04
Eros secó el sudor en su frente con las esquinas del delantal antes de salir de la cocina. Curvó sus labios en una sonrisa inocente que sabía por experiencia que era irresistible.
—Buen día, Alex —lo saludó, ubicándose detrás del mostrador—. Volviste.
—Me pediste que volviera. —Alex movió los hombros en un gesto despreocupado—. Me prometiste desayuno.
Su sonrisa era relajada y su apariencia había perdido el refinamiento del día anterior. La parte más larga de su pelo estaba peinada hacia atrás, descubriendo el corte rapado debajo, y atada en un pequeño rodete del que se escapaban dos mechones que enmarcaban su frente. Estaba usando un pantalón de jogging y una remera que exponía sus músculos fuertes.
Eros notó que sus hombros eran casi tan grandes como los del bombero de los viernes, e igual de anchos.
— ¿Te prometí...? —susurró, intentando bajar de las nubes.
—Desayuno. —Alex alzó una ceja—. Dijiste algo sobre unas galletitas mágicas.
Ah, sí. Las mismas que Alexis acababa de arruinar con su presencia.
—Sí, bueno... —Eros apoyó las manos sobre el mostrador para inclinarse suavemente hacia adelante—. Sobre eso...
Miró a Alex a través de las pestañas, haciendo pucheritos. Se aseguró de sostenerlos un segundo más de lo necesario para que Alex tuviera tiempo de admirarlos. La mirada de Alex no se desvió de los ojos de Eros.
Frustrante.
—No están terminadas —Eros suspiró—. Todavía tengo que hornearlas. Estaba preparándolas especialmente para vos, ¿sabías?
Eros clavó el dedo índice en el pecho de Alex, cerca de una mancha de pintura en su remera. Sintió los músculos firmes debajo de la ropa, el calor de su piel atravesando la suave tela de algodón. Alex separó los labios en un gesto de sorpresa, pero no se alejó.
—Por eso me llevaron más tiempo —Eros dijo, levantando la vista para buscar la mirada de Alex con la suya—. Porque las hice con mucho cuidado para que salieran perfectas.
— ¿Para mí? —Alex sonó alegre, como si no pudiera creerlo—. ¿Por qué?
— ¡Para que las pruebes!
—Ah, claro...
Alex miró alrededor. Hizo un ruidito de estar pensando. Tenía una cicatriz. Empezaba bajo su pelo y se extendía por su sien hasta su pómulo, quebrando la punta de su ceja. Eros movió la mano hacia arriba, queriendo tocarla.
—Primero debería saber qué clase de magia hacen, ¿no?
Eros dejó caer la mano de nuevo sobre el mostrador. Inclinó la cabeza fingiendo inocencia.
—No te preocupes por eso —dijo.
Alex apoyó una mano sobre el mostrador y se acercó un poco más. Olía a algo herbal, tal vez menta, y a cuero fresco.
— ¿No creés que deberías decírmelo? —preguntó, y su voz sonó más grave, más suave de lo normal— ¿No debería estar preparado?
Eros se mordió el labio. Sacudió la cabeza. Era un movimiento calculado que haría que su propio perfume de miel y rosas llegara a Alex, así que esperó un segundo para ver su reacción.
Una inspiración ruidosa. Su mirada posándose al fin sobre la boca de Eros.
—No —Eros murmuró.
— ¿No?
—Creo que deberías probarlas para descubrirlo.
—Llegué demasiado temprano para eso, ¿no?
—Lamentablemente, sí. Pero puedo ofrecerte algo más para el desayuno. ¿Qué te gustaría?
Alex se humedeció los labios con la punta de la lengua.
— ¿Qué me recomendás? —preguntó.
Eros se alejó lo suficiente para tomar un budín de frutos secos del estante.
—Hice estos ayer —dijo—. Están más ricos al día siguiente.
Alex sostuvo el budín y el envoltorio transparente hizo un ruidito crocante bajo la presión de sus dedos. Sus manos eran grandes, y sus nudillos también estaban manchados de pintura.
—Entonces, voy a desayunar budín y... ¿Vuelvo mañana por las galletitas?
—No, ¿sabés qué podemos hacer? —Eros dijo, rebotando sobre los talones.
Se aseguró de que la propuesta sonara como una idea espontánea y no el único objetivo con el que había empezado toda la conversación, la única razón por la que estaba disimulando su preocupación tras el mostrador en vez de dejarse llevar por el pánico, encerrado en la cocina:
— ¿Estás ocupado esta tarde?
Alex movió la cabeza de un lado al otro, como diciendo más o menos.
—Estoy terminando de pintar la habitación —explicó.
— ¿Por qué no volvés a buscar galletitas para la merienda? Cerramos a las seis y después estoy libre.
— ¿Qué me estás insinuando?
— ¿Yo? —Eros se llevó una mano al pecho. Sonrió—. ¿Qué te parece?
—No sé... Vos me dirás.
—Bueno... Podemos comer galletitas y hacer algo juntos después. ¿Salir a algún lado? Este pueblo no tiene un teatro, pero... podemos ir a cenar. O podés mostrarme de qué color pintaste las paredes. ¿Qué opinás?
Alex entrecerró los ojos. No tuvo que decir nada para que Eros se sintiera juzgado. Y con razón.
Normalmente, Eros habría intentado ser más sutil. O habría encontrado a alguien que aceptara comer una galletita y listo. Pero Alex era complicado y lo tenía acorralado, y Eros tenía que adaptar sus estrategias sobre la marcha.
Lo que Alex finalmente dijo fue:
—Lo voy a pensar.
Eros ni siquiera esperó a que Alex cerrara la puerta. En cuanto giró para irse, Eros corrió de vuelta a la cocina, murmurando todas las malas palabras que había aprendido de los humanos desde que vivía entre ellos.
Sostuvo el bol en las dos manos ni bien alcanzó la mesa. Lo movió un poco, observando el comportamiento de la mezcla en el interior. Era roja.
— ¿Esto tiene que ser rojo?
Eros dejó el bol sobre la mesa y se agarró la cabeza con las dos manos.
— ¡Agh! Pensá, Eros, por favor.
Cerró los ojos un momento. Respiró hondo y volvió a abrirlos.
—Sí, tiene que ser rojo. ¿Y qué más?
Levantó una vez más el bol. Lo acercó a su nariz. Olía a rosas.
—Está bien, tiene que oler a rosas. ¿Qué más?
La oración. Eros había dejado la oración a medias. Y el resplandor de luz roja nunca había sucedido.
—No puedo volver a decir la oración, ¿o sí? Ni siquiera me acuerdo hasta qué parte llegué...
Eros revolvió el contenido del bol con la espátula. La consistencia era... normal.
Dejó caer unas gotas de la mezcla sobre el dorso de su mano y las probó. El sabor era... normal.
—Tiene que funcionar igual, ¿no? O sea... la magia está hecha. A medias, pero está hecha. Tiene que funcionar. —Eros asintió con la cabeza para sí mismo, como un lunático—. Yo digo que va a funcionar.
Vertió la mezcla medio mágica sobre la masa de galletitas en el otro bol, brillante y blandita porque la manteca empezaba a derretirse de tanto esperar sobre la mesa. Combinó los dos productos con la espátula y...
El resultado era una masa de galletitas... normal, aparentemente.
Rosadita y tierna. De aroma dulce. Ligeramente pegajosa. Exactamente igual a la que hacía todos los días.
Eros no tenía forma de saber que las galletitas estaban bien hechas sin probarlas. Pero tampoco tenía por qué sospechar que no funcionarían. Se veían bien.
Había inventado recetas peores en el pasado y habían resultado aceptables. Seguro que esto sería igual.
La campanita sonó en el local y Eros gritó que por favor lo esperaran un segundo. Terminó de incorporar la masa, envolvió el bollo en un trozo de papel film y lo guardó en la heladera, entre la pila de potes de queso crema y el frasco lleno de ramas de albahaca.
—No tengo tiempo de hacerlo de nuevo —dijo, tratando de calmarse.
Realmente no tenía tiempo de volver a empezar. Iba a tener que confiar en lo que había salido.
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