1: "En vivo"
Tan oscura y a la vez tan confidente, la ciudad los envolvía con su penumbra cómplice mientras que ambos caminaban en completo silencio, presos del estupor de ser descubiertos en un acto que seguramente les pondría un castigo sobre sus cabezas.
Abigaíl temblaba debajo de su paraguas mientras que Valentino guiaba el camino unos cuantos metros más adelante dejando que la lluvia lo empapase por completo. Era necesario realizar unas cuantas vueltas, andar y desandar los caminos rumbo a su destino, la ciudad tenía ojos escondidos en cada ladrillo y uniformados amenazadoramente armados velaban sus pasos en cada esquina.
Valentino solo los ignoraba, simulando ser un trabajador más que retornaba a su hogar, pero la sangre le hirvió cuando comenzaron a gritarle improperios a Abigaíl, faltándole el respeto a su condición de dama y causando que de su pequeña boca pintada saliera un suspiro propio de espanto.
No pudo hacer nada, solamente continuó su andanza, pero él bien lo sabía, la ciudad entera no tenía el tamaño correcto para calmar la furia de sus pasos. Espero a que la distancia con aquel grupo de sujetos fuera considerable, necesitaba realizar alguna acción que salvaguardase a la pequeña invitada que se había aventurado a acompañarlo.
Deteniéndose hasta que ella lo alcanzara, cuando la tuvo a su lado tomó su mano en un súbito movimiento para luego susurrar. — Si piensan que somos pareja no te molestarán...
—Gracias... Detesto como algunos hombres se comportan como animales.
—Por favor, no te confundas. Los animales tienen una nobleza propia por su falta de conciencia. Esos tipos solamente están enfermos por haber probado una pisca de poder. — Masticando sus palabras, Valentino retomó el ritmo y poco a poco dejó que sus sentimientos se licuaran con el aire. —El uniforme parece poseerlos.
No tuvieron que decir nada más, el sonido de la lluvia impactando con los adoquines fue lo único que acompañó su fuga. A veces un automóvil se acercaba a iluminarlos con sus farolas, pero aquella fingida estampa de matrimonio pareció desviar las miradas más curiosas.
Su andanza les tomó a ambos treinta minutos, pero por fin habían llegado a su destino. En los suburbios de la ciudad se encontraba uno de los tantos edificios donde se apelmazaba la clase obrera, maltrecho y corroído por el tiempo, aquel cementerio de sueños se disponía a engullir dos nuevas víctimas listas para dejar su esperanza afuera.
Abigaíl frenó su marcha, el tétrico edificio pareció intimidarla haciendo que sus pies se negasen a avanzar, más Valentino intentó calmarla con los susurros de su voz. — No tengas miedo, el lugar que te mencioné está en el quinto piso. Lo que tiene que asustarte no está aquí adentro, sino en las calles.
Extendiendo su mano para que ella la tomase en un gesto amistoso, Abigaíl solo resopló con algo de desconfianza mientras que un pie se colocaba delante del otro. Había entrado y, con un techo ya encima de su cabeza, Valentino sabía que estaría segura en el único lugar que él conocía donde podría revelar su verdadera voz.
Las escaleras fueron subidas intentando que la poca iluminación no les jugase en contra, suaves susurros hogareños acompañaban su intromisión mientras que poco a poco ascendían. Un bebé lloraba a la distancia y un televisor encendido murmuraba las noticias nocturnas, pero si Valentino quisiese que un recuerdo se le quedase grabado a su compañera de ese lugar era sin duda la agradable fragancia a comida hogareña que despedían algunas puertas al pasar.
Por fin el piso pautado estaba debajo de su calzado y pocos pasos fueron ejecutados para enfrentarse al portal 113. — Llegamos...
Sin tomarse la molestia en golpear la puerta, Valentino solo la abrió en un suave movimiento haciendo que la luz incandescente que ese departamento poseía cegase por completo a su acompañante. Ambos entraron y rápidamente fueron recibidos por un grupo de rostros conocidos que sonrieron de manera automática al ver a su profesor.
—Pensábamos que lo habían capturado. — Mencionó una joven con un dejo de preocupación para luego notar la presencia de aquella dama que acompañaba al catedrático. — ¿Qué hace ella aquí?
—Por fortuna el camino no tuvo ningún contratiempo más allá de los habituales... — Ignorando por completo la desconfianza de su alumna, Valentino llamó a todos los habitantes de ese recinto a su encuentro. —Chicos, por favor vengan aquí un instante.
Un total de siete personas se hizo presente saliendo de distintos cuartos, el ambiente rústico de la habitación apenas pintada con una sola capa de amarillo durazno pronto se congeló en un silencio incomodo cuando todo el cuerpo estudiantil se percató de una intrusa. Tomando la palabra, Valentino habló. — Seguramente todos conocen a la profesora Abigaíl. Ella decidió unírsenos hoy.
Uno de los muchachos allí presentes arqueó una ceja y con un hilo de voz preguntó. — ¿Ella es de confianza, profesor?
Volteando a mirar a su colega, quien parecía haber cosido sus pies al suelo, Valentino solo pudo sonreír. —Sí, lo es... Abigaíl, ellos son los estudiantes más brillantes de mi promoción; María, Federico, Darío, Nancy, Cristian, Alejandro y Martín. Todos excelentes muchachos.
El grupo apenas se presentó moviendo sus manos en señal de un cortés saludo mientras que Abigaíl solo devolvía la misma hospitalidad con una leve reverencia. Curiosa, comenzó a mirar todo a detalle. — ¿Puedo saber qué hacen aquí?
—Pronto lo sabrás...
—Hablando de eso, profesor, ya tendríamos que empezar. —Mencionó Martín viendo la hora que marcaba el reloj que reposaba encima de sus cabezas sobre una de las paredes. —No hay que demorarse.
—Sí, sí, claro... ¡Todo el mundo manos a la obra!
Apresurándose en responder, Valentino dejó la euforia que sentía al ver el rostro ensoñado de Abigaíl escucharlo para pronto ponerse a trabajar. Todo el grupo empezó sus andanzas despavoridas por el humilde departamento, sacando de cuanto rincón hubiera diversos elementos que se escondían con gran esfuerzo.
Una de las chicas dio vuelta uno de los cojines del sillón y del fondo hueco del mismo comenzó a sacar sinfines de cables negros mientras que sus compañeros poco a poco desbarataban el piso por completo haciendo aparecer artículos electrónicos como si fuera arte de magia. Una consola apareció desde uno de los compartimientos del cielo raso en compañía de un rudimentario micrófono, mientras que Valentino comenzaba a sacar de manera desorganizada sus pertenencias de la maleta para luego revelar el contenido secreto que había cargado todo el día. Debajo del fondo falso que él mismo había ensamblado, un grupo de cintas apareció. Casetes caseros, apenas rotulados a tinta manuscrita, guardados con sumo cuidado en sus estuches plásticos. Al verlos y luego sostenerlos entre sus manos, no pudo evitar que se le saliera una sincera sonrisa. — ¿Hace cuánto que no escuchas una buena canción, Abigaíl?
Comprendiendo el tesoro que su compañero albergaba en sus manos, pronto la expresión de la docente mutó en un gran júbilo que no tardó en cubrir por completo su rostro. —No lo puedo creer... ¿Cómo las conseguiste?
—Es bueno a veces tener unos cuantos contactos, pero eso no es lo mejor. —Cargando su música con gran cuidado, Valentino comenzó a caminar rumbo a una habitación en la cual todos sus estudiantes ya estaban. —Ven, sígueme.
Bastante sorprendida ante lo que se desplegaba delante de sus ojos, Abigaíl solo contuvo su gran emoción llevando su mano encima de su boca abierta, en ese humilde cuarto con la única ventana tapada por un colchón y sin fines de cartones pegados en sus paredes, todos los artilugios antes contemplados estaban siendo ensamblados.
—Aquí decimos la verdad sin que nadie pueda callarnos. — Mencionándolo con cierto orgullo, Valentino miraba todo el movimiento a su alrededor como si fuera la primera vez que lo vivía, más ya llevaba tiempo con aquella instalación clandestina en funcionamiento. —Al principio no lo soportaba, no podía mantener siempre agachada la cabeza... Necesitaba un lugar que mantuviera la esperanza viva. La sociedad ya nos permite ser parte de ella, no hay nada que decir o escuchar, por eso creé esto, cada noche vengo aquí a ser un poco más feliz. Esto es...
—Una radio. — Interrumpiéndolo, Abigaíl respondió.
—Exacto... Aquí puedes escuchar lo que no ves, puedes sentir lo que olvidaste. Las canciones no se prohíben, no hay ninguna melodía foránea peligrosa. Solo puedes volver a conectarte con el mundo. — Dejando que un poco de ternura se le contagiara a causa de la impresión maravillada que su colega poseía, Valentino sonrió.
Pasaron unos cuantos minutos, el equipo por fin estaba conectado, podían comenzar. Alejandro, el joven que ahora empezaba a sacar de su pequeño morral unos cuantos papeles, tomó la voz. —Profesor, ya es hora.
—Sí, empiecen. —Seleccionando uno de los casetes que cargaba, Valentino se lo extendió a su alumno. —Pon el tema 5.
El sonido de la estática invadió el pequeño cuarto mientras que como si fuera un leve eco el murmuro de la música comenzaba a sonar. Ligeros sintetizadores no tardaron en unirse a la sinfonía mientras que la melodía tomaba fuerza. Cada noche, en secreto, la ciudad entera se iluminaba con la última canción en lengua extranjera escuchaba, los oídos tenían alas y los pensamientos por fin salían de su jaula. La rebeldía tenía su propio himno y en la voz aterciopelada que ahora resonaba desde los diminutos parlantes se alzaba un estandarte.
Alejandro, ya listo para realizar su labor, esperó la parte instrumental de la sinfonía para hacer estremecer a todos los presentes con su mensaje. — Ven, vuela de nuevo... Escapemos hacia la libertad, flota con la música y álzate en el aire de tu habitación, aquí no hay fronteras, aquí no hay rejas.
—Antes de comenzar con nuestro habitual programa nos duele traerles una triste noticia, dos compañeros de causa han caído en consecuencia de su libre expresión. Ana Mallorca y Pedro Manuel Miramar, dos jóvenes reporteros del periódico "La Provincia" son las nuevas víctimas del cruel régimen del dictador Cacciatore. No se dejen engañar, ellos no eran miembros de ningún grupo terrorista ni mucho menos. Ana y Pedro cometieron el peligroso delito de expresarse tal y como lo estamos haciendo nosotros ahora. Alcemos nuestras copas por ellos en esta noche, elevemos una oración al cielo por los nuevos mártires que se suman a sus filas y restan las nuestras. Ellos serán recordados como lo que fueron, un grito desesperado en un mundo de silencio que incomodaron los sensibles oídos de nuestro dictador... Brindo por ellos. —Elevando una copa con su contenido ambarino aún con el micrófono cercano y los ojos fuertemente cerrados, Alejandro hizo un pequeño hueco de silencio para luego tragar con dificultad y continuar. —También brindo por ti que estás solo teniéndonos a nosotros como única compañía, quizás con el estómago vacío y la mente cansada, pero tengo un mensaje para ti; todo esto algún día acabará, Cacciatore ya tiene un número sobre su cabeza que cada día se hace más pequeño, su fecha de caducidad se acerca, todo mejorará. Hasta que eso suceda, ven con nosotros, baila con tu amiga la soledad en búsqueda de tu felicidad. Nosotros somos el Búnker, la última canción y la primera letanía de redención.
La música una vez más cobró fuerza, el grupo estudiantil trabajaba sobre las consolas mientras que Valentino comandaba cada movimiento que se ejecutaba con sutileza, a veces girando unas perillas y otras tantas ascendiendo levemente los interruptores, pero su labor se vio abortada cuando un rostro perplejo lo contempló desde un rincón. Brindándole una sonrisa tranquilizadora, llevó su dedo hacia su boca pidiendo silencio y luego la invitó a salir de la habitación.
Con la fuerza de un ratón, ambos por fin retornaron a un ambiente mudo, el aislante casero que habían instalado alrededor del improvisado estudio realmente funcionaba, ningún sonido se escapaba al edificio o a la sala que nuevamente los albergaba. Lleno de expectativa, volteó a ver el rostro de Abigaíl. — ¿Qué opinas?
Como si sus ojos tuvieran el poder de un vitral de iglesia iluminados a media tarde, la tonalidad de sus pupilas miel mutó a granate, para luego deslumbrarlo con su sonrisa estupefacta. — ¿Por qué nunca me dijiste que tú eras el dueño del búnker?
—Bueno... Yo... —Algo apenado ante la situación, Valentino respondió. —Yo no soy el dueño, además no es algo que puedas mencionar abiertamente a los cuatro vientos.
—Pero tu manejas todo, por Dios, no puedo creerlo... —Elevando aún más su mirada para incriminarlo con sus labios pintados, Abigaíl se mostraba extasiada. —Yo los escucho todas las noches...
Sin creer lo que su compañera acababa de pronunciar, Valentino se sintió, después de mucho tiempo, como un tonto adolescente, realmente vivo y con el corazón suplicando por escapar de su pecho. — ¿De verdad?
—Sí, con mi padre los escuchamos, esto es increíble...
Sin mediar más palabra, Abigaíl notó la mirada inquieta que dudaba en contemplar sus labios o sus ojos, debatiendo en cual ameritaba más atención. Presa de tan dulce revelación hizo un paso adelante para luego alzar su pequeño cuerpo en el vértigo de unas puntillas tiernamente ejecutadas. Valentino solo se quedó estático mientras que su compañera le robaba el más dulce y tímido beso que jamás le habían dado. La fricción de sus suaves labios en compañía del ligero perfume que despedía su carmín lo hizo suspirar al menor tacto, sin duda aquella era una noche digna de recordar.
Avergonzada y sumamente cohibida, Abigaíl se separó con lentitud. — Disculpa, me dejé llevar...
—No tienes que disculparte... Realmente me pone muy feliz que estés aquí conmigo esta noche. — Algo apenado y aún preso del nirvana que lo envolvía, Valentino juntó coraje y atrapó su mano en un suave agarre en una muestra de cariño.
— ¿Puedo quedarme un rato más? Realmente quiero escuchar el programa completo.
Encantado ante la idea, Valentino acaricio su mano un instante para luego soltarla. —Claro, sería un honor para mí tener tu presencia entre nosotros. Es más, si quieres puedes elegir unas cuantas canciones, seguro tendré algo en mi colección que llame tu atención. Te traeré mis cintas aquí así eliges, ¿Sí?
—Será todo un placer. —Apretando suavemente la manga de su propia camisa en señal de nerviosismo, Abigaíl pareció recordar algo de golpe, obligándola a chistar con sus labios entrecerrados. —Disculpa, quiero quedarme un poco tarde hoy, pero papá se pondrá muy nervioso si no vuelvo. ¿Me prestarías el teléfono para llamarlo?
—Claro, no hay problema. —Apuntando a un rincón a un costado del gran ventanal central de la sala, concluyó. —El teléfono está al lado del balcón, llámalo con confianza. Yo iré a traer los casetes.
Como quien acabara de domar un caballo salvaje, su expresión de alegría era genuina, acababa de recibir un beso de la mujer más linda que había conocido y, para mayor sorpresa, compartía con ella los mismos pensamientos plagados en ansias de liberación. Abigaíl sentía una ligera atracción de por demás correspondida por su colega, haciendo que por un minuto las frías calles heladas infestadas en muertes y balas desapareciera.
Entrando al estudio intentando hacer el mayor silencio posible, pronto captó la atención de sus alumnos con su intromisión. Intentó ignorarlos, seguramente se sonrojaría de manera vergonzosa al saber que detrás de la puerta que los separaba del resto del departamento un blanco coqueteo se llevaba a cabo, pero fue imposible no notar el ligero codazo que Federico le propinó a Darío en su presencia.
Levantando las cajas plásticas de las cintas con suavidad para que no generasen ningún sonido, aquellos dos jóvenes no tardaron en incriminarlo con su sonrisa. Sin saber qué hacer, solo devolvió la misma expresión en señal de cortesía, pero pronto notó como Darío limpiaba su boca de manera exagerada. Invitándolo a copiar su acción, Valentino llevó un dedo a sus propios labios y luego lo miro por un instante, una ligera capa encerada de rosa carmín se resbalaba en su falange causándole una fuerte pena al saberse descubierto. Sus alumnos solo se limitaron a reír de manera muda para luego elevar su pulgar en señal de triunfo, más las dos únicas mujeres presentes solo reprocharon la actitud tonta de sus compañeros con un movimiento de sus cabezas.
Salió de allí rápido cargando consigo su propio tesoro personal, tenía una urticante curiosidad por saber qué clase de música le gustaba a Abigaíl así que apuró su paso hasta su encuentro, pudiendo llegar así al momento exacto en que esta se despedía por el teléfono.
—Sí, papá, yo también te quiero. Cuídate.
Dándole la confidencia necesaria para concluir su charla, Valentino solo apareció en escena cuando el ruido de la bocina siendo colgada le avisó que su intromisión no causaría molestia. —Los chicos ya tienen ideada una pequeña lista de canciones, pero si encuentras una que te guste podrá sonar dentro de 10 minutos.
—En ese caso, deberé elegir bien. —Notando cada uno de los títulos escritos en las cajas plásticas, Abigaíl sonrió al leer algunas bandas que podía reconocer al instante. —Tienes una buena colección aquí.
—Bueno, siempre me ha gustado la música... Creo que es lo que más extraño de nuestra vida pasada.
Elevando una caja sin marcar, Abigaíl sonrió ante el misterio de suponer el contenido de esa anónima cinta. — ¿Un gusto culposo tal vez?
—No, un pasatiempo culposo... — Sabiéndose atrapado, Valentino solo rascó de manera nerviosa su cuello al olvidar por completo que allí se encontraba una grabación personal. —De vez en cuando toco el piano, a veces me gusta escucharme a mí mismo.
—Eso sonó ligeramente narcisista. — Riendo ante su propia expresión, la docente dejó en claro que aquello había sido una broma. —Alguna vez me gustaría escucharte.
Limitándose a bajar la cabeza en silencio, Valentino solo corrió uno de los mechones castaños por encima de su frente rezando porque este ocultase su sonrojo, más Abigaíl le extendió una de las cintas. —Este, canción tres...
Arqueando una ceja al reconocer el título que Abigaíl pedía, sonrió algo incrédulo. —Nunca me hubiese esperado que a la señorita maestra le gustase esta clase de canciones.
—Bueno, no creo que tenga nada de malo que me guste el blues, además, profesor, usted también parece gustarle. Sino no tendría esta cinta...
Al encontrarse atrapado, Valentino sonrió con satisfacción, era interesante encontrar a una compañera que pudiese desenvolverse de manera intelectual tan a la ligera sin perder su encanto. —Esta es la versión masculina, ¿Cuál te gusta más?
—Escuché muchas versiones, papá se empeñó en que estudiara lenguas extranjeras, decía que sería el lenguaje del futuro... Míranos ahora. —Esbozando una mueca triste apaciguada por su rostro amable, Abigaíl respondió. —Aprendía la pronunciación con la música y, respondiendo tu pregunta, me gusta más cuando la canta un hombre. Es poético escuchar como él mismo eligió su propia perdición y no quiere despegarse de ella.
Ambos se miraron un momento, no era necesario interrumpir tan noble discurso con alguna sosa acotación, pronto ambos caminaron en compañía los pocos pasos que los separaban del estudio para luego solo limitarse a escuchar.
Valentino tomó lugar detrás de la consola y, colocando la cinta elegida en el momento exacto en que la otra canción finalizaba, el tema comenzó a sonar.
Las cuerdas afiladas de una guitarra rayaron el aire cortando cualquier pensamiento que apareciera en su cabeza durante el inicio de su transformación. La música lo mutó en un ser totalmente distinto mientras que la magia de una sinfonía de lamentos cobraba vida, por inercia movió la cabeza cuando la plegaria a una madre fue pronunciada, ocasionando que por sus ojos entrecerrados se colara una visión. Una mujer parada en un rincón se balanceaba suavemente en sincronía con la melodía mientras que sus labios pronunciaban palabras mudas al ritmo de la música. Abigaíl también era susceptible a esa clase de embrujos.
Dejando que un pensamiento rosa se colara por su mente, rompió la burbuja de su propio castillo de imágenes mentales para observar todo lo que le rodeaba. Los chicos también estaban sumamente animados, todos moviéndose en sus lugares sin hacer el menor ruido, intentando que su euforia pasase desaperciba, más él no lo permitió. Aún existía un lugar seguro para ser felices y estaba justo allí.
Lleno de valor, realizó algo que jamás había hecho antes, movió el dial del volumen permitiendo que la música sonase en todo su esplendor. Nadie los escucharía desde afuera y los inquilinos de ese cuarto tampoco parecían interesados en prestarle atención a lo que pasase a fuera.
Con las bocinas sonando a todo volumen cada participante de esa extraña noche se llenó de alegría a su manera, algunos simulaban tocar la batería sobre la mesa mientras que las mujeres poco a poco realizaban sutiles movimientos con su cabellera.
Enardecido por el ambiente que lo rodeaba, Valentino sonrió de manera sincera después de mucho tiempo al contemplar la felicidad genuina en un grupo completo. Nadie debía de esconderse ni mucho menos, aún estaban sus espíritus listos para dar batalla.
Abigaíl ahora cantaba a viva voz, más no pudo escucharla por la potencia de las bocinas. Decidió sacarla a bailar, estirando su mano y haciendo una ligera reverencia, pidió su compañía en aquella pieza. Ella sonrió encantada, afirmando y acercándose con sus uñas barnizadas como ofrenda, más nunca llegó a tocar su mano.
La puerta fue abierta por un fuerte golpe mientras que la música continuaba sonando, pronto unos diez uniformados entraron pateando con fuerza la mesa donde reposaba la consola, más eso no logró callar la sinfonía. El pánico abundó, los gritos mudos solo eran visualizados por las bocas abiertas y las venas hinchadas de quienes los exclamaban, más no se escuchó nada.
Intentó retenerlos, pero fue en vano, el primer golpe en su estómago lo hizo caer al suelo para luego ser pateado repetidas veces en su espalda. Con la mayor torpeza posible lo arrastraron hasta la sala.
Alineados en el suelo, cada uno de ellos se encontraba en su pose sumisa con la cabeza agachada mientras que los militares parecían empecinados en romper cada hueso de Federico al no querer arrodillarse. La música se calló permitiendo que se escuchase el infierno que estaban viviendo, las mujeres sollozaban, Federico gritaba en sincronía con el ruido de una bota impactando su cuerpo mientras que Darío lanzaba insultos en búsqueda de piedad, de repente una escopeta siendo remontada resonó, ocasionando que el piso completo quedase en silencio.
—No puedo creer que por fin dimos con ustedes. — Riéndose a viva voz, uno de los militares tomó la palabra. — ¿Qué tenemos aquí? ¿9 terroristas promulgando mensajes de odio a diestra y siniestra?
—Ellos no tienen nada que ver en este asunto, la radio es mía, yo los invité esta noche a comer, son niñ... —Quiso protegerlos, realmente Valentino estaba dispuesto a dar su vida con tal de salvar a sus alumnos, pero el impacto de la culata de la escopeta en su rostro lo hizo callar.
Derrumbándolo al suelo, su labio partido no tardó en supurar su rojo carmesí cerca de los zapatos de Nancy, quien quiso ayudarlo, más se lo impidieron. —No te muevas o el próximo será para ti.
Carcajeándose ante la imagen de la niña que contenía sus sollozos con el rostro hinchado, aquel militar con un movimiento de mano ordenó a todos a callarse nuevamente. — ¿Qué tan retrasado piensas que soy? Vengo escuchando esa mierda de programa desde que salió en emisión y tu voz no suena como la del locutor... Esto le encantará al jefe. —Mirando a uno de sus colegas, el uniformado vociferó. —Dile que ya puede subir...
Valentino se reincorporó a su pose sumisa mientras que su boca continuaba sangrando para luego sentir dos de sus piezas dentales rotas, el dolor era atroz, pero nada de ello le ganaba al sentimiento de ver a su grupo de alumnos con el alma partida listos para adornar su frente con un poco de plomo.
De repente, lo recordó, por su culpa una inocente esa noche también sería sacrificada. Buscó a Abigaíl con su mirada solo para encontrarla desplomada en el suelo, supuso que se había desmayado y agradeció porque así fuera. Ella, por lo menos, no tendría que ser testigo de esa atrocidad.
El eco de unas pisadas comenzó a tomar fuerza, poco a poco alguien se acercaba con infinita calma a su encuentro hasta aparecer. Con el cabello corto, la mirada helada y la piel sorprendemente pálida un hombre sonrió desde el umbral. —Espero que esto les enseñe a ser más cuidadosos con sus llamadas, señores...—Haciendo una abismal pausa para notar a cada miembro del equipo, concluyó. — Y señoritas.
Al punto del pánico, Alejandro empezó a pronunciar poseído por el pavor. —No, no, no...
—Parece que ya lo reconocieron, mayor. — Riendo, uno de los uniformados le mencionó a su jefe quien ahora se mostraba en toda su gracia bajo la claridad de la luz eléctrica.
Allí estaba el mismísimo Mauro Cacciatore parado delante de ellos, el hijo del dictador nacional se mostraba en cuerpo y alma presente sacudiendo su ropa de civil en cada paso con una incomprensible tranquilidad. —Sí, eso parece.
Elegante en cada uno de sus movimientos felinos, Mauro Cacciatore inspeccionó a cada uno de los rehenes grabando sus rostros en su mirada, para luego detenerse frente a Valentino. — ¿Qué le sucedió?
—Intentó defender al resto y exonerarlos de cualquier culpa, señor.
—Eso es muy noble... —Deslizando sus palabras en el aire casi como un susurro, concluyó. —Alguien dispuesto a sacrificar su vida por la del resto es digno de admirar.
Quizás tomando aquel momento como una distracción, María, la más joven del grupo, intentó escapar trastabillándose varias veces camino a la puerta. Logró ponerse en pie y correr varios metros, pero, para su desgracia, ella no sabía la fama de hábil tirador que el heredero Cacciatore tenía.
Cerró los ojos cuando el retumbe de una bala siendo disparada resonó en el aire ensordeciéndolo, el olor a pólvora perfumó el ambiente y el grito de María apenas se escuchó como un murmullo.
De la pobre María solamente se escuchó un quejido ahogado mientras que parte de su sangre se desperdigaba por el suelo del pasillo de ese edificio y otra quedaba grabada contra la pared del departamento vecino.
—Sigue viva, por favor... SIGUE VIVA, ¡AYUDELA! — Gritó una vez más Nancy con su voz quebrada escuchando como pequeños ahogos salían del cuerpo inerte de su compañera.
Con un revolver en la mano que nadie pudo ver de dónde fue desenfundado, Mauro solo vio aquella escena con completa apatía para luego responder con su tono calmado y su voz pausada. —Ya no.
El disparo había sido certero, impactó en su cabeza como si fuera una diana llevándose el cabello rojizo en su camino. María yacía muerta a un costado mientras que los uniformados parecían jactarse del excelente tiro que había sido. Pronto Mauro volvió a hablar. —Bueno, es tarde... Necesito saber quién es el locutor que disfruta tanto diciendo que mi padre morirá dentro de poco.
Al no escuchar respuesta, volvió a preguntar. — ¿Nadie hablará? Muy bien, creo que tendremos que hacer que nos deleiten con sus voces, muchachos.
Moviendo la cabeza como si otorgara un permiso, Mauro solamente esperó paciente a que uno de los militares desenfundara un cuchillo y eligiera a su presa. Federico estaba en su camino y los ojos habidos de sangre del uniformado parecían ansiosos por deleitarse con su martirio.
—No, por favor, ellos son solo alumnos. ¡Son niños, por el amor de Dios! — En una súplica, Valentino derramaba sangre con cada palabra, más estas no causaron ningún efecto.
Con el filo peligrosamente cerca de su rostro, Federico temblaba con los ojos cerrados mientras que una oración litúrgica se escapaba de su boca, listo para soportar su destino. Más el estruendo de un cristal siendo quebrado hizo que todo el mundo desviase su atención.
Lo vio demasiado tarde, apenas pudo observar como esos zapatos acharolados se apoyaban sobre la baranda del balcón hacia el aire. Alejandro saltó desde el quinto piso que tantas alegrías le había causado, llevándose su voz con él, pasmando hasta a los militares mismos con su acto.
Por reflejo, Valentino sacó fuerzas que desconocía y logró pararse solo para correr despavorido al lugar del cual su alumno había saltado. Tenía la ilógica esperanza de que siguiera con vida, pero su mirada se nubló cuando contempló la realidad.
La sangre mutaba en negra a la luz de la luna mientras que la acera de la calle lucía sus nuevas galas. Alejandro, con su cabeza partida revelando todo el contenido de su masa encefálica, reposaba inmóvil en el suelo mientras que sus propios fluidos parecían formar un par de alas a su alrededor, alas que crecían cada vez más y empezaban a escurrirse por la canaleta.
Abrió los ojos lo más que pudo al encontrarse con la sangre congelada ante tanto horror, el aire en sus pulmones helado creó estalactitas que hicieron que cada respiración fuera un martirio. Las lágrimas se deslizaron por sus mejillas ante tanta conmoción vivida que ahora provocaba los peores temblores que había sentido en su vida, el dolor ya no existía.
Caminando lentamente detrás suyo, Mauro le preguntó. — ¿Ese era el locutor, no?
Valentino no pudo responder, solo afirmó con la cabeza mientras que no podía apartar la mirada de los pequeños fragmentos de masa esponjosa rosáceas que reposaban cerca de quien alguna vez había sido su alumno.
Un suspiro se oyó, nuevamente Mauro hablaba. —Es una lástima, papá se moría por conocerlo.
Sintiendo como lo tomaban del brazo y con violencia lo arrojaban al suelo, Valentino cayó con fuerza a un costado de Abigaíl, quien aún permanecía desmayada a causa de su estupor.
— ¿Alguien más desea saltar por esa ventana y tomar el camino fácil? — Haciendo un largo silencio como si esperase que alguien más se suicidara, Mauro concluyó. — Muy bien, creo que ya podemos irnos de aquí.
— ¿Qué hacemos con ellos, mayor?
—Llévenlos a casa, seguramente alguno sabe algo interesante.
-.-.-.-.-.-.-.-.-.-
Amanecimos bravas, eh.
Gente, es un verdadero placer traerles esta historia que tantas veces imaginé en mi cabeza.
Si ya eres un lector regular de mis obras sabes que yo adoro meter algunas canciones en mis primeros capítulos.
El tema que suena en la radio de Valentino y que acompañará este capítulo es un clásico de the animals, house of the rising sun.
Te lo dijo por aquí, quizás llame tu atención:
https://youtu.be/0q-RHbqsAwA
También lo bautizo como himno de este libro WuW
En mi ig: annstein.escritora
Estaré subiendo contenido de manera diaria sobre esta obra, dándole cara a algunos personas, hoy, por ejemplo, presenté en sociedad a Valentino.
¡Gracias por leerme!
Nos vemos dentro de poco.
Quien está muy feliz:
Angie
.
PD: Cambio promoción en Ig por promo en Tiktok, quien conozca alguna linda cuenta dispuesta me avisa.
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