Cuarta parte: ¡Qué la historia os juzgue!
Al momento que decidió dirigirse hacia una dirección desconocida, Salty sintió algo dentro de ella. No era determinación, no era algún tipo de motivación o siquiera perseverancia. Era distinta a la mayoría de las sensaciones que había experimentado; o al menos, no la sentía totalmente familiar; era distante la relación de ese sentimiento con su sensación al ver los reinos aledaños a la pradera.
-"Esto se ha vuelto genuinamente anormal" – Pensó Salty – "No recuerdo ni reconozco nada, ¿hacia dónde me deberé dirigir?"
Salty, al principio sintió que había llegado a otro mundo, a otro planeta. Nada se parecía a algo que hubiese visto antes. Tal vez la pradera le recordaba a los alrededores del pueblo de otoño, sin embargo, ese pueblo era tan distante como su niñez, y todos los rostros que quizá ya no volvería a ver jamás; ella no parecía ya dolerle esa reflexión, pues al pensarlo, ni siquiera un punzón en el pecho se produjo en ella. Solo miró a lo que iba a venir.
- "Tal vez esta sea una oportunidad" – Salty pensó, aunque no parecía estar segura. Buscaba algún tipo de señal que e dejase la naturaleza; las nubes, deformes, esponjosas y firmemente vagantes, en su parsimonioso andar, daban al norte; el viento del pasto, las hojas, flores y resto de vegetación debajo de sus pies dictaban el sur; el flujo del viento, la brisa, que chocaba con su piel, otorgándole frescura y un sentimiento de libertad, oscilaban entre la derecha y la izquierda. Salty sentía la naturaleza en su cuerpo, y la notaba con firmeza. No pensaba desistir, aunque tampoco se sentía segura por lo que fuera a enfrentar; debía verlo por sí misma.
Siguió su destino por donde las fortalezas coexistían, esperando quizá, que quizá solo eran coartadas tenebrosas, y no algo verdaderamente adverso. Dejó de pensar en lo que fuera necesario creer, sintiendo el viento en sus brazos, su cuello y frotando su cabello, corto y colorado. Apreció el silencio y sus pasos del pasto siendo resquebrajado por sus pies. Miró con detenimiento las botas que le había ofrecido Camilar, las cuales eran cafés y con felpa saliendo de la parte superior. Tenían dobles seguros y broches, en los cuales, Salty había puesto toda su fuerza, para que no se despegaran de sus pies. Estas botas le recordaban mucho a las que llegó a usar cuando era niña... antes de ser raptada.
***
- ¡Zylterham! – Camilar gritó hacia una dirección especifica en un pasillo extenso, donde los ladrillos estaban bien apilados, casi paralelos a la pared contigua. El suelo era de mampostería, con piedras de colores varios, aunque opacos. La iluminación se basaba en lámparas de plasma, que tintineaban en una agonía que no se detendría jamás. Zylterham, un joven de la misma edad que Camilar, con ceguera y ojos neblinosos, escuchó el eco de la voz del desesperado ser de cabello castaño.
-Oh, Camilar – Dijo Zylterham con un tono calmo - ¿Te has dado cuenta de lo que significa lo ocurrido con el reino de las nubes?
-Si, lo entiendo, por favor...
-Déjame hablar, idiota – Zylterham estaba ciertamente irritado, aunque no molesto en un todo. Levantó su mano, mostrando su enguantada palma hacia el rostro de Camilar – Genuinamente intenté defenderte, sin embargo, con el cargo en tus manos, no has hecho sino despropósitos; rabia me ocasiona que tu padre deba ser quien intervenga por ti.
-Mi padre... ¿Y cómo está él? – Camilar se perturbó ante la declaración anterior de Zylterham.
-Nada bien... O al menos, no tan tranquilo como yo – Zylterham suspiró – Siempre, y tu sabes, he velado por ti, y tu padre sabes que estará ahí. Nosotros te apoyaremos. Ten por seguro eso. Pero no podemos hacer tu labor.
-No... Es que...
-Entiendo que no quieres ser un líder – Zylterham sostuvo los antebrazos de Camilar con fuerza, desesperado y sujetándolo con tanta fuerza que logró lastimarlo, causando que Camilar soltara un ligero gemido de dolor - ¡Aun así entiende que, si no te cuidas...! ¿Sabes que le ocurre a las personas que no hacen caso a las exigencias de... ya sabes?
-Moriré... No necesitas decir-
- ¡Entonces ya has algo! ¡Sea una estupidez, pero hazlo!
-No puedo solo hacerlo.
- ¿Acaso te pedimos que tires la fortuna de tu familia?
-No.
- ¿Te estoy pidiendo dinero acaso?
-No.
- ¿Acaso quieres que comience a actuar como un soquete e insulte a quienes te importan?
-No. No has ni harías nada.
-Entonces... ¿Qué te detiene?
-Es que... ¿No puede haber otra manera?
-Camilar... - Zylterham soltó sus antebrazos y puso sus manos en los hombros de Camilar – Si no eres capaz de hacerlo... Irán por tu padre. Yo soy harina de otro costal. Tu padre es quien realmente es lo que te queda por proteger.
-Lo sé... No quiero hablar de eso...
-Tu madre... Estaría orgullosa de ti, por el valor que tienes para no hacer lo que se te ha encomendado... Pero ella ya no está aquí – Zylterham logró romper a Camilar, haciendo que, con el rostro pálido y muerto de el chico de cabello castaño, lentamente se frunciera y las lágrimas comenzasen a salir. Zylterham sintió aquello y puso sus manos en el rostro de Camilar, limpiando sus lágrimas.
-No quiero hacerlo, en verdad... ¿Si la historia juzga mal mis actos?
-Amigo... Nacimos condenados... ¿Qué clase de destino nos espera a quienes no elegimos nacer en donde se nos ha otorgado recoveco?
-No quiero ser así... No deseo ser-ser-serlo – A Camilar le era difícil maniobrar las palabras.
-Nadie desea esto – Zylterham soltó a Camilar y se dirigió a una dirección oscura, del pasillo extenso y de ladrillos – Sin embargo, donde nos tocó estar, es donde debemos perseverar. Aunque a veces, por más que uno lo deseé, no quiera fungir de ahí... Piénsalo Camilar.
Lo que restó de aquella conversación fue silencio, silencio puro, donde Camilar no quería hacer ese "algo" que debía hacer. No obstante, las elecciones que hacemos, no se basan en nuestros deseos; son nuestros miedos y el temor a intransigir las ordenes lo que nos hace tomar la vida que elegimos; inclusive, la vida que se nos fue otorgada.
Camilar se dirigió en dirección opuesta, distanciándose más y más en la oscuridad, del centro brillante del pasillo.
Las horas pasaron. El reloj del tiempo fue lentamente corriendo, lentamente marcando los minutos, los segundos y los momentos, donde los habitantes de Drityux, sintiéndose igualmente cohibidos en la miserable ciudad sucia, decadente y solitaria, miraban al cielo, neblinoso, que gobernaba sobre sus cabezas. Sin embargo, algo había despertado el interés de los habitantes.
Un mercader, como los varios que había en la extensión, comenzó a toser, toser tan fuerte que parecía que el alma le iba a salir del cuerpo, que todo su ser se iba a desprender de sus órganos. No obstante, fue lo más pacifico que tuvo aquella tos. Tan rápido que la tos se apoderó del mercader, sus intestinos emergieron de su boca, desprendiéndose de su cuerpo y cayendo al suelo húmedo, sucio y frio de Drityux. Los habitantes miraban consternados este maldito suceso. Sin embargo, no solo fue una expulsión de órganos. Sus huesos, al igual que los órganos, emergieron de su boca, desprendiéndose de su cuerpo. Estos huesos se hacían lentamente líquidos tras tocar los órganos.
El cuerpo hueco del mercader, sin ojos, sin dientes, sin lengua, con la piel pálida y muerta, intentaba moverse, inclusive sin nada dentro de sí. Tambaleaba en su caminar, que era torpe y lento, a la par que intentaba llenar su interior con lo primero que encontraba. Tomó del suelo parte de sus órganos e intentó meterlos en su cuerpo, pero le era inútil. No tenía voz para gritar, sin embargo, apertura su boca para reflejar su miseria.
El primer hombre maldito había perecido por un mal que continuó con una mujer, con un niño, con un perro, y con varios de los habitantes de la ciudad destruida. Ellos estaban perdiendo sus órganos, desprendiéndose de su humanidad y convirtiéndose en sacos de carne vagantes, sin ojos, pálidos y sin nada en su interior, buscando rellenar su vacuo cuerpo. Los habitantes se sentían unos con otros, y aun así buscaban rellenar su interior con ellos. Varios desprendían trozos de carne del saco de pellejo que caminaba sin rumbo. Todos buscaban llenar su existencia sin sentido, no lográndolo.
Las bestias inmundas que en algún momento iban a emerger, aunque fuese por motivos más crueles, ahora eran animales sin consciencia siendo poseídos, por alguna enfermedad...
Lo último que se escuchó de todo, no fue el alarido silencioso y el golpeteo de las personas, frotándose, muertas e inconscientes, sino el tintineo de unas copas, en el interior de la oficina de Camilar, quien servía una copa de vino amargo de Hur, con tonos verdosos y amarillentos. Veía con tristeza y desolación lo que había debajo de ellos. Era ya casi de tarde noche, sin embargo, parecía ser que era de día, por el alboroto en las calles, donde solo había cadáveres andantes.
-Deja de ver ahí, Camilar – Dijo una voz vieja y rasposa.
-Lo siento padre... Si no tengo la posibilidad de elegir que hacer... Al menos deja que mi condena, de ver como todo se derrumba, me sea otorgada...
-Eres un hombre melodramático, Camilar – Respondió su padre – Tienes que tener el valor para enfrentar las cosas y no verlas.
-Eso sería cinismo, padre.
-Entonces deberías ser alguien más cínico. El mundo en el que vivimos no se ha hecho para pasionales misericordiosos; eres líder ahora, y debes tener el corazón de uno.
- ¿Debo ser cruel?
-Quizá sea esa la opción – Dijo su padre, antes de tomar su vino de Hur y disfrutar del frutal sabor, agrio pero dulce. Camilar, a través de un ventanal empapado por la lluvia, con las gotas derramándose lentamente en su pobre gente, solo notaba como lentamente su pueblo era consumido por la maldición de Byrthoum; un suspiro no sería suficiente para librarlo de la sensación que estaba carcomiendo su pecho; y el vino de Hur no sería suficiente.
***
Salty, tras haber llegado a una de las fortalezas, se dio cuenta que era solo un mural que le otorgaba una imagen impenetrable y le daba un aire tenebroso. En realidad, era una ciudad, una ciudad viva, habitada por personas varias. Era tan motivador y gratificante el encontrarse de nueva cuenta con personas reales; no seres extraños y no prisioneros.
Entre las calles, construidas con mampostería, siendo toda una amalgama de paredes grisáceas con piedras en ellas, había varios puestos, construidos con madera, donde había fruta fresca, siendo llamativa para las moscas; había varios habitantes, caminando y comprando lo que iba a ser su comida de la semana; carne, joyas y algunas prendas de vestir. Todo era un alboroto repleto de algarabía. No se veía, al menos ella no lo veía, desde que era una pequeña niña en Emathem, y en el pueblo de otoño.
Notando con tranquilidad las casas y las torres que había en el pueblo, se podría decir que era un lugar con una humildad notable, pues las pocas torres que había no tenían pináculos tan pronunciados, a la par que las atalayas eran pocas. La mayoría de los lugares construidos eran casas pequeñas, chozas donde convivían pequeños grupos de personas, y al parecer, un pozo en el centro de la ciudadela. Comenzó a caminar tras ver que no era un lugar amenazador, que las atalayas construidas y recubiertas por tejas de tonos castaños no eran terroríficas o tenían a algún soldado apuntando con un arco o ballesta.
Al seguir caminando, alguien tiró una fruta en el suelo, que al parecer estaba en mal estado. Salty, al notarla, rápidamente la levantó y comenzó a comerla. No había comido nada realmente desde que Camilar y ella habían salido de Drityux. Siguiendo sus pasos, evitando ver a las personas, que quizá la juzgaban en silencio, se acercó a una muchedumbre que estaba causando gran alboroto; ¿cuál será la sensación?
Salty se estaba aproximando al bullicio, a la par que disfrutaba de un durazno casi podrido, carcomido por moho. Ella gozaba del sabor dulce y agrio del durazno, a la par que notaba que era lo que llamaba la atención de las personas. Un hombre, vestido con una túnica verde, que estaba anunciando algo realmente importante para los habitantes de aquella ciudadela.
- ¡Habitantes de Oagyz! ¡Es de mi agrado informarles que el día de mañana llegará, desde lo más lejos, nuestra señora Vilhana! ¡Por tanto tiempo esperamos a que sus mensajes fueran solo una ilusión, sin embargo, entre cartas, ha dicho que regresará para compartirnos lo que ha visto afuera de Oagyz! ¡Preparen sus mejores ofrendas! ¡Guarden su fruta más dulce! ¡Contemplen el oro más brilloso! ¡Y tengan a los niños más bien criados! ¡Ella vendrá luego de viajar por todo el mundo!
Toda la muchedumbre se levantó, gritando y mostrando total devoción a quien era, hasta entonces, una gobernadora, o posiblemente una hechicera. No obstante, poco o nada pudo saber después de ello, pues uno de los habitantes de la ciudadela de Oagyz la vio, alejándola de la muchedumbre, mientras la tomaba de las manos; Salty no supo que ocurría, pero más pronto que tarde supo que pasó.
-No comas esa fruta podrida – Este hombre, de apariencia enfermiza, pero con un carácter afable, tomó su durazno casi terminado, aunque podrido, lo lanzó hacia una dirección lejana y le ofreció uno. Al ver esto, Salty quedó maravillada por su color, su textura y lo poco endeble que era, pues no se sentía repleto de líquido pútrido.
-No tengo con qué pagarlo, señor – Dijo Salty inocentemente.
- ¡¿No tienes?! – El hombre afable se convirtió en alguien consternado, que rápidamente arrebató la fruta de Salty - ¡Entonces no me hagas perder mi tiempo!
Salty, sin fruta pútrida y ahora sin un durazno para comer, solo pudo mirar detenidamente al vendedor de frutas, que entre risas y cierta cólera, solo veía de lejos, mientras se dirigía a su puesto, a Salty. Ella solo pudo decir una palabra:
-Imbécil – Salty dijo tras gruñir.
Aunque todo ello no hizo sino darle un nuevo cuestionamiento a Salty; ¿de quién se trata esta mujer Vilhana? ¿será acaso un espectáculo más cómo los tantos que ha habido, o será realmente algo valioso?
Lo único que podía hacer era discretamente quedarse en aquella ciudadela, por lo menos, hasta que aquella mujer regresara a Oagyz.
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top