08
—Está increíble —dijo Eros con la boca llena.
—Me doy cuenta.
Eros puso los ojos en blanco. Alex sostenía el tenedor cargado de risotto, pero estaba demasiado ocupado juzgando el entusiasmo con el que Eros comía como para preocuparse por su propio bocado. Eros sacudió una mano animándolo a comer.
—Probalo. Está muy bueno.
Alex puso cara de sorprendido cuando al fin se llevó el tenedor a la boca.
—Nunca me había salido tan rico.
Suave y cremoso; el sabor ligeramente amargo del azafrán y el sutil dulzor de la pera. Eros no había aportado absolutamente nada a la causa, pero igualmente sintió la necesidad de decir:
—Eso es porque estoy yo acá.
Tan pronto como terminaron de comer, Eros se levantó de la mesa y cruzó el living en dos pasos largos.
— ¿Puedo agarrarlo? —preguntó, porque tenía las manos estiradas hacia el primer arco que veía desde que estaba en el pueblo, y la necesidad de tocarlo hacía cosquillas en sus palmas.
—Sí —respondió Alex desde la mesa. Eros no esperó un segundo más—. ¿Sabés usarlo?
—Soy arquero.
Era hermoso, un arco recurvo de madera de roble. Lo adornaba un diseño delicado, quemado hábilmente en la madera, líneas rectas que Eros trazó con un dedo. Una cinta del mismo cuero del que estaba fabricado el carcaj envolvía la empuñadura, marcada donde los dedos de Alex la habían gastado con el tiempo. Se sentía cómodo, aunque un poco pesado.
— ¿Practicás hace mucho? —Alex preguntó.
Eros asintió con la cabeza. Sostuvo la cuerda con tres dedos y tiró de ella, tensándola suavemente y volviendo a soltarla.
Recordó el olor a quemado que dejaba la magia, explotando bajo sus dedos para suavizar la superficie irregular de la madera, y el aserrín cayendo sobre sus pies descalzos. Había pasado una eternidad fabricando arcos para los demás, días y noches bajo el cerezo en el patio del palacio, hasta que le permitieron quedarse con uno.
—Muchos años —dijo—. Prácticamente nací con una flecha abajo del brazo...
Alex abrió la canilla; el sonido del agua corriendo en la pileta de la cocina.
—Pensé que eras panadero —dijo, cargando jabón en la esponja para lavar los platos.
Eros dejó el arco en el piso, apoyándolo con cuidado contra la pared, y se agachó para agarrar una flecha que rotó entre los dedos mientras hablaba.
—No, la pastelería es un pasatiempo.
— ¿Y la panadería?
—Una decisión impulsiva.
—O sea que te dedicás a la arquería —dijo Alex; mitad afirmación, mitad pregunta.
—Algo así, sí. —Eros apretó los labios. Tragó un suspiro—. Pero ya no. No desde que... me mudé acá.
— ¿No lo extrañás?
—Sí —Eros admitió en un susurro. Acarició la pluma de pavo en la punta de la flecha—. ¿Vos desde cuándo practicás?
—Desde los diecisiete. —Alex cerró la canilla y se secó las manos antes de caminar hacia Eros—. Ese arco me lo regaló mi hermano mayor cuando terminé la escuela.
—Yo tengo una hermana, pero ya no me regala cosas porque dice que no las aprecio...
Alex lo miró con lástima. Apoyó una mano calentita entre sus omóplatos. Eros apretó los puños alrededor de la flecha.
—Mi hermano no me regaló nada más después de esto —dijo Alex—. Y fue hace más de diez años, así que te entiendo.
— ¿Cuántos años tenés ahora?
—Veintinueve.
—Veintinueve... —Eros repitió. No eran pocos años, pero eran un par de miles menos de los que Eros tenía—. Pensé que eras más grande.
Alex le pellizcó la nuca.
— ¿Disculpame?
—Nada, no dije nada —Eros murmuró, y se mordió el labio para no reírse.
Alex chasqueó la lengua. Eros hubiera creído que estaba ofendido de no ser por el destello de una sonrisa que llegó a ver antes de que Alex se diera vuelta.
— ¿Veo que trajiste postre? —Alex agarró la caja de galletitas que Eros había llevado y se dejó caer en el sillón—. ¿Son magi-galletas?
—Sí.
Alex sostuvo la cajita sobre su regazo y la abrió con cuidado; miró en su interior sin tocar nada. Parado frente a él en el medio del living, Eros se sintió un poco expuesto. Debería haber llevado un tiramisú.
Alexis siempre lo hacía poner nervioso. Lo hacía comportarse como un humano, ingenuo y sensible.
Eros se mordió el labio. Reprimió el impulso de decir pero no tenés que comerlas si no querés, podemos fingir que nunca las traje, podemos pedir un kilo de helado y leer a Aristóteles...
Dejó la flecha de vuelta dentro del carcaj.
No había ido para eso.
No se había puesto su blusa roja favorita y los pantalones más apretados que encontró en el ropero para echarse atrás a último momento.
Se acercó al sillón hasta tocar una de las rodillas de Alex con la suya, provocando que levantara la vista. Le dio tiempo de quejarse, pero Alex no lo hizo, así que subió la rodilla un poco más, acariciando el interior de su pierna.
—Están lindas —dijo Alex. Estaba hablando de las galletitas, pero sus ojos brillantes miraban a Eros—. Las últimas no estaban decoradas así.
Eros subió hasta apoyar las rodillas sobre el sillón y se sentó sobre su regazo, sosteniendo los hombros de Alex para no perder el equilibrio.
—Quería que se vieran bonitas —dijo.
—Están bonitas. Las granas de corazoncitos les dan el toque.
— ¿El toque?
—Mmm... —Alex pensó en una alternativa—. Las hacen ver especiales.
—Son especiales —dijo Eros, porque lo eran—. Son magi-galletas.
Sacó de la cajita una con forma de corazón. La había decorado con glasé rojo y una fila de corazoncitos de glasé blanco dibujados con mucha delicadeza a lo largo del contorno. Olía a rosas y manteca dulce.
Se la ofreció a Alex, que no hizo ningún ademán de aceptarla.
— ¿No querés una? —Eros susurró, confundido.
— ¿Qué gusto tienen?
—Vainilla y rosas.
— ¿Agua de rosas?
Eros frunció el ceño. Soltó la galletita, dejándola caer sobre el sillón, y Alex la siguió con la vista.
—Algo así.
— ¿Y qué...? ¿Qué va a pasar si como una?
Eros tocó su mentón con un dedo, forzándolo a mirarlo a la cara. Deslizó la otra mano por el hombro de Alex hasta el cuello del pijama. Bajó el cierre lentamente, y Alex no lo detuvo.
—Te va a dar calorcito acá... —dijo, apoyando la mano abierta sobre el pecho descubierto de Alex. Acarició hacia abajo hasta llegar a su ombligo, y un poco más abajo—. Después acá... Y si te gusto, aunque sea un poquito, vas a querer tocarme.
Alex tenía cicatrices. Una pequeña cerca del esternón, una más grande que empezaba en las costillas y se perdía debajo del pijama. Eran parecidas a la que atravesaba su sien, y Eros debería haber preguntado cómo las había obtenido, pero estaba distraído por la calidez de su piel, las manos que Alex apoyaba sin timidez sobre su cadera.
—La ropa te va a fastidiar —Eros susurró— y vas a querer arrancarla. Después... tocarme no va a ser suficiente. Vas a querer probar.
Alex tiró de la blusa para liberarla del pantalón; pasó las manos por debajo buscando la piel de Eros. La presión de los dedos de Alex en su cintura, el latido del corazón de Alex bajo la palma de su mano, el calor... Eros se inclinó hacia adelante hasta tocar la nariz de Alex con la suya.
—Y yo voy a dejarte... —susurró— Vas a poder poner tu boca donde quieras, lo prometo.
— ¿Y después? —Alex acarició su espalda, haciéndolo estremecer.
—Después... Después puede ser una sorpresa.
— ¿Qué pasa si no me gustás?
Eros se alejó lo suficiente para mirarlo a los ojos.
— ¿Eso es una opción? —preguntó, pero Alex no le hizo caso.
— ¿Qué pasa cuando...?
—Estás haciendo muchas preguntas. —Eros se cruzó de brazos, fastidiado. Abrió la boca para seguir discutiendo, pero Alex lo interrumpió.
—Es mi primera vez comiendo magi-galletas —dijo, liberando una mano para acariciar su mejilla—. Me da un poco de miedo no saber qué esperar, no saber cómo se va a sentir la magia cuando...
— ¿Magia, Alex? —preguntó Eros. Alex torció las cejas en un gesto de desilusión—. No me digas que creés que la magia es real...
— ¿No lo es?
— ¿No tendría más sentido que fuera un simple truco de marketing? —Eros lo desafió— Sé mucho sobre eso. Leí un libro una vez.
Era cierto –un mes atrás, encorvado sobre el mostrador de la panadería, tratando de aprender sobre la marcha cómo administrar un comercio–, pero el dato no logró impresionar a Alex tanto como Eros esperaba.
—Eros... —Alex presionó su labio con el pulgar, y Eros no pudo evitar pegarle un mordisquito—. ¿Estás engañando a la gente? ¿Estás vendiendo mentiras?
—Pff... —Eros puso los ojos en blanco—. La gente compra lo que sea. Que gaste su plata en productos engañosos no es culpa mía.
Alex sonrió. Pasó la mano por el pelo de Eros, peinando los rulos hacia atrás. Eros descruzó los brazos. La caja de galletitas esperaba ahí, haciendo equilibrio entre ambos.
—Alex... —Eros acarició su abdomen de nuevo, provocando que los músculos de Alex se tensaran bajo sus dedos—. Decí mi nombre otra vez.
—Eros... —Alex susurró con dulzura— ¿Sabías que hay un dios con tu nombre?
— ¿Ah, sí? ¿Qué sabés sobre él?
—Hijo de Ares, el dios de la guerra, y Afrodita, la diosa del amor —Alex recitó, como repitiendo un párrafo aprendido de memoria—. Algunas personas creen que Eros es el dios del amor, pero en realidad rige el deseo, la atracción. El amor que provoca Eros es tan intenso como frágil, pasajero. Y es hermoso.
— ¿El amor que no dura?
—Eros —aclaró Alex—. Eros es hermoso. Y puede conquistar sin esfuerzo a cualquier persona que quiera, humanos o dioses. Dicen que es casi tan lindo como Apolo, pero... yo creo que es el más lindo de todos.
Eros arrugó la nariz. Las manos de Alex encontraron de vuelta su cintura y lo acariciaron con ternura, dibujando círculos.
—Apolo no es tan lindo.
— ¿Lo viste? —preguntó Alex.
—No, digo... No creo que sea tan lindo —Eros se corrigió—. Me lo imagino más bien promedio.
—Pero es el dios de la belleza.
—La belleza es subjetiva. —Eros le puso la capucha para molestarlo, y Alex se rió antes de sacársela—. Y puede ser que ninguno de los dos exista. La gente inventa cosas, inventa historias de dioses y magia y les otorga un poder inventado.
—Puede ser... Puede ser una estrategia de marketing como las magi-galletas.
—Probá una —Eros insistió, recuperando la galletita que había soltado por ahí y acercándola a la boca de Alex.
—No sé... Ahora me siento raro.
—Solo son galletitas.
— ¿Y si no funcionan, como las de esa mujer?
—Van a funcionar.
— ¿Estás seguro?
—No —Eros respondió honestamente—. No lo comprobé.
Alex lo miró con miedo. Apretó los labios y se alejó un poco, como si pudiera atravesar el respaldo del sillón y huir. Eros pegó saltitos sobre su regazo.
— ¡Con más razón deberías probar una! —exclamó— ¡Para saber si funciona!
— ¿Me estás usando como conejo de laboratorio?
Eros no sabía lo que era un laboratorio, pero...
—Lo de conejo te lo confirmo si probás las galletitas.
Alex se rió. Apoyó la frente sobre la de Eros, y lo obligó a bajar la mano empujando suavemente su muñeca. Sus labios rozaron los de Eros cuando susurró:
—No necesito comer las galletitas para quererte.
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