daría todo por sanar.
La vida se había marchitado en un solo día, dejando solo los pecados como el recuerdo de su vivir, la culpa lo asediaba y lo obligaba a mirar con cariño cada forma de muerte que su vil captor pudiera proporcionarle. Rogaba porque entre los barrotes de aquella celda se escabullera un ángel que le perdonase por todas sus fechorías y lo bautizase otra vez, consagrándolo con su dolor. Su corazón ya no era honesto, se había infectado con la podredumbre y el odio que supuraba cada pared de la prisión.
— ¿Tu... Tu sabes algo que les pueda interesar?
En un acto reflejo, desvió su mirada hacia dónde provenía aquella voz. Abigaíl había despertado y abrazaba sus piernas en búsqueda de un poco de calor. Suspirando, Valentino respondió. —No, toda la información que teníamos la sacábamos de un informante anónimo... Ni siquiera sé su nombre.
Abigaíl se levantó de su lugar con gran dificultad y con cuidado se sentó al lado de Valentino, quien no se molestó cuando ella apoyó su frente en su adolorido hombro. —Perdóname por todo, Abigaíl... Si no fuera por mí y mi tonta invitación hoy no estarías aquí.
Ella enmudeció unos momentos para luego pronunciar. —Sabes, no me han quitado el cinturón de mi falda... Su hebilla es afilada, podríamos cortarnos las venas. Acabar con nuestra vida nosotros mismos, sin sufrimiento...
Valentino lo pensó unos momentos para luego responder. —No
— ¿No? ¿Por qué no? Bien sabes que ellos nos harán algo muchísimo peor...
Suspirando un momento, Valentino recostó su cabeza encima de la de su compañera y murmuró. —Porque ahora estamos perdiendo la lucha, pero todo puede mejorar, aún tengo esa esperanza... Cuando uno lucha puede perder, pero aquel que nunca luchó ya perdió... Me niego a bajar los brazos. Prefiero morir luchando que vivir por nada.
—Vivir un día en pie o una eternidad de rodillas... Me gusta, pero eso no quita que nos espera algo terrible.
—Lo sé —Buscando un poco de calor en su compañera, Valentino se acurrucó con ella en brazos intentando calmar su frio. —Intenta descansar.
Ambos quedaron dormidos al poco tiempo, las heridas estaban frescas y los traumas mutaban en pesadillas, cuando el constante grito mental que no paraba de sonar dentro de su cabeza pareció acallarse un momento, por fin pudieron descansar.
Sin saber dónde estaba ni mucho menos quien era, Valentino escuchó desde sus sueños un crudo alarido que lo llamaba por su nombre. Abrió los ojos y notó como su colega se aferraba a su brazo intentando que el guardia que forcejeaba con ella no se la llevara.
— ¡No, por favor! ¡No de nuevo!
—Vamos, pajarito... El jefe te está esperando. —Aumentando la fuerza de sus jalones, el uniformado tiraba de Abigaíl, pero esta se negaba a marcharse sin batallar.
De repente, en un acto de valentía propia de alguien somnoliento golpeó el rostro del militar, haciendo que de manera automática aquel hombre soltara a Abigaíl y calmara el dolor de su nariz con la fuerza de su agarre.
— ¡Maldito hijo de puta! —Vociferó el guardia preso de su propio dolor para luego sacar de su cinturón el mismo cuchillo con el que le habían dado muerte a Martín.
Agarrando a Valentino y haciendo que este cayera de su pose sentada directamente al suelo de cara, tomó su brazo y lo extendió por arriba del piso. —Te cortaré esa mano a ver si vuelves a tocarme.
— ¡NO! ESPERA — Rápidamente Abigaíl se interpuso entre ellos en un cuadro propio del nerviosismo, para luego hablar. —Él es músico... Toca el piano, dile eso a tu superior... Cacciatore no te perdonará si le arruinas la mano sin antes de haberlo escuchado tocar.
-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-
¡Nuevo capítulo, gente!
Es para mi un gran placer traerles esta historia, no veo la hora de que se enteren el porqué del título.
¡Nos vemos dentro de poco!
Angie
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