Cuarta Parte: Bestias y espectáculo


Las puertas rejadas de la fortaleza tenían guardadas bestias de todos los tipos, incluyendo falsas mezclas entre animales que se asemejaban a especies ya extintas. Muchas de ellas eran un recuerdo vago de Salty, entre las cuales estaban Getz deformes, los cuales simplemente no podían ni siquiera moverse tranquilamente.

Las bestias eran libradas en el coliseo, a la par que los guerreros, prisioneros con armas y armaduras viejas, eran llamados para pelear, por el entretenimiento de todos los presentes. El primero en ser librado fue un hombre, un hombre que recordaba con cierto desprecio Salty. Este hombre será calvo, más bien tenía la cabeza rapada, y fue uno de los tres que la habían obligado, hacia tantos años, a asesinar a un perro para comerlo. Ella no podía sino sentir un deseo interno por algo que era profano.

El prisionero iba a pelear con la monstruosidad deforme de los restos que eran un Getz. Este mismo ya no tenía ojos. Sus alas estaban destrozadas y su piel era pálida, naranja pero pálida. Era una moribunda criatura que iba a contra atacar a el esclavo con la cabeza rapada. Ese mismo estaba temblando, por completo, ante el ser necrótico que estaba frente a él. El Getz deforme se comportó como un animal sin consciencia, atacando con sus garras, fundidas con restos de metal. Su estómago estaba abierto, con restos ennegrecidos de órganos.

El prisionero se abalanzó hacia el Getz deforme, el cual tan rápido como lo sintió cerca, levantó su garra de metal fundido, encarnada en su piel enfermiza, y con un tajo precipitado, partió en dos al prisionero. Ambas partes cayeron al suelo, mientras que la sangre salía de la división, manchando la arena del coliseo.

Salty, viendo esa escena, al igual que la población del coliseo, aplaudió, aunque ella fue en silencio. Los prisioneros, estaban pasmados, alterados y sumamente perturbados, mirando en silencio, luto y temor profundo; los espectadores, gritando, aplaudiendo y lanzando restos de fruta al cadáver del prisionero; y Salty, pese a todo, no pudo evitar tener una sonrisa pequeña. No se extendía de mejilla en mejilla, sin embargo, en su interior, era lo mejor que le pudo ocurrir.

Nadie notó la felicidad de Salty, a excepción de una prisionera, que al igual que ella, tenía una emoción ahí, solo que ella estaba más asustada, con sus ojos pálidos, cabello grisáceo y piel desgastada; la misma anciana que la había obligado a darle sus pertenencias por un trozo de carne, ahora temía por la jovencita, quien ya no era tan jovencita realmente.

Los siguientes prisioneros fueron llevados a la fuerza hacia el centro del coliseo, todos pereciendo frente a las criaturas que fueron lentamente llevadas allí. Entre ellas estaban monstruosidades, como basiliscos mezclados con restos de otros prisioneros, también humanos-rana que estaban armados con lanzas y apuñalaban a los prisioneros. Pese a todo, no fueron derrotados los prisioneros. Muriendo varios, los cuales estaban esparcidos por toda la arena, con sangre y órganos expuestos, manchando el sitio de combate.

Las criaturas perecieron por su instinto bestial, y los humanos, pese a ser pocos, sobrevivieron por su instinto creativo y estratégico. Todos ellos, dentro del miedo a morir, fueron capaces de darlo todo, después de una vida de indiferencia y cinismo. Fue entonces, que tras estar vivos unos pocos, con los cadáveres de humanos y bestias en toda la arena, el anuncio de la ultima bestia de la ocasión fue hecho por el verdugo, que fungía como el Cesar.

- ¡Abrid paso a el dragón retorcido!

Tras ello ningún alma supo cómo reaccionar. Ni los presentes en todo el coliseo que eran espectadores, así como tampoco los prisioneros restantes. Sorpresivamente, al abrir la puerta más grande del coliseo, emergió, tras un rugir y aliento caluroso, un enorme dragón deforme, junto con el cual, una cadena ensangrentada con restos de otras bestias, salió de la misma. Sin embargo, no era lo único llamativo, ya que, en el centro de su pecho, emergían ciertas ramificaciones, similares a tentáculos. Sus escamas eran verdosas oscuras, su cabeza estaba deforme, con varios dientes de fuera y la boca enrevesada. Sus ojos eran blancos, pálidos. Y no tenía manos o brazos. Sus halas estaban rotas, y sus pisadas eran torpes, pero las ramificaciones de su pecho eran letales, pues desprendían un veneno corrosivo, que derretía cualquier tipo de parte del cuerpo. Un cadáver que estaba debajo de este, al ser tocado con el ácido de ese veneno, fue diluyéndose lentamente, hasta convertirse en solo una masa rojiza deforme.

Los prisioneros, al mirar esto se sintieron no solamente perturbados, sino también escabrosamente afectados. No sabían de que forma lidiar con una monstruosidad de aquella magnitud. Y tan rápido como esto se presentó, todos salieron disparados, corriendo con ferocidad hacia el interior en donde estaban los que no habían salido a pelear, cosa que fue en vano, pues el dragón retorcido, lanzando gotas de sangre corrompida, logró derretir y convertir en un charco de viseras a varios criminales. Uno estuvo a pocos metros de llegar a la entrada, pero la mitad de su cuerpo fue cubierta por la sangre de este dragón, y su cuerpo se convirtió en sangre en tan solo unos segundos.

Este mismo se acercó poco a poco a la entrada, con la mitad de su cuerpo destruida, dejando expuesto uno de sus intestinos, que lentamente se iba carcomiendo por la sangre, y tuvo la fuerza suficiente para tocar los pies de uno de uno de los prisioneros; más bien, uno de los prisioneros.

Salty había visto con cierto horror, aunque mayormente indiferencia, lo que había ocurrido en el exterior. Ella, notando que solamente había una salida a esta situación, se salió de la zona segura, para entrar en la arena de combate. Pasando a través de un campo repleto de cadáveres, todos ellos derretidos o directamente despedazados, se postró frente al dragón retorcido, quien miró con detenimiento a Salty, quien, en breve y perezoso, solo señaló a su contrincante.

-No me importa morir. En este combate es ganar, o ganar para mí – Exclamó Salty mientras señalaba al dragón. Con fuerza y determinación, tomó la alabarda con fuerza en su mano derecha y el viejo escudo ennegrecido en la otra.

El dragón abrió el hocico, para marcar su terreno e intimidar, pero los ojos de Salty, ojerosos, con semblante serio y que habían perdido su brillo conforme su tiempo había pasado, solo tenía hostilidad para ofrecerle al dragón, el cual seguía chorreando sangre. La muchedumbre estaba silenciosa ante este hecho, y los demás prisioneros no se lo podían creer. Era un hecho sin precedentes. Hasta entonces, nadie había tenido el valor de salir para enfrentar algo así, menos que pudiera matarlos de forma rápida y sin piedad.

Salty tan rápido que vio aquella criatura, corrió desesperada a su costado. El dragón retorcido comenzó a arrancar trozos de su piel y disparar chorros de sangre hacia Salty, cosa que fue en vano, pues ella, en poco tiempo, por la velocidad en sus piernas logró hacer que se acercara al costado de la criatura retorcida. Ahí, y mirando su costado, con la cadena aferrada a su cuerpo de otras criaturas, pudo ver una oportunidad para llevar a cabo lo que iba a hacer. El dragón, pese a su poder de mortalidad, no podía ser muy móvil, por lo que Salty aprovechó esto para acercarse a su costado y clavar su alabarda.

En ello, el dragón rugió, salpicando a la muchedumbre con la sangre, la cual estaba segura, ya que esta chocó con una capa invisible que evitaba que algo de la arena le hiciera daño a los espectadores.

Salty, al apuñalar al dragón con la alabarda, la usó para subir en el cuerpo del mismo. Perforando su carne, comenzó a subir, lentamente, usando su escudo y la alabarda a su favor; la alabarda servía de agarre, mientras que el escudo podía quedarse aferrado entre el espacio de la piel y las escamas, que en su apariencia pétrea, eran lo suficientemente débiles para servir de apoyo. Salty intentaba escalar el dragón como si fuera una montaña, consiguiendo que este solamente salpicara más de su sangre, sin mucho éxito.

Al llegar a la el inicio del cuello del dragón, ella se aferró con la alabarda en él, sin embargo, inesperadamente, el dragón había saltado, despegándose de la arena de combate, dejando detrás un enorme charco de sangre y varios cadáveres deshechos debajo de él. Salty no podía entender porque era capaz de hacer eso. El dragón, al momento que tocó de nuevo el suelo, produjo un sonido estruendoso, así como también que toda la fuerza se le regresara a Salty, quien casi sale volando tras aquello, de no ser que se aferró con fuerza a la alabarda. Este fue su punto de suerte, por lo que volvió a quitarla y subió más en el cuello del dragón, sin embargo, volvió a saltar. Ella, sin estar aferrada, sintió el movimiento de aquel ser, que se sentía como un terremoto, y al momento de caer, Salty regresó hasta el inicio de la espalda del dragón, pudiendo agarrarse de las alas destrozadas, pero perdiendo la alabarda en el proceso. Esta había caído al suelo y había sido ocultada por la cola del dragón.

Sin saber que hacer, Salty se dio cuenta que todavía contaba con el escudo. Entonces, pensándolo adecuadamente, comenzó a subir, aferrando su escudo a las escamas del dragón. Y en su ultimo salto, el dragón no pudo sacar volando a Salty, pues se adhirió con el escudo a su carne destrozada. La alabarda ya no era una necesidad, y solo Salty supo que debía correr, correr lo más rápido posible hasta la nuca, llamado así el inicio del cuello del dragón.

Corriendo y evitando que la criatura volviera a saltar, Salty se aferró a la nuca del dragón, que era delgada aunque no tanto. Sus pies estaban abiertos y con fuerza, levantó sus brazos y con un golpe certero, perforó la cabeza de la criatura, con el escudo. La piel, pese a las escamas, era demasiado débil, lo que ocasionó que la criatura se moviera violentamente mientras sangraba. Al parecer su sangre solo diluía cosas vivas, pues las armaduras de los prisioneros y las armas seguían intactas. Esto lo notó Salty al momento que, cuando el dragón cayó al suelo, agotado, dejando tras de sí una estela de humo, se acercó a la cola del mismo, donde pudo tomar la punta de la alabarda, por el bastón, y solo constó de un impulso para sacarla, cortando la cola del dragón y haciendo que la sangre saliera brotando. Esto hizo que la espalda de Salty ardiera, con una pequeña gota de sangre del dragón retorcido.

Tomando con fuerza la alabarda, Salty se acercó a la cabeza del dragón retorcido y apuntó con la alabarda en el centro de la cabeza del dragón. Sin embargo, viendo la fuerza que tenía la alabarda y con toda la energía de la batalla en sus venas, tuvo otra idea. Salty se postró un poco atrás, donde iniciaba la cabeza del dragón, y con un tajo bien apuntado, comenzó a cortar, como leñador, el cuello del dragón. La sangre que salía del cuello caía a los costados o quemaba la arena, y la poca que caía en las botas de Salty no le producía efectos contrarios. Salty seguía cortando con fuerza, fiereza y con los ojos fijos el cuello del dragón, hasta que llegó al final del mismo, y con un ultimo corte, el dragón había perdido su cabeza. Muerto por completo, sin las energías de dar un último suspiro.

La muchedumbre vio totalmente anonadada lo que había pasado, sin embargo, después de notar que aquella prisionera había asesinado al dragón retorcido, comenzaron a aplaudir, gritar y vociferar por la pelea. Salty se sentía en las nubes, agotada y lentamente perdiéndose a si misma. Se bajó del cuello del dragón y se dirigió, lentamente y agobiada, hacia una zona de arena sin sangre del coliseo. Ahí, quitándose su casco y lanzando lejos la alabarda y el escudo, se dejó caer hacia atrás, sintiendo la arena en su espalda y en sus brazos...

***

Salty había regresado a su presente, sintiendo el pasto en su espalda y en sus brazos, tras que aquella memoria de esos días volviera en sí. Lo pensó con determinación y realmente en ese momento no tenía valor sobre su vida. Para Salty, antes de lo que Camilar había hecho por ella, la vida era solo matar o morir, pues genuinamente su infancia se había disuelto entre sus años como prisionera. Un suspiro en el pasto verdoso y en la extensión de un reino que desconoce, le hizo sentir que quizá, en algún lugar lejano, tendría una oportunidad.

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top