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🍼 «Operación canguro» 🍼
— ¿Peleaste con Jongdae? — preguntó Luhan, sin despegar la mirada del teléfono. Jugaba al Superstar SM y esperaba calificar con tres estrellas el solo más reciente de Taemin.
Haciéndose espacio a orillas de la cama, Minseok lucía sorprendido al escucharlo preguntar por su novio, pues no entendía porque una visita amistosa a la pieza de su roomie podría significar que algo estuviera yendo mal en su relación. Hacía cuatro años que salía con Jongdae y nunca habían peleado tanto que alguien lo intuyera ni bien verle llegar a algún sitio.
— ¿Debería haberlo hecho? — devolvió, echando hacia atrás el flequillo que le caía sobre los ojos.
Luhan sonrió. Acababa de marcar la última cadena y el juego calculaba su puntuación, apostaba que lo había logrado y que el oro volvía a ser suyo.
— Obvio no, pero es raro verte y que él no esté cerca — explicó, entonces. Minseok bufó.
— Yah. Tenía trabajo y salió temprano, publicidad de cosméticos en Itaewon.
— Sabía que había algo ahí, tú no pisas mis dominios a menos que tu chaneque te haya abandonado — se mofó y recibió un golpe, aunque no supo si fue por molestar al mayor o por haberse metido directamente con su (casi) prometido.
— Noté que andas cabizbajo desde la última audición, tampoco has estado buscando.
El rostro del castaño se transformó al escucharlo, recordando el fiasco de Segismundo. Había repasado la audición en su cabeza y decidido que el asistente del staff tenía razón, aquella no fue su mejor interpretación, quizás porque nunca empatizó del todo con el pobrecillo que creía que su único delito era haber nacido. Le daba pena y mucha, pero ninguna de sus líneas se sentía como suya.
La depresión post-rechazo había llegado luego, hundiendo a Luhan en un hoyo oscuro del que no pensaba salir hasta recargar energías suficientes como para buscar otra gran compañía teatral y mirar si tenían alguna obra a la que pudiera audicionar.
— Entonces, ¿malteadas? — Minseok propuso, sonriendo al verlo animarse. Detestaba saberlo decaído y no iba a negar que estuviera necesitando una deliciosa bebida.
Dejaron el apartamento que compartían y aferrados por el brazo fueron dando brincos hasta llegar al «Roses», aquel pintoresco lugar escondido en un callejón de la avenida principal. Kyung Soo insistía en que no llamaran cafetería a su negocio porque el lugar, aunque excelente para disfrutar de las más deliciosas bebidas, era una mezcla de café y libros. Una cafetería-librería o como él la llamaba, cafería.
Sólo poner un pie en el sitio y el aire viciado de una mezcla alucinante entre cafeto y libros viejos los hizo sentir como que en lugar de un negocio, acababan de viajar a un rinconcito del mundo donde todos los problemas desaparecían y el único oficio que tenían consistía en llenarse de los sabores que el menú ofrecía y las increíbles historias que los encuadernados ocultaban.
— A ti no me sorprende verte, vienes cada dos días — Kyung Soo señaló al castaño, ni bien tenerlos apretujándose en la barra — ¿Qué hay de ti? ¿Peleaste con Jongdae?
— ¡Yah!
Minseok estalló, indignado. Admitía estar lo suficientemente enamorado como para no salir de casa sin llevar a su chico pegado a la cintura, pero que Jongdae y él siguieran atrapados en el modo burbuja no significaba que no pudieran distanciarse y hacer cada uno lo que les diera la gana. Kyung Soo se río de su reacción, chocando los cinco con Luhan.
— Sabes que es broma, hyung. Adoro verte sin que el dinosaurio haga un escándalo en mi cafería — aseguró el bajito, al cabo de un momento de diversión.
Tendía a ser un tipo serio, rudo e intelectual a partes iguales. Usaba gafas redondas de montura gruesa que ocultaban las pecas sobre el puente de su nariz y tenía la costumbre de criar cactus. Según sus propias palabras, Minseok y Luhan eran «la dosis de azúcar necesaria en su vida», al menos hasta que apareciera un chico perfecto para reemplazarlos y fingir que nunca les había conocido.
— ¿Qué hacen los señores Kim estos días, eh? — preguntó Soo, al volver con dos tazas y la cafetera cargada. Minseok sonrío de oreja a oreja, porque su sueño más grande era ser el señor Kim de Kim.
— Empecé a enseñar piano a adultos y Dae va rodando con su equipo, haciendo publicidad a un montón de negocios.
Oyendo hablar a sus amigos sobre sus respectivos empleos, aquellos que dieran vida a los sueños que albergaban desde jóvenes, Luhan no pudo evitar pensar en su fallida carrera como actor y en lo lejos que parecía hallarse de su meta ahora que las puertas se le cerraban en la cara. Recordaba el tiempo en que intentó dedicarse a la administración, la carrera que le permitiría apoyar a su hermano y gestionar el negocio familiar.
Kris siempre fue el de la mente de empresario, amaba la arquitectura y tenía una imaginación inmensa. No le costó trabajo graduarse de una de las mejores escuelas y ocupar el lugar que antaño perteneciera a su padre. Luhan era diferente, tendía a distraerse y divagar, soñaba despierto y nunca se quedaba quieto, no imaginaba vivir detrás de un escritorio, pero anhelaba un sitio oscuro iluminado por una sola luz.
De alguna forma, convenció a su hermano de permitirle desertar en la carrera y orientar su educación a lo que realmente le apasionaba. Antes de graduarse, creyó que una gran oportunidad le estaría esperando al terminar, como si por haber sido elegido para el rol principal en las últimas obras de la academia tuviera asegurado el brillar en los teatros. Las cosas no fueron como esperaba y aunque se negaba a rendirse, se sentía un poco cansado de sólo intentar y fracasar.
— Tierra llamando a ciervo — espetó Soo — ¿Me escuchas?
— Estás gritándome al oído, claro que te escucho — Luhan se quejó.
— Lo siento. Creí que te habíamos perdido — se disculpó — ¿En qué piensas tanto?
— No es nada.
La mirada que sus amigos le dedicaron bastó para hacerlo cambiar de opinión y llevar a colación el tema que hubiera intentado esquivar.
— Pensaba en gege — admitió.
Minseok compuso una mueca. Conocía a su hermano de todas las veces que el otro visitó su hogar, tenían personalidades demasiado opuestas como para llegar a congeniar, pero por respeto a Luhan reservaban sus comentarios para cuando el otro no estuviera presente. «Tan guapo y tan amargado, tu gege sería más feliz si gruñera menos y follara más» solía decirle Xiumin.
— ¿Te ha vuelto a regañar ese ogro mamón? — preguntó, la expresión en su rostro recordando a un gato rabioso. Luhan negó con la cabeza.
— No ha tenido oportunidad de hacerlo — explicó — El día de la audición estaban algo apurados en la empresa y no llegue a verlo.
— Creí que sí, porque volviste tarde a casa.
Las palabras tuvieron un efecto extraño en el castaño: lo hicieron sonreír, igual que si acabara de recibir la mejor noticia del mundo. Sus amigos no lo entendían, pero Luhan había recordado lo que hizo aquel día luego de la audición y que de ningún modo incluía reunirse con su hermano para ser retado. Tampoco se los ocultó y les habló de Sehun y su hija, Seulgi.
— Fue agradable tener algo que hacer, sentir que alguien confiaba en mí — murmuró — Me hizo pensar si acaso llegó el momento de agitar la bandera blanca.
— Tomarse un sabático nunca es malo — apuntó Soo, confundiendo (o tal vez no) la metáfora.
Porque mientras Luhan se refería a darse por vencido con su sueño, su amigo lo apremiaba a pactar una tregua... consigo mismo.
— Date un respiro de las audiciones, recarga energías y vuelve a intentarlo cuando estés listo — siguió el de anteojos — Lo del canguro es buena idea, así no te aburrirás mientras descanses.
— Ya has hecho lo más difícil — secundó Minseok — Tienes un cliente satisfecho y eso significa que tienes quien recomiende tu trabajo.
No era la primera vez que lo pensaba, pero escuchando a sus amigos alentarlo y no dejar que se rindiera, Luhan pensó que la vida no sería la misma sin personas tan increíbles en ella, como los dos hyungs que terminaran su charla diciendo que «...y si tu destino es ser niñero, entonces serás el mejor de todos».
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Sehun se tenía a sí mismo como un deportista nato. Durante sus años de escuela, había practicado natación, baloncesto y hasta lacrosse. Tenía una enorme resistencia a los juegos de contacto y un espíritu competitivo que lo animaba a llevar las cosas hasta el final con tal de obtener el mejor resultado. Sólo porque la arquitectura era su verdadera pasión, rechazó aplicar a una beca deportiva o convertirse en capitán de alguno de los equipos.
El retiro llegó junto con la graduación o al menos eso fue lo que creyó, pues algunos años más tarde la llegada de una hermosa princesa a su vida habría de demostrarle que los deportes extremos no siempre se juegan dentro de una cancha y que carecer del equipo necesario para practicarlos equivale a más dolor del que jamás hubiera sentido.
Los padres del club seguro apoyarían su comparación y es que los hombres quizás sean tan buenos como las mujeres para criar a los hijos, pero en el proceso tienden a ser más llorones que cualquier madre, experta o primeriza. Al final, aunque ellos se quejaran más y las reservas de energía se les agotaran con facilidad, no había hombre soltero o casado que no gozara de la experiencia que era la paternidad.
Incluyendo las carreras, los berrinches, las ensuciadas y los baños.
Tirándose sobre la cama, con la ropa empapada y los brazos engarrotados luego de asear a su pequeña amante del agua y los chapoteos, Sehun dejó escapar un quejido al aplastar el teclado musical de su hija y presionar el botón que activaba la canción programada. Era sábado por la noche, pero el cansancio que sentía bien podría haber sido el de un lunes por la mañana y la culpa era toda de las entrevistas.
La última semana, Yi Fan los reunió para conversar, pues aunque había prometido dejarlos al frente del proyecto, tenía que asegurarse que supervisar la obra no fuera a convertirse en un problema para Sehun. «Confío en tus capacidades y sé que eres un hombre responsable, así que si crees poder organizarte para no descuidar a tu hija o el proyecto, pues adelante. La obra Kim es suya» le dijo.
Chanyeol lo había advertido sobre la carga de trabajo que aquello pondría en sus hombros, así que las palabras de su jefe no le cayeron de sorpresa, ni se sintió presionado al responder. Llevaba días dándole vueltas al asunto, sopesando las posibilidades que no incluyeran depender de su hermano o la tía de su hija. Detestaba la idea de enviar a Seulgi a una guardería a tan temprana edad, pero la idea de un canguro no estaba mal.
El único problema era Sehun y su sentido de sobreprotección.
No era la primera vez que buscaba niñera, alguna vez cuando su hija fuera más pequeña tuvo que recurrir a pagar el servicio por un par de horas. Sehun recordaba los potentes llantos cuando la entregó a aquella mujer y la sensación del corazón partiéndosele a pedazos al verla sufrir. Fue incapaz de soltarla luego de arrebatársela y quizás se mostrara grosero al echar a la niñera de su casa, pero no se arrepentía.
Y la experiencia se repitió. Baekhyun le había dicho que no podía esperar hasta que el proyecto comenzara para encontrar un canguro, pues entonces estaría demasiado presionado como para ser exigente y en el peor de los casos, optaría por renunciar a su trabajo para no tener que desprenderse de su bebé. «Encuentra a alguien que llene tus expectativas y luego, asegúrate de que cumpla también con las de osita» le ordenó.
Sehun contactó a sus amigos del club para padres, al que se hubiera inscrito al mes de nacer la niña y pasó largas horas al teléfono recabando los datos de todas las niñeras que conocían. Hizo un listado de las veinte mejores y procedió a citarlas para una entrevista en casa. No esperaba que la mañana se le fuera entre viejas que asustaban y veinteañeras que se olvidaron de su bebé tan pronto verlo a él.
— Todavía quedan opciones. Wu no empezará la obra hasta la semana entrante, así que también estoy bien de tiempos — se dijo, rehusándose a perder la esperanza sólo porque las primeras ocho niñeras no hubieran dado la talla.
Fue entonces que el teléfono en su bolsillo vibró con un mensaje de la última persona de la que habría esperado recibir noticias esa noche. No tardó ni dos segundos en pulsar la notificación de su chat, la sonrisa en sus labios ensanchándose ni bien descubrir la foto que acababa de enviarle.
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Jongdae le había escrito las instrucciones en una hoja de cuaderno, incluyendo horarios de metro, tarifas de taxi y un nada elaborado mapita del barrio. Tuvo que aguantar un montón de burlas cuando su amigo se enteró que saldría, pero incluso si a ratos lo fastidiaba al punto de desear que lo cagara una paloma, Luhan adoraba lo atento y protector que se volvía el menor cuando de sus hyung se trataba.
Gracias a sus anotaciones, no le fue difícil ubicar el hogar de los Oh. Había pasado los tres minutos más largos de su vida después de enviar el anuncio que con tanto cariño le hubieran diseñado sus amigos, pero al final la espera valió la pena. Sehun quería entrevistarlo y descubrir si podía confiar lo suficiente como para contratarle y designarlo el canguro oficial de su pequeña osa.
Luhan no sabía que le emocionaba más. Si la oportunidad para demostrar su valía, encontrarse de nuevo con el rubio, volver a ver a su lindísima hija o todas las anteriores.
Fuera lo que fuera, estaba decidido a no arruinarlo. La misión «Canguro» comenzó apareciendo a tiempo para la entrevista. Sehun vivía en el tercer piso de un complejo privado bastante bonito, los apartamentos no parecían ser mucho más amplios que el que Luhan compartía con sus amigos, pero el hecho de que contaran con un elevador en servicio hizo que se sintiera en una especie de residencia de lujo.
— Es bueno verte otra vez — sonrió el rubio, apenas abrir la puerta e invitarle a pasar.
Luhan se calzó las pantuflas y siguió a Sehun a la sala. Había imaginado un lugar pulcro y elegante, olvidándose de que aunque fuera arquitecto, se trataba del hogar de un padre primerizo. Los cuadros con edificios y las miniaturas de monumentos famosos que decoraban las repisas eran lo único que daba cuenta de la profesión y el gusto del rubio, los juguetes y accesorios para bebé dejando claro quién en la familia dominaba aquel territorio.
Pensando en ella, el castaño buscó con la mirada a la que fuera el objetivo principal de su misión, sin encontrarla en la sillita alta frente a la barra, ni en el corralito de juegos que su padre hubiera dispuesto en una esquina de la sala. La decepción que sintió al no encontrar a Seulgi lo sorprendió, ajeno hasta ese momento a la fuerte impresión que la niña había dejado en su corazón la última vez que le vio.
— ¿Te ofrezco té o café? — preguntó Sehun, apartándolo de su cavilaciones.
— El café está bien, gracias.
No pasó mucho antes de que el rubio volviera con dos tacitas y un platito repleto de cubos de azúcar. Lucía distinto a las dos ideas que se hubiera formado de él, la primera apuntando a un modelo de revista arrojado en un despacho de arquitectos y la segunda atendiendo al papel del padre trabajador que viviera la angustia al dividirse entre su hija y su empleo. «¿Cómo puede alguien así estar soltero?» se preguntó.
Sehun habló antes de que pudiera ahondar en aquella idea, las orejas ardiéndole de vergüenza por haber llevado su cabeza el estado civil del rubio.
— Entonces, ¿qué te hizo decidirte a continuar con esto del canguro?
— Puse a un ángel y a un demonio sobre mis hombros y por primera vez en la historia de los que usamos un truco tan viejo para tomar decisiones, ambos estuvieron de acuerdo y me aconsejaron darme un respiro — respondió, sonriendo.
Tenía unos labios finitos, suaves y rosados, que acentuaban los rasgos delicados de su rostro y concedían cierto brillo encantador a su mirada de ciervo. Sehun pensó mientras lo veía que nunca antes había conocido alguien igual, pues el porcentaje de personas hermosas en su archivo mental parecían devaluar el significado de la palabra.
— Pienso tomarme con calma las audiciones y no presionarme intentado cumplir mi sueño — siguió el castaño, ajeno a los pensamientos que minaban la mente de su posible empleador — Tengo alma de niño, tiendo a llevarme bien con ellos y ser niñero parecía una buena opción para no estar sin hacer nada mientras recargo energías para volver a merodear los teatros.
— Sigo esperando que consigas tu meta — le dijo Sehun — Igual agradezco que estés disponible como canguro. El proyecto en el que trabajamos ahora es muy importante para mí, habría sido una pena tener que abandonarlo, pero nunca haría nada a costa de mi bebé.
Luhan se sintió sobrecogido al escucharlo hablar de su hija, pues el amor que le profesaba no se reducía sólo a lo que las palabras eran capaces de expresar. Viendo todo el cariño destellando en esas noches sin luna, el castaño comprendió que lo que hiciera en la siguiente hora no mostraría que tan bueno era para merecer un empleo, sino que tanto podía confiar Sehun en él para dejar en sus manos lo que más valoraba en el mundo.
— Seulgi es una niña adorable, pero tiene carácter. Supongo que en eso nos parecemos mucho, así que disculpa si no te lo dejo fácil y resulto ser algo pesado.
— No le temo a los retos, no estaría aquí si fuera así — aseguró.
Hablaron de lo que Sehun esperaba que hiciera mientras cuidara a su hija, Luhan estaba preparado para escuchar que debía alimentarla, respetar sus horarios de sueño y asegurarse de mantenerla limpia. El rubio tenía una lista de todas las frutas y verduras que su niña consumía, incluyendo las carnes que estaba empezando a incluir en su dieta y los alimentos que por ningún motivo debía darle.
Seulgi solía dormir la noche entera, pero tendía a las siestas durante el día y no era fácil obligarla a cerrar los ojos si estaba decidida a permanecer despierta. Por recomendación de sus padres, Sehun (y ahora también Luhan) tenían prohibido dejarla frente a una pantalla, lo que descartaba el teléfono y la televisión como fuente de entretenimiento.
— ¿Cuánto tiempo voy a cuidarla? — preguntó, entonces.
— Trabajo de lunes a viernes, debo estar en la oficina a las nueve y vuelvo a casa a eso de las seis — explicó Sehun — Dudo que alguna vez te haga pasar la noche aquí, tampoco te haría venir en fines de semana.
— Vale, creo que lo pillo. Bueno, sólo hay algo que me falta.
— ¿Qué cosa? — se interesó el otro.
— Aun no he visto a tu hija.
La sonrisa que el rubio le dedicó y que transformaba por completo su rostro, habría bastado para robarle el aliento, de no ser porque cuando se levantó y le pidió que lo siguiera, Sehun le regaló la visión que no sólo cortó su respiración sino que detuvo por completo su corazón. ¿Qué cosa más hermosa podría haber en el mundo que Oh Seulgi durmiendo en su cunita?
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— ¿Contrataste un canguro?
Hacía tiempo que dejara de sorprenderse, después de todo, no se puede guardar secretos cuando tu hermano está casado con tu mejor amigo. No significaba que Sehun disfrutara el hecho de que Chanyeol y Baekhyun se compartieran todo lo que les decía y le acribillaran con preguntas cuando los dejaba a medias con la información, aunque vaya si le ahorraba tiempo pues no tenía que ir por ahí repitiendo la historia.
Esa mañana, la primera en que su hija estaría al cuidado de su nuevo canguro, el rubio había llamado a su hermano para avisarlo de las buenas nuevas y que Baekhyun no se preocupara por qué haría con su sobrina si él o Soo-young no estaban disponibles para cuidarla. No le había dado detalles sobre el niñero, así que no debía sorprenderle el que su cuñado intentara obtenerlos.
— Ajá — repuso, intencionalmente, sin despegar la atención del documento en que trabajaba.
Chanyeol empujó la silla que había hecho rodar hasta su cubículo, casi subiéndosele encima cuando se encaramó al escritorio, su enorme cabeza castaña interponiéndose entre el teclado y la pantalla del computador.
— Ah, ¿qué quieres saber? — suspiró Sehun.
— Todo. Cómo se llama, qué edad tiene, cómo es, hace cuánto cuida niños y lo más importante, ¿realmente está capacitado para cuidar de osita?
No iba a negarlo y es que el rubio adoraba que todos cuantos la conocían terminaran a los pies de su bebé. Seulgi tenía un don que quizás en el futuro se volvería también una maldición, pero intentaba no pensar en eso.
— Luhan, 29 años. Es bonito como un ángel y no tiene mucho cuidando niños. Obviamente está capacitado para hacerse cargo, de otro modo jamás lo hubiera contratado.
— Espera, ¿qué? — Chanyeol parecía confundido.
Sehun supuso que se debía al hecho de que su niñero fuera un chico, pues en el negocio de los canguros no había muchos varones.
— ¿Qué es eso de bonito como un ángel? — se mofó el castaño — ¿Acaso te gusta el canguro, Sehun-ah? ¡Yah, te has puesto rojo!
Mientras su amigo reía como foca epiléptica, el rubio intentó arrojarlo lejos de su cubículo y volver al trabajo. Debía terminar el informe que Wu quería respecto a las condiciones del terreno donde tendría lugar la obra y hacerlo antes de que fuera tarde porque no iba a desperdiciar el almuerzo con eso, si podía aprovechar la hora para telefonear a casa y pedirle a Luhan que pusiera el altavoz para escuchar a su bebé.
— Oye, debe ser realmente lindo si te has colorado ni bien mencionarlo — murmuró Chanyeol, a su lado, todavía pendiente de la pobre descripción que Sehun había hecho de su niñero.
Bonito era un calificativo demasiado corto para definir a Luhan, por más que lo adornara comparándole con un ángel. Perfecto. Oh, sí, aquella palabra parecía calzarle mejor al castaño que hubiera dejado en casa, sosteniendo a su bebé mientras Sehun partía a la oficina.
— Te lo presentaría, pero dudo que mi hermano te dé permiso de mirar a alguien más bonito — dijo.
🍼 Continuará... 🍼
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