11
Cuando Eros llegó a la panadería el martes a la mañana, estaba usando ropa de Alex. Debía quedarle extraña –demasiado ancha en los hombros, suelta en las piernas– porque Pedro, que abría la puerta del local para empezar el día, lo miró de arriba abajo.
— ¿De dónde venís, chiquito? —preguntó, entrecerrando los ojos. Eros se cruzó de brazos; desvió la mirada.
—No veo por qué debería importarte.
Eros moría de ganas de hablar sobre cómo había pasado el fin de semana, de contarle a alguien todo lo que le gustaba de Alex y todo –casi todo– lo que habían hecho juntos, pero Pedro no era la persona ideal para eso. Eran amigos, pero no tan amigos como para conversar sobre cosas íntimas; no todavía.
Eros estaba solo, mirando el reloj marcar las cinco y media de la tarde, cuando sonó la campanita en la puerta. No era Alex el que entraba –sí, Eros estaba esperando a Alex, podía admitirlo ahora–, sino dos personas que Eros nunca había visto.
Eran algunos años más jóvenes que Alex y tenían los cachetes colorados. Venían de la mano, pero era la chica la que tiraba del chico, como si entrar a la panadería hubiera sido decisión suya.
— ¡Hola! —Eros los saludó desde detrás del mostrador. La chica levantó la vista de las canastas para dirigirle una sonrisa. El chico estaba tan enfocado en mirarla a ella que ni siquiera se había enterado de que ya no caminaban por la vereda—. ¿Qué les puedo ofrecer?
—Quiero algo dulce —dijo la chica—, pero no sé qué...
—Dulce... —Eros miró alrededor para confirmar qué productos quedaban—. Todavía hay algún muffin de chocolate, estos alfajorcitos de dulce de leche, una porción de torta de zanahoria...
— ¿Carrot cake?
—Eh... —Eros no tenía idea, no había pasado sus tres mil años de existencia aprendiendo idiomas—. Sí...
— ¿Te gusta el carrot cake? —la chica le preguntó al chico que la acompañaba. Él respondió con una sonrisa medio tonta.
—Me gusta lo que a vos te guste, Meli.
Se veían tan adorables que a Eros se le ocurrió algo genial.
Mientras ellos se ponían de acuerdo, Eros corrió a la cocina. Había llevado media docena de magi-galletas a la casa de Alex, pero la otra media seguía ahí, guardada en una cajita blanca dentro del cajón bajo la mesada, junto al cofre mágico.
Estaban discutiendo sobre la validez de las nueces en la torta de zanahoria cuando Eros volvió.
"Discutiendo" era una forma de decir. Se estaban haciendo ojitos. Meli explicaba cuánto le gustaban los trocitos de nueces dentro de la masa pero solo cuando estaban picados del tamaño correcto, y él le daba la razón.
Cuando Eros apoyó la cajita abierta sobre el mostrador lo más casualmente posible, ambos se acercaron a mirar.
— ¿Qué es eso?
— ¡Huelen rico!
Eros se inclinó sobre el mostrador reprimiendo una sonrisa arrogante. Observó cómo la curiosidad se iba apoderando de ellos.
Fue el chico el que agarró una de las galletitas. Redonda, decorada con glasé blanco y salpicada con las granas rojas con forma de corazón que Alex había encontrado bonitas.
Eros no le dio ninguna indicación. El chico se dio cuenta instintivamente de lo que tenía que hacer.
— ¿Querés probar? —preguntó, levantando la galletita frente a Meli.
Ella lo miró con sus grandes ojos marrones y separó los labios.
Sucedió muy rápido. En un momento Meli estaba tragando un mordisquito de magi-galleta, todavía enfocada en mirar al chico a los ojos, y en el instante siguiente estaba cayendo al suelo, desvanecida.
El chico soltó un grito. Eros rodeó el mostrador corriendo, se arrodilló junto a ella y colocó una mano debajo de su nuca.
Meli tenía los ojos en blanco. Respiraba con dificultad.
Su sangre goteaba desde la herida abierta en su cabeza, producto del golpe. Caía tibia sobre los dedos de Eros.
— ¿Qué pasó? —el chico preguntó. Se había arrodillado del otro lado y frotaba el brazo de la chica con una mano desesperada.
Eros no sabía cómo explicarle que no sabía. Podía haber sido la magia, otro error en la receta, pero también podía ser que Meli estuviera teniendo una reacción alérgica a alguno de los ingredientes.
En cualquiera de los dos casos, Eros no podía hacer nada.
—Vamos a necesitar un médico —fue lo más coherente que pudo decir.
La campanita sonó en la puerta. Un instante después, Alex estaba en el piso, empujando a Eros con el cuerpo para apartarlo.
Eros se arrastró hacia atrás, hasta recostarse contra la heladera. Trató de respirar hondo.
Alex dirigió una mirada a las galletitas sobre el mostrador. Sacó algo del bolsillo de su pantalón y lo metió en la boca de la chica. Masajeó su garganta un momento, obligándola a tragar.
—Estoy llamando a una ambulancia —dijo el chico, sosteniendo algo contra su oreja.
—No va a hacer falta —Alex lo detuvo.
Era imposible que Eros mirara a Meli a los ojos después de lo que había pasado. Así que se levantó haciendo el mayor silencio posible, sobre piernas que temblaban, y fue a la cocina.
No a esconderse, no. A lavarse las manos.
—Debería haber un botiquín debajo del mostrador —escuchó que Alex decía. Luego, pasos acelerados. Los elementos de primeros auxilios siendo revueltos dentro de la cajita de plástico. Alex debía estar curando la herida con la ayuda del chico.
Meli tomando aire bruscamente. Un gritito de sorpresa. Meli tosiendo.
Eros se secó las manos y se sentó sobre la mesa a esperar.
— ¡No! —El grito de Meli lo hizo sobresaltar. La chica tosió un poco más. Habló con la voz ronca—: No puedo creer que me hayas t-traicionado así. Pensé que me querías y confié en vos y...
El chico murmuró algo que Eros no entendió. Sollozos, pero era difícil distinguir a quién pertenecían.
La puerta del local se cerró de golpe, sacudiendo la campanita con violencia. Alex y el chico conversaron un poco más, en voz baja. Eros dio mordisquitos en la uña de su pulgar.
Alex entró a la cocina un momento después. Se cruzó de brazos frente a Eros. Sus botas estaban manchadas de tierra, tal vez porque venía del bosque.
Se aclaró la garganta, pero no logró que Eros levantara la vista.
— ¿En qué estabas pensando? —dijo, en vez de hola, te extrañé— ¿Cómo se te ocurrió ofrecerle galletitas que no estaban bien hechas?
— ¡Pensé que estaban bien hechas! —Eros gritó, porque todo lo que Alexis había dicho estaba errado. Agitó los brazos en el aire, acompañando las palabras—. ¡Y no se las ofrecí! ¡Estaban ahí y ellos las agarraron y las probaron por su cuenta!
—Eros... —Alex sonó cansado. Harto de Eros y de todos los problemas que Eros causaba cada vez que trataba de hacer cualquier cosa—. No podés estar hablando en serio.
Alex se veía cansado. Dos manchitas oscuras empezaban a aparecer debajo de sus ojos y su expresión era seria, sospechosamente neutral, como si la estuviera forzando para ocultar sus verdaderos sentimientos.
Porque encontrarse de frente con la estupidez de Eros lo había obligado a replantearse absolutamente todo. Alexis no quería demostrar cuánto, pero era evidente que estaba arrepentido de acercarse a él.
Estaba triste y enojado; Eros lo sabía.
—Pensé que me creías —Eros murmuró, porque él también estaba triste y enojado, y se sentía completamente inútil.
Abrió la boca para decirlo –inútil–, pero su voz se quebró y volvió a cerrarla. Alex suspiró.
De pronto, sus brazos rodearon a Eros con fuerza. Su mano sostuvo suavemente la nuca de Eros, apoyando su mejilla contra el pecho de Alex, cómodo y calentito.
Se sintió como perdón.
—Te creo —Alex susurró en su oído—. Te creo, está bien.
—No quería lastimarla... —Eros se aferró a la remera de Alex; respiró hondo el aroma a menta.
—Ella está bien —Alex contestó—. No va a acordarse de nada. No vas a tener ningún problema.
Prometo mantenerte a salvo.
— ¿Qué le diste?
—Pétalos de lirio.
—Oh. —Eros apoyó el mentón en el pecho de Alex para mirarlo a la cara—. ¿Cómo supiste cómo usarlos?
— ¿Intuición? —dijo Alex, sonriendo con picardía. Eros frunció el entrecejo.
— ¿Sabés lo mal que podría haber terminado eso?
—Ajá... Y habría sido mi culpa, ¿no?
Eros le pellizcó las costillas, haciendo que pegara un saltito.
—No te queda lindo el sarcasmo —dijo, pero no era del todo cierto.
Alex le dio un besito en la frente. Acarició su pelo, rascando cariñosamente detrás de su oreja.
—Contame lo que pasó —susurró.
—Ya te lo dije...
—Contame todo —Alex insistió, y Eros hizo pucheritos—. Desde el principio.
Ingenuo, Eros le contó todo.
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