Cuarta parte: Martillo solar


***

-Déjenla pasar – En una catedral oscura, únicamente iluminada por tenues velas, cuyo débil brillo chocaba con las esculturas de deidades e ídolos muertos, un hombre con una túnica de hechicero se encuentra adentro, preparando un libro que tiene encantamientos y escritos en idiomas poco entendibles. Su voz era algo sombría pero parecía ser afable a la vez; cómo la voz severa de un padre que reprende a su hijo, que a pesar de todo, le muestra amor.

La catedral tenía tres espacios vacíos, de un tamaño inmenso, los cuales no eran ocupados por nada. El techo y las paredes estaban hechas de ladrillos, los cuales daban un efecto hipnótico a quien sea que entrase o saliera.

Tras que diera la orden de que pasaran, un hechicero más joven, de cabello rubio, casi blanco, piel pálida y ojos azules, dejó entrar a una pareja de ancianos, que se veían sumamente cansados. Estos traían a una chica, de una edad parecida a la del joven hechicero, pero no tenía piernas ni tampoco tenía brazos. Su mirada era de rotunda desesperación, y no sabía que hacer; estaba asustada, posiblemente por que no conocía al erudito; el hechicero viejo.

El joven hechicero, vio con curiosidad, pero también con lástima a la joven sin extremidades. Notó que esto no era meramente una causa normal o perdida de nacimiento, sino que la gangrena había consumido su cuerpo por completo, quitándole esas partes y recorriendo zonas cómo el cuello y la nuca; ahí, marcas de la enfermedad, con putrefacción y carne molida liquida, daban a entender eso.

El erudito, hechicero viejo, decidió tomar su libro de anotaciones, sostenerlo y acercarse a los viejos, cuya vestimenta hecha de harapos, cómo la de la chica, le hizo entender que ellos no tenían muchos recursos, o eran nobles trabajadores que no podrían seguir cuidado a esa chica. Posiblemente pensarían que era una maldición, aunque no era del todo claro.

Acercándose a ellos, siendo bañado por la luz, el erudito de cabello oscuro, apariencia enfermiza, y usando un artefacto que aumentaba su vista, similar a las gafas modernas, mostró una apariencia noble frente a ellos. Con más confianza, los ancianos pudieron sentir consuelo en la calma del erudito, y también en el apoyo del joven hechicero, que no podía sino sentir curiosidad sobre aquello que pudiera hacer su maestro.

-Oh, señor Byrthoum – Dijo la anciana, desesperada, sosteniendo la mano del erudito, fría cómo la noche – Le imploro que me tenga misericordia y pueda decirme que ocurre con nuestra pequeña niña ¡Por favor! ¡Se lo imploro!

Byrthoum, el erudito, viejo hechicero, sostiene con afecto, pero con misericordia la mano de la desesperada anciana, mirando con detenimiento a la jovencita sin extremidades. Notó las mismas cicatrices que su estudiante notó, y pudo decirle algo a la anciana.

-Lo siento mucho, señora – Dijo Byrthoum con una voz apagada y con cierta melancolía – Pero su hija no se encuentra para nada bien. Ví sus marcas en su cuello y en su nuca. Ella no está bien.

-Dígame, ¿qué es lo que tiene, señor?

-Temo que lo que le diga pueda causarle más dolor que saber que no tiene escapatoria – Byrthoum dio un golpe furioso con sus palabras, perturbando inmediatamente a los dos ancianos.

- ¿Qué tiene señor, que es lo que afecta a mi niña? – Temió el anciano al escuchar el tono de Byrthoum.

-Su hija... está maldita. – Esto rompió a los ancianos que perdieron su postura, casi cayendo en el suelo, y siendo sostenidos por el hechicero estudiante, quien también veía con lástima a la joven sin extremidades. Los ancianos se lamentaban eternamente sobre lo que les habían dicho; "Oh dios mío", "¿Por qué dioses?" era lo que salía de sus clemencias y dolor. Lagrimas salían de los ojos de la anciana, una mirada de desesperación profunda provenía del anciano, y su mirada fría de lástima, tal vez falsa, era lo único que tenían y recibieron de Byrthoum.

-Se que es doloroso escucharlo... Pero es la verdad. Aunque puedo hacer algo para arrancar esa maldición de su hija – Byrthoum les propuso una idea, haciendo que ellos recuperaran su semblante agotado, más no derrotado. Sus ojos brillaron y vieron a Byrthoum cómo su única esperanza – Si me dejan a su hija aquí, podré curarla de su maldición, cómo también asegurarles que jamás volverá a enfermarse. Es una promesa que hago en nombre de los dioses.

El hechicero estudiante miró curioso, aunque más con duda lo que decía su maestro, cómo si algo no cuadrara en lo que estuviera diciendo. De cualquier forma, la persuasión de su maestro hizo que ellos pudieran confiar ciegamente en él. Byrthoum tomó a la jovencita, de aspecto enfermizo, de cabello castaño y ojos verdes pálidos, con ojeras, y se la llevó a un cuarto aledaño, en el cual solían ser resguardados los enfermos y afectados por encantamientos.

-Amaida, lleve a los señores de regreso a la entrada. Yo me haré cargo de la jovencita. Podrán volverla a ver cuándo mi joven ayudante los busque – El joven hechicero, llamado Amaida, llevó a los señores afuera de la catedral, esperando que su maestro no hiciera algo extraño.

***

Tras que la criatura se pusiera en posición de ataque, más su alarido proveniente de su máscara rota, que mostraba sus dientes esqueléticos y sucios, y que Salty pusiera firmemente su navaja frente a la criatura, esta embistió a la chica pelirroja con un azote del mazo de energía solar. Salty fue rápida y logró saltar a un lado, siendo apoyada por la onda expansiva del golpe en el suelo, junto a la energía solar. No eran rayos de luz eléctrica, sino energía meramente solar, de control del cosmos.

Salty miraba con admiración y con horror a aquella cosa, que se movía cómo una marioneta con su martillo, que podría expeler rayos solares, capaces de destruir el concreto aledaño en las paredes de la catedral. El martillo solar era feroz, cómo una criatura sin ningún tipo de conocimiento sobre el control. Era un perro rabioso con la apariencia de un ser humano, aunque, al carecer de piernas, no podía moverse adecuadamente.

Salty aprovechó esta ventaja a su favor, y decidió ser más rápida que aquella criatura, que solamente se movía de lado a lado, sin controlar sus pasos por la carencia de las piernas, golpeando con su mazo, sin lograr darle a Salty, quien en saltos, en esquives rápidos y usando las paredes de la catedral a su favor, era tan escurridiza cómo una lagartija. Desde su tiempo cómo esclava hasta ahora ha logrado perfeccionar su velocidad, sabiendo que de esa forma podría sobrevivir a lo que fuera; latigueros, mercenarios y criaturas impuestas a pelear con ella en el coliseo de Moore. Ella se estaba acercando a la espalda del martillo solar, la cual estaba expuesta, con la intención de apuñalarla con la navaja que le otorgó Camilar. Sin embargo, al perforar la misma y producir un sonoro chirrido ahogado en la criatura, energía solar, parecida a rayos eléctricos, logró salir, expulsando a Salty de la zona en la cual fue perforada.

Ella, tras esa explosión de energía solar, impactó contra uno de los ventanales rotos, que no tenía sino residuos de piedra en él, y su cuerpo sufrió una fractura en una de sus costillas, haciendo que parte de su pulmón se viera comprometido. Sin embargo, con suma fuerza de voluntad y escupiendo sangre, Salty logró recomponerse. Su navaja seguía intacta pero no parecía surtir efecto en aquella criatura.

-No lo entiendo... Hrrgg... ¿Cómo podré dañar a esa cosa? – Dijo en voz baja y adolorida.

Salty, al notar esto, supo que no tendría oportunidad de hacerle un daño significativo. Sin embargo, había algo que podía hacer, y notó que era una posibilidad. En el sueño, tras el golpe, miró las extremidades de la criatura con el mazo en rayos; estas estaban completamente corroídas por el tiempo, la degradación de la piel y parcialmente por alguna enfermedad.

- ¿Entonces así es? Ghghh – Salty, tomando un suspiro y sintiendo la perforación en su pulmón, logró hacer que, aquel dolor, le diera la fuerza y energía suficiente para poder atacarla. Durante sus años cómo esclava, no comprendió alguna motivación para continuar, hasta que, con el sufrimiento, con las cicatrices y las herramientas de castigo, encontró la suficiente fuerza para subsistir; el dolor la hizo más fuerte.

Tomando otro suspiro para sentir de nueva cuenta la costilla perforando sus pulmones, escupiendo sangre de su boca, vuelta grumos, comenzó a correr. Su paso entre los escombros que había dejado aquella cosa era veloz, vivaz, y sobre todo, imparable. No se podía detener en lo más mínimo, tampoco podía dejar que aquella cosa comenzara a notar su velocidad.

La bestia con aquel martillo imbuido en energía solar, al notar la velocidad de Salty, no dudó en atacar con todas sus fuerzas. Cómo un bebé con su sonaja, golpeteo y arremetió con el martillo contra el suelo, en un intento por lograr asestarle un golpe mortal a Salty. El primero casi logró aplastarla, pero ella saltó hacia la derecha, evitando el golpe, logrando usar las butacas de la capilla cómo apoyo. El siguiente impacto iba en dirección hacia la izquierda de la derecha. Salty logró rodar por debajo del alcance del mazo, para así, poder no ser compactada contra la pared. Salty no podía detenerse, por lo que la criatura, decidió dejar de lado su martillo, por la desesperación de que ella se estaba acercando, y usando su brazo, intentaría aplastarla.

El martillo había sido dejado de lado, ocasionando que la energía que tenía fuera purgada rápidamente. La mano de la criatura del martillo solar estaba repleta de rayos, y esta estaba a punto de aplastar a Salty. Sin embargo, logró avanzar lo suficiente para no aplastarla. Pero la onda expansiva fue poderosa, y Salty fue expulsada de nueva cuenta, chocando contra uno de los pilares de la capilla. La criatura miró de reojo a Salty, en el suelo, resintiendo el dolor del golpe, a la par que sangre salía de su boca.

-M-ma-maldita criatura... - Salty susurraba con odio y desprecio, no queriendo gastar energía, pues su cuerpo estaba adolorido. Aunque debiera continuar, el dolor era intolerable en un todo.

El ser del mazo solar había comenzado a reírse de forma enfermiza, con una voz similar a la de un demonio o parecida a la voz de las raíces del callejón de Oagyz. Salty no podía detenerse, aunque lo deseara. Con cansancio y soltando un grito de furia, se dirigió de nueva cuenta la criatura. Cómo estaba de espaldas, no pudo reaccionar rápido, y Salty, de suerte, logró subirse a su espalda y cerca de su hombro. Haciendo palanca con su cuerpo, empujando uno de sus brazos, usando la cabeza cómo apoyo, intentó quitar el brazo.

La criatura chillaba con fuerza e intentaba quitarse a Salty de encima, pero ella ya no estaba para juegos. La criatura intentó volver a usar su onda expansiva de energía solar, pero parecía ser que ya no le quedaba mucha energía. Con pataleos fuertes y entre quejidos, Salty logró hacer que la criatura perdiera uno de sus brazos. Este mismo, al caer, produjo un sonoro estruendo.

Mirando con detenimiento, Salty se dio cuenta que el brazo no era de carne, sino que era enteramente de metal, y que estaba colocado a la fuerza en su torso.

Notando aquello. Salty se dio la vuelta hacia el otro hombro, evitando caer, usando su navaja cómo apoyo en la piel de la criatura. Con la misma fuerza de antes, volvió a intentar retirar el brazo de la criatura. De igual forma, cayendo al suelo tras un impacto escandaloso, Salty pudo sentirse bien lograda, pero la criatura había logrado tener la energía suficiente, y con fuerza, utilizó parte de su energía solar, provocando otra explosión. No obstante, el efecto no fue el mismo, y el cuerpo de Salty quedó arropada por energía solar en su cuerpo.

Salty pegó un grito de dolor, tan estruendoso, que hubiera deshecho toda la capilla de no ser que estaba impregnada en la piedra o magma de un pasado anterior. Salty estaba estática por el dolor y la fuerza de la energía solar en su cuerpo, no obstante, con suma dificultad, logró levantar su navaja, y con un movimiento ágil, perforó la nuca de la criatura, logrando que esta se detuviera y la energía solar se hiciera menor, en cuanto a su aparición y su fuerza.

La criatura se derrumbó tras sentir el arma de Salty, y con ella, Salty también se desplomó. Su cuerpo estaba cubierto de heridas ocasionadas por las quemaduras de la energía solar y la perdida de sangre la había debilitado. El ver a la criatura en el suelo, por fin destruida, le causó un alivio gigantesco. Pero antes de descansar, debía ver que había en el interior de la máscara de aquella cosa.

Al desprender con fuerza la cabeza de la criatura, vio que esta era una máscara, que por el paso del tiempo tenía partes de la piel, trozos de la misma, venas y arteras, impregnadas en el oro. Cuando vio quien estaba detrás de la máscara, vio a un rostro irreconocible, con partes del hueso emergiendo, cómo los dientes y parte de su ojo izquierdo. La piel estaba en estado de putrefacción y su hedor era indescriptible; peor a carne podrida.

Dejando de lado su curiosidad, Salty retiró la navaja del cuello de la criatura, y para evitar que algo más pudiera ocurrir, sin pensarlo siquiera, cortó la cabeza de la criatura, sintiendo la espesa sangre antigua con trozos de lo que parecía un hongo. Al hacerlo, Salty solo dejó la cabeza de un lado. Su mirada sombría hacia la máscara de oro era reflejada por el mismo. Salty jamás se había visto a si misma a los ojos. Esto le hizo recordar algo que le había dicho hacia mucho tiempo Chio...

***

-Chio – Una pequeña Salty estaba buscando a su tutora Chio en la biblioteca del mirador invertido, lugar en donde residían los eruditos y hechiceros. En este mismo había una pequeña puerta, no tan arriba ni tan abajo, del final del mirador. Por ella, con el uso de tres monedas de oro brillantes, Salty pudo lograr entrar a la habitación. La subida por las escaleras no era mucha, y la entrada tampoco era compleja en lo más mínimo. Ver en los enormes ventanales de la biblioteca en espiral, con libros de todos los tipos y clases en las paredes, le daba una sensación de misterio y algo de miedo a Salty.

Al entrar a la habitación de las monedas de oro brillantes, la cual estaba completamente cubierta de un color anaranjado, miró a Chio, la cual estaba sentada en una mesa de color café, de madera oscura, con una taza de lo que podría decirse que era té, un pastel de canela, cómo los que solía hacer, y un libro de un idioma que no era conocido para Salty.

-Chio.

Chio, aquella mujer de porte solemne, pero calurosa con Salty, se dio la vuelta, y mientras tenía su túnica negra, miró con detenimiento a Salty, quien solo pudo tomar asiento. Las sillas eran demasiado altas para Salty, aunque no fueran tan grandes.

- ¿Qué haces aquí, Salty? – Chio preguntó con la misma preocupación y ternura de una madre - ¿No deberías estar en tu habitación practicando para tu examen de lenguas?

-Si. Pero tengo una pregunta para ti.

-Oh, ¿una pregunta pequeña?

-No, pequeña no. Una pregunta muy muy muy grande – Salty alzaba sus manos mientras decía el tamaño de la pregunta.

Chio sonrió con sinceridad y comenzó a acercarse a Salty, con una pequeña tetera, y una taza de un material flexible, que no pudiera romperse.

- ¿Quieres chocolate, Salty?

- ¡Si! ¡Si! – Salty saltó de alegría mientras decía que quería chocolate.

-Pero antes, quiero que me hagas esa pregunta.

-Ah... Si... Chio, ¿por qué no es lo mismo una mirada de los ojos?

- ¿Cómo?

-Si. Es que mi maestra de lenguas me preguntó cual era la diferencia, pero no pude decírsela. Me dio un tache por eso.

-Salty – La voz de Chio fue más severa, sin embargo, continuando resolviendo su duda, su tono se hizo más pacífico – Bueno, no te culpo por no saberlo.

Chio le dio su taza de chocolate a Salty, mientras le servía un trozo de su pastel de canela, que era parecido a un biscocho, solo que con suero de canela en el mismo, humedeciéndolo y dándole ese sabor exquisito.

-Pero... ¿Sabes cual es la diferencia Salty?

-No – Salty miró con curiosidad a Chio, escuchándola.

-Bueno Salty. Los ojos son algo que cualquiera de nosotros puede tener. Cualquiera de nosotros. Y la mirada, es algo que cada quien tiene diferente.

Salty miró dudosa a Chio, a la par que giraba su cabeza hacia su izquierda y levantaba una ceja, no comprendiendo. Chio sonrió y soltó una leve risa.

-Por tu expresión se que no me entendiste. Pero te lo diré así. Tres personas tienen ojos, idénticos. Pero uno tiene una mirada viva, sin profundidad y con sus ojos brillando. Eso quiere decir que él es feliz.

-Si... ¿Y los otros dos?

-A eso voy... Los otros dos tienen otras miradas. Uno de ellos tiene una mirada con los ojos secos, no brillosos, y con el ceño hacia abajo. Está furioso. Está cansado.

-Furioso... ¿Y que pasa con el otro?

-El tercero tiene la mirada con sueño. Sus ojos estaban cubiertos de una capa ennegrecida de agotamiento. También es una mirada sin dirección, solo viendo por ver.

- ¿Cómo es eso?

-Es una mirada de alguien muerto, pero que aun así no está muerto. Es cómo ver a un cadáver viviente.

- ¡Oh no! ¡Qué miedo!

-No Salty. No está muerto. Es solo la apariencia de que lo está.

-Entonces... ¿La mirada se diferencia de los ojos por los sentimientos de la persona?

-No solo sentimientos – Chio le dio su trozo de pastel de canela a Salty, y una cuchara de metal pequeña – Sino todo lo que hay detrás. Lo que piensa, lo que siente, lo que sueña y lo que no sabe nadie.

- ¿Lo que no sabe nadie?

-Lo que todos nos guardamos, Salty...

***

-"Lo que todos nos guardamos, Salty..." – Salty repitió estas palabras antes de sentir cómo su cuerpo perdía las fuerzas – Chio, si me vieras los ojos, estarías decepcionada de mí. Porque me convertí en el tercer sujeto. El de los ojos agotados... No quisiera que me vieras nunca más; nunca más, nunca más.

Cubriéndose su rostro con sus brazos, Salty sollozó tras ver el cuerpo de la criatura del mazo solar en el suelo, y con su cuerpo agotado, se puso en posición fetal y perdió el conocimiento.

***

En un pasillo oscuro, de piedra, perteneciente a las catacumbas de la capilla, únicamente iluminado por una antorcha, el joven hechicero, Amaida, caminaba curioso, buscando a su maestro, el erudito Byrthoum.

El lugar era sumamente oscuro, y solamente la antorcha podía iluminarlo. En ese pasillo oculto, en las catacumbas, lugar que nadie visitaba, era un sitio hecho para que Byrthoum pudiera hacer experimentos y lograr potenciar sus hechizos y encantamientos. Era un lugar hecho para Byrthoum y poco más.

La ausencia de Byrthoum hizo pensar a Amaida que se encontraría ahí su maestro, y su encuentro había sido largo y tedioso. Sin embargo, su búsqueda se vio interrumpida cuando, en el pasillo, escuchó el sonido de un grito ahogado, junto a jadeos. Estos provenían de la sala de encantamientos, donde su maestro solía estar tardes y noches enteras, revisando textos antiguos y experimentando nuevos conjuros.

Al tocar la puerta, Amaida preguntó.

- ¿Quién está ahí?

-Largo, joven Amaida – Contestó tenuemente la voz de su maestro, Byrthoum.

-No... Ese grito ahogado, ¿quién está ahí?

-No escuché nada ¡Ahora largo!

-No, voy a pasar – Con un tono severo, Amaida abrió la puerta, y lo que se encontró frente a él no podía sino ser lo más retorcido que se hubiera imaginado de su profesor.

Frente a él, sin ninguna vestimenta, estaban su maestro y aquella chica de apariencia enfermiza sin extremidades. El maestro Byrthoum había cubierto la boca de la chica con un trozo de manta, mientras ella forcejeaba, moviendo su torso.

- ¿Qué está haciendo?

-Largo Amaida, esto no es de tu incumbencia.

-Pues lo es en realidad... ¿Qué se supone que está haciendo?

-Amaida... ¿No lo entiendes? Esta es la clave.

-La clave... ¿De qué?

-De lo que he estado preparando. Mi más grande creación sobre lo que puede ser el origen de mis guardianes ¿No lo recuerdas? Mi precioso martillo del juicio solar.

- ¿Pero acaso quitarle la inocencia a esta pobre pequeña es su paso importante e indispensable?

-No me malentiendas, Amaida. No le quito la inocencia por placer... Lo hago por el mero hecho de que requiero de su espíritu.

- ¿Su espíritu?

-Si... Cuando alguien pasa por algo así... Pierde las ganas de seguir con vida, o vive solo para un motivo externo, sin un sueño al cual aspirar. Pierde su alma, pero también pierde lo que antes era ¡Y ella! – Byrthoum señala a la pobre chica sin extremidades – Ella está por morir por la gangrena.

-Ella tiene posibilidad de salvarse, ¿no?

-No la tiene... No la tiene en realidad... En algún momento morirá y será carne para perros y animales carroñeros, en la fosa de Asehrzul.

-Pero... ¡Pero debe haber algo que podamos hacer! ¡¿O acaso esa es la única forma de hacer algo?!

-Temo que es la única función de ella en esta vida. No hay nada que podamos hacer. Y morirá antes que cualquiera de nosotros ¿Piensas darle una muerte sin sentido o harás que ella pueda ser más que solo una esclava del mismo destino?

-De cualquier forma, no permitiré que la toque... Merece una muerte digna antes que un destino supuestamente milagroso.

- ¿Y qué piensas hacer Amaida? – Byrthoum miró con una sonrisa cínica a Amaida – Tu no puedes hacerme nada. Estoy protegido por tu hermana. Y por más dios que tu puedas ser... Sigues siendo un patético erudito a mi merced. No puedes tocarme por más que lo quieras, ¿te quedó claro?

Amaida, mirando con furia, pero, impunemente, deteniéndose en su accionar, decidió darse la vuelta, no sin antes darle una mirada de tristeza y arrepentimiento a la joven sin extremidades; ella la miraba con el temor de una niña en un bosque oculto.

-Lo siento – Antes de irse, Amaida pronunció esta palabra en tenue voz para la joven desamparada, antes de cerrar la puerta y solo dejar que los jadeos de Byrthoum y gritos ahogados de la chica resonaran no solo en el pasillo, sino en el interior de su cabeza. Sosteniendo la antorcha con su mano, la cual no había usado para atacar a Byrthoum, caminó de regreso, no sin antes dar una bocanada de aire muy grande; el sentimiento de coraje y cobardía recorría su cuerpo, pero el miedo, era lo único que había mantenido a Amaida con cordura durante su estadía con su maestro.

En el pasillo, lo último que se escuchó fue un alarido fuerte de la chica, de la cual le siguió un llanto, igualmente ahogado y sofocado por Byrthoum.

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