Epílogo
—Tenés que echar todas.
— ¿Estás seguro?
Eros colocó las manos en la cintura.
— ¿Quién es el experto acá? —dijo. Su pijama de tigrecito enojado debía ser aterrador, porque Alex se aguantó la risa. No era una risa de ternura, era definitivamente una risa de miedo.
—Es que no entiendo cómo es que las hojas de albahaca pueden quedar ricas en una receta de galletitas dulces.
— ¡Alexis! —Eros lo retó. Alex se escondió en la capucha de su pijama de conejito y se tapó los ojos con las orejas de peluche—. Son las mismas galletitas que estás comiendo.
Alex dejó de lado su orgullo y se llevó otra magi-galleta de menta y albahaca a la boca.
—No entiendo cómo hacés para que queden tan ricas —se corrigió. Eros puso los ojos en blanco.
—Cualquier cosa queda rica con suficiente azúcar. Además, no vamos a usar las hojas así como están. Eso donde metiste las hojas —Eros explicó, señalando los elementos sobre la mesada— es un hidrodestilador. Este es el generador.
— ¿Qué hace el generador?
—Suministra un flujo constante de vapor. El vapor calienta las hojas para que liberen su aceite esencial. El aceite se va evaporando y la presión lo arrastra hacia arriba, por acá. En el condensador, la mezcla de vapor saturado y aceite esencial vuelve a la temperatura ambiente...
—Me perdí.
—Prestá atención. Lo que sale del condensador es una emulsión líquida inestable y el último paso es separarla en el decantador. Después, hacemos lo mismo con la menta.
— ¿Y cuándo horneamos galletitas?
— ¡Estamos horneando galletitas!
Alex hizo pucheritos, un gesto adorable que había aprendido de Eros. Lo abrazó por la espalda y Eros se dejó conquistar. Acarició las manos de Alex con cariño.
—Me gusta pasar tiempo con vos —Alex susurró. Le dio un beso tibio en la mejilla.
—Son siete —advirtió Eros con una sonrisa. Ahora hacía eso todo el tiempo: sonreír. No recordaba la última vez que algo había dolido—. Siete sabores de magi-galletas para recrear.
—Quiero probar todos.
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