Capítulo 1

Es un día más en Iridiel: capital del segmento suroeste de Europa, donde la tecnología lo inunda todo con luces de neón, doquiera que mires. Inmensos anuncios invasivos y una lluvia sempiterna que no deja de caer sobre los malvivientes que no hemos podido huir a las colonias en el exterior, donde la vida se supone que es mucho mejor.

Hemos luchado contra el hambre, las enfermedades, una rebelión de máquinas, pero contra lo que no hemos podido es: nosotros mismos. Hace años que la Tierra es un lugar violento, donde cualquier excusa es buena para quitar una vida.

Ahora mismo estoy en el funeral de una amiga. Ella era agente novata del CPI —Cuerpo de Policía de Iridiel— y le habían encargado un caso muy importante. Al parecer habían matado a un tío rico para desangrarlo y sacar un medicamento que lo hacía casi infalible al hambre y a las enfermedades —el maldito TEURUS II. Como no podía ser de otra forma resolvió el caso. Belén es... era una chica muy decidida. Cuando se proponía algo, lo conseguía.

Yo —la más negativa del grupo— la alerté de lo peligroso que era la vida como agente, pero ella tenía ese sentido del deber que a otros nos falta. Y, lo más triste de todo, es que supuestamente se había suicidado, tras matar a su novio por una supuesta infidelidad. Los conocía lo suficiente como para saber que nada de eso era posible.

Belén no era una chica que, por un engaño como ese, pudiera tomar esa salida tan drástica. Tampoco Pratt, su novio, la engañaría con nadie. Eran el uno para el otro desde la escuela virtual. Allí fue donde nos conocimos, donde nos hicimos amigos y donde dos de los tres se hicieron pareja. Afortunadamente, nunca me sentí atraída por él —lo mío era más hacia ella, pero esa es otra historia...

Veo pocos compañeros suyos aquí. Me apena, teniendo en cuenta de que siempre apoyan a los compañeros caídos —aun en un caso de suicidio como este. No quiero pecar de paranoica, pero aquí pasa algo más.

¡Quiero irme de aquí! Nunca he soportado los sepelios y sus ceremonias. ¿De qué sirve que vea como guardan sus cenizas en la parte más alta de un columbario? Está destinada al olvido. No creo que ni su familia ni sus compañeros la vayan a visitar. Mucho menos yo —la única amiga que queda del grupo. Me provoca un dolor increíble siquiera estar aquí.

Por suerte, el funcionario dice reza las últimas palabras del discurso de rigor, se introducen los restos de Belén y podemos irnos.

Saludo a sus padres. Les digo que pueden contar conmigo para lo que sea necesario. Y me responden con una triste sonrisa.

—Estoy segura de que Belén no hizo nada así. N-no es... Ella no era así —afirmo. Mis palabras no calan en ellos. ¿Cómo pueden luchar contra la evidencia?

—Gracias, Camila —agredece el señor Seebrin, me da una palmada en el brazo y abraza a su mujer y se va.

Ellos quieren olvidar este día y, si fuera por ellos, los venideros en donde va a faltarles su hija. Y, si aquello no fuera suficiente, tendrán que luchar contra las miradas reprochadoras de sus consuegros y amigos. La dulce Belén se ha convertido para todos en una asesina y suicida. ¡Su memoria ha sido ensuciada para siempre!

***

Un rato después, estoy ante la fachada del piso de Belén. Dos gruesas columnas me reciben y me invitan a subir las escaleras de un piso que tiene al menos un siglo. Su arquitectura clama a gritos el renacer del diseño post-duemile; desafortunadamente, está sucio por la contaminación y hace décadas que perdió su lívido color. Parece ser mucho más antiguo.

Belén y Pratt recién habían empezado a pagar el piso. Habían juntado el dinero de todas partes —ayuda de sus padres, ahorros de empleos anteriores y actuales, etc.—, para dar una buena entrada y financiar su vivienda en la planta veintisiete —bastante bien, teniendo en cuenta que el edificio llega hasta los cincuenta y cuatro. Siempre me burlaba de ellos y les decía que vivían entre Pint y Valdemir. En el medio. Ni arriba, ni abajo.

Llego hasta su puerta, la vivienda número nueve, y pongo mi mano sobre el pomo de la puerta que se abre sin oponerse. Ella me tenía autorizada para ir y venir siempre que lo necesitara. Yo la avisaba, porque a pesar de su invitación, no era mi casa.

—No me gustaría encontrarte en medio de una salvaje sesión de sexo —le solía decir.

Belén reía. Tenía una risa tan deliciosa...

Lo primero que me llama la atención es que la policía no tenga precitada la casa. Han pasado apenas cuatro días desde que encontraron el cuerpo. Cierto que ocurrió apenas en fin de año, pero no creo que hayan terminado de investigar o de limpiar la zona. Es muy probable que haya numerosas pistas o pruebas que los lleve a deducir si realmente fue un homicidio y suicidio, o había ocurrido algo más.

Posiblemente, hayan tomado el camino más fácil: el que mostraba la evidencia, sin investigar si aquello era coherente. Al final, van a tener razón. La gente dice que la mayor parte del CPI son polis corruptos. Tienen tratos con las corporaciones, que son quienes mueven los hilos de todos los organismos oficiales. Esperan convertirse en hombres de negocios, cuando para ser carne de corpo, debes de haber nacido en ella o ser parte de la élite. Pocos policías han llegado a ser algo más que asesores de seguridad —que se pueden contar con los dedos de las manos.

La luz se enciende nada más los sensores me detectan. Conoce mis preferencias por las luces tenues y ambientes levemente ventilados. Los parámetros se ajustan tal y como está guardado en mi perfil. Aun en estas condiciones, puedo ver sangre y sesos por todos lados. Tengo que sujetarme de una pared para no caer impresionada. ¡Tan sólo imaginarlo me destroza por dentro! Aquí murieron mis amigos. Esto no es entretenimiento, es el puto mundo real.

Buenos días, Cammy —el saludo de HousIA me sobresalta. Me obligo a mantener la entereza y enjugo un pañuelo de tela con mis lágrimas.

La asistente virtual de Belén es casi una copia de ella en cuanto a voz y aspecto físico. No entiendo cómo pudo elegirse de modelo. Antes era una visión hermosa, ahora es dañina. Aquello fue un arranque narcisista, pero nadie se imagina que va a morir y su HousIA quedará para recordarnos que de esa persona no queda más que unos dolorosos recuerdos.

—Hola Nel. ¿Puedes iluminar más la casa?

Claro.

La habitación se llena de luz. Mis sensores captan nuevos detalles que afirman mis sospechas: la policía no tomó rastros, ni mucho menos investigó el crimen. No están las marcas de toda la parafernalia que usan para crear los escenarios virtuales. Se limitaron a levantar los cadáveres y nada más. El descuido queda claro cuando se ven las huellas de barro de las botas de los agentes, yendo y viniendo. ¡Incluso está el envoltorio de un paquete de berlinas! Belén me dijo que sus compañeros eran unos adictos a esa mierda sintética.

—Nel, ¿puedes ponerme la grabación de la mañana del 30 de diciembre?

Disculpa Cammy, no tengo ese video.

—¿Lo confiscó el CPI?

No. Fue borrado remotamente. Si me das unos segundos busco la ubicación del responsable por si quieres consultar con ellos.

Le pido que lo haga. Esto no me gusta. Aquí ya no estamos en un caso de locura transitoria, sino un encubrimiento. Alguien borró el contenido de las cámaras de seguridad y eso no es nada bueno. ¿En qué lío te metiste, Belén?

Cammy, te confirmo que el borrado se produjo desde la calle Sorusant número tres, piso seis.

—Eso es la zona oeste de Iridiel, ¿no? Cerca de la playa.

Exacto. Muy cerca del hotel Beachend.

—¿Hay algún organismo oficial cercano?

A unas pocas manzanas se encuentra la escuela del CPI. Lo demás son bloques de viviendas.

—Gracias, Nel.

Antes de abandonar la casa, pienso en todos los recuerdos que hemos vivido aquí. Todas las aventuras que quedarán inconclusas, las ilusiones rotas... No volveré nunca más a este lugar. Ese pensamiento es el que me hace darme cuenta de que Belén está muerta. No se fue de viaje, no está trabajando en otra ciudad y la puedo visitar. ¡No! ¡Me quitaron a mi amiga!

De regreso al exterior, camino esquivando a una multitud de gente de clases medias-bajas, con malas caras, olor a sudor y suciedad, bastante desarreglados, mirando todos al suelo. Se han rendido. Aceptaron el lugar que les fue dado y no pretenden luchar más. Saben que la lotería no es una opción —un premio que, entre miles de millones de personas, es casi imposible de ganar. Sus trabajos no les ofrecerá las ganancias necesarias para comprar un pasaje, ni en mil vidas. Sólo les queda esta bola de agua y roca pútrida en donde vivir todo lo que puedan.

Ya no hay campos verdes, lo poco que queda natural son desiertos áridos e invadidos de jaimas y con tanta polución como las ciudades. Desde el espacio, el planeta ya no tiene una pizca de verde. El mar, muerto y continuamente encrespado, es gris, está sucio, es ácido, te provoca un rechazo inmediato.

Hay imágenes de Iridiel, cuando tenía otro nombre —que nadie quiere recordar—, en donde todo era más bucólico, más paradisíaco. Incluso sus barrios malos parecían de lujo, comparados con los comunes de la actualidad. Tal vez menos tecnológicos, pero más seguros y, sin duda, más felices.

Asesinatos, violaciones, robos o secuestros son noticias de cabecera cada día. El hastío que tengo de esta mierda me hizo dejar de consumir programas de cualquier tipo. El ciberespacio está siendo corrompido a pasos acelerados y adentrarse en la puerta incorrecta —donde puedes encontrar información, entretenimiento o trabajo, por ejemplo—, puede provocar que te roben los pocos créditos que tienes o, incluso, la vida. Lo único que hago es trabajar en la huerta industrial y llegar y releer el único libro de papel, que llegó a mis manos por un golpe de suerte.

Es una reliquia antigua, pero destrozada a la que le falta la mayoría de las páginas. Habla de los tiempos pasados que el Departamento de Historia e Información tiene prohibido conocer. Son muy pocos los que tienen acceso a la puerta de pasado —tal y como se le suele conocer. Tuve la suerte de encontrarlo entre la basura. Seguramente, alguien lo abandono por el peligro que entrañaba tenerlo. Yo no sé cómo lo guardo todavía en un cajón oculto a las emisiones. Si el DHI me auditara, lo encontraría, lo quemaría y a mí me sacaría todos los privilegios —que no son muchos— para forzarme a morir de inanición —siempre que no me suicidara antes.

Tal vez es esa mi manera de luchar contra la sociedad y las normas que nos han impuesto. Busco batallas en las que fracasar —como en la que estoy a punto de meterme: una guerra perdida desde el principio. Pero por Belén y Pratt, lo haré.

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