05

Eros logró terminar las galletitas durante la mañana, haciendo malabares entre clientes. Estiró la masa, la cortó, la horneó y, cuando las galletitas disminuyeron su temperatura lo suficiente, usó la manga para decorarlas con unas líneas muy simples de glasé blanco.

Estaba guardándolas en la campana cuando se las pidieron por primera vez.

— ¿Cómo resultaron? —Eros preguntó.

La mujer se sonrojó. Era la misma señora del día anterior, la del pelo en forma de esfera. Marta o... tal vez Mirta. Había llevado las galletitas para probarlas esa noche, en la primera cita con su vecina.

—Increíbles —dijo la señora, abanicándose con la revista que llevaba en la mano—. De maravilla.

Los próximos diez minutos, Eros los pasó escuchando con lujo de detalles cómo se había desarrollado la noche y tratando de no imaginar.

— ¿Así que van a volver a verse? —preguntó.

La mujer asintió con la cabeza. Una sonrisa gigante.

—Sí, hoy mismo. Vamos a juntarnos a almorzar. Por eso vine. —Se acercó un poco y bajó la voz como si estuviera a punto de comprar algo ilegal. Técnicamente, lo estaba—. Voy a necesitar más de esas.

A las cinco de la tarde, todas las galletitas estaban vendidas excepto dos que Eros había separado especialmente, las dos más bonitas.

—Las guardé para vos —dijo con una sonrisa cuando Alex entró al local. Esta vez, era una sonrisa real, una sonrisa sin intenciones ocultas.

Alex también sonrió, mostrando los colmillitos.

—Ah, las famosas magi-galletas.

Eros soltó una carcajada. Se tapó la boca para mantener la risa bajo control.

— ¿Magi-galletas? —dijo.

—Es un buen nombre, ¿no?

Eros no tenía idea. Ni siquiera había pensado que las galletitas necesitaban un nombre.

Miró con ternura a Alex, que revisaba las galletitas con curiosidad. De un lado y del otro. Tocaba la decoración de glasé delicadamente y frotaba las yemas de los dedos entre sí.

— ¿Qué tan mágicas son? —Alex preguntó, acercando una galletita a su rostro para sentirle el olor.

— ¡No te voy a decir!

Eros no le dio tiempo de quejarse. Tomó la otra galletita y la levantó entre ambos. La giró entre los dedos hasta que Alex se concentró en él, siguiendo el movimiento de la galletita con la mirada.

Bien. Estaba funcionando.

—Mirame a los ojos —Eros ordenó.

Alex lo hizo. Demasiado profundos. El fondo del lago, donde la oscuridad apretaba a Eros hasta ahogarlo.

—Voy a dártela yo —Eros susurró—. Abrí la boca.

Alex asintió suavemente. Sostuvo la mirada de Eros sin pestañear. Separó los labios lo suficiente y Eros acercó la galletita a su boca, rozándola con el glasé.

La campanita sonó en la puerta. Eros se estiró para mirar quién había llegado.

Era Marta o Mirta, de nuevo. Con los ojos rojos y la esfera medio despeinada por haberse pasado las manos por el pelo, nerviosa.

— ¿En qué te puedo ayudar? —Eros preguntó desde el mostrador, todavía sosteniendo la galletita contra los labios de Alex.

—Ay, Eros... —La señora apoyó las manos entrelazadas sobre el pecho—. Todo salió mal —dijo, con la voz quebrada.

— ¿Por qué? —Eros se preocupó.

Frente a él, todavía demasiado cerca, Alex sacudió la cabeza y pestañeó un par de veces, como si eso pudiera aclarar sus pensamientos. Empujó suavemente la muñeca de Eros para obligarlo a bajar el brazo.

Eros dejó la galletita y rodeó el mostrador para acercarse a la señora.

— ¿Qué pasó? —le preguntó.

La mirada de la mujer rebotó entre ambos, indecisa. Abrió la boca para hablar, pero no lo hizo.

—Está bien —Eros aseguró—. Podés contarnos.

—Le di la galletita —contó la señora, hablando bajito como confesando un secreto—. Anoche funcionó perfectamente, vos ya sabés...

Eros se apresuró a asentir. Pegó un saltito para sentarse sobre el mostrador al lado de Alex e hizo un gesto con la mano para pedirle a Marta o Mirta que continuara la historia.

—Pero ahora... —La mujer se limpió las lágrimas con un pañuelo blanco—. Me dijo que no quería volver a verme, que todo esto había sido un error y estábamos mejor separadas. No entiendo qué puede haber pasado.

Eros dio mordisquitos en su labio inferior. Muchas cosas podían haber pasado. La magia era delicada y, en manos de los humanos, se sumaban muchas variables que ponían su funcionamiento en riesgo.

—Creo que fueron las hortensias. —La mujer siguió hablando—. Están en el límite entre su patio y el mío porque somos vecinas, ¿viste? Yo olvidé regarlas porque creí que ella ya lo había hecho, pero resultó que no y ahora están un poco secas, un poco tristes... Debe haberse enojado conmigo por eso.

— ¿Hiciste todo lo que te indiqué?

La mujer asintió, pero Eros siguió preguntando para estar seguro.

— ¿Te aseguraste de que hiciera contacto visual? ¿Le diste de comer la galletita de tus manos?

La señora asintió de nuevo, con seriedad.

—Sí —confirmó—. Hice todo como anoche. Y anoche funcionó, pero hoy... fue como apretar un botón. Tragó el bocado de galletita y de pronto le cambió la cara. Pum, ya no te quiero.

— ¿Pasó algo más? —preguntó Alex, que escuchaba la conversación atentamente, de brazos cruzados.

La señora lo miró raro. Eros no intervino; Era una buena pregunta.

—Dejame pensar... —La mujer fijó la vista en el piso e hizo muecas por un momento—. Sí. Comimos las galletitas al mismo tiempo. De postre, después el almuerzo. Yo le di la suya y ella me dio la mía. —Bajó la voz para dirigirse solo a Eros—: Por eso me diste dos, ¿cierto? Una para cada una.

Eros asintió. Lo ideal era que todas las personas involucradas comieran una galletita para potenciar el efecto, para que todos estuvieran en igualdad de condiciones.

—No debería haberlo hecho... —la mujer se lamentó, sacudiendo la cabeza— Me dijiste que duraría alrededor de doce horas y quise... Temía dejar de gustarle sin la influencia de la galletita, ¿viste? Y quise que la cita de hoy volviera a salir tan bien como la de ayer.

La mujer sonrió con nostalgia. A Eros casi le dio lástima. Alex la miraba con el ceño fruncido. La mujer suspiró.

—Claramente, esto me pasa por ser demasiado ambiciosa —dijo—. Debería haber dejado que la relación se desarrolle naturalmente. Tal vez ella se sintió forzada...

—Las galletitas potencian sentimientos que ya existen. Necesitan al menos una pizca de atracción entre las personas para poder activarse. Si a ella no le gustaras, no habría comido la galletita en primer lugar —explicó Eros. La mujer asintió; Eros le había dicho todo eso el día anterior.

—Lo sé, pero... ¿Dos veces en un solo día? Creo que se me fue de las manos.

—Lo siento mucho. Puede fallar, supongo.

—No te preocupes. Aprendí mi lección. —La señora se encogió de hombros, un poco más sonriente ahora que se había desahogado—. De hecho, no vine a reclamarte. Vine a comprar una docena de facturas.

—Buena opción para aliviar un corazón roto —dijo Alex con una sonrisa.

Eros rió. Bajó del mostrador y se puso a trabajar.

Cuando la mujer se fue con su bolsita de papel madera llena de cosas ricas, Alex apoyó un codo sobre la heladera exhibidora, el mentón sobre la palma de la mano. Miró a Eros ordenar las pocas medialunas que quedaban en la bandeja.

—Creo que descubrí de qué se trata la magia —dijo.

— ¿Ah, sí? —Eros dejó las pinzas de metal sobre la bandeja y se cruzó de brazos. Levantó una ceja desafiante—. A ver... ¿De qué se trata?

—Las galletitas hacen que las personas se enamoren cuando las prueban.

Eros resopló. Avanzó hasta la puerta dando pisotones y giró el cartel. Faltaban algunos minutos para las seis, pero no podía importarle menos.

—Bueno, me descubriste —dijo.

Alex estaba sonriendo. Hizo un ruidito de asentimiento con la garganta.

—Eso cambia las cosas, ¿no? —preguntó, sonando entretenido. Eros esquivó su mirada—. Digo... Considerando que estuviste tratando de alimentarme tus magi-galletas y ahora resulta...

—Está bien. Es verdad —Eros lo interrumpió, irritado—. Podés enojarte, si querés. No me importa.

—No estoy enojado.

Eros se cruzó de brazos, de nuevo. La pelusa atascada en una de las patas de la heladera de pronto le resultaba extremadamente interesante. Tomó nota mentalmente, recordando limpiarla antes de irse.

Alex caminó hacia él. Eros escuchó sus pasos acercándose, sintió el calorcito de su cuerpo cuando se detuvo a su lado, el olor a menta.

—Es más... —Alex susurró en su oído. Eros aguantó la respiración—. Voy a dejarte seguir intentando.

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top