Cuarta parte: Una nueva posibilidad



Tras haber salido del mar, después un largo tiempo de descanso, Salty, Camilar y los latigueros restantes se dirigieron a Drityux, que era el lugar donde Camilar tenía sus oficinas, que era más un sitio en donde hospedarse que un lugar de trabajo. Los latigueros regresaron a un rumbo desconocido para Salty, mientras que ella iba con Camilar, quien pudo ocultarla para que nadie del pueblo distópico la detectase, pues era muy llamativa, no solo por el cabello, sino por las marcas en su cuerpo.

Caminando entre las calles oscuras, concurridas y repletas de suciedad, de Drityux, Salty y Camilar lograron pasar de entre la multitud a un edificio en especifico. Salty miró con detenimiento todo el lugar, encontrándose con pisos a medio construir, gente con mantos y harapos destrozados, violentos y bastante fríos, caminando muertos hacia un destino que le era completamente ajeno a Salty. Había puestos, como los que hubo en Emathem, solo que eran más sucios y con vendedores más antipáticos. Los edificios y las construcciones eran parecidas a las de los castillos de Emathem, solo que con más detalles, sin atalayas y siendo continuadas por otras columnas, como si se tratasen de los rascacielos que Chio le había nombrado. Muchas de las construcciones, sucias y cubiertas por una película de humo impenetrable, eran inspiraciones humanas.

- ¿Qué lugar es este? – Preguntó tenuemente Salty, tras que Camilar le aclarar que no podía ser muy indiscreta en su tonalidad de habla.

-Es Drityux. Es un sitio en el cual debo de actuar en función de los habitantes.

- ¿Por qué está tan sucio este lugar? – Salty señaló ese detalle.

-Eso es algo que está fuera de mis manos – Camilar lamentó, mientras Salty miraba los callejones extensos, las columnas con acabados en mampostería con personas merodeando moribundas y con rostros destrozados por algún tipo de enfermedad que no podría reconocer. Muchos de los vendedores eran ancianos o gente muy indiferente a los demás. La gente era temerosa en su andar y todos procuraban moverse en una sola dirección. Aunque Salty no supiera si eso hacía feliz a los habitantes de aquella ciudad, podía sentir la tristeza y el miedo que abundaba en el lugar. El suelo destrozado, con charcos de agua, la película de humo que había sobre de ellos, que hacía más agobiante el lugar no ayudaba en nada con aquella sensación.

-Es horrible – Reconoció Salty en silencio, siguiendo a Camilar, caminando y siendo cubierta por la manta que le había otorgado Camilar cuando reposó en las camas de la nave.

-Es aquí – Camilar reconoció la entrada hacia su oficina, más bien hogar, donde podrían descansar los dos. Tenía una puerta de madera, algo desgastada y cubierta de moho por la humedad. Salty y Camilar, tras que esta se trabara un poco y que la llave de Camilar no pudiera moverse correctamente, entraron tranquilamente. Camilar cerró con doble candado y una tabla de madera la puerta, con el miedo de que posiblemente pudieran entrar. No había luz en lo más mínimo pero Camilar pudo encender una vela, con la cual tanto Salty como él podrían subir hacia los pisos superiores. La escalera de caracol dirigía a una segunda planta, la cual estaba al desconocimiento de cualquier persona y solo accediendo a la escalera podría ser descifrado el misterio. Un techo por encima de ellos, que tal vez fungía como piso en la segunda planta, daba misticismo al lugar para Salty.

Al subir ambos por la escalera de caracol, sujetándose del tubo, Salty y Camilar llegaron a la segunda planta. La primera planta tenía un tono opaco y oscuro en su pintura, mientras que la segunda planta era una historia completamente diferente. Cuatro metros de diferencia eran remarcables en la habitación superior, o segundo piso.

-Aquí es donde yo trabajo – Dijo Camilar, mostrándole la segunda planta a Salty. Era como una enorme biblioteca con varios libros en un mueble pegado a una de las paredes, seguido de un escritorio frente a ella. A su costado había una chimenea con un cazo para cocinar. En el otro costado se encontraba el cuarto de baño. En frente del librero, había un enorme ventanal, el cual era no dejaba a nadie sin imaginación. Salty quería encender más velas, pero Camilar la detuvo.

-Espera a que esta oficina se posicione al menos en el tercer piso – Tras ello, con ayuda de un objeto que se encontraba en el escritorio de Camilar, que era una esfera con una corona de espinas, la oficina cambió de posición y como si se tratase de un objeto viviente, se elevó para dar paso a un cambio de posición. Salty, desde la oscuridad de la oficina tenuemente iluminada de Camilar, vio por el ventanal que la película de humo cubría lo que había en la superficie. Tras llegar al tercer piso pudo mirar con más detenimiento otros ventanales, aunque estos estaban cubiertos por una cortina o manta, que no dejaba a ver nadie absolutamente nada. Unido a ello, mirando hacia la calle, Salty miró la película de humo, que recubría a la misma y no hacía posible ver lo que había arriba de los mercaderes y clientes de la calle. Aledaño a las estructuras, habían enormes pilares que, como monolitos, se mantenían vigilando fríamente la parte superior de los pilares, columnas y torres de los habitantes de aquella ciudad en decadencia.

-Vaya – Salty estaba genuinamente sorprendida.

-Si – Camilar se acercó a ella – Es un sitio agradable cuando lo miras desde otra perspectiva.

-Si... ¿Puedo encender más velas?

-No será necesario – Camilar, con tranquilidad movió a Salty del ventanal enorme y lo cubrió con una enorme cortina. Seguido de ello, Camilar, con aquella esfera, activó un mecanismo que encendió varios candelabros que había en toda la habitación. Salty pudo darse cuenta de más cosas, como que la escalera de caracol ya no estaba presente y que había una escalera normal cercana a chimenea, que parecía dirigir a una especie de cuarto superior, que era oscuro y le causaba cierto temor a Salty.

-Oye – Camilar sacó de su trance a Salty – Creo que necesitaré que te tomes un baño.

- ¿Por qué? – Preguntó Salty.

-Tienes mucha suciedad y no quisiera que...

-Ensuciara tu humilde lugar de trabajo.

-No – Camilar se dirigió a su escritorio, donde dejando la esfera, tomó una pequeña caja, que al abrirla, tenía vendas, curitas, hilo para suturar heridas y algunos medicamentos y ungüentos – No quisiera saber después que tienes una infección. Tengo algo de ropa si te es necesario, Salty.

Salty se sorprendió con aquella ayuda por parte de Camilar.

-Gracias... supongo – Salty miró con detenimiento y nerviosismo a Camilar.

-No es necesario que me agradezcas. Son las bondades que las nuevas instalaciones humanas nos proporcionan a los Plutonianos.

- ¿Plutonianos?

-Si... Moore nos dictaminó que, si pertenecemos a este pequeño planeta, aunque no fuera realmente nuestro el nombre, debíamos llamarnos, así como especie.

-Oh... Ya lo veo – Salty, algo confundida por la marea de información y conocimientos que estaba adquiriendo, simplemente entró al cuarto de aseo, donde Camilar, antes de que cerrara la puerta, le pidió que esperara, solo para otorgarle algo de ropa y una toalla para secarse.

-Toma – Dijo Camilar con total hospitalidad – No quisiera que te enfermaras.

Salty, al mirar eso, le preguntó a Camilar.

- ¿Por qué haces esto?

-Tu me salvaste la vida, Salty – Camilar después de ello, se alejó de la puerta del cuarto de aseo – Es lo menos que puedo hacer. Te dejo. Y cuando termines quiero revisar tu cuerpo para descartar cualquier herida grave que tengas.

Salty, al escuchar eso, se sintió incomoda, pero notó que Camilar no tenía ninguna intención detrás de ello. Era algo torpe incluso, pues antes de sentarse en su escritorio, había chocado con el mismo y casi se desploma al suelo.

-Oye – Salty volvió a llamar la atención de Camilar, quien rápidamente respondió al llamado de Salty.

- ¿Si? – Camilar tenía sus lentes y casi los rompe por chocar de nueva cuenta con el escritorio.

- ¿Tienes esas cosas que son para cortar?

- ¿Cosas?

-Si – Salty hizo una seña con su mano con dos dedos como si fuera una especie de boca de cocodrilo, abriéndola y cerrándola, y haciendo un sonido de siseo con su boca.

- ¿Hmm? ¡Ahh! Unas tijeras me dices ¿Verdad?

-Si – Salty se sorprendió de que, aunque Chio le hubiera inculcado esos conocimientos, ya no recordaba muchas palabras.

Camilar fue hacia su escritorio y, sacando unas tijeras de uno de sus cajones, se las otorgó a Salty, quien tras recibirlas y agradecerle a Camilar, cerró la puerta del cuarto de aseo y se dispuso a darse un tiempo para ella sola.

II

En la calma del agua caliente, que no había sentido en muchos años, se sentó en la bañera, que estaba no solo aromatizada con velas con hedor a vainilla, sino que tenía sales en el agua. Logró lavarse un poco y quitarse la suciedad de todo el cuerpo. Desprendiendo las vendas de su pecho y su entrepierna, fue muy incomodo sentir como estas se iban lentamente, pues parecía que se adhirieron a su cuerpo. Esto hizo sentir más incomoda a Salty, quien asustada por haber contraído alguna enfermedad, miró detenidamente. Solo estaba algo rojiza la zona donde hubo antes vendas.

Se limpió bien esas zonas y todo su cuerpo, incluyendo su cabello. Conforme pasaba el tiempo, el agua rosada y traslucida pasaba a un tono pálido y era opaca, por la suciedad que de años pasados ella había adquirido. Relajándose un poco, miró con detenimiento toda la habitación de aseo personal. Había un espejo oval en frente de ella, donde se encontraban varias fragancias en frascos de cristal, que según Chio se llamaban perfumes. También había un pequeño mueble con toallas para secarse. Un hueco por el cual hincarse y hacer sus necesidades reposaba arrogantemente a lado del espejo oval. El suelo era una enorme extensión de lo que era una alfombra, con mucha lana de oveja recubriéndola. El color de la habitación de un tono verde claro, verde esmeralda, y era bastante simple en cuanto apariencia, pues lejos de ello, era un sitio extenso pero sin mucho detalle. Los candelabros, al igual que la habitación principal, tenían mucha luminosidad.

Al terminar de reposar, Salty salió de la bañera y notó que en su cuerpo había varias heridas que cicatrizaron, pero otras estaban algo recientes. En especial aquellas de su espalda por los latigueos constantes en las galeras. Con tan solo mirarlas, sus reflejos nerviosos le hacían sentir un ligero tirón, que era un dolor agudo aunque reducido.

-Como duele, maldita sea – Dijo para sus adentros Salty.

Tomando la ropa que Camilar le entregó, se vistió. Su vestimenta era un pantalón de minero, algo sucio, pero realmente confortable, con tirantes, los cuales se puso Salty por debajo de una camisa o camiseta de color lavanda. Con ello, un par de botas algo grandes ayudaban a evitar que el pantalón de minero se cayera en el suelo. Al terminar de ponerse las prendas, notó que tenía nada con lo cual cubrirse la entrepierna y su pecho, por lo que, como pudo hacerlo, lavó las vendas que habían cubierto su cuerpo durante mucho tiempo. La bañera, pese a lo sucia, pudo limpiar y purificar la apariencia de los vendajes, los cuales tras ello Salty los dejó secar, colgándolos en la agarradera aledaña a la bañera, para quienes necesitaran sostenerse.

Salty, al ver que se tardaría bastante en secar, se acercó al espejo oval de Camilar y, tomando las tijeras, no sin antes secar su cabello, sacudiéndolo de lado a lado. Esto salpicó un poco las paredes, aunque logró su cometido. Salty tomó una toalla de las que se encontraban allí y secó con tranquilidad su cabello. El rojo de su melena larga seguía siendo intenso, pese al paso de los años. Tomando sus tijeras y recordando un poco sobre su pasado, decidió que debía volver a ser ella misma. El cabello, junto a la ropa, serían su única forma de hacerlo posible.

***

-Si hago esto y esto... Seguramente nunca me encontrarán – Camilar estaba generando una estrategia para escaparse de los oficiales de Moore en caso de que lo tuvieran que capturar por la derrota contra Githus, el reino de las nubes. Era aterrador en un estado completo aquello.

- ¡Maldita sea! ¡¿Cómo puedo engañar a Moore?! – Camilar se alarmó - ¡Soy un fracaso como líder!

Agobiado, Camilar levantó la mirada cuando Salty abrió la puerta del cuarto de aseo. El cabello alargado de Salty fue cambiado por un corte pequeño, circular, con el fleco en frente y las zonas restringidas. No era un corte de militar, sino más bien un cabello corto. Su cabeza parecía, de lejos, una paleta roja de caramelo.

-Oye...

- ¿Qué ocurre? – A pesar de todo, Salty todavía tenía un tono serio y severo con quien le dirigiera la palabra.

-Es solo que... – Camilar se había sonrojado - ¿Tienes alguna herida que deba de tratar?

-No realmente – Salty le había respondido a Camilar, pero tan solo sentir como la camiseta lavanda tocaba sus heridas de latigueo, le hizo declinarse en la mentira – De hecho, si quisiera que me ayudaras.

-Está bien... ¿Dónde tienes tus heridas?

Salty se sentó de espaldas de Camilar, levantando su camiseta y mostrándole la espalda, de la cual retiró los tirantes del pantalón de minero y las vendas que cubrían su pecho. Camilar, a pesar de las varias marcas, que formaban varias cruces y todavía tenían sangre fresca, no pudo dejar de apreciar la fuerte espalda de Salty. Con sus gafas y la caja con varias tiritas, gasas para cubrir heridas, junto a un poco de alcohol etílico y toallitas para limpiar la sangre y descartar cualquier infección, comenzó a trabajar en curar las heridas de Salty.

- ¿Te puedo hacer una pregunta, Camilar? – Salty distrajo a Camilar, pero este no se vio encolerizado, sino inclusive interesado.

-Completamente – Camilar se sorprendió por aquella tranquilidad, pues a pesar de ser la misma persona, su semblante y su voz habían cambiado, a unas menos severas.

-Bien... ¿Sabes que ha pasado con la academia del bosque Krugther?

- ¿La que existía en el centro del bosque? – Esto hizo sentir algo de reflujo a Salty, quien con acidez en el estomago asintió con la cabeza, haciendo que Camilar continuara hablando – Al parecer... No se ha sabido nada sobre ella desde que Moore arrasó con todo. Ya no es como la recuerda la gente, pues el jedricés ha desaparecido, y solo quedaron las carreras de medusas de aire.

-Espera... ¿Cómo sabes del jedricés?

-Está en los libros de historia, y también hablan sobre Pamyt Gaaver. Todas esas historias de una lucha contra un pueblo orpimido y cínico me hacen creer que puede haber un mundo mejor; mejor que esto.

- ¿Qué?

-Si... Verás. Yo intento gobernar este sitio, tratando de hacer la diferencia, pero realmente puede que jamás logre tal cosa. Es algo complicado tratar de decirlo de forma sencilla. No quisiera que mi mano fuera la que elige quien vive o muere, o la encargada de dañar a otros... Podré saber sobre Moore, podré ser un miembro de sus gobernantes, pero no pienso como ella. Me da miedo hablar sobre esto con la gente, inclusive con mi padre, quien parece ser muy devoto a ella – Camilar había terminado de tratar las heridas de Salty – Ya puedes ponerte tu ropa.

Salty se sorprendió por aquellas declaraciones. Primero no supo como reaccionar a la desaparición de colegio en el cual había estado muchos años en su infancia. Las instalaciones, los pasadizos revoltosos y muchas más cosas que venían como un tropel inevitable a su mente solo le hacían sentir un vacío más grande que nada, sin embargo, la duda mayor era para ella algo que le preguntó a Camilar.

- ¿Por qué me confías esto? – Salty se dio la vuelta y miró a Camilar, tras ponerse el vendaje en su pecho y cubrirse con los tirantes y la camiseta lavanda.

-Tienes un alma fuerte pero bondadosa. No quisiste matarme y tampoco escapar. Eres alguien con una convicción por vivir, de no ser así posiblemente hubieras muerto en la nave junto a mí, si no me hubieras salvado. Tu semblante... – Camilar puso una tirita en la mejilla de Salty, la cual tenía un raspón – Pese a tu firmeza no eres mala, solo has tenido mala suerte.

- ¿Tu que diablos sabes sobre mí? – Salty se defendió de Camilar, volviendo a aquella dureza que tuvo al salvarlo del mar.

-No se nada sobre ti... Solo digo lo que percibo, principalmente por lo que pudo significar saber del pueblo de Otoño.

Salty silenció su voz, antes de decir cualquier cosa. Sus ojos estaban algo humedecidos, pues no pudo expresar su tristeza al saber que todos los habitantes de ese pueblo, de Emathem, y quizá de la academia, quienes habían sido su razón y determinación para vivir, posiblemente habían muerto.

-No pienso hacerte daño, Salty – Camilar vio con sus ojos directamente a Salty, quien sintió sinceridad en su mirada. Eso no le causaba ningún tipo de calma. Sin embargo, algo dentro de ella le hizo volver a sentir ese aislamiento, frialdad y completa inexpresividad. No quería ser sensible frente a Camilar.

-Se que no lo harás... - Salty, volviendo al tono frio y desconsiderado.

-Entonces...

-Porque yo no permitiré que tengas armamento en mi contra, Camilar. No quiero ser petulante. Solo no quiero decirte nada.

Camilar, con detenimiento y cierto temor, volvió a mirar a Salty. No parecía ser aquella chica con ojos de niña que había librado un poco de su humanidad. Su semblante era duro, era fuerte, aunque con algo de perturbación.

-Lo siento.

-No te disculpes, Camilar. No has hecho nada malo. Y agradezco de sobremanera que me hayas dado ropa y que trataras mis heridas.

-Es un placer, Salty – Dijo Camilar, posterior a ello se levantó de donde se había sentado para curar a Salty – Acompáñame al piso de arriba, por favor.

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