06
— ¿Pasaste la noche acá, chiquito?
—Agh... —Eros tuvo que hacer un esfuerzo para incorporarse, todo torcido en el piso de la cocina—. Creo que me quedé ciego.
—Tenés los ojos cerrados.
—Mentira —Eros discutió, y abrió los ojos justo a tiempo para ver a Pedro sacudiendo la cabeza. La luz que llegaba desde las ventanas del local lo hizo cubrirse colocando una mano en la frente—. ¿Qué hora es?
—Seis menos diez.
—Ugh... Demasiado temprano. Dejame dormir un rato más.
—Estás en el medio del camino.
Pedro acompañó la frase con un racimo de pataditas en sus tobillos, y Eros terminó levantándose. Se estiró hacia un lado y hacia el otro con una mueca de dolor.
—Ya que estás acá, te voy a poner a trabajar. Pesame estos ingredientes, por favor.
Pedro dejó sobre la mesa un montón de bolsas y paquetes que Eros espió desde la pileta donde se lavaba las manos.
— ¿Son ingredientes para muffins? —Eros preguntó— Soy muy bueno haciendo muffins. ¿Querés que los haga yo?
—No, no, no, chiquito. —Pedro agitó las manos. Colocó la balanza sobre la mesa junto a lo demás—. Ya escuché lo que le pasó a Mabel ayer con las galletitas. No voy a permitir que arruines mis muffins, también. Limitate a pesar los ingredientes.
Eros puso los ojos en blanco, pero le hizo caso, y ambos se dedicaron a hornear la producción del día.
Faltaban diez minutos para las ocho cuando Eros decidió que no podía seguir viviendo sin una taza de café. Se lavó la cara, dio unas palmaditas inútiles sobre el frente del delantal para limpiar las manchas de azúcar y harina, y salió a la calle.
Estaba imaginando la taza más grande del mundo, llena hasta arriba de café y espuma de leche y chocolate rallado cuando algo le llamó la atención. Una especie de pequeña máquina, exhibida en la vidriera de un local junto a una variedad de aparatos similares.
Ansioso, Eros rebotó sobre los talones mientras esperaba en la vereda a que la chica de uniforme azul terminara de abrir las puertas y prender las luces. En cuanto la chica lo dejó entrar, Eros señaló la máquina que le había interesado.
—Eso que dice "cafetera"... ¿es para hacer café?
La empleada guió a Eros al fondo del local, hasta una gran mesa donde tenía unas cuantas pequeñas máquinas instaladas, y usó la cafetera para mostrarle cómo funcionaba. Unos minutos después, Eros salía del local con una caja bajo el brazo y dando saltitos de felicidad.
Vio a Alex cuando dobló en la esquina de la panadería, parado en la vereda frente a la puerta.
Era raro verlo de este lado del mundo, sin el mostrador de por medio. Enmarcado por las ramas del naranjo, iluminado por la luz del sol y no por los tubos fluorescentes. Envuelto en el olor de los yuyos que crecían entre las baldosas y no el de la levadura caliente.
Su piel se veía apenas más pálida y sus hombros se redondeaban hacia adelante porque estaba mirando algo que sostenía en la mano. Era lindo, y a Eros le causaba la misma curiosidad de siempre.
Alex no notó su presencia hasta que Eros lo alcanzó y llamó su nombre. Levantó la vista, sorprendido, y sonrió un instante después, cuando lo reconoció.
—Buen día —dijo. Señaló la puerta con un movimiento de la cabeza—. Estaba esperando a que abrieras.
— ¡Salí a comprar! —Eros le contó, abriendo la puerta y girando el cartel. Alex entró detrás suyo—. Quería un café, pero traje algo mucho mejor, mirá... —Apoyó la caja sobre el mostrador y dio golpecitos sobre el cartón hasta que Alex se dio cuenta de lo que era.
— ¿Una cafetera?
— ¡Infinitos cafés! ¿No es genial?
Eros sacudió la caja para sacar la cafetera, y Alex la atrapó cuando casi sale volando. La instaló en la barra que daba a la cocina, la enchufó y preparó el café como la chica le había enseñado, usando un paquete de café de dudosa procedencia que encontró dentro de la alacena. Alex miró entretenido todo el proceso, inclinado sobre el mostrador.
Cuando la jarra se llenó de café y la máquina se apagó automáticamente, Eros sirvió dos tazas y le ofreció una a Alex, que la miró con sospecha.
— ¿El café también es mágico? —preguntó, pero no esperó una respuesta para probar un sorbo.
Eros hizo lo mismo. Estaba caliente y un poco suave para su gusto, pero era justo lo que necesitaba. Tomó un muffin tibio de la bandeja a su lado y lo dejó frente a Alex, arándanos y ralladura de limón.
— ¿Tu recomendación de desayuno? —Alex partió el muffin al medio y mordió una de las mitades. Eros asintió.
—Están recién hechos —dijo, observando la reacción de Alex con una sonrisa. A Alex pareció gustarle, pero enseguida volvió a ponerse serio.
—Venía a mostrarte algo.
Sacó del bolsillo lo que estaba sosteniendo antes: un aparato rectangular, luminoso, con letras que subían y bajaban cuando Alex deslizaba el dedo sobre ellas. Eros se estiró para mirarlo de cerca.
— ¿Qué es eso?
—Las opiniones sobre tu negocio —dijo Alex. Apoyó el aparato y lo giró hacia Eros para que pudiera leer, mientras explicaba—: La gente puede dejar comentarios sobre los comercios del pueblo y...
— ¿Es la aplicación del mapa? —preguntó Pedro, asomándose sobre la barra. Alex asintió.
—No entiendo —Eros se quejó.
—Un mapa donde uno puede ver dónde están ubicados los locales —dijo Alex.
—Yo nos registré cuando abrimos —dijo Pedro, que se había sacado el delantal, moviendo a un lado la cafetera para poder salir de la cocina—. Me pareció importante.
El domingo era su día de irse temprano, así que se despidió de ambos con palmaditas en los hombros y no se quedó a escuchar el resto de la conversación.
Eros miró a Alex haciendo pucheritos cuando se quedaron solos.
—Todavía no entiendo —susurró.
—Este es el problema. Ayer aparecieron algunos comentarios negativos.
Alex señaló algo en la pantalla, pero Eros no le hizo caso, no dejó de mirarlo a la cara.
— ¿Qué dicen?
—Son sobre las galletitas. —Alex dejó salir un suspiro triste. Mientras lo escuchaba leer, Eros comió el trozo de muffin que Alex había abandonado—. "Me dijo que le daba asco y bloqueó mi número". "No les puedo explicar lo triste que estoy. Las galletitas son mentira". "No solo no funcionaron: tuvieron el efecto contrario. Mi novio de seis años me acaba de terminar". "No las compren, es una estafa".
—Oh... —Eros jugó con las miguitas que había derramado sobre el mostrador—. Si más gente los lee, ¿creés que van a dejar de venir a comprar? —susurró— No sé qué debería hacer...
— ¿Puedo darte mi opinión? —dijo Alex, en vez de contestar su pregunta, porque probablemente estaba de acuerdo: a partir de ahora, el negocio caería inevitablemente en picada. Eros asintió—. Creo que deberías tomarte un descanso. No ofrecer las galletitas por unos días. Investigar por qué fallaron, mientras tanto, y volver a venderlas cuando sepas que van a salir bien. —Apoyó la mano sobre la de Eros. Pesada, pero increíblemente gentil. Dejó calentita la piel de Eros cuando lo soltó—. Puedo ayudarte, si me necesitás.
—No puedo dejar de venderlas —Eros susurró—. Son la razón por la que a la panadería le va bien. Y tengo miedo de perder a todos mis clientes si dejan de funcionar.
—No va a pasar eso. Sin las galletitas, van a seguir comprando todo lo demás —Alex trató de consolarlo. Eros se encogió de hombros.
—Igual no puedo dejar de venderlas —dijo, y tomó un trago de café. Necesitaba algo mucho más dulce que medio muffin para recuperar el buen humor—. ¿Solo viniste a darme malas noticias?
—No solamente, no. —Alex sonrió con picardía—. Vine con una propuesta.
— ¿Qué te hace pensar que estoy interesado?
— ¿No lo estás?
—Sí... —Eros admitió entre dientes. Miró a Alex a los ojos, siempre tan oscuros—. ¿De qué se trata?
— ¿Te gusta el risotto?
—Depende qué clase de risotto...
— ¿Uno preparado por mí?
— ¿Me estás invitando a cenar, Alex? —Eros alzó una ceja. Alex torció la sonrisa; levantó las manos abiertas.
—Ups... Me atrapaste.
A Eros le dio ternura, le sacó una sonrisa. Se frotó los ojos, tratando de no demostrar cuán entusiasmado por el plan estaba realmente.
— ¿Cuándo?
— ¿Esta noche? —Alex lo dijo como una pregunta, ligeramente inseguro. Eros asintió—. ¿Paso a buscarte a las seis?
—Um... —Eros se miró a sí mismo; el delantal sucio y la ropa que traía del día anterior y el rulo indisciplinado que colgaba entre sus cejas—. Me gustaría ir a casa a bañarme, primero.
Eros había pasado la noche preparando galletitas. Ejecutando cada paso de la receta con la mayor precisión posible. Cuando la mezcla mágica no salía perfecta, la descartaba y volvía a empezar. Era la ventaja de tener un cofre mágico de ingredientes que nunca se acababan, sin importar cuánto gastara.
Eros todavía estaba sorprendido de que le hubieran permitido sacarlo del Olimpo. Debían haber pensado que no le serviría para nada, que Eros no sería capaz de preparar nada sin su libro de recetas, que había quedado confiscado en el palacio. Pero Eros recordaba esta receta, y no importaba que hubiera salido mal una vez.
Por culpa de Alex.
Y que cada vez que Eros pensaba en Alex, se distraía.
Y que cada vez que trataba de no pensar en Alex, algo se derramaba o se prendía fuego o cambiaba de color.
Eros resolvió dejar de resistirse. Y pensó en Alex. En el agua de lago que traía solo para Eros, un pedacito del hogar que extrañaba, y en manos que prometían sostenerlo.
Hizo una docena de galletitas perfectas y se quedó dormido en el piso.
No las exhibió en la campana. No se las ofreció a nadie, e intentó no ponerse triste cuando nadie las pidió. Intentó no contar cuántos clientes menos que el día anterior entraban al local.
Al final del día, cuando la panadería ya estaba cerrada, el local vacío y en silencio, las recuperó del estante donde las había escondido y empaquetó seis.
Las guardó en una cajita rosa que llevó a la cena.
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top