10
Eros escondió la cara en las rodillas para ahogar un grito. Abrazó las piernas contra su pecho deseando desaparecer.
Estaba enojado consigo mismo por haber cometido un error.
Frustrado porque, aunque hiciera todo el esfuerzo posible, últimamente nada le salía bien.
Y avergonzado –algo que no había sentido ni una sola vez en su vida entera– porque había expuesto por accidente su secreto más importante, había mostrado una parte de sí mismo que nadie en el mundo humano debía ver.
Y era todo culpa de Alexis, que cada vez que se acercaba a Eros lo hacía perder el control.
Cuando forcejeó para escapar de los brazos de Alex y salió corriendo sin rumbo, sin más que la intención de perderse para siempre entre los árboles, lo más lejos posible del claro, Eros no esperaba que Alex lo siguiera.
Esperaba que Alex se fuera en la dirección opuesta y nunca más volviera a buscarlo, que se desvaneciera como si nunca hubiera existido y se llevara con él todos los recuerdos que Eros había guardado en su memoria como si valieran algo, ugh.
Eros cerró los ojos con fuerza.
— ¿Podemos hablar? —Alex preguntó, porque en vez de dejar de existir había perseguido a Eros y llevaba todo este rato sentado frente a él, viéndolo atravesar una crisis.
Eros no se animaba a levantar la vista para enfrentarlo.
—Andate —decía cada tanto, y la respuesta de Alex era siempre la misma:
—Si de verdad no me querés acá, mirame a los ojos y pedime que me vaya.
Eros le pedía que se fuera, pero mirarlo a los ojos era demasiado, así que Alex se quedaba ahí. Haciéndole compañía o burlándose de él en secreto, disfrutando de verlo sentado en el suelo como un nene caprichoso, triste y humillado.
Eros espió por encima de las rodillas cuando escuchó el cierre de la mochila, luego el sonido metálico.
Alex estaba abriendo un paquete de papitas fritas. Eran las favoritas de Eros, las del envoltorio azul y dorado. Perfectamente saladas, crocantes y sin pelar.
— ¿Puedo comer una? —Eros murmuró, acumulando saliva bajo la lengua involuntariamente.
—Ah, ahí estás... —Alex sonrió. Le ofreció el paquete abierto al mismo tiempo que se llevaba una papita a la boca. Eros agarró algunas y las guardó en la palma de su mano, para ir comiendo de a poquito—. ¿Querés hablar sobre lo que pasó?
—No.
Alex asintió, pero siguió como si no lo hubiera escuchado.
—Fue hermoso. Nunca había visto algo tan... mágico.
Eros se atragantó con un bocado. Lo disimuló aclarándose la garganta.
—No sé de qué estás hablando —dijo, y mordió otra papita. La fina capa de cáscara en el contorno les daba un particular sabor tostado.
—Estoy hablando de la golondrina.
— ¡¿Era una golondrina?! —La curiosidad logró que Eros al fin enderezara la postura. Alex alzó una ceja y se quedó mirándolo hasta que Eros se dio cuenta de que había metido la pata—. Igual no quiero hablar de eso... —Eros murmuró, dejando caer los hombros hacia adelante, derrotado.
—No tenemos que hablar... —dijo Alex, y la pausa al final de la frase sonó como un pero.
Eros se llenó la boca de papitas y metió la mano en el paquete que Alex había dejado en el suelo junto a sus pies, dándole tiempo.
—Pero sé que fuiste vos —Alex continuó. Estiró el brazo para acariciar con cariño el tobillo de Eros—. La vi salir de tus manos. La creaste de la nada... como magia. No sabría qué otra palabra usar, fue magia. Y quiero que sepas que te creo, Eros. Podés decirme lo que quieras y voy a creerte.
Eros pasó una mano por su propio pelo, ensuciándolo con granitos de sal. Por mucho tiempo, no había querido nada más que eso: alguien que le creyera. Alguien que lo entendiera, que fuera capaz de ver el mundo de la misma manera que él. Alguien que le permitiera defenderse antes de decidir echarlo de su propio hogar porque sí.
—Fue hermoso —dijo Alex—. No deberías estar avergonzado.
Eros alejó la pierna de un tirón, obligando a Alex a quitar la mano.
— ¿Por qué estaría avergonzado? —Eros escupió, en un tono más seco de lo que pretendía—. No tenés idea de lo que siento.
—Solo estoy diciendo que no deberías estarlo.
Eros volvió a esconder la cara en las rodillas.
—Nunca me había pasado —dijo, clavando las uñas en sus propios brazos—. No lo hice a propósito, fue un accidente. Pero nunca había hecho magia accidentalmente. No sé cómo pasó, ni siquiera sabía que era posible...
— ¿Te lastimó?
Eros frotó con una mano el lugar en su pecho donde la golondrina lo había tocado. No sentía ninguna molestia más que el leve cosquilleo residual de la magia.
—No... —contestó— ¿A vos?
Alex negó con la cabeza. Eros suspiró. Rotó la cabeza hacia un lado y su mirada se detuvo sobre el arco, en el suelo cerca de Alex.
Así, tirado entre los yuyos y manchado de tierra, parecía un trozo de madera como cualquier otro. No debería haber sido capaz de canalizar la magia de Eros y, en realidad... no lo era.
El problema estaba claro y no tenía nada que ver con el arco, ni con el bosque, ni con Alex.
Bueno, con Alex sí. Un poco.
El problema era Eros. El problema era su intención de provocar algo en Alex desde la primera vez que se encontraron, y el hecho de que, cuanto más cómodo se sentía admitiendo sus sentimientos, más libertad le daba a la magia para escapar rebelde entre sus dedos.
Eros no estaba tratando de crear una golondrina, estaba deseando que todos los días de su vida fueran así de simples, jugando entre los pinos en los brazos de Alex.
— ¿Ahora podés admitir que las galletitas tienen algo de magia? —Alex preguntó. Eros asintió sin levantar la cabeza—. ¿La misma que usaste recién?
—Algo así... —Eros murmuró— No deberías haberla visto...
—Vení. —Alex estiró una mano en su dirección. Eros hubiera querido seguir haciendo berrinches, pero no podía rechazarlo.
Alex tiró de él y ambos cayeron al suelo con una risita. Eros cerró los ojos un instante. Disfrutó del calorcito del cuerpo de Alex debajo del suyo y de los brazos fuertes que lo envolvían.
— ¿Puedo hacerte una pregunta? —dijo Alex. Eros se incorporó para mirarlo a la cara. Estaba serio, y Eros no pudo evitar hacer un ruido de queja—. ¿Estás haciendo que los clientes de la panadería consuman magia sin saberlo?
—Técnicamente...
—Eros —Alex lo interrumpió. Apoyó una mano en su mejilla, forzando a Eros a mirarlo a los ojos—. Por favor.
— ¡Ellos saben que las galletitas son mágicas! Que no crean en la magia no es mi problema.
—No deberías jugar así con las personas. ¿Y si pasa algo?
— ¡Les estoy haciendo un favor! ¿No te parece que a un pueblo como este le hace falta relajarse un poco? Además, todo estaba bien antes de que...
Antes de que llegaras.
Antes de que te convirtieras en lo único en lo que puedo pensar.
—Antes de que la receta saliera mal —Eros eligió decir. Cubrió la mano de Alex con la suya—. Lo único que quiero es poder hacer las galletitas sin errores y seguir vendiéndolas como antes.
No era lo único, en realidad. Tampoco era lo más importante. Pero era algo por lo que Eros podía empezar, algo que lo ayudaría a volver a encaminar su vida en una dirección que lo hiciera feliz.
— ¿No te gusta este pueblo? —Alex preguntó, subiendo la mano para acariciar su pelo. Eros se encogió de hombros.
—No estoy seguro. ¿A vos sí?
—Creo que sí. —Alex deslizó la mano por su espalda hasta su cadera, la pasó por debajo del buzo que Eros estaba usando, buscando su piel—. Más de lo que esperaba. De hecho... no estaba en mis planes quedarme mucho tiempo, pero lo estoy considerando.
— ¿No viniste para quedarte a vivir? —Eros preguntó.
—No... Solo un par de semanas, por trabajo.
Alex sostuvo su nuca con la otra mano y tiró de él, trayéndolo más cerca. Presionó sus labios contra los de Eros en un beso más suave que los anteriores, un poco más tímido.
—Si puedo ayudarte... —susurró— Podés pedirme cualquier cosa que necesites. Quiero estar ahí para vos.
— ¿No creés que es raro? —Eros apretó la remera de Alex en un puño. Ahora que no había secretos, temía lo que Alex pudiera opinar de él.
—No. Me gusta. —Alex dejó un besito en la comisura de su boca antes de mirarlo a los ojos—. Te creo. No tenés que esconderte de mí.
Eros se escondió en el cuello de Alex, desobediente. Soltó un gritito de sorpresa cuando Alex lo tomó de la cintura e invirtió sus posiciones, arrojando a Eros de espaldas contra el suelo.
— ¿Querés venir a la panadería mañana a la tarde? —preguntó un rato después, sosteniendo el rostro de Alex en las manos. Sus cachetes estaban acalorados, su respiración agitada por la risa y los besos—. ¿Alrededor de las seis? Para hacer galletitas conmigo.
—Me encantaría —Alex aceptó con una sonrisa—. ¿Puedo ir a buscar el desayuno temprano, igualmente?
—No. —Eros forzó una expresión seria—. Siempre venís a distraerme.
Alex se rió. Coló una mano por debajo de su ropa para hacerle cosquillas en la panza. Eros se sacudió, tratando inútilmente de liberarse, y Alex lo presionó con más fuerza contra el suelo para mantenerlo quieto.
— ¡No me estoy riendo! —exclamó Eros, pero lo estaba.
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