Segunda parte: El pueblo de otoño (IV)
Dia 2 – Noche.
Salty buscó por toda la ciudadela a Zeith, la cual parecía haber desaparecido por completo. Salty, sin esperanzas de encontrarla, caminó por el resto de la ciudadela, hasta la salida hacia la pradera, a lado de la carpintería del hombre de mal carácter.
Ya estando en la pradera, se sentó en una piedra aledaña a un árbol, cercano a un bosque, descansando y mirando hacia el cielo, todavía observando aquella silueta siniestra que se postraba sobre el pueblo y la ciudadela. Bajo ello, también pensó en lo que le había contado el anciano sobre una diosa o hechicera de otoño ¿Qué clase de deidad podría significar el otoño para este pueblo? Salty no quería pensar mas en ello y se empezó a preguntar que habría sido de sus conocidos en el instituto.
De nueva cuenta, todo esto del pueblo de otoño y su lejanía más allá del bosque Krugther no hacía si no sentir a Salty más distante de su hogar que nunca, junto con la hostilidad de Zeith, sentía que volver al instituto era un completo error.
Sabía que algo anormal aquejaba a esta ciudadela y no podía irse sin hacer algo al respecto, ya sea ayudar al pueblo o estando con él hasta que aquella silueta en el cielo emergiera del mismo y diera un destino sin precedente a la población. La diosa de otoño no se presentaba en ningún lado y aun con ello, la población creía en su deidad, si es que en realidad seguía allí, cosa que aseguraba el anciano, pero nadie más.
También pasó por su mente el niño con la máscara. Era algo anormal para un sitio tan acogedor como ese. No obstante, por más raro que fuera, además, era sumamente curioso.
Ya casi amanecía y Salty todavía no encontraba una respuesta o pista sobre lo que debía hacer, y tampoco sentía que hubiera una razón para buscarla, aun y con ello, no planeaba dejar el pueblo de otoño, por el momento.
Dia 3
Al amanecer, y después de una pequeña siesta, Salty se encaminó regreso al pueblo de otoño. Sin embargo, había algo que estaba realmente mal con el pueblo, algo más anormal que de costumbre. El cielo ya no era de ese cálido y simplista color azul, ni siquiera era lluvioso, o al menos, no parecía ser de una lluvia normal. El tono verdoso del mismo lo hacía todo, menos algo relajante de ver.
Salty se encaminó de nueva cuenta hacia el pueblo, encontrándose con el anciano.
-Oh – Dijo el anciano al ver a Salty – Has vuelto. Eso me alegra porque justo necesitaba tu ayuda. Ya casi es el fin de año y necesito a alguien que sea capaz de portar la corona de bengalas.
- ¿Qué?
-Si, la corona de bengalas ¿Jamás has visto una?
-No.
-Bueno pequeña, es solo una corona de toda la vida, con bengalas en el centro de esta. No te asustes, las bengalas no te quemarán porque llevarás la corona encima.
-Bien... pero...
-Si te preguntas cuando te la pondrás, necesitarás esperar al atardecer. De todas formas, supongo que vas a ir a la ciudadela. Yo voy a estar en el puesto de comida hervida de la mera entrada de la ciudadela desde la pradera.
En ese momento, Salty acompaño al anciano, sin embargo, pensó bien lo que había hecho.
Recuerda que en la noche había salido desde la entrada de la ciudadela que da con el pastizal, y se había recostado contra una piedra que daba hacia un bosque. Y al despertar de la pequeña siesta que había tomado, despertó frente al pequeño pueblo.
¿Cómo fue posible que sin notarlo estuviera prácticamente al otro lado del pastizal?
Mientras pensaba en esto, una piedra golpeó su cabeza. Esta piedra, al levantarla, vio que producía un brillo verdoso. Miró en busca de quien se la hubiera lanzado y sin previo aviso observó el cielo.
Con un poco de esfuerzo, notó que el cielo se estaba rompiendo, como si fuera un cristal que le habían lanzado algo con fuerza, se fragmentaba lentamente a la par que rastros de este caían en el suelo del pueblo.
Salty corrió hacia la ciudadela, para distender su mente de lo que veía. Definitivamente ese lugar no era normal.
Ya estando en la ciudadela, Salty fue hacia el puesto en el que el anciano le había dicho que estaría, el cual estaba atrás del niño que había visto antes. Seguía bailando con su ropa vieja, sus zapatillas desgastadas, su túnica cubriendo su cabeza y la mascara metálica que tenía con incertidumbre a Salty.
Salty dejó de pensar en ello y caminó hacia el puesto que le había dicho el anciano. Sin embargo, antes de llegar, el niño de la mascara metálica la interrumpió.
-Disculpa ¿Has visto lo hermosa que está la luna hoy?
-No puedo hablar contigo – Dijo Salty.
- ¿Has visto lo hermosa que está la luna hoy?
-Espera, ¿Qué haces?
EL niño sacó con fuerza del saco beige de Salty, y del pequeño saco, la llave de plata.
- ¡Ey! ¡Déjame en paz! – Salty decía, mientras el niño ponía la llave en la mano de Salty.
- "No me hagas caso cuando diga esto, solo mira el cielo" – Salty escuchó eso mientras sostenía la llave con sus manos.
- ¿Qué? – Salty guardó la llave en su saco.
- ¿Has visto lo hermosa que está la luna hoy? – el niño se movió eufóricamente para mandarle a Salty que tomara la llave de nuevo. Salty le hizo caso y tomó la llave.
- "Necesito que mires el cielo ahora y me digas si eso es normal"
Salty volteó hacia el cielo y ahora ya no había tonos verdes. Al sostener la llave pudo ver como una enorme mujer con carne gris, con venas remarcadas de un tono negro penetrante, la misma mascara metálica que tenía el niño y que era la silueta que había visto cuando llego, la cual caía lentamente hacia el pueblo de otoño.
Atrás o arriba de la mujer, había un enorme agujero negro, que se hacía más grande conforme se acercaba la criatura de mascara metálica.
La mujer tenía pegada a su rostro, casi impregnada, la mascara metálica. Su cuello y su barbilla estaban llenas de lo que parecía ser sangre seca. A la par, su cabello, que sobresalía de atrás de su cabeza, era blanco como la nieve.
Salty estaba pasmada, completamente paralizada y temblando.
- "No espero que me creas, pero si me dejas guiarte podemos hacer algo con ella"
- ¿Ella? – Preguntó Salty.
- "Si, ella es Ayeza. La diosa de otoño"
Salty se dio cuenta que quien estuvo siempre encima del pueblo, descendiendo lentamente, era la olvidada y desaparecida diosa de otoño.
Pero ¿Qué había pasado con ella?
-Miren ¿Qué le pasa al cielo? – Salty escuchó como muchos de los habitantes de la ciudadela veían el cielo. Salty guardó la llave en el saco y miro que el cielo se estaba cayendo en pedazos, mientras la máscara metálica emergía del firmamento ahora siendo un vidrio fragmentado y con trozos cayendo al suelo. El mercado empezó a elevarse hacia el agujero negro, las personas fueron arrastradas hacia la oscuridad y algunas terminaban en la boca de la diosa de otoño, ahora convertida en una deidad muerta.
-¿Has visto lo hermosa que está la luna hoy? – El niño agarraba fuertemente a Salty para que tomara la llave de plata.
- "¿Sabes que podremos hacer"?
Salty estaba pensando, a la par que la deidad caía lentamente hacia el pueblo. De repente, recordó el reloj de la ardía. Buscó hasta el fondo de su saco, rápidamente y con nervios.
La deidad empezó a romper el suelo y el cielo se hacía gris. Todo parecía desintegrarse, pero Salty logró encontrar el reloj, tomó por la mano al chico de la máscara, se abrazaron y Salty presionó el botón que hacía al reloj moverse.
Todo empezó a ralentizarse y tornarse de color gris. El chico de la máscara metálica y Salty se quedaron mirando todo, sin saber que ocurría.
Tan rápido como eso sucedió, todo empezó a desintegrarse, dejando un espacio en blanco que empezó a mostrar destellos negros que se juntaron, formando una manecilla, la cual giraba a la inversa del curso del reloj. El chico, abrazado de Salty, y Salty, con cierto temor por lo que veía, simplemente se agarraron fuertes de lo que podían; el chico de Salty y Salty de su mochila, con el reloj adentro.
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