Cuarta parte: Dar paso al contraste
Salty y Camilar salieron tras que el día fuera anunciado por el brillo de un sol pobremente visible por las nubes. El firmamento era completamente grisáceo, aunque no había lluvia que cayera. Era solo un frio atroz, pero nada lejos de ello. Salty tenía la ropa que le había regalado Camilar y su cuerpo estaba cubierto por una túnica negra, que era más una capucha con capa.
-Salty. Antes de salir, debo de hablarte de algo importante – Dijo Camilar, igualmente preparándose para salir, con aquella misma túnica.
- ¿Qué es?
- ¿Has oído hablar de los oasicos?
- ¿Oasicos?
-Si, los oasicos.
-No... Jamás he oído hablar de ellos... ¿Qué son?
-No es algo que deba alarmarte... Solo quería estar seguro de que sabías algo de ellos. Nada importante si te soy sincero.
- ¿Estás seguro?
-Si.
- ¿Entonces por qué me preguntas?
-Nada en especial – Camilar sonrió un poco, cosa que hizo que Salty sonriera un poco.
Al salir, el frio los golpeó como si fuera una ventisca mortal. Los habitantes de ahí, pese a ser pocos, se cubrían entre ellos. Ninguno quería ver a nadie, siguiendo con aquella bestialidad individualista que los caracteriza. Varios de ellos tenían la mirada muerta, otros eran violentos, y la mayoría solo miraban al suelo. Estaban asustados, de eso no había ningún cuestionamiento.
-Salty, será mejor que me acompañes – Camilar llamó a Salty y ambos siguieron un camino hacia casi el final de los callejones de la ciudad infestada de seres muertos, que oscilaban entre su inmundicia. Salty miraba un pasaje desalentador para todo aquel que esperanza fuera su fuente de vida. En ocasiones, circunstancias como estas, acabarían fulminantemente con el alma de uno, sin embargo, Salty ha vivido y visto cosas inhumanas tantas veces que eso no le sabe a nada; no le muestra nada que no haya vivido. Solo son criaturas perturbadas.
Camilar y Salty llegaron al límite de la ciudad, en la cual se postraba una enorme columna de ladrillos negros, lejos de los habitantes y las chozas de venta y vivienda. Salty contempló al coloso monolito de marmoleo con curiosidad y mayor extrañeza. Era curioso en un todo. Entonces Camilar, sabiendo que esta sería su reacción, le preguntó.
-No sabes a donde vamos, ¿verdad?
-No.
-Bien, sujétate fuerte de la columna – Camilar se acercó a la columna de piedra y ladrillo, aferrándose a ella, con las manos y sujetando las piedras más expuestas. Salty intentó hacer lo mismo, sin suerte, cosa que Camilar ayudó a que pudiera hacerlo, dándole un par de guantes con protuberancias pequeñas en los dedos. Estas mismas podían causar que cualquier mano humana o humanoide pudiera adherirse a las paredes y a las piedras. Salty se los puso y pudo sujetar con fuerza la columna.
-Solo recuerda – Dijo Camilar – Si te sueltas, muertes.
- ¿Qué?
El pilar de piedra comenzó a desprenderse de la tierra y del resto de la muralla de la enorme ciudad, que era recubierta por el bien estar del publico. La sociedad externa a ella no podía saber que se trataba de una ciudad abandonada por cualquier esperanza. El pilar, al escapar, llamó la atención del pueblo, el cual fue desesperado hacia aquel lugar, donde el pilar se había desprendido, gritando y clamando por irse de allí.
- ¿Por qué son tan violentos? – Preguntó Salty mirando de reojo antes de darse cuenta que estaban volando, tanto Camilar como ella, sostenidos del pilar. Salty casi se resbala del susto, aferrándose como un gato a la piedra y teniendo los ojos sumamente abiertos, enrojecidos y aterrados.
-Te explico al aterrizar, Salty.
- ¿No debo de mirar hacia abajo?
-No lo hagas, si tienes vértigo y miedo a las alturas.
- ¿Por qué nos trepamos al maldito pilar en lugar de irnos de forma convencional?
-Porque si eso fuera posible, los habitantes saldrían corriendo de la ciudad, y eso es lo que no debo permitir. Mi labor como líder es procurar que nadie salga de la ciudad. Por más cruel que sea mi labor.
-Pero...
- ¡Cuando bajemos te explico o me voy a caer! ¡Y tu también!
Salty se alarmó no solo por el tono agitado de Camilar, sino por la declaración, honesta y turbia que ello tenía. Así que, con fuerza, aferrada como un gato cuando atrapa a una victima en un árbol, esperaron a que terminara el viaje.
***
Al llegar a su destino, Salty no tenía ni la más mínima idea de en donde se encontraba, pues pálida del temor ni el cielo parecía algo llamativo. Al lograr aterrizar, Salty pudo mirar en que lugar ella se encontraba, al igual que Camilar. La extensión era de todo menos algo convencional. Había un hueco en donde la torre de piedra que usaron para trasportarse encajó adecuadamente. Era enorme, con la tierra dentro de él completamente grisácea y un limite de tierra.
La extensión, al momento de notarla, se mostró completamente amarillenta. Las hiervas de aquella comarca eran de tonos amarillentos, castaños anaranjados e inclusive algunos resplandecientes en cuanto al tono del sol. Era anormal para ella que el suelo fuera así de resplandeciente. Acostumbrada a suelos sucios, demacrados y pútridos, con deshechos y sangre que vio durante sus años como esclava, esto producía en ella cierta calma. No es que hiciera mucho efecto para suprimir aquello que le causaba afección, pero hacía una gran labor por otorgarle algo de calma.
- ¿Qué te parece este lugar, Salty? – Preguntó Camilar.
-Ahora quiero que me respondas sobre porque los habitantes no pueden salir de la ciudad... – Salty se acercó a Camilar, quien ya había avanzado bastante camino desde que dejaron la torre que los trasportó. Ella se sentó en el pastizal amarillento y dorado, casi por completo. Tocó las hiervas, tocó el pasto venido de tierras lejanas y con un hedor a humedad tan característico de la tierra lluviosa. Se sentó sintiéndose una con el pastizal, pero siendo suficientemente ella para preguntarle a Camilar sobre aquella duda de los habitantes de la ciudad.
Camilar no quería responder, pues pese a lo importante de la respuesta para Salty, él prefería mirar al firmamento. En tonos azules entremezclados, se extendía un cielo maravilloso. Nubes esponjosas y disueltas, junto a un movimiento constante por el flujo del viento. Todo se sentía tan natural en aquella tierra lejana. A las afueras de la pradera, tal vez a dos o tres horas de caminata pacífica, había una barrera de piedra, que recubría a uno de los tantos reinos en la tierra de Plutón. Este tenía enormes construcciones de columnas, torres marmoleadas y construidas con un acabado tan remarcado y detallado que se podía ver de lejos. A instantes daba la ilusión de ser más edificaciones, pero solo eran unas pocas. La lejanía podía hacer maravillas con la perspectiva. Las atalayas anunciaban como se erigían con tal egocentrismo.
- ¿Sabes por qué hago eso, Salty? – Camilar suspiró – No puedo dejar que los habitantes de aquella ciudad salgan a más ciudades, a más reinos.
- ¿Cuál es tu razón?
-Es un tanto compleja, si es que se puede decir que es complicada de descifrar. No es algo normal, ¿sabes?
-No has resuelto mi duda. Y no importa si no es normal – Salty pasó su mano entre las hiervas doradas - ¿Qué te impide dejarlos libres?
-Su instinto animal. Ellos han dejado de ser humanos desde hacia tiempo.
- ¿A qué te refieres?
-Ellos son seres que no les importa tener que hacerte sufrir si ellos ganan algo a cambio. Son cínicos porque pueden hacer que las cosas no sean así de dolorosas para ellos, pero su indiferencia puede más que ellos. Mucho más de lo que crees. De lo que te puedes imaginar por completo. Es un tanto complicado siquiera definirlo, pero no es sencillo, no es sencillo en lo más mínimo. Creeme cuando te digo que no es algo que deba interesarte.
- ¿Acaso no tienen miedo?
-Ellos tienen miedo... Pero de si mismos. Yo no gobierno ahí. Solo tengo la labor de no dejarlos salir, para que su maldad no corrompa lo que venga. Son avariciosos, son crueles, son criaturas que tomarán cualquier oportunidad, la más mínima, para satisfacer sus necesidades, sin ver al otro. El mundo que tal vez tu conocías, de las oportunidades, del amor al otro y del deseo venidero de tiempos mejores, ha muerto, perecido con ellos. Son cobardes. Sin embargo, con el mínimo poder en sus manos serían tiranos, serían dictadores.
-No se si lo digas desde tu posición, o si realmente ves con tus propios ojos lo que realmente hay ahí.
-Hago lo mejor que puedo para preservar la paz. Hago lo que puedo, créeme cuando lo digo. Y no lo hago simplemente porque me sea sencillo dictar las cosas; solo cumplo mi labor.
Salty se levantó del pasto, sintiéndose decepcionada de Camilar, aunque en el fondo, también le costaba creer que las cosas eran distintas a lo que ella conoció. Era la segunda vez que veía con sus ojos lo horrido de su realidad, al igual que la segunda vez que Camilar le daba a entender que el mundo que la vio crecer ha muerto. Ella se levantó y se alejó de Camilar.
- ¿A dónde vas?
-Tengo que seguir mi camino – Salty dijo con voz firme – Se que me has ayudado más de lo que deberías, y no pienso detenerte o mermar tu mandato. Tienes labores más importantes que cubrir que dejar que una esclava altere aquel deber.
-No me molesta tenerte cerca.
-Pero yo quiero seguir... Sola.
-Oh... – Camilar se sintió algo triste – Es por lo que dije, ¿cierto?
-Eso jamás lo sabrás, Camilar – Salty se acercó a Camilar y le extendió su mano. Ella quería estrecharla, y Camilar, notando que no tenía salida ni siquiera para esto, la estrechó.
- ¿Te veré otra vez? – Preguntó Camilar.
-Si no he muerto... Tal vez...
Entonces Salty dejó a Camilar. Él quizá tenía cosas que hacer. Sin embargo, debía seguir él solo.
- ¡Espera! – Gritó Camilar, corriendo hacia Salty y causando que ella se alertara.
Camilar, al estar cerca de Salty, tomó del interior de su camiseta, un cuchillo del tamaño del antebrazo. Era algo largo y filoso. Estaba en una funda de cuero negro y tenía un mango hecho de un lazo y que podía sostenerse con un agarre al final; una extensión de lazo flotando.
- ¿Qué es esto?
-Tienes que defenderte, Salty.
- ¿Por qué?
-A donde sea que te dirijas... No te gustarán las criaturas a las cuales tendrás que ver cara a cara. Te lo digo de corazón.
Salty tomó el cuchillo con tranquilidad, aunque tampoco estaba segura de lo que Camilar le decía, pues era tan extraño y ambivalente como una criatura del bosque Krugther. Sin embargo, en aquella tierra, donde algún día tal vez vivió, pero ahora le era ajena por completo, cualquier ayuda que tuviera, debía recibirla con calma y humildad.
-Cuídate mucho, Salty.
-Igualmente, Camilar – Salty tomó el cuchillo, su presencia y se decidió a caminar a donde fuera posible llegar. La extensión era enorme y los paseos para estar en paz no podían esperar. Al mirar de nueva cuenta al cuchillo que Camilar le había otorgado, un recuerdo de su pasado como esclava había vuelto entre sus recuerdos. No era tan desolador como el primero que tuvo, no obstante si le ocasionó demasiada nostalgia por como este se manifestó. Fue la primera vez que había peleado con algo de forma real, por algo suyo, en este caso, por su vida.
***
Años atrás, cuando Salty había comenzado a ser adolescente.
En el coliseo de F. Moore, se propiciaba una de las tantas batallas entre criaturas y seres humanos, a veces alguna otra especie, incluyendo animales antropomórficos, los cuales se mantenían en total perplejidad al notar que tendrían que enfrentarse a seres mas grandes que ellos.
Entre todos estos contrincantes, de aquella ocasión, había ancianos, habían Thuys, habían mezclas extrañas entre humanos y animales, habían elfos, habían orcos, había de todo un poco, o al menos se asemejaban a aquellos arquetipos, pues sus nombres eran distintos, al menos en el caso de los orcos. Estos solo eran reconocidos como "elfos de las profundidades". La negruzca piel había adquirido ese pigmento por la oscuridad de las profundidades, y sus dientes, por la comida dura adquirieron esa dureza.
Fue entonces que, de los tantos presentes, había una esclava, de cuerpo débil, aunque marcado un poco, por los ejercicios que debía hacer siendo esclava. Tenía el cabello ennegrecido por la mugre y la inmundicia. Sus heridas habían cicatrizado, aunque algunas partes, con sangre, estaban todavía frescas, por los latigazos. Ella se sentaba a mirar desde las sombras. El viejo semblante de felicidad que la niña pelirroja tenía, había sido sustituido por algo más. Algo más siniestro. Sus ojos estaban ojerosos, su mirada pálida y sin brillo. Sus puños ya tenían callos en los nudillos, y su piel era dura, pese a lo delgada que era. Su rostro parecía estar marcado, por la falta de alimento, y sus dientes estaban sucios, amarillentos, sin embargo lograban sostenerse.
-Oigan, ustedes – Dijo un verdugo de F. Moore – Será mejor que ante la siguiente bestia tomen sus precauciones.
El verdugo soltó demasiadas armas y equipamiento. Había una armadura entera. Salty, al mirar esto y sabiendo que tendría que luchar, se acercó. Había de todo ahí. Cascos, yelmos, armaduras, pecheras, pantalones con mayas de acero. Botas de metal acorazado y demasiadas armas, desde lanzas, alabardas, espadas, cuchillos, y escudos.
Salty tomó una alabarda, que no era tan pesada, un escudo pequeño de acero ennegrecido, un yelmo con la cara descubierta, un par de pantalones de cuero con una maya, unos guantes de caballero, que eran sumamente pesados, y un par de botas. Se las puso tan rápido como pudo. Intentó tomar una pechera, pero fue interrumpida por un esclavo con los dientes caídos. Este le arrebató la pechera y solo quedó con todo lo demás puesto, y su pecho al descubierto. Este estaba algo afectado y con cicatrices.
La batalla en el coliseo estaba a punto de empezar, y ella debía prepararse si no quería que aquella desventaja le jugase en contra. Debía tener mucho cuidado. No había peleado realmente hasta entonces, pues había sido advertida un día antes por uno de los verdugos, que la mandoneó mientras ella remaba con las alas de los Getz en el aire. Estaba agotada como todos los demás, aunque tampoco es que realmente eso importara.
El coliseo era enorme, idéntico a lo erigido por los antiguos romanos, que había visto solo en las historias y libros que Chio le otorgaba. Todos sentados alrededor, gritando, clamando, por la muerte y la destrucción, como mero entretenimiento. Nada sorprendió a Salty, pues siempre ha sido así, desde que fue secuestrada en Emathem.
La batalla estaba por comenzar y un grito proveniente de las lejanías anunciaba la presencia del gran Kath, quien en ese momento controlaba la comarca en donde el coliseo de F. Moore se encontraba. Fungía como El Cesar de los romanos en aquel lugar. Parecía ser que F. Moore tenía más influencia humana que un humano normal, de la tierra.
- ¡Oh, habitantes la tierra de F. Moore! ¡Les otorgamos, con orgullo, la decimo sexta disputa! ¡Entre los habitantes de Plutón, y las bestias del mismo! ¡¿Quiénes serán más fuertes para apropiarse de este lugar?! ¡Solo ustedes presenciarán la ley del mas fuerte en esta ocasión! ¡Que empiece el duelo!
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