Segunda parte: Lo que fue de Alviria

***

-Moore es quizá lo peor que me pudo ocurrir, Salty – Dijo Edgar.

- ¿Qué ocurre con ella? – Pregunta inocentemente Salty - ¿Por qué es desastrosa su mención?

-No solo es su mención, Salty – Dijo Edgar caminando a través del extenso pasillo de los cristales, llegando a una entrada oculta entre minerales. Los pequeños cristales se hacían hacia atrás mientras Edgar los empujaba con facilidad – Moore es quizá la maga más hostil y violenta que ha existido.

- ¿Por qué? – Preguntó Salty, asombrada por la entrada oculta.

-Será mejor que lo sepas por... Ayeza...

- ¿La diosa de otoño?

-Quien era la diosa de otoño – Dijo Edgar con cierto sentido de añoranza.

- ¿Qué? – Preguntó Salty.

-Si – Dijo Edgar, llevando a Salty a un lugar oscuro, lúgubre y triste. En esta oscura y sórdida caverna, alejándose del brilloso y llamativo pasillo extenso de piedras preciosas.

En aquella caverna abandonada, con humedad indescriptible, Edgar tomó un objeto del suelo, en la oscuridad. Y con un poco de movimientos bruscos con él, una llama surgió e iluminó a lo que parecía ser una lampara de aceite.

La lampara se encendió, a la par que una sucesión de lámparas, incrustadas en toda la caverna, encendían sus luces.

En toda la caverna había lámparas de aceite, las cuales no parecían necesitarlo. Su luz era potente, en un brillante y amarillento fuego, el cual no se consumía rápidamente, viviendo más de lo que cualquier lámpara pueda decir.

Sin embargo, la caverna estaba prácticamente vacía, desolada. Salty miró con curiosidad el lugar y veía con duda a Edgar, quien habló.

-Oh, mil disculpas, Salty – Dijo Edgar – Necesitas esta máscara.

Edgar tomó la máscara que usaba en la ciudadela, mientras hacía bailes extraños y esperaba el final del día.

Salty decidió ponerse la máscara y la metamorfosis del lugar se había manifestado. La llama de todas las lámparas del lugar, tenían colores peculiares, no llamas amarillentas, tradicionales, si no colores más llamativos, usualmente en brillos que parecían no venir de este mundo. No obstante, ese fue el inicio.

El lugar se había transformado en un palacio con trastos, adornos, reliquias y también, criaturas exóticas, bien valuadas al parecer, con cristalería y pedrería valiosa. Las criaturas exóticas, eran varias que en los libros de historia biológica de Plutón se mencionaban como extintas.

Varias de estas eran, los raftclevos (eran una especie de animal, similar a los pico zapatos, con patas de araña, tres ojos y un bufar, muy parecido al de los toros), los griftymtus (Pescados invisibles que podían producir su propia agua para transportarse como si fueran perros o gatos domésticos), algunas aniurg (Reptiles con alas, los cuales vagan brillando en colores amarillentos, azules claros, morados y naranjas, respectivamente) y por último, los puzzotls (un grupo de mamíferos, con un rostro hibrido entre los osos, los gatos y las marmotas, los cuales eran sumamente violentos, a diferencia de las otras especies)

- ¡No puedo creerlo! – Dijo Salty – Todos estos animales... todos ellos, creía que eran un sueño o que eran fantasía. Fueron reales.

-Completamente reales – Dijo Edgar – Aquí han sido guardadas varias especies de varios años pasados, como una reserva para el instante en que pueda ser optima su existencia.

-Tienes Puzzotls – Dijo Salty asombrada y alegre, con esa mirada infantil de incredulidad – Creí que el consejo mágico los había prohibido.

-Este lugar está completamente prohibida la intervención de cualquier autoridad mágica, siendo tu la única persona que tiene el privilegio de observar a estas lindas y preciosas bestias fantásticas.

-Pero esto no me responde algo.

- ¿Cuál es tu duda, Salty? – Preguntó Edgar.

- No creo que solo me dieras la máscara para mirar a estas especies y estas reliquias – Dijo Salty - ¿Esto tiene alguna relación con Ayeza?

-Mira arriba de ti.

Salty hizo caso, elevando su mirada y encontrándose con algo que, si bien no era aterrador, podría causar pesadillas para una persona normal.

En la parte superior de la caverna, una mujer atada con cadenas, y la misma mascara que tenía, de un tamaño enorme, yacía en un descanso permanente y flotando, en lo más alto de la caverna.

Salty perdió el equilibrio y dio un leve grito, mirando atónita lo que arriba de ellos permanecía implacable e inmutable; una enorme mujer, del tamaño de una montaña, que en posición fetal, flotaba con un aura verdosa.

La piel de esta mujer no era de un tono vivo, saludable, ni siquiera era un tono místico, su piel era pálida, muerta y sin vida. Su cabello, que antes pudo ser uno lindos mechones dorados llamativos, ahora parecían ser las cerdas de una brocha. Sus manos y brazos, con patrones pintados, en forma de caracoles de riscos, flores, laberintos y criaturas, ahora se veían decaídos, destinados y se desvanecían con el tiempo.

Y en el rostro de la diosa cautiva, la mascara metálica se incrustó en su carne, la sangre oxidada se había impregnado en su piel y parecía que lentamente, Ayeza, la diosa de otoño moriría de putrefacción.

- ¿Qu-qu-que le h-ha-ha ocurrido? – Dijo Salty.

-Ella es Ayeza – Dijo Edgar – Ayeza ha permanecido atrapada en un conjuro que le obliga a estar así, desde que Moore se reveló contra el mundo y no actuaba ya en forma incógnita.

- ¿Y quién es ella? – Preguntó Salty.

-Es la diosa de...

-No, si no... ¿De dónde viene ella?

Edgar miró detenidamente a Salty, para después decirle.

-Es una historia bastante larga, que involucra a una humana...

- ¿Humana? – Preguntó Salty confundida.

-Salty, ponte cómoda y disfruta esta historia, aunque no sea realmente alegre de escuchar.

***

"Alviria Toepfer, era una amable y bella mujer que vivía en el campo de Neuschwanstein, una mujer alemana formidable, la cual tenía siempre una mirada viva hacia las cosas.

No obstante, en un día, su mirada estaba perdida en la pradera, mientras caminaba por ella, con cierto nerviosismo.

Sus piernas ya le dolían, sus dedos prácticamente ya no tenían uñas de tantas veces que se ha mordido por la ansiedad.

Para su fortuna, su terror y nerviosismo fueron aliviados por un soldado, que caminaba con tranquilidad y mirada implacable, hacia ella.

Alviria no podía si no sentirse más que tranquila y con paz en su corazón. Alviria saludó al soldado que iba con ella.

-Oh ¡Hola! – Dijo Alviria - ¿Usted va a decirme que pasó con mi marido?

-Si, señora – Dijo el soldado.

-Bueno, entonces entremos a la casa – Dijo Alviria con felicidad en sus mejillas.

-Me parece bien – Dijo el soldado, acomodando sus lentes.

Estando dentro de la humilde cabaña que tenía cultivos en cajas de madera, plantas en los limites de la misma y cortinas de tela delgada de color rosa, tanto el soldado como Alviria se sentaron en la mesa del centro.

-¿Le ofrezco algo de beber? ¿Tiene hambre?

-No señora. Solo quiero hablar con usted – Dijo el soldado con un nudo en su garganta.

-Oh – Dijo Alviria – No tiene que decirme que mi Gunter ha sido vencedor en la guerra, en el campo de batalla ha sido un hombre más de los tantos que ha vuelto victorioso... se de sobra que me casé con un gran soldado. Solo dígame cuando podré verlo – Al parecer ella estaba más que feliz, extasiada, por la ilusión de ver de nuevo su esposo.

-Señora – Dijo el soldado quitándose el casco y mostrando sus risos oscuros, su mentón marcado, cejas delgadas, mirada honesta pero fría, y gafas cubriendo sus ojos – No quiero decirle nada sin presentarme ante usted; mi nombre es Grant. Fui un gran amigo de Gunter durante todas las batallas en las que hemos participado y hemos tenido que vivir.

-Oh – Dijo Alviria con más felicidad – Me alegra saber que mi marido tiene a personas educadas como cercanos colegas.

-Si me permite decirlo, señorita...

-Toepfer.

-Oh, bueno, señorita Toepfer. Tengo que ser franco con usted al decirle que su esposo era un hombre peculiar.

- ¿En serio? – Dijo Alviria.

-Si – Dijo Grant tragando saliva – Era sumamente pacifico para tratar a las personas, inclusive en tiempos violentos como los que hemos vivido. Si puedo permitirme contarle, en nuestra pequeña tregua que tuvimos en navidad con el bando enemigo, fue el que mayor espíritu navideño tuvo con todos, enemigos y amigos por igual. Recuerdo incluso que ofreció tranquilidad y hogar a unos tantos ingleses con tal de traicionar a la corona. Fríamente aceptaron, y ahora esos hombres son ahora libres y viven en paz, gracias a la ayuda de Gunter.

-Oh – Dijo Alviria – Fue un lindo gesto de su parte...

-Sin embargo... algo ocurrió, señorita...

Alviria no dijo nada, era como si no tuviera ya palabras, ni medió movimiento alguno.

-Logramos sacarlo lo suficientemente vivo del campo de batalla. Sin una pierna y la otra carcomida por la gangrena, y aunque intentó aferrarse con furor a la vida... su corazón no lo soportó más... debe entender que era una situación comprometedora para él, para todos y.... creo que para usted también...

Alviria no quiso decir nada, no se movió y parecía paralizada por la noticia. Y tan rápido como el soldado Grant dejó de hablar, Alviria se dejó caer, siendo atrapada rápidamente por Grant. Este mismo miró a los ojos de Alviria, los cuales enrojecidos por las lágrimas, derramadas en sus mejillas coloradas cual gotas de cera derretida de una vela. Viendo con tristeza al joven soldado de gafas, risos negros y honesta preocupación.

-Señora – Dijo Grant – Se que lo que ocurrió fue algo inesperado, y su esposo lo sabía bien, lo más irónico de todo. Debe de mantener la calma y ser fuerte, porque eso es algo que él hubiera deseado.

Alviria no dijo absolutamente nada. Sus cabellos rubios y su piel rojiza por las alegrías parecían apagarse con su mirada lagrimosa. Su boca se hacía cada vez más dura y su desesperanza se postraba en sus parpados decaídos.

Tan rápido como Alviria pudo reincorporarse, Grant le dejó, en sus manos, la carta de Gunter.

-Quiero que quemes esa carta – Dijo Alviria, con la mirada en el suelo.

-Pero señora, es la última vo...

- ¡Dije que la quemes! – Alviria interrumpió a Grant, rompiendo en llanto, el llanto más fuerte que alguna vez, alguien dio. La cabaña ahora estaba solamente a cargo de Alviria, y ella tenía mucho miedo de lo incierto que era el mañana; más a parte, la perdida de su esposo, quizá el dolor más grande que cualquier persona puede experimentar.

Tras sacar una caja de cerillos y quemar la carta frente a Alviria, Grant se puso su casco, sin antes decirle a Alviria algo que le había dicho Gunter:

-Recuerdo cuando él y yo estábamos en las trincheras. Lo recuerdo perfectamente; nuestro Kaiser jamás hubiera tenido la idea de la misericordia de alguien en guerra, pero me dijo que, si algún pobre diablo, que estuviera en el bando enemigo, buscaba refugio, y alimento... nunca hubiera dudado en dárselo... posiblemente nosotros hubiéramos estado en la misma situación y no nos hubiera gustado...

- ¡Largo de aquí! – Gritó Alviria, dejando escapar un grito de odio puro a Grant. La figura de este soldado no significaba más que uno de los vástagos del infernal pandemonio que había asesinado a su esposo.

Tras cerrar la puerta de la cabaña, con ímpetu de soldado, Grant abandonó el campo, dejando, antes de partir, una pequeña flor que le había regalado Gunter a él y a sus enemigos en aquella tregua de 1914.

El ultimo vestigio de la bondad de Gunter, quien había dejado mal a una familia y a su esposa, quien parecía esperar un hijo, notándolo Grant por lo voluptuoso de su abdomen.

Adolf, el hermano de Gunter, no había respondido las cartas que le había mandado Grant, y honestamente, desde que supo que él era judío, parecía repeler cualquier tipo de contacto con él; aun siendo, su compañero más leal.

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