Capítulo 3
Me despierto echada sobre la pared del callejón. Es de noche y está lloviendo torrencialmente. Estoy empapada, me duele la cabeza y desorientada. El maldito PK me hizo algo.
Ejecuto los diagnósticos para confirmar que no hay ninguna función vital comprometida. Tengo miedo de que haya algún código malicioso que provoque un fallo biológico que ponga en peligro mi vida. Uno tras otro, los comandos se muestran en el HUD. A priori, todo está bien. Sigo con otros procesos de seguridad. Al parecer mis sentidos no han sido alterados tampoco. Hago un último chequeo de mis posesiones e historial laboral o médico que muestran los resultados esperados. No han sido afectados.
No logro entender qué me pasó. Me temo que voy a tener que pasarme por el techdoc después y que me haga una revisión total. Puede haber algún troyano oculto esperando ciertas condiciones para desplegar su código maligno.
Exhalo un sonoro suspiro que la tromba de agua ahoga. Tengo que terminar con esta mierda. Lo peor de todo es que el vehículo de la mujer se fue. Es muy posible que se haya ido.
Insisto en la búsqueda de su identidad en el ciberespacio. No es posible que nadie pueda estar libre de sus garras. En algún documento digital tiene que figurar. Alguna vez, alguna cámara tiene que haberla captado y subido su imagen. Por mucho que refino los parámetros, no encuentro absolutamente nada. O hay algún software que está interfiriendo en ello, o realmente esa mujer es un fantasma de la sociedad. Pensé que era imposible. Tan sólo mitos de este nuevo mundo. Pero aquí tengo a una.
En todo este tiempo, nadie se ha pasado por la puerta siquiera. Perdí la oportunidad de quitarle la puta llave a esa tía y vete tú a saber cuándo vendrá otra persona. ¡Joder! ¿Cómo diablos voy a abrir esa puerta?
Una serie de líneas de comando empiezan a desfilar de nuevo. Unas directivas me avisan que con un par de alambres puedo atreverme a abrir la puerta. ¡Vaya! La app me ha dado un paquete completo de habilidades técnicas de hurto. Un sensor se activa y me lleva hasta un asqueroso depósito de basura en donde, dentro de una bolsa chorreante de grasa sintética y maloliente, encuentro esas finas y maleables varillas para saltar la seguridad de la puerta.
Trato de lavarme las manos con el agua de la lluvia, pero es inútil. Siento el nauseabundo olor invadir todos mis sentidos. La sensación aceitosa me acompaña cuando froto mis dedos. Vuelvo a suspirar y camino hacia la entrada del restaurante.
Una vez frente a la puerta, miro a ambos lados y la calle sigue desierta. ¡Es ahora o nunca! Unas tenues luces anaranjadas iluminan lo suficiente para que pueda ver dónde estoy metiendo los alambres...
—¡Joder! —Un repentino escape de vapor estalla en el callejón de la esquina, me sobresalta. ¿Hay gente dentro? ¿Es sabio hacer esto?
El reloj marca las dos de la madrugada. ¿Tanto tiempo estuve desvanecida? Me preocupa —curiosamente— que nadie me haya visto tirada en el suelo y tratara de despertarme o aprovecharse. Ni siquiera secuestrarme. Yo, una jovencita indefensa, soy una pieza digna para un depredador. Pero, heme aquí. Sin mácula, ni señas de que me hayan hecho nada. Si ni los maleantes se atreven a pisar esta zona, ¿por qué me la estoy jugando yo por entrar?
Otra alarma más para la lista de razones para volver a mi casa y olvidarme de que esto pasó. Tal vez debería meterme en la cama con un bol de spots, un trago y ver el canal de una compañera del instituto con la que tuve un lío y que terminó siendo una celebrity. A esta hora, seguro que estará en una de sus características orgías. ¡Oh, dios! Necesito ese placer ahora mismo y no este miedo.
El mecanismo de la cerradura hace un chasquido. ¡Lo logré! Al menos el PK fue útil. Tiro de la puerta, unos pocos centímetros, y me asomo por la rendija. No logro ver a nadie en el recibidor. Me introduzco y cierro la puerta lentamente.
Me baña una luz roja de unos puntos de luz de una tecnología antigua y desfasada, que me recuerda más a un pub que a un restaurante. Las paredes del lugar están cubiertas de terciopelo rojo, sobre los que cuelgan tapices y cuadros que no son proyecciones holográficas. Esto es de verdad y tiene que costar una verdadera fortuna.
Me lo tengo que pensar dos veces no arrancar un par e irme de aquí. Hermetismo, clandestinidad y dinero, todo enmarcado con unos medios de siglos pasados, el silencio y un invasivo olor de sahumerios, me hacen temer con qué me puedo encontrar.
Doy unos tímidos pasos en el brillante suelo de mármol, mientras progreso por el pasillo hasta una arcada, que separa el interior con una gruesa cortina de color negro. Sacudo la cabeza, pero no freno. Pongo la mano sobre la tela que es tan suave, tan limpia, que afirma mi desconfianza.
Al deslizarla me hallo en una nueva estancia tan oscura que no logro identificar nada. Mi visión nocturna debería activarse, pero no. ¿Es este uno de los primeros errores debido al PK? Avanzo hacia un círculo de luz que se posa sobre un telón que pende sobre un escenario, al fondo.
El silencio es total, salvo por mis pasos sobre un suelo que no es sintético. No sé si es otro fallo del sistema o que estoy sola. Tampoco logro entender cuál es la voluntad que me empuja a seguir. ¿Estoy siendo dirigida? ¿Me he convertido en un personaje de un juego? O mi vida es tan desesperadamente aburrida que la tengo que poner en riesgo y la excusa fue la muerte de Belén.
Cuando llego al telón, poso mi mano sobre la circunferencia iluminada. Me giro para localizar su origen...
Otro foco se enciende, apuntándome a la cara. Me tapo instintivamente con la con las manos y, mientras me acostumbro a las nuevas condiciones, veo como varias velas se encienden asíncronamente en una multitud de mesas, repartidas en el salón. De la misma manera, surgen las figuras de mujeres y hombres, con el rosto distorsionado y riéndose, como si estuvieran ante algún sketch cómico.
—¡Te estábamos esperando, Camila! —Esa voz...
—¡To-Tobyas! —interpelo, sorprendida—. ¿Qué significa esto?
—¡Bienvenida al restaurante New Heaven!
Un hombre de unos cincuenta años, barba canosa y cabello repeinado hacia atrás —para nada parecido al holograma que había visto en el piso—, camina hacia mí. Viste un traje pulcro y hermoso de color negro, a juego con su pelo, su mirada y también con su corazón.
—El New Heaven es un exclusivo restaurante temático con espectáculos en vivo. Te damos el honor de ser parte del programa de hoy.
—¿Qué tiene que ver esto con Belén?
—Todo, querida. La muerte de Themis se debió a que, al bueno del magnate, le dio por tener conciencia. Una vez que eres parte de este mundo, no puedes abandonarlo. Está escrito en las reglas del club.
—Jugasteis conmigo. ¿Por qué?
No sé qué es peor: el miedo, la sorpresa o la decepción por haber sido tan estúpida. ¿En qué estaba pensando para creerme capaz de resolver un crimen? Me creí tan superior a toda esta gentuza, que mi orgullo me ha llevado a este preciso momento.
—Aquí hacemos dos cosas: comemos y nos divertimos. Aunque, no estaría ninguna de ellas bien vistas por la sociedad —explica, mientras mi cara de incredulidad le obliga a ser más explícito—. ¿Acaso mi hackeo nubló tu entendimiento? Comemos carne de animales y, una vez al mes, de seres humanos.
Abro los ojos de par en par.
—¡No! —exclamo, mientras hago el amago de correr, pero mi cuerpo no reacciona—. ¡No, por favor! ¡¿Qué me vais a hacer?!
—No te vamos a comer, Camila. Hoy no nos toca —expresa, provocando una risa general del resto de los comensales—. A pesar de que eres una joven muy atractiva, no nos saciaríamos todos. Te dije que quería que fueras parte del espectáculo de hoy.
Tobyas hace un movimiento de su mano derecha y unas rejas se levantan a mi alrededor cubriendo todo el escenario, dejando sólo una abertura a mi izquierda. Escucho unos lamentos acercándose hasta mí desde ese lado.
—Podrías haber continuado con tu patética existencia, como recolectora en esa huerta industrial, leyendo tu librito, viendo tus canales habituales, dejando tu rastro en el ciberespacio, muy interesante desde luego. Pero ¡no! Quisiste jugar a los detectives.
»Desde que entraste en la casa de Belén te estamos siguiendo. Nosotros orquestamos todo, querida. Dejamos las pistas, señales y todo lo que fuera necesario para que, si había alguien lo suficientemente estúpido para querer investigar, terminara donde tú estás ahora: en una jaula.
»Somos gente muy poderosa y aburrida de la misma mierda. Los entretenimientos actuales no nos satisfacen. No importa si son extremadamente inmersivos, nada nos produce mayor placer que ser testigos de la lucha por la vida. Y, si bien Belén nos proporcionó un interesante entrante, queremos el plato principal: tú.
Un hombre desfigurado aparece por la abertura, arrastrando sus pies y gimiendo. Al verme, abre tanto los ojos que temo que se le vayan a desorbitar. Ruge y babea profusamente. Aunque trata de acelerar, sus piernas no le responden y termina trastabillando y cayendo al escenario.
—¿Qué coño es eso? —pregunto, tratando de buscarle un nombre.
—El resultado de las primeras versiones del TEURUS II. No fueron tan efectivas cómo esperábamos —expresa, como si estuviera hablando de una travesura hecha por un niño, mientras se encoge de hombros—. Deberías de tener cuidado, porque están muy hambrientos. Suelen comer una vez al día, pero, en previsión de estos eventos, los dejamos un par de días sin probar bocado.
¡Me están utilizando como el alimento de esas cosas!
Tras uno, aparecen otros, de distintas edades, género y raza. Su número crece de forma preocupante y los veo acercarse a mí, sin que yo pueda evitarlo.
—¡Ah! Se me olvidaba —exclama, a la vez que tecleaba algo en su teclado holográfico.
Siento como recupero el control de mi cuerpo, pero mis piernas me fallan y me desplomo al suelo.
—No te recomiendo que te quedes ahí. Todavía tienes una posibilidad de escapar. Mira: sólo son veinte. Si los esquivas, puedes llegar a la salida. Es más, tienes activas todas tus mejoras, así que puedes luchar contra ellos. No sería divertido que se te abalanzaran y te comieran sin más. ¡Danos un gran espectáculo!
***
¡Quiero vivir! Quiero escapar de este sitio. Regresar a mi casa y no pensar en nada más. Olvidarme de Belén y de su asesinato. Hacer como si no hubiera hablado nunca con Tobyas y, ni mucho menos, haber pisado este jodido restaurante.
¡Cómo me pude equivocar tanto! ¿Cómo pude pensar que, los mismos que la mataron, no me atraparían? He sido tan ilusa, tan orgullosa, que duele. Siempre pensé que era mejor que el resto. Eso me llevó a creer que podría impartir justicia. ¡Ja! ¡En Iridiel no hay esperanza! Tan sólo asesinos, ladrones, cobardes... toda clase de seres miserables que buscan una forma de seguir vivos. ¡Debería de haberlo entendido antes!
Me ayudo de los barrotes de la jaula para ponerme en pie. La primera de esas cosas se abalanza sobre mí, lo esquivo y uso su impulso para tirarlo al suelo, reventándole la cabeza de un pisotón.
Los comensales vitorean al momento. De reojo los veo dando bocados a sus tenedores, clavados en trozos de chuletones en salsa. Otros brindan con vino. La mayoría apuestan sobre el resultado. Mi indignación está al mismo nivel que el miedo.
Ordeno una carga de adrenalina que recorre de inmediato mis venas. Me da fuerzas, reflejos y muchas ganas de salir de sobrevivir, para darles más de lo mismo a estos malnacidos.
Esquivo a un par de fallados, mientras que, con medidos golpes, les quiebro las piernas. Tengo que tirarme a un lado, en el último minuto, para evitar que un corpulento afro me atrape. Me aúpo, con uno de los que inutilicé, me elevo y le pateo la cabeza. Cae de espaldas, tan pesadamente, que oigo como se quiebra su cráneo. Ahí aprovecho para romperle el cuello. Si sigue vivo, no se moverá.
—¡Espectacular! —exclama Tobyas y aplaude emocionado—. Nadie superó nunca a Duke. Sin duda eres la mejor. Tu amiga Belén estaría muy orgullosa.
Ignoro sus provocaciones. Las cosas esas se están repartiendo por la jaula y no voy a ser capaz de esquivarlas. ¡Estoy jodida! ¡Muy jodida!
Los fallados por el T2 se acercan, me rodean y me miran como un suculento manjar. Me encantaría decir que estoy preparada para esto. Que tengo varios PK que puedo usar para no sólo ser hábil en el combate, sino ser capaz de lidiar con varios enemigos a la vez, pero no tengo tiempo ni créditos para eso...
Agarro por el cuello al que tengo más cerca, se lo quiebro, mientras pateo a otro que estaba a apenas dos metros de mí. Este último cae sobre otro y ambos se enzarzan en una lucha por ver quién se levanta antes. Oportunidad que aprovecho para atacar a otro de los que se acerca, estampando su cabeza contra las rejas, abriéndosela y haciendo que sus sesos vuelen por los aires. ¡Ya sólo me quedan catorce!
¡Ojalá tuviera un palo, un machete o algo que me ayudara a eliminarlos más fácil! No estoy acostumbrada a este ritmo. Mi energía se está agotando y mis golpes son menos efectivos por momentos.
—¡Querida mía! —exclama Tobyas—. Me encanta verte deshacerte de ellos. ¡Es una visión tan sexi!
Sus palabras me distraen y hace que una de las cosas esas me agarren del brazo. Antes de que me muerda, le doy una patada que quiebra su rodilla, le reviento la cabeza y esquivo por los pelos el abrazo de otro.
—¡Siete!
Se están poniendo nerviosos. Ven como sus amigos caen como moscas a mi lado. ¿Serán lo suficientemente listos para temerme? O ¿se impondrán sus impulsos primarios?
El alarido uno, cuando se abalanza sobre mí, es la única respuesta que necesito. Con una finta, lo dejo caer y sin perder de vista a tres que van juntos, le pateo la cabeza y el crujido de su cuello me avisa de que no será más un problema.
—¡Quiero ver cómo haces con esos, Cammy! —expresa, animado el hijo de puta, mientras señala a los tres siguientes—. ¡Demuéstranos cuántas ganas tienes de vivir!
Me muevo lateralmente. Cada vez los huecos que dejan son mayores. Tan sólo tengo que aguantar un poco más y tendré mi vía de escape.
Sigo explotando las técnicas de mi PK de kárate, tiro a dos de ellos y corro hacia la salida. Están tan desperdigados y son tan lentos que no pueden evitar que escape. ¡Vamos!
Una puerta enrejada se desploma, golpeando duramente el escenario, haciéndome caer de culo. Giro mi cabeza aterrorizada, y veo al irrespetuoso público riéndose de mi desgracia. Tobyas sonríe con ese brillo diabólico en su mirada. Llevan jugando conmigo desde el principio.
La frustración se traduce en forma de lágrimas, que se deslizan por mis mejillas tatuadas con glifos negros, a juego con el rímel que ahora los confunde, en contraste con mi cabello celeste y mis ojos color miel. Mi piel blanca se mancha con caminos de dolor e impotencia. Ya no me puedo engañar. De aquí no saldré con viva. Sean las cosas estas o estos malditos hijos de puta, estoy sentenciada.
No tengo más fuerzas, ni siquiera el ánimo. Acepto lo que me toca. Los fallidos me rodean. Sus bocas babeantes se abren saboreando mi aroma, mi miedo y mi derrota. ¡Ellos van a devorarme viva!
Tobyas levanta los brazos esperando, exultante y orgulloso, el cierre del espectáculo que ha preparado. Los comensales se ponen en pie y aplauden mientras la primera cosa se inclina sobre mí, me agarra con sus fuertes manos y...
—¡Aaaah! —Mi alarido, al sufrir su dentellada en mi antebrazo, llena el salón.
Otro de ellos se arrodilla, me ase de la pierna y tira de mí, mientras un par se aprovecha para morderme el muslo.
Mi cuerpo no aguanta el miedo y todo mi interior se vacía. Ya no sólo son fluidos, son sueños, esperanzas, la fuerza y la cordura. Mis gritos excitan a la concurrencia. Aplauden más fuerte, vitorean y se abrazan por ser testigos de un evento de semejante perversión. La bajeza de los habitantes de Iridiel se representa en ellos. La realidad de lo que fuimos, somos y seremos.
Deberíamos de desaparecer.
Uno de los fallidos se incorpora y en su boca cuelga un trozo de mi carne desgarrada. Es tan extraño... Parece que no me está pasando a mí. Ya ni siento el dolor. Soy una espectadora de mi propia muerte.
Todas las cosas se tiran sobre mí. Me abren el vientre, tiran de mis tripas y las mastican. Me elevo y veo como otra muerde mi yugular. Arranca ese pedazo de arteria, músculos y se empapa con una sangre que ya no fluye. Mi corazón ya no late.
Me alejo. Voy pasando a través de estructuras, dimensiones y tiempo, hasta que la oscuridad me cubre. Me deslizo por la nada, por un éter o un fluido espacial que no conoce momentos hasta que...
***
Me despierto tirada contra la pared del callejón. Es de noche y está lloviendo sobre mí. Me duele la cabeza y no entiendo qué diablos ha pasado...
—¿Q-qué diablos...?
Miro a mi alrededor y soy incapaz de comprender si todo esto fue producto de un virus residente en el maldito PK de la Dark Store o del apps que me facilitó Tobyas. Estoy segura de que esto no fue real. O ¿sí? ¿Existe algún software que atrape a la consciencia de la gente en un bucle de muerte y sufrimiento hasta que alguna extraña condición se cumpla?
Me pongo en pie y me cercioro de la hora en mi HUD. Parece ser la misma que cuando me desperté —¿por primera vez?— tras la desconexión provocada por el PK.
¿Acaso he accedido a un programa que me permite simular los sucesos venideros?
Regreso a la calle sobre la que descansa la fachada del New Heaven y paso de largo. No sé si estuve dentro, si Tobyas me manipuló o de verdad espera que lo ayude, pero no voy a arriesgarme a quedar atrapada con los fallados. Lo que fuera que me pasó, excede con mucho mi comprensión y mis posibilidades.
Las lágrimas se funden con la lluvia. El dolor, la vergüenza y la impotencia impulsan todas y cada una de ellas. Por fin lo entendí: no hay nadie bueno en Iridiel. Ni siquiera yo. Mucho menos yo.
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